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miércoles, 25 de mayo de 2011

Ser Cristiano

     Por encima del hombre, oh hijo mío, está el cristiano, es decir, el discípulo de Cristo, aquel que cree en su palabra, que practica sus enseñanzas y que vive su vida.
     El que lleva ese titulo debe sentirse orgulloso de llevarlo, porque no puede ser más honroso ni más grande.
     Recuerda que la tierra, desde que ella existe, no ha visto cosa mas pura y mas elevada, más dulce y más fuerte, más humilde y más fiel, que la nueva humanidad regenerada por la sangre de un Dios.
     Gracias a Dios, cristiano lo eres por el bautismo, lo eres por la educación, lo eres por tus convicciones, lo eres en el alma y hasta los tuétanos.
     Dios te ha marcado con su sello, y lo guardas indeleble en lo más profundo de ti mismo; nada te lo puede borrar, ni el pecado, ni el error, ni aún la apostasia.
     Pero esto no es todo, hijo mio; no basta tener el carácter de cristiano y profesar las creencias, debes tener también sus virtudes.
     El verdadero cristiano imita a su Maestro e interpreta todas las páginas del Evangelio en sus actos y en su vida.
     El verdadero cristiano huye del mundo, o por lo menos, no comparte con él ni sus extravíos ni sus vicios.
     El verdadero cristiano, lejos de avergonzarse de su fe, la defiende a la faz de la tierra, la prefiere a todos los bienes presentes, y está siempre presto a sufrir, y si fuere necesario, a morir por ella.
     El verdadero cristiano no admite ninguna contradicción en sus principios, sus palabras y sus actos.
     El verdadero cristiano no distingue ni tiempo ni circunstancias para practicar la virtud: obedece a su conciencia impertubablemente y siempre.
     El verdadero cristiano se entrega a Dios y a los hombres, y su entrega llega hasta el sacrificio cuando la causa de Dios lo exige, o cuando el bien del prójimo lo reclama.
     El verdadero cristiano vive en una esfera aparte: es el viajero al que todo le es extraño aquí abajo, todo, salvo el bien y la virtud.
     Mientras los hijos del mundo son llevados como en un torbellino por la vanidad, el orgullo, la ambición, el amor de la riqueza y el apetito de los placeres, él practica, con el sudor de su frente, la humildad, el desasimiento, la libertad del alma en el buen uso y el desprecio de las riquezas, y trabaja para destruir en él sus últimas raíces, el viejo egoísmo humano.
     Mientras los hijos del mundo ceden ante la afrenta, rehuyen el sufrimiento y tiemblan ante la muerte, él, el cristiano, cumple generosamente las obligaciones de su estado, sonríe en el sufrimiento y ve en la muerte su mejor amiga.
     El verdadero cristiano vive de la fe: reza, bebe en las fuentes divinas de los Sacramentos, trabaja por la gloria de Dios, por el bien de sus hermanos y por su propia salvación.
     Estos principios, sin duda, parecerán austeros a la juventud; son, sin embargo, sábelo, los únicos dignos de tu alma y de tu destino.
     Por otra parte, créeme, no serás hombre si no eres un cristiano. A la hora que vivimos, en el desencadenamiento de las pasiones y de la impiedad, un joven no puede conservar las solas virtudes naturales, si no es sostenido por su fe.
     Fijate en lo que llegan a ser los de tu edad que han traicionado sus creencias, y que prácticamente han renegado de su bautismo: arrastrados al torrente fangoso del siglo, como navio sin velas, sin ancla y sin brújula, se van a los abismos a través de las tristes aventuras de una vida deshonrosa.
     ¿Te querrás parecer a esos miserables restos, a esas almas que han perdido el sentimiento del honor y el gusto del bien, a esos renegados, caidos tan abajo, que no tienen ni siquiera la conciencia de su oprobio?
     Sé, pues, cristiano, hijo mío, cristiano sin desfallecimiento, cristiano de cuerpo entero.

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