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miércoles, 9 de junio de 2010

Teología de la Guerra

Job en sus tormentos, había profetizado el destino del dolor. La vida del hombre, decía, es guerra. Los grandes partos traen grandes alegrías porque sólo se engendran en el dolor algo que merece quererse.
En las costas cántabras, los hombres de los grandes siglos, habían aprendido la destinación del linaje humano. Los hombres decían, son para la guerra y el mar.
La filosofía de las naciones es la guerra. La guerra es necesaria como es necesaria y misteriosa la ley de la gravitación y la afinidad atractiva de las masas.
El proverbio antiguo, decía: "La paz es el ensueño de los sabios, pero la guerra es la historia del hombre". Y eso es lo que hemos aprendido en la historia. La vida tiene un precio que se cobra con sangre. Cada imperio y cada época histórica, han sido amasados por la sangre biológica de sus mártires cándidos o de sus héroes sacrificados a los intereses de unos pocos.
La filosofía del hombre es la guerra. Biológicamente es necesaria la guerra, como es necesario el bisturí y el parto de la mujer. Cuando un individuo lucha consigo mismo, es cuando más vale y más construye por dentro. El que lucha por no trasgredir la ley, cuando la puede violar, ese tal es, el justo por excelencia, el héroe, que todos en silencio veneramos.
Cuando se ama plenamente, cuando al hombre y a la mujer, ya no se les puede poner barreras, porque ya les ha sucedido el éxtasis, cuando se sale de sí y se llega al tú del amor, al otro, que nos espera y nos recibe, entonces se ha llegado a la guerra. ¿Hay un estado más perfecto y más vital que la guerra del amor? El enamorado batalla, como en una dulce cacería salvaje y siente que en la guerra, fuera de la monotonía y la quietud ordinaria, realiza su mayor experiencia de la vida. Es entonces cuando el amor ha logrado la gloria o ha hecho un mártir. Romeo y Julieta, son los exponentes del corazón humano incandescentes, llegados a la gloria de la guerra sentimental, fieles a la lucha de su ideal.
Siempre en la historia han ido juntos, la espada y el madrigal, la estrategia de cerco y la política del buen decir, de gaya ciencia de parlería. Siempre el soldado, ha derivado en Don Juan. En el amor, el sitio y la ronda o el cortejo, tiene una denominación caballeresca: El romance. Y es precisamente el romance, el resumen de una gesta, de un valor que sabe a polvos de caminos, a hierros de batalla, a penachos de ilusiones y a divisas de damas, que ponen un ensueño místico en el valiente para la conquista.
La teología de la guerra tiene una clara significación. La guerra es necesaria: el mundo la necesita como la necesita el individuo.
Cristo ha expuesto una ley universal, después del pecado; la lucha por la existencia, por el pan, por el amor, y por el parto de los hijos.
Cristo cuando llega a la tierra, explica la teología de su venida. "No he venido a traer la paz sino la guerra". Ha venido a separar al hijo de su padre, al marido de su esposa, al hombre de sus riquezas, a la gloria de su petulancia.
¿Se puede decir entonces, qué es Cristo, el Príncipe de la Paz? ¿Dónde está la paz cantada por los ángeles de Belén?
Jesús, no es un príncipe de opereta, ideal romántico de todas las mujeres, decoración de una corte perfumada. Cristo, es el León de Judá, que se lanzó con la miel de su dulzura y la fuerza de su brazo, a reñir todas las batallas morales de los rencores y de las conspiraciones egoísticas.
Tiene sangre azul de los reinos y sangre carismática de la divinidad. Y sin embargo su paz es paradójica. No es quietismo ni atrofiamiento voluntario de las glándulas lo que El pregona. Los príncipes conquistan la Paz mediante la guerra.
Hay que luchar ascéticamente para estar en paz con Dios y con nosotros mismos. La paz de la conciencia, supone la guerra ascética de las renuncias y de los adiestramientos, contra las pasiones.
¿Y aquella paz de los ángeles de Belén, solamente es para los hombres de buena voluntad? ¿Pero existen los hombres de buena voluntad? Nadie es bueno sino sólo Dios. Y los buenos al fin y al cabo, no son más que remedios de Dios. O vírgenes por la lucha de la continencia o revirginizados por la gracia y por el esfuerzo del levantarse. Todos, unos y otros, puestos al vivo por la violencia de los que quieren servirle y la gracia de la ayuda.
Los hombres necesitamos la guerra porque somos como los nogales que sólo damos nueces cuando nos dan palos.
¿Fue, alguna vez, el hombre tan grande como el medievo, que partía a la guerra, como una función biológica de su hombría, con el alma puesta en la aventura gozosa de poder morir en tierra de moros con logro supremo de una indulgencia plenaria por defender el Evangelio? Morían por ideas de teología y entonces la teología era la guerra de Dios... El Dios de la Paz, esa paz que se conquista con una corona de salmos penitenciales y una guirnalda de luchas agónicas, que es la muerte. Lejos el pensar que sólo la guerra ha de ser, una expansión comercial de las mercaderías almacenadas, una manera drástica de dar ocupación a los parados o a los superpoblados. Eso jamás.
¿Hay algo más cristiano que morir jubilosamente por una causa de Dios? Aquellos miles que cayeron por la causa de Dios, o de la Patria, unos en las checas, otros en las persecuciones, otros en los campos de trabajo forzado y otros, innumerables, en los campos de batalla, murieron casi todos ante la crueldad mas o menos justificada, con grito religioso en los labios, con un perdón a sus enemigos, o con el escapulario que la novia le dio al partir como prenda de destino sobrenatural. Todos estos, hacía tiempo, que habían tuteado a la muerte, y cuando somos amigos de la muerte ya estamos preparados, porque antes, clandestinamente nos hemos despedido de la vida, de la gloria y de las falsas ideologías de los placeres. Entonces, es cuando la fe, que no estaba muerta, clamó un grito de socorro al cielo, entonces es, , cuando se encuentra un capellán con una absolución o con un Padrenuestro, que te despega de las cosas. Y así, Dios, por medio de la guerra y del estruendo mortífero, te dispone con el miedo divino para despegarte de la tierra. Allá lejos, quedará la novia, la madre y los hermanos, pero saben ellos que rezan, que están ayudando en los hospitales a dar transfusiones de sangre, o están en los altares rezando la última Novena al santo del pueblo y a la Virgen Milagrosa. Y no hay nada por el momento de bailes ni de cabarets, porque la muerte y el dolor han dado urgencia, y seriedad a la vida. Entonces más que nunca se realizan aquellas palabras del poeta:
"Quisiera hacer de prisa las cosas que no he hecho,
quisiera amar de prisa las cosas que no amé".

Y todos estos, los héroes, los mártires, los desconocidos y los traidores, no morirán en silencio, en la prosaica postura de paz, complicados con negocios sucios, manchados con ambiciones secretas, enredados con amores culpables, maquinando en las tinieblas del hampa. Porque Dios los salva en el horror y en el dolor.
Un día el rey David pecó. Dios le mandó a decir que por su pecado escogería, o la guerra o la peste. David creyó escoger el mal menor. Escogió la peste y murieron setenta mil por solo un pecado.
La realidad es, que cada uno es un pecador oculto. Y cada pecado tiene una sentencia punitiva aquí o en la otra vida. ¿Extraña entonces, que se nos malogren nuestras ilusiones, que nuestros negocios no sean espectaculares, que nuestros hijos sean rebeldes sin causa, que las enfermedades, los accidentes y las catástrofes individuales nos asedien cotidianamente?. La medida de nuestras derrotas, está en la secreta claudicación al pecado. Cuando se pierde a Dios, es justo que se pierdan todas las cosas y se malogren todos los ideales de la tierra. Precisamente por eso todos los ideales de la tierra. Precisamente por eso todas las cosas que amamos, de espaldas a Dios, tienen lágrimas.
Empiezan a llegar los días en que se cumplirán las palabras del salmo: "Todos los pecadores serán expurgados de la tierra". O se convierten por la Gran Purificación o son exterminados en ella.
Las ciudades y las naciones han entrado todas en el juicio de Dios. Todos son asesinas delante de Dios. El modernismo y la superestructura económica, nos han paganizado. "Esta generación es peor que la del Diluvio" ha dicho Cristo en el mensaje de Heede, Alemania. Por lo tanto, todas serán purificadas con catástrofes, con guerras, con sediciones y revueltas, con iluminismos políticos cada vez más libertarios y sediciosos.
Contemplando la fisonomía de las naciones y los continentes, Europa como Asia, ha sido desolada con guerras seculares.
Esta América nuestra, modernista y tropicalmente pagana, dominada por la secreta pasión de la piel y por el becerro moderno del dolar, tiene que tener una gran cuenta abierta ante la justicia de Dios.
América es joven, como un efebo invertido de decadencia neoclásica. Tendrá que ser purificada a fuego y a cuchillo atómico, para dejar paso al Reino de Dios, a la hegemonía de la gracia y al libre impulso del Espíritu Santo.
Antes que el reino de Dios llegue plenamente a algún alma, esta es totalmente purificada. La desolación, la enfermedad y la locura mística de la cruz, han sido siempre el pórtico doloroso de los santos y los místicos. En los individuos como en las naciones, se realiza siempre aquel terrible principio: "Por la Cruz a la Luz".
Y da pena pensar, que América, es como una necrópolis satánica, llena de rascacielos simbólicos. Maquinan en ella, los comandos sibilinos del judaísmo. Los judas masónicos acechan con sus bolsas de dólares por las esquinas dando paternidad a la Banca y a la Prensa. El hampa, ha creado el tipo de terror del gángster. Hollywood ha montado un sueño maravillosos de divorcios y homosexualismo. El comercio de blancas, ha puesto una piel de mujer en cada ojo de varón y el mecanismo precioso ha llevado al placer y al pecado en un Cadillac a los grandes aristócratas del presente.
Cuando llegue pues la hora de Dios sobre esta América seca como la higuera maldita del Evangelio, será mandada al fuego para su tormento o para su purificación. Al menos si no sirve como madera de santos... servirá como carbón para ciertos calentamientos posteriores... Y sabido es, que los crisoles de los grandes metales, necesitan una muy alta ebullición calórica para separa la escoria del metal legítimo...
La teología de la guerra, nos la explica Jesucristo mismo, en el diálogo de campaña ascética de una religiosa italiana: Sor Consolata Bretone, de Turín. La monja le pedía cuentas amorosamente a Dios, a raíz de los bombardeos aéreos y de las carestías creadas por la situación internacional de la contienda.
-Mira Consolata- le dice Cristo, si hoy concediese la paz al mundo volvería al fango y no sería suficiente la prueba soportada.
-¡Pero Jesús, toda esta juventud que va al matadero!
-¡Oh! ¿No es mejor dos, tres años acerbos, intensos, inauditos sufrimientos y después una eternidad de gozos, que una vida entera de disoluciones y después la eterna condenación? Escoge...
Y todo el mundo sabe que la abundancia pervierte el corazón humano y las estrecheces nos llevan a implorar a Dios.
Por eso le repetía Cristo:
"SALVO A LOS SOLDADOS EN LA GUERRA Y AL MUNDO CON LA MISERIA Y EL HAMBRE".
Una guerra o una peste mandada del cielo a tiempo, hacen más conversiones, que cien predicadores famosos en un siglo.

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