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sábado, 28 de mayo de 2011

De la muerte del bienaventurado padre San Vicente, que fue en Vannes.


Después de haber ido por alguna parte de la Normandía, dio la vuelta nuestro Santo hacia la ciudad de Vannes, donde tenía Dios determinado que acabase sus días. Estaba ya muy viejo y enfermo el glorioso padre, y ansí la duquesa doña Juana le envió a rogar que se viniese presto a Vannes. Llegado, pues, allá el Santo, hízosele otro muy solemne recibimiento y procesión y él entró dentro de una litera de la duquesa, porque la enfermedad le traía fatigado. No le bastó este achaque para excusarse de predicar en la ciudad, y volviendo un día a su posada, oyó grandes voces de un niño de tres años, hijo de su huéspeda, que se había caído en un vaso de lejía caliente con tanto daño de su persona, que se temía no se muriese o a lo menos quedase perdido e inhábil para cualquier cosa. Mas dióle su bendición y luego se sintió muy aliviado, y dentro de dos días sanó del todo. Por este tiempo, viendo los religiosos que iban en compañía de San Vívente, que ya su maestro, rogáronle que quisiese poco a poco dar la vuelta hacia su tierra para morir en ella. Él, como siempre fue muy llano y bien acondicionado, y apenas sabía decir un no, sino en cosas de pecados, aunque ya desde que estuvo en Perpiñán tuvo revelación que no había de morir en Valencia, quiso condescender con sus ruegos, movido por Nuestro Señor, para que sus naturales entendiesen que si fuera en él, bien quisiera morir en su dulce patria, pero que la voluntad de Dios le llevó a otro cabo. Convocando, pues, a los ciudadanos de Vannes, les hizo un razonamiento muy sencillo, en el cual despidiéndose de ellos, les rogó muy encarecidamente que tuviesen en memoria lo que les había enseñado el tiempo que había vivido entre ellos. Y diciéndoles otras cosas que el tiempo pedía, los dejó harto tristes y desconsolados. A la noche (por ventura, porque en su ida no hubiese más llantos en la ciudad) partióse a caballo en su asnillo con sus compañeros, tomando el camino de España: pero a la que amanecía, cuando fuera razón que ya tuvieran andada buena parte del camino, se halló a las puertas de Vannes. Entonces dijo a sus compañeros: Hermanos, no me habléis más de ir a España, pues claramente nos muestra a todos Nuestro Señor ser su voluntad que yo muera en estas tierras. Y dicho esto, entróse por la ciudad. Viéndole volver los vanneses, no sabían qué hacer de gozo que tenían de su vuelta; grandes y pequeños, hombres y mujeres, corrían a besarle las manos, como si viniera del cabo del mundo o hubiera veinte años que no le habían visto. Tañeron todas las campanas de la ciudad, de la misma manera que en las grandes solemnidades solían, a lo que el Santo mostró mucho agradecimiento. Que, en fin, no hay cosa más deleitable para un buen corazón que verse amado de todos.
Esta historia que he contado, dicen Ranzano y Roberío, obispo, y Flaminio, y el maestro López de Salamanca, que también le acaeció en Vannes, como tenemos dicho, y que poco después le sobrevino la última enfermedad de que murió. Pero en una parte del proceso se escribe, que le acaeció en Nantes; pero verdaderamente creo que fué falta del que lo trasladó, porque San Vicente le había dado la palabra al duque de Bretaña de irle a predicar, pues, ¿cómo es de creer, que sin cumplirla hiciese públicamente aquel ademán de quererse volver a España? Y fué fácil cosa errar el escritor porque en el proceso Vannes se llama Venetensis civitatis, y Nantes Nannetensis. Y con mudar las dos letras primeras puso él un nombre por el otro, ítem, que esto está en la hoja tercera del proceso, la cual con otras tres o cuatro estaba cuando se trasladó tan gastada o comida de polilla que parecía un harnero, y apenas se podía bien trasladar. Por lo cual yo casi no me he aprovechado nada de las cuatro o cinco primeras hojas. En fin, en esto el lector siga lo que le pareciere más conforme a razón; porque también se puede responder que fué la segunda vez que estuvo en Nantes, de la cual yo no he querido tratar por evitar prolijidad.
Acercándose, pues, el tiempo en el cual había de recibir San Vicente de las liberales manos de Dios el premio de sus grandes trabajos, enfermó de manera que se hubo de retraer en su casa. Pero antes que se pusiese en la cama, dice una señora en el proceso, que vinieron muchos enfermos un día para que les sanase. Y que salió el Santo de su aposento a una sala, donde ellos estaban, y les dio su bendición a todos. Con la cual dice que a ella mesma le quitó un dolor de costado que muchos años había tenido. Por este tiempo se murió en Bretaña un discípulo y compañero del Santo, que cierto era un padre muy bendito, y a quien el maestro Vicente quería mucho. Y púdose decir de ellos que como se habían amado en la vida, fueron también compañeros en la muerte. La duquesa, entendida la enfermedad del Santo, puso todas sus fuerzas en sanarle; pero como él por particular revelación sabía lo que Dios tenía determinado, respondió que no quería medicinas ningunas para aquella hora, sino dejarse totalmente en las manos de Dios. Tampoco quiso comer carne, aunque es lícito comerla a los frailes Predicadores cuando están enfermos, y aún él mesmo en otra enfermedad la había comido. Pero en la postrera, quiso dar ejemplo de más austereza a los de su Orden. Mas con la grande aflicción que le tenían los que le servían le dieron algunas presas de ella, haciéndole creer que eran de cierto pescado muy sustancial. Pudieron también alcanzar de él que se quitase el cilicio (el cual, como dicen los más autores, toda su vida llevó a raíz de la carne), mas no que se vistiese camisa de lienzo, sino de lana, porque aun en aquella hora no quería quebrar el rigor de su religión.
Creciendo después la enfermedad y aquejándole mucho la calentura, vinieron juntos a visitarle el obispo y los regidores de la ciudad, muy tristes por ver que les dejaba su buen padre. Y él les hizo un razonamiento muy devoto para consolarlos. Sea para bien, señores y amigos míos, que ya es llegado el tiempo que mi Señor Jesucristo me quiere llevar a su gloria. De mi muerte no recibáis pena, pues veis que soy viejo, y ya es tiempo que pague la deuda de la naturaleza humana. Allende, que mi cuerpo quedará aquí entre vosotros y mi espíritu allá donde estuviere no dejará de emplearse en haceros todo el bien que pudiere. Mas si queréis que esto sea ansí, procurad detener en memoria lo que os he enseñado este año y el pasado con tanto trabajo. Quedaos, pues, amigos míos, con Dios, porque yo de aquí a diez días partiré de este miserable destierro. Todos los que allí estaban, oyendo estas palabras, se tomaron a llorar amargamente, como suelen los hijos cuando les da su padre la postrera bendición. También por toda la ciudad, desde que se supo esto, hubo gran llanto y tristeza; porque de todos era muy amado. Acordábanse los buenos del gran bien que les había hecho en sacarles de los pecados que antes estaban. Y los que no se entendían tanto de Dios lloraban ni más ni menos, porque a uno había sanado de alguna enfermedad recia, al otro había proveído de alguna limosna; y apenas se hallaba persona que de su mano no hubiese recibido algún bien espiritual o temporal. Viniéronle a servir muchas personas de cuenta y todos sus discípulos y otros eclesiásticos que no se querían partir de él. Andando todos muy ocupados en remediar la enfermedad corporal, él tenia más cuenta con su alma y, con tener muy pocos pecados, se confesaba cada día en la cama.
Venido el lunes después de la dominica in Passione, hizo llamar San Vicente a un padre de su Orden, y confesóse con grande contrición, e hízose absolver generalmente en virtud de un privilegio que el papa Martín V le había concedido para aquella hora. Hecho esto, trájole el Santísimo Sacramento y la Extrema Unción el vicario de la iglesia mayor, y recibió aquellos sacramentos con la devoción que cada cual debe pensar. Después dijo a cinco personas que quedaron allí que cerrasen las puertas de la casa, porque vendría mucha gente y le serían estorbo para pensar lo que debía. Verdad es que, pasado un rato, por no dejarlos desconsolados, mandó que las abriesen; y entrando allí sus discípulos les rogó que no le perturbasen en su agonía que ya era llegada. Invocaba siempre el nombre de Jesucristo y de la gloriosa Virgen María, mostrando en aquel paso la devoción que siempre le había tenido. Entonces llegóse a él fray Ivo de Milloren, que era de su Orden y dijole: Padre, ¿dónde queréis que os enterremos? Lo mesmo le preguntaron otros. A los cuales él respondió brevemente: si hubiera convento de la Orden en esta ciudad o cerca de ella, en él me enterrara; pero, pues no le hay, hagan el obispo y el duque lo que bien visto les fuere. Otros escriben esto de la sepultura de otra manera, pero debe de ser que no han visto lo que en muchas partes del proceso se escribe. Todavía añadió que le parecía cosa justa que su cuerpo fuese enterrado a la disposición y voluntad del prelado más cercano a Vannes.
Trabósele poco a poco la lengua y casi vino a no poder hablar el martes y el miércoles en que murió. Y aunque él mostraba grandes señales de contrición y dolor de sus pecados, los religiosos de su hábito, temiéndose de lo que el demonio en aquel paso suele hacer, le dijeron: Perdonad, padre, a nuestro atrevimiento, que os queremos decir en este punto lo que vos solíales enseñar a los otros en vuestra vida; y así le decían cosas consolatorias, animándole a que tuviese firme esperanza en Dios y se acordase de la pasión de Jesucristo. Mas, como después viesen que él no hacía ninguna señal, pensando ya que no les entendía, pararon de decirle; y preguntóle uno de ellos si les entendía. Abrió los ojos y miró primero al cielo y después les hizo señal que pasasen adelante, porque bien les oía. De cuando en cuando le oían decir algunas palabras de grande devoción, con que encomendaba su espíritu a Dios. En fin, habiéndole leído un clérigo las Pasiones y los siete Salmos y la Letanía, y todo el Salterio, dio el espíritu a Dios con gran quietud y sosiego, miércoles antes del domingo de Ramos, entre las tres y las cuatro horas de la tarde, a 5 de abril, en el año del Señor de 1418, y a los setenta y ocho de su vida. Algunos que no han podido averiguar bien la verdad, dicen que tenía cuando murió setenta y cinco, aun otros ponen menos. Pero la verdad es lo que tengo dicho; y me consta por muchas vías, las cuales no me quiero detener a contar, por no romper el hilo de la historia que tengo entre manos. Halláronse presentes en su muerte muchas señoras muy principales, que le tenían grande devoción, como la duquesa doña Juana de Francia, la condesa de Perhoet, que era hermana del duque don Juan, la vizcondesa de Rohan, y la señora de Malestret.
No quiso Nuestro Señor dejar de atestiguar la santidad de su siervo en aquella hora, porque una ventana del aposento se abrió entrando por ella muchas aves blancas y se sintió grande fragancia de olores; y entendióse que eran los ángeles santos, que venían a acompañar aquel alma al cielo. Venida la noche aconteció en Dinamo otra maravilla, y fué que un hombre llamado Juan de Liquillic, mientras San Vicente predicó en aquel pueblo tuvo cargo de encender unos cirios a su misa, y cuando él se fué de allí a predicar por otras partes puso los pedazos que sobraron en un arca, junto a la cabecera de la cama. Viniendo después la fiesta de la Purificación de Nuestra Señora, la mujer de aquel hombre buscó los pedazos por toda el arca con gran diligencia para hacerlo fundir y hacer cirios enteros, como es costumbre. Pero por más que buscó no los pudo hallar. De allí a dos meses y algunos días despertó el Juan de Liquillic súbitamente, y vio los cirios encendidos sobre la misma arca, y muy maravillado de aquello despertó a su mujer para que los viese también; la cual quedó pasmada de ver quién los había podido encender. De allí a algunos días llegó la nueva de la muerte de San Vicente, y pensando bien en ello hallaron cómo aquello les había acontecido pocas horas después que el Santo era muerto.
Acerca del tiempo en que dijimos que murió el Santo, es a saber, que si contamos los años al modo de la Iglesia Romana, y como solemos también contar los españoles, no habernos de decir que fué su bienaventurada muerte en el año 1418. Porque en el proceso de su canonización, en la hoja primera y en la hoja trece se halla que murió en la semana Iudica me, que es la más cercana a la Semana Santa, y en España se llama la Semana de la Pasión. Por otra parte, el cómputo nos enseña que el año de 1418 fué Pascua el 27 de marzo; pues si el Santo murió a 5 de abril, ¿cómo pudo morir el año de 1418?
También en los mismos lugares del Proceso se escribe que murió día de miércoles: y lo mesmo confirma San Antonino, y otros. De lo cual se sigue que no murió en el año 1418; porque en él fué letra dominical B. Y así a 5 de abril ni fué miércoles ni viernes (como otros piensan), sino martes. Luego habemos decir que murió en el año de 1419, porque en él cayó Pascua a 16 de abril y a 5 de abril fué miércoles de la Semana in Passione. Y así Roberto de Lycio, obispo de la Orden de San Francisco, aunque sin traer estas razones y argumentos, escribe que San Vicente murió en el año de 1419, y pudo ser que a él se lo dijese el papa Calixto; allende de esto, tengo otras razones que no poco confirman mi sentencia. En la segunda hoja del proceso dice un maestro que, antes de irse a morir a Vannes, estuvo un mes en Andegauía (que ahora se llama Angiers, y Anjou) y esto por el mes de abril. Pregunto pues, yo, a los que piensan que San Vicente murió en el año de 1418, ¿qué mes de abril estuvo en Anjou el Santo? No pueden ellos decir que fué en el año 1418, porque a 5 de abril de aquel año dicen que murió en Vannes. Ni pueden decir que, en el del año 1417 porque (según consta de otras partes del proceso) cerca de la media cuaresma de este año entró en Vannes y estuvo en él allá hasta el martes de Pascua florida, la cual aquel año cayó a 11 de abril, y así estuvo en Vannes hasta 13 de abril. Pues, ¿cómo lleva camino, que habiendo él subido poco antes de Nantes hasta Vannes, luego volviese a bajar hasta Angiers? Ni tampoco se puede decir que fué por abril del año 1416, porque entonces aún no era ido hacia Bretaña, sino que se estaba en tierra de Langüedoc, o era pasado en Borgoña. Pero si decimos que falleció en el año de 1419 está la respuesta en la mano, que estuvo en Angiers el mes de abril del año de 1418. Lo cual también quedará con otra cosa, que aquel testigo de vista afirma, diciendo que había ya treinta y cinco años que él vio a San Vicente en Angiers, cuando él desponía aquello en el proceso y depúsolo en el año de 1453. Yo sé que a los que estarán versados en el cómputo y en la geografía de Francia, les parecieran bien estas razones. Finalmente, los más autores dicen que estuvo en Bretaña más de un año. Y cierto, si murió por abril del año 1418 no fué así porque hay que sacar de la cuenta el tiempo que estuvo en Normandía y en Anjou. Mas porque no parezca que todos yerran, sino Roberto y nosotros, es de notar que en algunas partes de Francia no comienzan a dar número al año hasta pasada Pascua. De suerte que si en Roma y en España ya por enero decimos el año 1575, en aquellas tierras hasta Pascua florida dicen 1574, añadiendo esta palabra avant Paques que quiere decir "antes de Pascua". Pues como en el año de 1419 a 5 de abril, aún no se fuese llegada Pascua, continuase en Bretaña por 1418 avant Paques. Y que esto sea así se prueba, porque en el proceso un testigo de vista en diciendo que San Vicente murió en el año 1418, luego añade: Secundum inorem gallicanum computando, que es como si dijera esto: de decir que San Vicente murió en el año 1418 no se ha de entender según la cuenta de Roma o España, sino según la de Francia. De suerte que los autores que escriben que murió en el año de 1418, no se engañan, porque siguen los testigos bretones, los cuales decian verdad hablando como franceses. Así que San Vicente murió en el año 1419, y por consigiuiente tenía setenta y nueve años, no solos setenta y ocho; y con esto volvamos a la historia.

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