Vistas de página en total

jueves, 28 de mayo de 2015

Hominem non habeo

 No tengo un hombre
¡Cuántas veces se oye repetir esa queja dolorosa del paralítico de la piscina!
     Pero, Señor, yo, en verdad, no la puedo decir, porque Tú te has compadecido bondadosamente de mí. Y yo te tengo no solamente a Ti, el hombre-Dios, sino que tengo, además, a otros hombres que Tú me has dado, que casi podría decir has puesto a mi servicio, porque los has dado el cuidado de velar por mí y ayudarme.
     Ellos están encargados de mí por tu Providencia amorosa.
     Tengo a mis superiores preocupados por mi bien, ansiosos de ayudarme, de dirigirme, de orientarme, de defenderme de los peligros. Son tu representación visible, tus vicarios.
     Tengo a mis hermanos en religión. Tu me los has dado como compañeros de mi cariño, y has puesto en su corazón amor hacía mí, interés por mis cosas, deseos de sacrificarse por mi bien.
     Y luego tantas almas buenas que quieren servir al religioso, que le ayudan, que colaboran con él en sus obras.
     Así, pues, Señor, quejarme sería injusto, sería ingratitud a tus favores para conmigo.
     Pero, Señor, oigo a mi alrededor a tantos que dejan escapar de sus labios y de sus corazones esa queja:
     Pobres, que no tienen quien alivie su miseria...
     Niños, que no tienen quien se compadezca de su orfandad...
     Hombres, mujeres, jóvenes y ancianos, abandonados, enfermos, miserables... Tantos y tantos, Señor, que claman: ¡No tengo quien me ayude! ¡No tengo un hombre!
     Y yo quisiera ser para ellos, para todos ellos, ese hombre.
     Quisiera ser para ellos, para todos ellos, algo siquiera de lo que fuiste Tú para el para el paralítico de la piscina de Siloé.
     Para ello necesito, ante todo, un corazón compasivo, ¡porque hay tantos corazones a los que la miseria no conmueve!
     Un corazón que sepa comprender los dolores, esas miserias, esas soledades, esos abandonos.
     Un corazón que no se ahogue en el egoísmo ni se acobarde ante el sacrificio.
     Un corazón que no se desaliente ante la ingratitud, que no se acongoje con la mala correspondencia de aquellos a quienes favorece, que no espere nada de ellos.
     Un corazón que tenga todas las ternuras de una madre, y todas las energías de un padre, y todo el amor de un hermano, y toda la sencillez de un niño, y toda la abnegación de un santo.
     Un corazón..., un corazón... como el tuyo, Señor.
     Ese es el único Corazón que puede reunir todas esas cualidades. El único que realmente puede ser "ese hombre" que falta para tantos desgraciados, para tantos amargados de la vida.
     Un Corazón como el tuyo, Señor, en los que todos encuentren compasión, bondad, amor, misericordia...
     Un Corazón como el tuyo, Señor, en el que todos puedan derramar sus amarguras y que, sin embargo, permanezca dulce; en el que todos puedan desahogar sus tristezas, y que, sin embargo, permanezca alegre.
     Entonces, y sólo entonces, podrán decir esos pobrecitos: "Tenemos un hombre".
     Y saltarán de gozo con el feliz paralítico, aunque tengan que cargar sobre sus hombros el lecho de sus dolores.
Alberto Moreno S.I.
ENTRE EL Y YO

lunes, 18 de mayo de 2015

Tunc recordatus est

ENTONCES SE ACORDÓ
     Está sencilla frase está preñada de sentido.
     Pedro, el Apóstol privilegiado había entrado en la casa de los pontífice. Una criada le mira: "Tu eres de los discípulos de ese hombre".
     
     "Ese hombre" era el Maestro, su Maestro.
     "No, mujer, no soy; yo no conozco a ese hombre".
     Pedro, Pedro, recuerda quien es ese hombre.
     "No, no lo conozco". Y jura y perjura que no le conoce.
     Y después de tres negaciones, canta el gallo... Y Jesús, el Maestro,., "ese hombre", pasa y mira a Pedro...
     Y entonces, tunc, solo entonces, Pedro, como si despertarse de un profundo sueño, se acuerda...
     ¿De que te acuerdas, Pedro?
     Pero mejor sería preguntarle de qué no se había olvidado.
     ¿Qué no había olvidado el que había olvidado hasta su dignidad de hombre ante la pregunta de una infeliz mujerzuela?
     Recordó Pedro la palabra del Maestro: la predicción hecha pocas horas antes: "Antes de que el gallo cante dos veces, tu me habrás negado tres". ¡Ah!, si, es verdad, el maestro me lo había dicho. Y yo había hecho protestas de fidelidad inquebrantable: "Aunque me fuere necesario ir a la muerte contigo, yo iré..."
     Y recordó... la última Cena... el lavatorio de los pies... y la comunión primera... y la tristeza del Maestro...
     Y recordó lo que había antes de todo esto: el amor con que el Maestro le había distinguido entre todos..., y la intimidad de aquellos tres años..., y tantos favores recibidos.
     Y recordó... Y comenzó a llorar.
     ¡Feliz recuerdo!... ¡Dichosas lágrimas!...
     ¿Y yo?... ¿No he olvidado también en la hora de la tentación, como Pedro?
     Olvido los propósitos tantas veces repetidos...
     Y mis protestas reiteradas de amor y de fidelidad...
     Y los mil favores recibidos...
     Y la bondad y la amabilidad del Maestro...
     Y la grandeza de Dios...
     Y su justicia infinita...
     Todo, todo lo olvido a la voz del placer que me invita.
     Y niego también a mi Dios.
     En aquellos momentos de tentación no le conozco, ni le quiero conocer.
     ¡Oh, si Él entonces me mirara como miró a Pedro!
     Y si yo comenzara también a llorar.
     Dichosas lágrimas.
     ¡Oh Maestro Divino! ¡Mírame como miraste a Pedro, y haz que yo también me acuerde..., y comience a llorar!.
Alberto Moreno S.I.
ENTRE EL Y YO

jueves, 14 de mayo de 2015

TESTIMONIO DE LA LUZ

     "El era antorcha ardiente y luciente".
     Estas palabras de Cristo son una cascada de luz sobre la figura de su Precursor.
     Antorcha. Heraldo de la luz, dio testimonio de Cristo. Llamarada que surge en el desierto como una columna de espiritual iluminación.
     Ardiente. Quemó su vida en el holocausto de una misión exigente y suprema. Se disminuyó, desapareció, para que medrara el Cordero de Dios.
     Luciente. Así fue su vida, su doctrina, su  muerte. Alumbrar almas, pregonar la verdad entre los plebeyos y los poderosos, adoctrinar discípulos para entregárselos, gozosamente, al Maestro. Decir: "no es lícito" a los prepotentes desenfrenados. Y acabar, en la oscuridad de un calabozo, a los caprichos de una liviana danzarina.
     Pero esa antorcha que pareció extinguirse en el calabozo sombrío, dejó un reguero de ejemplaridad que no se puede apagar.
     Ser antorcha de Dios. ¡Arder! ¡Lucir!
     Juan Bautista fue el primer predicador del Nuevo Testamento. Y la medida de todos los demás...
     Hay dos maneras de atraer a los hombres a Dios: el milagro y la santidad de vida.
     Juan Bautista solo alzó, de frente a su auditorio, su vida austera y heroicamente virtuosa.
     Y las muchedumbres fueron al desierto, mas para verlo que para oírlo. Lo descollante en él era su vida, su testimonio, mas que su palabra. Fulget jejunio, dijo de él el Crisóstomo. Es decir: resplandeció por su incomparable austeridad. Y nos dejó, con el martirio, el ejemplo de la lealtad a la verdad y al deber. Fue antorcha. Ardió, lució. Se consumió.
     "De la mayor parte de los hombres -escribe el P. Faber- puede decirse que carecen mas bien de calor que de luz, o en otros términos, que en la práctica quedan muy inferiores a sus creencias. Sin embargo, hay una multitud de almas buenas, nobles y sensibles, a quienes más bien falta luz que calor. Si supieran algo más acerca de Dios, de si mismas, de sus relaciones con Dios, le servirían mejor y le amarían mucho mas".
     El mundo de hoy necesita luz y calor. Verdad y amor. Necesita la eficacia de los testigos de la luz, de los que se convierten en vida las enseñanzas del Evangelio. El mundo, cansado de la bellas palabras y las reiteradas exhortaciones, cree tan solo al testimonio de la vida.
     Oh, Cristo: yo necesito tu luz y tu calor.
     Para mí y para mis hermanos.
     Tengo en el alma tinieblas y frío. Como las de Egipto; como las del Viernes Santo a la hora de tu muerte. Esas tinieblas que nacen de la ignorancia, de la obstinación, de la pasión, del pecado.
     Me han hablado doctoralmente los sabios del mundo.
     ¡Qué fatuo chisporroteo el de esas lumbreras!.
     ¡Qué estéril, caótica y peligrosa la ciencia del mundo! Desde que he leído sus disertaciones y sus "ensayos", ellos y yo caminamos más a oscuras aun...
     Palpamos nuestra noche larga y terrible.
     Señor: yo llevo el alma encogida y agarrotada de frío. Hay misterios de tu vida que debieran tenerme el alma en ascuas: Encarnación, Eucaristía, Pasión. ¡Dios-Hombre! ¡Dios-Pan! ¡Dios-Víctima!
     Pero yo sigo buscando el fuego en el arrimo de las criaturas y sigo teniendo el corazón como un témpano...
     Tú dijiste: ¡Yo soy la luz del mundo! alúmbrame y deslúmbrame de una vez para siempre.
     Tú dijiste: Fuego vine a traer, ¿y qué quiere sino que arda? Incéndiame el corazón, Señor, como incendiaste el de Pablo, el de Catalina, el de Teresa de Jesús. Quiero ser antorcha de Cristo, ardiente y luciente. Antorcha que se consume, para que Tú subas y reines.
     ¡Antorcha que, al pasar, ilumine, abrase y de testimonio de Cristo y de la eficacia de su Evangelio!
R.P. Carlos E. Mesa, C.M.F.
CONSIGNAS Y SUGERENCIAS PARA MILITANTES DE CRISTO

miércoles, 13 de mayo de 2015

Loquetur victorias

Cantará triunfos
     El triunfar ha sido siempre grato al corazón humano.
     La lucha puede ser larga y dura; pero la suaviza la esperanza de la victoria. ¿Quién no sueña con triunfar?
     Pero, ¡ay!, que muchas veces tenemos que beber las amarguras de la derrota.
     ¡Son tantos los enemigos! ¡Son tan débiles nuestras fuerzas!
     Cualquier sacrificio nos parecería ligero si tuviéramos la seguridad de la victoria.
     Y esa seguridad existe.
     Nos la da la obediencia.
     El obediente triunfa siempre, y triunfa en todas partes; él no conoce las desilusiones de la derrota; para él no se hicieron las amarguras del fracaso.
     Porque ¿a quién se llama triunfador?
     ¿No es aquel que obtiene el fin pretendido, que alcanza la meta anhelada?
     ¡Y ése es el obediente!
     El no quiere otra cosa que cumplir siempre y en todo la voluntad divina; unir su voluntad frágil y débil, caprichosa y voluble, a la voluntad poderosa y estable, adorable y santa, de su Dios. Esa es su ambición, a esa meta aspira. Esa unión de voluntades es una fuerza invencible. Contra ella nada pueden los enemigos.
     Por eso el obediente triunfa siempre y triunfa en todas partes, porque hace siempre la voluntad de Dios.
     
     El mundo no entiende estos triunfos.
     Mas, ¿qué importa que el mundo no los entienda? Los entiende Dios. Y eso me basta.
     El mundo juzga que la obediencia es una esclavitud, y el obediente un esclavo.
     Y el obediente es el único hombre que hace siempre lo que él quiere, el único hombre verdaderamente libre.
     ¿Qué quiere el obediente? Lo que Dios quiere .
     ¿Que hace el obediente? Lo que Dios quiere.
     Querer y hacer lo que se quiere, ¿no es acaso ser verdaderamente libre?
     ¡Cuántas cosas quiere el mundo y no las hace! Y no las hace, porque no puede hacerlas, no porque no tiene ni fuerza ni libertad para hacerlas; porque es esclavo de sus apetitos, de sus caprichos, de sus pasiones.
     
     El obediente no tiene mas que un deseo, un deseo que lo abraza todo: conocer y hacer la voluntad de Dios.
     Y su obediencia es la realización constante de ese deseo.
     Por eso triunfa siempre: triunfa ahora y triunfará eternamente.
     ¡Cantará triunfos! ¡Cantará victoria!
Alberto Moreno S.I.
ENTRE EL Y YO

martes, 5 de mayo de 2015

El ateísmo de la "nueva iglesia católica"

     Por Dr. Homero Johas

     Einstein era ateo; Darwin era agnóstico; Freud  no admitía la verdad absoluta, necesaria.
     Pero la "nueva iglesia católica" sigue el "sistema arbitrario" de Einstein; la "evolución de la verdad" de Darwin; lo oculto del inconsciente de Freud.
     La "iglesia nueva" tiene en común con estos ateos y agnósticos el que rechazan la verdad única, objetiva, universal, necesaria, y admite la multitud de "verdades" subjetivas, individuales y libres, falsas.
     Excluyen de la faz de la tierra al único Dios verdadero, común a todos, universal.
     Los evolucionistas quieren la evolución de la verdad en error, y del error en verdad, conforme al libre arbitrio de los hombres.
     No distinguen entre el verdadero y los falsos dioses; entre Dios y los ídolos, entre la religión verdadera y las religiones falsas.
     En lugar de obrar según la verdad, quieren el derecho de obrar "siguiendo el error".
     Niegan la verdad única, absoluta, necesaria, universal, común a todos.
     Quiere que cada uno tenga "su propia verdad", "su fe", "sus propias normas", su religión propia, su propio "dios", su "derecho propio", ordenándose cada uno a las sentencias de su "propio espíritu", "juicio propio" y su propia voluntad".
     Esto es: sin un Dios único, sin la verdad única, sin un medio único de salvación, sin someterse a la autoridad del único Dios verdadero; sin subordinación al magisterio universal de la única religión verdadera, y a las leyes universales del único Dios verdadero.
     Por lo tanto, esta es una "religión cristiana falsa" (Pio XI, enciclica Mortalium animos); sin Dios, sin verdad y sin una fe verdadera; sin los mandamientos verdaderos; sin los deberes y derechos verdaderos.
     Se quitó la Monarquía del único Dios verdadero, y se implantó la democracia de los hombres falsos.
     Se quitó el "Magisterio de la verdad" y se implantó el "magisterio del error", de la "operación del error" de Satan, de los que "consienten con la iniquidad" (2 Tes. II, 1-11); de la unión de los fieles con los infieles (2 Cor. VI, 14-18); del imperio del "juicio propio" libre (Tit., III, 10-11), humano.
     Quién no crea la fe verdadera del único Dios verdadero, de la única Religión verdadera: "ya está condenado" (Juan III, 18). Es la palabra de Nuestro Señor Jesucristo. "Fuera de la única religión verdadera, nadie se salva". Es verdad de fe, universal, de la religión verdadera.
     El fin de la "iglesia nueva" es el fuego eterno, "Sal de en medio de ella, pueblo mío, para que no participes de sus delitos y no recibas sus penas" (Apocalipsis XVIII, 4).
     Quien defienda esta iglesia falsa, es falso, es seguidor del anti-Cristo, de Lucifer, de Satán, de los ateos, de los sin Dios, de los sin verdad.
     Por lo tanto, debemos señalar como papas falsos, traidores de la fe, desde el sr. Angelo Roncalli, hasta el sr. Jorge Bergoglio, ligados a las sectas masonicas, sin la unidad de fe, hipocritas que se dicen "católicos", mintiendo y engañando a millones de personas.
COETUS FIDELIUM N° 10
Marzo del 2014
Traducción:
R.P. Manuel Martinez Hernández  F.S.V.F.

lunes, 4 de mayo de 2015

Surgam et ibo

ME LEVANTARÉ E IRÉ...

     Había sido rico.
     Había sido feliz.
     Un día pidió a su Padre la parte de la herencia. Y con ella se alejó del hogar paterno.
     En los vicios, rodeado de malos amigos, consumió su tesoro: el de sus riquezas, la herencia de su padre, y el tesoro de su salud y de sus fuerzas, y el tesoro preciosísimo, el de mayor valor, el de su inocencia. ¡Pobre pródigo!
     Y él, que todo lo había tenido en la casa de su padre, no podía ahora ni siquiera saciar su hambre con el alimento inmundo de los inmundos cerdos... No se lo permitían. Era, quizá, demasiado lujo para él...
     Lo había perdido todo: herencia, amigos, salud, alegría, paz...
     Sólo le quedaban su miseria, la carga de sus pecados y el amargo remordimiento.
     
     ¿No es ésa mi historia?
     Fui rico con el tesoro de la gracia que recibí en el día del Bautismo.
     Pero un día..., ¡día desgraciado!, me alejé del hogar de mi Padre por el pecado.
     Derroché el tesoro de la gracia, el tesoro de mi inocencia.
     Y quedé después solo. Con mi pecado, con mi miseria, con mi remordimientos.
     Un día el pródigo reflexionó sobre la felicidad pasada..., sobre su miseria presente..., sobre el amor de su padre...
     Y se decidió a volver al hogar: Surgam et ibo: me levantaré e iré.
     Y se decidió a pedir perdón: Pater, peccavi: padre he pecado.
     Et surgens, venit. Y se levantó y fue. Y se arrojó a los pies de su padre...
     Su padre lo esperaba. Y le recibió con los brazos abiertos.
     Y volvió a ser el hijo en la casa de su padre.

     He imitado al pródigo en su locura. Le imitaré también en su arrepentimiento.
     Me levantaré e iré. Yo sé que mi Padre me espera.
     Él me recibirá con los brazos abiertos.
     Él me perdonará mi ingratitud.
     Él me devolverá la gracia perdida.
     Regocijado con mi regreso, me estrechará contra su Corazón.
     ¡Que ese abrazo sea eterno!
     En el cielo se regocijan con el regreso del hijo que se había perdido y ha aparecido de nuevo; que había muerto y ha resucitado.
Alberto Moreno S. I.
ENTRE EL Y YO

viernes, 1 de mayo de 2015

EVANGELIO, LIBRO DE LA BUENA NUEVA...

     La apologética, que tiende a demostrar las armonías de la Fe con las demás formas de la Verdad, es útil y necesaria y ha tenido su periodo de florecimiento. Es uno de los puntales de nuestra fe.
     Pero, confesémoslo, su lenguaje es a veces demasiado intelectual, poco asequible, convincente pero no sabroso.
     Hoy, sin duda por moción del Espíritu Santo, hay minorías y agrupaciones selectas que quieren nutrir sus creencias en fuentes más intimas, en la nativa pureza de los manantiales...
     Existe una manifiesta voluntad de retorno a la Biblia, a los Padres de la Iglesia, a la liturgía o culto integral del Cuerpo Místico.
     La predicación y la exposición doctrinal de los últimos años tenía ya un copioso repertorio de frases hechas y de fórmulas gastadas, que resbalan, ineficaces, sobre el alma de muchos cristianos.
     ¿Por qué no volver a la Palabra Eterna, a los cofres archimillonarios de los Padres, a la voz entrañable de la Iglesia orante?
     Tomemos el Evangelio. "El Evangelio -dijo Monseñor D´Hults-, no es solamente una voz que habla al alma; es también un espíritu vivo que desciende sobre ella..."
    Es fresco, nuevo y persuasivo como el primer día...
     El mensaje de los ángeles navideños nos silgue colmando el alma de secretas dulzuras y esperanzas...
     El sermón de la montaña, con sus bienaventuranzas, sigue siendo lámpara de santificación individual y de paz social...
     Las palabras de Cristo en la cena y en la Cruz son eternas, conmovedoras y lacerantes.
     En verdad, "nadie ha hablado como Él"..., según confesaban sus oyentes...
     En verdad, "Tu, Señor, tienes palabras d vida eterna"...
     Porque Cristo es la luz del mundo. El nos trajo palabras de cielo, divinas, conocidas en el seno del Padre.
     Y si es verdad que el Evangelio es una doctrina y una moral, es, ante todo y sobre todo, una Persona. Cristo es el Evangelio, la Buena Nueva, la Vida.
     -Veni et vide... Ven y mira, decía Jesús a los que andaban inquietos en busca de la verdad.
     San Juan vio, y después dio testimonio. Y escribió de lo que había visto... "Quod vidimus..."
     San Pablo vio, y después pudo decir: "no tengo otra ciencia sino Cristo, y Cristo crucificado. Mi vivir es Cristo".
     San Francisco de Asís y San Ignacio de Loyola vieron y quedaron prendados y prendidos de Cristo.
     Estos dos santos, comenta E. Boularand, S.J., "son convertidos de escasa cultura intelectual. Ellos aprenden a Jesucristo directamente, sin tamizarlo a través de las doctrinas Paulinas, como por ejemplo Dom Columba Marmión. El Salvador crucificado, por una gracia de extraño poder, graba sus trazos en sus corazones y los lanza en su seguimiento, como a los apóstoles. De esta suerte, la imitación de Cristo que ellos nos proponen tienen algo de simple. Es la del modelo evangélico contemplado en sus actos, percibido en sus palabras, vivido en su espíritu.
     Su idea de la santidad se reduce a amar al Salvador, a seguirlo mediante una respuesta heroica a su llamamiento, en pobreza y en humildad y en llevar gozosamente la cruz.
     Por eso San Francisco de Asís, según se colige de sus escritos, concede soberana importancia a las palabras, a la vida, al Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo.
     Por eso san Ignacio, en su libro de los Ejercicios, nos hace pedir la gracia de conocer a Cristo íntimamente en todos sus misterios, de sentir sus dolores y sus gozos, para mejor amarlo y seguirlo".
     Leeré el santo Evangelio. Me acercaré a sus páginas con ojos sencillos y corazón abierto. Y notaré que al fresco hálito de sus páginas, sencillamente sublimes, se me irá clarificando el alma. Sus cláusulas candorosas desarman interiormente todo ese tinglado de suficiencia y d pedantería ridícula que es nuestro hablar y nuestro saber. El Cardenal Gomá escribía: "Te asegura este ya viejo obispo, que ha revuelto muchos libros durante su vida, que no hallarás lectura más regalada y provechosa que la del Evangelio si llegas a tomarle "su gusto". Y el Cardenal Mercier, en el atardecer glorioso de su vida, , decía a un religioso:
     -"¿Quiere usted ver mi biblioteca? Véala aqui..."
     Y señalaba, en un extremo de su escritorio, el Evangelio y las Cartas de San Pablo...
R. P. Carlos E. Mesa, C.M.F.
CONSIGNAS Y SUGERENCIAS PARA MILITANTES DE CRISTO