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miércoles, 30 de junio de 2010

FÁTIMA

Estamos ante la aparición más trascendental de la historia moderna. Fátima, no solo es un mensaje de palabras sino también un mensaje de símbolos. Los símbolos y sus personajes, hablan ya antes que las palabras del mensaje secreto.
El primer personaje misterioso, que aparece unos meses antes que llegue la Señora de Fátima, es un "joven transparente", de unos catorce a quince años "más brillante que un cristal atravesado por los rayos del sol o como nieve, que el sol atraviesa hasta hacerse cristalina", dice Lucía. Al contemplar este personaje, pudieron ver las facciones de un ser humano con una belleza indescriptible.
-"No asustaros, les dijo. Soy el Ángel de la Paz. Rezad conmigo"-. El Ángel de la Paz. ¿Quién es este Ángel de la Paz? La liturgia de la Iglesia, en la aparición de San Miguel Arcángel la llama así: Miguel "Ángel de la Paz". Este guerrero del cielo, es el Ángel de la Iglesia, como antes fue el Ángel de la Sinagoga. San Miguel, debate en el cielo, antes de la aparición de los soles. Ahora San Miguel, debate en la tierra, antes de la aparición del sol misterioso de Fátima. San Juan nos dice: "Hubo un combate en el cielo, Miguel y sus ángeles, combatían contra el dragón, y el dragón combatía al frente de los suyos, pero no pudieron vencer, ni hubo para ellos lugar en el cielo". San Juan mismo, nos dice también quién producirá la muerte final del dragón al final de los tiempos. Será San Miguel Arcángel. Ante el pórtico glorioso de la aparición, aparece Miguel anunciador de victorias sucesivas. Antes que se nos diera la promesa de aquella Mujer vencedora del infierno, ya Miguel había ganado la victoria en el cielo. Ahora, antes que la hora de la SEÑORA DEL MUNDO, aparezca, San Miguel nos anuncia la victoria. Así nos la anuncia la venerable Madre Agreda: "Me causo justo dolor esta visión de los Dragones Infernales: Y luego que en el cielo se prevenían y se formaban dos ejércitos bien ordenado para pelear contra ellos. Un ejército era de la misma Reina y de los Santos. El otro era de San Miguel y sus ángeles. Conocí que de una y otra parte, sería muy reñida la batalla: Mas como la justicia, la razón y el temer están de parte de la Reina del mundo, no quedará que temer en esta demanda". Este Ángel de la Paz, nos anuncia una gran batalla, porque nos anuncian el imperio dulce del reinado del Corazón Inmaculado de María. Batalla decisiva, luego fin de los tiempos. Y el fin de los tiempos, es cuando San Juan en su Apocalipsis, anuncia "A la mujer vestida de Sol, y la Luna bajo sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas".
¿Qué tenía este Ángel de la Paz, en aquel periodo de 1916 cuando Europa estaba en Guerra? La visión de este Ángel de la Paz, deja a las niñas exhaustas y casi aterrorizadas. ¿Qué lenguaje misteriosos traía Miguel, de vientos y de luces, que arrebatan aterrorizado?
Bajo las nieblas misteriosas de las batallas secretas por debelar, Miguel "El príncipe gloriosísimo, Jefe de las milicias angélicas, Prepósito del Paraíso y Arcángel Poderoso, que se lanza al socorro del pueblo de Dios y le defiende en la lucha para que no perezca en el día del juicio", habla de la paz, metido en el fondo de la guerra. Este psicagogo del cristianismo, conductor de los muertos e introductor de las almas en la presencia de DIOS nos dice: "Rezad conmigo".
Empieza pues la batalla porque empieza la adoración y el desprendimiento de lo terreno. Estamos con él cuando rezamos. Y estamos bajo su espada, para recorrer el último camino de la Iglesia. El camino a María para llegar finalmente por Ella, al Padre...

El Ángel de la Paz, nos manifiesta una liturgia de místicos lazos caballerescos. Trayendo en una mano, un cáliz y con la otra sosteniendo una hostia, hizo que los niños ofrecieran a la Santísima Trinidad el Cuerpo y Sangre de Jesucristo.
-Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, terriblemente insultado por los hombres desagradecidos. Haced reparación por sus crímenes y consolad a vuestro Dios.
Vieron los niños caer, gotas de sangre desde la Hostia al Cáliz. Colocó, el Ángel, la Sagrada Forma en la boca de Lucía, y a Jacinta y a Francisco que no habían recibido la Primera Comunión, les dio a beber del Cáliz...
He aquí, un místico bautismo de sangre, ritual y caballeresco. Ante el pórtico de la gran aparición, los cándidos y los escogidos, tienen que ser purificados y consagrados por la sangre de Cristo. Todo, para que después predestinados y místificados, pudieran ver a la Señora y a Dios...
Bautismo de sangre en esa copa misteriosa del Cáliz de los videntes, donde se beben misteriosamente, todas las amarguras de la persecución y todas las glorias de los escogidos.
Los Apóstoles pudieron beber ese cáliz de la pasión y fueron dignos de sufrir derrota y muerte, que es triunfar con Cristo... Y he aquí la lección de místicos simbolismos. Esta generación, mezclada de elegidos y perversos, no llegará a la hora de Dios sino por la Sangre derramada misericordiosamente para nuestra gloria...
Sólo veremos el reinado de Cristo y la Aurora Blanca de la Paz, la Sangre, es el precio de la vida. Y morir y renunciar por Cristo, bien vale la pena, a costa siquiera de que nosotros u otros, veamos a Dios o lo saboreemos...
13 de mayo de 1917. Día de la aparición de la Virgen de Fátima.
MAYO.- El mes de María, adquiere consagración por esta señalada visita de la Virgen. En el lenguaje misterioso de la providencia, este mes, queda enmarcado con una relación tremenda y pavorosa de fechas y catástrofes.
Todo lo que anuncían los mensajes de Fátima, mirando a la eternidad de los predestinados o al futuro del tiempo, sobre la tierra, es una contingencia de sucesos tristes, de lamentos definitivos y de augurios condicionados. Este mes de mayo de 1917 abre una época y un inicio solemne y definitivo hacia el fin.
Expliquemos a Fátima por la profecía de San Juan Bosco:
"Sobrevendrá un violento huracán. La iniquidad ha terminado. El pecado tendrá fin, y antes que transcurran DOS PLENILUNIOS DEL MES DE LAS FLORES, EL IRIS DE PAZ APARECERÁ SOBRE LA TIERRA".
Y el fin, el fin saboreado de todas las catástrofes, será también en mayo.
Entonces, en una forma planeada, los dos plenilunios vendrán a coincidir, después de treinta días. Con lo cual, el día de la Paz, vendrá en la alborada de un 31 de mayo, día en que la liturgia de la Iglesia celebra los grandes títulos de la Virgen: Santa María Reina, Nuestra Señora de todos los Santos, la Madre del Amor Hermoso, la Mediadora de todas las Gracias.
Y al comprender estos sentidos, vemos la relación del principio y el fin. Al principio Ella inicia la batalla, al fin, Ella trae la victoria. La teología de los hechos, no hace más que declarar los dogmas catedralicios y escolásticos. Todo sucede por Ella, todo lo domina Ella, todo comienza y acaba por Ella.
Y no esla primera vez que la Virgen cambia el rumbo de la Historia. Preguntádselo a los españoles y os dirán, que desde Covadonga, hasta la Gesta de Perez del Pulgar, poniendo el mote de "Ave María", en la Alhambra de Granada, todo lo ha regido Ella amorosamente.
Desde el descubrimiento de América hasta el testamento de Pizarro, que le aclamaba por Señora de su espada y de sus conquistas. Precisamente cuando su paisano de armas, Hernán Cortés, rezaba sus Maitines cada día, antes de entrar en batalla.
Y Francia, podrá decirnos lo mismo, si quisiera recordar que el Rosario y Santo Domingo, la libraron de los Albigenses. Y los cruzados podían acordarse de los arenales de Siria, cuando en sus gargantas ponían la Salve, el canto de destierro más universal que salió de los labios del obispo español Pedro de Mezonzo. Y Europa, sabe la historia de Alianzas y Rosarios Marianos, que precedieron a la batalla de Lepanto, donde el poder de los turcos, prometía una esclavitud al remo, a las mazmorras y al martirio bajo las cimitarras.
Al ponderar los conflictos de un hombre se ha dicho "Buscad a la mujer". Porque en la vida de un hombre, siempre hay un drama latente, que ríe, que canta o se desgarra. La mujer es la gravitación del hombre y su problema. Al considerar la fisonomía de Méjico, hay que buscar también a la mujer. Y esta Mujer hacia la que ha gravitado Méjico, con toda su tradición, es la Virgen de Guadalupe y Ella, ha cambiado la historia de Méjico... Y hasta su religiosidad. En Méjico, más que catolicismo, hay Guadalupanismo...

13 de mayo de 1917.- Día de la primera aparición de la Señora, a los niños de Fátima.
13 de mayo de 1917.- Día en que las primeras horas, era consagrado Obispo en la Capilla Sixtina de Roma, Eugenio Pacelli, el futuro Papa de Fátima.
Mayo de 1917.- Empieza, después de las revueltas de marzo, la gestación del comunismo en Rusia. Lenin, pasa del exilio a Rusia, a dirigir el movimiento con Trosky. La familia del Zar, está recluida y pronto saldrá para el destierro y la muerte. La princesa Anastasia crea la leyenda de la supervivencia...
He aquí tres cunas y tres nacimientos trascendentales para la historia. En Cova de Iría, una epifanía mariana, nos trae la verdad y la Salud. En Roma, un Obispo providencial, que nace en los altares, nos hablará de esa verdad y de esa Salud. María será la Luz. Pío XII será su conductor. La Virgen, es espiritual y se puede prestar a lejanías. Pío XII algo nuestro, puente dogmático entre el cielo y la tierra, nos aplica la verdad, y nos urge. María, en la aparición de Fátima, es el dogma: El cielo, el Infierno... He aquí el problema de siempre, una sola cuestión: La Gracia y el desarrollo de ella; o la salvación o el Infierno.
Pío XII se ajustará a ella porque él es el que resume la aplicación de la Redención. La Iglesia jerárquica es la encargada de continuar la absolución o la atadura de la condenación. La Virgen, pues, se somete al sacerdocio y pone en sus manos los destinos misteriosos de las naciones...
Rusia gesta una dogmática sofisticada y luciferina: El dogma moderno de la cuestión social y la igualdad de los hombres. Todos iguales y los hombres se hacen máquinas, son propiedades del estado y se cuentan como instrumentos lícitos para la prosperidad del régimen. Liberarse del capitalismo, y la esclavitud más sutil, a la célula, a la causa del pueblo y al sindicato, invade a cada individuo. Paz... Paz... y la angustia y la suspicacia, el espionaje y el no ser aptos al régimen, hacen de la vida una checa rusa, con métodos asiáticos de tortura psicológica, más refinados que los romanos potros de los tormentos.
La Iglesia tiene una estrella de Belén en la lejanía de los días dulces de navidad. Ternura y confederación que nos une a todos bajo la unidad de una infancia evangélica.
Rusia, tiene, a su vez, una estrella de cinco puntas con una falsa mística y un falso evangelio: La Tercera Internacional y los Postulados de Marx y Lenin. Nosotros los católicos, tenemos un Padre Nuestro oracional para los días de siempre, los del dolor y los de la alegría, Rusia también, hace años, ha rezado aquello: Padre Nuestro que estás en el Kremlin, santificado sea tu Nombre Stalin... Khrushchev...
...Frente a este dogma alucinante, María no habla de problemas sino solo de una cuestión, la de siempre, la de la salvación, el problema del pecado. Porque en resumen, no hay mas problemas... o salvarse o condenarse.
Y el comunismo señores, el comunismo que es satanismo, empezó ya en el Paraíso: "Comed y seréis como dioses". Destruid para igualar. Matad para realizar el misterio de la Muerte que es la igualdad. Al menos por esta vez, en la muerte todos somos iguales. "No habrá señores ni esclavos". No serviré, dijo Lucifer, Cristo pudo decir de sí: "Yo soy el que sirvo".
He aquí las dos teologías del mundo. La de los que sirven, la de los místicos siervos, y la de los esclavos, la de los miserables en la barricadas de París o la de las banderas internacionales comunistas. Por misteriosa afinidad le siguen los esclavizados por el pecado (abortistas, sodomitas, viciosos, adúlteros, fornicarios, etc.). En tanto, los que luchan por mantenerse en gracia, son los siervos de Dios. Sólo pues los que sirven a Dios, reinan.
Pío XII es el Papa de Fátima, el Ángel apocalíptico que vela junto a los Altares, y al Ángel de la Profecías y de las Divisas Papales, el Pastor Angélico.
En la Encarnación, María tenía su Ángel, era Gabriel. En la aparición de Fátima, María es antecedida por el Ángel de la Paz, San Miguel Arcángel. En la hora de transición y de admoniciones, María tiene su Ángel en el Vaticano Pío XII, que es como decir que María tiene su Ángel por todos los Altares del mundo. Pío XII, el Pastor Angélico, está consagrado precisamente Caballero de la Virgen, el día 13 de mayo de 1917. Cuando en aquella plenitud del sacerdocio recibía, la gracia pentecostal y profética, de entender el Corazón de la Virgen y su misión en esa hora.
Los hechos lo confirman. El año 1942, secundando los deseos de Fátima consagra el Mundo al Inmaculado Corazón de María.
En el año 1950, durante tres días consecutivos, el 30 y 31 de octubre y el primero de noviembre de 1950, Pío XII, tiene la visión del Sol Milagroso de Fátima. Ese mismo día el primero de noviembre de 1950, proclamaba el dogma de la Asunción en Cuerpo y Alma, de la Virgen de los Cielos...
Este hombre temiblemente enfermo, desde su infancia, aporta a los 82 años de edad, un carisma milagroso de fortaleza física continuada. Esto lo atestigua, la última visión que tuvo la noche del 2 al 3 de diciembre de 1954, cuando fue favorecido por la venida "Muy clara de Nuestro Señor, en toda su Majestad", la víspera de su curación milagrosa. El mundo tembló ante su muerte. Pero había una secreta confianza, una voz misteriosa de intuición sobrenatural entre los hombres de la Iglesia, por lo cual todos creíamos que la misión de Pío XII no había acabado en la tierra.
Y no sé por qué quiero recordar aquella antigua profecía, con la que se dan las señales del comienzo de los grandes acontecimientos. Es de la religiosa de Belley... "Aparece un nuevo año. EL GRAN PONTÍFICE MUERE. Ya no se entienden. Huid hijos de Dios, huid ¡Ha llegado el día de los muertos!"
El trece de octubre de 1917, en la sexta aparición de Fátima, la Virgen da una señal, un milagro cósmico. EL SOL MISTERIOSO DE FÁTIMA. En las apariciones marianas, hay siempre un signo milagroso, un testimonio que habla a los hombres. En el Tepeyac, la Virgen de Guadalupe, nos manda envuelta en rosas de Castilla, la Imagen Beatífica de su persona. En Lourdes, el pueblo le pedía un testimonio de credibilidad: "Que florezca el Rosal Silvestre". El Cielo hizo brotar un manantial. Junto a las montañas ilustres, marianas, hay una leyenda de testimonios celestiales. En torno a las apariciones, hay voces angélicas, imágenes sacadas de las hornacinas roqueñas, ángeles vestidos de pastores, que tomaban cuerpo para venir a la aparición, grandes auroras de tornasoladas luces, celestes iris, inolvidables silencios sobre los collados y los valles, inusitada epifanía de la clorofila vuelta loca y hecha primavera repentina en las yemas de las ramas, clamoreo pío de los pájaros, alborotando el paisaje como un pentecostés de alas y de picos, sobre las yerbas altas y sobre las rosas de todos los jardines... A veces son sus lágrimas, a veces una prenda, como aquella casulla que regaló a San Ildefonso de Toledo confeccionada por Ella en los talleres celestes. Otras veces, es el milagro aparatoso sobre los cuerpos apiltrafados... Aquí en Fátima,es como un mensaje de símbolo: SU SOL MISTERIOSO.
Era imponente la multitud que acudió a Cova de Iria para contemplar el milagro. El espectáculo anunciado para presenciar un milagro. El espectáculo anunciado para presenciar un milagro de la Virgen, tenía que rebasar los límites de lo acostumbrado. Por todos los caminos de Fátima y de Lisboa, se echó a andar la gente. Llovía, bajo la tormenta de una noche antártica ¿Qué importaba el frío y las aguas, que ceñian las ropas al cuerpo como la bandera se estrecha a su mástil azotada por el viento? ¿Y el barro de los caminos, era acaso un lecho de güano? No importaba esta vez, más que el Cielo. La tierra estaba demasiado angustiada, tediosa y ensangrentada. Era el mediodia, en todas las trincheras de Europa y también en la Cova de Iria. Se reza el Rosario. Estaba lloviendo.
-Cerrad vuestras sombrillas -dijo Lucía. Excepticismos clericales, risas secretas de los masones y liberales.
-Jacinto, arrodillate. -Veo a Nuestra Señora.
Lucía se sonrojaba y se hacía de una belleza trasparente. Y la Virgen sobre la carrasca, que se cimbreaba bajo el peso ingrávido de su cuerpo, dijo:
-Soy la Virgen del Rosario. Que continuen rezándome el Rosario todos los días. La guerra va a terminar, y los soldados regresarán pronto a sus casas.
Lucía grito sobre la multitud: "Mirad el Sol".
Y las setenta mil cabezas, con sus rostros estupefactos se voltearon hacia el sol, mirándolo directamente, sin cerrar los ojos como a través de un eclipse, pero blanco y resplandeciente como una moneda de plata recién acuñada. Esto duró un momento. Silencio en todas las pupilas y en todos los corazones. De pronto, la gente contuvo la respiración, y la ignea esfera del sol empezó a danzar como una gigantesca rueda de fuego artificial que se quema en una noche de fiestas. Después de cierto tiempo, se detuvo. Giró de nuevo con una velocidad casi supersónica. Apareció entonces un reborde de carmín que se esparció sobre la inmensidad, arrojando haces de sangre sobre la tierra, los cuales se quebraban al llegar sobre la tierra, los cuales se quebraban al llegar sobre los árboles y los montes, y los rostros de la multitud, reflejaron entonces, cambiantes de luces tornasoladas, en verde, rojo y azul... Un tremendo grito bíblico y multitudinario salió de todas las gargantas. El sol girando locamente sobre sí parece estremecerse y temblar, y después en un ciclopeo zig-zag, se lanza sobre la multitud.
Unos caen en tierra, otros gritan: ¡Sálvanos Jesús!
Todos, electrizados, con lágrimas fuera, sin palabras, con los semblantes salidos fuera de sí, los mudos y los elocuentes, gritaron:
¡Milagro, Milagro! y creyeron que era el fin del mundo. Cuando se dieron cuenta sus vestidos estaban milagrosamente secos...
¿Qué significa este sol misterioso jnto a María y setenta mil espectadores?
He aquí una figura evangélica y apocalíptica.
Por una parte, nos anuncia un recuerdo inicial de la Iglesia, cuando el fuego pentecostal descendió sobre los apóstoles y la Virgen, en lenguas llameantes. ¿No nos da esto, un anticipo de la nueva invasión del Espíritu Santo?
El espectáculo bíblico de la multitud sobrecogida, setenta mil espectadores, aclamando el poder de Dios a la fuerza o por piedad, ¿no nos anuncia que así será reconocido en la nueva catástrofe, el Poder de Dios por los que quieran o los que no crean?
El Sol precipitándose sobre la multitud, es un gesto de castigo sobre la tierra detenido por el brazo de Dios y por la presencia de la Virgen, junto a los videntes junto a los espectadores.
¿Qué significó entonces, la aparición de este sol a finales de la guerra del Catorce en Fátima, cuando en los finales de la Segunda Guerra Europea, se repite el mismo fenómeno del sol misterioso en Mayo de 1944, en el pueblo de Ghiaie di Bonate, en Italia?.
¿No nos anuncia acaso, que el castigo ha de ser por el Cielo y por el Fuego? Es cierto que esta Mujer, la Virgen María, está vestida del sol y que el sol es su reflejo y también, su poder y su aurora, esa aurora de la que decía aquel personaje misterioso de la biblia: "Vigia, ¿qué hay de la noche?" Y el vigia misterioso, que pudierá ser un Pontífice nuestro, un Ángel del Vaticano, pudo contestar: "VEO QUE VIENE EL DIA".
Se dice: El Día del Señor. El Día que hizo Dios la Luz, El Día que Cristo Resucitó. Y falta ESE DÍA DEL REINARE. Por fuego de amor o Justicia, pero llegará un día. El día de la prueba de Fuego. El Fuego que probará todos los metales de las almas y todas las cizañas de las conciencias. La invasión de fuego por el Cielo, será el Pentecostés purificativo de la tierra.
Las profecías de todos los tiempos que coinciden sobre esta época, hablan de las grandes centellas sobre las casas y las calles. Una centella y un cadáver, una centella y un justo que sigue su camino. Porque unos serán tocados por el dedo de Dios como castigo, y para otros el dedo de Dios se posará junto a ellos para guardarlos y guiarlos.
Un día Constantino, vio sobre el puente Milvio el signo de la cruz antes de la victoria. Otros guerreros piadosos, tuvieron sueños y mensajes de los ángeles, allá en el campo de las Cruzadas. Y ese guerrero de Pío XII, contemplando esa trinidad de soles misteriosos de Fátima, hace unos años nos recuerda al mismo sol de Fátima, a la Virgen y a la Santísima Trinidad, elaborando el castigo del mundo a la par que su purificación.
Este sol m isterioso de Fátima nos enseña otra lección. El Sol se ha conmovido, las virtudes astronómicas del Cielo, han sido conmocionadas. El final de los tiempos, está prefijado en el testimonio celeste del Sol. El Sol se oscurecerá. Estamos pues, en el principio del fin. El sol está como herido de muerte. Empieza su aurora y su ocaso hacia el fin.
El fin de los acontecimientos, está señalado en todas las profecías de esta época, por un magno acontecimiento cósmico y de envergadura universal. No dudaría en conjeturar que el sol misterioso de Fátima que anuncian el principio de los acontecimientos, anuncia también, de una manera sorpredndente y clamorosa, el final de los impíos y la aurora anastásica de la Iglesia y del Espíritu Santo. Y en el magno acontecimiento por venir, será el sol de Fátima exultante y aleluyático, movido por los ángeles en gloria y en epifanías de exquisitas casacadas tornasoladas. Porque en la concha de ese sol de Fátima, viene guardada La Perla de María, para que la Iglesia, la luzca sobre su pecho, en la gloria triunfante de las naciones, aclamando a Cristo.

En la tercera Aparición de la Virgen de Fátima, el 13 de julio de 1917, la Virgen nos dio otro mensaje.
-"Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, especialmente cuando hagáis algun sacrificio: Oh, Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores, y en reparación de los pecados cometidos contra el INmaculado Corazón de María".
Dichas estas palabras, la santísma Virgen, abrió sus adorables manos y desparramó aquel resplandor con la que otras veces había arrobado a los niños. Esta vez el resplandor penetró la tierra y la abrió, y dio a los niños, una visión del infierno. Lucía, años más tarde, en 1941, siendo aun monja Dorotea escribió: Vieron "Un mar de fuego y sumergidos en este fuego a los demonios y a las almas, como si fuesen carbones al rojo vivo, trasparentes y negros o de color de bronce, con formas humanas, que flotaban en aquella conflagración, sostenidas por las llamas de la misma, con nubes de humo, cayendo en todas partes, como caen las chispas en los grandes incendios; sin orden ni concierto, entre chillidos y gemidos de tristeza y desesperación, que horrorizaban y hacían temblar de espanto.
Los diablos se distinguían por formas horribles y repugnantes de animales feísimos y desconocidos, pero trasparentes, como carbones negros calentados al rojo vivo".
Los niños temieron morir de no haberles dicho antes la Señora que se irían al cielo. La Virgen les dijo "Veis el infierno a donde van a parar las almas de los pecadores. Para salvarlos, Dios desea establecer en el mundo, la devoción del Inmaculado Corazón. Si así se hace, serán salvadas muchas almas, y habrá paz".
La Señora descrita por Lucía, -"Era una Señora toda de blanco, más brillante que el sol, que diatribuye la luz, más clara y mas intensa que una copa de cristal llena de agua cristalina penetrada por los rayos del más deslumbrante sol".
Sus manos estaban juntas a la altura del pecho, en actitud de orar, con un rosario colgado entre los dedos de la mano derecha.
Primera lección de hechos: EL INFIERNO.
Jacinta, otra de las videntes, llena del carisma de la profecía, y de visiones futuras, quedó sobrecogida un día, cuando vio que en las guerras iban a condenarse muchas almas.
Seghunda lección de hechos: EL ROSARIO.
Frente a Rusia y las guerras del mundo, la Virgen trae solo un arma. El Rosario. Lucía de Fátima, en la Navidad del año 1957, ha expresado: He aquí el instrumento de la nueva redención. No habrá problema por más intrincado que sea, me ha dado a entender la Señora, que no se resuelva favorablemente. Rezad el Rosario unidos, y permaneceréis unidos. Rezad el Rosario, y la Virgen os dará sobre la tierra, la victoria de vuestros enemigos sobre el mundo y sobre la carne.
Volverán los días patriarcales en las familias y los grandes triunfos en la Iglesia, cuando recemos el Rosario. Necesitamos legiones de orantes junto a los sagrarios y junto a las hornacinas de la Virgen. Esta legión de María triunfará.
Tercera lección de hechos. O RUSIA CON SUS GUERRAS O EL ESTADO DE GRACIA.
La Virgen ha dado a entender a Lucía, que son muy pocas, las almas en gracia. Lo cual quiere decir, que el infierno del mundo está en manos de Rusia. A menos escogidos, más poderío infernal en los sitemas políticos y doctrinales de Rusia. Baja la Gracia en los cristianos y sube el poder vebgador de la justicia Divina, en manos de Rusia. Ha llegado pues, la hora de la purificación. O nos enmedamos saliendo de pecado mortal o Rusia nos venga por nuestra obstinación. La Virgen dijo: "Para prevenir esto, vengo a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón, y la comunión reparadora de los primeros cinco sábados. Si ellos escuchan mis ruegos, Rusia se convertirá y habrá paz. Si no es así, ella esparcirá sus errores a través del m undo, provocando guerras y persecuciones en la Iglesia. Los buenos serán martirizados.

martes, 29 de junio de 2010

La legalización de la sodomía


Revista Sí Sí No No
Junio 2007 Año XVII

La humanidad conocía el pecado de sodo­mía desde los tiempos del santo patriarca Abrahán. Dicho pecado provocaba la justa ira de Dios -«propter quod ira Dei venit in filios diffidentiae» [«por el cual cayó la ira de Dios sobre quienes le desafiaban»] (enPrae-cepta antiquae diócesis rotomagensis [Car­tas pastorales de la antigua diócesis de Rouen]), destructora de las ciudades co­rrompidas (Gn 18,16-33; 19,1-29). No le corresponde, pues, a la modernidad la triste glo­ria de haber alumbrado el pecado inmundo; pero, en cambio, es propia de nuestra época la negación más radical que darse pueda de la ley natural, una negación que llega hasta a ha­cer caso omiso de la perversión homosexual.

A partir de las denominadas "luchas por los derechos civiles de los homosexuales", que se entrelazaban miserablemente con la re­volución sexual, todo Occidente se fue convenciendo, poco a poco, de la naturaleza ano­dina de las relaciones sexuales; de ahí que éstas se reduzcan, en su opinión, nada más que a una cuestión de gustos incensurables, que se pueden satisfacer libremente en la más absoluta negación de toda naturaleza y/o fi­nalidad de la sexualidad.

Si a tal convencimiento pseudomoral, que arraiga y prospera en el terreno abonado del convencionalismo ético-jurídico de Occiden­te, se le suma el ideal romántico del sentimiento irracional del amor (pasión erótica) en tanto que valor absoluto en sí y justificación de cualquier acto (es la interpretación román­tico-vitalista del agustiniano «ama et fac quod vis» [«ama y haz lo que quieras»], «V error de'ciechi che si fanno duci» [«el error de los ciegos que se hacen guías de los demás»] cuando dicen «ciascun amor in sé laudabil cosa» [«todo amor es laudable en sí»]: Pur­gatorio XVIII, vv. 18 y 36), es fácil com­prender la exaltación actual de la homose­xualidad en tanto que forma de amor lícita y, por ende, con derecho a reivindicar del Esta do un reconocimiento legal que la equipare, en todos los aspectos, con la heterosexualidad.

La superación de los sexos en el concep­to artificioso de "género", así como la equiparación de la homosexualidad con la heterosexualidad, se hallaban ya presentes, im­plícitamente, en la filosofía moderna y en el derecho liberal, aunque no han llegado a rea­lizarse por completo hasta nuestros días. Una vez dicho esto, que era necesario para atri­buir a los hechos contingentes su justo peso respecto de las ideologías en que se funda­mentan, mucho más radicales, no podemos pasar en silencio el hecho de que Occidente presenta hoy, en la mejor de las hipótesis, le­gislaciones neutrales respecto de los actos ho­mosexuales, a los que se acepta ya como lí­citos y respetables. La denominada "cuestión antropológica" es mucho más antigua, cierta­mente, y hunde sus raíces en la modernidad (antes aún, a decir verdad: en algunas anti­guas herejías). Las raíces de los errores son viejas, pero su floración es relativamente re­ciente.

El paradigma antropológico, que rige la legitimación de la homosexualidad hasta en sus más recientes aberraciones jurídicas, morales y religiosas, si bien es unitario en sí, presenta, con todo, una dicotomía genealógica en dos troncos paralelos y autotélicos (Reforma Protestante y Revolución Francesa), cuya raíz común puede rastrearse hasta dar con ella en la gnosis; es decir: tiene por autor, en último análisis, al propio Lucifer. Los fru­tos venenosos del protestantismo liberal y del radicalismo libertario muestran tocante a la sodomía, así como respecto a otras cosas, una unidad esencial.

Ésta es, pues, la dramática actualidad: por un lado, el Estado que subvierte la institución matrimonial después de rechazar la lex naturalis y la doctrina moral (Zapatero es la bandera de muchas otras autoridades civiles), y, por el otro, los cristianos que pretenden legitimar los actos homosexuales, o, peor to­davía, adecuar el sacramento del matrimonio a las escandalosas legislaciones civiles. Si la Comunión Anglicana está a pique de sufrir un cisma que revela toda la oposición a la ver­dad cristiana que la caracteriza intrínsecamen­te, tampoco el mundo católico se libra de su­frir las sacudidas de múltiples infecciones: la heterodoxia moral de no pocos clérigos y teó­logos, los sacrilegios y los graves abusos de algunos curas (p. ej., las "bodas" celebradas por Franco Barbero entre homsexuales y transexuales), el relativismo moral de muchos fie­les, la arrogante rebelión de las autoridades civiles contra el magisterio moral de la Igle­sia, etc.

Nos vemos constreñidos a constatar con dolor que, una vez más, los errores que bro­tan en el terreno del protestantismo secula­rizado (baste pensar en la obra diabólica del Lesbian and gay Christian movement) se difunden entre los católicos e infectan a la Iglesia con herejías actuales o potenciales. Hace ya años que trastornan a ésta las presiones de lobbies deseosos de alcanzar la aproba­ción moral de la homosexualidad, unas pre­siones que no es raro sean secundadas por realidades eclesiales y también, desgraciadamente, por algunos sacerdotes, o, mejor di­cho, por sacerdotes de Cristo que identifican la condena de la homosexualidad con una forma de racismo y afirman la licitud y bon­dad moral de dicha perversión, al paso que denuncian la reprobación de la misma como traición al amor evangélico (cf., p. ej., Le moni delvasaio. Unfiglio omosessuale chefare? [Las manos del alfarero. ¿Qué hacer con un hijo homosexual?], del cura Domenico Pezzini); de ahí que no deba extrañar ni el desor­den moral que reina entre los fieles, ni el de las legislaciones secularistas que estragan a las naciones cristianas (más grave y radical aún que el anterior).

¿La sodomía es una patología?

La sodomía, entendida como «atracción sexual, exclusiva o preponderante, hacia personas del mismo sexo», es una inclinación objetivamente desordenada en cuanto contraria a la naturaleza humana. ¿Se configura como una patología tal desorden sexual? Si se atiende al significado general del término, sí. En efecto: enfermedad es toda merma o aberración de las condiciones psicofísicas normales de un individuo (lo normal viene determinado por la naturaleza específica). Pero si se quiere, por el contrario, penetrar en el ámbito de la especialización, se debería hablar de patolo­gías en plural, pues el mismo desorden po­dría ser consecuencia de males físicos, perturbaciones psíquicas, alteraciones genéticas, etc. Dejemos a la ciencia médica, practicada honestamente, la indagación etiológica y patogénica de la sodomía. Ya fuera ésta cau­sada por factores fisiológicos, psicológicos o por el concurso de ambos, a la homosexuali­dad la calificaban unánimemente de patolo­gía tanto la neuropsiquiatría cuanto la psico­logía clínica, sin olvidar al mismo psicoanáli­sis, antes de que el dogma de la bondad na­tural de aquélla impusiera el reconocimiento de su normalidad. Así, p. ej., la Organiza­ción Mundial de la Salud contaba a la ho­mosexualidad, hasta el 17 de mayo de 1990, entre las patologías psiquiátricas; sólo la pre­sión de los lobbies pro-gay [los grupos de presión prosodomitas], no nuevos conoci­mientos científicos, impuso que se la excluyera de las mismas.

La naturaleza humana se halla determina­da sexualmente como macho o como hem­bra, y tal diferencia sustancial se manifiesta primariamente como relación de complementariedad, la cual se echa de ver en grado sumo en la unión matrimonial. Ningún acto volitivo puede cancelar esta bipolaridad sexual («Opi­namos que todo homosexual es, en realidad, un heterosexual latente»: Irving Bieber y otros, Omosessualitá, II Pensiero Scientifico Editore, 1997, p. 241), la cual atañe, en la uni­dad del comportamiento humano, tanto al cuerpo (caracteres sexuales somáticos) cuan­to al alma, de arte que el sexo, el cual se de­termina en la concepción, queda fijado por toda la eternidad e implica, como tal, una in­clinación relacional precisa hacia el sexo opuesto (nadie es un homosexual por natura­leza). Sin embargo, la humanidad, herida por el pecado de los protoparentes, está expues­ta a la perversión de sus inclinaciones naturales, inclusive la sexual, la cual, aunque se regula por la complementariedad en el seno del matrimonio y tiene por finalidad la procrea­ción, puede, con eso y todo, volverse tam­bién hacia fines distintos del natural, con lo que se generan esas graves patologías psiquiátricas que se denominan "necrofilia", "pedofilia", "zoofilia" y "homosexualidad".

La homosexualidad no muda la naturaleza del individuo (p. ej., la ceguera priva al ciego de la vista, pero no cancela su naturaleza de vidente, en el sentido de que el ser humano está hecho para ver): los gustos y los hábitos homosexuales le parecen connaturales al in­vertido a causa de su patología, no ya por­que tales actos y hábitos dejen de ser objetivamente antinaturales. La teología confirma lo que la razón demuestra al denunciar como herética la proposición «el pecado contra na­tura (...) aunque es contrario a la naturaleza de la especie, con todo, no se opone a la natu­raleza del individuo [homosexual]» (Etienne Tempier, Opiniones 219 condemnatae [219 opiniones condenadas]).

¿Son moralmente lícitos los actos homo­sexuales?

Si bien la inclinación homosexual ofende a la naturaleza humana al negar la inclinación de ésta al matrimonio, con eso y todo, son los actos homosexuales los que se configuran como moralmente malos en sí mismos en cuanto reducen al acto dicha ofensa y privan a las relaciones sexuales de su fin natural, que es la procreación: los actos homosexuales «privan al acto sexual del don de la vida. No son el fruto de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden ser apro­bados en manera alguna».

Un acto es moralmente bueno sólo cuando sus tres elementos constitutivos (acto in­terno o intención, acto externo y circunstan­cias) responden todos al bien, mientras que basta la maldad de uno solo de tales elemen­tos para determinar la maldad del acto: «bonum ex integra causa, malum ex quocumque defectu» [«El bien procede de una causa in­tacta; el mal, de cualquier defecto»]. Ahora bien, para que un acto sexual sea bueno, la intención debe ser la de relacionarse sexualmente en el seno del matrimonio, a la luz de la castidad conyugal; el acto externo deber ser una relación sexual apta de suyo para la generación de los hijos y tal que se realice de manera humana entre los cónyuges, y las cir­cunstancias han de ser las siguientes: que el acto se consuma en la intimidad, no durante los periodos consagrados a la abstinencia, etc. Como es fácil de comprender, el acto homo­sexual carece de bondad tanto por el lado del acto interno cuanto por el del externo (no es apto para la procreación, no se realiza en­tre cónyuges, no es humano, sino ferino, etc.): es el objeto mismo del deseo homosexual el que resulta ilícito e intrínsecamente perverso. Las circunstancias, por lo demás, también son inmorales a menudo en las relaciones homo­sexuales. La principal objeción que se suele aducir estriba en negar, por un lado, la natu­ral complementariedad sexual, y, por el otro, la procreación en tanto que causa final del acto sexual, al paso que se identifica con el placer el auténtico fin de la sexualidad, con lo que se equiparan la homosexualidad y la heterosexualidad. Dicha objeción es fácil de refutar, dado que la causa final particular de un acto no puede ser sino su perfección (iden­tidad de fin comporta identidad de acto), mientras que el placer es un móvil natural de todas las acciones humanas, y, puesto que los actos humanos son diferentes, y diferente es asimismo la perfección particular a la que tienden, el placer no puede ser la causa finalis de la sexualidad, ni tampoco de los demás actos humanos, al ser la causa impulsiva ge­neralísima: «La naturaleza no ha previsto ninguna operación que tenga por fin la obten­ción del placer y nada más. En efecto: constatamos que la naturaleza ha puesto el placer en aquellas operaciones que son las más in­dispensables en la vida, como en el uso de los actos venéreos, mediante los cuales se perpetúa la especie, o en el uso de los alimentos y las bebidas, por medio de los cuales se conserva el individuo" (Giacomo de Pistoya, La felicita suprema, 9; cf. S. Th., III, q. 31, y II-II, q. 141).

Distinguiendo los actos homosexuales de la condición o tendencia homosexual, la razón conduce por sí sola al reconocimiento de que la segunda es una inclinación objetiva­mente desordenada, y de que los primeros constituyen una grave culpa moral. Lo atesti­gua el filósofo por excelencia, Aristóteles, quien, tres siglos antes de Cristo, reconoció racionalmente que los actos homosexuales pertenecen a la categoría de los "comportamientos bestiales" (Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1 148,24-30), y son, por consiguien­te, indignos del hombre. Ya Platón había con­denado la sodomía en cuanto práctica anti­natural (Platón, Leyes, 836 C).

Si queremos examinar el juicio de la ley moral natural sobre la homosexualidad (inclinación y actos) tal como ha sido recibido históricamente, y precisar la accidentalidad de la praxis histórica respecto del juicio de la razón, debemos deshacer algunos mitos. En efecto: la idea según la cual se pensaba en la antigüedad que la homosexualidad era moral y conforme con la ley natural es pura propaganda, burdamente anacrónica por otro lado, como que proyecta sobre la clasicidad ideas totalmente modernas como el concepto cultural de "género" y la negación de la finalidad procreadora de la sexualidad. Aunque es verdad que los gentiles toleraban las relaciones homosexuales en tanto que ocasión de placer, debe precisarse que tales actos no eran exclusivos al ser nada más que un instrumento de placer que no excluía la verdadera sexualidad procreativa ligada al matrimonio. El matrimonio era una prerrogativa exclusivamente heterosexual. Nunca se consideró familia a una pareja homosexual; más aún, a la misma pederastía, aunque se la practicaba y toleraba mucho, se la consideraba una debilidad moral, si es que no un vicio, hasta el punto de que la negativa que opuso Sócrates a los ofrecimientos sexuales del joven Alcibíades constituyó una razón más de admiración hacia el sabio ateniense (cf. Platón, Banquete, 217-219 e). Juvenal, en las Sátiras, condena la homosexualidad en tanto que vicio, causa y síntoma de decadencia moral de la civilización, mientras que el historiador Tácito define a los sodomitas como un "hatajo de viciosos" (Anales, XV, 37, 8), y juzga severamente, junto con Suetonio y Dión Casio, los desviados hábitos sexuales de Nerón.

Lo que se ha dicho da a entender cómo juzgaba a la homosexualidad el sentido co­mún de los gentiles, que se parece al de los paganos actuales, que miran la sodomía (especialmente la pasiva) con desprecio y re­probación.

La inmoralidad de la sodomía es de una claridad tan patente, que la misma moderni­dad, aunque atea y sorda a la ley natural, no ha llegado a afirmar la bondad moral de aqué­lla sino en los últimos decenios, es decir, des­pués de que cayeran también, en la casi totalidad de los países occidentales, los pocos baluartes intelectuales de la conciencia recta que habían sobrevivido a las devastaciones precedentes. Dado que la obra popular divulgativa italiana por excelencia, bien que de clara matriz iluminista, define la voz "homosexuali­dad" como "aberración sexual" (Enciclope­dia Garzanti Universale, 1962/69), y dado también que la misma cultura marxista-leninista catalogó a la sodomía entre los vicios antisociales, por no hablar de Freud, quien, aunque era hostil a la fe y a la moral, se cen­tró, con todo, en la cura psiquiátrica de los invertidos, no puede uno dejar de reconocer, como conclusión, en estos testimonios de los enemigos de la verdad, la obviedad del juicio moral sobre los actos homosexuales, una obviedad tal, que incluso quien negaba a Dios y negaba la realidad no osaba, so pena de caer en el ridículo, afirmar lo contrario.

A los que invoquen la difusión de las cos­tumbres libertinas de hoy para justificar el pecado impuro contra natura, bastará con recordarles que los datos estadísticos y los análisis sociológicos no constituyen un argu­mento válido, ni para demostrar nada, ni aún menos, para refutar la ley moral, como que no hay que confundir lo factual con lo normal: «(...) multitudo posset faceré simplicem fornicationem non esse peccatum mortale, vel magis tollerabile, si omnes fornicarentur?» [¿Podría hacer la muchedumbre que la mera fornicación no fuese pecado mortal, o que fuese más tolerable, si todos fornicaran?] (Pietro Cantore). Análogamente, tampoco la can­tidad de tiempo puede influir sobre el juicio moral, de arte que los actos homosexuales entrañan una culpa gravísima aunque los co­metan personas pertenecientes a pueblos tradicionalmente habituados a tamañas prácti­cas (cf. Mt 15, 3; Me 7, 8). En efecto: «la longitud del tiempo no disminuye los pecados, sino que los incrementa (X. 5. 3. 8-9)» (San Raimundo de Peñafort, Summa de poenitentia, lib. II, tit. 3). Es imposible estar en desacuerdo con Graciano cuando afirma que «flagitia, quae sunt contra naturam, ubique ac semper repudianda atque punienda sunt» [«los delitos contra natura han de ser reprobados y castigados siempre y en todas partes»] (Graciano, D. II, XXXII, 7, c. 13).

¿Puede el enfermo de sodomía tener ple­na advertencia y perfecto consentimien­to de la voluntad al cometer actos homo­sexuales?

Sí. La naturaleza patológica de la sodo­mía no exime de responsabilidad moral a quien se manche con actos homosexuales, porque tal desviación sexual no priva al en­fermo del uso de razón ni del libre albedrío al ser nada más que una inclinación a la cual la persona puede prestarle o negarle su asenti­miento. Así como el natural apetito sexual no obliga al hombre a fornicar, así y por igual manera ha decirse otro tanto del patológico deseo sodomítico. La concupiscentia carnis (ya tenga objeto natural, ya lo tenga desvia­do) se origina en la carne infectada por el pecado original, pero la voluntad personal, como es de naturaleza espiritual y no material, goza por ello de libertad para consentir en el deseo o no.

Aprendamos de Dante, quien después de haber escrito, esclavo del error, que «liber arbitrio giá mai fu franco» [«nunca fue libre la voluntad humana»] frente a la pasión amoro­sa (Rimas L, v. 10), se volvió juicioso y se rectificó a sí propio, de suerte que abando­nó, por absurdo, el determinismo psicológi­co y nos brindó una preciosa verdad: «En resumen, admitiendo que por fuerza de ne­cesidad nazca todo amor que dentro de vo­sotros se enciende, en vosotros está la po­testad de contenerlo» (Purgatorio, XVIII, vv. 70-72; cf. Gn 4,7: «¿No es cierto que si obrares bien serás recompensado, pero si mal, el castigo del pecado estará siempre pre­sente en tu puerta? Mas, de cualquier modo, su apetito o la concupiscencia estará a tu mandar, y tú lo dominarás si quieres»).

Sí, los mismos enfermos de sodomía, aun­que perciban irracionalmente que los actos sodomíticos les son connaturales, pueden conocer racionalmente, con todo, la inmoralidad de dichas prácticas al no estar su inteli­gencia corrompida por tal desviación. Brunetto Latini nos brinda un ilustre ejemplo de ello al probar concluyentemente en su obra Li livres dou Trésor, a despecho de su sodo­mía (cf. Infierno, XV), la exacrabilidad de un vicio tan torpe.

¿Merecen la condenación eterna los ac­tos homosexuales?

Ciertamente, la sodomía constituye mate­ria grave, de suer­te que, cuando se dé plena conciencia y con­sentimiento deliberado, un solo acto homose­xual priva al pecador de la gracia santificante y destruye en él la caridad y lo condena al infierno.

Téngase presente que el pecado impuro contra natura -el pecado de lujuria más gra­ve (S. Th. Il-IIae, q. 154, a. 11; Graciano, D. II, XXXII, 7, caps. 12 y 14)- clama ven­ganza al cielo al pertenecer, como enseña el Espíritu Santo, a la categoría de los pecados «más graves y funestos porque son directa­mente contrarios al bien de la humanidad y son odiosísimos, tanto, que provocan, más que los demás, los castigos de Dios» (San Pío X, Catecismo de la doctrina cristiana, 154) (es ésta una verdad confirmada por una revelación privada tan antigua cuanto vene­rable: un ángel de Dios le reveló al monje Wettinio que «in nullo tamen Deus magis offenditur quam cum contra naturam peccatur» [«sin embargo, en nada se ofende más a Dios que cuando se peca contra el orden de la naturaleza»]; Hatto, obispo de Basilea, Visio Wettini [Visión de Wettinio], 19).

El tercer concilio lateranense sancionó la sodomía con la pena medicinal de la excomunión, con lo que confirmaba su relevancia penal: «quicumque incontinentia illa quae con­tra naturam est (...) si laici, excommunicationi subdantur, et a coetu fidelium fiant prorsus alieni» [«a todos los que se den a esa inconti­nencia que es contraria al orden de la natura­leza (...) si son laicos, castígueseles con la ex­comunión y exclúyaseles por completo de la asamblea de los fieles»] (canon 11; confir­mado por Gregorio IX, Decrétales, libro V, título 31, capítulo 4).

El severo juicio del magisterio tocante a los actos sodomíticos resulta perfectamente coherente consigo mismo en el tiempo, como que se funda en la santa tradición apostólica (p. ej., San Policarpo, Carta a losfilipenses, V, 3; San Justino, Primera apología, 27,1-4; Atenágoras, Súplica por los cristianos, 34, etc.) y en la Sagrada Escritura, en donde las prácticas homosexuales «se condenan como depravaciones graves, o, mejor dicho, se presentan como la funesta consecuencia de un rechazo de Dios», y ello desde el Génesis (19, 1-29) hasta el Nuevo Testamento (I Tim 1,10; Rom 1, 18-32), pasando por el Levítico, en el que Moisés -quien define la sodomía como "práctica abominable" (Lev 18,22) «excluye del pueblo de Dios a los que asumen un com­portamiento sodomítico» (lo cual le sirvió a San Pablo para confirmar tal ex­clusión en una perspectiva escatológica [I Cor 6, 9-10]).

Tampoco puede pasarse en silencio el lazo íntimo que vincula la homosexualidad con el Maligno, un lazo objetivo que no implica ne­cesariamente que los invertidos estén poseídos por Satanás, pero que afirma el origen diabólico de tal perversión. Sin embargo, aunque es un pecado gravísimo, con todo, la sodomía halla el perdón de Dios con tal que el pecador contrito reciba la absolución sacramental después de haberse acusado de sus pecados mortales en una confesión hu­milde, íntegra, sincera y prudente, acompa­ñada de un propósito de enmienda absoluto, universal y eficaz.

Habida cuenta de la finalidad de la sexua­lidad y de la naturaleza objetiva de los actos homosexuales, «las personas homosexuales están llamadas a la castidad», es decir, están obligadas a la abstinencia sexual mediante la virtud del dominio de sí sostenida por la gracia sacramental y la ora­ción (la castidad es el duodécimo fruto del Espíritu Santo).

Recuerden los homosexuales temerosos de Dios las palabras de San Pablo: «Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias» (Gal 5,22-24). La ley natural y divina les manda a los homosexuales que ejerzan su libertad racio­nal rechazando la tentación y negando su en­ferma inclinación sexual: «la conformidad de la autonegación de hombres y mujeres ho­mosexuales con el sacrificio del Señor cons­tituirá para ellos una fuente de autodonación que los salvará de una forma de vida que ame­naza continuamente con destruirlos». La Iglesia, por su parte, se compromete a asistir espiritualmente a esos desafortuna­dos hijos suyos sosteniéndolos en la dura lu­cha contra la tentación y protegiéndolos de las insidias de doctrinas morales erróneas, causa cierta de muerte espiritual si se las pone por obra.

¿Puede la autoridad civil modificar la ins­titución matrimonial haciendo caso omi­so de la heterosexualidad de los nubendi (= de los que se van a casar) en tanto que conditio une qua non (= condición nece­saria)?

No. Al ser el matrimonio una institución de derecho natural está determinado para siempre; de ahí que nadie pueda intervenir para modificar su naturaleza esencial, ni siquiera Dios mismo (y aún menos la autoridad civil). Como quiera que los sujetos y la mate­ria del contrato nupcial son un hombre y una mujer, y que el fin primero de la institución matrimonial es la procreación, la unión de dos personas del mismo sexo no puede ni podrá ser nunca matrimonio. Habida cuenta de que, por derecho natural, el matrimonio se da sólo entre dos personas de sexo diferente (como que el Creador lo instituyó por fundamento de la familia -sociedad natural con propieda­des esenciales y finalidades propias- y Cris­to lo elevó a la dignidad de sacramento), que­da excluida por definición la posibilidad de un matrimonio homosexual.

¿Es lícito que la autoridad civil reconoz­ca las uniones de hecho entre homo­sexuales?

Reconocer públicamente las uniones de hecho contrasta con los mismos principios del derecho liberal compendiados en el Código Napoleónico, donde se afirma la siguiente simetría: «Si los que conviven hacen caso omi­so de la ley, ésta hace caso omiso de ellos». La errónea concepción liberal del derecho hace que se juzgue indiferente para la ley la convivencia more uxorio, aunque, a decir verdad, se trata de un delito.

Corrijamos al legislador liberal, como es de nuestro deber, y corroboremos que, al constituir el contubernio sodomítico un escán­dalo público (además de un desorden objetivo), le corresponde a la autoridad civil per­seguir penalmente a los amantes. Dicho deber persecutorio ha de cum­plirse también, obviamente con mayor seve­ridad, con los amantes homosexuales. Las uniones homosexuales son una ofensa grave al orden civil y, como tales, no sólo no pue­den recibir un reconocimiento público, sino que, más aún, deben ser objeto de prohibición legal.

¿Puede la autoridad civil discriminar y perseguir penalmente a los homosexua­les?

Sí, la autoridad civil puede discriminar a los homosexuales -mejor dicho: debe-. En efecto: «las personas homosexuales tienen, en cuanto personas humanas, los mismos dere­chos que todas las demás personas (...) con eso y todo, tales derechos no son absolutos. Pueden limitarse legítimamente a causa de un comportamiento externo objetivamente des­ordenado. Eso a veces no sólo es lícito, sino obligatorio». La autoridad debe disponer la exclusión de los homosexuales no sólo de la enseñanza y de otras funciones pedagógico-educativas (el educador debe ser «vita pariter et facundia idoneus» [«digno tanto por su forma de vida cuanto por sus facultades»], C. Th. XIII, 3, 6), sino también de la vida militar, del cuida­do físico-deportivo sanitario de los jóvenes, de la posibilidad de adoptar niños, etc.

Sí, la autoridad civil puede perseguir penalmente tanto a los reos de sodomía como a los de lesbianismo -o, por mejor decir, debe- en cuanto culpables de violencia con­tra Dios creador (cf. Infierno, XI, vv. 46-51), es decir, en cuanto responsables de una violación gravísima de la ley natural y divina. La lex divina vetus, no abrogada por Cristo (cf. Mt 5,17; Le 16,17), afirma la naturaleza criminal del acto homosexual y, por ende, su necesaria punición: «El que pecare con varón como si éste fuera una hembra, los dos hicie­ron cosa nefanda; mueran sin remisión; caiga su sangre sobre ellos» (Lev 20, 13). Dicha pena la recogieron los emperadores Teodosio el Grande y Valentiniano II en la ley "Non patimur urbem Romam" ["No toleramos que la ciudad de Roma"], del 390 (en Mosaicarum et romanarum legum collectio [colec­ción de leyes mosaicas y romanas], V, 3).

El ordenamiento penal se­cular puede sancionar legítimamente la sodo­mía de otro modo, pues la elección de las penas corresponde a la autonomía del gober­nante temporal. Así como hicieron bien el emperador Carlos V (Lex Carolinas, § 116) y el Papa Gregorio XIII, en calidad de prín­cipe territorial (Statuta Urbis Romae, liber II, cap. 49), al confirmar la pena de la hogue­ra para los sodomitas, así y por igual manera obró sabiamente el caudillo de España, Francisco Franco Bahamonde, al promulgar, en 1970, la ley de peligrosidad social (2): una ley ejemplar en la condena de la homosexua­lidad, aunque preveía medidas punitivas dis­tintas de la pena de muerte. Pero aun si se muda el castigo, no se muda ni podrá mudar­se jamás el reconocimiento de la sodomía en tanto que crimen que ha de perseguirse: «cum vir nubit in feminam (...) ubi sexus perdidit locum (...) iubemus insurgere leges, armari iura gladio ultore, ut exquisitis poenis subdantur infames, qui sunt vel qui futuri sunt rei» [«cuando el hombre se une sexualmente como mujer (...) cuando el sexo perdió su dignidad (...) mandamos que las leyes se alcen, que se arme el derecho con la espada vengadora, para que los reos presentes o futuros de di­cha infamia sean castigados con penas esco­gidas»] (Constancio II y Constante en C. IX, 9, 30). Un ordenamiento que no reconozca el acto homosexual como delito constituye, dada la función pedagógica de la ley, una le­gitimación de la perversión, por lo que, abierta así la puerta al desorden moral, no puede asombrarnos que también otras formas de desviación sexual, que todavía se reprueban y castigan, reivindiquen lentamente los mis­mos derechos que se le han concedido a la homosexualidad, lo cual hallan, por lo demás, un terreno cultural abonado: «cuando (...) se acepta como buena la actividad homosexual, o bien cuando se introduce una legislación civil a fin de proteger un comportamiento para el cual nadie puede reivindicar derecho alguno, ni la Iglesia ni la sociedad en su conjunto de­berían sorprenderse luego de que ganen terre­no asimismo otras opiniones y prácticas tor­cidas, ni de que los comportamientos violen­tos e irracionales se incrementen». Aunque la lex divina constituya una ex­traordinaria revelación de justicia, no hace falta la fe para conocer la relevancia penal de la sodomía, pues para ello basta la lex naturalis, la ley natural, que está al alcance del conocimiento racional de todos los hombres: un testimonio histórico de ello lo brinda el 7a-Tsing-Leu-Lee (el código penal chino de 1799), donde, conforme con la recta razón mediada por la tradición moral del Celeste Imperio, se condena la homosexualidad como crimen contra natura (cf. la sección CCCLXVI, estatuto n° 3). La comunidad política, cuyo fin es el bien común, esto es, la perfección del hombre, debe dotarse, una vez conocida la antropología verdadera y, con ella, la lex naturalis, de «una ley que cons­triña a un uso natural de la sexualidad con vistas a la procreación y excluya, por ende, las relaciones homosexuales» (Platón, Leyes VIII, 838 E); lo cual no equivale, ciertamen­te, a poner la sexualidad honesta bajo con­trol estatal, como sucede en los regímenes totalitarios (p. ej., con la imposición de medi­das eugenésicas o de control de los nacimien­tos), sino que lo procedente es impedir las formas inmorales de la sexualidad que niegan en sí mismas el fin natural de la procreación. Como la autoridad pública, al perseguir a los reos de homosexualidad, debería atener­se al derecho natural, el cual le reconoce al domicilio una inviolabilidad relativa, conde­naría de hecho sólo a los que se dieran o in­tentaran darse a relaciones contra natura sin intimidad -«etsi effectu sceleris potiri non possunt, propter voluntatem perniciosae libidinis extra ordinem puniuntur»aunque no pueden consumar su mala acción, se les cas­tiga por la voluntad desordenada de un placer pernicioso»] (Graciano, D. II, XXXIII, 3, d. 1, c. 15)-, y también a los que las favo­recieran, confesaran públicamente tal crimen o se hicieran culpables de apología de la ho­mosexualidad, con lo que se garantizaría un gran margen de tolerancia para con los inver­tidos discretos. La ratio legis debería ser dis­tinta al condenar la homosexualidad en sí, prescindiendo de las circunstancias, pero, en la práctica, la acción penal se ejercitaría de manera análoga a lo que disponía el Código Penal para el reino de Cerdeña (libro II, títu­lo VII, artículo 425), que promulgó el por demás laicísimo rey Vittorio Emanuele II. Lo mismo vale tocante a la discriminación civil de los homosexuales, la cual se ejercería úni­camente con los homosexuales declarados y orgullosos: «la tendencia sexual de un indivi­duo no es, por lo común, conocida de los demás a menos que aquél se identifique pú­blicamente a sí propio como poseedor de di­cha tendencia, o que, por lo menos, la mani­fieste algún comportamiento externo». En consecuen­cia, el problema de la justa discriminación no se plantea normalmente para los homosexua­les castos (o, al menos, no exhibicionistas).

La acción pública debe dirigir su atención, como hemos visto, no sólo a los actos homosexuales, sino también a la tendencia homo­sexual, discriminando a los pervertidos en aras del bien común y garantizándoles a los homosexuales (o, si llega el caso, imponién­dosela coercitivamente) una terapia adecua­da para que se reorienten en lo sexual. Así como la inclinación sexual no constituye pe­cado, así y por igual manera sería ilegítima una persecución penal de ésta, como que es independiente de la voluntad, la cual es la única que puede, en virtud del libre albedrío, de­terminar una culpa; ello no impediría la impo­sición de una terapia forzosa a los homosexua­les reacios a la reorientación, dado que tal acción de la autoridad pública se configura­ría, no como un ejercicio de la potestad puni­tiva, sino como un tratamiento sanitario obli­gatorio. Cuando las autoridades civiles, una vez afirmada -explícita o implícitamente- la naturalidad de la homosexualidad, no se obli­gan a procurar la reorientación sexual de los homosexuales, sino que, por el contrario, la obstaculizan, «se impide que hombres y mu­jeres reciban la terapia que necesitan y a la que tienen derecho».

A los que objetaran que la sexualidad no trasciende del ámbito exclusivamente priva­do, por lo que es, en cuanto tal, absoluta­mente libre, se les debe recordar la naturale­za profundamente social de la sexualidad, sea porque implica una relación entre dos personas, ya porque su fin natural es la procrea­ción, es decir, la generación de una tercera persona (la aspiración al reconocimiento de la naturaleza puramente privada de la sexua­lidad es el motor de una reivindicación libertaria acogida por el derecho liberal, como se echa de ver, p. ej., en la sentencia Lawrence et al. vs. Texas, que dictó la Supreme Court ofthe USA el 26 de junio del 2003, con la que se invirtió la sentencia Bowers vs. Hardwick del de junio de 1986; el Woafenden Report de 1957, punto de partida para la despenalización de los actos homosexuales, afirmaba que los comportamientos homo­sexuales en privado entre adultos consintientes no podían ya considerarse delictivos).

Más aún: se debería rechazar asimismo el concepto liberal del derecho, según el cual «el único aspecto de la conducta propia del que cada cual ha de dar cuenta a la sociedad es el atinente a los demás; tocante a los as­pectos que le atañen sólo a uno mismo, la independencia es absoluta de derecho. El in­dividuo goza de soberanía sobre sí propio, sobre su mente y sobre su cuerpo» (J. S. Mili). Y se debería afirmar, por el contrario, que al Estado le corre el deber de garantizar el respeto a la ley natural incluso allí donde no pa­rezca estar enjuego el interés colectivo. De­cimos "incluso allí donde no parezca" porque, en realidad, las relaciones homosexua­les «son nocivas para el recto desarrollo de la sociedad humana», además de ofender a Dios y atraer sus castigos («a menudo hasta una ciudad entera sufre a causa de un hombre malvado/ que peca y proyecta sacrilegas tramas»: Hesíodo).

Si ya en el siglo XII Gualterio de Lille po­día cantar: «Et quia non metuunt animae discrimen, / principes in habitan verterunt hoc crimen, / virum viro turpiter jungit novus hymen» [«Y porque no temen perder el alma, / los notables trocaron en hábito esta culpa, / y el hombre se une al hombre de manera re­pugnante en un nuevo himeneo»] (Carmen IV, XXVIII), ¿qué deberíamos escribir nosotros de nuestros gobernantes?

Conclusiones

La santa madre Iglesia recuerda: - A los poderes temporales, que «reco­nocer legalmente las uniones homosexuales, o bien equipararlas con el matrimonio, signi­ficaría no sólo aprobar un comportamiento desviado, lo que entrañaría su conversión en un modelo para la sociedad actual, sino, ade­más, ofuscar los valores fundamentales que pertenecen al patrimonio común de la huma­nidad».

Al parlamentario, o a cualquier otro le­ gislador católico, dos cosas, a saber:

1a) Que frente a proposiciones de ley ten­dentes al reconocimiento legal de las uniones homosexuales, «tiene el deber moral de ex­presar clara y públicamente su desacuerdo y votar en contra del proyecto de ley, pues conceder el sufragio de su voto a un texto legislativo tan nocivo para el bien común de la sociedad es un acto gravemente inmoral».

2a) Que en relación con leyes que acaso estén ya en vigor, «debe oponerse como pueda y hacer conocer su oposición: se trata de un acto obligado de testimonio de la verdad».

- A todos los fieles, que «están obligados a oponerse al reconocimiento legal de las unio­nes homosexuales».

- A los homosexuales, que están obliga­dos a la abstinencia sexual.

El Santo Oficio recor­daba, ante tan diabólica acción, que la doc­trina moral «no puede modificarse bajo la presión de la legislación civil o de la moda del momento», y que a los grupos que operan, incluso en el seno de la Iglesia, en pro de la aceptación de la homosexualidad y de la legitimación de los actos homosexuales, «los mueve una visión opuesta a la verdad sobre la persona humana (...). Manifiestan una ideología materialista, que niega la naturaleza trascendente de la persona humana, así como la vocación sobrenatural de todo individuo».

La exigencia que hace la Suprema Con­gregación a los obispos de que «estén particularmente alertas en relación con los pro­gramas que intentan de hecho ejercer una presión sobre la Iglesia para que cambie su doctrina» suena aún más perentoria y vinculante una vez constatada la gene­ral degradación moral de los propios católi­cos. En efecto: el ministerio episcopal les im­pone a los obispos la obligación de rechazar, censurar y combatir «las opiniones teológicas contrarias a la enseñanza de la Iglesia, que sean ambiguas respecto de ésta o que hagan caso omiso de ella por completo».

Aunque, como pusimos de manifiesto más arriba, se ha difundido también en el mundo católico la idea según la cual condenar los actos homosexuales sería una forma de "racismo" inconciliable con el evangelio, el ma­gisterio, en cambio, enseña la bondad moral de una justa discriminación con base en las tendencias homosexuales, porque «la tendencia sexual no constituye una cualidad parangonable a la raza, al origen étnico, etc., res­pecto de la no-discriminación, puesto que, al contrario que éstas, la tendencia homosexual es un desorden objetivo y requiere una pre­ocupación moral», «vis­to que no hay derecho alguno a la homose­xualidad».

A la luz de lo expuesto se patentiza toda la inmoralidad de las legislaciones civiles que vuelven «ilegal una discriminación sobre la base de la tendencia homosexual» y llegan hasta perseguir penalmente a cuantos recuerden la naturaleza desviada y pecaminosa de la homosexua­lidad, con lo que impiden de hecho la misión de la Iglesia (el 29 de junio del 2004 un tribunal sueco condenaba a la cárcel al pastor lu­terano de Borgholm, el dr. Ake Green, por haber criticado, en el sermón dominical, los denominados matrimonios gays, mientras que, en Andalucía [España], el reverendo sacer­dote don Domingo García Dobao fue denun­ciado por haberle infligido una humillación pública a un conocido sodomita al negarle el Santísimo).

Si Dios les exige a los homosexuales, por conducto de la ley moral natural y de la reve­lación que le confió a la Iglesia, que sean cas­tos en la abstinencia, el único camino para conseguirlo es practicar constantemente la castidad con una fuerza de voluntad sosteni­da por la gracia sacramental y por la plega­ria, de manera que el alma se revista del há­bito moral de la castidad (los hábitos morales no se poseen por una oscura suerte, sino que se adquieren con la práctica constante). Pero, por el contrario, cada vez que un homosexual cede a la tentación y realiza un acto homo­sexual, no sólo comete un pecado mortal gravísimo, sino que refuerza en su interior «una inclinación sexual desordenada», con lo que se convierte en esclavo de un vi­cio abominable.

Baldasseriensis

Notas:

a) En la hora presente, interesa poner de mani­fiesto, más que la existencia actual de la brujería(cf. Inocencio VIII, Summis desiderantes affectibus; padres Heinrich Institor y Jacob Sprenger, Malleus maleficarum; fray Johannes Nieder, Fornicarius, etc.), el lazo íntimo que se da entre sodomía y presencia satánica: los cuerpos huma­nos se transforman "in delubra demonum" "en santuarios de demonios" (Visio Wettini, 19), ra­zón por la cuál «los santos Padres se preocupa­ron mucho de sancionar (en el concilio de Ancira, canon 17) que los sodomitas rogasen junto con los endemoniados, porque no dudaban de que estuviesen poseídos por el espíritu diabólico» (San Pedro Damiano, Líber Gomorrhianus).

(2) Recordemos también las proposiciones de ley nn. 2990/ 1961, 1920/ 1962 y 759/ 1963,que se presentaron en la Cámara de los Diputa­dos con el intento de penalizar los actos homosexuales: la primera era del honorable Romano Bruno (PSDI), las otras, del honorable Clemen­te Manco (MSI) y otros. La casi totalidad de los ordenamientos jurídicos reconoció, hasta me­diados del siglo pasado, la naturaleza criminal de los actos homosexuales: p. ej., el § 175 del Có­digo Penal Alemán contó entre los delitos a los actos homosexuales hasta el 25/ VI/ 1969, y re­conoció su intrínseca inmoralidad hasta el 23/XU 1973. Aunque en Italia Giuseppe Zanardelli había despenalizado la sodomía ya en el 1889, el Ministerio del Interior dictaba todavía, el 30/ IV/ 1960, una circular sobre la represión de la ho­mosexualidad.

Los dogmas modernos, por Leonardo Castellani

Desde Non nisi te, Domine

Decía
Chesterton que el hombre moderno ha dejado de creer en Dios para creer en cualquier cosa, y así es; con ese estilo satírico que le caracterizaba, Leonardo Castellani nos muestra en estos "credos" los mitos modernos sobre los que se fundamenta nuestra época y que muy pocos ponen en duda. Siguiendo con Chesterton hay que decir: "El mundo moderno está lleno de hombres que sostienen dogmas con tanta firmeza, que ni siquiera se dan cuenta de que son dogmas." Aquí están explicitados, para que el hombre moderno se replantée si es realmente tan escéptico como cree, o simplemente ha cambiado el sentido común y la verdadera fe por simples supersticiones ideológicas muy bien vendidas.





CREDO DEL INCRÉDULO

CREO en la Nada Todoproductora donde salió el Cielo y la Tierra.
Y en el Homo Sápiens su único Hijo Rey y Señor,
Que fue concebido por Evolución de la Mónera y el Mono.
Nació de Santa Materia
Bregó bajo el negror de la Edad Media.
Fue inquisionado, muerto achicharrado
Cayó en la Miseria, Inventó la Ciencia
Ha llegado a la era de la Democracia y la Inteligencia.
Y desde allí va a instalar en el mundo el Paraíso Terrestre.
Creo en el libre pensante
La Civilización de la Máquina
La Confraternidad Humana
La Inexistencia del pecado,
El Progreso inevitable

La Rehabilitación de la Carne
Y la Vida Confortable.

Amén.

CREDO EVOLUCIONISTA

Creo en la Evolución todopoderosa,
que a partir del Big Bang produjo el cielo y la tierra,
y en todos los seres que en ella existen, terrestres y extraterrestres.
Y en Carlos Darwin, el sumo profeta,
que fue concebido por obra y gracia de la mentalidad manchesteriana,
en la Inglaterra victoriana, rapaz y puritana.
Nació en las nebulosas divagaciones de Empédocles, Demócrito, y Lucrecio.
Creció al calor de los sofismas de Descartes, Locke y Hume.
Se nutrió de Malthus y se consolidó con Spencer.
Fue pronunciada por Lamarck , el precursor,
y REVELADA FINALMENTE POR DARWIN EN LA PLENITUD DEL SIGLO.
Fue aclamada por Marx, Engels, y todo medio pelo intelectual;
fue refutada, muerta y sepultada por verdaderos científicos.
Fue resucitada luego - con fines ideológicos- por una multitud de delirantes,
pero dueños de la manija.
Creo en la Selección Natural, que a partir de una ameba produjo al Hombre,
y en las mutaciones, que brindaron la materia prima para semejante prodigio.
Creo que el alma no existe y que Dios es sólo un producto de la mente del hombre,
que no es sino un mono evolucionado.
Creo en la supervivencia de los "mas aptos",
o sea, aquellos liberados de la opresión de oscuras supersticiones,
tales como la Fe, la Patria y el Heroísmo;
factores todos que conspiran contra la supervivencia.
Creo en la fosilizacion de la carne,
y que la vida es un fenómeno físico-químico, producto del azar.
Creo en fin que todo cambia y nada permanece.
Amén