Regularmente la familia sigue la condición de quien la gobierna. Esta es como regla general, dice la sagrada Escritura; que conforme es el que rige, así son sus inferiores: Qualis rector, etc. (Eccli., X, 4).
Si los padres de familia son devotos, apurados a frecuentar el templo santo del Señor, fervorosos en asistir al santo sacrificio de la misa, aplicados a oir pláticas espirituales y sermones, y a no faltar en la explicación de la doctrina cristiana, todos los de su casa seguirán estos buenos pasos, y la familia se hará feliz y dichosa en los bienes espirituales y temporales, como dejamos dicho en el capitulo quinto del libro antecedente.
Este es un soberano modo de gobernar, que nos enseñó el divino Maestro, cuando dijo a sus amados discípulos: Exemplum dedi vobis, ut quemadmodum ego feci, ita et vos faciatis [Joan., XIII, 15). Os he dado ejemplo para que hagáis lo que habéis visto hacer. Me llamáis Maestro y Señor, y asi lo soy en la verdad, enseñándoos con el ejemplo y las obras.
Si los padres de familia asisten puntuales y devotos en el santo sacrificio de la misa, en las pláticas espirituales, y en la explicación de la doctrina cristiana, con mucha razón en el tiempo de comer o cenar, hacen examen en su casa de los que han faltado a tan santos ejercicios; pero si los dueños fallan a ellos, todo va perdido, porque no pueden con eficacia reprender a los que han fallado, condenándose a sí mismos con lo que reprenden a los otros, como de los juicios humanos inconsiderados dice el apóstol san Pablo: In quo aliam judicas, te ipsum condemnas. Eadem facis quae judicas, etc. (Rom., II, 1; Matth., VII, 2).
Si todos los de la familia no pueden asistir a dichos santos ejercicios, por no dejar la casa sola, importará que los padres de familia distribuyan con discreción caritativa los encargos; de tal manera, que ni se falte a la casa ni a la iglesia, y haciéndolo a veces, podrán quedar todos consolados, porque los que quedaren en casa por este motivo justo de obediencia, no perderán el mérito ni el premio; como no lo perdieron los que por disposición superior dejaron de salir a la campaña, y guardaron las alhajas de los que salieron (I Reg., XXX, 24).
Los que se quedan sin ir a la iglesia por guardar la casa, será bien que pregunten a los otros que oyeron las pláticas, doctrinas y sermones, los puntos que el predicador o ministro de Dios explicó, con deseo de informarse y aprender lo que les conviene para sus almas. Así lo hadan los fíeles con la princesa de los penitentes santa María Magdalena, preguntándola fervorosos lo que había visto en el santo sepulcro: Dic nobis, Maria, quid vidisti in via? Porque semejantes preguntas son indicio manifiesto del buen deseo del corazón humano.
Asimismo los que asistieron al sermón, pláticas espirituales o doctrina cristiana, han de referir a los demás de la familia lo que ellos oyeron y entendieron en dichas pláticas espirituales o sermones, poniéndolos en deseo de asistir ellos cuando les tocare la vez. Con esta santa discreción solicitó la ingeniosa santa Marta la conversión espiritual de su hermana santa María Magdalena, alabándola mucho un sermón que habia oido de Cristo Señor nuestro, como se refíere en la vida prodigiosa de la misma santa (Apud rib., in vit. S. Mariae Mag.).
Los frutos espirituales y temporales que se siguen a las personas, asistiendo con devoción en el santo sacrificio de la misa. Tengan cuidado los diligentes padres de familia de que se lean algunas veces a todos los de su casa, para que no se entibien en esta principal devoción de asistir atentos al santo sacrificio; y en los lugares donde hay muchas misas, dispongan los amos de modo, que todos los de su casa tengan este espiritual consuelo.
San Lorenzo Justiniano dice, que para el bien espiritual de las almas no hay devoción mas útil que el asistir con devoción, y ofrecer el santo sacrificio de la misa, ni para los piadosos ojos del Altísimo hay oferta mas amable ni mas agradable.
Esta es la oblación inmaculada, pura y santa, que no se puede manchar por la indignidad ni malicia del oferente, como se dice en el sagrado concilio Tridentino. (Ses. XXII, c. 1, de sac. Miss.)
El angélico doctor santo Tomas dice, que después de la consagración suben los ángeles al trono de la gloria la hostia consagrada en un instante imperceptible de los ojos humanos, para dar nuevo gozo accidental a los bienaventurados con la vista y presencia del santísimo Sacramento del altar (Opusc, LVIII, c. 2o).
En continuación de este prodigio, refiere el padre Valero, veneciano, en su Prado florido, que celebrando misa un santo sacerdote, y llegando a aquellas palabras del canon: Supplices te rogamus, omnipotens Deus, jube haec perferri per manus angeli tui in sublime altare tuum, etc., vio sobre el altar innumerables ángeles ceñidos con estolas riquísimas; y uno de ellos, acompañándole los otros, subió la sagrada hostia al cielo, donde la adoraron con profundísima reverencia todos los bienaventurados y santos de la gloria.
Esta es la sacratísima oblación con que los viadores somos agradecidos al altísimo Dios, ofreciéndole a su santísimo Hijo sacramentado; y le retribuimos al eterno Padre con lo mismo que nos ha dado, como se nos aconseja en el sagrado libro del Eclesiástico: Da Altissimo secundum datum ejus. Y san Ireneo dice, que entre, otros fines principales se instituyó el sacrosanto sacrificio de la misa, para recompensarle, y pagar dignamente a Dios nuestro Señor la deuda de todos los beneficios recibidos.
Por esto, al tiempo que se eleva la hostia consagrada, conviene digamos con humilde corazón aquel verso del profeta rey: Protector noster aspice Deus, et réspice in faciem Christi tui (Psalm., LXXXIII, 10); esperando que el eterno Padre por tal ofrenda nos mire con ojos de misericordia.
El santo concilio Tridentino dice, que con esta sacratísima oblación aplacado el eterno Padre, concede su divina gracia, y el don estimable de verdadera penitencia, y perdona los crímenes y pecados gravísimos: Crimina, et peccata etiam ingentia dimittit, etc. Nótense aquellos especiales términos: Peccata etiam ingentia (Sess. XXII, c. 6), para que los pecadores, por muy graves que sean sus pecados, no pierdan la esperanza, y se aficionen a asistir devotos al santo sacrificio de la misa, y ofrecerla en satisfacción de todas su culpas.
En la divina historia de la Mística Ciudad de Dios se aconseja a todos los fieles, que cada dia vayan a la iglesia a adorar y reverenciar el santísimo Sacramento, y que procuren oir misa, con devoción; que no saben los hombres ignorantes cuánto pierden por esta negligencia. Cuesta poco el oir una misa, y vale tanto, que no se podrá comprender hasta la gloria: Nescit homo pretium ejus.
En los pueblos donde hay la santa costumbre de hacer señal con alguna campana cuando se consagra en la misa, procuren los que se hallan fuera de la iglesia tener cuidado de adorar a su Criador y Señor sacramentado, arrodillándose, y diciendo: Adorote, Señor mio Jesucristo sacramentado, Salvador del mundo, y Redentor de mi alma; me pesa de haberos ofendido; propongo la enmienda con vuestra divina gracia; y espero en vuestra infinita, misericordia, que me habéis de perdonar, y me habéis de salvar. Ya es tiempo de adorar al Señor en espíritu y verdad, como se dice en el santo evangelio (Joan., IV , 2o).
Los sermones apostólicos y pláticas espirituales han convertido innumerables almas, mediante la divina gracia, que toca interiormente los corazones humanos. El insigne san Nicolás de Tolentino se convirtió, y tomó el hábito en la grande religión de san Agustín, por haber oido un sermón fervoroso de la vanidad del mundo, como se dice en las lecciones eclesiásticas de su dia festivo.
Algunos inconsiderados imaginan que los sermones panegíricos no son útiles para el bien de las almas; pero están manifiestamente engañados, porque nuestro Señor Jesucristo hizo un sermón panegírico de su Bautista, y fué muy provechoso, siendo como era la palabra de Dios (Matth., XII, 7).
El gran doctor de la Iglesia san Agustin confiesa de sí mismo, que sentía su corazón eficazmente movido para imitar las virtudes heroicas de los santos, cuando oía predicar sus excelencias y virtudes, y principalmente dice se encendía su alma en deseos ardientes de padecer martirio cuando predicaban de los mártires de Cristo.
Lo cierto es lo que dijo el mismo Señor en su santo evangelio, que la palabra divina es como el grano puro, que según la tierra donde se recibe, así produce, o se queda inútil. Un mismo sermón hace mucho fruto en algunas almas bien dispuestas, y en oirás hace poco o nada, cumpliéndose la parábola misteriosa del labrador, que arroja el grano sobre la tierra, uno se queda sobre una piedra, y no hace fruto; otro entre espinas, y se sofoca con ellas, y otro en tierra fecunda, que da ciento por uno. (Matth., XIII, 3 et seq.) Asi sucede prácticamente en los que oyen los sermones y pláticas espirituales.
A la explicación de la doctrina cristiana conviene mucho que asistan todos los de la familia, porque la ignorancia crasa de lo que se debe saber para nuestra salvación eterna, no excusa de pecado, como dice un profeta de Dios (Psalm. XXIV, 7).
Los padres de familia deben tener a grande fortuna la ocasión que se les viene a las manos, para descargo de su conciencia; porque asi cumplen la estrecha obligación que tienen de enseñar a sus hijos, hijas, criados y criadas, de los cuales han de dar rigurosa cuenta a Dios nuestro Señor.
Han sucedido casos horrorosos con los que desprecian oir la explicación de la doctrina cristiana, y de ellos se refieren algunos muy trágicos y desgraciados en la vida apostólica del venerable padre Jerónimo López, el cual con celo santo anduvo treinta y nueve años predicando, y enseñando la doctrina cristiana por diferentes reinos de España.
En la vida de dicho venerable se refiere, que tocando la campanilla en un lugar para la explicación de la doctrina cristiana, dijeron dos mozos desatentos al mismo siervo de Dios, que mas les importaba buscar el sol para quitarse el frio, que toda su doctrina cristiana. Arrimáronse para tomar el sol a una casa de campo, vecina al lugar, y repentinamente cayeron las paredes de la casa sobre ellos, y quedaron sepultados al mismo tiempo que muertos, con espanto y escarmiento de lodos los vecinos de aquel pueblo.
En otro lugar sucedió también, que unos comediantes estaban entreteniendo la gente a tiempo que entraron los padres de la misión, y tocando a la doctrina cristiana, dijo uno de esos farsantes, instigado del demonio, que convidaba a todo el pueblo sin interés a oir la comedia, que les importaria mas que todas las doctrinas y sermones; pero luego tomó Dios justa venganza de aquel hombre escandaloso, porque apenas salió al tablado, se cayó repentinamente muerto, con asombro y horror de todos los que habian concurrido de aquel pueblo y de otros circunvecinos. Véanse para el mismo fin otros casos fatales en el libro citado.
En el Itinerario del venerable padre Andrade se refiere otro caso estupendo de un hombre desalmado que no quería oir misa los dias de fiesta, ni asistir a las pláticas espirituales, doctrinas y sermones, al cual se le apareció un horrible demonio en forma espantosa, y le dijo: supuesto que no quieres ir a la iglesia a oir misa ni el sermón, vendrás conmigo a los calabozos del infierno a oir los llantos y gemidos que allí dan los condenados. Dicho esto le dio un terrible golpe, y le quitó la vida dejándole feísimo, para escarmiento de los mortales.
En los ejemplos del discípulo también se refiere, que un hombre escandaloso se iba al campo todos los dias de fiesta por no asistir a los sermones y doctrinas en la iglesia. Su mujer le reprendía con mucha caridad; mas él la despreciaba con escándalo de su casa y de todo el pueblo. Un dia se le apareció el demonio, y arrebatándole con grande furia, le precipitó en un hoyo profundo, y le quitó la vida de repente, permitiéndolo así Dios nuestro Señor para ejemplo y escarmiento de los fieles.
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