Las palabras de nuestra señora en Fátima, los “ciertos estilos y maneras que se están introduciendo, ofenden a mi hijo divino,” no representan ninguna innovación en las enseñanzas de su hijo divino, que dijo “cualquier persona que mire con lujuria a una mujer ya ha cometido adulterio en su corazón.” (Mat. V,28) a través de los siglos los seguidores verdaderos de Cristo han reconocido la necesidad, no sólo de la penitencia y de la mortificación, para preservar la castidad de la mente y del cuerpo, sino también de evitar todas las ocasiones del pecado, especialmente las maneras inmodestas de las mujeres, que con su vanidad provocan a los hombres. De hecho, si la vanidad de la mujer ha sido una fuente prolífica de la tentación a través de los siglos, cuál debe ser dicho de nuestra época, en la cual los estilos y las maneras se calculan deliberadamente para conducir a hombres al pecado. ¡Recordemos la doctrina invariable de la iglesia en este respecto, y evitemos diligentemente, sin miedo del respeto humano, esa inmodestia terrible en el vestido que es la causa de muchos pecados y ofensas contra el Corazón Doloroso e Inmaculado de Maria, y el Corazón Sagrado de su hijo divino! En vista de esta realidad trágica, reflexionar sobre esta advertencia a las mujeres de un doctor grande y santo de la iglesia: “Llevas tu trampa por todas partes y separas tus redes en todos los lugares. Alegas que nunca invitaste otros al pecado. No, de hecho, por tus palabras, sino que has hecho así que por tu vestido y tu conducta, y mucho más con eficacia que podrías por tu voz. ¿Cuándo tú has hecho otro pecado en su corazón, cómo puedes ser inocente? ¿Decirme, a que este mundo condena? ¿Quién los jueces ante el tribunal castigan? ¿Los que beben el veneno o los que lo preparan y administran la poción fatal? Has preparado la taza abominable, has dado la bebida que muerte repartía, y eres más criminal que los que envenenan el cuerpo; asesinas no el cuerpo, sino el alma. Y no es a los enemigos que haces esto, ni impulsaste encendido por cualquier necesidad imaginaria, ni provocado por lesión, pero fuera de vanidad y de orgullo absurdos.”
San Juan Crisóstomo (siglo IV)
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