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miércoles, 26 de agosto de 2015

Carta Pontificia sobre fuentes del Pentateuco

     Carta de la Pontificia Comisión Bíblica al eminentísimo cardenal Suhard, arzobispo de París, sobre la fecha de las fuentes del Pentateuco y sobre el género literario de los once primeros capítulos del Génesis, 16 de enero de 1948

     El cardenal Suhard, arzobispo de París —a instancias, según parece de un grupo de profesores y maestros franceses que deseaban saber lo que se debe enseñar sobre las fuentes del Pentateuco y sobre el carácter histórico de los once primeros capítulos del Génesis—, presentó al Santo Padre Pío XII esta doble cuestión. Por encargo del Pontífice, la Comisión Bíblica contesta con la presente carta.
     Tras una breve introducción, en la que se proclama con palabras de la encíclica Divino afflante la «más completa libertad exegética dentro de los límites de la enseñanza tradicional de la Iglesia» y se aconseja «interpretar a la luz de esta recomendación del Soberano Pontífice las tres respuestas oficiales dadas por la Comisión Bíblica a las cuestiones antes mencionadas»;
     1.° se da por cierta la existencia de fuentes en el Pentateuco, aunque subrayando la situación de crisis en que se encuentra la clásica teoría Graf-Wellhausen y recomendando un nuevo examen científico de la cuestión en la esperanza de que «tal estudio conseguirá, sin duda, confirmar la gran parte y el profundo influjo que tuvo Moisés como autor y como legislador»; y
     2.° reconociendo que los relatos de los once primeros capítulos del Génesis «no contienen historia en el sentido moderno de la palabra», se afirma, sin embargo, que «de hecho refieren en un lenguaje simple y figurado, acomodado a la inteligencia de una humanidad menos avanzada, las verdades fundamentales presupuestas por la economía de la salvación, al mismo tiempo que la descripción popular de los orígenes del género humano y del pueblo elegido».

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     Eminencia: El Sumo Pontífice se ha dignado confiar a la Comisión Bíblica Pontificia el examen de dos cuestiones propuestas recientemente a Su Santidad sobre las fuentes del Pentateuco y sobre la historicidad de los once primeros capítulos del Génesis. Estas dos cuestiones, con los considerandos y votos correspondientes, fueron objeto del más atento estudio de los reverendísimos consultores y eminentísimos cardenales miembros de la susodicha Comisión. Como consecuencia de sus deliberaciones, Su Santidad se dignó aprobar la siguiente respuesta en la audiencia concedida al firmante con fecha 16 de enero de 1948.
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     La Comisión Bíblica Pontificia se alegra de rendir homenaje a la filial confianza que movió a dar este paso y desea corresponder con un sincero esfuerzo para promover los estudios bíblicos, asegurándoles, dentro de los límites de la enseñanza tradicional de la Iglesia, plena libertad. Tal libertad está afirmada en términos explícitos en la encíclica Divino afflante Spiritu por el Sumo Pontífice gloriosamente reinante, con estas palabras: “El intérprete católico, animado por fuerte y activo amor de su disciplina y sinceramente unido a la santa madre Iglesia, no debe abstenerse de afrontar las difíciles cuestiones que hasta hoy no se han resuelto, no sólo para rebatir las objeciones de los adversarios, sino para intentar una sólida explicación en perfecto acuerdo con la doctrina de la Iglesia, especialmente con la de la inerrancia bíblica y capaz al mismo tiempo de satisfacer plenamente a las conclusiones ciertas de las ciencias profanas. Recuerden, pues, todos los hijos de la Iglesia que están obligados a juzgar no sólo con justicia, sino también con suma caridad los esfuerzos y las fatigas de estos valerosos operarios de la viña del Señor; además de que todos deben guardarse de aquel celo, no muy prudente, por el que todo lo que sea nuevo parece que por eso mismo debe impugnarse o ser objeto de sospecha” (AAS [1943] p.319).

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    A la luz de esta exhortación del Sumo Pontífice, convendrá comprender e interpretar las tres respuestas oficiales dadas por la Comisión Bíblica a las cuestiones antes mencionadas; esto es, la del 23 de junio de 1905 sobre relatos que, dentro de los libros históricos de la Biblia, no tendrían de historia sino la apariencia (Ench. Bibl., 154); la de 26 de junio de 1906 sobre la autenticidad mosaica del Pentateuco (Ench. Bibl., 174-177), y la del 30 de junio de 1909 sobre el carácter histórico de los tres primeros capítulos del Génesis (Ench. Bibl., 332-339); y así se concederá que tales respuestas no se oponen de hecho a un ulterior examen verdaderamente científico de aquellos problemas según los resultados conseguidos en estos últimos cuarenta años. Por consiguiente, la Comisión Bíblica no cree que sea el caso de promulgar, al menos por ahora, nuevos decretos sobre dichas cuestiones.
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     En cuanto a la composición del Pentateuco, ya en el  decreto antes recordado de 27 de junio de 1906, la Comisión Bíblica reconocía poderse afirmar que “Moisés, al componer su obra, se sirvió de documentos escritos y de tradiciones orales”, y admitir también modificaciones o añadiduras posteriores a Moisés (Ench. Bibl., 176-177). Nadie ya, en el día de hoy, pone en duda la existencia de tales fuentes o rehúsa admitir un progreso creciente de las leyes mosaicas, debido a condiciones sociales y religiosas de los tiempos posteriores, progreso que se refleja incluso en los relatos históricos. Sin embargo, sobre la naturaleza y el número de tales documentos, sobre su nomenclatura y fecha, se profesan hoy, aun en el campo de los exegetas no católicos, opiniones muy divergentes. Y no faltan en varios países autores que, por motivos puramente críticos e históricos, sin ninguna tendencia apologética, rechazan resueltamente las teorías hasta ahora más en boga y buscan la explicación de ciertas particularidades del Pentateuco, no tanto en la diversidad de los supuestos documentos cuanto en la especial psicología y en los singulares procedimientos, ahora mejor conocidos, del pensamiento y de la expresión entre los antiguos orientales, o también en el diverso género literario requerido por la diversidad de materia. Por eso invitamos a los doctos católicos a estudiar estos problemas sin prevenciones, a la luz de una sana crítica y de los resultados de aquellas ciencias que tienen interferencias con esta materia. Tal estudio conseguirá, sin duda, confirmar la gran parte y el profundo influjo que tuvo Moisés como autor y como legislador.
     Bastante más oscura y compleja es la cuestión de las formas literarias de los primeros once capítulos del Génesis. Tales formas literarias no responden a ninguna de nuestras categorías clásicas y no se pueden juzgar a la luz de los géneros literarios grecolatinos o modernos. No se puede, pues, negar ni afirmar en bloque la historicidad de todos aquellos capítulos, aplicándoles irrazonablemente las normas de un género literario bajo el cual no pueden ser clasificados. Que estos capítulos no forman una historia en el sentido clásico y moderno, podemos admitirlo; pero es un hecho que los datos científicos actuales no permiten dar una solución positiva a todos los problemas que presentan dichos capítulos. El primer oficio de la exegesis científica en este punto consiste, ante todo, en el atento estudio de todos los problemas literarios, científicos, históricos, culturales y religiosos que tienen conexión con aquellos capítulos. Después sería preciso examinar con más detalle el procedimiento literario de los antiguos pueblos de Oriente, su psicología, su modo de expresarse y la noción misma que ellos tenían de la verdad histórica. En una palabra, haría falta unir sin prejuicios todo el material científico paleontológico e histórico, epigráfico y literario. Sólo así puede esperarse ver más claro en la naturaleza de ciertas narraciones de los primeros capítulos del Génesis. Con declarar a priori que estos relatos no contienen historia en el sentido moderno de la palabra, se dejaría fácilmente entender que en ningún modo la contienen, mientras que de hecho refieren en un lenguaje simple y figurado, acomodado a la inteligencia de una humanidad menos avanzada, las verdades fundamentales presupuestas por la economía de la salvación, al mismo tiempo que la descripción popular de los orígenes del género humano y del pueblo elegido. Entre tanto, hay que practicar la paciencia, que es prudencia y sabiduría de la vida. Esto es inculcado también por el Padre Santo en la ya citada encíclica: “No debe maravillarse —dice— si no todas las dificultades han sido hasta ahora superadas y resueltas... No ha de perderse por eso el ánimo; no se olvide que ocurre en los estudios humanos como en las cosas naturales: que las obras crecen lentamente y no se consiguen frutos sino después de muchas fatigas... No será, pues, vano esperar que con una constante aplicación llegue la ocasión de ver plenamente esclarecidas también las cosas que ahora parecen más complejas y dificultosas” (1.c., p.318).
     Inclinado al beso de la Sagrada púrpura, con los sentimientos de la más profunda veneración, me profeso de vuestra eminencia reverendísima humilde servidor.—G. M. Vosté, O. P., consultor secretario”.
DOCTRINA PONTIFICIA
Tomo I Documentos Biblicos
B.A.C.

martes, 25 de agosto de 2015

Jacobinos, Jacobitas

JACOBINOS
     Es el nombre que se da en Francia a los dominicos o hermanos predicadores, por motivo de su convento principal que se halla en la calle de Santiago en París. Era un hospital de peregrinos de Santiago, cuando se establecieron en él los dominicos en 1218.

JACOBITAS
     Herejes eutiquianosmonofisitas, que no admitían en Jesucristo mas que una sola naturaleza, compuesta de la divinidad y humanidad. Es común este error a los coptos de Egipto, a los abisinios o etíopes, a los sirios del patriarcado de Antioquía y a los cristianos del Malabar, que se llaman cristianos de santo Tomás. hemos hablado de los jacobitas coptos y de los etíopes en sus artículos: conviene dar a conocer a los sirios. Nadie ha hecho su historia con mas exactitud que el sabio Assemani en su Bibliot. orient., t. 2.
     En la palabra Eutiquianismo, hemos seguido los progresos de esta herejía hasta el momento que sus partidarios tomaron el nombre da jacobitas.
     A fines del siglo V, los secuaces de Eutíques, condenados en el concilio de Calcedonia, estaban divididos en muchas sectas y próximos a destruirse. Severo, patriarca de Antioquia, jefe de la secta de los acéfalos, y los demás obispos eutiquianos, conocieron la necesidad de reunirse. El año 551 eligieron por obispo de Edesa a un tal Santiago Baradea o Zánzalo, fraile ignorante, pero astuto, insinuante y activo, y le dieron el titulo de metropolitano ecuménico. Recorrió el Oriente, reunió las diferentes sectas de eutiquianos, y fue su jefe; por esto se han llamado jacobitas. Estos sectarios, protegidos primero por los persas, enemigos de los emperadores de Constantinopla, después por los sarracenos, entraron; poco a poco en posesión de las iglesias de la Siria, sometidas al patriarcado de Antioquia, donde se han conservado hasta el presente.
     Durante las cruzadas, cuando los príncipes de Occidente conquistaron la Siria, los papas nombraron un patriarca católico de Antioquia, y en esta comarca volvieron a tomar los católicos ascendiente sobre los jacobitas. Entonces estos manifestaron algún deseo de reunirse a la Iglesia romana; pero este designio no tuvo ningún resultado. Desde que los sarracenos o turcos volvieron a entrar en posesión de la Siria, los jacobitas perseveraron en el cisma; los católicos que se hallan en aquel país, sobre todo en el monte Líbano, son llamados maronitas y melquitas.
     Sin embargo, muchos viajeros modernos nos aseguran que el número de jacobitas disminuyó por los progresos que hicieron en Oriente los misioneros católicos. En 1782, M. Miroudot, obispo de Bagdad, consiguió hacer elegir por patriarca de los jacobitas sirios a un obispo católico que se ha reconciliado con la Iglesia romana con cuatro de sus co-hermanos. Las conversiones de estos sectarios serian mucho mas frecuentes, sin las persecuciones que los católicos experimentan todo los días por parte de los turcos.
     En muchas partes, los jacobitas sirios se han reunido a los nestorianos, aunque en el principio sus sentimientos sobre Jesucristo fueron diametralmente opuestos, y se han separado de los coptos egipcios del patriarcado de Alejandría, que originariamente procedían del mismo tronco, porque los jacobitas sirios ponen aceite y sal en el pan de la Eucaristía, uso que los jacobitas egipcios no han querido tolerar jamás. Así estos sectarios están divididos en el día en jacobitas africanos y en jacobitas orientales o sirios.
     Muchos autores han creído que en el fondo los jacobitas en general no estaban ya en los sentimientos de Eutíques, y que desechaban el concilio de Calcedonia por pura prevención. Se han engañado, porque M. Anquetil, que ha visto en Malabar en 1758 obispos sirios jacobitas, y que refiere su profesión de fe, dice que están todavía en el mismo error que Eutíques. Admiten en Jesucristo, Dios y hombre perfecto, una persona y una naturaleza encarnada, sin separación y sin mezcla; así se explican. Verdaderamente que estas últimas palabras parecen contradictorias a su error, y M. Anquetil se lo hizo observar; mas no por eso se obstinaron menos en sostenerla de este modo. (Zend-Avesta, lib. 1, 1° parte, pág. 165 y sig.). Cuando si les pregunta, cómo puede suceder que la divinidad y la humanidad sean en Jesucristo una sola naturaleza, sin estar mezcladas y confundidas, dicen que esto se hace por la omnipotencia de Dios; que verdaderamente esto no se concibe, pero que nada es concebible en un misterio como el de la Encarnación. Algunos han tratado en diversos tiempos de reunirse a los católicos, pretendiendo que no se habían separado de ellos mas que por una disputa de palabras, pero lo cierto es, que están bien aterrados en su error. Profesan condenar a Eutíques, porque dicen que ha confundido las dos naturalezas en Jesucristo, sosteniendo que la divinidad había absorbido la humanidad: nosotros creemos firmemente que ambas subsisten sin mezcla y sin confusión.
     Mas lo que prueba, o que ellos mismos no se entienden, o que disfrazan sus sentimientos, es que sostienen, como los monotelitas, que no hay en Jesucristo mas que una sola voluntad, a saber, la voluntad divina; suponen pues que en él la naturaleza humana no está entera, puesto que se halla privada de una de sus facultades esenciales, que es la voluntad. Hablando del eutiquianismo, hemos manifestado que este aferramiento de los monofisitas no es una pura disputa de palabras, como muchos protestantes han querido persuadirlo.
     Según la relación de Assemani, además de este error principal, algunos jacobitas han dicho que Jesucristo está compuesto de dos personas, este es el error de Nestorio; mas confundían el nombre de persona con el de naturaleza. Otros, como los griegos, han negado que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, no obstante que no es este el sentimiento común de la secta. Pretenden, como los armenios, que los santos no gozarán de la gloria eterna, y que los malos no serán enviados al suplicio eterno, sino después de la resurrección general y el juicio final. Así no admiten el purgatorio, no obstante que en general oran por los difuntos. Se les ha acusado falsamente de negar la creación de las almas.
     Reconocen siete sacramentos, y creen, en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía; mas admiten la empanación, o una unión hipostática del pan y del vino con el Verbo. Sin embargo, no hay ningún vestigio de este error en sus liturgias; aun se halla en ellas el término transmutación hablando de la Eucaristía. (Perpet. de la fe). Creen, como los griegos, que la consagración se hace por la invocación del Espíritu Santo; consagran con pan fermentado contra el antiguo uso de la Iglesia siria, y ponen también sal y aceite. Estos jacobitas sirios no practican la circuncisión, como hacen los abisinos o etíopes, pero dan la confirmación con el bautismo. Administran la extremaunción que llaman la lampara; han conservado el uso de la confesión y de la absolución; creen disoluble al matrimonio en ciertos casos graves.
     Malamente se ha puesto en duda la validez de su ordenación; Morino no ha referido fiel ni enteramente el rito que observan en ella: Assemani detalla muy extensamente las ceremonias de la elección y de la ordenación de su patriarca, lo mismo que Rénaudot ha descrito exactamente las que observan con respecto al patriarca jacobita de Alejandría. No confunden al clero con el pueblo, como hacen los protestantes. Ordenan cantores, lectores, subdiáconos, diáconos, arcedianos, sacerdotes, corepíscopos, perodianos o visitadores, obispos, metropolitanos o arzobispos, un patriarca; pero no distinguen mas que seis ordenes, tres menores y tres mayores. Tienen un oficio divino al que están obligados los clérigos; permiten a los eclesiásticos casados vivir con las mujeres que han tomado antes de ordenarse, pero no casarse después de su ordenación: para hacer obispos, eligen ordinariamente monjes; el patriarca es el que los elige y ordena.
     Han conservado el estado monástico; hay entre ellos monasterios de uno y otro sexo, en los cuales se hacen votos de pobreza, continencia y clausura, en los que se practica una abstinencia perpetua y muchos ayunos. Además de la cuaresma y el ayuno de los miércoles y viernes, tienen los de la Virgen, de los Apóstoles, de Natividad, de los Ninivitas, y cada uno de estos ayunos dura muchas semanas.
     En el oficio divino, según la versión siríaca del antiguo y nuevo Testamento, celebran en siríaco, aunque su lengua vulgar sea el árabe; aun han llevado a las Indias su liturgia siríaca. Para el uso ordinario, tienen una versión árabe de la Sagrada Escritura que han hecho del siríaco.
     La principal liturgia de los jacobitas sirios es la que lleva el nombre de Santiago: también se sirven de ella los católicos sirios llamados maronitas y melquitas. Por consecuencia es mas antigua que el cisma de los jacobitas o eutiquianos, y que el concilio de Calcedonia, puesto que después de esta época han formado una secta absolutamente separada de los católicos. Esta liturgia no es la misma que la que ha sido hecha por Santiago Baradea ó Zánzalo, jefe de los jacobitas. De modo que en ella se hallan los dogmas que han desechado los protestantes, bajo pretexto que eran innovaciones hechas por la Iglesia romana; la intercesión e invocación de la Virgen y de los santos; las oraciones por los difuntos, la creencia de las penas expiatorias después de la muerte, la noción de los sacrificios, etc. Los jacobitas tienen todavía otras muchas bajo diferentes nombres, como de San Pedro, de San Juan Evangelista, de los doce apóstoles, etc. Se les conocen cerca de cuarenta.
     Estos herejes separados de la Iglesia romana hace mil doscientos años, ciertamente que no han tomado de ella, ni su creencia, ni sus ritos, y no se han unido de común consentimiento para corromper su liturgia por agradar a los católicos. Deben pues los dogmas profesados en la liturgia siríaca de Santiago haber sido la creencia común de la Iglesia universal en 451, época del concilio de Calcedonia, que ha dado lugar al cisma de los jacobitas; y por otra parte está probado que esta antigua liturgia era la de la Iglesia de Jerusalen. (Santiago el Menor, y las Liturgias orientales publicadas por el abad Renaudot, t. 2).
     El estudio de la Sagrada Escritura y de la teología ha sido cultivado por los jacobitas sirios hasta el siglo XV. Assemani da el catalogo de cincuenta y dos autores de esta secta y la noticia de sus obras. Los dos mas célebres de estos escritores son Dionisio Bar-Salibi, obispo de Amida, que vivió a fines del siglo XII, y Gregorio Bar-Hebraeus, llamado Abulpharage, patriarca de Oriente, que nació el año 1220. A este último se le ha acusado malamente de haber apostatado. No se debe confundir con Abulpharagius Abdalla Benattibus, sacerdote y monje nestoriano, que murió el año 1043. Mas, después del siglo XIV, los jacobitas sirios han caído en la ignorancia; su secta, esparcida otras veces en la Siria y en la Mesopotamia, se ha disminuido mucho por los trabajos de los misioneros católicos.
     En vano Mosheim y algunos protestantes triunfan de la resistencia que los jacobitas sirios han opuesto a los emisarios de los papas y a los misioneros que han querido traer estos sectarios al seno de la Iglesia romana; estos esfuerzos no han sido tan inútiles como se pretende. Por otro lado, ¿que importa a los protestantes la conversión o la resistencia de los Jacobitas? Estos no piensan como ellos, los anatematizarían si los conociesen. Pero tal es la extravagancia y el aferramiento de los protestantes; alaban el celo y el valor con que los sectarios orientales han propagado sus errores, y vituperan la diligencia de los misioneros católicos en hacer prosélitos. Atribuyen las misiones hechas en el Norte a la ambición de los papas, no dicen nada del ardor con que los patriarcas griegos, coptos, sirios jacobitas y nestorianos han extendido y ejercido su jurisdicción sobre los obispos y las Iglesias que los reconocen por pastores. Disimulan y perdonan a los herejes orientales todos sus errores, porque no se han sometido a los papas, toman en el sentido mas odioso todos los artículos de la creencia de los católicos que les place desechar.

viernes, 21 de agosto de 2015

APENDICE I.- NOTAS DEL DOCTOR BERMEJILLO

Urgencia en la administración del bautismo (núm. 10, final).

     En los nacimientos prematuros, la determinación de peso es dato fundamental para permitir valorar la viabilidad del recién nacido. Pesos inferiores a 1000 gramos son incompatibles con la supervivencia, por lo general, salvo curiosas excepciones (observaciones de Heubner, Kelber, Suñer, Sarabia, etc.). La posible carencia de balanza para determinar el peso del recién nacido hará tener muy presente que todo parto prematuro, entre 26 y 30 semanas de gestación, trae a la vida un ser con grandes probabilidades de muerte pronta por debilidad orgánica, a más de la influencia nociva de las mismas causas que han motivado esa anticipada presentación del parto (sífilis, tuberculosis, procesos intensamente febriles de la madre, traumatismos, etc.).
     La asfixia «neonatorum», en las dos formas ya clásicas (Baginski) de cianosis lívida o apoplética y asfixia pálida o, mejor, plomiza, con relajación muscular, obligarán a ser prontos en la aplicación del bautismo, ya que ambas son de serio pronóstico, y muy especialmente la segunda, o asfixia grave.
     Otrosí, acaece la urgencia en los casos de espina bífida, mielocele abierto, encefalocele, acrania y anencefalia, melena de los recién nacidos —melena vera—, enfermedad de Wincheel, cianosis apirética con icteria y la adiposis aguda o enfermedad de Buhl.

Estado de muerte aparente (núm. 11).
     Difícil es señalar con certeza el momento irreversible de la muerte real. «No están estudiados científicamente los estados algo prolongados de muerte aparente; sin duda, se debe a que los procesos vitales son tan mínimos, que escapan a nuestra vista.» (Véase Gierke.) Es cierto que «atria mortis» los constituyen el encéfalo, corazón y pulmones; especialmente sensible e inactivable es el tejido nervioso, sufriendo la falta de una irrigación sanguínea con suficiente aporte de oxígeno y otros metabolitos, aunque en ahogados y en algunos ahorcados haya sido posible reactivar su función nerviosa algún tiempo después de cesar las actividades vitales por recuperación de sus funciones cardiorrespiratorias.
    En los recién venidos al mundo, el «rigor mortis» y el «algor mortis» (rigidez y frialdad) no pueden tener valor, por las especiales condiciones ambientales en que se encuentran dentro del claustro materno. Tienen, por el contrario, todo valor decisivo las modificaciones cadavéricas o maceraciones necrótícas del tegumento que, asépticamente, se producen por autólisis de los tejidos bajo la acción de sus propios fermentos celulares, que les son nocivos cuando la vida cesa.

Bautismo de los acardiacos (núm. 41).
     En la terminología actual de las anomalías teratológicas (Tendeloo, Gruber, Roux, etc.), se entiende por acardiacos los casos gemelares univitelinos en los que existe la total falta de corazón (holoacardíacos) o existencia de corazones deformados o incompletos (hemiacardíacos). Ciertamente, en estos casos suele haber anomalía craneal o encefálica también, aunque en muchos la acefalia es sólo aparente, y la radioscopia demuestra la existencia, en el polo cefálico del monstruo, de un esqueleto craneal más o .menos completo (seudoacéfalos). Los defectos o anomalías formativas, por defecto de cráneo y encéfalo, van siempre correlativas, de manera tal, que las acranias o hemicranias son acompañadas siempre de acefalia o hemicefalia.

Posibilidad de la continencia (núm. 96).
     Es fundamental para una buena conducta, y posteriormente para su fácil mantenimiento, no tan sólo rechazar las tendencias, sino dominarlas totalmente. Mantener la castidad del cuerpo, sin practicar la castidad de los sentidos de más amplia capacidad captante —vista y oído—, es cosa incompleta y seguramente fácil al fracaso. Querer castidad de cuerpo y haber imaginación lujuriante, es torpeza de conducta y visión estrecha e incompleta del problema.
     El pansexualismo tipo Freud ha sido fogonazo efímero; y su mismo discípulo Adler, mejor observador y quizá más libre de prejuicios tendenciosos, lo abandonó, siguiendo derroteros más correctos en la búsqueda de la raíz fundamental de las tendencias humanas.
     «El encauzamiento de energías hacia un ideal noble», como bien dice el autor de este libro, encierra toda una fórmula, que en su análisis aparece integrada por dos componentes: el primero, ideal noble o motivación; el segundo, encauzamiento de energías, volición Arme y consecuente, una vez motivada. Pero nunca hay que olvidar lo indicado antes; debe llegarse, como en tantas otras cuestiones, a la verdadera unidad de intención, sin divisiones ni polivalencias, con pureza integral y precavida; en otra forma más frecuente, pero más imperfecta y claudicante, de querer y no poder, como afirma la filosofía materialista, la castidad es muy difícil, y del rechazamiento y no desplazamiento total de los deseos y tendencias, si brotan procesos psiconeuróticos, siempre que la fórmula constitucional de cada organismo disponga hacia la neurosis.
     Una vez más, la Ciencia y la Doctrina cristiana obtienen una misma y coincidente resultante. No es lo malo para el cuerpo encauzar y eliminar tendencias; lo malo para el cuerpo —neurosis en este caso— y para el alma —pecado— es rechazar y atraer a un tiempo; frenar lo físico acción y no desplazar lo psíquico—imaginación, deseos, incentivos.

Freud y el psicoanálisis (núm. 110).
     El reciente fallecimiento del creador del Psicoanálisis hace que sea de actualidad el puntualizar la crítica de su doctrina. Ha tenido el profesor Freud el mérito de reaccionar contra el psicologismo experimental, que, centrado en el mecanismo de la psicología naturalista, consideraba al hombre como una «cosa», siendo, por el contrario, un complejo anímico-corpóreo o «persona» («Personalismus», de Stern y Scheler; Stern, «Psichologie und Personalismus»), Freud realizó el valor interpretativo de las pasiones, instintos y emociones; señaló la lesividad psíquica del remordimiento y del apocamiento, la influencia de la vida afectiva en la vida psíquica, etc., etc.; pero centró su fundamento erróneamente en la vida sexual y fantaseó no poco sobre este eje interpretativo. Sus errores fueron señalados por personalidades científicas de lengua alemana, como Foester («Religión und Charakterbildung»), Ch. Mayland («Freud’s Tragischer Komplex, eine Analyse der Psycho-analyse»), Allers, Bopp, Prinzhorn y Mittenswey («Krisis in der Psycho-analyse»), etc., etc. Por otra parte, la Psicoanálisis, realzando la necesidad del desahogo, iluminó, como señala Muncker, la importancia de la confesión desde el punto de vista natural, aparte de las gracias sobrenaturales del Sacramento (Muncker «Katholische Seelsoge und Psycho-analyse»). La distinta orientación de Adler, sumada a la labor de Foester, Klage, Haebeiílin, etc., ha formado la moderna caracteriología. Adler («Heilen und Bilden», etc., etc.).

Enfermedades que prohíben el matrimonio (núm. 112).
     Los cardiópatas masculinos, en razonable estado de compensación (absoluta y aun relativa: disnea de esfuerzo moderada), pueden matrimoniar, si están en edad de ello (20 a 35 años) y son conscientes de su aptitud física, máxime si la cónyuge tiene una edad pareja y una inteligencia y espíritu cristiano suficientes. Sin duda que puede obtenerse beneficio con el matrimonio en tales circunstancias. En las mujeres afectas de cardiopatías, su mayor parte consecutivas a carditis reumáticas (hablamos de los 20 a 35 años), precisan, para obtener del médico consultado a estos efectos un dictamen favorable, estar en compensación perfecta. En tal estado, es decir, cuando en la dinámica de la vida la enferma se desenvuelve como una sana, el matrimonio y sus naturales consecuencias—embarazos- no tienen, por lo general, más peligros que en otras mujeres, siempre que se conduzcan con el higienismo de todo género que es siempre de desear. La experiencia nos ha mostrado bastantes casos de mujeres con procesos orificiales del corazón que han tenido por cima de ocho y diez embarazos normales y sin poner en peligro la vida de la madre o infante, por lo que al corazón respecta.

La blenorragia (núm. 112).
     La incultura, por un lado, y la desaprensión, por otro, son causas de muchas esterilidades, en uno y otro sexo, así como también de daños en la descendencia cuando ésta se consigue.
     En el aspecto de disminución de natalidad tiene la blenorragia más importancia que la sífilis. ¡Tanta es su trascendencia social! Ciertamente que la resistencia del gonococo, agente etiológico de la blenorragia, frente a los medios terapéuticos, era comparativamente mucho mayor que la del espiroqueta «pallida» frente a los arsenicales, mercuriales y bismúticos.
     Por fortuna, en estos últimos tiempos, Domagck —Premio Nobel de Medicina— y otros investigadores y clínicos de todos los países, han puesto en uso los cuerpos sulfamídicos (molécula sulfonitrogenada con núcleos bencénicos) de efectivo valor terapéutico.
     Aún no se ha llegado al ideal; más bien puede decirse, con la mayoría de los doctos opinantes en la reunión de dermo-venereólogos españoles, en Sevilla y año actual, que ha sido el paso más firme y valioso dado en la terapia de las infecciones gonocócicas.

La eugenesia (núm. 112 c.)
     La higiene de la raza, en toda su amplitud y complejidad abarca más problemas que la propia eugénica iniciada por Galton. En este sentido la comprende el profesor Banu, de Bucarest, uno de cus más completos tratadistas (1939). La extensión adquirida por estas materias puede valorarse por las publicaciones de los Rassekurs in Egendorf (Munich, 1935), los múltiples trabajos aparecidos en los Archiv für Soziale Higiene und Demographie, en el American sour of public Health and the National health, en los Congresos latinos de Eugénica, etc., etc.
     Es materia en evolución científica y en parte relacionada con la política étnica. El criterio moral y católico está bien señalado por el autor de este libro.

Dr. Mons. Luis Alonso Muñoyerro
MORAL MEDICA EN LOS SACRAMENTOS DE LA IGLESIA

jueves, 20 de agosto de 2015

Ut videam

HAZ QUE YO VEA
     Esa era la petición de Bartimeo, el ciego de Jericó.
     Llena de confianza en el poder de Cristo.
     Nacida del fondo del alma, porque sentía íntimamente la miseria de su ceguera.
     Nada le importaba la multitud que rodeaba al Maestro.
     Nada le importaba que quisieran hacerle callar.
     No; él se haría oír. Y eso bastaría, porque —estaba seguro de ello— Jesús no se haría sordo a su súplica. Había oído decir tantas cosas buenas de Él!...
     Sí, sí, bastaría que Él le oyese.
     Y gritaba más y más alto cada vez.
     Él le curaría. ¡Copio saltaba ya de gozo en su esperanza! Él le curaría, y vería... ¡Ah! ¡Cuántas cosas deseaba ver!
     Jesús le oyó.
     Y Bartimeo, el ciego, abrió los ojos, y vió.

     Maestro, que yo también vea. Esa es también mi petición.
     Yo necesito ver, porque... ¡yo también soy ciego!
     Ciego, no para las cosas de la tierra: ¡ cuántas veces las veo demasiado! Pero sí ciego para las cosas de mi alma, para las cosas del cielo.
     Necesito, Señor, tu luz: esa luz que penetra hasta lo más recóndito del alma, que ilumina las más oscuras tinieblas.
     Que yo vea, Señor:
     mi pasado; para llorar de corazón mis extravíos: ¡son tantas las veces que he transitado por las sendas oscuras de la perdición y del pecado!
     mi presente; para conocerme tal cual soy delante de Ti. Tal vez ese conocimiento me causará temor, porque encontraré tal vez tantas cosas que no sospechaba o que había ya olvidado. Pero ese conocimiento será, al mismo tiempo, el principio de mi salvación;
     mi futuro; para prever, Señor, para defenderme, para encaminar mis pasos por senderos de luz, por esos senderos por donde caminas Tú, Luz verdadera, que ilumina a todos los hombres de buena voluntad.
     Que yo te vea siempre a Ti, Señor; que te vea en todas partes y en todos los momentos.
     Y que viéndote, te siga, como te siguió Bartimeo, cantando tus alabanzas.
     ¡Siguiéndote a Ti nunca caminaré en las tinieblas!
Alberto Moreno S.I.
ENTRE EL Y YO

martes, 18 de agosto de 2015

LA EXCOMUNIÓN DE UN SACERDOTE (III)

Por el Dr. Homero Johas

PARTE II.- SENTENCIAS DE LA CARTA CONTRA LA FE DIVINA (2)
3.- Falsedades heréticas.


     "Quiso Dios por su infinita misericordia, que los auxilios ordenados para la salvación por institución divina y no por necesidad intrínseca, en ciertas circunstancias, donde sólo el voto y el deseo existan, puedan también tener los efectos necesarios para la salvación.
     Vemos claramente enunciado esto en el Concilio de Trento sobre el Bautismo de la regeneración y sobre la Penitencia".

     La Carta pervierte el sentido del Bautismo y Penitencia por deseo. 
     Pretende igual efecto con causas desiguales. De un lado: "solo la institución divina" del otro lado: "sólo el voto o deseo" humano. Establece igualdad entre el hombre y Dios.
     Lo que es de necesidad absoluta, como medio único de salvación, según la palabra divina, se vuelve cosa múltiple, cosa relativa “sólo a la voluntad humana”, individual y libre.
     Por lo tanto la verdad absoluta se vuelve variable con las circunstancias.
     Lo que es fraude, falsedad, mentira.
     Existe enorme diferencia entre lo enseñado por el Concilio de Trento sobre el catecúmeno que se salva por el Bautismo de deseo y lo que enseña la Carta que cualquier hombre fuera de la Iglesia.
     El catecúmeno es un adulto con uso de razón y voluntad libre, con conocimiento de la doctrina cristiana, con voluntad libre para querer recibir el Bautismo y entrar en la Iglesia. Profesa, de modo público e explícito los artículos del Símbolo de la fe, de la verdadera fe universal, común a todos; quiere cumplir los preceptos divinos de ser bautizado y de entrar a la Iglesia; quiere tener la fe operante por la Caridad; profesa los dogmas de fe. Si no recibe el bautismo de agua es contra su voto y deseo, porque la muerte le impidió recibir el Sacramento.
     Según la Carta, cualquier adulto, con uso de razón y voluntad libre, en vez del Ciencia de la salvación, la fe universal, tiene ignorancia invencible de las verdades de fe; no profesan de modo explícito y consciente los artículos de fe, tendría apenas un deseo implícito e inconsciente de “adherir” a la Iglesia. No tiene una fe verdadera universal, confesada de modo público y explícito, ni las obras imperadas por el precepto divino; no conoce y no profesa los dogmas de fe.
     Si él no se bautiza, no entra en la Iglesia, no manifiesta el querer ser bautizado y el querer entrar en la Iglesia. Una adhesión libre a una Iglesia de esencia ignorada no está subordinado al deber de creer y al deber de obrar, por precepto del único Dios verdadero, por los únicos medios de salvación: la fe verdadera y la verdadera Iglesia, los Sacramentos, y los mandamientos.
     Mientras el catecúmeno cumple las condiciones de salvación por imperio de la autoridad divina tal hombre, fuera de la Iglesia, no manifiesta ni conoce la doctrina de la verdadera fe y ni quiere cumplir lo necesario para obtener la salvación eterna.
     Uno conoce y obra según los dogmas de la fe verdadera; el otro no conoce y no obra según estos. Uno no entra en la Iglesia contra su voluntad de querer entrar; el otro no manifiesta la voluntad del Bautismo de agua y de entrar en la Iglesia. Se somete a la autoridad divina, condición necesaria de salvación (Rom XIII, 1-2); El otro no.Uno tiene la fe verdadera que opera por la Caridad; El otro no tiene la fe verdadera, sino que la pervierte, afirmando no ser necesario lo que es de absoluta necesidad. Uno quiere entrar en la Iglesia por el Bautismo; el otro dice que “no es necesario” esto.
     Uno sigue el dogma de fe; el otro niega el dogma de fe. Uno sigue la verdad absoluta; el otro sigue su propria ignorancia; coloca una verdad variable con las circunstancias; no necesaria sino libre, no universal sino individual; no segura, sino insegura; no consciente sino inconsciente; no explícita sino ficticia; uno con la ciencia racional, el otro sin ciencia racional, con ignorancia individual, uno con la revelación divina, el otro con la ignorancia del Agnosticismo. Ahí se iguala el hombre a Dios; la verdad al error; lo necesario a lo libre; lo perenne a lo mudable; lo subordinado a la verdad y ley de Dios y lo no subordinado a la voluntad y ley de Dios.

     La Carta contradice al Concilio de Trento, a los dogmas de Fe. La Iglesia siempre enseño la universalidad, unicidad y necesidad del dogma de fe: “Fuera de la Iglesia nadie se salva”. Ella es el “medio único de salvación”.
     La Iglesia nunca enseñó que alguien se salva sin Bautismo; de agua, o de deseo; no enseñó la salvación sin querer expresamente recibir el Bautismo, sin conocer la doctrina sobre la fe verdadera. El Concilio de Trento enseñó siempre la necesidad del Bautismo con una forma, y no otra: “Si alguien dice que los Sacramentos de la Nueva Ley no son necesarios para la salvación, sino superfluos, y que, sin ellos o sin el voto de ellos, los hombres conseguirán la salvación sólo por la fe (...) sea anátema” (D.S. 1604).
     La Carta retira la necesidad del Bautismo y de la Penitencia como cosa necesaria para el perdón de los pecados. Iguala a quien quiere recibir estos Sacramentos a quien no los quiere recibirlos por excusas pervertidas y falsas doctrinas. Desliga la existencia del efecto de la existencia de la causa, o de la condición necesaria para que la causa produzca el efecto. Muda la voluntad de recibir el Bautismo y de entrar a la Iglesia como cosa no libre por simple necesidad de “adhesión” libre a la Iglesia, cuya identidad es ignorada.

     La voluntad humana natural no opera por la fe sobrenatural cuando contradice el dogma de fe universal y no observa los mandamientos, o, por lo menos manifiesta de modo explícito, o deseo de observarlos.
     Sin la fe operante por la Caridad, la voluntad natural no produce el efecto sobrenatural.
     La fe no es sólo un acto de voluntad libre individual, es también un acto de razón, una promesa de cumplir el deber de creer y el deber de obrar según las verdades y los mandamientos imperados por la autoridad divina. Así, retirándose el objeto racional del deber de creer no se produce el efecto de la fe operante por la Caridad. Tal fe, si existe, está en el juicio y voluntad propria del sujeto humano; y no en el único Dios verdadero.
     Ahí se enseña la consecución del fin de la salvación sin el medio único necesario para conseguirlo. Los pecados individuales serian perdonados sólo por el acto de voluntad humana; con cualquier fe querida por la voluntad individual; sin la fe en aquello que la autoridad de Cristo incluyó en el deber de creer. El hombre aquí se separa de la autoridad divina de Cristo.
     Aquí se destruye la subordinación necesaria a la Sede de Pedro para salvarse (D.S. 875); Mas allá del apartamiento de la necesidad de los Sacramentos queridos, por la voluntad humana (Rom. 13,1-2).
     Tales personas por esto, son: anti-intelectualista; anti-conclavistas y anti-sacramentalistas. En realidad son anti-cristianos. Como todos los herejes niegan la “subordinación” a la Sede de Pedro (D.S. 3060) y la recepción necesaria de los Sacramentos. Entretanto el Concilio de Trento condena: “Si alguien dice que el Bautismo es libre y no necesario para la salvación, sea anátema” (D.S. 1618).
     Lo mismo está dicho sobre la Penitencia; “Si alguien niega que la confesión sacramental, o que no fue instituida por derecho divino, o que no es necesaria para la salvación (...) sea anátema” (D.S. 1706).
     Se coloca estos Sacramentos como “auxilios” útiles, como superfluos, de modo que “sin ellos”, la salvación podría ser conseguida. Y también sin entrar en la Iglesia, igualmente, la salvación podría ser conseguida. Por esto no es siempre necesario el deseo explícito de los Sacramentos y de entrar en la Iglesia. (D.S. 1604).

     Se afirma que los Sacramentos no son de “necesidad intrínseca”.
     Entretanto, lo que no es de necesidad ontológica, absoluta, puede ser de “necesidad absoluta sólo por institución divina”. Lo que Dios quiere, de modo absoluto, por sus enseñanzas, es de necesidad absoluta. Por lo tanto es falso que “Dios quiso” dos cosas opuestas por contradicción, cosa que es contra la “necesidad intrínseca”, metafísica. Ahí, se niega la necesidad metafísica la cual el proprio Ente divino está subordinado: “El no puede ser y no ser, al mismo tiempo, bajo el mismo aspecto”. Así la Carta va contra lo que es de necesidad metafísica. Y coloca la voluntad humana del agnóstico sobre la verdad absoluta de los seres que existen. Encima del principio de identidad y de no contradicción. Ahí se subordina la voluntad divina a la humana y se coloca al arbitrio humano sobre la verdad del ser, en cuanto ser. Los principios ontológicos de los seres estarían subordinados “sólo a la voluntad humana”. La voluntad de cada uno determinaría lo necesario y lo no necesario; la verdad y el error como pretendieron racionalistas ineptos, condenados por Pió IX (D.S. 2903).
     El sofisma de la supremacía absoluta del arbitrio de cada uno.
     La fe divina y los mandamientos divinos universales, en la verdad de las normas del creer y del obrar, no pueden estar subordinadas a la pluralidad de voluntades libres individuales opuestas entre si porque la verdad es única y no múltiple. No está bajo el examen libre de los sujetos como lo pretendió la estulticia de Lutero.

     Condenó el Tridentino la sentencia de Lutero:
     ‘Si alguien dice que fuera de la fe, en el Evangelio, nada fue preceptuado; que son indiferentes las otras cosas, no preceptuadas y no prohibidas, sin embargo libres; o que no pertenecen a los cristianos los diez mandamientos, sea anátema” (D.S. 1569).
     Los preceptos que son los mandamientos están incluidos en las verdades de la fe. La misma verdad divina impone “deberes” en el creer y en el obrar. Y “la verdad no contradice a la verdad” (D.S. 1441). El mismo Dios impera ambas normas. La misma razón conoce la Lógica, la Ontologia y la Etica. No la voluntad libre de cada uno.

     Por lo tanto la fe verdadera es universal, es perenne, no varía “conforme as circunstancias”, conforme con los “deseos humanos”, conforme con “lo que quieren los hombres de nuestra época”, como pretende el Vaticano II, contra el Vaticano I (D.S. 3020). Tal doctrina está bajo anátema de la Iglesia (D.S. 3043). La verdad arbitraria no es verdad racional porque la razón es una facultad no libre y la voluntad es facultad apetitiva y no cognoscitiva.
    La libertad sobre materia religiosa es la negación de la forma racional no libre sobre el objeto de la verdad religiosa. Sólo un irracional puede afirmar esto.

     La Carta afirmó antes la validez del dogma de fe para los que lo conocen; y después afirma la invalidez para quien lo ignora. Relativizan la verdad divina de necesidad absoluta, a los individuos humanos. Y el no conocimiento de la verdad divina, la ignorancia, también salvaría. Y con esta ignorancia en la parte racional, la “adhesión” libre, de la parte volitiva individual al que por la razón no conocen, también salvaría. Por lo tanto la salvación quedaría bajo el arbitrio humano. Y en vez de la “ordenación de Dios” (Rom 13,1-2) “cada uno se ordena a si mismo por sentencia de su proprio espíritu” (Vaticano II ). Así el “juicio proprio” del hereje (Tit. 3,10-11) ahí se substituye la verdad universal de Dios. No se habla ahí en verdad de Dios, sino “voluntad de Dios” y en “voluntad propia”. Y esta genera la “fe propia” y la “norma propia”, por el amor propio. La libertad religiosa individual excluye la verdad religiosa universal, la subordinación a un sólo Dios verdadero, único (Rom. 13,1-2). El Dogma es apartado por la Ética agnóstica.


     Por lo tanto, no se cambia la verdad universal por la voluntad individual; el dogma por opiniones humanas; los mandamientos de Dios por los deseos de los hombres; la obediencia a Dios por el consenso de las voluntades humanas.
     Para salvarse, por voluntad divina, es necesario confesar la fe divina universal íntegra y recibir el Bautismo y observar los mandamientos divinos y obedecer al Vicario de Cristo; tener conocimiento de la fe cristiana y no “ignorancia” de las verdades de Cristo y de modo “inconsciente”, según la voluntad de los hombres. Nadie se salva haciendo su propia voluntad, por “sentencia propia”, sin Dios. Esto es Ateísmo.


4.- CAMINO DEL ANTICRISTO

     “La Iglesia es un auxilio general para la salvación. Por lo tanto, para que alguien obtenga la salvación eterna, no es necesario siempre que este realmente incorporado a la Iglesia como miembro”.


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     1. Se coloca un “deber” moral de decir, subordinado al arbitrio individual, una norma ética, contra el Magisterio universal de las verdades divinas que deben ser creídas, por autoridad divina. Los Concilios confiesan el dogma universal firme: “Creemos que nadie se salva fuera de la Iglesia”. Ella es el “único medio de salvación; cualquier otro camino lleva a la perdición eterna. (D.S. 1351).
     Aquí se subordina la Lógica racional y el Dogma de fe universal a una Ética, norma del obrar, desvinculada de la norma del creer. Se aparta de la fe verdadera. Se sigue una “norma de obrar” que viene “sólo de la voluntad y deseo” de cada uno; no de la razón ni de la Revelación divina. Tal es la Ética laica, de los ateos, de los agnósticos, de los anti-católicos, de los que se fundan en las voluntades humanas y no en las verdades  leyes divinas.
     Este “deber de decir” contradice el “deber de creer” en el dogma de fe universal. Procede del sofisma según el cual lo que es “sólo de institución divina” no es de “necesidad absoluta”, sino apenas un “auxilio” libre, sin el cual la salvación puede, igualmente, ser conseguida.
     Esto viene de la “Razón Práctica” de Kant, procedente de la “Razón teórica” del Agnosticismo.
     Mons. M. Lefebvre se separó de la Lógica absoluta de los principios y el Dogma para usar este concepto práctico, como los agnósticos. Quien no sometió su juicio”, como los herejes (Tit. III, 10-11) y su voluntad “en obsequio a Cristo” (2 Cor X, 5). Sigue el Modernismo separándose de las verdades de fe (D.S. 3426), condenado por Sao Pío X.
     La secta de los acéfalos también dice que “un papa no es necesario”, “no existe el acuerdo de los hombres", de los “nuevos católicos”.
     Convierten la obra divina en obra humana (Gregorio XVI).

     2. Por la Iglesia la identidad que existe entre la necesidad del Sacramento del Bautismo y la de entrar a la Iglesia es que ambos son de necesidad absoluta para la salvación. Pero según la Carta y los herejes, ambos no son necesarios para la salvación. Cambian el dogma. La Carta es una contradicción a los dogmas de la Iglesia. No quiere el “Cristianismo dogmático” (D.S. 3465). Substituye a Dios por el arbitrio de los hombres. Dios seria igual al hombre. Ahí está la libertad y la igualdad de los agnósticos, de los masones, de los “derechos individuales” separados de las normas universales del creer y del obrar procedentes de Dios.

     3. Como consecuencia de la falsa concepción del Bautismo de deseo, enseñado por la fe católica, que exige ser miembro de la Iglesia para la salvación eterna; ahora se niega la necesidad del bautismo, y de pertenecer a la Iglesia para la salvación eterna. Se niega el dogma de fe “fuera de la Iglesia nadie se salva”, la Iglesia es el único medio” de salvación. Se predica de modo contrario a lo que enseña la Iglesia sobre los catecúmenos: ellos profesan la fge verdadera y contra su voluntad no reciben el Bautismo de agua. La Carta, al contrario, deduce que no es necesario pertenecer a la Iglesia para salvarse; no afirma la necesidad de la Ciencia de salvación que existe en la fe universal; ni la necesidad del Bautismo; ni la de querer pertenecer a la Iglesia. Enseña que el Sacramento y la Iglesia son meros “auxilios” y que, sin ellos, la salvación puede ser conseguida. Contra el Concilio de Trento (D.S. 1604). Contra el dogma (D.S. 1618). El Dogma es cambiado por el Liberalismo. Por el fraude: lo necesario se vuelve no necesario. En lugar de la norma racional del creer, la norma ética da “adhesión” volitiva, libre, sin la obediencia a la autoridad divina superior a la autoridad divina de la cual proceden el deber de creer y de obrar.

     4. Hay otra contradicción a otro dogma: el de la necesidad de la obediencia al Pontífice romano para la salvación (D.S. 875); reiterado por el Vaticano I (D.S. 3060). Por el “juicio” de cada uno, por el arbitrio individual: por esto, sólo hacen su voluntad y no obedecen al Pontífice romano y al Magisterio universal de la Sede de Pedro. Lo que está condenado por Dios (Rom. XIII, 1, 2). La Carta es una obra prima de la malicia. En vez de la obediencia a Dios, cada uno obedece su verdad, su fe propia, su norma propia.

     5. Pero nadie puede tener “adhesión” volitiva a la Iglesia, por norma ética, si antes no conoce la Iglesia y está “inconsciente” sobre el objeto al cual se debe “adherir”. Quien desprecia el dogma, la norma del creer, no sabe cual es la verdad de fe universal a la cual debe “adherir”.
     Por lo tanto él acreditará lo que quiso; “su verdad”, “su fe”, en si mismo y no en Dios. Apartó el objeto imperado por la autoridad divina y escogió libremente aquello que quería creer. No se aparta impunemente la razón y la verdad universal.
     Así tal persona no se salva porque o su camino de salvación es el de su juicio propio y no el camino único de Dios, de Cristo. Contradice el camino de Cristo; quiere otro, separado de Cristo, el del anti-Cristo.
     “Quien no está con Cristo está contra Cristo”.

5.- Implícita negación de la fe

     “Pero no siempre es necesario que este voto sea explícito, como en los catecúmenos. Donde el hombre padece de ignorancia invencible, acepta Dios el voto implícito. Está ele contenido en la buena disposición del alma por la cual el hombre quiere que su voluntad sea conforme con la voluntad de Dios”.
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     1. Continua la Carta cambiando lo que es necesario por lo que no es necesario; quiere cambiar el dogma, el Derecho divino, el Magisterio de la Iglesia, retirar la necesidad absoluta de la verdad racional natural y de la fe divina. No es necesario el Bautismo y la Penitencia para el perdón de los pecados; ni pertenecer a la Iglesia; ni que el deseo de pertenecer a la Iglesia sea explícito y consciente. Esto es, no es necesario que exista en el orden público, exterior de la Iglesia; visible, ni que distinga entre los muchos artículos del Símbolo de Fe que son propuestos por la Iglesia; cada uno con una verdad distinta de otro: sobre la Santísima Trinidad, encarnación del Verbo, Sacrificio de Cristo, resurrección de la carne, remisión de los pecados, comunión de los santos...
     San Pablo ordena la confesión pública de la fe (Rom. X, 10). La Iglesia ordena creer en todo lo que enseña su Magisterio universal como verdad revelada (D.S. 3011).
     El objeto de la voluntad que quiere “adherir” a la Iglesia es una verdad racional que debe ser creída y mantenida, sin lo que el acto de la voluntad no seria determinado. Quien manda el deber de creer, impera también lo que debe ser el objeto del acto de creer.
     En el adulto, dotado de uso de razón y de voluntad libre exige la Iglesia que no sólo “quiera” pertenecer a la Iglesia de modo explícito; sino que sea también “consiente” e “instruido” sobre las verdades de fe que son necesarias conocer por “necesidad de medio” de salvación (Canon 752). (D.S. 2380).
     La Iglesia niega el Bautismo a quien no sea un “creyente explícito” en las doctrinas de la fe (D.S. 2381). Ella exige que la persona crea no sólo en la existencia de Dios, sino que también tenga: “fe explícita en Dios remunerador” (D.S. 2122).
     “Sin la fe verdadera es imposible agradar a Dios” (Hebr. XI, 4). Quien ama a Dios busca conocer lo que pertenece a la ciencia de Dios y cumple sus mandamientos.

     2. Se pretende la salvación por la “ignorancia” sobre las verdades de fe; sin el objeto racional de la fe imperado por Dios a la criatura, su Divinidad, su doctrina, sus leyes. Con el “voto inconsciente”con silencio sobre la fe en el orden exterior. El voto implícito es una implícita negación de la fe en el orden exterior (Cánon 1325). Quien no confiesa la fe delante de los hombres, también Cristo no lo confesará delante de su Padre, en los cielos.
     No puede existir “fe sobrenatural” en quien contradice dogmas de fe y no confiesa la fe, de modo explícito, en el orden exterior. Y quien tiene la f determinada “sólo por voto y deseo” individual y libre. Sin integridad de la fe nadie se salva (D.S. 75). Quien no cree en aquello que es el objeto del deber de creer, de modo explícito y público, pudiendo y debiendo hacerlo, no se salva (Jo III, 18).

     3. En los adultos, dotados de uso de la razón y de voluntad libre, creer y amar a Dios es imposible sin la gracia de Dios. Dios no manda cosas imposibles (D.S. 1536). Esto es herejía de los jansenistas (D.S. 2001-2006). El hombre tiene el deber de cooperar con la luz y gracia divina y no de mantenerse pasivo en el Quietismo (D.S. 1554). “Quien no escuche a la Iglesia sea para ti, como un pagano” (Mt. XVIII, 17). Dios “no acepta” lo que es opuesto a la Revelación divina y al Magisterio universal de la Iglesia. Lo que “Dios quiere” no es la contradicción a los dogmas de fe; el libre-examen de la Revelación. El “querer” que todos los hombres vengan al conocimiento y se salven (1 Tim II, 4); mas no por el juicio propio; sino según la ordenación de la Iglesia. Lo que “es bueno y acepto delante de Dios” no es lo que enseña la herejía; sino lo que enseña el Magisterio de la Iglesia. El Vaticano II invierte la doctrina; usa fraudes.

     4. No tiene “buena disposición del alma” los que mutilan y contradicen los dogmas de fe y no se someten a los deberes de creer y de obrar. Tales personas tienen mala disposición del alma; invierten el bien y el mal (Is. V, 20), por la malicia viperina. Son subversivos, con su “juicio propio” (Tit. III, 10-11).

     5. La voluntad de Dios está contenida en los dogmas y leyes del Magisterio de la Sede de Pedro y no en la voluntad propia de las personas subversivas, no sumisas a este Magisterio. No existe “conformidad” entre la verdad divina universal y las voluntades humanas individuáis de los que contradicen al Magisterio universal de la Iglesia. La conformidad de la mente y voluntad de los fieles no es la mente y voluntad de los infieles. No existe conformidad entre el Templo de Dios y los templos de los ídolos (2 Cor VI, 14-18). No existe igualdad entre doctrinas opuestas por contradicción, entre Lucifer y Cristo. “Quien no está con Cristo, está contra Cristo”. Quien desprecia el Magisterio de la Iglesia, desprecia a Cristo (le. 10,16).
     “Así como el hombre está obligado a creer, así también está obligado a creer de modo explícito” (S.Tomás, S.T. 2-2,2,5).
     San Pablo ordena la confesión pública de la fe (Rom X, 10), no la implícita e inconsciente.
     Quien tiene “consenso con la iniquidad”, no tiene consenso con la verdad divina.
     Los hijos de las tinieblas tiene consenso con las doctrinas de las tinieblas; no con las doctrinas de los hijos de Dios por adopción.

     6. Los hijos de las tinieblas dirán que “Pio IX tuvo el mérito de introducir en el Magisterio de la Iglesia” la doctrina de la salvación fuera de la Iglesia por voto implícito, por ignorancia invencible.
     Tal sentencia es enteramente falsa Pio IX enseñó el dogma de Fe: “fuera de la Iglesia nadie se salva”. Nada enseñó sobre voto implícito e inconsciente. Enseñó que la “ignorancia invencible”, en los que poseen de hecho la buena disposición del alma, cumpliendo la ley natural, teniendo disposición para obedecer a Dios; viviendo de modo honesto y recto, “por la operación de la luz divina y de la gracia”, puede conseguir la salvación eterna, no teniendo pecados personales. Dios puede no dar la gracia como pena de pecados personales, por acto de justicia. Por lo tanto, Pio IX nada cambió en el Magisterio de la Iglesia en ese punto.

       7. Por lo tanto, la no confesión pública y explícita de la fe es el “silencio de los impíos en las tinieblas” (1 Reg. II, 9). Es un silencio condenado por Clemente XI en los jansenistas: la fe debe ser confesada de modo implícito y explícito; de modo oculto y público; interior y exterior. Fuera de la Iglesia, con el “inconsciente”“implícito”, no se está en el orden público y visible de la Iglesia; existe aquí ‘‘una implícita negación de la fe”.

COETUS FIDELIUM
N° 10 Marzo 2014
Traducción:
R.P. Manuel Martinez H.