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viernes, 20 de mayo de 2011

FENOMENOS CORPORALES. V. - LUMINOSIDAD

La emisión de luz por el cuerpo humano es un fenómeno observado muchas veces, generalmente en circunstancias religiosas. Benedicto XIV, en su Trattato della Canonizzazione, dice que si quisiera relatar todo lo que los autores afirman de rayos, luces, claridades que han brillado milagrosamente sobre el rostro de los Santos, "nunca acabaría". El Dr. Garmann, en su libro sobre las Merveilles des Morts, relata numerosos fenómenos luminosos, algunos de los cuales le parecen absolutamente indudables.

Luminosidad religiosa
El Antiguo Testamento nos refiere:
"Después de eso Moisés descendió del monte Sinaí, llevando las dos tablas del testimonio; y no sabía que de su entrevista con el Señor, le habían quedado rayos de luz en el rostro.
Mas Aarón y los hijos de Israel, viendo que el rostro de Moisés despedía rayos, temieron acercársele. . .
Cuando Moisés salió del tabernáculo, los Israelitas vieron que su rostro despedía luz; pero él lo velaba de nuevo todas las veces que les hablaba". (Éxodo, XXXIV, 29-35).

El Evangelio narra la Transfiguración de Nuestro Señor sobre el monte Tabor: "Se transfiguró ante ellos. Su cara se tornó brillante como el sol y su vestidura, blanca como la nieve..." (Mat. XXVII,2).
Benedicto XIV cita fenómenos luminosos presentados por Luis Bertrán, San Ignacio, San Francisco de Paula, San Felipe Neri, San Francisco de Sales.
Mencionaremos los ocurridos en ese antiguo médico de la Facultad de París, que fué el bienaventurado Gilberto de Santarem.
"Gilberto, nos dice Gorres según las Acta Sanctorum, estaba en el coro de Santarem y sintiendo acercarse el éxtasis, quiso correr a la sacristía; pero fue arrebatado ante la puerta que le cerraba y cayó al suelo. Una piadosa mujer de nombre Elvira Duranda, llegada por casualidad, lo vio en ese estado a través de una ventanita. Al cabo de algunos instantes, ella vio una columna de luz descender sobre él y penetrar todo su cuerpo, de forma tal que brillaba como el cristal más puro atravesado por un rayo de sol. Transida de admiración a la vista de ese espectáculo, ella no pudo dejar de mirarlo hasta que al final, al cabo más o menos de dos horas, la luz desapareció poco a poco, y Gilberto se despertó con un profundo suspiro y comenzó a caminar a tientas como un ciego. Siempre ocurría así en todos sus éxtasis; y le parecía cada vez, que pasaba de la luz más viva a un lugar oscuro, casi de repente. Después de su muerte, su rostro estaba tan luminoso, que permitía la lectura del breviario en la oscuridad de la noche".
La luminosidad del Padre Francisco Suárez (1538-1617), cuyas obras teológicas constituyen autoridad, y de su crucifijo, fue objeto de una declaración jurada del Hermano Da Silva:
"Don Pedro de Aragón me ordenó advertir al Padre Francisco Suárez de que lo acompañara a Santa Cruz para visitar al monasterio... La primera habitación estaba oscura; llamé al Padre; él no me contestó. Y como la cortina del gabinete de trabajo estaba bajada, por el intersticio entre la cortina y el montante de la puerta, vi una grandísima claridad. Levanté la cortina y entré en el gabinete. Vi entonces una gran luz que salía del crucifijo: cegaba a quien quería mirarla; era como cuando el sol se refleja sobre cristales, proyectando rayos muy inflamados. Así salía la luz del Santo Crucifijo y me cegaba si la contemplaba; y era tal la luz que proyectaba, que yo no podía estar en la habitación sin ser deslumhrado por la luz que la llenaba. Esta luz partiendo del crucifijo, daba en la cara y en el pecho del Padre Suárez. Y en esa claridad yo le vi de rodillas delante del crucifijo, con la cabeza descubierta, las manos juntas y el cuerpo levantado sobre el suelo unos cinco palmos en el aire, al nivel de la mesa, sobre la cual se hallaba el crucifijo..."
San Francisco de Sales se presentó muchas veces a los ojos de sus contemporáneos con la cara inflamada y en una irradiación luminosa, ya celebrando la Misa, ya comulgando, ya orando.
"En los días que siguieron a la solemnidad pascual —escribe su sobrino Carlos Augusto de Sales— todos los domingos el Santo Obispo explicaba catequísticamente los mandamientos de Dios a sus fieles de Annecy desde el pulpito de su gran iglesia; y una vez después de haber discurrido en forma excelente y maravillosa sobre el primer mandamiento, interrumpiendo su predicación y dirigiendo su palabra a Dios Padre, fué visto por todos los fieles completamente resplandeciente y rodeado de una luz tan grande y viva, que apenas podía ser distinguido en ella, sino que parecía convertirse todo él en luz. Además entre todos los presentes que quedaron asombrados, tuvieron una clara y neta visión de esto, de manera especial Pedro Francisco Jaius, canónico teologal y penitenciario, Juan Luis Qucstán, también canónigo, Pedro Paget, párroco de la iglesia de Civry, Francisco du Nievre, párroco de Metet y los profesores del colegio, sin contar a Sergio Saget, ciudadano y miembro de la audiencia en el Consejo de Ginebra".
San Felipe Neri, cuando conversaba con San Carlos Borromeo de cosas divinas, veía el rostro del cardenal brillar como el de un ángel. Igualmente, un día que San Ignacio de Loyola escuchaba con gran atención un predicador en Barcelona, su cabeza se iluminó de pronto y San Felipe Neri asegura haberlo visto más de una vez en ese estado.
Más cerca de nosotros, el santo Párroco de Ars fue visto en el pulpito con el rostro transfigurado y rodeado de una aureola. El abate Combes vio a veces un halo luminoso rodear la cabeza de la mística Victoria Clara de Coux (fallecida en 1883), sobre todo cuando ella había comulgado.

Luminosidad no religiosa
En las sesiones mediúmnicas se producen a veces fenómenos luminosos, consistentes la más de las veces en una especie de fuegos fatuos que flotan en el aire a distancia del médium. Home, Stainton Moses y otros presentaron algunos notables. Hemos sido testigos personales de fenómenos de esta clase en Varsovia en 1927, con la señora Popielska; los he reseñado en esa época de esta manera: "Después aparecieron pequeños resplandores como fuegos fatuos, a veces como si fueran vistos a través de una cortina, a veces netamente adelante. Subían, bajaban, iban hacia la derecha y la izquierda. Todos estos fenómenos ocurren sin precipitación; durante su persistencia se puede verificar la posición de los espectadores. Mi vecino, el coronel de ingenieros, comprobaba si yo tenía bien la cinta y si esa cinta estaba en relación con el médium", que había atado (con nudos cosidos).
La luminosidad humana parecería limitarse a ese orden de fenómenos, por cuanto, dice Carlos Richet, "está demostrado que solamente los médiums tienen ese poder". Sin embargo se han señalado sudores fosforescentes (Dr. Tremoliéres en Pratique méd. chir., 1911). Por otra parte, el Dr. Charles Fére, en la Revue neurologique de 1905, dice haber visto a dos enfermos afectos de cefaleas presentar luminosidad alrededor de la cabeza y de las manos. Se le comunicó un fenómeno análogo en un paciente víctima de crisis de angustia. Ancel, Bouin y Charpentier habrían observado, con inyecciones de extractos testiculares, una fosforescencia especial de la piel, cerca de la 2° vértebra lumbar, nivel del centro genital de la médula" (Leopold Lévi).

Luminosidad animal
Nos parece oportuno agregar a los hechos citados, los ejemplos de luminosidad biológica que se encuentran en la naturaleza. Hay insectos (gusanos relucientes, luciérnagas, piróforos); bacterias, como las que contaminan la carne o el pescado y los torna luminosos en la oscuridad; protozoarios (fosforescencia del mar); vegetales (hongos y algas); pulpos, peces dotados de órganos luminosos y particularmente de verdaderos faros en la cabeza.
Morat y Doyon en su Physiologie escriben: "Esos órganos semejan morfológicamente glándulas mucíparas transformadas. En un comienzo la fosforescencia pudo deberse a la producción de un moco luminoso. En ciertos moluscos la luminosidad es producida por una secreción mucosa de esta clase". Las investigaciones se han dirigido sobre todo a la luz de los insectos.
La fotogénesis requiere humedad, una temperatura favorable y oxígeno (para la vida celular, pero no, al parecer, para la luminosidad misma). Se halla en dependencia del sistema nervioso: la excitación a distancia la aumenta, los anestésicos (éter, cloroformo) la disminuyen, la estricnina la estimula.

Apreciación de los hechos
Los fenómenos mediánicos parecen ser difícilmente asimilables a los prodigios religiosos y a la luminosidad animal. En realidad, no es el cuerpo del médium el que se torna luminoso; se producen fuegos fatuos errantes, poco parecidos a una producción fisiológica y más a una muestra de un esfuerzo que se es capaz de hacer.
Advirtamos entretanto que una médium, miss Burton, que producía fenómenos luminosos a cuatro pies de distancia, presentaba la saliva fosforecente. ¿Podría compararse esto al mucus luminoso de los moluscos?
De todos modos, en razón de la rareza y debilidad de los fenómenos no religiosos, estamos en presencia de los fenómenos luminosos religiosos por un lado y de la fotogénesis animal por el otro lado.
Nos parece que, como para los demás prodigios biológicos, se imponen distinciones:
a) La Transfiguración del Tabor, que forma un acontecimiento aparte en la vida de Nuestro Señor, y que transforma hasta sus vestiduras, es evidentemente milagrosa, para edificación de los Apóstoles. Lo mismo las luces emitidas por el cadáver de los Santos nos parecen milagrosas: el alma ya no está allí para transformar el cuerpo y además los fenómenos biológicos están extinguidos; esa luminosidad parece ser acordada por Dios para manifestar la santidad de sus servidores.
b) Pero no debemos olvidar lo que hemos dicho acerca de las levitaciones, sobre la posibilidad de acción del alma sobre el cuerpo en ciertas condiciones. Hablando de los cuerpos gloriosos, el Padre Sempé escribe: "El espíritu, reflejo de la inteligencia divina, no conoce las tinieblas de la materia. El alma tornará a su cuerpo más luminoso que los astros: ese cuerpo, como el de Cristo, irradiará claridad".
Además, la luminosidad podrá ser, en determinados casos, un milagro por sí misma. Pero en otros parece preferible suponer que el hecho divino reside en la unión mística acordad.! por Dios al alma y que la luminosidad es debida a la acción del alma que goza en forma anticipada del poder con que ella animará más tarde al cuerpo resucitado. Y no está prohibido imaginar que para hacerlo -dada la ley biológica que todas las células, en estado elemental, poseen siempre las propiedades que se exaltan y se diferencian en algunas de ellas para especializarlas-, el alma tal vez no hace más que determinar en el cuerpo humano procesos luminosos latentes y que, con excepción de la vida sobrenatural, es incapaz de poner en juego en forma notable.
La luminosidad religiosa, en general, sería, pues, ya un milagro, a la consecuencia biológica de la unión mística.

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