Transida el alma de mortal quebranto
Estaba la dulcísima María,
En pie junto al madero sacrosanto
En que el Divino Redentor, moría.
Mientras ella empapaba con su llanto
La planta de Jesús sangrienta y fría.
Salpicóle la tela de su manto
La sangre que del leño descendía.
Por eso siempre ostentas, Virgen pura.
Tu manto salpicado con estrellas...
Por eso aquél que teme las centellas
De la ira divina, las conjura
De tu manto, a la sombra protectora:
¡Lo cobija la sangre redentora!
Mons. Vicente M. Camacho
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