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domingo, 31 de julio de 2011

La Educación de la Juventud: Un arma contra la Iglesia y la Ciudad de Dios

La Educacion de La Juventud Un Arma Contra La Iglesia y La Ciudad de Dios

viernes, 29 de julio de 2011

Del proceso de canonización de San Vicente Ferrer


Fueron tantos los milagros que hacía Dios por el glorioso Santo, que poco tiempo después de su muerte concurrían de muchas partes al sepulcro, no solamente personas particulares, pero muchas iglesias parroquiales en procesión, para alcanzar de Dios algunas mercedes por los méritos del maestro Vicente. Hízose allí en Vannes un libro de los milagros que acontecían, el cual fué enviado a La corte del Papa Martino V. Porque los prelados y príncipes de Bretaña rogaban al duque don Juan que pidiese al Papa que le canonizase; y lo mesmo le suplicó él al sucesor del Martino, que fué Eugenio IV. El cual aunque vivió en el pontificado dieciséis años, no acabó de dar conclusión en lo que se le pedía. A Eugenio sucedió Nicolao V, en cuyo tiempo se apretó mucho este negocio: porque (como él dice en su Bula, que comienza Sunctorum Patrum) aquellos días se tuvo un capítulo de la sagrada religión de los predicadores en Roma, y suplicaron los padres al papa les hiciese merced de canonizar al maestro fray Vicente. Llegaron en aquella coyuntura embajadores del rey don Juan II de Castilla, y del rey don Alonso V de Aragón, y del duque don Pedro de Bretaña, hijo de don Juan, con la mesma demanda. Por donde movido el dicho Papa, mandó a tres cardenales (uno de los cuales fué don Alonso de Borja) que entendiesen en inquirir y examinar los milagros que del maestro Vicente se contaban. Comenzaron ellos a tomar los dichos de algunos testigos que se hallaron en Roma, y como no pudiesen cómodamente ir a Bretaña para tomar las deposiciones de otros, cometieron sus veces a Rodulfo, obispo Dolense a, y a Juan, obispo Maclonense (que habían oído predicar hartas veces al Santo) y dos otras personas constituidas en dignidad.
Usaron de su poder con tanta diligencia estos señores, que dentro muy poco tiempo cerraron el proceso de los milagros. Aunque al principio, llegándoles el mandamiento de los cardenales y queriéndole ejecutar, hallaron en Vannes una pestilencia tan encendida para tomar las deposiciones de los testigos, y así se resolvieron de quedarse en un lugar apartado de ella, que se llama Malestret. Esto fué el postrero día de octubre de 1453. Y como era grande incomodidad para los testigos haber de ir desde Vannes allá, proveyó Nuestro Señor milagrosamente en ello. Porque de allí a cinco días estando juntos los obispos comisarios, se fué para ellos Ivo, obispo de Vannes, haciéndoles saber cómo ya era cesada la pestilencia en la ciudad, y que podían seguramente entrar en ella. Todavía ellos esperaron hasta los 20 de noviembre, y entonces fueron recebidos en la iglesia con gran solemnidad por el obispo y clérigos y ciudadanos, los cuales estuvieron muy alegres, así por verse libres de la pestilencia (la cual por espacio de un año y cuatro meses los había maltratado) como porque su Santo había de ser muy honrado luego. Cantó devotamente el obispo en Vannes una misa del Espíritu Santo y predicó un padre maestro carmelita, muy aficionado a la honra del maestro Vicente, encareciendo mucho a los obispos prosiguiesen con diligencia en lo que habían comenzado.
Fuéronse después todos al sepulcro del Santo, el cual hallaron que tenía sobre sí un principal túmulo de piedra, armado encima de cuatro columnas, y cubierto con un paño de oro. Era tan crecido el deseo que tenían los bretones de verle canonizado, que siendo más de mil los que allí estaban entre eclesiásticos y seglares, todos juntos levantaron las manos al cielo, y hacia el altar mayor, y juraron delante los comisarios que el que allí estaba enterrado había sido (según ellos entendían) buen hombre y fiel católico, y justo y acepto a Dios, y que había guardado la fe en el Padre e Hijo y Espíritu Santo; y que todo lo bueno que hizo y dijo viviendo, lo recibió a honra de Dios. ítem, que había sido grande predicador, santo hombre, muy honesto y de irreprensible vida; y que desde su muerte hasta aquel día siempre había hecho grandes milagros; y que ellos eran testigos de vista, que muchos ciegos, contrechos, locos, y que habían dado al través en el mar, e infinitos hombres heridos de pestilencia, en diversos tiempos, confesaron haber sido libres de todos estos trabajos por los merecimientos del maestro Vicente. Tras esto, mostraron a los comisarios tantas imágenes de cera, tantos lienzos, tantos palos de cojos, tantas cruces de madera, y tantos féretros o ataúdes de muertos resucitados por el maestro Vicente, que en muchos días no se pudiera hacer arancel de todo ello. Por tanto, dijeron, que firmísimamente creían que el sobredicho maestro Vicente era santo.
Oídas estas cosas por los obispos, fué grande el gozo que de ellas recibieron, y determinaron quedarse en Vannes a tomar las deposiciones. Y fué tanto el concurso de los testigos, que dentro de dieciocho o diecinueve días recibieron por manos de un notario allí en Vannes 241 testigos de diversos milagros. Y después, fuera de Vannes, por el ducado de Bretaña se recibieron otros muchos. Finalmente, en el año 1454 volvió otra vez uno de los comisarios a la ciudad de Vannes y halló tantos milagros hechos desde el año pasado, que no osó de emprender de escribirlos; sino que, como un hombre que nada contra la corriente de un río, si crece mucho el agua, se deja llevar de ella, así este obispo se dejó de ser juez y quiso él también ir tras la corriente de los testigos. Y dice que eran tantos los milagros de San Vicente, que no se podían escribir ni contar. Cerrándose, pues, el proceso de Bretaña, fué enviado a Roma por el mes de abril del año 1454.
Entre tanto que estos comisarios andaban en estas informaciones de bretones, parecióles a los cardenales, que sería bien hacer la misma pesquisa en otras partes del mundo. Por tanto hicieron sus comisarios en Tolosa, en el Delfinado y en Ñapóles, a otros arzobispos y obispos y a un patriarca de Alejandría con otros prelados, para que todos ellos buscasen testigos y tomasen sus dichos con toda la presteza posible.
En estas cuatro partes de la Europa se hizo inquisición sobre la vida y milagros del maestro Vicente, demás de la que se había hecho primero en Roma. Verdad es que a mis manos no han llegado las deposiciones recibidas en Roma y en el Delfinado (que según yo creo eran las más principales, porque en ellas debían ser testigos unos cardenales, de quien hace mención Pío II en su Bula) sino las de Bretaña, Tolosa y Napóles: y aun éstas no todas. Porque dado caso que el papa Calixto las mandó guardar en Roma, en el convento de Santa María sobre la Minerva, pero después con el saco que padeció la Santa Ciudad, en tiempo del papa Clemente VII, que fué en el año 1527, se perdieron a lo que se cree; y solamente se han hallado unas 300 deposiciones que estaban en el convento de Santo Domingo de Palermo, en Sicilia, y de allí las han traído a Valencia. Acá en estas partes de España, no hallo que se tomase información alguna para canonizar a San Vicente; o si se tomó, no llegó a Roma antes de la canonización. Y cierto que no dejara de ser gran luz para mí, si así se hiciera, porque no fuera menester buscar con tanto cuidado y trabajo las cosas a este Santo, tocantes a nuestro reino.
Cerrados los procesos, enviáronlos a Roma los comisarios en fin del año 1454. Al año siguiente enfermó y acabó su vida devotamente el papa Nicolao V; de manera que no pudo dar conclusión en lo que tanto deseaba, es a saber: en la canonización del maestro Vicente. Advierta el lector la grande virtud y eficacia de las palabras de San Vicente, que por haber él profetizado que Calixto le había de canonizar, no quiso Dios que Martino, ni Eugenio, ni Nicolao, le canonizasen. Y que esto se haya de referir a particular providencia de Dios, pruébase porque todos ellos fueron aficionados grandemente a la Orden de Santo Domingo, y en especial Martino y Eugenio; pues veremos que Martino hizo presidente del Concilio de Sena en su lugar al General de la Orden, aunque en compañía de otros tres excelentes varones; gran parte de su pontificado moró en el monasterio de Santa María de Novella de Florencia, y envió un cardenal de la Orden por legado suyo a Hungría y Bohemia, e hizo otro del mismo hábito. Eugenio se mostró más aficionado, porque, demás de habitar mucho tiempo en aquel monasterio, hizo muchas otras cosas, como que levantó la misma Orden notablemente. Quiso que parte del célebre concilio florentino se tuviese en la misma Novella, y que de cuatro eminentes hombres que se habían de elegir para disputar contra los griegos, los dos fuesen de los Predicadores, el uno obispo, y el otro maestro en Teología, nombrado fray Juan de Montenegro, el cual convenció al obispo de Efeso, como lo cuenta San Antonio, que, según él dice, se halló presente a ello. ítem, el mismo Eugenio publicó un cardenal de la Orden, hecho por Martino; e hizo otro llamado Juan de Torquemada, gran canonista y español. Allende de esto, quitó a los Silvestrinos el convento de San Marcos de Florencia (que después ennobleció tanto Cosme de Medicis, con edificios, riquezas y libros) y dióle a la Orden, y se halló presente a su consagración. Finalmente él hizo arzobispo de Florencia a San Antonio; y le amó tanto, que cuando se hubo de morir quiso que le diese los sacramentos de la Iglesia y le ayudase a bien morir el sobredicho Santo. Pues, ¿no es maravilla que siendo esto así no acabasen de canonizar a San Vicente, pidiéndolo con tanta instancia los príncipes del mundo y teniendo ellos tanta voluntad de hacerlo?
Ni piense nadie que lo dejaron por haber padecido todos los tres en su pontificado grandes trabajos y persecuciones, que no les dieron lugar de entender en negocio de canonizaciones. Porque no era bastante razón aquella, pues sabemos que Eugenio IV canonizó a San Nicolás de Tolentino, fraile de San Agustín, y concedió a los florentinos que rezasen de San Andrés, obispo Fesulano, fraile carmelita. También Nicolao V canonizó a San Bernardino de Sena, fraile menor. Y pues ya el lector tendrá entendida la fuerza de la profecía de San Vicente acerca de su canonización, quiero que juntamente con esto entienda, cómo Nuestro Señor en el tiempo de los sobredichos papas ya mostraba que era su voluntad que su siervo fuera canonizado.
Había en la ciudad de Vannes un hombre llamado Perino Heruco, el cual un sábado súbitamente perdió el juicio, y comenzó a blasfemar de Dios y de Nuestra Señora, y correr por las calles y plazas de la ciudad sin poder ser detenido de otra manera que atado con sogas y cadenas; determinaron de llevarle por fuerza a la iglesia de Nuestra Señora de Buen Don, o de Buena Merced, donde estaba un padre, fray Tomás, carmelita, varón bienaventurado que fundaba un convento de su Orden, para ver si este padre haría algún milagro. Estaba tan endiablado el hombre, que no podía oír con paciencia cosa alguna de Dios, ni sufrir que le echasen encima agua bendita. Decía que tenía en su cuerpo todos los demonios del infierno, y allí de nuevo se puso a blasfemar de Nuestra Señora y escupir hacia el altar; y porque el fraile Tomás le quiso resistir, le mordió con una fiereza de demonio. Por donde dijo aquel padre que le llevasen al sepulcro del maestro Vicente. Que bien se entiende entre teólogos que aunque no tienen que ver en el poder o santidad todos los santos con Nuestra Señora, pero que muchas veces la Reina de los Angeles no quiere hacer milagro en algún enfermo para que se muestre el poder que Dios ha dado a sus santos; de la misma manera que un médico muy afamado, si quiere acreditar algún discípulo suyo muy hábil, cuando le viene alguna grave dolencia entre manos, deja la cura voluntariamente en manos del discípulo para que se vea cuan buen maestro le ha sacado. Los vecinos de este hombre lleváronle al sepulcro de fray Vicente, haciendo cierto voto por él. Pusiéronle encima del sepulcro acostado, y por cabecera le dieron una capa del Santo que les envió la duquesa, y tuviéronle allí por fuerza. Adurmióse con esto él, y vio claramente a San Vicente, el cual entre otras cosas le dijo que luego sanaría. Despertando del sueño dijo a los que allí estaban presentes: ¿Por qué me tenéis asi atado? Ellos contáronle el caso, maravillándose mucho de ver el seso que mostraba. Entonces él les preguntó si habían visto al maestro Vicente. Porque, cierto, había estado allí y le había sanado, y junto con ello mandado que dijese al duque que procurase de canonizarle. Levantóse, finalmente, el hombre y dejó allí colgados los grillos en testimonio del milagro, y los clérigos hicieron luego tocar las campanas de la iglesia, y concurrió infinita gente a ver la maravilla.
Este milagro aconteció unos cinco o seis años después de la muerte del Santo, juntamente con otros muchos que abajo referiremos. Y como viese Nuestro Señor que el negocio de la canonización de su siervo no se tratara con el calor que debiera, alzó la mano de hacer favores a los hombres por medio de su Santo. Y así antes que se cumpliese siete años del día de su muerte, cesó de hacer milagros, de tal manera que ya no los hacía tan ordinarios, sino de cuando en cuando. Pero entrando el año 1450 volvió a hacer tantos que era maravilla. Venían hombres con cruces y mortajas, diciendo que San Vicente les había resucitado; otros traían al sepulcro los palos con que se sustentaban cuando estaban paralíticos. Otros le presentaban grillos, y otros, imágenes de cera. Por donde se renovó tanto la devoción de allí adelante, que los ciudadanos de Vannes no se iban las tardes a dormir sin visitar el sepulcro. Otros, no contentos con esto, iban allá descalzos y vestidos de ropas blancas en señal de reverencia, conforme al uso de la tierra. Demás de esto encendióse entre ellos una terrible pestilencia, y vulgarmente decían las gentes que no cesaría si no canonizaban a fray Vicente; y murmuraban mucho, por ver cuan despacio se llevaba el negocio. Aunque en esto no tenían razón, porque dejadas aparte las cosas de la fe, en ninguna otra se procede con más tiento que en la canonización de un Santo.
Pero así como un hambriento no espera que el manjar esté bien cocido, sino que toma algunos bocadillos de él para entretener el hambre, así también era tan grande el deseo que tenían de honrar al Santo sus devotos por todo el mundo, que no esperando el fin de la canonización le daban ya la honra debida a un Santo canonizado. De ahí era que en Vannes junto a su sepulcro, y en Tolosa, y Zaragoza, y en el Pruliano le ponían altares y prometían misas, y a sus reliquias les guardaban casi la mesma honra que hoy, disimulando con ellos los pontífices y los obispos. Nuestro Señor también, mirando a su devoción, hizo en los dichos lugares hartos milagros. Primeramente, en Tolosa, le pararon en el capítulo del monasterio de Santo Tomás de Aquino un altar. Y, entre otros, una señora llamada doña Flos, que no se podía menear, hizo voto al maestro Vicente de ir a visitar aquel altar, y hacer decir una misa si le alcanzaba salud. Hecho el voto, se sintió sana y fué por sus pies a cumplirle. Otra señora también estaba en Tolosa tan mala, y particularmente de dolor de cabeza, que no tenía reposo ni de día ni de noche. A ésta visitó un religioso de Santo Tomás, y la animó a tener devoción al maestro Vicente, y le prometió de traerle el bonete del Santo. Al otro dia trájosele con gran reverencia y púsolo bajo su cabeza, y aquella mesma noche durmió y quedó sana. Visitando después el mesmo religioso a un muchacho que estaba a la muerte, contó el milagro que San Vicente había hecho con esta dueña, que no causó pequeña emoción y esperanza en una abuela y una tía del niño. Rogáronle muy encarecidamente que les quisiese traer el bonete, y trayéndolo él, sanó luego el niño.
Una monja del monasterio de Pruliano (que lo fundó el padre Santo Domingo antes que se confirmase la Orden de Predicadores) estuvo muy mala de espasmos, y un primo suyo que había visto a San Vicente vivo, recelando no se muriese, hizo voto a Dios y a Nuestra Señora y al maestro Vicente que si la religiosa sanaba le haría pintar una imagen del Santo, y la pondría en el sobredicho monasterio. Sanando, pues, la monja después del voto, le cumplió lo que había prometido, e hizo tantos milagros Nuestro Señor por la devoción de aquella imagen, o por mejor decir, del que ella representaba, que luego estuvo todo aquel lugar cargado de presentes, en testimonio de los beneficios que del maestro Vicente recibían los necesitados. Con todo esto, el año 1451 vino una enfermedad a la mesma monja, y su primo, viendo que ya eran muertas 33 monjas de la mesma dolencia y que ella también estaba tal, que en espacio de seis días apenas se había podido conocer si era viva o muerta, hizo otro voto a San Vicente, y tras él vino la salud a la monja, y en agradecimiento de esto, y también de haberle guardado San Vicente al mesmo de la enfermedad que corría, fué a Vannes, que está bien lejos del Pruliano, a visitar su sepulcro.
Un clérigo de misa cayó de una ventana y con el golpe se levantó el un costado más de medio palmo, y padeció por once meses grandes dolores; demás de la pena que recibía de ver en su cuerpo una monstruosidad como aquella. Pero como se acordase de los milagros del Santo, prometió de ir descalzo hasta el Pruliano, y dentro de cuatro días se le quitó el dolor totalmente, y la hinchazón ni más ni menos se resolvió.
Atestigua también don Juan, obispo de Mallorca, en el proceso, que antes de tener aquella dignidad confesó en Zaragoza a un escribano herido de una landre, y entendiendo que ya los médicos le habían desahuciado, le aconsejó que prometiese algo al maestro Vicente. El escribano prometió al Santo que, si lo curaba le representaría cabe su altar una imagen de cera tan grande y de tanto peso como él mesmo era. Venida la noche le apareció el maestro Vicente y le dijo que confiase en Nuestro Señor Jesucristo y que ya tenía salud. De suerte que a la mañana le hallaron el confesor y los médicos libre de la landre.
Otro milagro semejante a éste aconteció a Ivo, abad de Rotono e, de quien ya se hizo mención arriba. Sobrevínole a este buen padre un tan recio dolor de costado, que casi no podía hablar ni menearse tampoco, y llamando de presto al médico del duque de Bretaña, entendieron los monjes por su relación que ya el abad no podía vivir, sino un día natural cuando mucho. Entrando, pues, el prior a visitarle, le dijo con grande tristeza que se aparejase para morir luego. El abad respondió: por cierto, poco bien he hecho yo en este convento. Mas tenía deseo de hacer cosas mayores, si Dios me diera vida. Pero hágase la voluntad de Nuestro Señor. Con todo, yo me he encomendado al maestro Vicente hartas veces y ahora de nuevo me encomiendo a él y os ruego, padre prior, cantéis por mí luego una misa del Espíritu Santo con todos los frailes, y que en ella hagáis memoria del maestro Vicente rogándole por mí. Que cierto si él me cura, yo toda mi vida me acordaré de él, y si algún tiempo le canonizaren, yo le haré pintar en este convento. Dicha la misa, volvió el prior y confesóle, y dióle el Santísimo Sacramento. Y luego al enfermo le vino un sueño, en el cual vio entrar dos santos por su aposento. El uno era el maestro Vicente (a quien conoció muy bien porque le había visto cuando vino a aquel monasterio), el otro era un santo fraile vestido del hábito de San Benito, y dióse a entender que era el mismo San Benito. Dijo, pues, el maestro Vicente al otro Santo: sanemos a este abad que está enfermo, y después vos os podréis ir a Occidente. Palabras son que las trae el proceso en dos partes, aunque yo no sé qué significan. Porque cierto algún misterio era aquél, por el cual San Benito había de ir a las partes más occidentales de Bretaña. Como quiera que sea, el abad despertó con gran alegría suya y con no menor admiración de todos los monjes. Y al otro dia envió un fraile a Vannes para que visitase por él el sepulcro del maestro Vicente y dijese una misa en un altar que estaba puesto allí, haciéndole gracias por el beneficio recibido.
Una mujer fué tan desdichada, que por espacio de tres años estuvo afligida con todas estas enfermedades: estaba hinchada como hidrópica; tenía lepra, apenas podía comer o beber, o dormir, perdió en parte el seso, y a tiempos era atormentada del demonio, y decía que los veía. Por donde fué necesario encerrarla en un aposento. En medio de tantos trabajos no dejaba de encomendarse a muchos santos, y ningún remedio hallaba. A la postre determinó de encomendarse al maestro Vicente, ofreciéndole de visitar en camisa (que así se usaba entonces en Bretaña) su sepulcro, y ofrecer allí un presente de cera, y hacer decir delante del sepulcro una misa. Pasados tres días que hizo el voto, no quiso esperar la merced del Santo para cumplir su promesa, antes bien se hizo llevar allá; y trajo consigo lo que había prometido. Llegando al sepulcro se adurmió y, al cabo de media hora, despertó con tanto esfuerzo que por sus pies se volvió a su casa, y dentro de algunos meses acabó de sanar perfectamente de todas las enfermedades sobredichas. Después de algunos tiempos le sobrevino otra enfermedad de gota en una pierna, y al cabo de tres meses viendo que no podía dormir ni menearse en alguna manera, prometió al maestro Vicente de ofrecerle una pierna de cera y cada año diez sueldos en memoria de los beneficios que de su mano tenía recibidos. Cosa fué maravillosa por cierto, que no pasaron unos días y se halló del todo sana.
Tenían guardado en casa de un ciudadano de Vannes el colchón en que había dormido el Santo, que era bien duro; y viendo un hombre que por espacio de dos o tres días había padecido una calentura pestilencial, acostóse tres veces sobre él, y hallóse sano. Lo mismo casi aconteció a dos otros hombres, que eran padre e hijo. En el monasterio también de Nuestra Señora de Bona requre, o de buen reposo, tenían guardado con gran veneración un bonete del Santo, y dícese en dos partes del proceso que por él se hacían muchos milagros.
Finalmente, en infinitos otros lugares del mundo se guardaban con grande veneración muchas reliquias suyas antes de que fuese canonizado; y en especial en el monasterio de Piedra de la Orden de San Bernardo, que está en Aragón, como tres leguas de Calatayud, y fué reformado por un discípulo de San Vicente, llamado el maestro Felipe. Aconteció una cosa bien notable con las calzas y bonete del Santo. Trajeron allí de Castilla una mujer endemoniada, la cual entre otras cosas decía que tres almas la atormentaban, es a saber: la del rey don Pedro de Castilla, y la de cierto caballero y la de un doctor, que todos eran ya defuntos. Esto de las almas (como lo nota en el proceso un obispo que se halló presente a este milagro), lo decía el demonio mintiendo, para engañar a los simples con sus acostumbrados embaimientos. Pues como a la mujer le calzasen las calzas, y le pusiesen también el bonete, no lo pudo el demonio sufrir con paciencia y daba voces diciendo: ¡Vicentillo, Vicentillo, cómo me abrasan tus calzas y bonete! No se maraville el lector que en tantos lugares hubiese bonetes del Santo, porque con la devoción que todos le tenían, no se descuidaba un momento de cosa alguna, que no se la tomasen para tener sus reliquias y luego sus devotos, y aún a veces los que se las quitaban, le proveían de otra ropa. Y porque sería gran fastidio seguir en un capítulo todos los milagros que el Santo hizo antes de ser canonizado, mejor será hacer de ellos muchos capítulos y ordenarlos como mejor se nos aderezare.
Fray Justino Antist O. P.
VIDA DE SAN VICENTE FERRER

jueves, 28 de julio de 2011

¡ M E X I C AN O !


¡ M E X I C AN O !
I
¡Despierta, Mexicano!
Al fulgor celestial del Sol Cristiano
Se ha despertado el orbe
Y marcha a la conquista de los Cielos!.
En su avance triunfal, que no le estorbe
Tu cuerpo vil tendido por los suelos. . .!
vibró el divino "Alerta"!
Mexicano... ¡Despierta!

II
Recuerda, Mexicano
Que Dios quiso que fueras el hermano
Mayor de una familia.. .
Tus hermanos menores, a la altura
Precediéndote van. . . No se concilia
Con tu sopor la primogenitura. . .
Puede ser que se pierda!.. .
Mexicano. . . Recuerda!. . .

III
¡Vergüenza... Mexicano!. . .
En todo el mundo el adalid cristiano
Combate, y vence o muere;
Sólo de Tí se burlan a su antojo,
Sólo a Tí sin peligro se te hiere!
Y no hay demente, manco, tuerto, cojo.
Que no te humille y venza!. . .
Mexicano... ¡Verguenza!

IV
No llores, Mexicano,
Aunque en suplicio horrible, sobrehumano.
Se calcinen tus huesos. . .
Que no naciste al rayo de la luna,
Ni fue la Paz quien te arrulló con besos.
Naciste en una hoguera. . . Allí tu cuna
"No fué un lecho de flores". . .
Mexicano.. . ¡No llores!.. .

V
¡Combate, Mexicano!
Los laureles no son para el villano
Que, en la lucha sagrada,
Teme la muerte o los peligros mide!. . .
Tu raza fue en martirios bautizada!. . .
Es sangre de Cuauhtémoc e Iturbide
La que en tu pecho late. . .
Mexicano, ¡combate!. . .

VI
No temas, mexicano
Aunque veas en los ojos del tirano
Relámpagos de ira
Y rayos en su diestra: Ve la Historia!
Son esos rayos, cuerdas de la lira
Con que canta la Iglesia de su gloria
Los épicos poemas. . .
Mexicano. . . ¡No temas!!

VII
Contempla, Mexicano:
La Flor Celeste del vergel indiano
Abrió su casto broche
Y esparció sus aromas celestiales
Para tí. . . y en tu cerro. . . y en tu noche!
¡En aquellas ternuras maternales
Tus heroísmos templa!.. .
Mexicano. . .! ¡Contempla!. . .

VIII
¡Estalla, Mexicano!
No te hizo Dios vereda ni pantano
Que pisoteen las fieras...
Te hizo crestón de inacesible cumbre. . .!
Te hizo volcán...! Que rujan tus hogueras!
¡¡Revienta!!. . . A los torrentes de tu lumbre
¿Quién puede poner valla?...
......Oh, Mexicano, ¡estalla...!

IX
Perdona, Mexicano,
A quien te ultraja y burla, que es tu hermano!
Pero, no le perdones
Sino como Jesús.. Cuando el sicario
Te haya crucificado entre ladrones
Por tu fe y tu virtud... En tu Calvario,
En tu hora de nona. . .
Mexicano, ¡Perdona!
Mons. Vicente M. Camacho
26 de julio

Enciclica "Etsi multa"



Carta Encíclica de PÍO IX
Sobre los ataques a la Iglesia en los diferentes países
Del 21 de noviembre de 1873
Venerables Hermanos, salud y bendición apostólica
1. Las presentes terribles calamidades vejámenes a la libertad de la Iglesia.
Si bien por diversos motivos hayamos padecido ya desde los comienzos de Nuestro ya largo pontificado tristes y lamentables cosas, las que en las frecuentes cartas encíclicas enviadas a vosotros detallamos, en estos últimos tiempos se ha agigantado de tal manera esta montaña de pesadumbre que indefectiblemente sucumbiéramos si no nos sustentará la divina Bondad. Más aun las cosas han llegado a tal punto, que sea preferible la muerte a una vida zarandeada por tantas tempestades, y con los ojos vueltos a lo alto, nos sintamos obligados a exclamar: Preferible es morir a contemplar las calamidades de los Santos [1].
Desde que Nuestra amada ciudad, permitiéndolo el Señor, sojuzgada por las armas, fue sujeta al régimen de los hombres despreciadores del derecho, hostiles a la religión, que indiferentemente confunde lo divino con lo humano, ni un solo día ha transcurrido en que no se suman una nueva herida a Nuestro corazón sangrante por causas de las injusticias y vejámenes sin cuento. Resuenan aun en nuestros oídos el llanto y los gemidos de varones y mujeres de las familias religiosas violentamente despojados de sus bienes; ellos están empobrecidos, brutalmente arruinados y desbaratados, como suele acontecer, en estas regiones, donde gobiernan las banderías políticas afanadas en convulsionar todo equilibrio social conforme a lo que afirme el gran Antonio citado por Atanasio, el diablo odia a todos los cristianos, pero no sufre de ningún modo a los santos monjes y a las vírgenes de Cristo. Además, lo que nunca hubiésemos imaginado siquiera la Universidad Gregoriana fue suprimida y deshecha, cuya finalidad según el dicho del viejo autor que escribía del colegio romano de los anglosajones, consistió en formar en doctrina y fe católica a los jóvenes provenientes de las más apartadas regiones para que así confortados en un ambiente santo regresaran a sus naciones sin peligro de que en sus diócesis se enseñara nada nocivo o adverso a la unidad católica. De modo que, mientras con criminales estratagemas se nos van retirando todos los auxilios y recursos con los que podíamos regir y guiar con los que podríamos regir y guiar a la Iglesia universal, se patentiza sin ambigüedad alguna, cuán lejos esté de la verdad lo que recientemente se ha afirmado que habiéndosenos quitado el gobierno de la Santa Ciudad no se había disminuido en nada la libertad del Pontífice en el ejercito de su espiritual ministerio y en los asuntos concernientes al orbe católico; y conforme cada día adquiere más relieve lo que en tantas ocasiones y con tanta verdad ha sido declarado e inculcado por Nos; que la usurpación sacrílega de nuestra jurisdicción temporal no llevaba otros miramientos que la de resquebrajar la fuerza y eficacia del Primado Pontífice y destruir radicalmente, si fuera posible, a la misma Religión Católica.
2. Libertades de la Iglesia suiza atacadas por la Confederación suiza.
Pero no es precisamente Nuestro propósito en las presentes letras poner ante vuestros ojos las miserias, por las que no solo Roma, sino también Italia integra se halla asolada: aun estas tribulaciones las encubriríamos con doloroso silencio, si la Providencia nos permitiera aligerar con ella las aflicciones profundísimas por las que en otras regiones pasan tantos venerables hermanos en el apostolado. Obispos con su clero y pueblo. Vosotros venerables Hermanos, no ignoráis tampoco que en los Cantones de la Confederación suiza, impulsados algunos, no ya por los heterodoxos de los cuales no pocos han repudiado tales atentados, sino por los entusiastas adeptos de las modernas sectas, que en todas partes apoderándose de los gobiernos, han revolucionado todo orden, han socavado los fundamentos mismos de la constitución de la Iglesia Propia de Cristo, y esto no solo hallando las más elementales normas de toda justicia, sino en abierta oposición a las promesa publicas que habían dado, cuando por pactos solemnes, respaldados por el sufragio y autoridad de las leyes de la Confederación, debía quedar sin menoscabo alguno la libertad religiosa para los católicos. En nuestra alocución habida el 23 de diciembre del pasado año. Nos lamentamos de la violencia inferida a la Religión por los gobernantes de los pueblos, "ya fuese legislando acerca de los dogmas de la fe católica, ya favoreciendo a las apostasías, ya impidiendo el ejercicio de la potestad episcopal". Pero nuestras justísimas quejas manifestadas al mismo Consejo Federal por Nuestro Delegado, fueron completamente desatendidas; ni cupo mejor suerte a las reclamaciones de los católicos de los diversos órdenes, insistentemente repetidas por el episcopado suizo; y tanto más cuanto que se han renovado nuevas y más afrentosas injusticias a las muchas ya inferidas. Pues, después de desterrar de un modo inicuo a Nuestro Venerable Hermano, Obispo de Hebrón y Vicario Apostólico en Ginebra, lo que redundó en tanta mayor honra y gloria de la víctima, cuanta mayor fue la ignominia y afrenta para quienes lo mandaron y perpetraron, el Gobierno de Ginebra, el 23 de marzo y el 27 de agosto de este mismo año, ha publicado dos leyes en completa conformidad con el Edicto propuesto en el mes de octubre del año pasado, condenado por Nos en la referida alocución. En efecto, el mismo gobierno se arrogó el derecho de reformar la Constitución de la Iglesia Católica en su territorio, amoldándola a las formas democráticas, sometiendo a la ley civil al Obispo, ya en lo que respecta al ejercicio de su jurisdicción y administración, ya en la delegación de su potestad, negándole domicilio en su territorio; circunscribiendo el número y límites de las parroquias; imponiendo la forma y manera de elección de los, párrocos y vicarios, las causas y circunstancias para su revocación o suspensión de su oficio; autorizando a los laicos para nombrar a los mismos, poniendo también en manos de los laicos la administración temporal del culto, y en general, colocando a éstos como censores al frente de las cosas eclesiásticas. Por estas mismas leyes se proveyó que sin autorización del gobierno, -y ésta revocable-, los párrocos y vicarios no pudieran ejercer ministerio alguno; que tampoco aceptaran ninguna otra dignidad extraña a la que el mismo pueblo les confiriera, y que los mismos fueran impelidos por la potestad civil a prestar juramento en fórmulas que contienen verdaderas apostasías
3. Invalidez de todas esas leyes. Condenación de las mismas.
Quién no ve que tales leyes no sólo son nulas y de ningún efecto por falta absoluta de autoridad en los legisladores laicos, las más de las veces heterodoxos; sino sobre todo porque mandan combatir los dogmas de la fe católica y la disciplina eclesiástica decretada por el Ecuménico Concilio Tridentino y por las Constituciones pontificias; por lo que nos vemos precisados a reprobarlas y condenarlas.
De modo que, Nos, en cumplimiento de Nuestro oficio, con Nuestra autoridad apostólica solemnemente las reprobamos y condenamos; declarando al mismo tiempo ser ilícito y en toda forma sacrílego el juramento contenido en las mismas; en consecuencia todos aquellos que en la ciudad de Ginebra o en cualquier otro Estado, que conforme a los decretos de dichas leyes, o lo que es lo mismo, elegidos por sufragio popular con la aprobación de la autoridad civil, se atrevan a desempeñar los oficios del ministerio eclesiástico, ipso facto, incurren en Excomunión Mayor, reservada a esta Sede Apostólica, y en las demás penas canónicas; debiendo los fieles abstenerse de su trato, conforme al aviso divino, como extraños y ladrones que no vienen sino a robar, matar y perder.
4. Dolorosos sucesos en otros cantones suizos.
Son dolorosas y funestas las cosas que acabamos de recordar; pero cosas aún más lamentables han ocurrido en cinco de los siete Cantones de que consta la diócesis de Basilea, a saber, Solothura, Berna, Basilea del campo, Argovia, Turego. En ellos también se han dado leyes sobre las parroquias y revocación de los párrocos y vicarios, destructivas del régimen y constitución divina de la Iglesia, sujetando los ministerios eclesiásticos a una potestad secular y ante todo cismática; a todas por lo tanto, especialmente la que ha sido publicada por el Gobierno de Solothur el 23 de Diciembre de 1872, los reprobamos y condenarnos, y como reprobadas y condenadas decretamos se tengan a perpetuidad.
5. Valerosa actitud del Obispo de Basilea. Protesta por su injusto destierro.
Cuando, en fin, el Venerable Hermano. Obispo de Basilea, con justa indignación y apostólica entereza; rechazase algunos artículos preparados y a el presentados en la reunión o conferencia diocesana como la llamaban a la que asesinaron los delegados de los cinco cantones arriba mencionados diciendo que era del todo punto imprescindible repelerlos por el motivo de que dañarían a la autoridad episcopal, derribarían toda el régimen jerárquico y favorecían abiertamente a la herejía por tal motivo ha sido arrojado del episcopado apartado de sus fieles y violentamente desterrado desde ese momento no se ha omitido ningún género de falsías o vejaciones con el fin de inducir a escisión al clero pueblo de los cinco Cantones prohibición absoluta al clero para cualquier comunicación con el Pastor desterrado, y mandato impuesto al Capítulo catedralicio de Basilea para que se resolviera a la elección de un nuevo Vicario Capitular o Administrador, lo mismo que si realmente hubiera sede vacante; tal atentado fue, con valentía y en pública protesta, rechazado por el Capítulo. Mientras tanto, por decreto y sentencia se los Magistrados civiles de Berna, se comunicó a 69 párrocos de la región del Jura, que se abstuvieran de ejercer los oficios de su ministerio. Después fueron exonerados de sus puestos por la única causa de haber dicho en público que únicamente reconocían como legitimo Pastor al Venerable Hermano Eugenio. en otras palabras, porque no querían separarse torpemente de la unidad católica. Con esto se consiguió que toda esa región que con tanta fidelidad había mantenido la fe católica, y hace tiempo fue unida al Cantón de Berna con la condición y promesa que mantendría libre e incólume el ejercicio de su religión, fuera privada de los sermones parroquiales de los bautismos de los matrimonios y sepelios solemnes ante las quejas inútiles reclamaciones de la muchedumbre de fieles por una serie de injusticias reducida al dilema o de aceptar los pastores cismáticos y herejes designados por la autoridad política o verse privada de todo auxilio y ministerio sacerdotal.
6. Gracias al Señor por la constancia de los fieles católicos suizos.
Nos, ciertamente bendecimos al señor que con la misma gracia con que en otros tiempos alentaba y fortalecía a los mártires mantienen ahora y fortalecen a aquella porción predilecta de la grey católica que virilmente sigue a su obispo levantando vallados en la casa de Israel para que se mantengan de pie en las batallas del Señor y desconocedoras del miedo avanza por las huellas del mismo capitán de los Mártires Cristo Jesús mientras ardientes y tenazmente defiende su fe oponiendo mansedumbre de cordero a la ferocidad de los lobos.
7. Persecuciones en el reino de Prusia.
El clero y pueblo fiel de Alemania con no menor mérito emula la noble constancia de los fieles de Suiza, pues también ellos siguen el preclaro ejemplo de sus Prelados. Estos, en efecto, han atraído las miradas del mundo, de los Ángeles y de los hombres, que los contemplan integralmente revestidos de la coraza de la verdad católica y con vil yelmo de la salud, pelear esforzadamente las batallas del Señor, y tanta más admiran su fortaleza de ánimo e invicta constancia y las celebran con eximios elogios, cuanto que cada día se vuelve más cruel la persecución contra ellos, desatada en el Imperio de Alemania, con particularidad en Prusia.
8. Constitución civil del clero alemán.
Además de las muchas injurias inferidas a la Iglesia católica en el pasado año, el gobierno de Prusia con durísimas e injustas leyes en abierta contradicción con la antigua tradición, ha sometido toda la formación y educación de los clérigos a la potestad civil, examinar y dictaminar en qué forma los clérigos se han de preparar e instruir para la vida sacerdotal y pastoral; pasando aun más adelante, a la misma corresponde el indagar y juzgar sobre la colación de cualquier oficio o beneficio eclesiástico, y aún de apartar de sus puestos y beneficios a los pastores sagrados. Por encima de todo esto, para fuera demolido el régimen eclesiástico y el orden de la sumisión jerárquica instituida por Nuestro Señor Jesucristo, con las mismas leyes se han puesto a los Obispos uno serie de impedimentos canónicas, no puedan velar por la santidad de la doctrina en las escuelas católicas, ni por la salud de las almas ni por el respeto que les corresponde por parte de los clérigos; según las tales leyes no queda a los Obispos otro recurso quite amoldarse a la opinión de la autoridad civil y a los planes por la misma propuestos. En fin, para que no quedara nada por hacer para la plena destrucción de la Iglesia católica, no sido instituido un tribunal real para los asuntos eclesiásticos, ante el cual puedan ser citados los Obispos y Pastores sagrados, ya por los mismos hombres privados que les están sujetos, ya por los magistrados públicos, para afrontar un juicio al igual que los criminales, y ser reprimidos en el ejercicio del cargo espiritual.
9. Causas de la persecución al clero en Alemania.
De modo que la Iglesia santísima de Cristo, a la que se había asegurado la necesaria amplia libertad de religión a sus Príncipes supremos en públicos congresos, gime ahora en estas regiones expoliada de todos sus derechos y oprimida por fuerzas criminosas que la amenazan con su destrucción total; ya que la finalidad de las nuevas leyes es no dejarla subsistir más. No es extraño por lo tanto que la antigua tranquilidad religiosa se haya visto gravemente perturbada en el Imperio por semejantes leyes y demás asambleas y actos del gobierno prusiano tan funestos para la Iglesia. Pero algunos temerariamente han pretendido culpar a los católicos de esta perturbación en el Imperio germánico. Porque si a éstos se les acusa de que no se sujetan a aquellas leyes, a las que no pueden someterse sin menoscabo de sus conciencias, por igual causa y motivo habrían de ser reprochados Jesucristo y los mártires que prefirieron afrontar los más crueles tormentos y la misma muerte, que traicionar a sus obligaciones y quebrar los derechos de su religión, obedeciendo a los mandatos nefandos de los príncipes perseguidores. En efecto, Venerables Hermanos, además de las leyes del gobierno civil. no existieran otras, que colocadas en un plano completamente superior, habría que acatar, siendo punible al no hacerlo; y en limpia consecuencia aquellas leyes civiles constituyeran la suprema norma humana, como algunos absurda y perversamente pretenden, dignos más bien de reproche fueran los primeros mártires, que de encomios y de alabanza, y todos los que después de ellos los imitaron vertiendo su sangre por la fe de Cristo y la libertad de su Iglesia; más aún no sería permitido contra las leyes civiles y contra la voluntad de los príncipes, enseñar la religión cristiana y constituir la Iglesia.
10. Dos poderes: el religioso y el civil.
Pero la fe enseña y lo demuestra la humana razón, que existen dos clases de ordenes, y que se han de distinguir dos jerarquías simultáneas de potestades en la tierra, la una natural que vela por la seguridad de los negocios seculares y la tranquilidad de la sociedad humana, la otra empero que tiene un origen sobrenatural dirige a la ciudad de Dios, esto es, a la Iglesia de Cristo divinamente establecida para la paz y salud eterna de las almas.
Los deberes de estas dos potestades están sabiamente determinados, para que se den a Dios las que son de Dios, y por Dios al Cesar las cosas que son del Cesar; quien por aquello es grande, por lo que es menor que el cielo; pues él pertenece a Aquel de quien es el cielo y todas las criaturas. La Iglesia nunca se ha desviado de este divino mandato, que se ha esmerado siempre y en todas partes por infiltrar en el mínimo de sus fieles este respeto que inviolablemente deben guardar para con los príncipes supremos y para con sus derechos civiles; y con el Apóstol mantiene que los que imperan no son de temer para la buena obra sino para la mala, mandando a sus súbditos fieles que obedezcan no sólo por temor de la ira, porque el príncipe tiene la espada justiciera en ira para el que obra mal sino también por la conciencia. Por que en su oficio es ministro de Dios. Ella disminuye este temor de los príncipes para el mal obrar, excluyéndolo de la observancia de la ley divina, que recuerda lo que San Pedro ordeno a los fieles: "Porque ningún de nosotros ha de padecer como homicida, o ladrón, o malhechor, como entrometido en lo ajeno; pero padece como cristiano, no se avergüence, antes glorifique a Dios con este nombre [2].
11. Falsas e injustas acusaciones de desobediencia a las leyes contra los católicos alemanes.
Siendo esto así, fácilmente comprenderéis, amados Hermanos; que Nos llenara, como era natural, de profunda amargura al leer en la carta que acaba de enviarnos el emperador de Alemania la acusación no menos atroz que inesperada contra los católicos súbditos suyos, como se expresa, especialmente contra el clero católico y los Obispos de Alemania. La causa de tal acusación no es otra, que el haberse negado éstos a obedecer a las predichas leyes, menospreciando las cárceles y las tribulaciones, y estimando en nada sus vidas, con la misma constancia con que antes de que dichas leyes fueran sancionadas, levantaron su voz en protesta contra los abusos de las mismas, expuestos en graves, solidísimas y luminosas reclamaciones, las que todo el orbe católico ha recibido con entusiasmo y no pocos entre los heterodoxos las han presentado a sus príncipes, a sus ministros y a las supremas asambleas del Estado. Por tal motivo son acusados públicamente de criminales, como si en un solo haz se unieran y conspiraran con aquellos que se esfuerzan únicamente en destruir toda jerarquía social, despreciando multitud de argumentos que atestiguan a todas luces su incondicional respeto para con el príncipe y su fogueado amor por la patria. Más aún, a Nosotros mismos se Nos solicita que exhortemos a aquellos católicos a la observancia de aquellas leyes, lo que implicaría el que Nosotros cooperáramos con Nuestra obra a la destrucción y dispersión de la grey de Cristo. Pero esperamos, confiados en Dios, que el serenísimo emperador, mejor informado y meditadas más las cosas, rechace tan fútiles e increíbles sospechas contra sus súbditos fidelísimos, y que no consentirá en adelante que su honor sea destrozado por tan horrible detracción y que perdure acerca de los mismos tan inmerecida calumnia. Por lo demás, no habríamos puesto aquí el comentario a esta carta imperial, si ésta hubiera sido publicada por un órgano oficial berlineses, ignorándolo completamente Nos, y siendo en absoluto fuera de lo acostumbrado, conjuntamente con otra escrita por Nuestra mano, en la que recurramos a la justicia del serenísimo emperador en favor de la Iglesia católica.
12. La justicia protege Nuestra causa.
Todo lo que hasta ahora hemos rechazado es manifiesto al mundo entero, por lo tanto, mientras los religiosos y, las santas vírgenes dedicadas a Dios son despojados de la libertad común a todos los ciudadanos, y desalojados de sus conventos con inaudita crueldad, mientras son cada vez más sustraídas de la vigilancia y saludable magisterio mientras se disuelven las congregaciones instituidas para el fomento de la piedad y los mismos seminarios de los clérigos, mientras se coarta la libertad a la predicación evangélica, mientras en algunas regiones del Imperio se impide que los fundamentos de la instrucción religiosa sean expuestos en lengua patria, mientras son arrancados de sus parroquias los párrocos colocados a su frente por los Obispos, mientras los mismos Obispos son privados de sus rentas, mientras los católicos son vejados con todo género de crueldades, puede concebirse que Nos resolvamos a lo que se Nos insinúa, y que no invoquemos en favor de Nuestra causa la religión de Jesucristo y la verdad?
13. Condenación de la secta de los "Viejos Católicos".
Ni terminan aquí las injurias que se han inferido a la Iglesia católica. Porque se, añade a aquello la protección del gobierno de Prusia y de los demás gobiernos del imperio alemán a aquellas sectas nuevas que por un abuso de nombre se llaman "Los Viejos Católicos", lo cual realmente en sí, no pasaría de lo ridículo, si la multitud de los más groseros errores contra los principales principios de la fe católica, tantos sacrilegios cometidos con las cosas divinas, y en la administración de los sacramentos, tan gravísimos escándalos, tanto mal, en fin ocasionado a las almas redimidas con la sangre de Cristo, no arrancaran más bien lagrimas de Nuestros Ojos.
14. Impíos fines y métodos de esta secta.
Y en efecto, lo que pretenden estos desgraciados hijos de la perdición, se hace patentísimo ya por otros de sus escritos, ya principalísimamente por el que recién se acaba de publicar, impío y desvergonzado escrito por el que ellos han constituido su pseudo obispo. Puesto que corrompen y pervierten la verdadera potestad de jurisdicción en el Romano Pontífice y en los Obispos, sucesores de San Pedro y los Apóstoles, la que así transmiten al pueblo, o como ellos dicen, a la comunidad, obstinadamente rechazan e impugnan el magisterio infalible, ya del Romano Pontífice, ya de toda la Iglesia docente, y contra el mismo Espiritu Santo prometido por Cristo a su Iglesia para que permaneciera con ella hasta el fin de los tiempos, afirman con increíble audacia, que el Romano Pontífice, hasta los Obispos, los sacerdotes, y el pueblo reunido con El en unidad y comunión de fe, cayeron en herejía cuando aprobaron y profesaron las definiciones del Ecuménico Concilio Vaticano; Por lo mismo niegan la indefectibilidad de la Iglesia, y con tremenda blasfemia afirman, que la misma ha perecido en todo el mundo y en consecuencia su cabeza visible y los Obispos han dejado de existir; de donde se impone la obligación de restaurar el legítimo episcopado en su seudo obispo, quien no entrando por la puerta sino por los muros del redil, como ladrón y salteador , se vuelve en contra de la misma cabeza de Cristo.
15. Nada podrá el infierno contra la Iglesia de Cristo.
A pesar de todo, estos infelices, que socavan los fundamentos de la Religión Católica, que confunde todas sus notas y propiedades, que tan múltiples y nefandos errores han cometido, o para mejor decir, sustraído de la vieja despensa de los herejes, revestidos a su modo, los han presentado a la luz pública, no avergonzándose de llamarse católicos. Más aun, "viejos católicos", cuando por su novedad y clase de doctrina se despojan por completo de las notas de antigüedad y catolicidad. Con más derechos ahora que otrora por medio de San Agustín contra los Donacianos, se levanta la Iglesia expandida ya por el mundo universo, a la que Cristo Hijo de Dios vivo edificó sobre piedra: contra la que no podrán las puertas del infierno, y con la cual. El mismo que afirmó de sí poseer toda potestad en el cielo y en la tierra, prometió permanecer todos los días hasta la consumación de los siglos. Clama la Iglesia a su esposo eterno ¿Que acontece, pues no entiendo, que los que se apartan de mí se quejan contra mí? ¿porqué los perversos se esmeran en perderme? Dímelo pues afirman; fue pero ya no es, ellos decantan: se han realizado las Escrituras todos los pueblos se han convertido, pero apostató y pereció la Iglesia de todas las gentes. Pero a la Iglesia fue manifestando que no salió fallida la oración, ¿Cómo se lo reveló? "He aquí que yo estaré todos los días hasta la consumación de los tiempos" [3], Impulsada por vuestra voces y por vuestros erróneos pensamientos, se vuelve a Dios preguntando sobre la brevedad de sus días; y encuentra que el Señor le dice: "He aquí que yo estaré todos los días hasta la consumación de los tiempos" [4]. Pero vosotros decís: de nosotros se dice que estamos y estaremos hasta la consumación de los tiempos. Sea entonces preguntado el mismo Cristo: Y este evangelio, nos dice, será predicado por todo el mundo, como testimonio para todos los pueblos, y entonces vendrá el fin [5]. Por lo tanto hasta el final de los tiempos permanecerá la Iglesia entre todos los pueblos. Mueran pues los herejes, pierdan lo que tienen, y se den cuenta de que son como si no existieran.
16. José Huberto Reinkens falso y apóstata obispo.
Pero estos hombres progresando con mayor audacia por los caminos de la perdición y de la iniquidad, como suele acontecer a los herejes por justo castigo de Dios, como insinuamos, han elegido y constituido como seudo-obispo a un bien conocido apóstata de la fe católica Humberto Reinkens: y para que nada faltara a este descaro, ha acudido para su consagración episcopal a los jansenistas de Utrech, a los que antes de su separación de la Iglesia, tenía, con los demás católicos por herejes cismáticos. A pesar de todo, el mencionado José Huberto se atreve a llamarse obispo y lo que parece increíble, por público decreto es reconocido y nombrado como obispo católico por el serenísimo emperador de Alemania, y propuesto a los fieles todos como a quien han de reconocer y obedecer en lugar del verdadero obispo. Hasta los principios más rudimentarios de la doctrina católica enseñan que ningún obispo puede ser legítimo sino en comunión de fe, caridad con la Piedra, sobre la que ha sido edificada la única Iglesia de Cristo, quien no se une al Supremo Pastor, a quien han sido confiadas para su gobierno todas las ovejas de Cristo; quien no está unido con el sostén de la fraternidad que existe en el mundo. Y en realidad a Pedro habló el Señor: "a uno, para que la unidad fuera cimentada sobre uno"; a Pedro confirió la divina Misericordia, la grande y admirable participación de su potestad, y si dispuso que alguna cosa tuviese en común con los demás Príncipes, lo concedió mediante el mismo, nunca por otro camino. En consecuencia, de esta Sede Apostólica, en la que el bienaventurado San Pedro vive, preside y reparte la fe a todos los que la buscan, brotan para todos, los derechos de la santa Comunión; y está fuera de toda duda que esta misma Sede constituye para todas las demás Iglesias expandidas por el orbe entero lo que es la cabeza para cl resto de los miembros, de la que si alguno se separa o aparta de la Religión cristiana, pues ha roto la trabazón con la misma.
17. El Obispo católico ha de estar en comunión con la Santa Sede.
Por esto, el Santo Mártir Cipriano hablando del seudo-obispo cismático Novaciano, le niega la misma comunión como a un separado y escindido de la Iglesia de Cristo. Quienquiera que sea, y cualquiera que sea, dice, no es Cristiano si no está en la Iglesia de Cristo. Pagado de si mismo, puede vanagloriarse con soberbio tono de su filosofía y elocuencia quien no mantuvo ni la fraterna caridad ni la unidad eclesiástica, perdió aun lo que antes era. Como la Iglesia fundada por Cristo es una, multiplicada en sus miembros por todo el mundo, y el episcopado es uno, difundido por la multitud grande y concorde de los obispos aquél, después de la tradición divina, después de la unidad compacta y todo armónica de la Iglesia católica, esfuerza en construir una iglesia humana. Quien por lo tanto ni guarda la unidad de espíritu ni la vinculación la paz, y se desliga de las ataduras de la Iglesia y del colegio sacerdotal no puede tener la potestad del Obispo ni su honor, quien no ha querido la unidad del episcopado ni la paz.
18. Excomunión del obispo hereje y de todos los que lo eligieron y obedecen.
Nos por lo tanto, que hemos sido constituidos en esta suprema Cátedra de Pedro para custodia de la fe católica y para conservar y defender la unidad de la Iglesia universal, siguiendo los ejemplos y costumbres de Nuestros predecesores y de las sagradas leyes, con Nuestra potestad conferida por el cielo, no sólo declaramos, rechazamos y detestamos la elección del mencionado José Huberto Reinkens llevada a cabo contra los decretos del Derecho Canónico, como ilícita, irrita y completamente nula y su consagración como sacrílega; sino que al mismo José Huberto, y a los que lo pretendieron elegir, y a los que le confirieron sacrílegamente su consagración, y a los que con ellos se le adhirieron, y a quienes se comprometieron a prestarle ayuda, auxilio protección o consentimiento en nombre de Dios omnipotente , los excomulgamos y anatematizamos, y declaramos, ordenamos y mandamos que sean separados de la comunión de la Iglesia y que sean tenidos entre el número de aquellos, cuyo trato y conversación de tal manera prohíbe el Apóstol a todos los fieles cristianos, que ni siquiera les permiten saludarlos.
19. Persecuciones en América.
Por todas estas cosas a las que Nos hemos referido, más bien para lamentarlas que para contarlas, Venerables Hermanos, os es bien conocido, cuán triste y lleno, de peligro es el estado de los católicos en todas aquellas regiones de Europa que hemos mencionado, ni mejor se encuentran estos asuntos ni más tranquilos; los tiempos en América; en algunos son tan molestos para los católicos, que sus gobiernos parecen negar con sus hechos la fe que profesan. Pues, allí se emprendió, hace algunos años, una guerra tenaz contra la Iglesia, y comenzáronse a destruir sus instituciones y los derechos de esta Apostólica Sede. Contaríamos con material abundante, si quisiéramos continuar esta materia; pero como la gravedad de los asuntos no permite el tratarlos ligeramente, volveremos sobre ellos con más detenimiento en mejor oportunidad.
20. Amplitud de esta guerra contra la Iglesia. La masonería.
Admirará tal vez, a alguno de vosotros, Venerables Hermanos, la amplitud que ha tomado esta guerra que en Nuestros tiempos se lleva y cabo contra la iglesia Católica. Pero a la verdad, si alguien con detención, examina la índole, las pretensiones, la finalidad de las sectas ya sea que se llamen masónicas, ya que con cualquier otro nombre se distingan y las compara con la índole, modalidad, y amplitud de esta contienda en la que está empeñada la Iglesia casi en igual forma en todas partes del mundo, no quedará la menor duda de que todas las presentes perturbaciones se deben en gran parte a los engaños y maquinaciones de una misma secta. Entre éstas, se distingue la sinagoga de Satanás que contra la Iglesia de Cristo ejercita sus fuerzas, las lanza a su ataque, y las cierra en combate. Tiempo ha que fueron denunciadas por predecesores, los vigías de Israel, ante reyes y pueblos y con repetidas condenaciones derribadas por tierra. Nos tampoco desfallecimos en este oficio, ¡Ojalá se hubiera prestado mayor fe a los Pastores de la Iglesia, por parte de aquellos que podían haber apartado una peste tan perniciosa! Pero ésta, deslizándose siempre por sinuosos cauces, jamás interrumpiendo su tarea, seduciendo a muchos con sus engaños arteros, ha adquirido al presente tales proporciones, que abandonando ya sus escondrijos, se manifiesta potente y dominadora. Multiplicadas indefinidamente en el número de sus secuaces, piensan estas sectas execrandas, que habiendo conquistado ya la opinión pública, les resta exclusivamente el término de sus aspiraciones; Conseguido el fin, que por tanto tiempo han ansiado, apoderándose del gobierno en muchas regiones, y, conquistadas la fuerza y el favor de la autoridad, se proponen audazmente a reducir a esclavitud durísima a la Iglesia de Dios, socavan los fundamentos sobre que descansa, procuran especialmente despojarla del esplendor de sus notas divinas por las que brilla de un modo especial ¿Qué más? A la Iglesia, herida ya por repetidos golpes, arruinada, destronada, la destruirán por completo, si les fuera posible.
21. Exhortación a luchar contra todos los errores actuales.
Siendo esto así, mis Venerables Hermanos, emplead toda diligencia para protegeros contra las insidias de estas sectas, para librar del contagio a los fieles que han sido encomendados a vuestro cuidado, y para sacar de los lazos de perdición a los que se hayan afiliado a ellas. Manifestad y combatid los errores de quienes tramando y programando artificios en sus reuniones secretas, no tienen reparo en asegurar que la única finalidad que persiguen es el progreso y utilidad social y el ejercicio de la ayuda mutua. Demostradles con frecuencia y grabadles en lo más profundo de su ánimo los enseñanzas pontificias acerca de esta materia, y decidles que no solamente fustigan a las sociedades masónicas de Europa, sino también las que se hallan en América y aun diseminadas por todo el mundo.
22. Tener esperanza en mejores tiempos.
Por lo demás, Venerables Hermanos, ya que Nos ha tocado vivir tiempos en que, si hay mucho que obedecer, también se multiplicaron las ocasiones de merecer, esforcémonos como buenos soldados de Cristo, para no decaer de ánimo; más aun, en las mismas luchas combatamos, con la esperanza cierta de la futura tranquilidad, y de mejores tiempos para la Iglesia alentémonos, a Nosotros mismos al clero y al pueblo, confiados en el divino auxilio y en aquella nobilísima recomendación del impetuoso Crisóstomo: "nos apremian muchos gemidos, y graves tempestades; pero no tenemos hundimiento, porque estamos sobre una piedra. Enfurézcase el mar; no podrá acabar con la piedra; levántense las olas, no podrán cubrir la nave de Jesús; nada más fuerte que la Iglesia; la Iglesia es más fuerte que el mismo cielo. El cielo y la tierra pasarán. ¿Qué palabras? Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas infernales no prevalecerán contra ella. Si no creéis a las palabras, persuadios viendo los hechos ¡Cuantos tiranos ensayaron estrangular a la Iglesia! ¡Cuántas sartenes, cuántas, cuántos hornos, fauces de fieras, espadas relucientes! Y nada se logra ¿Dónde están aquellos enemigos? Yacen en completo olvido y abandono. ¿Dónde está la Iglesia? Refulge como el sol. Las cosas que pertenecían a aquellos se han desvanecido: ¡las de la Iglesia permanecen inmortales! Si no prevalecieron cuando los cristianos no eran más que un puñado de hombres: ahora que todo el mundo está repleto de la religión santa, ¿con que medios la podrán vencer? "El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán" Por lo tanto, sin dejaros intimidar por ninguna clase de peligros, y sin la menor perplejidad, continuemos en la oración, procurando apaciguar las iras del cielo provocada por las maldades de los hombres; hasta tanto que levantándose en su misericordia el Omnipotente mande a las tempestades, y vuelva la bonanza.
Entre tanto, muy afectuosamente os impartimos la Bendición Apostólica como gran testimonio de nuestra benevolencia para con vosotros. Venerables Hermanos, clero y pueblo universo confiado a vuestros cuidados.
Dada en Roma cabe San Pedro. el 21 de noviembre del año del Señor 1873, de Nuestro pontificado el vigésimo octavo. Pío IX

[1] I Macab. 3, 59.
[2] I Pedro 4, 15-16.
[3] Mat. 28, 20.
[4] Mat. 28, 20
[5] Mat. 24, 14; Marc. 13, 10.

miércoles, 27 de julio de 2011

La Inquisición. No es parte esencial de la constitución de la Iglesia. La Inquisición española.

¿No es cierto que los católicos están obligados a defender la Inquisición, con sus crueldades e injusticias, como una parte esencial de la constitución de la Iglesia? ¿Fueron infalibles los procedimientos de la Inquisición? Si el Papa tuviese poder para hacer cumplir sus leyes y la estableciese de nuevo, ¿estarían los católicos obligados a llevarla adelante?
Los católicos no estamos obligados a defender la Inquisición en todos sus detalles y pormenores. En ella se ve de una manera manifiesta el modo peculiar que en aquellos tiempos se seguía para administrar justicia, aunque suavizado, generalmente hablando, si se le compara con el usado en los Tribunales civiles. No nos detenemos a discutir una serie de hechos que tal vez fueron verdaderos, como, por ejemplo, que sus procesos, vistos a través de la mentalidad moderna, dejaban algo que desear; que siguiendo las huellas de los Tribunales seglares, dio lugar a abusos; que sus oficiales eran a veces personas de quienes se podía sospechar que obraban por motivos ruines; que impuso castigos arbitrarios, crueles e injustos, etcétera, etc.; pero de aquí no se sigue que la institución en sí no estuviese garantizada por el espíritu de la época, o que se opusiese a las ideas que entonces reinaban. La Inquisición imponía castigos corporales por ofensas espirituales y se valía del tormento para arrancar la confesión de la verdad, no por ser un Tribunal católico, sino por ser medieval. Se engaña el que se base en las historias de la Inquisición para argüir que la Iglesia católica no es la Iglesia de Cristo. Lo que Cristo prometió a su Iglesia fue que no dejaría jamás de existir a pesar de todas las persecuciones y conjuraciones del infierno, y que, merced a la asistencia especial del Espíritu Santo y la suya, jamás enseñaría error alguno en la definición de la doctrina revelada.
Por lo demás, como la Iglesia no son las paredes de los templos, sino la congregación de los fieles cristianos bajo la dirección del Papa, no hay por qué hacerse cruces si en cuestiones de disciplina se ven de cuando en cuando en ella las flaquezas que no pueden faltar tratándose de hombres. Ahora bien: la Inquisición no fue producto de una definición dogmática, sino simplemente un Tribunal comprendido en la esfera de las cuestiones disciplinares. Por tanto, aun en el caso de que la Iglesia condenase hoy la Inquisición que en otro tiempo estableció, su autoridad divina no sufriría el más mínimo menoscabo. Su oficio es transmitir de generación en generación el depósito de las verdades reveladas necesarias para nuestra salvación. Si para guardar fielmente ese tesoro usa en una época medios que luego reprueba, lo único que se sigue es que, en asuntos de disciplina, la Iglesia se adapta al ambiente y a las ideas que están en boga en las diversas generaciones.
Una persona culta y educada no debiera mirar los usos y privanzas del siglo XII desde el punto de vista de la mentalidad del siglo XX. Las masas de la Edad Media tenían la herejía por el mayor de los crímenes, y en un momento de furor quemaban un hereje, como hoy los blancos del Sur de los Estados Unidos linchan al negro sospechoso de atacar a una mujer blanca. No fue la ley positiva la que creó la hoguera para los herejes, sino la costumbre popular, aceptada luego y elevada a la calidad de ley. Además, el hecho de que la Iglesia pudiese invocar el auxilio del brazo secular para castigar las rebeliones contra su doctrina, prueban apodícticamente que los hombres de entonces consideraban la doctrina de la Iglesia necesaria para el bienestar de la sociedad. Los indiferentes de nuestros días no pueden comprender esto, pues para ellos la religión es cuestión de conveniencia u opinión. Creen que el hombre es libre para aceptar una religión cualquiera o para no aceptar ninguna, como es libre para escoger el corte y color del traje, o para dar su nombre a este o aquel partido político. Para esos tales, la religión ya no es una verdad objetiva: es que ya no creen en la revelación divina.
Tampoco conviene olvidar que en la Edad Media la herejía iba unida frecuentísimamente a una secta antisocial que, como el anarquismo y bolcheviquismo modernos, amenazaba la paz y bienestar y aun la existencia misma del Estado. Los "cáthari" o "puros" del siglo XII no sólo negaban la autoridad de la Iglesia, la supremacía del Papa y la institución divina de los sacramentos, sino que negaban asimismo y rechazaban el juramento de fidelidad, condenaban el matrimonio como inmoral y defendían que el suicidio era el supremo deber de los "perfectos".
Al rechazar el juramento de fidelidad pretendían romper los vínculos que unían a los príncipes con sus vasallos; su oposición a las contribuciones y a la guerra no podía ser más antipatriótica; y si hubiesen prevalecido sus ideas sobre el matrimonio y el suicidio, a estas fechas la Humanidad no existiría. Se ve, pues, que convenía una acción combinada de la Iglesia y del Estado para acabar con aquella herejía antisocial. Asimismo, si del número de quemados por la Inquisición se descuentan los que lo fueron por crímenes y alborotos anarquistas, se verá que los quemados por "herejía" propiamente dicha fueron relativamente pocos.
Respondiendo ya a la última pregunta de la dificultad, decimos que únicamente los que no son católicos creen que la Iglesia restauraría la Inquisición si tuviera poder para ello. La mayoría de los teólogos modernos opinan que, aunque es cierto que la Iglesia tiene poder para reprimir abusos e infracciones de la ley usando medios coercitivos, tanto internos como externos, sin embargo, se contenta con imponer castigos internos, como excomuniones, y nunca fuerza los externos o corporales, como cuando impone ayunos y otras asperezas.
No concebimos hoy que la Iglesia encarcele a un católico por no ir a misa los domingos pudiendo, o por quebrantar a sabiendas la ley del ayuno. Por eso decimos que aunque la Iglesia tuviese hoy el poder de que disponía en los siglos medios, se acomodaría al espíritu de nuestro tiempo y traería hacia sí los hombres como los atrae ahora, con espíritu de caridad, invitándolos con la verdad de sus argumentos a que se alisten bajo su bandera para ser corderos del rebaño de Jesucristo, apacentado por el sucesor de Pedro, su Vicario.

¿No es cierto que se debe a la Reforma protestante el que los hombres hoy no sean torturados, encarcelados o condenados a muerte por el crimen de herejía?
De ninguna manera. Los caudillos de la Reforma, tanto en Inglaterra como en el continente, siguieron a la letra la doctrina de intolerancia de los siglos medios.
Harnack dice de Lutero: "Saludar a Lutero como el hombre de una nueva era o como el creador del espíritu moderno y héroe de la civilización, es mirar las cosas por un solo lado y empeñarse en desfigurar los hechos."
Nos dice Irisar que en Sajonia se desterraba a los católicos y zwinglianos que no estaban conformes con las doctrinas de Lutero, y que los anabaptistas, aunque no enseñaban abiertamente doctrinas sediciosas, eran condenados a muerte.
Melanchton, en una carta que escribió a Calvino el año 1554, le alababa por haber quemado al español Miguel Servet. "Estoy enteramente de acuerdo con esa sentencia—le decía—, y declaro que tus jueces han obrado sabiamente al condenar a muerte a aquel blasfemo."
Calvino quemó a Servet porque éste negaba la Trinidad y había escrito un libro para defender su posición. En 1553 escribía Farel a Calvino: "Algunos no quieren que persigamos a los herejes. Pero ya que el Papa condena a los fieles (los hugonotes) por el crimen de herejía, justo es que nosotros condenemos a muerte a los herejes para robustecer a los fieles." Y Teodoro de Beza escribía el año 1554: "¿Qué crimen puede haber mayor que el de herejía, que menosprecia la palabra de Dios y la disciplina eclesiástica? Magistrados cristianos, cumplid con vuestro deber y servid a Dios, que ha puesto en vuestras manos la espada para que salgáis por el honor de su Majestad; herid con valentía a estos monstruos disfrazados de hombres." (Véase Vacandard, The Inquisition, 222-24.)
La historia de las leyes penales británicas durante los reinados de Enrique VIII, Isabel, Eduardo VI, Jacobo I, Carlos I, Cromwell, Carlos II y Guillermo III es una historia de multas, encarcelamientos, destierros, torturas y penas de muerte por practicar la fe católica, tanto en Inglaterra como en Irlanda. Por eso Leckey, en su Historia del racionalismo en Europa, después de afirmar que la Iglesia católica descansaba en el principio de autoridad y se defendía contra cualquiera agresión o innovación, añade: "¿Pero qué diremos de una Iglesia que era de ayer, sin culto aún y sin poder presentar su hoja de servicios hechos en favor de la humanidad, una Iglesia engendrada y dada a luz por el juicio privado en medio del barullo y de las intrigas de una corte corrompida, que, sin embargo, se pone a suprimir por la fuerza aquel culto que las muchedumbres juzgaban necesario para la salvación eterna y mueve todos los resortes y despliega todas sus energías para perseguir a los que pedían se les dejase practicar la religión de sus padres?"
Decir, pues, que los protestantes del siglo XVI no perseguían a los que juzgaban heterodoxos en materia de religión, es simplemente no saber Historia. Basta un barniz de erudición para saber que entonces los soberanos no toleraban otra religión que la que ellos practicaban, y que las sectas protestantes nacieron con el pecado original de la persecución por motivos religiosos. Las dos religiones, la católica y la protestante, dieron ejemplo de intolerancia, con la diferencia de que la protestante consideró la intolerancia como parte esencial de su doctrina, y sólo toleró a los contrarios cuando se vio forzada a ello por las circunstancias; mientras que la religión católica defendía siempre el principio de libertad, y sólo circunstancias externas de defensa propia y defensa de la verdad objetiva la hicieron echar mano de la coerción.

¿No es cierto que la Inquisición española fue una de las instituciones más crueles que registra la Historia? ¿No fueron los Papas los que se valieron de su autoridad para urgir a la católica España a reprimir y castigar la herejía?
Si hablamos de crueldad e inhumanidad, crueles e inhumanas fueron la Inquisición luterana en Sajonia, la calvinista en Ginebra y la inglesa en los reinados de Isabel, Jacobo I y Cromwell.
El día 1 de noviembre de 1478, Su Santidad Sixto IV dio plenos poderes a los Reyes Católicos para que estableciesen en España la Inquisición. En sus principios, la Inquisición iba dirigida contra los judíos falsamente convertidos, que, después de un alboroto popular contra ellos por su avaricia y usura sin límites, se bautizaban para librarse de las iras de la plebe, pero sin intención de vivir como cristianos. Es de notar que la influencia excesiva de los judíos en España llegó entonces a constituir un serio peligro, tanto para la nación como para la fe católica practicada por el pueblo. Los judaizantes se arreglaban para obtener cargos de importancia, tanto en el terreno eclesiástico, hasta el punto de llegar a ser obispos, como en el civil, poseyendo dignidades y oficios altos en el reino y casándose con los nobles y familias influyentes del país. Estas posiciones ventajosas y su riqueza extraordinaria eran hábilmente manejadas para subyugar gradualmente a los españoles y traerlos poco a poco a que favoreciesen la causa de los judíos y el judaismo en general, con el detrimento que se deja suponer para la causa española y para la religión multisecular allí devotamente practicada.
La toma de Granada en 1492, que puso fin a la dominación árabe en terreno español, dio por resultado la conversión meramente nominal de no pocos moriscos que aparentaron recibir el bautismo con sinceridad, pero que seguían siendo tan mahometanos como antes. Los sucesivos levantamientos de estos moriscos en las abruptas Alpujarras ponían en serio peligro la unidad nacional, y fue menester declararles la guerra en toda regla para evitar aquel peligro, como los reyes franceses se la habían declarado tiempo atrás a los hugonotes separatistas. Más tarde, Felipe II se valió de la Inquisición para evitar la entrada del protestantismo, que hubiera equivalido a la división del reino, como acaecía en los países infestados por la herejía.
No negamos que a veces los monarcas españoles se valieron del peligro de los judíos y moriscos falsamente convertidos para perseguir a algún poderoso enemigo de la corona, confiscando capitales y propiedades para llenar los cofres del vacío erario, y esto a costa de ciudadanos que no siempre eran culpables. Asimismo sabemos que algunos inquisidores eran instrumentos del rey, como dice el Breve de Sixto IV de 29 de enero de 1482, que también menciona otros hechos lamentables, como el encarcelamiento sin proceso, torturas y confiscaciones injustas; pero de estos hechos particulares no es lógico concluir que la Inquisición en sí no fuese un tribunal justísimo, sino que participó de las costumbres algo rudas de su siglo, y tuvo, como toda institución humana, sus defectos. Pero mereció, y con creces, el título que comúnmente se le ha dado de Tribunal Santo.
Porque no debiéramos olvidar que la Inquisición española se instituyó en el siglo XV y no en el XX, y, por tanto, no pudo organizarse según las costumbres modernas (sin meternos ahora en agudezas sobre si son mejores o peores que las antiguas), sino que debió organizarse, y de hecho se organizó, según las costumbres civiles de aquel tiempo, que admitían la pena de fuego como la cosa más ordinaria; y si el castigo es graye, recuérdese lo que dijimos atrás sobre la gravedad de la herejía para los cristianos de aquellos tiempos de fe.
La Inquisición española fue un tribunal mixto. Como el delito principal en que intervenía era la herejía, la instrucción del proceso corría particularmente a cargo de la autoridad eclesiástica. La aplicación del castigo estaba principalmente a cargo de la autoridad civil. Una y otra autoridad inquisitorial eran elegidas por el rey; pero éste las elegía como delegado de la Santa Sede y con autoridad de ella recibida. Caso raro, por cierto, en la historia eclesiástica, pero que prueba con toda evidencia las buenas relaciones que entonces había entre la Iglesia y el Estado.
Menéndez y Pelayo, refiriéndose a cuatro, o cinco autos de fe verificados en Sevilla y Valladolid, dice en su prólogo de los Heterodoxos: "La ponderada efusión de sangre fue mucho menor que la que en nuestros días emplea cualquier Gobierno liberal y tolerante para castigar o reprimir una conspiración militar o un motín de plazuela."

BIBLIOGRAFÍA.
Apostolado de la Prensa, Felipe II y la Inquisición.
Carpa, La Inquisición española.
Márquez, Fundamentos de religión.
Montes, El crimen de herejía.
Ortí y Lara, La Inquisición.
Montaña, Felipe II "el Prudente" y su política.
Rodrigo, Historia verdadera de la Inquisición.