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martes, 31 de mayo de 2011

Dos reglas muy útiles para determinar las prerrogativas particulares que pertenecen a la maternidad divina. (1)

Primera regla: Todos los dones de gracia concedidos a los Santos, la Madre de Dios los ha recibido en su forma propia, o de manera más eminente y más digna de ella.
Sentido de la regla y cuál fué siempre su uso.
La primera regla para determinar en particular cada una de las prerrogativas concedidas por Nuestro Señor a su divina Madre es la palabra de Dios, palabra escrita y palabra transmitida por la tradición. Mas cuando ni la Sagrada Escritura ni la tradición sean suficientemente claras y explícitas, ¿a qué reglas acudiremos? Y cuando deduzcamos aquellos privilegios de la palabra de Dios, ¿de qué medios nos valdremos para ilustrar y confirmar nuestras deducciones? A la resolución de esta cuestión se enderezan este capítulo y el siguiente.

I.—He aquí la primera regla y, si es lícito usar de esta palabra, el primer criterio. Todos los privilegios de gracia que hallaréis en los siervos de Dios, todos, sin vacilación, se deben atribuir, y en grado superior, a la Madre de Dios. Esta es, repetimos, la primera regla con que podemos determinar en particular las perfecciones sobrenaturales que se derivan de la maternidad divina. Mas para fundarla sobre base sólida es necesario puntualizar su significación y su alcance. Ahora bien, en los autores que más particularmente han formulado esta regla hállanse tres restricciones principales.
Primera restricción: Para que los privilegios a que nos referimos puedan afirmarse de la bienaventurada Virgen es necesario que no sean incompatibles ni con su estado presente, como sería la posesión estable de la visión beatífica mientras fue viadora; ni con la perfección de la inocencia y santidad, como serían la gracia de la penitencia y las lágrimas del arrepentimiento; ni con la condición de mujer, como lo sería el sacerdocio y, en general, cualquier ministerio sagrado en cuanto a sus funciones propias. Que esta restricción sea razonable es cosa harta clara. Pero todavía es necesario admitir que, exceptuando las gracias reservadas para el término, la bienaventurada Virgen poseyó eminentemente todas las otras que por su perfección o por su condición no podía recibir con el carácter formal y específico de las mismas. Y en esta forma pudo tener de la penitencia el odio del pecado y el amor de Dios, que para el pecador son la medida y la fuente de ella. Así también pudo ejercer de modo excelentísimo las funciones del sacerdocio, pues de ella y por ella recibimos el Verbo encarnado, nuestro Pontífice y nuestra Víctima, el Maestro y la Luz del mundo, pues que ella tuvo en el sacrificio del Calvario y en la institución de los Sacramentos de la Iglesia y de la Iglesia misma, una parte propia y peculiar de ella junto a su Hijo, nuestro Salvador.
Segunda restricción: Tampoco pretendemos atribuir a María todos y cada uno de los favores particulares de la divina bondad, de que nos hablan las vidas de los Santos. Hubo siervos de Dios que fueron alimentados milagrosamente y otros a los que los ángeles administraron la Sagrada Comunión. Erradamente se pretendería deducir de estos hechos que los ángeles también debieron alimentar a la Santísima Virgen con el pan material o con el pan de la Eucaristía, alimento celestial de las almas. Si alguna vez la Virgen Santísima hubiera tenido necesidad de ser asistida por los ángeles en cuanto a la alimentación de su cuerpo o de su alma, es indudable que los ángeles se hubiesen apresurado a atenderla y asistirla, como a su Reina que es. Pero nada nos obliga a afirmar el hecho particular en virtud de la regla establecida. Por la misma razón, del hecho particular que se dice verificado en el niño que después fue San Ambrosio de Milán, esto es, que un enjambre de abejas se posó en sus labios, o de otros hechos particulares análogos que anunciaron proféticamente el destino de algunos santos, no se debe concluir que también en la Virgen se realizaron idénticos o semejantes prodigios. Esto no lo pide ni la perfección de su alma ni el cumplimiento de su divina misión. Mas, a falta de estos favores particulares, gozó de otros que los incluyen y los exceden. Así, por ejemplo, tuvo una asistencia angélica más universal y más eficaz que desde el principio del mundo hasta los tiempos más próximos al Mesías prometido; gran número de profecías y figuras anunciaron al mundo a esta Virgen y sus privilegios.
Tercera restricción: La regla se refiere a los dones que tienen por fin propio la santificación del alma y tienden a promover y perfeccionar la unión sobrenatural con Dios. Algunos teólogos (Por ejemplo, el P. Ben Plazas, Causa Inmac. Concept., pág. 131, sq.1) vacilan en darle más extensión. A nosotros nos parece que son excesivamente tímidos. Indudablemente, esta regla se refiere, ante todo, a los dones santificantes. Pero el acuerdo unánime de los que la establecieron va más allá. Estiman, como lo veremos en seguida, que la regla comprende otras gracias que, sin ser por sí mismas santificantes para la persona que las recibe, le son dadas para cooperar dentro de los límites de su misión, a la perfección de los demás. Tales son en particular los dones sobrenaturales llamados gracias gratuitamente dadas (Cf. S. Thom., 1-2, q. III, a. I.2). Por lo demás, aun aquellos mismos que ponen esta tercera restricción, frecuentemente la olvidan cuando llega el momento de aplicarla. Parece, pues, preferible atenerse a las dos primeras restricciones, y de ello estamos tanto más persuadidos cuanto apenas conocemos autor que prácticamente respete la tercera restricción. Mas no olvidemos que si la regla pide que se afirmen de María todos los privilegios de gracia concedidos liberalmente a los otros santos, la misma regla exige que sea en grado más excelente y con medida más amplia. La maternidad divina es un título al que ninguno otro iguala, y, por consiguiente, nada puede igualar tampoco a los dones que son inherentes a la maternidad o que ella reclama.

II.—Esta regla, tan gloriosa para María, está expresamente formulada por los teólogos escolásticos más ilustres, los cuales la recibieron de sus antepasados y de los Santos Padres, cuyo eco fiel se muestran. Detengámonos en algunos pasajes. Veamos primeramente la tesis asentada por Suárez: "Ningún don de gracia ha sido jamás conferido a una pura criatura que la Virgen no haya poseído, o de una manera semejante o de una manera más perfecta" (De Myster, vitae Christi, D. 4. S. 1, § Tertio, abdo). Santo Tomás de Aquino formula una regla equivalente: "Con razón se cree que aquélla que engendró al Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad, debió recibir, más que todos los demás, los más grandes privilegios de gracias... Ahora bien; sabido es que el privilegio de ser santificados antes de nacer fué concedido a algunos otros", a Jeremías, al Bautista. "Es, pues, razonable el creer, rationabiliter creditur, que la bienaventurada Virgen fué santificada antes de salir del seno maternal" (3 p., q. 27, a. 1). ¿No es esto consagrar nuestro principio? En otro lugar, el mismo Santo Doctor resuelve una objeción contra este privilegio particular. Dice el adversario, real o ficticio: ¿Cómo puede afirmarse este privilegio, cuando nada dicen de él ni el Antiguo ni el Nuevo Testamento? "Es verdad; la Escritura no habla de esta santificación de la bienaventurada Virgen expresamente; sin embargo, la podemos tener por cierta, considerando lo que nuestros Libros Santos nos enseñan de Jeremías y de Juan Bautista. Porque si éstos fueron santificados en el vientre de sus madres por haber anunciado a Cristo, ¿cuánto más excelentemente debió serlo esta Virgen, que engendró a Cristo?" (in III, D. 3, q. 1, a. 2, sol. 3, ad. 3 et in corp. Idéntico raciocinio, con expresión formal de la regla, hállase en San Buenaventura in III, D. 1, q. 3).
De esto mismo estaba persuadido Teófilo Raynaud, que, en sus Dípticos de María, escribe: "Me preguntáis si entre la multitud de dones que se refieren a la más excelsa pureza del alma, a la unión la más perfecta con Dios, hay alguno que María no haya recibido y que se halle en los otros santos." Responde: "Es necesario tener por absolutamente cierto que la Virgen, como quiera que recibió la plenitud de la gracia, debe por el mismo caso tener en sí todos los privilegios de aquel género concedidos por la divina liberalidad a cualquier santo, sea el que fuere. Esto se infiere de la doctrina de los Santos y de una conveniencia manifiesta" (Diptych. Marian, cant. 3, VIII. pp. 14, 15).
Idéntica doctrina enseña San Antonio de Florencia: "De la misma manera que San Agustín estableció como regla que donde se tratare de pecado de ningún modo puede haber cuestión acerca de la bienaventurada Virgen, sino que es necesario sostener que ella no cometió pecado alguno, así el Beato Alberto (en sus Cuestiones sobre el Missus est) dijo con verdad: Cuantas veces habléis de bien, tened por regla y por principio evidente (per se noto) que todo bien, hecho o recibido por una pura criatura, se halla en la Madre de Dios, regla y principio del cual no se puede dudar, teniendo en consideración que María, como dijo San Juan Damasceno, en nada puede ser superada por ninguno de las Santos, ni aun por los más esclarecidos" (Sum. P. 4, tit. 15, c. 10, De triplici genere grat. 2).
En todo el decurso de los siglos hallamos esta regla, no solamente formulada, sino constantemente aplicada. La profesa San Lorenzo Justiniano: "En María se halla todo honor, toda dignidad, todo mérito, toda gracia y toda gloria" (De Casto Connub. animac et Verbi, c. 9). Es también de San Bernardo, en su célebre carta a los canónigos de Lyon: "Aun aquello que han recibido de Dios muy pocos mortales, no puede faltar en una Virgen tan grande, por la que toda mortalidad sube del sepulcro a la vida". También la tiene el piadoso y sabio Raimundo Jordán: "Oh María, eres toda hermosa en tu alma, porque tienes por ornamento la plenitud de todas las prerrogativas celestes y de todas las virtudes. Toda hermosa en tu concepción, porque fuiste hecha únicamente para ser templo de Dios Altísimo... Todas las hermosuras, todas las virtudes, todas las gracias concedidas por tu Hijo bendito y más que bendito a una pura criatura, todas te las concedió a ti, y en grado muy superior. En todo esto no has tenido semejante antes de ti ni lo tendrás después de ti... En resumen, no hay género de belleza sobrenatural con el que no resplandezcas, oh Virgen más que bienaventurada. Ni un don siquiera hay concedido a un santo, sea el que fuere, que a ti haya sido negado. Todos los privilegios de los santos los has reunido en ti. Nadie te iguala; sólo Dios está por cima de ti... Por tanto, oh gloriosísima Virgen, eres toda hermosa, no en parte, sino totalmente. En ti ninguna mancha de pecado, ni mortal, ni venial, ni original, ni en lo pasado, ni en lo presente ni en lo venidero. Tuyas son todas las gracias en bienes naturales, en prerrogativas sobrenaturales, en dones celestiales..." ( "Idiota", Praelec. seu contempl. de B. V. P. 2, contempl. 3).
También la consigna el autor anónimo del célebre Tratado de la Concepción de la Virgen: "No hay ningún privilegio concedido por tu Hijo a una criatura, fuera de su propia persona, que haya podido él, sin incurrir en inconsecuencia, negarte a ti, oh, la más dichosa de las mujeres, porque quiso hacerte su Madre" (Tract. De Concept. B. Mar. P. L. CL1X, 305). Es de un piadoso y sabio benedictino del siblo XII, que la utiliza como argumento victorioso para demostrar la Asunción corporal de la bienaventurada Virgen: "¿Diré que fue transportada al cielo con su cuerpo o sin él? Respondo: Con su cuerpo. Si me engaño, mi error no puede desagradarme; hallaré excusa ante la Madre de la misericordia, en la fuente de toda piedad ¿Podría yo confesar que el Hijo de Dios haya negado a su Madre un privilegio alguna vez concedido a alguno de sus servidores? Elias sube al cielo en carro de fuego, ¿y la Madre de Dios se pudrirá en el sepulcro? Si la tierra guardó su cuerpo sagrado mientras su alma volaba a Dios, deberíamos confesar también que el Hijo privó a su Madre de un culto de honor con el que glorifica a los confesores y a los mártires. La cabeza de Juan, las reliquias de una muchadumbre de otros santos bienaventurados reciben nuestros homenajes, ¿y el cuerpo de la gloriosa Virgen no será venerado ni en la tierra ni en el cielo?" (Absalón, abbas Sprinckirsbac, Serm. 44, In Assumpt. P. L. CCXI, 255, sq. Serm. 45. ibíd., 257).
Por lo demás, no solamente la Asunción, sino muchísimos otros privilegios, han deducido de los mismos principios los Santos Padres y los más recomendables autores. Más adelante lo veremos plenamente comprobado al explicar las principales mercedes concedidas a la Madre de Dios. Algunas veces esta regla es el motivo principal, por no decir único, para atribuírselos. Lo veremos, por ejemplo, cuando tratemos de si María, en el curso de su vida mortal, recibió la gracia de una visión transitoria y momentánea de la esencia divina y de sus perfecciones.
Y como el Occidente, así piensa y así habla el Oriente. Ved, si no, lo que dice Basilio de Seleucia: "Si Dios colma de tantas gracias a sus buenos servidores, ¿qué dones habrá otorgado a su Madre? ¿No excederán incomparablemente a los favores concedidos a todos los demás? Es evidente. Si Pedro fué proclamado bienaventurado, ¿no llamaremos nosotros singularmente bienaventurada entre todos los bienaventurados a la Virgen que engendró a aquél a quien Pedro confesó por Hijo de Dios vivo? Si Pablo es llamado vaso de elección, porque llevó el nombre de Cristo por toda la tierra, ¿qué vaso será la Madre de Dios... ? Oh, Virgen Santísima, sean cuales fueren las prerrogativas y sea cual fuere la gloria que mi piedad te atribuya, jamás me apartaré de la verdad, sino que siempre quedaré por debajo de ella" (or. 39, In Deip. Assump. P. G. LXXXV, 448.).
¿Deseáis una expresión más enérgica y más clara y manifiesta de nuestro axioma? La hallamos en esta fórmula mil veces repetida por los Santos Padres y por todos los labios cristianos: "A los demás, la gracia ha sido dada por partes; a María, en toda su plenitud" (S. Petr. Chrysol., Serm. 143, De Anunciat. V. P. L. LII, 683). Por consiguiente, todo lo que los demás han recibido lo posee María, y en medida incomunicable; todo, decimos, sin excepción: ¿qué excepción cabe en la plenitud?
Podríasenos responder que en este texto y en otros semejantes la plenitud de la gracia es el mismo Autor de la gracia, Jesucristo, el Hijo de María. Es verdad; pero esto mismo prueba dos cosas que vienen de una manera manifiesta a confirmar nuestro principio. La primera, a cuyo desarrollo dedicaremos largo espacio en la segunda parte de esta obra, es que todos los dones de Dios nos vienen por medio de María; la segunda, que el Autor de todas las gracias no pudo tomar carne de ella sin darle en retorno y con toda su plenitud todas las gracias que él distribuiría entre los redimidos. Sería necesario estar muy en ayunas de la lectura de los Santos y de los Santos Padres para no haber aprendido de ellos estas dos consecuencias. "La santificación de María fué el canal por donde la fuente de la divina gracia se derramó sobre la universalidad del género humano", había escrito Raimundo Jordán algunas páginas antes de la que poco ha transcribimos.
Poco ha también oíamos a San Bernardo afirmar en términos expresos este mismo principio que vamos desarrollando. El santo nos representa a María toda inundada de gracias sobreabundantes y sirviendo a su Hijo de acueducto para difundirlas en las almas. Y ¿qué prueba aduce para justificar tan inefables privilegios? El título incomunicable de Madre de Dios. "¿A cuál de los ángeles ha sido dicho: El Espíritu de Dios descenderá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el Santo que nacerá de ti se llamará el Hijo de Dios... ? Mucho es para un ángel ser ministro del Señor. María mereció algo que es infinitamente más sublime. ¿Qué? Ser la Madre de Dios. Y así, por un privilegio singular, fué hecha tanto más excelente que los ángeles cuanto el título de Madre excede en dignidad al título de ministro" (Serm. De Aquaed, In Nativit. B. M. V., n. 12. P. L. CI.XXXIII, 444). Y con esto volvemos a la base de nuestro principio y queda más y más demostrada su solidez. Es que la condición de Madre de Dios encierra eminentemente todos los otros títulos que tiene María a los favores divinos. La maternidad divina atrae a María todo lo que la divina liberalidad ha derramado en las demás criaturas en cuanto a bienes sobrenaturales se refiere. Vacilar en admitir en María perfecciones que admiramos en otras criaturas seria poner en duda o el valor universal de su título o la sabiduría del Repartidor de la divina gracia y negar la plenitud afirmada por el cielo mismo, que, por mediación del ángel, le dijo: Ave gratia plena.
Terminemos este capítulo con un hermosísimo texto de Santo Tomás de Villanueva: "De los dones, de las gracias, de las virtudes de María, ¿qué podemos decir sino que recibió todo aquello de que es capaz una pura criatura? Por tanto, así como en la creación del mundo todas las criaturas fueron encerradas en el hombre, que por esta causa se llama mundo pequeño, microcosmos, así en la reformación del mundo todas las perfecciones de la Iglesia y de los Santos fueron encerradas en la Virgen, y por esta razón podría llamársela el mundo pequeño de la Iglesia microcosmos Ecclesiae. Todo lo ilustre que hay en los santos, todo lo grande, está en ella... En ella la pureza de las vírgenes, la fuerza de los mártires, la devoción de los confesores, la sabiduría de los doctores, el desprecio del mundo de los anacoretas; en ella está el don de sabiduría, el de ciencia, el de inteligencia, el de consejo, el don de piedad, el don de fortaleza y todas las gracias gratis dadas, que enumeró el apóstol" (In festo Nativit. B. V. M. Conc. 3, n. 8. Opp. II, 404).
¿Sería María, como realmente lo es, la Reina de todos los santos y de todos los órdenes de santos si uno entre ellos pudiera gloriarse de poseer una prerrogativa de gracia que no se diese en María, o si se diese, mas no, en un grado más excelente que se da en los santos? ¿Sería tipo y ejemplar de la Iglesia de Dios, como la llaman los Santos Padres, si hubiese en la Iglesia y en los miembros de la Iglesia una sola perfección que, ya en su propia forma, ya con un carácter superior y más divino, no fuese parte de la dote de la Santísima Virgen?
Después de todo lo dicho, vengan ciertos espíritus mezquinos diciendo que no hacemos bien al enaltecer tanto los privilegios de María, Madre de Dios; les contestaremos remitiéndolos a los santos más ilustres, a los sabios más graves; y si, después de haberlos leído y entendido, aun tienen que recriminarnos de algo, será, como decía Basilio de Seleucia, de habernos quedado muy por debajo de la verdad.

J. B. Terrien S. J.
LA MADRE DE DIOS...

Carta de Mons. Carmona a un arzobispo postconciliar de Bolivia

Santa Cruz da la Sierra, 24 da febrero da 1987

Monseñor
Luis Rodríguez Pardo
Arzobispo da la Nueva Iglesia Postconciliar.
Presente.-

Señor arzobispo:
Leyendo sus desplegados en los diversos diarios del lugar, no he podido menos de sentir para con usted un profundísimo agradecimiento por haber públicamente declarado que mi nombre no está en la lista de todos los obispos del mundo, que cada año publica el anuario pontificio, ¡Gracias señor Rodríguez! Ahora ya todos saben que NO HE APOSTATADO como lo han hecho en masa todos los obispos oon muy raras excepciones; ¡no, no! mi nombre no está en la lista DE LOS APOSTATAS, en la lista de esos obispos que sin vergüenza han claudicado, y que en al Vaticano II se portaron como COBARDES, no irguiéndose para defender el depósito de la Fe que les fue confiado, y aceptando cuantos cambios y novedades les proponían quienes interesados estaban en la ruina de la Iglesia.
Habéis dicho una estupenda verdad: Mi nombre no está ni estará jamás en esa ignominiosa lista de obispos renegados, que ahora queman lo que antes adoraban, y adoran lo que antes quemaban.
Tampoco en la lista de los auténticos y legítimos Obispos están los nombres de todos esos obispos desertores, entre loa cuales está usted, y los fieles deben darse cuenta de esta verdad que es innegable: Usted YA NO ES OBISPO DE LA IGLESIA CATÓLICA, sino de la NUEVA Iglesia que es la Iglesia DE LA APOSTASIA.
Afirma que soy un Impostor. ¡Con qué facilidad para decirlo! .¿Pero impostor no es aquel que no siendo ya un Obispo catolico ni predicando ya las verdades divinas, aparenta que lo es y que es divino lo que predioa?.
PUES ESE ES USTED SEÑOR RODRÍGUEZ, porque habiendo decertado de la Iglesia que Cristo Instituyó se pasó a las filas da la Iglesia Montiniana y sigue actuando COMO SI FUERA católico, y como si fueran verdades divinas predica SUS AMBIGÜEDADES.
También afirma que no estoy en comunión con la Iglesia Católica. Pues debe saber usted y deben saberlo todos, que desde que por el bautismo ingrese en el reino de Dios, que es la Iglesia, por Cristo divinamente instituida, JAMAS ME HE SEPARADO DE ELLA; cuando de el Obispo recibí el sacramento del Orden Sacerdotal, y cuando aunque sin merecerlo, me consagraron Obispo, hice mi profesión de Fe y el JURAMENTO ANTIMODERNISTA que mandó se hiciera el Papa Santo Pío X, y en ningún momento la he quebrantado.
Sigo, pues, en comunión CON LA VERLADERA IGLESIA, y quienes no están en comunión oon ella son los desertores, los que por hacerse herejes, de Ella se apartaron por no perder su cargo; los que se hicieron una NUEVA Iglesia que yo detesto con toda mi alma; Verdad es que NO ESTOY oon Juan Paulo II, como tampoco estuve con Juan XXIII, con Pablo VI y con Juan Pablo I, porque estos 4 "papas", emanados del MODERNISMO condenado por el mismo Papa Santo Pío X, NO HAN SIDO LEGÍTIMOS sucesores de Sen Pedro, aunque se presenten como talas; y no he estado con estos "papas", porque el Papa Paulo Cuarto en su Bula "Ex Apostolatus Officio", dice que debemos evitar a los ilegítimos como si fueran hechiceros, paganos, publícanos, o heresiárcas.
Que sepan todos que yo NO ESTOY EN COMUNIÓN con esa NUEVA Iglesia que en el Vaticano II, inspirado NO por el Espíritu Santo sino por si espíritu de Montini, dieron a luz los obispos "conciliares".
Esa Iglesia NO ES LA IGLESIA CATÓLICA, aunque sea aceptada por todo el pueblo, y aunque en ella esté la jerarquía, pues es precisamente esa jerarquía APOSTATA la que traicionando a Cristo y a su Iglesia, traiciona también A LOS FIELES conduciéndoles a la apostasía universal.
Esa Iglesia NO ES LA IGLESIA DE CRISTO, sino la Iglesia DEL ANTICRISTO, y tampoco debe extrañarnos que sucedan estas cosas, puesto que desde hace cien años la Virgen de Lasalette anunció que Roma PERDERA LA FE y que EL ANTICRISTO ESTABLECERÁ SU SEDE EN ROMA.
NO dije que no saben celebrar la Misa, sino que la "misa" que celebran NO ES LA MISA CATÓLICA, que es la renovación del Sacrificio de la Cruz y cuyas partes esenciales se remontan a los tiempos de los Apóstoles; la "misa" que celebran es una CENA PROTESTANTE y con ella están PROTESTANTIZANDO A LOS FIELES sin que se den cuenta de ellos la NUEVA "misa" fue el signo de que una NUEVA RELIGIÓN sustituía a la que Cristo instituyó.
El mismo cardenal Bonelli reconoció el 13 de octubre de 1976, conversando con M. de Sebestrer, presidente de "Una Vooe Internacional", que todas las nuevas formas de celebrar van en la misma dirección, mientras que la antigua Misa representa otra eclesiología.
Quienes ahora quieren salvar su alma deben REGRESAR a la Iglesia de siempre, a la Iglesia que NADIE puede cambiar, porque es INMUTABLE, ni NADIE puede destruir porque es DIVINA. Ahora que loa herejes se han quedado con nuestros templos, no queda a los fieles otro recurso que orar en sus propios hogares, rezar el Santo Rosario, estudiar el Catecismo de antes y vivir piadosamente cumpliendo con fidelidad los Mandamientos de Dios.

Monseñor Moisés Carmona R.
OBISPO DE LA IGLESIA CATÓLICA

FENOMENOS CORPÓRALES. VI. - OSMOGENESIS

El término "olor de santidad" se emplea frecuentemnte en sentido figurado, para indicar la virtud de una persona: ha muerto en olor de santidad, lo que no quiere decir, sin embargo, que haya habido realmente un olor cualquiera. Pero la expresión figurada tiene su origen en la comprobación de olores realmente exhalados ya sea durante su vida, ya sea después de su muerte, por personas reputadas virtuosas.

Osmogénesis en las personas piadosas
La osmogénesis se puede producir en forma constante. Se cita a este respecto a San José de Cupertino, para el cual el fenómeno ha sido puesto muy en evidencia por los testigos del proceso de beatificación.
"El Padre Francisco de Angeles declara que no podía comparar el perfume que exhalaba su cuerpo y su vestido más que al del relicario que contenía las reliquias de San Antonio de Padua. El Padre Francisco de Levanto lo decía semejante al del breviario de Santa Clara de Asís, conservado en la iglesia de San Damián. Todos los que pasaban cerca de nuestro Santo, sentían ese olor, aun largo tiempo después de haberse alejado. Era tan penetrante, que se comunicaba por un largo período a los que lo tocaban y aun a los que le visitaban, de manera que el Padre Francisco de Levanto lo conservó durante quince días, después de una visita que hiciera a su celda, aunque no dejara de lavarse. La celda del Santo mantuvo ese agradable olor durante doce o trece años, aunque durante ese lapso él no hubiera penetrado en la misma. Adhería en forma tal a sus vestidos, que ni el jabón ni la lejía podían quitarlo. Se comunicaba a las vestiduras sacerdotales que había llevado y a los armarios en que éstas se guardaban. Además el perfume no tenía nada de desagradable, ni para los que no podían soportar olor alguno; les parecía, por el contrario, sumamente suave. Se mantuvo durante su última enfermedad, después de su muerte y durante su autopsia, como lo declaró el Dr. Pierpaoli (Gorres).
La bienaventurada María de los Angeles (1661-1717) exhalaba también un olor suave, que conservó durante 20 años. Gemma Galgani (1878-1903) presentaba también un delicado perfume que emanaba a menudo de su persona y de los objetos que ella tocara. No tenía ninguna similitud con los perfumes terrestres e infundía devoción en los que lo respiraban, lo que le hacía atribuir un origen sobrenatural".

Otra veces el olor se refuerza o no se produce más que en determinados momentos: el bienaventurado Venturino de Bérgamo presentaba el fenómeno cuando celebraba la Misa; la bienaventurada Helena y María Villana, cuando estaban comulgando; San Francisco de Paula, cuando terminaba sus ayunos de tres, ocho y cuarenta días, acompañados de vigilias y disciplinas frecuentes.
La osmogénesis ocurre a menudo durante enfermedades, reemplazando en las personas pías con olores agradables los olores tantas veces tan penosos que implican las llagas y diversas afecciones.
"La habitación de Santa Lidvina, según el testimonio de Tomás de Kempis, estaba llena de un delicioso perfume que emanaba de su persona y que hacía creer a todos los que entraban, que la Santa usaba algún aroma. "En un milagro constante — escribe Huysmans— Dios convertía sus heridas en frascos de perfume; los emplastos que se le quitaban hormigueando de gusanos, tenían perfume exquisito y el pus tenía buen olor, los vómitos despedían delicados aromas; y El quiso que ese cuerpo en ruinas, que dispensó de las tristes consecuencias que hacen a los pobres enfermos tan repugnantes, emanara siempre un perfume exquisito de cascaras y especias de Oriente, una fragancia al mismo tiempo fuerte y delicada, algo así como la exhalación de un aroma muy bíblico de cinamomo y muy holandés de canela" (Sainte Lydwine de Schiedam).
Lo mismo aconteció con la bienaventurada Ida de Lovaina. El pus que supuraba el bienaventurado Dideo emitía un perfume delicioso; lo mismo el cáncer del pecho que sufrió durante cuatro años el dominico J. Salomoni de Venecia y del que falleció. Durante veinte años, el terciario Bartholé (alrededor de 1300), afectado por una lepra horrible, exhalaba un perfume maravilloso".

Finalmente la osmogénesis se produce después de la muerte: ya sea que las personas hayan sido beneficiadas con el fenómeno en vida, como Santa Lidvina, la bienaventurada Lucía de Narmi, Santa Catalina de Ricci, Margarita del Santo Sacramento (1619-1648), el bienaventurado Gerardo Majella (1726-1755); ya sea que resulte un fenómeno post mortem, como en San Francisco de Asís, Santa Francisca Romana, el bienaventurado Matías Carreri, la bienaventurada Catalina de Racconigi, Santa Teresa, Santo Domingo, la Madre Agnes de Jesús (1602-1634) y los santos médicos japoneses Francisco de Meako y Joaquín Saccachibara (muertos en 1597), etc.

Osmogénesis no religiosa
Es notorio que el cuerpo humano en su estado normal emite un olor variable, según las razas, el sexo, el pigmento cutáneo y cabelludo, la clase de alimentación. Un antiguo autor, Filelfo, escribió acerca del mal olor de los Judíos en ese época, atribuyéndolo al consumo de puerros que ellos hacían. El Dr. Juan Schmid, de Danzig, vio una vez a un joven, cuyas manos tenían un olor tan pronunciado y penetrante a azufre, que infectaba el cuarto en que vivía. Además las distintas secreciones del organismo tienen cada una un olor sui generis. Pero, en su conjunto, esos olores son poco agradables o francamente desagradables, y se trata de atenuarlos o disimularlos mediante los cuidados higiénicos y los perfumes.
En estado de enfermedad, esos olores se acentúan o se modifican (olor de la fiebre) sin contar los olores netamente patológicos: bromidrosis plantal, ocena, olor de acetona, etc.
El Dr. Refond publicó en la Revue medícale de la Suisse romande, en enero de 1926, una curiosa observación:
"Una enferma de cincuenta y cinco años presentaba el síndrome neurítico asociado a trastornos de la memoria y de la orientación del morbo de Korsakoff. Era una alcohol ista inveterada. Ulteriormente manifestó síntomas de un tumor cerebral y falleció después de dos años da abstinencia alcohólica, sin presentar en las orinas ni albúmina, ni azúcar, ni acetona.
Alrededor de veinte horas antes del deceso, las enfermeras notaron que la paciente emanaba un olor particular o más bien un perfume extremadamente violento.
Al hacer mi visita por la mañana, dice el Dr. Refond, ese olor me sorprendió tanto por su intensidad, que yo no pude menos que preguntar en broma a las hermanas enfermeras quién había vertido todo un frasco de perfume sobre la enferma. Sin embargo, en ese instante, estaban abiertas todas las puertas y ventanas de la sala y del pasillo y, a pesar de eso, los enfermos y los guardianes se sentían molestos por el olor tan fuerte. Este olor era indefinible: realmente, no podía ser asimilado a ningún perfume simple, químico o natural, y se parecía más bien a las complicadas composiciones de ciertos perfumistas.
El olor no era sensiblemente más fuerte en la vecindad inmediata de la enferma que en cualquier parte de la sala o del corredor. La exhalación provenía del aliento, pero también, si no más, de la piel de la paciente. Ignoro si su orina estaba también impregnada de olor en ese momento, porque la moribunda no emitió orina alguna en la agonía: en la autopsia, que tuvo lugar tres o cuatro horas después de la muerte, la orina tenía un olor normal y no estaba ni turbia ni descompuesta. Casi en seguida después del fallecimiento, el cuerpo no emitió más perfume alguno: éste, sin embargo, persistió fuertemente por algunos días en la sala, a pesar de una aereación constante. "No pudo revelarse ninguna causa, ninguna razón plausible, para dar una explicación de ese curioso perfume".

Osmogénesis mediúmnica
Poseemos pocas informaciones al respecto. El Dr. Richet escribe: "A veces exudaban perfumes de la cabeza de Stainton Moses; y más se secaban, más abundantes y cargados reaparecían".

Apreciación de los hechos
El fenómeno del olor de santidad se nos aparece como de interpretación delicada. No se trata ya, como en la levitación y en la incombustibilidad, de fenómenos casi desconocidos fuera de la hagiografía, ni aun de fenómenos como la luminosidad, cuya presencia se encuentra, por lo menos en cierta manera, fuera de la especie humana. La osmogénesis, es de algún modo, una función normal del organismo humano. La posibilidad de lo sobrenatural no existirá, pues, más que en las circunstancias de la aparición odorífera y en la calidad del perfume.
La emisión de esos perfumes en enfermedades como la lepra, las supuraciones, las ulceraciones, etc. con olores normalmente fétidos, hará que el milagro sea probable. También cuando la misma tiene origen en cadáveres, sobre todo si persiste años y hasta siglos: los restos del papa Marcelo despedían perfume 700 años después de su fallecimiento; los de Santa Ildegunda, 800 años; los de Santa Teresa existían todavía en 1882.
Tomemos nota de que el olor de la enferma del Dr. Refond cesó después de la muerte. Las emisiones perfumadas en ocasión de acontecimientos religiosos, Misas, Comuniones, etc., permiten descartar la osmogénesis por enfermedad, por disposición fisiológica natural y personal, por alimentación, porque éstas son momentáneas.
La circunstancia religiosa invita a buscar su explicación, ya en una intervención sobrenatural destinada a manifestar la virtud de la persona, ya tal vez o más bien —como lo supusimos por ciertos casos de levitación y luminosidad— en una repercusión corporal de la unión mística, que exalta hasta la perfección del estado de gloria ciertas funciones del organismo. Debilidad de la humanidad decaída, exaltación de la humanidad transformada en Dios, testimonio de la omnipotencia y de la bendición divina, éstas son las lecciones que se reciben en el estudio del olor de santidad.

lunes, 30 de mayo de 2011

«QUANTA CURA»

SOBRE LOS PRINCIPALES ERRORES DE LA EPOCA

Carta encíclica del Papa Pío IX
promulgada el 8 de diciembre de 1864
Con cuánto cuidado y pastoral vigilancia cumplieron en todo tiempo los Romanos Pontífices, Nuestros Predecesores, la misión a ellos confiada por el mismo Cristo Nuestro Señor, en la persona de San Pedro, Príncipe de los Apóstoles -con el encargo de apacentar las ovejas y corderos, ya nutriendo a toda la grey del Señor con las enseñanzas de la fe, ya imbuyéndola con sanas doctrinas y apartándola de los pastos envenenados-, de todos, pero muy especialmente de vosotros, Venerables Hermanos, es perfectamente conocido y sabido. Porque, en verdad, Nuestros Predecesores, defensores y vindicadores de la sacrosanta religión católica, de la verdad y de la justicia, llenos de solicitud por el bien de las almas en modo extraordinario, nada cuidaron tanto como descubrir y condenar con sus Cartas y Constituciones, llenas de sabiduría, todas las herejías y errores que, contrarios a nuestra fe divina, a la doctrina de la Iglesia católica, a la honestidad de las costumbres y a la eterna salvación de los hombres, levantaron con frecuencia graves tormentas, y trajeron lamentables ruinas así sobre la Iglesia como sobre la misma sociedad civil. Por eso Nuestros Predecesores, con apostólica fortaleza resistieron sin cesar a las inicuas maquinaciones de los malvados que, lanzando como las olas del fiero mar la espuma de sus conclusiones, y prometiendo libertad, cuando en realidad eran esclavos del mal, trataron con sus engañosas opiniones y con sus escritos perniciosos de destruir los fundamentos del orden religioso y del orden social, de quitar de en medio toda virtud y justicia, de pervertir todas las almas, de separar a los incautos -y, sobre todo, a la inexperta juventud- de la recta norma de las sanas costumbres, corrompiéndola miserablemente, para enredarla en los lazos del error y, por último, arrancarla del seno de la Iglesia católica.
2. Por ello, como bien lo sabéis, Venerables Hermanos, apenas Nos, por un secreto designio de la Divina Providencia, pero sin mérito alguno Nuestro, fuimos elevados a esta Cátedra de Pedro; al ver, con profundo dolor de Nuestro corazón, la horrorosa tormenta levantada por tantas opiniones perversas, así como al examinar los daños tan graves como dignos de lamentar con que tales errores afligían al pueblo cristiano; por deber de Nuestro apostólico ministerio, y siguiendo las huellas ilustres de Nuestros Predecesores, levantamos Nuestra voz, y por medio de varias Cartas encíclicas divulgadas por la imprenta y con las Alocuciones tenidas en el Consistorio, así como por otros Documentos apostólicos, condenamos los errores principales de nuestra época tan desgraciada, excitamos vuestra eximia vigilancia episcopal, y con todo Nuestro poder avisamos y exhortamos a Nuestros carísimos hijos para que abominasen tan horrendas doctrinas y no se contagiaran de ellas. Y especialmente en Nuestra primera Encíclica, del 9 de noviembre de 1846 a vosotros dirigida, y en las dos Alocuciones consistoriales, del 9 de diciembre de 1854 y del 9 de junio de 1862, condenamos las monstruosas opiniones que, con gran daño de las almas y detrimento de la misma sociedad civil, dominan señaladamente a nuestra época; errores que no sólo tratan de arruinar la Iglesia católica, con su saludable doctrina y sus derechos sacrosantos, sino también la misma eterna ley natural grabada por Dios en todos los corazones y aun la recta razón. Errores son éstos, de los cuales se derivan casi todos los demás.
3. Pero, aunque no hemos dejado Nos de proscribir y condenar estos tan importantes errores, sin embargo, la causa de la Iglesia católica y la salvación de las almas de Dios Nos ha confiado, y aun el mismo bien común exigen imperiosos que de nuevo excitemos vuestra pastoral solicitud para combatir otras depravadas opiniones que también se derivan de aquellos errores como de su fuente. Opiniones falsas y perversas, que tanto más se han de detestar cuanto que tienden a impedir y aun suprimir el poder saludable que hasta el final de los siglos debe ejercer libremente la Iglesia católica por institución y mandato de su divino Fundador, así sobre los hombres en particular como sobre las naciones, pueblos y gobernantes supremos; errores que tratan, igualmente, de destruir la unión y la mutua concordia entre el Sacerdocio y el Imperio, que siempre fue tan provechosa así a la Iglesia como al mismo Estado [1].
Sabéis muy bien, Venerables Hermanos, que en nuestro tiempo hay no pocos que, aplicando a la sociedad civil el impío y absurdo principio llamado del naturalismo, se atreven a enseñar "que la perfección de los gobiernos y el progreso civil exigen imperiosamente que la sociedad humana se constituya y se gobierne sin preocuparse para nada de la religión, como si esta no existiera, o, por lo menos, sin hacer distinción alguna entre la verdadera religión y las falsas". Y, contra la doctrina de la Sagrada Escritura, de la Iglesia y de los Santos Padres, no dudan en afirmar que "la mejor forma de gobierno es aquella en la que no se reconozca al poder civil la obligación de castigar, mediante determinadas penas, a los violadores de la religión católica, sino en cuanto la paz pública lo exija". Y con esta idea de la gobernación social, absolutamente falsa, no dudan en consagrar aquella opinión errónea, en extremo perniciosa a la Iglesia católica y a la salud de las almas, llamada por Gregorio XVI, Nuestro Predecesor, de f. m., locura [2], esto es, que "la libertad de conciencias y de cultos es un derecho propio de cada hombre, que todo Estado bien constituido debe proclamar y garantizar como ley fundamental, y que los ciudadanos tienen derecho a la plena libertad de manifestar sus ideas con la máxima publicidad -ya de palabra, ya por escrito, ya en otro modo cualquiera-, sin que autoridad civil ni eclesiástica alguna puedan reprimirla en ninguna forma". Al sostener afirmación tan temeraria no piensan ni consideran que con ello predican la libertad de perdición [3], y que, si se da plena libertad para la disputa de los hombres, nunca faltará quien se atreva a resistir a la Verdad, confiado en la locuacidad de la sabiduría humana pero Nuestro Señor Jesucristo mismo enseña cómo la fe y la prudencia cristiana han de evitar esta vanidad tan dañosa [4].
4. Y como, cuando en la sociedad civil es desterrada la religión y aún repudiada la doctrina y autoridad de la misma revelación, también se oscurece y aun se pierde la verdadera idea de la justicia y del derecho, en cuyo lugar triunfan la fuerza y la violencia, claramente se ve por qué ciertos hombres, despreciando en absoluto y dejando a un lado los principios más firmes de la sana razón, se atreven a proclamar que "la voluntad del pueblo manifestada por la llamada opinión pública o de otro modo, constituye una suprema ley, libre de todo derecho divino o humano; y que en el orden político los hechos consumados, por lo mismo que son consumados, tienen ya valor de derecho". Pero ¿quién no ve y no siente claramente que una sociedad, sustraída a las leyes de la religión y de la verdadera justicia, no puede tener otro ideal que acumular riquezas, ni seguir más ley, en todos sus actos, que un insaciable deseo de satisfacer la indómita concupiscencia del espíritu sirviendo tan solo a sus propios placeres e intereses? Por ello, esos hombres, con odio verdaderamente cruel, persiguen a las Ordenes religiosas, tan beneméritas de la sociedad cristiana, civil y aun literaria, y gritan blasfemos que aquellas no tienen razón alguna de existir, haciéndose así eco de los errores de los herejes. Como sabiamente lo enseñó Nuestro Predecesor, de v. m., Pío VI, "la abolición de las Ordenes religiosas hiere al estado de la profesión pública de seguir los consejos evangélicos; hiere a una manera de vivir recomendada por la Iglesia como conforme a la doctrina apostólica; finalmente, ofende aun a los preclaros fundadores, que las establecieron inspirados por Dios" [5]. Llevan su impiedad a proclamar que se debe quitar a la Iglesia y a los fieles la facultad de "hacer limosna en público, por motivos de cristiana caridad", y que debe "abolirse la ley prohibitiva, en determinados días, de las obras serviles, para dar culto a Dios": con suma falacia pretenden que aquella facultad y esta ley "se hayan en oposición a los postulados de una verdadera economía política". Y, no contentos con que la religión sea alejada de la sociedad, quieren también arrancarla de la misma vida familiar.
5. Apoyándose en el funestísimo error del comunismo y socialismo, aseguran que "la sociedad doméstica debe toda su razón de ser sólo al derecho civil y que, por lo tanto, sólo de la ley civil se derivan y dependen todos los derechos de los padres sobre los hijos y, sobre todo, del derecho de la instrucción y de la educación". Con esas máximas tan impías como sus tentativas, no intentan esos hombres tan falaces sino sustraer, por completo, a la saludable doctrina e influencia de la Iglesia la instrucción y educación de la juventud, para así inficionar y depravar míseramente las tiernas e inconstantes almas de los jóvenes con los errores más perniciosos y con toda clase de vicios. En efecto; todos cuantos maquinaban perturbar la Iglesia o el Estado, destruir el recto orden de la sociedad, y así suprimir todos los derechos divinos y humanos, siempre hicieron converger todos sus criminales proyectos, actividad y esfuerzo -como ya más arriba dijimos- a engañar y pervertir la inexperta juventud, colocando todas sus esperanzas en la corrupción de la misma. Esta es la razón por qué el clero -el secular y el regular-, a pesar de los encendidos elogios que uno y otro han merecido en todos los tiempos, como lo atestiguan los más antiguos documentos históricos, así en el orden religioso como en el civil y literario, es objeto de sus más nefandas persecuciones; y andan diciendo que ese Clero "por ser enemigo de la verdad, de la ciencia y del progreso debe ser apartado de toda ingerencia en la instrucción de la juventud".
6. Otros, en cambio, renovando los errores, tantas veces condenados, de los protestantes, se atreven a decir, con desvergüenza suma, que la suprema autoridad de la Iglesia y de esta Apostólica Sede, que le otorgó Nuestro Señor Jesucristo, depende en absoluto de la autoridad civil; niegan a la misma Sede Apostólica y a la Iglesia todos los derechos que tienen en las cosas que se refieren al orden exterior. Ni se avergüenzan al afirmar que "las leyes de la Iglesia no obligan en conciencia, sino se promulgan por la autoridad civil; que los documentos y los decretos Romanos Pontífices, aun los tocantes de la Iglesia, necesitan de la sanción y aprobación -o por lo menos del asentimiento- del poder civil; que las Constituciones apostólicas [6] -por los que se condenan las sociedades clandestinas o aquellas en las que se exige el juramento de mantener el secreto, y en las cuales se excomulgan sus adeptos y fautores- no tienen fuerza alguna en aquellos países donde viven toleradas por la autoridad civil; que la excomunión lanzada por el Concilio de Trento y por los Romanos Pontífices contra los invasores y usurpadores de los derechos y bienes de la Iglesia, se apoya en una confusión del orden espiritual con el civil y político, y que no tiene otra finalidad que promover intereses mundanos; que la Iglesia nada debe mandar que obligue a las conciencias de los fieles en orden al uso de las cosas temporales; que la Iglesia no tiene derecho a castigar con penas temporales a los que violan sus leyes; que es conforme a la Sagrada Teología y a los principios del Derecho público que la propiedad de los bienes poseídos por las Iglesias, Ordenes religiosas y otros lugares piadosos, ha de atribuirse y vindicarse para la autoridad civil". No se avergüenzan de confesar abierta y públicamente el herético principio, del que nacen tan perversos errores y opiniones, esto es, "que la potestad de la Iglesia no es por derecho divino distinta e independientemente del poder civil, y que tal distinción e independencia no se pueden guardar sin que sean invadidos y usurpados por la Iglesia los derechos esenciales del poder civil". Ni podemos pasar en silencio la audacia de quienes, no pudiendo tolerar los principios de la sana doctrina, pretenden "que a las sentencias y decretos de la Sede Apostólica, que tienen por objeto el bien general de la Iglesia, y sus derechos y su disciplina, mientras no toquen a los dogmas de la fe y de las costumbres, se les puede negar asentimiento y obediencia, sin pecado y sin ningún quebranto de la profesión de católico". Esta pretensión es tan contraria al dogma católico de la plena potestad divinamente dada por el mismo Cristo Nuestro Señor al Romano Pontífice para apacentar, regir y gobernar la Iglesia, que no hay quien no lo vea y entienda clara y abiertamente.
7. En medio de esta tan grande perversidad de opiniones depravadas, Nos, con plena conciencia de Nuestra misión apostólica, y con gran solicitud por la religión, por la sana doctrina y por la salud de las almas a Nos divinamente confiadas, así como aun por el mismo bien de la humana sociedad, hemos juzgado necesario levantar de nuevo Nuestra voz apostólica. Por lo tanto, todas y cada una de las perversas opiniones y doctrinas determinadamente especificadas en esta Carta, con Nuestra autoridad apostólica las reprobamos, proscribimos y condenamos; y queremos y mandamos que todas ellas sean tenidas por los hijos de la Iglesia como reprobadas, proscritas y condenadas.
8. Aparte de esto, bien sabéis, Venerables Hermanos, como hoy esos enemigos de toda verdad y de toda justicia, adversarios encarnizados de nuestra santísima Religión, por medio de venenosos libros, libelos y periódicos, esparcidos por todo el mundo, engañan a los pueblos, mienten maliciosos y propagan otras doctrinas impías, de las más variadas.
9. No ignoráis que también se encuentran en nuestros tiempos quienes, movidos por el espíritu de Satanás e incitados por él, llegan a tal impiedad que no temen atacar al mismo Rey Señor Nuestro Jesucristo, negando su divinidad con criminal procacidad. Y ahora no podemos menos de alabaros, Venerables Hermanos, con las mejores y más merecidas palabras, pues con apostólico celo nunca habéis dejado de elevar nuestra voz episcopal contra impiedad tan grande.
10. Así, pues, con esta Nuestra carta de nuevo os hablamos a vosotros que, llamados a participar de Nuestra solicitud pastoral, Nos servís -en medio de Nuestros grandes dolores- de consuelo, alegría y ánimo, por la excelsa religiosidad y piedad que os distinguen, así como por el admirable amor, fidelidad y devoción con que, en unión íntima y cordial con Nos y esta Sede Apostólica, os consagráis a llevar la pesada carga de vuestro gravísimo ministerio episcopal. En verdad que de vuestro excelente celo pastoral esperamos que, empuñando la espada del espíritu -la palabra de Dios- y confortados con la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, redobléis vuestros esfuerzos y cada día trabajéis más aún para que todos los fieles confiados a vuestro cuidado se abstengan de las malas hierbas, que Jesucristo no cultiva porque no son plantación del Padre [7]. Y no dejéis de inculcar siempre a los mismos fieles que toda la verdadera felicidad humana proviene de nuestra augusta religión y de su doctrina y ejercicio; que es feliz aquel pueblo, cuyo Señor es su Dios [8]. Enseñad que los reinos subsisten [9] apoyados en el fundamento de la fe católica, y que nada hay tan mortífero y tan cercano al precipicio, tan expuesto a todos los peligros, como pensar que, al bastarnos el libre albedrío recibido al nacer, por ello ya nada más hemos de pedir a Dios: esto es, olvidarnos de nuestro Creador y abjurar su poderío, para así mostrarnos plenamente libres [10]. Tampoco omitáis el enseñar que la potestad real no se dio solamente para gobierno del mundo, sino también y sobre todo para la defensa de la Iglesia [11]; y que nada hay que pueda dar mayor provecho y gloria a los reyes y príncipes como dejar que la Iglesia católica ponga en práctica sus propias leyes y no permitir que nadie se oponga a su libertad, según enseñaba otro sapientísimo y fortísimo Predecesor Nuestro, San Félix cuando inculcaba al emperador Zenón... Pues cierto es que le será de gran provecho el que, cuando se trata de la causa de Dios conforme a su santa Ley, se afanen los reyes no por anteponer, sino por posponer su regia voluntad a los Sacerdotes de Jesucristo [12].
11. Pero si siempre fue necesario, Venerables Hermanos, ahora de modo especial, en medio de tan grandes calamidades para la Iglesia y para la sociedad civil, en medio de tan grande conspiración de enemigos contra el catolicismo y esta Sede Apostólica, entre cúmulo tan grande de errores, es absolutamente indispensable que recurramos confiados al Trono de la gracia para conseguir misericordia y encontrar la gracia con el oportuno auxilio.
Por lo cual queremos excitar la devoción de todos los fieles, para que, junto con Nos y con Vosotros, en el fervor y humildad de las oraciones, rueguen y supliquen incesantemente al clementísimo Padre de las luces y de la misericordia; y con plena fe recurran siempre a Nuestro Señor Jesucristo, que para Dios nos redimió con su Sangre; y con fervor pidan continuamente a su Corazón dulcísimo, víctima de su ardiente caridad hacia nosotros, para que con los lazos de su amor todo lo atraiga hacia sí, de suerte que inflamados todos los hombres en su amor santísimo caminen rectamente según su Corazón, agradando a Dios en todo y fructificando en toda buena obra. Y siendo, indudablemente, más gratas a Dios las oraciones de los hombres, cuando éstos recurren a El con alma limpia de toda impureza, hemos determinado abrir con Apostólica liberalidad a los fieles cristianos los celestiales tesoros de la Iglesia confiados a Nuestra dispensación, a fin de que los mismos fieles, más fervientemente encendidos en la verdadera piedad y purificados por el sacramento de la Penitencia de las manchas de sus pecados, con mayor confianza dirijan a Dios sus oraciones y consigan su gracia y su misericordia.
12. Por medio, pues, de estas Letras, con Nuestra Autoridad Apostólica, a todos y a cada uno de los fieles del mundo católico, de uno y otro sexo, concedemos la Indulgencia Plenaria en forma de Jubileo, tan sólo por espacio de un mes, hasta terminar el próximo año de 1865, y no más, en la forma que determinéis vosotros Venerables Hermanos, y los demás legítimos Ordinarios, según el modo y manera con que al comienzo de Nuestro Pontificado lo concedimos por Nuestras Letras apostólicas en forma de Breve, dadas el día 20 de noviembre del año 1846, enviadas a todos los Obispos, Arcano Divinae Providentiae consilio, y con todas las facultades que Nos por medio de aquellas Letras concedíamos. Y queremos que se guarden todas las prescripciones de dichas Letras, y se exceptúe lo que declaramos exceptuado. Lo cual concedemos, no obstante cualesquier cosas en contrario, aun las dignas de especial e individual mención y derogación. Y a fin de que desaparezca toda duda y dificultad, hemos ordenado que se os manden sendas copias de dichas letras. Roguemos -Venerables Hermanos- del fondo de nuestro corazón y con toda el alma a la misericordia de Dios, porque El mismo dijo: "No apartaré de ellos mi misericordia". Pidamos, y recibiremos; y si demora y tardanza hubiere en el recibir, porque hemos pecado gravemente, llamemos, porque la puerta le será abierta al que llamare, con tal que a la puerta se llame con oraciones, con gemidos y con lágrimas, insistiendo nosotros y perseverando; y que sea unánime nuestra oración. Cada uno ruegue a Dios no sólo por sí, sino por todos los hermanos, como el Señor nos enseñó a orar [13]. Y para que el Señor acceda más fácilmente a Nuestras oraciones y a las Vuestras y a las de todos los fieles, pongamos por intercesora junto a El, con toda confianza, a la Inmaculada y Santísima Virgen María, Madre de Dios, que aniquiló todas las herejías en el universo mundo, y que, Madre amantísima de todos nosotros, es toda dulce... y llena de misericordia..., a todos se ofrece propicia y a todos clementísima; y con singular amor amplísimo tiene compasión de las necesidades de todos [14], y como Reina que está a la diestra de su Unigénito Hijo nuestro Señor Jesucristo, con manto de oro y adornada con todas las gracias, nada hay que Ella no pueda obtener de El. Pidamos también el auxilio del beatísimo Pedro, Príncipe de los Apóstoles y de su coapóstol Pablo y de todos los Santos que, amigos de Dios, llegaron ya al reino celestial y coronados poseen la palma, y que, seguros de su inmortalidad, están solícitos por nuestra salvación.
Finalmente, pidiendo a Dios de todo corazón para Vosotros la abundancia de sus gracias celestiales, como prenda de Nuestra singular benevolencia, con todo amor os damos de lo íntimo de Nuestro corazón Nuestra Apostólica Bendición, a vosotros mismos, Venerables Hermanos, y a todos los clérigos y fieles confiados a vuestros cuidados.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 8 de diciembre 1864, año décimo después de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción de la Virgen Madre de Dios, año décimonono de Nuestro Pontificado.
1 Gregor. XVI, enc. Mirari 15 aug. 1852.
2 Ibid.
3 S. Aug., Ep. 105 (al. 166).
4 S. Leo M., Ep. 14 (al 133) **** 2, edit. Ball.
5 Ep. ad Card. De la Rochefoucault, 10 mart. 1791.
6 Clement. XII In eminenti; Bened. XIV Providas Romanorum; Pii VII Ecclesiam; Leon XII Qua graviora.
7 S. Ignatius M. ad Philadelph., 3.
8 Ps. 143.
9 S. Caelest., Ep. 22 ad Syn. Ephes. apud Coust., 1200.
10 S. Innocent. I, Ep. 29 ad episc. conc. Carthag. apud Coust., 891.
11 S. Leo, Ep. 156 (al. 125).
12 Pii VII enc. Diu satis 15 maii 1800.
13 S. Cyprian., Ep. 11.
14 S. Bernard. Sermo de duodecim praerogativis B.M.V. ex verbis Apocalyp.

sábado, 28 de mayo de 2011

De la muerte del bienaventurado padre San Vicente, que fue en Vannes.


Después de haber ido por alguna parte de la Normandía, dio la vuelta nuestro Santo hacia la ciudad de Vannes, donde tenía Dios determinado que acabase sus días. Estaba ya muy viejo y enfermo el glorioso padre, y ansí la duquesa doña Juana le envió a rogar que se viniese presto a Vannes. Llegado, pues, allá el Santo, hízosele otro muy solemne recibimiento y procesión y él entró dentro de una litera de la duquesa, porque la enfermedad le traía fatigado. No le bastó este achaque para excusarse de predicar en la ciudad, y volviendo un día a su posada, oyó grandes voces de un niño de tres años, hijo de su huéspeda, que se había caído en un vaso de lejía caliente con tanto daño de su persona, que se temía no se muriese o a lo menos quedase perdido e inhábil para cualquier cosa. Mas dióle su bendición y luego se sintió muy aliviado, y dentro de dos días sanó del todo. Por este tiempo, viendo los religiosos que iban en compañía de San Vívente, que ya su maestro, rogáronle que quisiese poco a poco dar la vuelta hacia su tierra para morir en ella. Él, como siempre fue muy llano y bien acondicionado, y apenas sabía decir un no, sino en cosas de pecados, aunque ya desde que estuvo en Perpiñán tuvo revelación que no había de morir en Valencia, quiso condescender con sus ruegos, movido por Nuestro Señor, para que sus naturales entendiesen que si fuera en él, bien quisiera morir en su dulce patria, pero que la voluntad de Dios le llevó a otro cabo. Convocando, pues, a los ciudadanos de Vannes, les hizo un razonamiento muy sencillo, en el cual despidiéndose de ellos, les rogó muy encarecidamente que tuviesen en memoria lo que les había enseñado el tiempo que había vivido entre ellos. Y diciéndoles otras cosas que el tiempo pedía, los dejó harto tristes y desconsolados. A la noche (por ventura, porque en su ida no hubiese más llantos en la ciudad) partióse a caballo en su asnillo con sus compañeros, tomando el camino de España: pero a la que amanecía, cuando fuera razón que ya tuvieran andada buena parte del camino, se halló a las puertas de Vannes. Entonces dijo a sus compañeros: Hermanos, no me habléis más de ir a España, pues claramente nos muestra a todos Nuestro Señor ser su voluntad que yo muera en estas tierras. Y dicho esto, entróse por la ciudad. Viéndole volver los vanneses, no sabían qué hacer de gozo que tenían de su vuelta; grandes y pequeños, hombres y mujeres, corrían a besarle las manos, como si viniera del cabo del mundo o hubiera veinte años que no le habían visto. Tañeron todas las campanas de la ciudad, de la misma manera que en las grandes solemnidades solían, a lo que el Santo mostró mucho agradecimiento. Que, en fin, no hay cosa más deleitable para un buen corazón que verse amado de todos.
Esta historia que he contado, dicen Ranzano y Roberío, obispo, y Flaminio, y el maestro López de Salamanca, que también le acaeció en Vannes, como tenemos dicho, y que poco después le sobrevino la última enfermedad de que murió. Pero en una parte del proceso se escribe, que le acaeció en Nantes; pero verdaderamente creo que fué falta del que lo trasladó, porque San Vicente le había dado la palabra al duque de Bretaña de irle a predicar, pues, ¿cómo es de creer, que sin cumplirla hiciese públicamente aquel ademán de quererse volver a España? Y fué fácil cosa errar el escritor porque en el proceso Vannes se llama Venetensis civitatis, y Nantes Nannetensis. Y con mudar las dos letras primeras puso él un nombre por el otro, ítem, que esto está en la hoja tercera del proceso, la cual con otras tres o cuatro estaba cuando se trasladó tan gastada o comida de polilla que parecía un harnero, y apenas se podía bien trasladar. Por lo cual yo casi no me he aprovechado nada de las cuatro o cinco primeras hojas. En fin, en esto el lector siga lo que le pareciere más conforme a razón; porque también se puede responder que fué la segunda vez que estuvo en Nantes, de la cual yo no he querido tratar por evitar prolijidad.
Acercándose, pues, el tiempo en el cual había de recibir San Vicente de las liberales manos de Dios el premio de sus grandes trabajos, enfermó de manera que se hubo de retraer en su casa. Pero antes que se pusiese en la cama, dice una señora en el proceso, que vinieron muchos enfermos un día para que les sanase. Y que salió el Santo de su aposento a una sala, donde ellos estaban, y les dio su bendición a todos. Con la cual dice que a ella mesma le quitó un dolor de costado que muchos años había tenido. Por este tiempo se murió en Bretaña un discípulo y compañero del Santo, que cierto era un padre muy bendito, y a quien el maestro Vicente quería mucho. Y púdose decir de ellos que como se habían amado en la vida, fueron también compañeros en la muerte. La duquesa, entendida la enfermedad del Santo, puso todas sus fuerzas en sanarle; pero como él por particular revelación sabía lo que Dios tenía determinado, respondió que no quería medicinas ningunas para aquella hora, sino dejarse totalmente en las manos de Dios. Tampoco quiso comer carne, aunque es lícito comerla a los frailes Predicadores cuando están enfermos, y aún él mesmo en otra enfermedad la había comido. Pero en la postrera, quiso dar ejemplo de más austereza a los de su Orden. Mas con la grande aflicción que le tenían los que le servían le dieron algunas presas de ella, haciéndole creer que eran de cierto pescado muy sustancial. Pudieron también alcanzar de él que se quitase el cilicio (el cual, como dicen los más autores, toda su vida llevó a raíz de la carne), mas no que se vistiese camisa de lienzo, sino de lana, porque aun en aquella hora no quería quebrar el rigor de su religión.
Creciendo después la enfermedad y aquejándole mucho la calentura, vinieron juntos a visitarle el obispo y los regidores de la ciudad, muy tristes por ver que les dejaba su buen padre. Y él les hizo un razonamiento muy devoto para consolarlos. Sea para bien, señores y amigos míos, que ya es llegado el tiempo que mi Señor Jesucristo me quiere llevar a su gloria. De mi muerte no recibáis pena, pues veis que soy viejo, y ya es tiempo que pague la deuda de la naturaleza humana. Allende, que mi cuerpo quedará aquí entre vosotros y mi espíritu allá donde estuviere no dejará de emplearse en haceros todo el bien que pudiere. Mas si queréis que esto sea ansí, procurad detener en memoria lo que os he enseñado este año y el pasado con tanto trabajo. Quedaos, pues, amigos míos, con Dios, porque yo de aquí a diez días partiré de este miserable destierro. Todos los que allí estaban, oyendo estas palabras, se tomaron a llorar amargamente, como suelen los hijos cuando les da su padre la postrera bendición. También por toda la ciudad, desde que se supo esto, hubo gran llanto y tristeza; porque de todos era muy amado. Acordábanse los buenos del gran bien que les había hecho en sacarles de los pecados que antes estaban. Y los que no se entendían tanto de Dios lloraban ni más ni menos, porque a uno había sanado de alguna enfermedad recia, al otro había proveído de alguna limosna; y apenas se hallaba persona que de su mano no hubiese recibido algún bien espiritual o temporal. Viniéronle a servir muchas personas de cuenta y todos sus discípulos y otros eclesiásticos que no se querían partir de él. Andando todos muy ocupados en remediar la enfermedad corporal, él tenia más cuenta con su alma y, con tener muy pocos pecados, se confesaba cada día en la cama.
Venido el lunes después de la dominica in Passione, hizo llamar San Vicente a un padre de su Orden, y confesóse con grande contrición, e hízose absolver generalmente en virtud de un privilegio que el papa Martín V le había concedido para aquella hora. Hecho esto, trájole el Santísimo Sacramento y la Extrema Unción el vicario de la iglesia mayor, y recibió aquellos sacramentos con la devoción que cada cual debe pensar. Después dijo a cinco personas que quedaron allí que cerrasen las puertas de la casa, porque vendría mucha gente y le serían estorbo para pensar lo que debía. Verdad es que, pasado un rato, por no dejarlos desconsolados, mandó que las abriesen; y entrando allí sus discípulos les rogó que no le perturbasen en su agonía que ya era llegada. Invocaba siempre el nombre de Jesucristo y de la gloriosa Virgen María, mostrando en aquel paso la devoción que siempre le había tenido. Entonces llegóse a él fray Ivo de Milloren, que era de su Orden y dijole: Padre, ¿dónde queréis que os enterremos? Lo mesmo le preguntaron otros. A los cuales él respondió brevemente: si hubiera convento de la Orden en esta ciudad o cerca de ella, en él me enterrara; pero, pues no le hay, hagan el obispo y el duque lo que bien visto les fuere. Otros escriben esto de la sepultura de otra manera, pero debe de ser que no han visto lo que en muchas partes del proceso se escribe. Todavía añadió que le parecía cosa justa que su cuerpo fuese enterrado a la disposición y voluntad del prelado más cercano a Vannes.
Trabósele poco a poco la lengua y casi vino a no poder hablar el martes y el miércoles en que murió. Y aunque él mostraba grandes señales de contrición y dolor de sus pecados, los religiosos de su hábito, temiéndose de lo que el demonio en aquel paso suele hacer, le dijeron: Perdonad, padre, a nuestro atrevimiento, que os queremos decir en este punto lo que vos solíales enseñar a los otros en vuestra vida; y así le decían cosas consolatorias, animándole a que tuviese firme esperanza en Dios y se acordase de la pasión de Jesucristo. Mas, como después viesen que él no hacía ninguna señal, pensando ya que no les entendía, pararon de decirle; y preguntóle uno de ellos si les entendía. Abrió los ojos y miró primero al cielo y después les hizo señal que pasasen adelante, porque bien les oía. De cuando en cuando le oían decir algunas palabras de grande devoción, con que encomendaba su espíritu a Dios. En fin, habiéndole leído un clérigo las Pasiones y los siete Salmos y la Letanía, y todo el Salterio, dio el espíritu a Dios con gran quietud y sosiego, miércoles antes del domingo de Ramos, entre las tres y las cuatro horas de la tarde, a 5 de abril, en el año del Señor de 1418, y a los setenta y ocho de su vida. Algunos que no han podido averiguar bien la verdad, dicen que tenía cuando murió setenta y cinco, aun otros ponen menos. Pero la verdad es lo que tengo dicho; y me consta por muchas vías, las cuales no me quiero detener a contar, por no romper el hilo de la historia que tengo entre manos. Halláronse presentes en su muerte muchas señoras muy principales, que le tenían grande devoción, como la duquesa doña Juana de Francia, la condesa de Perhoet, que era hermana del duque don Juan, la vizcondesa de Rohan, y la señora de Malestret.
No quiso Nuestro Señor dejar de atestiguar la santidad de su siervo en aquella hora, porque una ventana del aposento se abrió entrando por ella muchas aves blancas y se sintió grande fragancia de olores; y entendióse que eran los ángeles santos, que venían a acompañar aquel alma al cielo. Venida la noche aconteció en Dinamo otra maravilla, y fué que un hombre llamado Juan de Liquillic, mientras San Vicente predicó en aquel pueblo tuvo cargo de encender unos cirios a su misa, y cuando él se fué de allí a predicar por otras partes puso los pedazos que sobraron en un arca, junto a la cabecera de la cama. Viniendo después la fiesta de la Purificación de Nuestra Señora, la mujer de aquel hombre buscó los pedazos por toda el arca con gran diligencia para hacerlo fundir y hacer cirios enteros, como es costumbre. Pero por más que buscó no los pudo hallar. De allí a dos meses y algunos días despertó el Juan de Liquillic súbitamente, y vio los cirios encendidos sobre la misma arca, y muy maravillado de aquello despertó a su mujer para que los viese también; la cual quedó pasmada de ver quién los había podido encender. De allí a algunos días llegó la nueva de la muerte de San Vicente, y pensando bien en ello hallaron cómo aquello les había acontecido pocas horas después que el Santo era muerto.
Acerca del tiempo en que dijimos que murió el Santo, es a saber, que si contamos los años al modo de la Iglesia Romana, y como solemos también contar los españoles, no habernos de decir que fué su bienaventurada muerte en el año 1418. Porque en el proceso de su canonización, en la hoja primera y en la hoja trece se halla que murió en la semana Iudica me, que es la más cercana a la Semana Santa, y en España se llama la Semana de la Pasión. Por otra parte, el cómputo nos enseña que el año de 1418 fué Pascua el 27 de marzo; pues si el Santo murió a 5 de abril, ¿cómo pudo morir el año de 1418?
También en los mismos lugares del Proceso se escribe que murió día de miércoles: y lo mesmo confirma San Antonino, y otros. De lo cual se sigue que no murió en el año 1418; porque en él fué letra dominical B. Y así a 5 de abril ni fué miércoles ni viernes (como otros piensan), sino martes. Luego habemos decir que murió en el año de 1419, porque en él cayó Pascua a 16 de abril y a 5 de abril fué miércoles de la Semana in Passione. Y así Roberto de Lycio, obispo de la Orden de San Francisco, aunque sin traer estas razones y argumentos, escribe que San Vicente murió en el año de 1419, y pudo ser que a él se lo dijese el papa Calixto; allende de esto, tengo otras razones que no poco confirman mi sentencia. En la segunda hoja del proceso dice un maestro que, antes de irse a morir a Vannes, estuvo un mes en Andegauía (que ahora se llama Angiers, y Anjou) y esto por el mes de abril. Pregunto pues, yo, a los que piensan que San Vicente murió en el año de 1418, ¿qué mes de abril estuvo en Anjou el Santo? No pueden ellos decir que fué en el año 1418, porque a 5 de abril de aquel año dicen que murió en Vannes. Ni pueden decir que, en el del año 1417 porque (según consta de otras partes del proceso) cerca de la media cuaresma de este año entró en Vannes y estuvo en él allá hasta el martes de Pascua florida, la cual aquel año cayó a 11 de abril, y así estuvo en Vannes hasta 13 de abril. Pues, ¿cómo lleva camino, que habiendo él subido poco antes de Nantes hasta Vannes, luego volviese a bajar hasta Angiers? Ni tampoco se puede decir que fué por abril del año 1416, porque entonces aún no era ido hacia Bretaña, sino que se estaba en tierra de Langüedoc, o era pasado en Borgoña. Pero si decimos que falleció en el año de 1419 está la respuesta en la mano, que estuvo en Angiers el mes de abril del año de 1418. Lo cual también quedará con otra cosa, que aquel testigo de vista afirma, diciendo que había ya treinta y cinco años que él vio a San Vicente en Angiers, cuando él desponía aquello en el proceso y depúsolo en el año de 1453. Yo sé que a los que estarán versados en el cómputo y en la geografía de Francia, les parecieran bien estas razones. Finalmente, los más autores dicen que estuvo en Bretaña más de un año. Y cierto, si murió por abril del año 1418 no fué así porque hay que sacar de la cuenta el tiempo que estuvo en Normandía y en Anjou. Mas porque no parezca que todos yerran, sino Roberto y nosotros, es de notar que en algunas partes de Francia no comienzan a dar número al año hasta pasada Pascua. De suerte que si en Roma y en España ya por enero decimos el año 1575, en aquellas tierras hasta Pascua florida dicen 1574, añadiendo esta palabra avant Paques que quiere decir "antes de Pascua". Pues como en el año de 1419 a 5 de abril, aún no se fuese llegada Pascua, continuase en Bretaña por 1418 avant Paques. Y que esto sea así se prueba, porque en el proceso un testigo de vista en diciendo que San Vicente murió en el año 1418, luego añade: Secundum inorem gallicanum computando, que es como si dijera esto: de decir que San Vicente murió en el año 1418 no se ha de entender según la cuenta de Roma o España, sino según la de Francia. De suerte que los autores que escriben que murió en el año de 1418, no se engañan, porque siguen los testigos bretones, los cuales decian verdad hablando como franceses. Así que San Vicente murió en el año 1419, y por consigiuiente tenía setenta y nueve años, no solos setenta y ocho; y con esto volvamos a la historia.

JESÚS EUCARISTÍA:


¿Comprendes el espanto
que enloquece mis ojos? ¿Y la ira
¡tan grande como santa!
que mi pecho respira,
y ha secado mi llanto,
y hace ronca la voz de mi garganta?. . .
¿Verdad, Señor,
que no hay dolor que iguale a mi dolor?. . .
¡Los que le dan la muerte con sus manos,
y los que lo permiten, ¡Jesús mío!
¡¡todos son mis hermanos!!
¡porque es mi madre la que así agoniza,
la que tiembla de frío. . .!
¡Esas manos clavadas. . . me curaron;
de esos labios exangües la sonrisa
fue el arco iris de todas mis tormentas;
su rostro tuvo claridad de aurora,
de mis insomnios en las horas lentas:
¡Las espinas, Señor, rasgan ahora
las huellas que marqué yo en esa frente
con mis primeros besos de ¡nocente. . .!
¡Es mi sangre esa sangre que gotea!. . .
¡Es mi vida es vida que se muere!. . .
¡Es mi aliento ese aliento que aletea
en los labios maternos,
para volar a la celeste altura.. .!
o o o
Si esos brazos me faltan, siempre tiernos,
¿Dónde voy a morir. . .?
Cuando ella no me cure, ¿Quién me cura?..
Cuando ella no me quiera, ¿Quién me quiere?.
¡Yo no quiero vivir,
si no vive mi madre! ¡no lo quiero!
¡Antes de que ella expire...! ¡yo me muero!
o o o
JESÚS EUCARISTÍA:
¡Ten compasión, Señor, de mi agonía!
¿Verdad, Señor,
que no hay dolor que iguale a mi dolor?
o o o
La Viuda de Naím, la Cananea,
Jairo, Martha, los ciegos, los leprosos;
Aquel grito en el mar de Galilea
cuando la débil barca voltejea
próxima a hundirse. . . dime, te pidieron
como roncos te piden mis sollozos!.. .
¡y piedad obtuvieron. . .!
o o o
Señor, es necesario
que el mexicano que maldice y odia
de hinojos caiga al pie de tu Sagrario
y te adore, temblando, en tu Custodia.
Y que amor y piedad beba sediento
en tu raudal. DIVINO SACRAMENTO.. .
o o o
Señor, es necesario
que el mex¡cano que cobarde llora
al mirar a su madre en el Calvario,
y tu piedad implora,
y con tu Cuerpo y Sangre se alimenta;
es preciso que sienta
que es sangre de león esa que bebe...
que es sangre del patriota
que no dejó en el pecho una gota
por salvar a su pueblo... que te lleve
dentro de su alma varonil y fuerte
en los santos furores encendida,
no para mendigar un día de vida...
sino para buscar un día de muerte!...
JESÚS EUCARISTÍA:
¡Salva!, ¡lo puedes! ¡a la Patria mía...!

Mons. Vicente M. Camacho
Nov. de 1923

viernes, 27 de mayo de 2011

LOS PROBLEMAS CON LA MiSA NUEVA (2)

Los Autores de la Nueva Misa

Nosotros sabemos que finalmente el Espíritu Santo es el autor de la Misa Tradicional, «la cosa más hermosa de este lado de Cielo», como el P. Frederick Faber la llamó. Según el Concilio de Trento, la parte central de la Misa, llamada Canon, «Está compuesto de las palabras mismas del Señor, de las tradicio nes de los apóstoles y de las piadosas instituciones de los santos Pontífices». El núcleo del Canon se remonta al menos a la mitad del siglo cuarto. Antes de ese tiempo, los archivos históricos son escasos, porque la Iglesia estaba bajo persecución. (La última de las 10 grandes persecuciones romanas acabó en 304.) Sin embargo, como el historiador anglicano Sir William Palmer declara, «hay buenas razones para remitir su composición original a la Edad Apostólica». El Canon fue considerado tan sagrado que los primeros sacramentarios lo escribieron en tinta de oro y los teólogos medievales se refirieron a él como el «Santo de los Santos». No es de extrañar que el Padre Louis Bouyer dijera una vez, «desecharlo sería un rechazo de cualquier demanda por parte de la Iglesia romana a representar la verdadera Iglesia católica». En cuanto a las plegarias y ceremonias que rodean al Canon, están todas sacadas de la Escritura y/o la Tradición.

Cuando llegamos al Novus Ordo Missae, nosotros también conocemos a sus autores. Mientras que Pablo VI era formal y jurídicamente el responsable, fue compuesto de hecho por un comité llamado Concilium que consistía en unos 200 individuos muchos de los cuales habían hecho las veces de periti («expertos») Conciliares durante el Concilio Vaticano II. A su cabeza estaba el Arzobispo Annibale Bugnini cuyas conexiones francmasónicas están virtualmente fuera de discusión. El Concilium fue auxiliado por seis «observadores» protestantes, a quienes Pablo VI dio las gracias públicamente por su ayuda en la «reedición, de una manera nueva, de los textos litúrgicos a fin de que la lex orandi (la norma de orar) se conforme mejor con la lex credendi (la norma de creer)». Como previamente hemos citado, nosotros estamos forzados aceptar que o la lex orandi anterior a esta época no se conformaba muy bien a la lex credendi —o bien que la lex credendi fue cambiada. ¿Y desde cuándo la Iglesia necesitó la ayuda de protestantes, herejes —hombres que por definición rechazan su enseñanza— para asistirla en la formulación de sus ritos? Considerado el fondo de esos responsables de la creación de la Nueva Misa y considerando su notable desviación en el asunto y representación de la Misa Tradicional (como veremos más plenamente debajo), a pesar del uso blando en la Nueva Misa de frases escriturarias, uno puede cuestionar seriamente si el Espíritu Santo tuvo algo que ver con su creación.

Por qué fue Escrita la Nueva Misa

La pretensión de que el laicado había exigido la «renovación» de la Misa —que es lo que nos habían predicado a todos nosotros cuando los cambios litúrgicos estaban teniendo lugar durante los años 60— nunca se ha probado. Sin embargo después, los revolucionarios siempre intentan promulgar sus esquemas dictatoriales «en nombre del pueblo». Entonces ¿por qué todos los cambios? Y éstos, no sólo en el rito de la propia Misa, sino también en todo lo que sustentaba ese rito —los altares convertidos en mesas, los sagrarios cambiados de sitio, el sacerdote mirando a la congregación, la barandilla del presbiterio quitada, la mesa puesta en un más nivel bajo, la eliminación de los seis candelabros de la Misa Mayor, la colocación de la mesa más cerca del pueblo e incluso en medio de él, la eliminación virtual de servidores, etc.— la lista aumenta sin parar.

Según las declaraciones de Pablo VI, los cambios se hicieron: 1) para acercar la liturgia de la Iglesia a la mentalidad moderna; 2) en obediencia al mandato del Vaticano II; 3) para tomar conocimiento del progreso en los estudios litúrgicos; 4) para volver a la práctica primitiva; y 5) por razones «pastorales». Permítanos, a su vez, considerar cada uno de estos puntos.

La primera razón no es sino una manera de expresar el principio de Aggiornamento —de acercamiento al mundo moderno, su antropocentrismo (hombrecentrismo) y su pensamiento utópico, sus ideas falsas de progreso y evolución como aplicadas a la verdad misma, en el seno de la Iglesia. Como Pablo VI dijo, «Si el mundo cambia, ¿no debería cambiar también la religión?... es por esta misma razón que la Iglesia tiene, especialmente después del Concilio [Vaticano II], tantas reformas emprendidas...» (Audiencia general, el 2 de julio de 1969). Se ha olvidado el principio de que el mundo debe tomar como modelo a la Iglesia, y no al revés. ¿Debe el padre del hijo pródigo unirse a su hijo en la dilapidación de los tesoros de la familia, y no debe el hijo volver al seno de su padre y al uso racional de su patrimonio?

La segunda razón: La Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II recomienda que el rito de la Misa se revise «de acuerdo con la sana tradición». También dice que la liturgia está hecha de «elementos invariables instituidos divinamente, y de elementos sujetos al cambio». Ciertamente los «elementos invariables» se refieren al Canon venerable, y sobre todo a la forma (las palabras de Consagración) y la substancia del Sacramento mismo. De hecho, semejante opinión se refuerza si uno lee el Diario del Concilio que declara que los Padres insistieron en que el Canon de la Misa especialmente debe permanecer intacto (5 de Noviembre de 1962).

No obstante, si se compara el Novus Ordo Missae con el Rito Tradicional, pronto se encuentra que pocos de los artículos, si es que hubo alguno, fueron considerados verdaderamente invariables. Además, el original latino del Nuevo Misal de Pablo VI está cargado con «opciones», (Éstas «opciones» encerraban a menudo ideas tradicionales. Éste era un método hábil para permitirles afirmar a los apologistas posconciliares que el Nuevo Rito todavía era ortodoxo, aunque al mismo tiempo garantizaba virtualmente que nadie utilizaría estas «opciones» en la liturgia cotidiana) y cualquier reflexión de la doctrina católica encontrada dentro de él fue pronto borrada por las traducciones en lengua vernácula — traducciones sancionadas por las directrices oficiales de Roma. Cierto, palabras tales como «Aleluya» no se pusieron en lengua vernácula, y ciertas oraciones como el «Padrenuestro» quedaban intactas. Pero éstas eran, en todo caso, siempre aceptables para los protestantes. Sin embargo una cosa está clara: a pesar de las muchas «bombas de relojería» (como Michael Davies las llama) en la Constitución sobre la Liturgia, ninguno de los Padres en el Vaticano II —excepto los que estaban «en el ajo» — previó los cambios radicales en la Misa que seguirían como un «mandato» de este Concilio. (Por ejemplo, el Arzobispo R. J. Dwyer de Portland, Oregón, dijo: «¿Quién soñó en ese día [cuando los Padres del Concilio votaron la Constitución sobre la Liturgia ] que en unos años, menos de una década, el pasado latino de la Iglesia sería casi expurgado, y que se reduciría a una memoria que se marchita a medio plazo? El pensamiento de ello nos habría horrorizado, pero parecía más allá del reino de lo posible por lo ridículo. Así que, entonces, nos reímos»).

Con respecto a la tercera razón para los cambios litúrgicos, es decir, «el progreso en los estudios litúrgicos», uno presume que Pablo VI estaba refiriéndose a las voluminosas producciones modernistas que llenan las publicaciones litúrgicas del periodo inmediato pre y posconciliar. Sin embargo, dar el nombre de «progreso» a estas producciones pseudoeruditas —todas persiguieron fomentar la revolución litúrgica— es simplemente un abuso del idioma. También lo es olvidarse de la tremenda erudición legítima que precedió la codificación de la Misa por el Papa S. Pío V en 1570.

Con respecto a la cuarta razón, es decir, «un retorno a la práctica primitiva», es difícil entender por qué precisamente aquéllos que adaptarían nuestra fe al mundo moderno nos harían al mismo tiempo volver a la práctica primitiva. Semejante esfuerzo, como quemar una vela por ambos extremos, pronto deja muy poco del original en el medio. Además de esto, el único documento antiguo con alguna importancia real que ha salido a la luz desde el tiempo del Papa San Pío V es la Tradición Apostólica de Hipólito, y de ella tenemos sólo una versión parcial y reconstruida del documento original (Para detalles sobre esto, ver mi artículo «The Post-Conciliar Rite of Holy Orders», Studies in Comparative Religion, v. 16, nos. 2 y 3. Disponible por la Sociedad de S. Pío V, 8 Pond Place, Oyster Bay Cove, N.Y. 11771). Además, Hipólito era un cismático y un antipapa cuando lo escribió —y a pesar de esto, como veremos más abajo, fue drásticamente reescrito por los liturgistas posconciliares para ponerlo de acuerdo con las teologías protestante y modernista. Tal es el caso que el Padre John Barry Ryan llama al resultado una completa «nueva creación» (P. John Barry Ryan, The Eucharistic Prayer (Nueva York: Paulist Press, 1974), pág. 26). La otra oración antigua incorporada en el Novus Ordo Missae es lo que el Padre Jungmann llama una «reconstrucción... probablemente las mismas palabras usadas en la bendición del pan y del vino en una comida judía en tiempos de Cristo" (P. Joseph Jungmann, S.J., The Mass (Collegeville, MN,: Liturgical Press, 1975), pág. 190. El P. Jungmann era un miembro del revolucionario Concilium litúrgico y aprobó totalmente los cambios hechos en la Misa).

Efectivamente, esto es cierto. Cualquiera que haya asistido a un banquete judío está familiarizado con la frase «Bendito seas Tú, Oh Señor, Dios de toda la creación...» Son las gracias judías dichas por el Rabino antes de las comidas mientras parte el pan.

La última razón de Pablo VI para los cambios litúrgicos era «pastoral». Hasta donde yo puedo determinar, ni él ni el Concilio definieron nunca este término. En el «doble lenguaje» de la Iglesia posconciliar, nosotros bien podemos preguntar, exactamente ¿qué significa «pastoral»? La respuesta puede encontrarse en la «Carta a los presidentes de los concilios nacionales de obispos concerniente a las plegarias eucarísticas», enviada por la Sagrada Congregación para el Culto Divino:

La razón por la cual se ha ofrecido semejante variedad de textos (refiriéndose al número de Plegarias Eucarísticas en la Nueva Misa), y el resultado final que se ha pretendido lograr con tales formularios nuevos, son de naturaleza pastoral: a saber, reflejar la unidad y la diversidad de la plegaria litúrgica. Al usar los diversos textos contenidos en el nuevo Misal romano, las diferentes comunidades cristianas, cuando se reúnen para celebrar la Eucaristía, son capaces de sentir que ellas mismas forman la Iglesia una que ora con la misma fe, que usa la misma plegaria.

En otras palabras, nosotros podemos concluir que el «intento pastoral» era y es crear un servicio que cualquier persona cristiana pueda usar —para fomentar ese ecumenismo y «unidad» que la Iglesia posconciliar cree y enseña es su «misión interna».

Aceptable a los protestantes

Ahora, el problema real para los innovadores no era si el Nuevo Orden de la Misa mantenía lo bastante de su carácter católico como para ser aceptable al creyente católico, sino si era suficientemente «ecuménica» como para satisfacer a los protestantes de convicciones liberales y conservadoras. Aquí la respuesta era un clamoroso «¡Sí!». Permítasenos escuchar al Consistorio Superior de la Iglesia de la Confesión de Augsburgo de Alsacia y Lorena, una importante autoridad luterana. El 8 de diciembre de 1973, ellos reconocieron públicamente su voluntad de tomar parte en la «celebración eucarística católica» porque ello les permitía «usar estas nuevas plegarias eucarísticas con las cuales se sentían en casa». ¿Y por qué se sentían en casa con ellas? Porque ellas tenían «la ventaja de dar una interpretación diferente a la teología del sacrificio» que ellos estaban acostumbrados a atribuir al catolicismo. Los luteranos, los anglicanos y una amplia variedad de otras sectas no sólo encuentran la Nueva Misa aceptable, muchos de ellos han cambiado de hecho sus propios ritos para ponerlos de acuerdo con ella. Para entender por qué, permítasenos volver a un teólogo protestante francés:

Si se tiene en cuenta la evolución decisiva en la liturgia eucarística de la Iglesia católica, la opción de sustituir por otras plegarias Eucarísticas el Canon de la Misa, la supresión de la idea de que la Misa es un sacrificio y la posibilidad de recibir la comunión bajo ambas especies, entonces no hay más justificación para las Iglesias Reformadas que les prohiben a sus miembros que asistan a la Eucaristía en una iglesia católica (Le Monde, Sept., 1970).

Ahora hay algo un poco sorprendente en todo esto. Permítasenos recordar que los anglicanos (llamados episcopalianos en América) oficialmente consideran la enseñanza católica en la Misa como una «fábula blasfema» (Cf. página 7, nota a pie de página 13. Artículo XXXI de los Treinta y nueve Artículos). y que los luteranos creen que la Misa no es ni un sacrificio ni el acto de un sacerdote sacrificador. Lutero, de hecho, llamó al Canon «una confluencia de albañales de aguas fangosas...» peor que «todos los burdeles, asesinatos, robos, crímenes y adulterios». Aun más sin rodeos, Lutero dijo de su propia «nueva misa»: «Llamadla bendición, eucaristía, la mesa del Señor, la cena del Señor, el memorial del Señor o cualquier nombre que queráis, con tal de que no la ensuciéis con el nombre de un sacrificio o de un acto». (Estas frases serán muy familiares a los católicos posconciliares. Es pertinente que Lutero nos diga que fue Satanás quien lo convenció de que la Misa no era un verdadero Sacrificio, y que venerando el pan, él era culpable de idolatría. Satanás se le apareció y le dijo: «Escúchame, doctor sabio, durante quince años has sido un horrible idólatra. ¿Y si el cuerpo y sangre de Jesucristo no están allí presentes, y que adoraste e hiciste adorar a otros pan y vino? Y si tu ordenación y consagración fueran tan inválidas, como es falso ese sacerdote del turco y del samaritano, y su culto impío¼ ¡Qué sacerdocio es ese! Yo mantengo, entonces, que tú no has consagrado en la Misa y que has ofrecido y has hecho a otros adorar simple pan y vino... Entonces, si no eres capaz de consagrar y no has de intentarlo, ¿qué haces mientras dices misa y consagras, sino blasfemar y tentar a Dios?» Lutero reconoció al final de esta disertación que él fue incapaz de contestar a los argumentos de Satanás, y dejó de decir la Misa inmediatamente. Los det alles están disponibles en la Vida de Lutero de Audin, y se cita por el P. Michael Müller, C.SS.R., God the Teacher of Mankind—The Holy sacrifice of the Mass (St. Louis: B. Herder, 1885), pág. 482).

El Estudio Crítico del Novus Ordo Missae de los teólogos romanos, mencionado antes, también explica precisamente por qué el Novus Ordo Missae es tan aceptable a aquellos que rechazan toda creencia en un Sacrificio inmolativo:

La posición del sacerdote y el pueblo está alterada, y el celebrante aparece como nada más que un ministro protestante... Por una serie de equívocos el énfasis se pone obsesivamente en la «cena» y el «memorial», en lugar de en la renovación del incruento Sacrificio de Calvario... Nunca se alude a la Presencia Real de Cristo y la creencia en ella se repudia implícitamente... Tiene todas las posibilidades de satisfacer al más modernista de los protestantes.

Veremos si esta declaración está justificada cuando llevemos nuestra investigación del propio rito.

La Estructura de la Nueva Misa

La Misa Tradicional está dividida en dos partes: «la Misa de los Catecúmenos» y «la Misa de los Fieles». Como el Misal de S. Andrés declara, «Los catecúmenos, cristianos por deseo y creencia, podían tomar parte en las oraciones y cantos de los fieles, escuchar con ellos las lecturas y enseñanzas, pero como ellos no estaban bautizados todavía, no podían participar o estar presentes en la Misa. Ellos eran despedidos antes del Ofertorio».

La Nueva Misa también está dividida en dos secciones, «la Liturgia de la Palabra» y «la Liturgia de la Eucaristía». La primera corresponde aproximadamente a la Misa de los Catecúmenos, pero se ha alterado para ponerla completamente de acuerdo con la teología protestante. Las Oraciones al Pie del Altar han desaparecido. Después de que el «sacerdote -presidente» saluda a los feligreses, se empieza con una confesión truncada. A los católicos posconciliares se les niega la fórmula de absolución que sigue al Tradicional Confiteor —el Indulgentiam... que es capaz de dar la absolución para esos pecados veniales en los que incluso los más buenos de nosotros caemos (El P. Jungmann explica que esta oración simplemente es una confesión de que nosotros somos pecadores, «y que el Misereatur fue guardado, como esta oración, diferente del Indulgentiam, podría decirse por cualquier hombre común». The Mass, pág. 167). (Considerando la naturaleza augusta de la verdadera Misa, lo único apropiado es que el laicado no sólo debe estar en estado de gracia, es decir, no tener ningún pecado mortal en sus almas, ellos también deben estar absueltos igualmente de sus pecados veniales.) El Gloria todavía se permite en domingos y algunos días de fiesta, pero falsa e incompletamente traducido —con el falso concepto de que la paz está disponible para «todos los hombres», y no sólo para los de buena voluntad, como el Gloria tradicional declara. (Se argumentará que la versión latina que se encuentra en el Nuevo Misal de Pablo VI está inalterado, pero en el orden práctico, el latín ya no es utilizado realmente como lengua litúrgica en gran amplitud. Por consiguiente, el pueblo casi nunca lo comprende.) La característica principal de «la Liturgia de la Palabra» (que en la Nueva Misa se supone que corresponde a la «Misa de los Catecúmenos») es la lectura de la Escritura —pero de tal manera que lleva a uno a creer que es la Escritura, en lugar de las Sagradas Especies o la Eucaristía, lo que es la Palabra de Dios hecha carne. Las lecturas se toman de las nuevas, ecuménicas y frecuentemente falsas traducciones de la Biblia. Además, son parte de un ciclo trianual, en lugar de un ciclo anual, como en la Misa Tridentina, y por consiguiente apenas puede llamarse «fijo», porque el Nuevo Leccionario permite una multitud de opciones que pueden seguirse a discreción del celebrante. El ciclo de un año usado en la Misa Tradicional es de gran antigüedad, habiendo sido establecido por el Papa S. Dámaso (366-384), (conocido por la frase «dejadnos guardar la fe de S. Dámaso»). Lecturas oídas cada año en la Misa católica Tradicional devienen parte de la conciencia que tiene el católico de la Sagrada Escritura. Aquéllas basadas en un ciclo trianual, incluso aparte del problema de las «opciones» permitidas al celebrante, lo más probablemente nunca lo harán ya que muy raramente ocurrirá que sean recordadas con facilidad.

La Escritura en la Nueva Misa es seguida por una «homilía», que, de acuerdo con la práctica protestante, casi siempre deviene el centro del Nuevo Rito. En el Rito Tradicional, el sacerdote era litúrgicamente hablando un «nadie» —su propia personalidad realmente no cuenta para nada. Antes de todos los cambios en la liturgia, uno nunca pensó en preguntar quién estaba diciendo la Misa. Pero en el Novus Ordo Missae, la personalidad del sacerdote deviene importantísima; su alocución es significante, y las personas eligen a menudo a qué servicio asistirán dependiendo de quién esté celebrando. Esta práctica por católicos que asisten a la Nueva Misa tiene además el resultado de proveer a todos con una selección de formularios «liberales» o «conservadores», y así, en efecto, la Nueva Misa divide grandemente a la Iglesia militante en varios campamentos de creencia.

La «Liturgia de la Palabra» concluye con el Credo —que los anglicanos y luteranos también mantienen— pero traducido en lengua vernácula con el comunitario «Creemos», en lugar de «Creo» (que es exactamente lo que significa credo en latín), para que no sea ahora tanto un «Credo» («Creo») como un «Credimus» («Creemos»). El reverenciado término «consubstantial» está ausente de esta declaración de fe. (La palabra «consubstantial» es de uso reverenciado desde el Concilio de Nicea (325 d.C.), donde fue usada para distinguir la doctrina católica de la herejía de Arrio. El heresiarca Arrio, como muchos protestantes liberales, negó la divinidad de Cristo, y por lo tanto el término «consubstantial» tiene connotaciones antiecuménicas. El Papa S. Dámaso (366-384) anatematizó a todos los que se negaran a usar el término «consubstantial». Los traductores posconciliares justificaron este error con las razones de que «el hijo no es creado sino engendrado, él comparte la misma categoría de ser que el Padre». Esto es, por decir lo mínimo, semiarrianismo. Michael Davies aborda este problema en PPNM., pp. 619-621.47 está ausente de esta declaración de fe).

Todos estos cambios en lo que se llamaba la Misa de los Catecúmenos, por muy ofensivos que sean, de ninguna manera afectan al Sacrificio mismo. Es a la segunda parte del Rito a la que debemos prestar nuestra atención especial. Por conveniencia, yo abordaré primero el Ofertorio, y después los cambios en el Canon —la parte del Rito en que tiene lugar la Consagración. Se mostrará que, en casi cada situación, se hace la adaptación a la creencia protestante, si no se impone. En consecuencia, al Novus Ordo Missae le falta el claro carácter de un acto immolativo, y el celebrante ya no aparece como un «sacerdote sacrificador». De hecho, quedará claro, cuando procedamos con este análisis, que no es el sacerdote, sino «el pueblo de Dios» quien celebra la nueva liturgia —bajo la dirección del «sacerdote -presidente».

El Ofertorio

En el Rito Tradicional de la Misa, la primera parte de «la Misa de los Fieles» es el Ofertorio. Su importancia se manifiesta por dos hechos: 1) en los tiempos antiguos los catecúmenos eran despedidos antes del comienzo del Ofertorio, y 2) los fieles debían estar presentes cuando empezaban las oraciones del Ofertorio para cumplir con su obligación de Misa dominical. En el Ofertorio, el Sacrificio de la Misa es tanto preparado como dirigido a un fin determinado. En esencia, las oraciones del Ofertorio anticipan la Consagración y hacen inequívocamente clara la naturaleza sacrificial del resto de la Misa. En la Misa católica tradicional, las oraciones del Ofertorio se refieren al pan por el término hostia o «víctima». Así, en la primera oración del Ofertorio de la Misa Tradicional, el sacerdote descubre el cáliz, toma la patena dorada con la hostia de pan ázimo, eleva su corazón y dice:

Recibe, oh Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, esta hostia inmaculada, que yo, indigno siervo tuyo, te ofrezco a Ti, Dios mío, vivo y verdadero, por mis innumerables pecados, ofensas y negligencias, y por todos los circunstantes, y también por todos los fieles cristianos vivos y difuntos; a fin de que a mí y a ellos nos aproveche para la salvación en la vida eterna.

¡Qué maravilla de exactitud doctrinal! Junto con las acciones del sacerdote, esta oración deja claro que lo que se ofrece en la Misa es la «hostia inmaculada» o víctima. Segundo, la naturaleza propiciatoria (reparadora) de la Misa es explícita —se ofrece por nuestros pecados. Tercero, nos recuerda que la Misa se ofrece «por los vivos y los muertos»; y cuarto, que es el sacerdote quien ofrece el Sacrificio como un mediador entre el hombre y Dios. La belleza de su expresión precisa es el splendor veritatis —el «esplendor de la verdad».

En la Nueva Misa esta oración, huelga decirlo, ha sido completamente suprimida. Y una de las razones que ofrece Pablo VI para proceder así es hacer el contenido doctrinal de la Misa más claro (cf. pág. 25). De hecho, sólo dos de las doce oraciones del Ofertorio en el Rito Tradicional, se mantienen en la Nueva Misa. (Monseñor Frederick McManus era la fuerza directora detrás de las traducciones inglesas. Ya en 1963 objetó a las Oraciones del Ofertorio que «anticipan el Canon y oscurecen la ofrenda sacrificial en el propio Canon». («El Futuro: Sus Esperanzas y Dificultades» en The Revival of the Liturgy [Nueva York: Herder & Herder, 1963], pág. 217). Uno bien puede preguntarse cómo la Iglesia ha sobrevivido durante los últimos 2.000 años sin la ayuda de estas innovaciones litúrgicas). Y es de interés el hecho de que las oraciones suprimidas son las mismas que Lutero y Cranmer eliminaron. (Cf. Liturgical Revolution—Cranmer's Godly Order (Devon, Inglaterra: Augustine, 1976) de Michael Davies). ¿Y por qué las eliminaron? Porque, como Lutero dijo, ellas «saben a Sacrificio... la abominación llamada el ofertorio, y desde este punto casi todo hiede a oblación».

El Novus Ordo Missae no sólo omite estas oraciones significativas, sino que abole efectivamente el Ofertorio entero. La Instrucción General habla en cambio de la «Preparación de los Dones». Y dentro de esta parte del Nuevo Rito no hay ni una palabra que indique que es la Víctima Divina lo que se ofrece. El pan y el vino —«el fruto del trabajo del hombre»— es todo lo que se ofrece. Michael Davies señala que este concepto es totalmente compatible con la teoría teilhardiana de que el esfuerzo humano, el trabajo de las manos humanas, deviene de una cierta manera la materia del Sacramento. Y además, salvo la oración del lavado de las manos, todas las peticiones están en primera persona del plural —«nosotros»— lo que es congruente con el falso concepto encerrado en varias partes de la Nueva Misa de que no es el sacerdote- presidente quien ofrece la Misa por su propio poder sacerdotal especial, sino que es la «asamblea» o «el pueblo de Dios» quien lo hace.

De acuerdo con este principio, se han eliminado sistemáticamente todas las oraciones de la Misa Tradicional que diferencian al sacerdote del laicado. El original latino del Nuevo Misal todavía hace tal distinción dentro de la oración Orate Fratres.

Ésta era una oración que el Concilio quiso anular y que fue restaurada para complacer al Sínodo de Obispos. Sin embargo, los innovadores lograron su deseo en la traducción vernácula —en inglés, francés, portugués y alemán— donde la distinción de sacerdote del laicado fue eliminada.

Los conservadores apuntaron a la retención en el Novus Ordo Missae de la oración del Ofertorio tradicional In Spiritu Humilitatis («en Espíritu de Humildad») como prueba de que el nuevo rito del Ofertorio alude a la enseñanza tradicional de que la Misa es por encima de todo un Sacrificio ofrecido a Dios. Ahora, esta oración está tomada de Daniel (3:39-40) y se refiere al sacrificio personal —a lo sumo, un «sacrificio de alabanza y acción de gracias»— hecho por Azarías y sus compañeros en el horno ardiente. Como tal, esta oración es totalmente aceptable a los protestantes y fue retenida por ellos en los «reformados» servicios luteranos y anglicanos. Cualquiera debería dudar de su aceptabilidad por la mente modernista, pero ha de considerarse la interpretación puesta en esta oración por el Padre Joseph Jungmann, S.J. —un liberal y uno de los miembros más eruditos del Concilium responsable del Nuevo Rito:

La oración «En espíritu de humildad» que siempre había servido como un resumen enfático del procedimiento de ofrenda, y como tal era recitado con una inclinación profunda [inclinando el cuerpo el sacerdote] se ha retenido inalterada por la mera razón de que confiere la expresión apropiada al «sacrificio invisible» del corazón como el significado interior de toda la ofrenda exterior.

En el «Ofertorio» del Novus Ordo Missae, cuando es interpretado literalmente, es decir, según los rezos realmente dichos, y no según la acepción tradicional de lo que el Ofertorio de la Misa realmente es (o se supone que está en la Nueva Misa), entonces, todo lo que el «Ofertorio» de la Nueva Misa realmente indica es que lo ofrecido en la Nueva Misa es pan y vino. Contra esta observación, algunos dirán que, en la ofrenda del pan-hostia, el sacerdote-presidente en la Nueva Misa dice, «sea para nosotros pan de vida». Pero como señaló el difunto Padre Burns, uno de los sacerdotes más conservadores del Novus Ordo de América, esto también puede entenderse como referiéndose al pan que nosotros comemos cada día en nuestras comidas ordinarias, a menudo llamado «el sostén de la vida».

La oración, «En Espíritu de Humildad», en la Nueva Misa, también incluye la frase «por nosotros» en la cual insistió el reformador protestante inglés Cranmer del siglo XVI negando el principio sacramental ex opere operato —el principio por el que, si la forma y la materia usadas por el sacerdote que ofrece la Misa son las apropiadas, y con tal de que el celebrante sea un verdadero sacerdote, la Consagración ocurre, sin tener en cuenta la disposición del sacerdote u otros participantes. El mismo comentario que se hacía con respecto al pan que es «el sostén de la vida» puede hacerse con respecto al vino y la frase «sea nuestra bebida espiritual». Y así, una vez más, parece adecuada la conclusión del Estudio Crítico del Novus Ordo Missae de los Cardenales Ottaviani y Bacci:

Los tres fines de la Misa se han alterado; no se permite ninguna distinción entre el sacrificio Divino y el humano; el pan y el vino son sólo «espiritualmente» (no substancialmente) cambiados... No encontramos ni una palabra acerca del poder del sacerdote para sacrificar, o sobre su acto de consagración, la efectuación a través de él de la Presencia Eucarística. Él aparece ahora como nada más que un ministro protestante .

Las Nuevas Plegarias Eucarísticas

El corazón de la Misa Tradicional es el Canon. Permanece igual cada vez que se ofrece la Misa, excepto durante las fiestas más solemnes de la Iglesia, cuando se agregan una frase o dos que se refieren al misterio que se está celebrando. En la Nueva Misa, el Canon es abolido. En su lugar es sustituido por una de las cuatro (al menos por ahora) «Anáforas» o «Plegarias Eucarísticas».

La primera Plegaria Eucarística (incluso en latín) no es, como se afirma a menudo, el Canon romano antiguo con el que estábamos tan familiarizados en la Misa tridentina. Está solamente modelada sobre el Canon tradicional, pero contiene varias diferencias significativas. La pretensión de que el Canon antiguo de la Misa era mantenido permitió aceptar el Nuevo Rito con un mínimo de protestas tanto por parte de los sacerdotes como del laicado. Aquellos sacerdotes que usaban la Primera Plegaria Eucarística estaban seguros de que ellos estaban diciendo en efecto la antigua Misa.

Sin embargo, con la destrucción del Ofertorio tradicional, y sus oraciones que exponen precisamente lo que ocurre durante el Canon, y con las falsas traducciones modernas, la Plegaria Eucarística Número Uno es totalmente susceptible de ser interpretada de forma completamente modernista y protestante.

La frase que permite esta interpretación errónea se encuentra en la oración Quam Oblationem: «Dignaos en un todo bendecir esta ofrenda, admitirla, ratificarla y aceptarla, a fin de que SE CONVIERTA PARA NOSOTROS en el Cuerpo y la Sangre de...». En ausencia de las tradicionales plegarias del Ofertorio, «para nosotros» puede entenderse en el sentido cranmeriano y de general aceptación protestante, perceptiblemente, que el pan y el vino no son transubstanciados para que ellos se conviertan el cuerpo y la sangre de Jesucristo substancialmente y en sí mismos, sino que cuando nosotros los recibimos «con fe viva», ellos podrían devenir PARA NOSOTROS (!) la presencia de Jesucristo. En la primera edición del Libro de la Plegaria Común de Cranmer, él prologó las Palabras de Institución (es decir, las palabras usadas por la llamada «consagración» protestante) con esta frase:

Óyenos, Padre misericordioso, nosotros Te imploramos; y con Tu Espíritu Santo y Tu Palabra dígnate bendecir y santificar estos Tus dones y creación de pan y vino para que ellos puedan hacerse PARA NOSOTROS el cuerpo y la sangre de Tu muy amado Hijo, Jesucristo. [El resaltado es añadido].

Algunos de sus compañeros reformadores atacaron esta redacción con el argumento de que era susceptible de ser entendida como ¡efectuando la Transubstanciación! Cranmer contestó a esto con indignación: «Nosotros no oramos en absoluto para que el pan y el vino devengan el cuerpo y la sangre de Cristo, sino para que en ese santo misterio devengan eso PARA NOSOTROS; es decir, para que nosotros podamos recibir así dignamente y del mismo modo podamos ser así participantes del cuerpo y la sangre de Cristo, y de que por lo tanto en espíritu y en verdad seamos espiritualmente alimentados». Cranmer estaba insistiendo en que la expresión «para nosotros» significaba que la Transubstanciación (El cambio de la substancia del pan y el vino en la substancia del Cuerpo y la Sangre de Cristo) no ocurría objetivamente, sino que la disposición personal de los presentes les permitía ser nutridos espiritualmente. En otros términos, la frase negaba en efecto la doctrina católica tal como más tarde sería solemnemente definida en la Sesión XXII del Concilio de Trento. (Los católicos creen que, con tal que el sacerdote esté ordenado válidamente, use la forma y la materia apropiadas (las palabras y la «materia» y/o la acción), y tenga la intención correcta, la Consagración acaece. La frase técnica aplicada al poder de un Sacramento es ex opere operato, que significa que la operación del Sacramento tiene lugar automáticamente, si estos cuatro requisitos están presentes. Ocurre sin tener en cuenta el estado espiritual del sacerdote o del pueblo presente. El espacio ha limitado nuestra capacidad para discutir el problema de la «intención». Baste decir que hay una intención externa implícita en las palabras y acciones del sacerdote, y también una intención interna por parte del sacerdote mismo, que nosotros nunca podemos saber, aparte de informarnos sobre él. En la Misa Tradicional, uno podría suponer que la intención interna corresponde con los actos y palabras exteriores —el sacerdote habría tenido que abrigar una intención interna positivamente contraria para invalidar la Misa (es decir, un sacerdote que dice la Misa Tradicional puede proponerse no consagrar mientras usa las palabras y acciones correctas, y entonces nada pasaría. Por supuesto sería culpable de un grave sacrilegio). En el Nuevo Rito, las palabras y actos externos de ninguna manera nos aseguran que una intención apropiada por parte del celebrante esté presente. Si la intención interior del sacerdote está basada en las palabras y acciones externas del Novus Ordo Missae, el Sacramento es, por lo menos, muy dudoso. Para el sacerdote que consagra —asumiendo por el momento que eso incluso sea posible en este rito, sobre todo cuando se dice en muchas de las lenguas vernáculas— él debe tener la intención positiva de «hacer lo que la Iglesia hace», y/o, «hacer lo que Cristo quería». Lo que hace todo este asunto sumamente pertinente es que a la mayoría de los sacerdotes que están siendo instruidos hoy no se les enseña la teología sacramental tradicional y por consiguiente muy probablemente no saben la naturaleza de la intención positiva que deben abrigar. Según el P. Robert Burns, C.S.P., editorialista de The Wanderer , «Muchos sacerdotes recientemente ordenados son herejes formales o materiales en el día de su ordenación. Esto es así, porque sus maestros abrazaron los errores Modernistas y los trasladaron a sus estudiantes. Sus estudiantes, después de la ordenación, propagaron estos errores a su vez, o en la enseñanza catequística o en el púlpito predicando. La mis ma situación es verdad también en los casos de muchos sacerdotes antiguos que han vuelto a las escuelas de teología para recibir cursos de actualización o de “readiestramiento en teología”»).

Se dice que la Segunda Plegaria Eucarística ha sido tomada de la Tradición Apostólica de Hipólito (escrita, debe recordarse, en un momento en que él era cismático y antipapa). Sin embargo, a este ya cuestionable documento, los innovadores le hicieron cambios significativos. Así, por ejemplo, suprimieron las frases ut mortem solveret et vincula diaboli dirumperet, et infernum calceret et iustos illuminet para que Él [Cristo] venza a la muerte, rompa las cadenas de Satanás, huelle el Infierno e ilumine al justo»), y qua nos dignos habuisti adstare coram te et tibi sacerdotes ministrare («para hacernos dignos de estar en Tu presencia y servirte como sacerdotes») —conceptos católicos que los innovadores litúrgicos quitaron y conceptos todos que los innovadores y los protestantes liberales aborrecen. Lo más significativo de todo, ellos insertaron caprichosamente en el texto original la misma frase «PARA NOSOTROS», una acción que hace su intento herético más que claro.

Como en el segundo Libro de la Plegaria Común de Cranmer, así también en la Plegaria Eucarística Número 2 del Novus Ordo, se ha eliminado toda presencia de una interpretación católica. Cuando se usa la Plegaria Eucarística Número 2, el Te Igitur, Memento domine y Quam Oblationem —tres oraciones que inequívocamente permiten una interpretación católica de nobis (para nosotros)— ya no se dicen. Así, no hay absolutamente NINGUNA preparación (fortalecimiento o desarrollo) en la Plegaria Eucarística Número 2 para la «Consagración» de las especies (el pan y el vino). Estornude usted y lo echará de menos.

En la Misa Tradicional es imposible entender la palabra nobis en el sentido cranmeriano (es decir, donde la Transubstanciación se niega). En la Plegaria Eucarística Número 1 del Novus Ordo Missae, la situación con respecto a la intención del sacerdote para consagrar (efectuar la Transubstanciación) es ambigua. Pero en la Plegaria Eucarística Número 2, la enseñanza católica a este respecto desaparece completamente y triunfa la acepción protestante. Como Ross Williamson dijo, «es imposible entenderlo de cualquier otra manera que en el sentido cranmeriano». (Hugh Ross Williamson, The Modern Mass (Rockford, IL,: TAN, 1971), pág. 26. El señor Williamson recurrió a la jerarquía inglesa para quitar las palabras «para nosotros» de la Plegaria Eucarística 2 «como evidencia de buena fe». Pero su petición fue completamente ignorada).

Además, la naturaleza deliberada de los cambios en la Plegaria Eucarística Número 2 —la adición del nobis al «canon» de Hipólito— repercute en la manera en que nosotros vamos a entender el nobis en la Plegaria Eucarística Número 1. Para empeorar la cuestión, los creadores del Novus Ordo Missae muestran su preferencia claramente por la Plegaria Eucarística Número 2. Los documentos oficiales de Roma nos dicen que la Plegaria Eucarística 2 pue}de usarse en cualquier ocasión.

Se recomienda para los domingos «a menos que se elija otra Plegaria Eucarística por razones pastorales». También es particularmente conveniente «para las misas diarias, o para la misa en circunstancias particulares». Además, se recomienda para «las misas con niños, jóvenes y grupos pequeños», y sobre todo para la catequesis (DOL., Nos. 1712 y 1960).

Fuera del poder de estas sugerencias —la naturaleza humana es lo que es— los sacerdotes se inclinarán a usar la Plegaria Eucarística 2 por su brevedad. Cuanto más ordinariamente se diga, más rápidamente se perderá la comprensión católica de la verdadera naturaleza de la Misa.

Merece la pena notar que Pablo VI agregó la frase quod pro vobis tradetur que será entregado por vosotros») a las supuestas palabras de Consagración en la Nueva Misa. Lo mismo hicieron Lutero y Cranmer en sus servicios litúrgicos protestantes.

Lutero explicó las razones para esto en su Catecismo Breve. «La palabra “por vosotros” invoca simplemente a los corazones creyentes». Lo cual, claro, además sólo destaca la importancia de la palabra nobis para nosotros») en todo este sórdido asunto.

El espacio en esta corta presentación sólo permite un comentario breve sobre las Plegarias Eucarísticas 3 y 4. En la Plegaria Eucarística 3 las palabras siguientes se dirigen al Señor: «De edad en edad Tú reúnes un pueblo para Ti mismo, para que del este al oeste pueda hacerse una ofrenda perfecta a la gloria de Tu nombre». Esta frase deja claro una vez más que es el pueblo, en lugar del sacerdote, quien es el elemento indispensable en la celebración. (Ver el comentario del P. Joseph Jungmann, The Mass: An Historical, Theological and Pastoral Survey (Collegeville, MN,: Liturgical Press, 1976), pág. 201). Incluso Michael Davies advierte que «en ninguna de las nuevas Plegarias Eucarísticas se deja claro que la Consagración se efectúa solo por el sacerdote, y que él no está actuand o como un portavoz o presidente para una congregación que concelebra». (PPNM., pág. 343).

La Plegaria Eucarística 4, compuesta por el innovador P. Cipriano Vagaggini, aún presenta otro aspecto interesante de la «Revolución Litúrgica». El propio latín es inocuo, pero la traducción oficial (y aceptada por Roma) usada en los Estados Unidos estaba claramente abierta a una interpretación herética. Compare los pasajes siguientes, uno del Prefacio a la Plegaria Eucarística 4, y el otro del Prefacio de la Misa Tradicional de la Santísima Trinidad:

Nueva Misa

En verdad es justo darte gracias, y deber nuestro glorificarte, Padre Santo, porque tú eres el único Dios vivo y verdadero...

Misa Tradicional

Verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable, que te demos gracias en todo tiempo y lugar a Ti, Señor Santo, Padre omnipotente, Dios eterno, que con tu unigénito Hijo y con el Espíritu Santo eres un solo Dios y un solo Señor, no con unidad de persona, sino en la Trinidad de una misma substancia.

Afrontando el hecho de que la enseñanza entera de la Iglesia se contiene en la liturgia, éste es un muy instructivo fragmento de embustes. En la versión latina de la Nueva Misa se encuentran las palabras unus Deus («un Dios»), y no se enseña ninguna herejía explícita. Sin embargo, incluso en latín, aparte del Credo, no hay ninguna expresión clara de la doctrina de la Trinidad. Cuando nosotros llegamos a la versión vernácula de la Plegaria Eucarística 4, la errónea traducción de unus Deus por «Tú solo eres Dios» claramente se aparta de la norma tradicional. En ausencia de cualquier otra referencia al Hijo o el Espíritu Santo en esta plegaria, el uso de la palabra «solo» parece ser una negación explícita de la doctrina de la Santísima Trinidad —pero definitivamente una negación implícita, al menos. Es por esta razón que algunos se han referido a esta Plegaria Eucarística como «el Canon arriano». (El hereje Arrio negó la doctrina católica de la Trinidad). Aquí todavía tenemos otro ejemplo de «¡un retorno a la práctica primitiva!» Debido a las repetidas quejas, esta traducción errónea se ha corregido recientemente. Que una fórmula explícitamente herética pueda usarse durante 18 años en la Iglesia posconciliar dice todo acerca del menosprecio de los innovadores litúrgicos por las doctrinas fundamentales de la Iglesia católica (Se cambió a «Tú eres el único Dios» el 24 de febrero de 1985).

La «Narrativa de la Institución»

En el Novus Ordo Missae, como en el servicio luterano, las palabras de la Consagración —el corazón mismo del Rito Tradicional— son ahora parte de lo que se llama la «Narrativa de la Institución» (El término «Institución» se refiere a la Institución del Sacramento por Cristo, y podría ser un término teológico perfectamente legítimo. La idea de que la Misa es una mera «narrativa» es, sin embargo, patentemente falsa y completamente protestante. A pesar de esto los catecismos oficiales franceses hacen afirmaciones tales como que «en el corazón de la Misa yace una historia...». El Misal francés oficial, publicado con la aprobación de la jerarquía francesa, afirma que ¡la Misa «es simplemente una cuestión de hacer el memorial del sacrificio único ya cumplido»! («Il s’agit simplement de faire mémoire de l’unique sacrifice déjà accompli»). Esta afirmación ha sido repetida en más de una edición, y lo ha sido a pesar de las repetidas protestas de los fieles. Y, sin embargo, parecería ser la enseñanza «oficial» de la Iglesia conciliar en Francia), una expresión que no se encuentra en los misales tradicionales de la Iglesia.

Solamente poniendo las palabras de la Consagración bajo semejante título se induce al «sacerdote-presidente» en la Nueva Misa a decir estas palabras como si estuviera meramente volviendo a narrar la historia de la Última Cena, hace unos 2000 años, en lugar de consagrar realmente el pan y el vino aquí y ahora. Volviendo exclusivamente a narrar la historia de la Última Cena no cambia el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo —el sacerdote debe actuar in persona Christi, es decir, debe decir estas palabras cruciales «en la persona de Cristo», porque es Cristo quien, por Su poder infinito, a través de las palabras del sacerdote, efectúa la Consagración.

La versión «revisada» de la Instrucción General, pretendiendo apaciguar a los críticos de la Nueva Misa, habla del sacerdote que actúa in persona Christi, pero no con respecto a la manera en que dice las palabras de la Consagración. Aun cuando el uso de la frase «Narrativa de la Institución» fuera el único defecto en el Nuevo Rito, sería suficiente para levantar graves dudas acerca de si se cambian o no los elementos pan y vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Nueva Misa.

La Iglesia siempre ha enseñado que para que las Sagradas Especies se confeccionen en la Misa, esto es, para que la Consagración acontezca, el sacerdote debe 1) estar debidamente ordenado, 2) querer hacer lo que la Iglesia quiere hacer en la Misa, 3) usar la materia apropiada y 4) usar la forma (o las palabras) apropiadas. También debe decir las Palabras de la Consagración como un acto que él personalmente, por su propio poder sacerdotal, ejecuta in persona Christi en la Persona de Cristo», que es el Sacerdote Principal en cada Misa), y no como parte de una mera narrativa histórica, como ocurre cuando lee el Evangelio durante la Misa. Si debe decir las palabras de Consagración como una mera narrativa, convierte lo que se supone que ocurre en la Misa (a saber la Consagración) en sólo un simple memorial de un evento histórico que acaeció hace dos mil años, y nada sagrado tiene lugar, es decir, no hay Consagración.

Como Sto. Tomás de Aquino dice:

La Consagración es cumplida por las palabras y expresiones del Señor Jesús. Porque, con todas las demás palabras habladas, se alaba a Dios, se ruega por el pueblo, por los reyes y otros; pero cuando llega el momento de perfeccionar el Sacramento, el sacerdote ya no usa sus propias palabras, sino las palabras de Cristo. Por consiguiente, son las palabras de CRISTO las que perfeccionan el Sacramento... La forma de este Sacramento es pronunciada como si Cristo estuviera hablando personalmente, para que sea entendido que el ministro no hace nada en la perfección de este Sacramento, excepto pronunciar las palabras de Cristo. (Summa, III, Q. 78, Art. 1).

Decir las palabras de la Consagración meramente como parte de una narrativa volvería inválida la Misa; es decir, el pan y el vino seguirían siendo después sólo pan y vino y no se convertirían en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Según el eminente liturgista, Padre O'Connell:

Las Palabras de la Consagración tienen que ser dichas, no meramente como un relato histórico de palabras usadas una vez por Nuestro Señor — como el celebrante las recita, por ejemplo, en los relatos de la Última Cena que se leen en la Misa en la Semana Santa o en la Fiesta del Corpus Christi— sino como una afirmación presente por el sacerdote que habla en la persona de Cristo, y pensando efectuar algo, aquí y ahora, por el pronunciamiento de estas palabras59. [El énfasis está añadido] Los sacerdotes más viejos pueden decir las palabras de la Consagración in persona Christi por hábito. Los sacerdotes más jóvenes, basando su práctica en la Instrucción General y en las teorías modernistas de teología sacramental que embeben en los seminarios posconciliares, casi con seguridad no lo harán. Así, apenas es sorprendente encontrar al Estudio Crítico del Nuevo Orden de la Misa de los Cardenales Ottaviani y Bacci apuntando que las Palabras de la Consagración, cuando aparecen en el contexto del Novus Ordo [en latín] pueden ser válidas según la intención del sacerdote que oficia. Pero pueden no serlo, porque ya no son ex vi verborum («por la fuerza de las palabras usadas»), o más precisamente, en virtud del modus significandi el modo de significar») que han tenido ahora hasta en la Misa. ¿Harán una consagración válida en el futuro los sacerdotes que no han tenido la instrucción tradicional y que confían en el Novus Ordo para hacer lo que la Iglesia hace? Uno puede permitirse dudarlo... Estas palabras del Estudio Crítico, habiendo sido publicadas en septiembre de 1969, son increíblemente perspicaces, si no ciertamente proféticas.