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lunes, 25 de febrero de 2013

MARTIRIO DE SAN SERENO, JARDINERO, BAJO GALERIO, HACIA EL 307

     Entra en el blanco coro de los mártires hasta un jardinero, pues de este oficio era San Sereno o Synerotes, que debe de ser su propio nombre, puesto caso que las actas nos le presentan de origen griego, y tal es la forma en que se ha hallado en una inscripción del cementerio de Metrowitza, la antigua Sirmio, descubierto en 1884 u 85. Conservaremos, sin embargo, la forma latina que dan las actas. Éstas, nos cuenta Ruinart, fueron publicadas por los bolandistas el 23 de febrero, pero en forma muy reducida. Él tuvo la fortuna de hallar un excelente manuscrito, perteneciente al ilustrisimo abad de Noailles, y conforme a él da su texto, que es el que aquí se reproduce. Las indicaciones cronológicas de las actas son en extremo vagas; pero "es evidente —nota Tillemont— que este santo no sufrió al comienzo de la persecución; tampoco hay que ponerle más tarde del ano 307, hacia cuyo final Licinio fué hecho emperador de la Panonia".
     A la autenticidad de las actas no parece se le pueda oponer objeción de mayor cuantía. La narración es sencilla y sobria. El proceso parece reproducido de auténticas actas judiciales. Como documento, es interesante notar la involuntaria alabanza que el juez tributa a los cristianos. Sólo en éstos se concebía la delicadeza de conciencia, el cuidado de evitar no sólo el pecado, sino la ocasión de pecar.

Martirio de San Sereno.

     I. En la ciudad de Sirmio, Sereno, peregrino de origen griego, venido de tierras extrañas, se puso a cultivar un huerto, para ganarse así la vida, pues no conocía otro oficio. Habiendo estallado la persecución, por miedo a los tormentos, se escondió durante algún tiempo, unos cuantos meses. Luego volvió a trabajar libremente en su huerto. Estando en ello un día, entró en el huerto una mujer con dos doncellas y empezó a pasearse por allí. Vístola que hubo el sobredicho viejo, le dijo:
     —-¿Qué buscas por aquí, mujer?
     Respondió ella:
     —Me gusta pasear por este jardín.
     Él le replicó:
     —¿Qué matrona es esta que se viene a pasear a hora intempestiva? Porque es justamente la hora de la siesta. Lo que yo me imagino es que no has entrado aquí con ganas de pasear, sino por desorden y lascivia. Así que, largo de aquí y ten un poco de decoro, como dice con las matronas honradas.

     II. Ella, saliendo llena de confusión, rugía dentro de sí, no porque se la hubiera expulsado del huerto, sino porque no había logrado satisfacer su deseo. Sin ambargo, escribió a su marido, que pertenecía a la guardia personal del emperador Maximiano, insinuándole la injuria de que había sido objeto. Él, que recibió la carta, fuése inmediatamente a quejar al emperador, y le dijo:
     —Mientras nosotros estamos a tu lado, nuestras esposas, dejadas lejos, sufren injurias.
     El emperador le autorizó a volver a Sirmio y tomar venganza por medio del gobernador de la provincia, como mejor le pluguiera. Con esta autorización se dió prisa en dar la vuelta a vengar, no por cierto a una matrona,
sino a una mala mujer. Llegado a Sirmio, fuése sin tardanza a ver al presidente; muestra las letras imperiales y le dice:
     —Venga la injuria que en mi ausencia ha sutrido mi esposa.
     Oído que hubo todo esto el presidente, admiróse sobremanera y exclamó:
     - Pero ¿quién ha podido tener la audacia de ultrajar a la esposa de un oficial de la guardia personal del emperador?
     El otro le respondió:
     —Un tal Sereno, hombre de la plebe, de oficio jardinero.
     El presidente, sabido el nombre del sujeto, mandóle comparecer inmediatamente en su presencia, y Sereno compareció, en efecto. Díjole el presidente:
     —¿Cómo te llamas?
     Respondió él:
     —Sereno.
     Presidente:
     —¿Qué arte profesas?
     Sereno:
     —Soy jardinero.
     Presidente:
     —¿Por qué has injuriado a la esposa de hombre de tan alta categoría?
     Sereno:
     —Yo no he injuriado jamás a matrona alguna.
     El presidente, furioso, dijo:
     —Que se le atormente, para que confiese a que matrona ultrajó, cuando ésta se disponía a pasearse por su jardín.
     Sereno, entonces, sin turbación alguna, contesto:
     —Sí; recuerdo que hace unos días entró en mi jardín una matrona a pasear a hora inconveniente. Yo se lo reprendí, indicándole que no estaba bien que una mujer se saliese a tales horas de casa de su marido.
     Oyendo esto, el marido enrojeció de vergüenza por la conducta de su impura mujer, y enmudeció y nada más le dijo al presidente de tomar venganza de injuria ninguna, pues estaba el hombre sobremanera confuso.

     III. Mas el presidente, que oyó la respuesta de aquel santo hombre, se puso a pensar dentro de sí sobre la libertad con que dirigiera la reprensión, y dijo:
     —Este hombre, a quien no pareció bien que una mujer entrara en su huerto a hora inconveniente, tiene que ser un cristiano.
     Y dirigiéndose a Sereno:
     —Tú, ¿a qué religión perteneces?
     Y, sin tardanza alguna, contestó:
     —Yo soy cristiano.
     Presidente:
     —Pues ¿dónde has estado hasta ahora oculto y cómo has eludido sacrificar a los dioses?
     Sereno:
     —Donde y como a Dios ha placido reservarme corporalmente hasta este momento. Yo era como una piedra que se arroja al construir; pero ahora Dios me recoge para su edificio. Ahora, pues, que ha querido me mostrara públicamente, estoy dispuesto a padecer por su nombre, a fin de tener parte con los otros santos en su reino.
     El presidente, irritado al oír esta declaración, dijo:
     —Pues hasta ahora te has escondido y has de ese modo despreciado los edictos imperiales y te has negado a sacrificar a los dioses, mando que sufras la pena capital.
     Y seguidamente, arrebatado y conducido al lugar del suplicio, fué degollado por los ministros del diablo, ocho días antes de las calendas de marzo, reinando nuestro Señor Jesucristo, a quien es honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

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