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viernes, 18 de junio de 2010

La reverencia al Templo y el santificar las fiestas

La ira formidable de Dios está fulminada contra los irreverentes, que no distinguen el lugar santo del profano. El lugar santo es el Templo sagrado del Señor, y las desatenciones y profanaciones indignas que con él se hacen, las castiga Dios con toda severidad, como lo anuncia Ezequiel profeta.
Todas las trasgresiones de la divina ley merecen ser gravemente castigadas; pero los pecados cometidos en el templo santo del Señor hallan mas presto su justa venganza; por lo cual ya tiene dada su sentencia el Altísimo, diciendo, no verá su gloria el que desatento cometió iniquidades en la tierra de los santos Is. XXVI, 10).
Por esto se llama terrible el lugar sagrado del templo: Terribilis est locus iste; porque sus profanadores sacrílegos hallan luego su merecido, y lo padecen no solo sus personas, sino también sus casas y familias, y sus bienes temporales.
Es digno de notarse, que habiendo sido nuestro Señor Jesucristo tan sumamente benigno con todos los pecadores, que perdonó a la adúltera, admitió piadoso a la escandalosa Magdalena, llamó compasivo de sus tratos y contratos a San Mateo, justificó al publicano, y ofreció su reino al famoso ladrón; solo usó notable rigor con los que profanaban su santo templo, haciendo látigo de cordeles para arrojarlos como indignos del lugar sagrado, y echando por tierra todos sus intereses temporales (Juan I, 15 y sig.)
Por el contrario, a los que veneran el templo santo de Dios, los premia y prospera su divina Majestad, aumentándoles sus bienes, y llenándoles de celestiales bendiciones sus casas y familias. El sacerdote del Altísimo, Esdras, escribe, que en las manos diligentes de los reedificadores del templo santo todo se aumentaba y crecía.
La experiencia nos enseña lo mismo, porque aquellos pueblos y lugares donde se cuida bien del templo santo del Señor, prospera notablemente, cumpliéndose en ellos la petición solemne que dejó escrita el angélico maestro, y canta la Iglesia Católica: Sic nos tu visita, sicut te colimus.
La antigua villa de Jelsa, cuyo santo templo siempre fue venerado; porque sus vecinos y moradores se tienen repartidos los altares, y los conservan limpios con religiosa decencia. De la edificación de muchos particulares resulta un todo perfecto para el bien común, como se refiere en el texto sagrado.
Casi todo el dicho pueblo se compone de labradores honrados, que conforme a la sentencia divina comen el pan con el sudor de su rostro, y así les va bien, como dice David. En la guarda y observancia de las fiestas de la Iglesia católica son ejemplarísimos. En los días de labor no se halla gente ociosa, y en el día de fiesta ninguno trabaja, sino que todos van al templo santo, y asisten al santo sacrificio de la Misa, y a las vísperas solemnes; de tal manera, que en ese tiempo destinado para Dios no se permiten los juegos ni los entretenimientos públicos a los jóvenes aunque sean muy decentes.
Algunos hombres inconsiderados imaginan, que trabajando en los días de fiesta se remedian; y no es así, sino que se pierden más. Dios nuestro Señor nos manda que no trabajemos en el día de fiesta, y a cuenta de su divina providencia corre el darnos de comer sin trabajar en ese día, si empleamos bien los demás de la semana.
El profeta Ageo dice, que algunos hombres avarientos pensando ganar más, se hallan con menos. Esto a la letra sucede a los que insaciables por ganar una miseria trabajan en el día de fiesta; y nada les basta para salir de su calamidad, porque Dios dispone que nada les luzca; y sin saber cómo, todo se les desvanece.
En el sagrado libro del Exodo se refiere, que lo que congregaban los hijos de Israel contra la voluntad de Dios se les convertía en gusanos, y se les perdía. Esto sucede también a los que trabajan contra la voluntad divina en el día de fiesta.
En el mismo libro sagrado se manda, que en la víspera de la fiesta se disponga todo lo necesario para no trabajar en el día festivo; y lo que así se disponía, Dios lo conservaba. Al contrario hacen algunos malos cristianos, que en el día de la fiesta comienzan el trabajo para concluirle en el día común de labor; pero desengáñense, que por este mal camino no prosperarán, sino que antes se perderán.
A los padres de familias se les impone este cuidado, que en el día de la fiesta no hagan trabajar a sus hijos ni a sus hijas, ni a sus criados ni a sus criadas, ni aun a las bestias irracionales de su casa, porque así lo manda Dios expresamente (Exod. XX, 8)
En la ley de gracia no está con tanto rigor este santo precepto como en la ley antigua; porque en esta prohibía hasta el encender fuego en las casas el día de fiesta; lo cual no esta prohibido con este rigor en la misericordiosa ley de gracia. Y por lo mismo son mas reprensibles los cristianos ingratos, que atropellan inconsiderados con los que les está claramente prohibido, y tal vez con escándalo de sus prójimos.
En el libro sagrado de los Números se refiere el caso fatal de haber hallado trabajando en el día de fiesta a un hombre infeliz, al cual pusieron luego en la cárcel pública, y consultando a Dios nuestro Señor, dispuso su divina Majestad, que para escarmiento de otros le quitasen la vida. (Num. XV, 32 y sig.) Entre los cristianos, aunque no se haga tanto castigo, es justo que la justicia se desvele, y se haga temer para evitar escándalos con santo celo, y las fiestas del Señor sean bien santificadas.
Los que se hallan ocupados entre semana será bien dispongan sus tareas y viajes, de tal manera, que puedan tener con quietud y descanso el día de fiesta, como dice el Apóstol San Pablo; y quedó escrito este caso para ejemplo de los católicos, los cuales, observando puntuales las fiestas de la Iglesia, se prosperan sus casas y familias; y al contrario, si las quebrantan y profanan, se arruinarán, y perderán los bienes temporales y los eternos.
Dios quiere que todos descansen en los días festivos, y se dediquen al culto debido a su Creador, y a la veneración religiosa de su santo templo.

R.P. Fray Antonio Arbiol
Familia regulada (1866)

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