Comentario de San Agustín a Juan 15, 4-7: «Porque aquel que opina que puede dar
fruto por sí mismo, ciertamente no está en la vid: el que no
está en la vid no está en Cristo, y el que no está en Cristo no es cristiano» (San
Agustín, in Ioannem tract., 81).
Observación preliminar
En el último cuaderno había anunciado que me detendría de nuevo en la situación específicamente eclesiástica que ha resultado a causa de la sedevacancia, y que indicaría soluciones para resolver esta crisis. Hay que considerar también posibles deficiencias teológicas.
Favorecida por las circunstancias externas, para muchos creyentes y clérigos que, al menos, se hacen pasar por sedevacantes convencidos, la situación se presenta hoy de modo que sólo podría emprenderse lo que se da en llamar medidas de emergencia para satisfacer las obligaciones pastorales que todo sacerdote tiene. A causa del desastre general, ya no puede garantizarse una vida eclesiástica normal… y añado, para llevar a su final este razonamiento: tampoco se la puede reconstruir. Parece haberse olvidado que un clérigo, en general, sólo puede actuar como sacerdote, es decir administrar sacramentos y proclamar los contenidos de la fe, por encargo de la Iglesia y encomendado concretamente por ella. Si se olvida esta conexión entre mandato y autorización de actividades sacerdotales, y se insiste sólo en el estado de emergencia (que no cabe negar), todo clérigo se arroga la decisión de lo que en la situación respectiva haya que hacer o lo que haya que enseñar. (Un ejemplo craso de proclamación solitaria de la doctrina lo dejé caer en mis últimos “Comunicados de la redacción“.)
No necesito enfatizar expresamente que obstinarse en tales “resoluciones solitarias“, por una parte, encierra en sí enormes riesgos de decisiones teológicas equivocadas y de arrogarse una autoridad que falta. El caso de Pivarunas, que se ha arrogado sin escrúpulos incluso derechos papales, lo muestra más que claramente (cfr. EINSICHT XXXIV/4 de abril 2004, p. 122 ss.). Por otra parte, significa perder de vista la referencia con la Iglesia, que es quien encomienda, y con su autoridad, y éste es el punto que más pesa: soltarse de la sociedad eclesiástica para degenerar así en sectarismo. Si quiere evitarse ello, entonces hay que empezar finalmente a ocuparse del problema de la restitución de la Iglesia como institución de salvación, y ponerse en activo en su realización concreta mediante la reconstrucción de estructuras e instituciones eclesiales… ¡prioritariamente!
De muchos modos he señalado ya este contexto, así como la urgencia de la realización de estas medidas, y he exhortado con toda premura a llevarlas a cabo. Lo vuelvo a intentar, ya que, al parecer, ciertas circunstancias no se entendieron o fueron malinterpretadas. Para una comprensión más fácil, trato de mostrar estos problemas en conexión con su surgimiento concreto.
Necesidad de la restitución
La necesidad de ocuparse de la restitución de la Iglesia como institución de salvación, comenzó en el momento en que se hizo claro que, las llamadas reformas tras el Vaticano II, eran en realidad falseamientos dogmáticos de la doctrina de Cristo y de la Iglesia, y que el promulgador Pablo VI se daba a conocer con ello ipso facto como hereje. Porque, además, la parte predominante del episcopado, pero también del clero con la mayor parte de los creyentes, aprobaron en el tiempo posterior estas decisiones, la Iglesia estaba en peligro de perder no sólo su autoridad y sus estructuras institucionales, sino también su visibilidad.
Trato de mostrar este proceso de aquella época desde el punto de vista de un creyente que intentaba responder a sus habituales deberes religiosos, en lo que, inicialmente, se trataba entre otras cosas de si y de cómo podía demostrarse y documentarse la pertenencia a la verdadera Iglesia y a su apoyo. (Nota bene: a través de nuestra revista, aconsejamos a los creyentes en Alemania, que, al fin y al cabo, en calidad de cristianos católico romanos trabajadores tienen que pagar impuestos eclesiásticos obligados, salirse de la sociedad de impuestos, Iglesia católico-romana“, pero no de la sociedad eclesiástica, y hacer llegar los impuestos eclesiásticos pagables a los sacerdotes vinculados a la tradición, es decir, sacerdotes que aún celebraban la misa antigua“.
Criterios para la verdadera pertenencia a la Iglesia
Pero como la situación se siguió desarrollando rápidamente y cada vez se hizo más claro que no se trataba de una disputa de ritos, sino de una revolución general contra la Iglesia, partiendo de arriba, también se hizo cada vez más claro que el criterio de la “antigua misa“ no podía bastar para mostrar las condiciones que definían la pertenencia a la Iglesia verdadera con una claridad suficiente. En la respuesta a la carta de un lector expuse sobre ello lo siguiente -aquí brevemente resumido (cfr. EINSICHT XXVIII, Nr. 3. agosto 1998, pp. 69 ss.)–:
„A la pregunta de a quién se debe pagar impuestos eclesiásticos –el deber de pagar impuestos eclesiásticos vale en la forma tal como se regula en Alemania, no en todas partes– se puede responder teóricamente de modo claro e inequívoco: a la Iglesia fundada por Cristo. En el nivel de la aplicación, es decir, del enjuiciamiento de dónde, pues, puede hallarse hoy esta Iglesia que está autorizada a exigir legítimamente estos impuestos, resultan sin embargo muchas dificultades.
Con toda seguridad, la llamada “Iglesia conciliar“ no puede reivindicar la determinación de ser la Iglesia fundada por Cristo. Por qué, lo hemos expuesto una y otra vez: aunque, tras la aprobación del nuevo CIC, es una comunidad de fe totalmente consolidada con una estructura clara, también social, que posee muchos rasgos de la Iglesia verdadera, sin embargo no tiene nada decisivo: ha perdido la fe verdadera, los sacramentos válidos, la moral cristiana, pronto también la sucesión apostólica, y desde hace ya tiempo el mandato de Cristo. En relación con el problema de la sede apostólica vacante, Su Eminencia Dr. Katzer (+) había aducido los criterios de cuándo la silla de Pedro está vacante: en el caso de herejía o apostasía y en el caso de la muerte física de un Papa. En relación con la herejía, Katzer hablaba también de “muerte espiritual“ (a diferencia de la física). La “Iglesia conciliar“ está en cierta manera espiritualmente muerta […] y este cadáver, pese a todos los esfuerzos, no podemos resucitarlo. […] A un cadáver sólo se le puede enterrar. (Aunque es posible que un grupo mermado, pero sano, pueda volver a integrar “células“ aisladas que sólo están infectadas pero no muertas, que, por así decirlo, han llevado a cabo una conservación de vuelta a la vida, y deberíamos rezar por ello.)
[…] En la historia de la Iglesia, se llegó con frecuencia a la apostasía de Iglesias parciales: con Arrio en el siglo IV, en Inglaterra con Enrique VIII, en Alemania con las reformas de Lutero. Pero, al mismo tiempo, la Iglesia era muy activa en otras partes, ofrecía una resistencia enérgica contra apostasías tales. Pero lo decisivo era que en todas estas crisis la jerarquía permanecía por lo general intacta. (E incluso Roma vivió a mitades del siglo III el «Cisma novaciano“.) Pero una apostasía en estas dimensiones, cuyos testigos hemos venido a ser nosotros hoy, jamás la hubo en la historia de la Iglesia. Excede la imaginación de muchos creyentes, no puede ser lo que uno no puede imaginarse o no quiere imaginarse. […]
Aun cuando se ha hecho claro que no hemos de pagar impuestos eclesiásticos a la “Iglesia conciliar“, motivo por el cual tenemos que salir de la sociedad de impuestos “Iglesia católico-romana. –¡no de la comunidad eclesiástica!–, sin embargo estamos obligados a apoyar económicamente a la Iglesia y a sus servidores. ¿Pero dónde está ella, la Iglesia, quién la sirve? (Nota bene: por desgracia, la “Iglesia conciliar“ puede seguir llevando en Alemania el título de “Iglesia católico-romana“, que está protegido por el derecho onomástico, aunque el nombre propiamente nos correspondería a nosotros, que representamos a la verdadera Iglesia y queremos seguir continuándola.) […]
Antes, suponíamos ingenuamente que sacerdotes que leen la antigua misa, también son o quieren ser miembros de la Iglesia verdadera, y que también poseen la actitud correcta en cuanto a su decisión: ya simplemente porque proceden contra las reformas y las rechazan. Los que se habían salido de la sociedad de impuestos “Iglesia católico-romana“ hacían llegar sus impuestos eclesiásticos a estos sacerdotes. Desde el punto de vista actual, es decir, desde el conocimiento de que las reformas no fueron un “accidente“ teológico, sino una remodelación consciente en una “Iglesia“ distinta, y que los enemigos de las reformas tenían que acostumbrarse a pensar en una reconstrucción de la Iglesia, en su restitución como institución de salvación, el criterio de “vieja misa“ ya no es suficiente. Menciono sólo a aquellos clérigos que prestan el llamado “servicio al cliente“: leer, según se desee, ora la “nueva misa“; ora la “vieja misa“. Es seguro que ellos no forman parte de nosotros en las filas de los sedevacantistas. Asimismo, tampoco aquellos que leen la “misa de indulto“ por encargo de la “Iglesia“, o que, aunque son permanentemente “desobedientes“, reconocen a Monseñor Wojtyla [Nota de Sededelasabiduria: hoy a Ratzinger o a Bergoglio] como Santo Padre, por ejemplo los econistas, los des-laurieristas en Savoya di Verrua, es decir, el grupo en torno a la revista “Sodalitium“.
En el último cuaderno había anunciado que me detendría de nuevo en la situación específicamente eclesiástica que ha resultado a causa de la sedevacancia, y que indicaría soluciones para resolver esta crisis. Hay que considerar también posibles deficiencias teológicas.
Favorecida por las circunstancias externas, para muchos creyentes y clérigos que, al menos, se hacen pasar por sedevacantes convencidos, la situación se presenta hoy de modo que sólo podría emprenderse lo que se da en llamar medidas de emergencia para satisfacer las obligaciones pastorales que todo sacerdote tiene. A causa del desastre general, ya no puede garantizarse una vida eclesiástica normal… y añado, para llevar a su final este razonamiento: tampoco se la puede reconstruir. Parece haberse olvidado que un clérigo, en general, sólo puede actuar como sacerdote, es decir administrar sacramentos y proclamar los contenidos de la fe, por encargo de la Iglesia y encomendado concretamente por ella. Si se olvida esta conexión entre mandato y autorización de actividades sacerdotales, y se insiste sólo en el estado de emergencia (que no cabe negar), todo clérigo se arroga la decisión de lo que en la situación respectiva haya que hacer o lo que haya que enseñar. (Un ejemplo craso de proclamación solitaria de la doctrina lo dejé caer en mis últimos “Comunicados de la redacción“.)
No necesito enfatizar expresamente que obstinarse en tales “resoluciones solitarias“, por una parte, encierra en sí enormes riesgos de decisiones teológicas equivocadas y de arrogarse una autoridad que falta. El caso de Pivarunas, que se ha arrogado sin escrúpulos incluso derechos papales, lo muestra más que claramente (cfr. EINSICHT XXXIV/4 de abril 2004, p. 122 ss.). Por otra parte, significa perder de vista la referencia con la Iglesia, que es quien encomienda, y con su autoridad, y éste es el punto que más pesa: soltarse de la sociedad eclesiástica para degenerar así en sectarismo. Si quiere evitarse ello, entonces hay que empezar finalmente a ocuparse del problema de la restitución de la Iglesia como institución de salvación, y ponerse en activo en su realización concreta mediante la reconstrucción de estructuras e instituciones eclesiales… ¡prioritariamente!
De muchos modos he señalado ya este contexto, así como la urgencia de la realización de estas medidas, y he exhortado con toda premura a llevarlas a cabo. Lo vuelvo a intentar, ya que, al parecer, ciertas circunstancias no se entendieron o fueron malinterpretadas. Para una comprensión más fácil, trato de mostrar estos problemas en conexión con su surgimiento concreto.
Necesidad de la restitución
La necesidad de ocuparse de la restitución de la Iglesia como institución de salvación, comenzó en el momento en que se hizo claro que, las llamadas reformas tras el Vaticano II, eran en realidad falseamientos dogmáticos de la doctrina de Cristo y de la Iglesia, y que el promulgador Pablo VI se daba a conocer con ello ipso facto como hereje. Porque, además, la parte predominante del episcopado, pero también del clero con la mayor parte de los creyentes, aprobaron en el tiempo posterior estas decisiones, la Iglesia estaba en peligro de perder no sólo su autoridad y sus estructuras institucionales, sino también su visibilidad.
Trato de mostrar este proceso de aquella época desde el punto de vista de un creyente que intentaba responder a sus habituales deberes religiosos, en lo que, inicialmente, se trataba entre otras cosas de si y de cómo podía demostrarse y documentarse la pertenencia a la verdadera Iglesia y a su apoyo. (Nota bene: a través de nuestra revista, aconsejamos a los creyentes en Alemania, que, al fin y al cabo, en calidad de cristianos católico romanos trabajadores tienen que pagar impuestos eclesiásticos obligados, salirse de la sociedad de impuestos, Iglesia católico-romana“, pero no de la sociedad eclesiástica, y hacer llegar los impuestos eclesiásticos pagables a los sacerdotes vinculados a la tradición, es decir, sacerdotes que aún celebraban la misa antigua“.
Criterios para la verdadera pertenencia a la Iglesia
Pero como la situación se siguió desarrollando rápidamente y cada vez se hizo más claro que no se trataba de una disputa de ritos, sino de una revolución general contra la Iglesia, partiendo de arriba, también se hizo cada vez más claro que el criterio de la “antigua misa“ no podía bastar para mostrar las condiciones que definían la pertenencia a la Iglesia verdadera con una claridad suficiente. En la respuesta a la carta de un lector expuse sobre ello lo siguiente -aquí brevemente resumido (cfr. EINSICHT XXVIII, Nr. 3. agosto 1998, pp. 69 ss.)–:
„A la pregunta de a quién se debe pagar impuestos eclesiásticos –el deber de pagar impuestos eclesiásticos vale en la forma tal como se regula en Alemania, no en todas partes– se puede responder teóricamente de modo claro e inequívoco: a la Iglesia fundada por Cristo. En el nivel de la aplicación, es decir, del enjuiciamiento de dónde, pues, puede hallarse hoy esta Iglesia que está autorizada a exigir legítimamente estos impuestos, resultan sin embargo muchas dificultades.
Con toda seguridad, la llamada “Iglesia conciliar“ no puede reivindicar la determinación de ser la Iglesia fundada por Cristo. Por qué, lo hemos expuesto una y otra vez: aunque, tras la aprobación del nuevo CIC, es una comunidad de fe totalmente consolidada con una estructura clara, también social, que posee muchos rasgos de la Iglesia verdadera, sin embargo no tiene nada decisivo: ha perdido la fe verdadera, los sacramentos válidos, la moral cristiana, pronto también la sucesión apostólica, y desde hace ya tiempo el mandato de Cristo. En relación con el problema de la sede apostólica vacante, Su Eminencia Dr. Katzer (+) había aducido los criterios de cuándo la silla de Pedro está vacante: en el caso de herejía o apostasía y en el caso de la muerte física de un Papa. En relación con la herejía, Katzer hablaba también de “muerte espiritual“ (a diferencia de la física). La “Iglesia conciliar“ está en cierta manera espiritualmente muerta […] y este cadáver, pese a todos los esfuerzos, no podemos resucitarlo. […] A un cadáver sólo se le puede enterrar. (Aunque es posible que un grupo mermado, pero sano, pueda volver a integrar “células“ aisladas que sólo están infectadas pero no muertas, que, por así decirlo, han llevado a cabo una conservación de vuelta a la vida, y deberíamos rezar por ello.)
[…] En la historia de la Iglesia, se llegó con frecuencia a la apostasía de Iglesias parciales: con Arrio en el siglo IV, en Inglaterra con Enrique VIII, en Alemania con las reformas de Lutero. Pero, al mismo tiempo, la Iglesia era muy activa en otras partes, ofrecía una resistencia enérgica contra apostasías tales. Pero lo decisivo era que en todas estas crisis la jerarquía permanecía por lo general intacta. (E incluso Roma vivió a mitades del siglo III el «Cisma novaciano“.) Pero una apostasía en estas dimensiones, cuyos testigos hemos venido a ser nosotros hoy, jamás la hubo en la historia de la Iglesia. Excede la imaginación de muchos creyentes, no puede ser lo que uno no puede imaginarse o no quiere imaginarse. […]
Aun cuando se ha hecho claro que no hemos de pagar impuestos eclesiásticos a la “Iglesia conciliar“, motivo por el cual tenemos que salir de la sociedad de impuestos “Iglesia católico-romana. –¡no de la comunidad eclesiástica!–, sin embargo estamos obligados a apoyar económicamente a la Iglesia y a sus servidores. ¿Pero dónde está ella, la Iglesia, quién la sirve? (Nota bene: por desgracia, la “Iglesia conciliar“ puede seguir llevando en Alemania el título de “Iglesia católico-romana“, que está protegido por el derecho onomástico, aunque el nombre propiamente nos correspondería a nosotros, que representamos a la verdadera Iglesia y queremos seguir continuándola.) […]
Antes, suponíamos ingenuamente que sacerdotes que leen la antigua misa, también son o quieren ser miembros de la Iglesia verdadera, y que también poseen la actitud correcta en cuanto a su decisión: ya simplemente porque proceden contra las reformas y las rechazan. Los que se habían salido de la sociedad de impuestos “Iglesia católico-romana“ hacían llegar sus impuestos eclesiásticos a estos sacerdotes. Desde el punto de vista actual, es decir, desde el conocimiento de que las reformas no fueron un “accidente“ teológico, sino una remodelación consciente en una “Iglesia“ distinta, y que los enemigos de las reformas tenían que acostumbrarse a pensar en una reconstrucción de la Iglesia, en su restitución como institución de salvación, el criterio de “vieja misa“ ya no es suficiente. Menciono sólo a aquellos clérigos que prestan el llamado “servicio al cliente“: leer, según se desee, ora la “nueva misa“; ora la “vieja misa“. Es seguro que ellos no forman parte de nosotros en las filas de los sedevacantistas. Asimismo, tampoco aquellos que leen la “misa de indulto“ por encargo de la “Iglesia“, o que, aunque son permanentemente “desobedientes“, reconocen a Monseñor Wojtyla [Nota de Sededelasabiduria: hoy a Ratzinger o a Bergoglio] como Santo Padre, por ejemplo los econistas, los des-laurieristas en Savoya di Verrua, es decir, el grupo en torno a la revista “Sodalitium“.
A su vez, otra corriente de
sacerdotes tradicionalistas lee la vieja misa sin
preocuparse de la legitimación ni del problema de la falta de mandato
eclesiástico. La pregunta por la autorización es justificada por ellos
simplemente con el concepto difuso de una situación general de emergencia, con
lo que están siguiendo más bien fines sectarios.
¿Quién queda entonces todavía? ¿Qué sacerdotes pueden considerarse miembros y representantes de la Iglesia verdadera, que tienen derecho a nuestro apoyo económico (impuesto eclesiástico)?
¿Quién queda entonces todavía? ¿Qué sacerdotes pueden considerarse miembros y representantes de la Iglesia verdadera, que tienen derecho a nuestro apoyo económico (impuesto eclesiástico)?
Son aquellos:
– que trabajan por la restitución de la
Iglesia, es decir, cuyos esfuerzos van más allá de la simple administración de
sacramentos.
– que son conscientes de que los sacramentos sólo pueden administrarse por mandato de la Iglesia, y que justifican (que pueden justificar) de modo correspondiente su intervención.
– que tratan de resolver el actual dilema de la jerarquía.
– que tienen contacto con las otras comunidades eclesiásticas.
– que están dispuestos a someterse a una jerarquía restituida. […]
– que son conscientes de que los sacramentos sólo pueden administrarse por mandato de la Iglesia, y que justifican (que pueden justificar) de modo correspondiente su intervención.
– que tratan de resolver el actual dilema de la jerarquía.
– que tienen contacto con las otras comunidades eclesiásticas.
– que están dispuestos a someterse a una jerarquía restituida. […]
P.S. Evidentemente que, este paso de separarse formalmente de la
“Iglesia conciliar“, también tienen que darlo aquellos que no tienen que pagar
el impuesto eclesiástico, para mostrar que han seguido siendo ortodoxos y que
no quieren ser miembros de esta sociedad eclesiástica reformista.“
Aplicación de estos criterios
Estos criterios, que expusimos hace seis años, de una acción sacerdotal legítima bajo las circunstancias dadas, no han perdido nada de actualidad y también hoy pueden seguir aplicándose así.
Las dificultades residen en la realización de estos postulados. ¿Cómo puede reconstruirse una Iglesia cuyas estructuras visibles, y junto con éstas, su autoridad para los poderes plenos, no sólo de mandatos pastorales a obispos y sacerdotes, o a los creyentes para someterse a este clero, sino también la base para la reconstrucción, están rotas? Con la falta de autoridad y la falta de mandato, ¿hay que refrenar entonces la intervención pastoral de los sacerdotes? ¿Han de esperar a intervenir hasta que –según las ideas del fallecido obispo Des Lauriers– el “Papa materialiter“[ Bergoglio, hoy], merced a su “conversión“, se haya transformado de nuevo en un “Papa formaliter“, el cual luego –según la idea de Des Lauriers–, en calidad de Papa legítimo, también podría volver a asignar mandatos? Así pues, como no tienen mandato, ¿deben interrumpir por completo sus actividades como pastores, como exige toda una serie de legalistas que sólo miran con malestar y rechazo a las actividades sectarias en torno de ellos? ¿Cómo se puede evitar entonces el dilema entre obligación pastoral del sacerdote y la falta de mandato?
Una nueva declaración
El Padre Krier, el Sr. Jerrentrup y yo, en nuestra Declaración de febrero de 2000, que enlaza con la DECLARATIO de Su Eminencia el Monseñor Pierre Martin Ngô-dinh-Thuc del 25 de febrero de 1982, trata de mostrar una solución, sabiendo que en toda la historia de la Iglesia no ha habido una situación comparable que muestre un grado semejante de destrucción y de desorden.
A causa de insuficiencias personales, justamente también entre los obispos a quienes se confió este mandato, y a causa también de una tendencia registrable a nivel mundial de reducir la Iglesia como institución sagrada a un mero negocio de administración sacramental, existe el peligro de que los miembros de la verdadera Iglesia católica deriven hacia el sectarismo. Esta tendencia sectarista trajo entre otras consecuencias la infiltración de “clérigos“ vagos, pero también su irresponsable integración en comunidades originalmente no sectarias, con lo cual en algunos casos se ha planteado la macabra situación de que la “antigua misa“ válida es leída por “sacerdotes“ consagrados de modo inválido. Con este desarrollo global, el mandato original de Monseñor Thuc se habría trocado en su opuesto, y, dicho en términos humanos, se habría sellado el hundimiento de la Iglesia que Cristo fundó como institución sagrada.
Para poner término a este desarrollo fallido y para colaborar en la reconstrucción de la Iglesia como institución sagrada, declaro lo siguiente:
Aplicación de estos criterios
Estos criterios, que expusimos hace seis años, de una acción sacerdotal legítima bajo las circunstancias dadas, no han perdido nada de actualidad y también hoy pueden seguir aplicándose así.
Las dificultades residen en la realización de estos postulados. ¿Cómo puede reconstruirse una Iglesia cuyas estructuras visibles, y junto con éstas, su autoridad para los poderes plenos, no sólo de mandatos pastorales a obispos y sacerdotes, o a los creyentes para someterse a este clero, sino también la base para la reconstrucción, están rotas? Con la falta de autoridad y la falta de mandato, ¿hay que refrenar entonces la intervención pastoral de los sacerdotes? ¿Han de esperar a intervenir hasta que –según las ideas del fallecido obispo Des Lauriers– el “Papa materialiter“[ Bergoglio, hoy], merced a su “conversión“, se haya transformado de nuevo en un “Papa formaliter“, el cual luego –según la idea de Des Lauriers–, en calidad de Papa legítimo, también podría volver a asignar mandatos? Así pues, como no tienen mandato, ¿deben interrumpir por completo sus actividades como pastores, como exige toda una serie de legalistas que sólo miran con malestar y rechazo a las actividades sectarias en torno de ellos? ¿Cómo se puede evitar entonces el dilema entre obligación pastoral del sacerdote y la falta de mandato?
Una nueva declaración
El Padre Krier, el Sr. Jerrentrup y yo, en nuestra Declaración de febrero de 2000, que enlaza con la DECLARATIO de Su Eminencia el Monseñor Pierre Martin Ngô-dinh-Thuc del 25 de febrero de 1982, trata de mostrar una solución, sabiendo que en toda la historia de la Iglesia no ha habido una situación comparable que muestre un grado semejante de destrucción y de desorden.
A causa de insuficiencias personales, justamente también entre los obispos a quienes se confió este mandato, y a causa también de una tendencia registrable a nivel mundial de reducir la Iglesia como institución sagrada a un mero negocio de administración sacramental, existe el peligro de que los miembros de la verdadera Iglesia católica deriven hacia el sectarismo. Esta tendencia sectarista trajo entre otras consecuencias la infiltración de “clérigos“ vagos, pero también su irresponsable integración en comunidades originalmente no sectarias, con lo cual en algunos casos se ha planteado la macabra situación de que la “antigua misa“ válida es leída por “sacerdotes“ consagrados de modo inválido. Con este desarrollo global, el mandato original de Monseñor Thuc se habría trocado en su opuesto, y, dicho en términos humanos, se habría sellado el hundimiento de la Iglesia que Cristo fundó como institución sagrada.
Para poner término a este desarrollo fallido y para colaborar en la reconstrucción de la Iglesia como institución sagrada, declaro lo siguiente:
La Iglesia, según la definición del Doctor de la
Iglesia Bellarmino, es “la comunidad de todos los creyentes que,
confesando la misma fe y participando de los mismos sacramentos, están unidos
bajo la guía de los pastores ordenados y en especial
del representante único de Cristo en la tierra, el Papa romano“ (De eccles. milit., c. 2).
Esta comunidad concierne de modo particular a los obispos y
sacerdotes: Para que el mismo episcopado sea uno e indiviso y para que,
bajo los sacerdotes estrechamente unidos entre sí, se guarde a la totalidad de los creyentes en
la unidad de la fe y de la comunidad, poniendo a San Pedro a la cabeza de los demás apóstoles, instauró en él un principio duradero de esta
[…] unidad.“ (Concilio Vaticano, constitución Pastor aeternus, DS
3051). Pero también los creyentes tienen que estar
unidos entre sí: „[…] la Iglesia [tiene que] llamarse un cuerpo sobre
todo porque crece conjuntamente a partir de una mezcla y unión acertada y
coherente de partes, y porque está provista de diversos miembros que están en
armonía recíproca.“ ) Pío XII, encíclica Mystici corporis, 29 de
junio de 1943, DS 3800). Con ello se quiere decir que uno de los criterios de
la pertenencia a la Iglesia es también la intención de fomentar la comunidad de
los creyentes entre sí. Esta unidad universal también tiene que
mostrarse hacia afuera de modo visible: “De ahí se sigue que se encuentran en un error
grande e igualmente fatal quienes se representan y proyectan la Iglesia conforme a sus
propios propósitos como si fuera algo oculto y no visible […]“ (León
XIII, encíclica Satis cognitum, 29 de junio de 1896, DS 3301).
Con la apostasía de la jerarquía tras el Vaticano II, que Monseñor Thuc documentó en su “Declaratio“, la Iglesia como institución sagrada visible
se ha desmembrado gravemente. Ya no existe una “comunidad visible de todos los
creyentes“, aun cuando por todo el mundo sigue habiendo comunidades y grupos
que profesan la verdadera fe.
Pero Cristo fundó la Iglesia como institución sagrada –y no sólo como mera comunidad de fe– para custodiar de modo garantizado la transmisión segura de su doctrina y sus medios de salvación. Por consiguiente, la reconstrucción de la Iglesia como institución sagrada es exigida por la voluntad de su fundador divino.
Con la restitución de la Iglesia como institución sagrada visible se corresponden:
Pero Cristo fundó la Iglesia como institución sagrada –y no sólo como mera comunidad de fe– para custodiar de modo garantizado la transmisión segura de su doctrina y sus medios de salvación. Por consiguiente, la reconstrucción de la Iglesia como institución sagrada es exigida por la voluntad de su fundador divino.
Con la restitución de la Iglesia como institución sagrada visible se corresponden:
– Asegurar los medios de gracia.
– Custodiar y transmitir la doctrina de la Iglesia.
– Asegurar la sucesión apostólica.
– Restablecer la comunidad de los creyentes en un nivel regional, suprarregional y en el nivel global de la Iglesia.
– Restitución de la jerarquía.
– Restablecer la silla papal (como principio de unidad).
– Custodiar y transmitir la doctrina de la Iglesia.
– Asegurar la sucesión apostólica.
– Restablecer la comunidad de los creyentes en un nivel regional, suprarregional y en el nivel global de la Iglesia.
– Restitución de la jerarquía.
– Restablecer la silla papal (como principio de unidad).
Pero aquí surge un dilema. Por un lado falta por ahora la jurisdicción eclesiástica necesaria para el cumplimiento de estas tareas, puesto que la jerarquía ha apostatado, mientras que por otro lado el cumplimiento de estas tareas es el presupuesto necesario justamente para el restablecimiento de esta autoridad eclesiástica. Pero el restablecimiento de la autoridad eclesiástica es exigido por la voluntad de salvación de Cristo. En mi opinión, el dilema sólo puede resolverse si todas las actividades precedentes quedan bajo la reserva de una legitimación posterior y definitiva a través de la jerarquía restablecida. Con ello, la celebración de la misa y la administración de los sacramentos, por ejemplo, entre tanto sólo pueden justificarse si se consideran bajo el aspecto de la restitución global de la Iglesia como institución sagrada y se someten al enjuiciamiento posterior a cargo de la autoridad restablecida y legítima [ al Papa].
La administración y la recepción de los sacramentos (incluida la celebración y la visita de la Santa Misa), al margen de su validez sacramental, no estarían por tanto autorizadas si se realizaran sin referencia a esta justificación que es la única posible.
Desde estas consideraciones, y bajo las circunstancias dadas, puede definirse ya la pertenencia a la Iglesia verdadera como el cuerpo místico de Cristo. Los cuatro criterios que Pío XII expuso en la encíclica Mystici corporis“:
1) Recepción del bautismo,
2) Confesión de la fe verdadera,
3) Sometimiento a la autoridad eclesiástica legítima, y
4) Estar libre de penitencias graves (DS 3802), tienen que modificarse en el punto 3) en el sentido de que, debido a la falta de la autoridad eclesiástica legítima, los esfuerzos para la restitución de la autoridad eclesiástica (es decir, hasta su reconstrucción completa) ha de valer provisionalmente como criterio sustitutivo.“
2) Confesión de la fe verdadera,
3) Sometimiento a la autoridad eclesiástica legítima, y
4) Estar libre de penitencias graves (DS 3802), tienen que modificarse en el punto 3) en el sentido de que, debido a la falta de la autoridad eclesiástica legítima, los esfuerzos para la restitución de la autoridad eclesiástica (es decir, hasta su reconstrucción completa) ha de valer provisionalmente como criterio sustitutivo.“
Solución del dilema
Así pues, el dilema indicado entre falta de mandato –dejo aquí sin tratar que hay o que podría haber aún diversos clérigos viejos que aún podrían apelar a un mandato legítimo bajo Pío XII– y el cumplimiento de la voluntad de Cristo, a nuestro parecer, sólo puede resolverse si en y durante el proceso de restitución, la autoridad que (todavía) falta sea anticipada hasta que haya vuelto a ser instalada, para luego hacer legitimar por ella este modo de proceder. Es decir, todas las medidas concretas de reconstrucción quedarían entre tanto bajo una reserva de legitimación, ya que, sólo mediante la consecución del restablecimiento de la autoridad, es decir, con la elección de un nuevo Papa, tendrían que ser bendecidas por aquélla como proceso global, y reconocidas como legítimas.
Así pues, el dilema indicado entre falta de mandato –dejo aquí sin tratar que hay o que podría haber aún diversos clérigos viejos que aún podrían apelar a un mandato legítimo bajo Pío XII– y el cumplimiento de la voluntad de Cristo, a nuestro parecer, sólo puede resolverse si en y durante el proceso de restitución, la autoridad que (todavía) falta sea anticipada hasta que haya vuelto a ser instalada, para luego hacer legitimar por ella este modo de proceder. Es decir, todas las medidas concretas de reconstrucción quedarían entre tanto bajo una reserva de legitimación, ya que, sólo mediante la consecución del restablecimiento de la autoridad, es decir, con la elección de un nuevo Papa, tendrían que ser bendecidas por aquélla como proceso global, y reconocidas como legítimas.
Problemas especiales de realización en la reconstrucción
Como un obstáculo especial se consideró la insistencia en una elección Papal. Pero la declaración de sedevacancia sólo tiene sentido si con ella se enlaza la intención de volver a ocupar la silla vacante. Aun cuando las preguntas teológicas y los problemas de aplicación aún no han sido suficientemente discutidos a fondo, sin embargo debería ser claro que la elección Papal, al menos, tiene que plantearse como exigencia. Obedece sólo a la continuación del mandato de Cristo que la Cathedra Pedro tiene que (debe) volver a ser ocupada, aun cuando el cómo aún no ha sido aclarado del todo. Al menos tenemos un modelo según el cual podría producirse una reconstrucción. Aun cuando hasta ahora no se han respondido del todo todas las preguntas, una realización podría haber tenido lugar hace tiempo, puesto que la finalidad –la plena restitución de la autoridad, la construcción de estructuras eclesiásticas en los niveles de la comunidad, la diócesis, la Iglesia mundial– está claramente perfilada.
La descripción de la situación concreta
Pues bien, ¿qué aspecto ofrece la realidad? ¿Se perfilan esfuerzos reconocibles por conseguir este fin, es decir, la reconstrucción de la Iglesia? ¿Cómo se presenta predominantemente con vistas a la situación actual la conducta de los sacerdotes que pretenden trabajar para la verdadera Iglesia católico-romana, o que apelan a llevar a cabo en su nombre una práctica pastoral?
Comencemos con nuestra investigación en los países de habla alemana, pues es donde la mayoría de los lectores pueden ver y valorar mejor la situación. Al margen de diversos clérigos que, como vagos, van de un lugar a otro para leer la misa en instalaciones privadas aisladas –en este círculo se encuentran a menudo los ex-econistas ( ex lefebvristas)–, y que, por así decirlo, ofrecen un servicio sacramental al cliente como “Yo Sociedad Anónima“, hay diversos centros de misas que se pueden considerar ya como instalaciones comunitarias y que son llevadas por clérigos, aunque su trabajo se limita en lo esencial a la lectura de la Santa Misa. La pastoral y la catequesis se escriben más bien “con minúscula“. La mayoría de las veces, estos clérigos no hablan entre sí. ¿Intercambio y aconsejamiento recíproco? ¡Resultado negativo! Pregunten ustedes, queridos lectores, a “su“ sacerdote. Sus contactos se limitan al intercambio de funciones sacerdotales o a aplicar poderes plenos sacerdotales, casi siempre episcopales, para hacer administrar la confirmación o escuchar confesiones.
La fusión de los centros de misas y de los creyentes que se reúnen en ellos bajo la guía de los clérigos que los conducen en el sentido de una comunidad de salvación eclesiásticamente estructurada, no sólo no se realiza, sino que ni siquiera se intenta. Demostración: después de más de 35 años de “estado de emergencia“, en Alemania y en los países y regiones limítrofes de habla alemana no hay ni una congregación de clérigos ni una fusión de creyentes guiada por ésta. (Nota bene: aun cuando nosotros no compartimos la posición de Econe [ lefebvrismo], que reduce la lucha eclesiástica a una disputa de ritos, una cosa hay que reconocer a los econistas: que por vía de disciplina se han construido a nivel mundial un sistema de centros con un trabajo comunitario que funciona.
El estado de emergencia, que en su momento lo hubo realmente, se declara caso normal y se estiliza como tal, para abusar de él como coartada para particularismos pastorales. Con todos los peligros que resultan de ello: errores en la liturgia, en la interpretación de determinados contenidos doctrinales –cfr. los pasajes correspondientes en los ”Comunicados de la redacción“ del número de noviembre–, arrogancia de derechos, excedencia de las competencias, pero también actitudes fallidas en la disciplina: estoy pensando en la tristemente célebre orden sobre vestimentas en algunas comunidades, que aún tiene preferencia sobre la aclaración de convicciones dogmáticas fundamentales. Además hay expulsiones de la Iglesia que se ha declarado como casa de Dios católico-romana, sin que el sacerdote responsable tuviera para ello ningunos poderes plenos jurisdiccionales.
A mi modo de ver, en otros países y continentes sucede de modo similar. En Italia, el grupo en torno a Abbé Ricossa hace que la pertenencia a su comunidad dependa de la aprobación de la teoría del „Papa materialiter, non formaliter“, que, como se puede demostrar, es absurda y teológicamente insostenible. En los Estados Unidos, aunque el obispo Pivarunas tenga tantos sacerdotes “bajo sí“, como él mismo escribe, sin embargo, en esta subordinación, no se trata de la reconstrucción de estructuras eclesiásticas, sino de puras relaciones de poder, pues Pivarunas sólo se ve en competencia con la „Hermandad sacerdotal“ de los econistas.
Las situaciones precarias y las actitudes o posturas fallidas que hemos mostrado, pueden reducirse a dos puntos decisivos:
1- El encapsulamiento y
aislamiento de los otros miembros de la Iglesia (restante) –desde el punto de vista de
los que llevan los centros de misas: limitación a la clientela dada
(apostolado: una palabra desconocida)–, según el lema: “cada uno para sí y Dios
para todos nosotros“;
2- Al rechazo voluntario de la reconstrucción de la Iglesia como institución de salvación y comunidad de salvación (comunidad eclesiástica).
2- Al rechazo voluntario de la reconstrucción de la Iglesia como institución de salvación y comunidad de salvación (comunidad eclesiástica).
Falta de voluntad para formar
comunidades ¿Cómo hay que juzgar estas posturas
desde la fe católica? ¿Son legítimas?
Por cuanto respecta al
encapsulamiento y el escudamiento, la Iglesia se
ha pronunciado inequívocamente. Excepto en los tiempos de la
persecución, cuando esto era impedido por circunstancias externas, los creyentes no deben construirse
“catacumbas“ para esconderse, sino que tienen que estar vinculados entre
sí: “La Iglesia [tiene que] llamarse un cuerpo,
sobre todo por el motivo de que crece conjuntamente a partir de una mezcla y
enlace correcto y concordante de miembros, y está provista de miembros diversos
en consonancia.“ (Pío XII, Encíclica Mystici corporis, 29 de
junio de 1943, DS 3800). Con ello se quiere decir que entre los criterios de la pertenencia a la
Iglesia se encuentra también la intención de fomentar mutuamente la comunidad
de los creyentes. Esta
unidad omnilateral también tiene que hacerse visible hacia
fuera: “De ahí se sigue que se encuentran en un
error grande e igual de perjudicial quienes se representan y proyectan la
Iglesia según su propio albedrío, por así decirlo, como oculta y en modo alguno
visible.“ (León XIII, Encíclica Satis cognitum del 29 de
junio de 1896, DS 3301.)
Concepto protestante de Iglesia
El rechazo de la reconstrucción eclesiástica, y vinculado con ello el rechazo y el desinterés por la Iglesia como institución de salvación, corresponde al concepto de Iglesia del protestantismo. Pues según la doctrina católica, la Iglesia es la institución de salvación que constituye una “comunidad misteriosa de gracia con Cristo como cabeza“ (cfr. Heribert Holzapfel: Katholisch und Protestantisch. Eine leidenschaftliche Klarstellung, Friburgo de Brisgovia 1931, p. 30), por lo que Pío XII habla de la Iglesia como un “cuerpo místico de Cristo“ (cfr. también su Encíclica Mystici Corporis del 29 de junio de 1943). Por eso San Pablo puede expresar también la exigencia: “un Señor, una fe, un bautismo“ (Ef. 4, 4). Y en Juan se dice que los discípulos de Cristo “han de ser uno con él [con Cristo], así como él es uno con el Padre“ (Jn. 17, 11). Por eso, el desgarramiento de la unidad o el desinterés por buscarla de nuevo una vez que se ha perdido, significa una inobservancia de la voluntad expresa de Cristo. Esta unidad interna la causa, entre otras cosas, que la Iglesia esté dotada de medios de gracia (sacramentos), que Cristo aplicó y cuya transmisión institucionalizó objetivamente, por lo cual la Iglesia no sólo existe como Iglesia espiritual, sino también como comunidad visible. A la comunidad interna de gracia se le suma la organización visible, para mantener cohesionado este “cuerpo místico“. Ambos momentos se condicionan mutuamente. La visibilidad de la Iglesia está fundamentada en última instancia en la encarnación del propio Cristo, que ha venido como hombre para entrar en contacto concreto con nosotros los hombres y sellar de nuevo con nosotros la Nueva Alianza.
En oposición a ello, el concepto protestante de Iglesia se basa en la idea de que la Iglesia no es una institución de salvación, sino una comunidad de ideas comunes de fe. Por eso, según la comprensión protestante, la Iglesia es “objeto de la fe“ („Apostolicum“), a lo que se suman ciertos signos externos, sensiblemente perceptibles, que reciben una acuñación diversa de las diversas comunidades. Por ejemplo, para el protestantismo luterano, del acuñamiento visible forma parte:
Concepto protestante de Iglesia
El rechazo de la reconstrucción eclesiástica, y vinculado con ello el rechazo y el desinterés por la Iglesia como institución de salvación, corresponde al concepto de Iglesia del protestantismo. Pues según la doctrina católica, la Iglesia es la institución de salvación que constituye una “comunidad misteriosa de gracia con Cristo como cabeza“ (cfr. Heribert Holzapfel: Katholisch und Protestantisch. Eine leidenschaftliche Klarstellung, Friburgo de Brisgovia 1931, p. 30), por lo que Pío XII habla de la Iglesia como un “cuerpo místico de Cristo“ (cfr. también su Encíclica Mystici Corporis del 29 de junio de 1943). Por eso San Pablo puede expresar también la exigencia: “un Señor, una fe, un bautismo“ (Ef. 4, 4). Y en Juan se dice que los discípulos de Cristo “han de ser uno con él [con Cristo], así como él es uno con el Padre“ (Jn. 17, 11). Por eso, el desgarramiento de la unidad o el desinterés por buscarla de nuevo una vez que se ha perdido, significa una inobservancia de la voluntad expresa de Cristo. Esta unidad interna la causa, entre otras cosas, que la Iglesia esté dotada de medios de gracia (sacramentos), que Cristo aplicó y cuya transmisión institucionalizó objetivamente, por lo cual la Iglesia no sólo existe como Iglesia espiritual, sino también como comunidad visible. A la comunidad interna de gracia se le suma la organización visible, para mantener cohesionado este “cuerpo místico“. Ambos momentos se condicionan mutuamente. La visibilidad de la Iglesia está fundamentada en última instancia en la encarnación del propio Cristo, que ha venido como hombre para entrar en contacto concreto con nosotros los hombres y sellar de nuevo con nosotros la Nueva Alianza.
En oposición a ello, el concepto protestante de Iglesia se basa en la idea de que la Iglesia no es una institución de salvación, sino una comunidad de ideas comunes de fe. Por eso, según la comprensión protestante, la Iglesia es “objeto de la fe“ („Apostolicum“), a lo que se suman ciertos signos externos, sensiblemente perceptibles, que reciben una acuñación diversa de las diversas comunidades. Por ejemplo, para el protestantismo luterano, del acuñamiento visible forma parte:
–la doctrina de los Evangelios;
– la administración de los sacramentos que les corresponde.
– la administración de los sacramentos que les corresponde.
El protestantismo reformatorio (Calvino) conoce aún un tercer momento: la “disciplina“. Con ello, Calvino dotó a su iglesia de una organización junto con un orden disciplinario.
Los anglicanos dan aún otro paso: transfieren la administración de los sacramentos y la dirección de la doctrina a los obispos (cfr. H. Holzapfel, op. cit. pp. 49 ss.) Pero el orden eclesiástico externo no se basa en su institucionalización a cargo de Cristo, sino en la prescripción humana, para la que se reivindica fundamentalmente libertad para sus formas. (Sobre la definición del concepto protestante de iglesia, cfr. J. Kunze: Symbolik, Leipzig 1922; asimismo, Ph. Bachmann: Unterricht in der christlichen Religion, Leipzig 1927.)
En el rechazo de la Iglesia como institución sagrada con sus estructuras claramente definidas –motivo por el cual también se habla de la Iglesia como societas perfecta–, nuestros clérigos, que igualmente rechazan la institución, en tanto que se niegan a reconstruirla, nolens volens se aproximan al concepto protestante de Iglesia. Con ello, su obrar obtiene una dimensión dogmáticamente valorable que ya no puede ocultarse detrás de algún tipo de situaciones forzosas.
¿“Sine Ecclesia salus est“?
Pero esta negativa a volver a construir la Iglesia, contiene aún otra grave actitud fallida: invierte el axioma de San Cipriano “extra Ecclesiam nulla salus est“, “fuera de la Iglesia no hay salvación“, en su contrario: “extra Ecclesiam salus est“, o más concretamente: “sine Ecclesia salus est“, “salvación también sin Iglesia“, en lo que los jóvenes clérigos quieren apoyar su acción pastoral. Tales esfuerzos están condenados al fracaso.
Apelación final
Ya es tiempo de volver a abordar las medidas que el fallecido obispo Carmona (recuerde el el lector que el artículo es de hace 19 años) introdujo para el establecimiento de la unidad eclesiástica.