Por Mons. José F. Urbina Aznar
Es una verdad incuestionable que el Demonio, antes de la Encarnación y de que la Iglesia comenzara a predicar el Evangelio por el mundo, había engañado a todas las gentes de la tierra. Así lo dice San Agustín en la CIUDAD DE DIOS: "Está atado y preso el Demonio y encerrado en el abismo para que no engañe a las gentes, a las cuales tenía engañadas antes de que hubiese Iglesia" (XX, Cap. 7). Las falsas religiones que por el mundo se propagaron, estaban fuertemente apuntaladas por señales y prodigios, como el que hicieron los sabios y los hechiceros del Faraón. Fueron verdaderos hechos debido al poder de Satanás, el torbellino que derribó la casa de Job y mató a sus hijos, o cuando un fuego del cielo mató a sus ganados. No me parece muy exacto decir que los milagros del tiempo del Anticristo, serán falsos. San Agustín (misma obra, XX, Cap. 19) dice: "Aquí suelen dudar (otros exégetas), si se llaman señales y prodigios mentirosos; porque vendrá (el Demonio), a engañar a los sentidos humanos con fantasmas y apariencias, de manera que parezca que hace lo que hace, o porque aquellos mismos portentos, aunque sean verdaderos, han de ser para atraer a la mentira a los que creyeron que aquellos (prodigios y milagros), no pudieron hacerse sin virtud divina, ignorando la virtud y la potestad que tiene el Demonio, principalmente cuando le concederán poder que jamás tuvo". San Agustín, acepta contrariamente a los que dicen que serán falsos milagros, la posibilidad de que sean verdaderos, pero por el poder de Satanás que Dios le ha de conceder en los últimos tiempos. Pero serán portentos y prodigios que servirán para arrastrar al error, o consolidarlo en los equivocados. Nunca la Iglesia ha aceptado las revelaciones privadas de los místicos o los mensajes de las apariciones como verdaderos, si en ellos se encuentra un error contra la Fe. Estos son declarados sin más, falsos o diabólicos. Y en este angustioso predicamento estará la verdadera Iglesia, cuando los milagros afirmen en el error contra la Fe a las gentes. ¿Cómo convencerlas de que aquellos portentos no han sido hechos por la virtud divina?, ¿testigos de estas cosas, cómo arrancarlos del error?
Una de las señales innumerables de que este tiempo ha llegado, es la defección en masa de los católicos, para pasarse a las sectas de todas clases incluso al Satanismo o al Ateísmo. Esa es una de las señales de que Satanás ha sido desencadenado. Veamos qué dice San Agustín en la obra mencionada (XX, Cap. 8), comprobando que no hay absolutamente nada de lo que la Iglesia no advirtiera o no esperara: "Si esta potestad se le permitiera largo tiempo (Es decir, que soltado del abismo se le permite hacer prodigios para afirmar a los hombres en el seguimiento del Anticristo), y contra la imbecilidad y flaqueza de tantos espíritus débiles, a muchos que Dios no quiere que padezcan, siendo fieles los derribaría y apartaría de la Fe, y a los que no fuesen fieles estorbaría que creyesen. PARA QUE NO HAGA SEMEJANTE ATENTADO, LE AMARRARON". Dios "maniato (al Demonio), para evitar que derrame y ejecute toda su malicia contra la multitud innumerable de los flacos, con quienes convenía multiplicar y llenar la Iglesia, y a los unos que habían de creer, no los desviase de la Fe de la verdadera religión, y a los que creían ya, no los derribase". "Le desatarán al fin (al Demonio), para que vea la Ciudad de Dios cuan fuerte contrario venció con tan inmensa gloria de su Redentor, favorecedor y libertador".
La verdadera Iglesia, entonces, será arrinconada, apretada y encerrada en las angustias de la tribulación, en el tiempo en que debe cesar el reino de los santos y la prisión de Satanás, a un mismo tiempo. Estará formada por un cierto número de hombres, pero no todos ellos se pueden considerar elegidos, pues como dice San Agustín (XX, Cap. 10), serán personas con disfraz y fingimiento "que hacen como que profesan la Fe, pero viven como infieles, porque fingen que son lo que realmente no son, y se llaman, no con verdadera propiedad, sino con falsa y engañosa apariencia, cristianos. Pues a esta misma Bestia pertenecen, no solo los enemigos descubiertos del nombre de Cristo y de Su Ciudad gloriosa, sino también la cizaña que se ha de recoger en Su reino, que es la Iglesia. En la consumación del mundo. ¿Y quienes son los que no adoran a la Bestia ni a su imagen, sino los que practican lo que insinúa el Apóstol "que no llevan el yugo con los infieles", PORQUE NO ADORAN, ESTO ES, NO CONSIENTEN, NO SE SUJETAN, NI ADMITEN, NI RECIBEN LA INSCRIPCIÓN, ES A SABER, LA MARCA Y SEÑAL DEL PECADO EN SUS FRENTES POR LA PROFESIÓN, NI EN SUS MANOS POR LAS OBRAS?"
Una de las señales innumerables de que este tiempo ha llegado, es la defección en masa de los católicos, para pasarse a las sectas de todas clases incluso al Satanismo o al Ateísmo. Esa es una de las señales de que Satanás ha sido desencadenado. Veamos qué dice San Agustín en la obra mencionada (XX, Cap. 8), comprobando que no hay absolutamente nada de lo que la Iglesia no advirtiera o no esperara: "Si esta potestad se le permitiera largo tiempo (Es decir, que soltado del abismo se le permite hacer prodigios para afirmar a los hombres en el seguimiento del Anticristo), y contra la imbecilidad y flaqueza de tantos espíritus débiles, a muchos que Dios no quiere que padezcan, siendo fieles los derribaría y apartaría de la Fe, y a los que no fuesen fieles estorbaría que creyesen. PARA QUE NO HAGA SEMEJANTE ATENTADO, LE AMARRARON". Dios "maniato (al Demonio), para evitar que derrame y ejecute toda su malicia contra la multitud innumerable de los flacos, con quienes convenía multiplicar y llenar la Iglesia, y a los unos que habían de creer, no los desviase de la Fe de la verdadera religión, y a los que creían ya, no los derribase". "Le desatarán al fin (al Demonio), para que vea la Ciudad de Dios cuan fuerte contrario venció con tan inmensa gloria de su Redentor, favorecedor y libertador".
La verdadera Iglesia, entonces, será arrinconada, apretada y encerrada en las angustias de la tribulación, en el tiempo en que debe cesar el reino de los santos y la prisión de Satanás, a un mismo tiempo. Estará formada por un cierto número de hombres, pero no todos ellos se pueden considerar elegidos, pues como dice San Agustín (XX, Cap. 10), serán personas con disfraz y fingimiento "que hacen como que profesan la Fe, pero viven como infieles, porque fingen que son lo que realmente no son, y se llaman, no con verdadera propiedad, sino con falsa y engañosa apariencia, cristianos. Pues a esta misma Bestia pertenecen, no solo los enemigos descubiertos del nombre de Cristo y de Su Ciudad gloriosa, sino también la cizaña que se ha de recoger en Su reino, que es la Iglesia. En la consumación del mundo. ¿Y quienes son los que no adoran a la Bestia ni a su imagen, sino los que practican lo que insinúa el Apóstol "que no llevan el yugo con los infieles", PORQUE NO ADORAN, ESTO ES, NO CONSIENTEN, NO SE SUJETAN, NI ADMITEN, NI RECIBEN LA INSCRIPCIÓN, ES A SABER, LA MARCA Y SEÑAL DEL PECADO EN SUS FRENTES POR LA PROFESIÓN, NI EN SUS MANOS POR LAS OBRAS?"
Pero los que quedaron dentro de la verdadera Iglesia fueron capturados como peces en una red, que toma a buenos y a malos, los cuales estos, contribuirán para hacer la tribulación más grande. Estos pueden también ser considerados, aunque formando el cuerpo social de la verdadera Iglesia, como aliados y células del Anticristo. De unos de estos San Agustín dice (XX, Cap. 9): "¿Y cómo han de ser reino de Cristo los que aunque están allí, hasta que se recojan al fin del mundo todos los escándalos, BUSCAN SOLO EN ESTE REINO SUS INTERESES, SOLO LAS COSAS QUE SON SUYAS, PERO NO LAS DE JESUCRISTO?".
La verdad es que los fariseos del tiempo de Cristo, se escandalizarían de los fariseos introducidos en la Iglesia remanente. Estando en esos pequeños islotes de la Fe, en donde se ha conservado la Misa católica, los Sacramentos y la Doctrina, harán alarde de corregir la moral, las costumbres y hasta la vida privada de los prójimos, condenando con grandes y expresivas demostraciones de espanto, admiración y repugnancia las cosas que a su parecer desdicen de la pura ortodoxia, aun las mínimas palabras, llegando a condenar a los mismos ministros que se han visto arrojados con las chusmas ignorantes, igualadas, irreverentes y meteretes al mismo lugar. Estos aspaventeros harán indudablemente más pesado el camino de resistir y de conservar la Fe. ¡Cuánto daño han hecho a la Iglesia!. Estos hombres arrastrados por la marea, independientes y soberbios, se ostentarán con fanfarria y corneta ser los pilares de la ortodoxia, los verdaderos, y andarán todo el tiempo que la oportunidad que se presente, fastidiando a todos porque no escaparán el más alto y el más bajo. "La hinchazón de la soberbia -dice San Gregorio Magno en LOS MORALES (Lib. XXIII, Cap. XI, 20)- los hace imitar el celo que viene del Espíritu Santo. Grave angustia de los vanagloriosos no demostrar lo que saben, porque con dificultad pueden sufrir la fuerza que en lo de dentro les arde si se tardan un poco en manifestar todo lo que saben". Desesperados en enseñar a alguien algo, por dirigir algo o alguien, son tan ciegos como los hombres que se han quedado en la Iglesia de la apostasía, porque estando estos hombres de corazón de cocodrilo en el verdadero rebaño, ni valoran ni agradecen al Señor con espíritu humilde y con corazón contrito, reconociendo la bajeza propia, la enorme e inmerecida gracia de estar junto a los manantiales que dan la vida eterna. Esa ceguera que ha caído sobre el mundo, como un castigo de Dios por los pecados de los hombres, es anunciada por san Agustín: "...les enviará Dios el artificio del error, a fin de que crean la mentira y sean juzgados y condenados todos los que no creyeron la verdad, sino que consintieron y aprobaron la maldad". Y también: "...así serán alucinados y engañados con sus señales y prodigios (del Diablo), los que merecerán ser seducidos, porque no recibieron el amor a la verdad para que se salvasen. Y no dudó el Apóstol añadir: y por eso les envía Dios un espíritu erróneo, para que crean a la mentira y a la falsedad. Dice que Dios le enviará, porque Dios permitirá que el Demonio lo haga con intención inicua y maligna, para que sean juzgados, todos cuantos no creyeron en la verdad, sino que consintieron y aprobaron la iniquidad". Es es infinitamente bondadoso, pero ha establecido leyes que el hombre no puede traspasar sin caer por eso mismo en la más horrenda de las esclavitudes. La esclavitud del Demonio. El hombre se aparta de Dios, reniega de sus leyes, se entrega a la maldad y a la grave injusticia -que eso es iniquidad-, y a toda clase de pecados, y renuncia a la verdadera libertad, la de los hijos de Dios, primeramente, y por esto la consecuencia inseparable y automática es la ceguera del corazón y el embrutecimiento de la razón. ¡Hasta dónde tuvo que haber llegado la maldad, la injusticia, la persecución de la Iglesia, el pecado, la corrupción de la sociedad, para que se produzca el tiempo y la llegada del mismo Anticristo, que no es otra cosa que el producto exclusivo de la mano del hombre!.
La verdad es que los fariseos del tiempo de Cristo, se escandalizarían de los fariseos introducidos en la Iglesia remanente. Estando en esos pequeños islotes de la Fe, en donde se ha conservado la Misa católica, los Sacramentos y la Doctrina, harán alarde de corregir la moral, las costumbres y hasta la vida privada de los prójimos, condenando con grandes y expresivas demostraciones de espanto, admiración y repugnancia las cosas que a su parecer desdicen de la pura ortodoxia, aun las mínimas palabras, llegando a condenar a los mismos ministros que se han visto arrojados con las chusmas ignorantes, igualadas, irreverentes y meteretes al mismo lugar. Estos aspaventeros harán indudablemente más pesado el camino de resistir y de conservar la Fe. ¡Cuánto daño han hecho a la Iglesia!. Estos hombres arrastrados por la marea, independientes y soberbios, se ostentarán con fanfarria y corneta ser los pilares de la ortodoxia, los verdaderos, y andarán todo el tiempo que la oportunidad que se presente, fastidiando a todos porque no escaparán el más alto y el más bajo. "La hinchazón de la soberbia -dice San Gregorio Magno en LOS MORALES (Lib. XXIII, Cap. XI, 20)- los hace imitar el celo que viene del Espíritu Santo. Grave angustia de los vanagloriosos no demostrar lo que saben, porque con dificultad pueden sufrir la fuerza que en lo de dentro les arde si se tardan un poco en manifestar todo lo que saben". Desesperados en enseñar a alguien algo, por dirigir algo o alguien, son tan ciegos como los hombres que se han quedado en la Iglesia de la apostasía, porque estando estos hombres de corazón de cocodrilo en el verdadero rebaño, ni valoran ni agradecen al Señor con espíritu humilde y con corazón contrito, reconociendo la bajeza propia, la enorme e inmerecida gracia de estar junto a los manantiales que dan la vida eterna. Esa ceguera que ha caído sobre el mundo, como un castigo de Dios por los pecados de los hombres, es anunciada por san Agustín: "...les enviará Dios el artificio del error, a fin de que crean la mentira y sean juzgados y condenados todos los que no creyeron la verdad, sino que consintieron y aprobaron la maldad". Y también: "...así serán alucinados y engañados con sus señales y prodigios (del Diablo), los que merecerán ser seducidos, porque no recibieron el amor a la verdad para que se salvasen. Y no dudó el Apóstol añadir: y por eso les envía Dios un espíritu erróneo, para que crean a la mentira y a la falsedad. Dice que Dios le enviará, porque Dios permitirá que el Demonio lo haga con intención inicua y maligna, para que sean juzgados, todos cuantos no creyeron en la verdad, sino que consintieron y aprobaron la iniquidad". Es es infinitamente bondadoso, pero ha establecido leyes que el hombre no puede traspasar sin caer por eso mismo en la más horrenda de las esclavitudes. La esclavitud del Demonio. El hombre se aparta de Dios, reniega de sus leyes, se entrega a la maldad y a la grave injusticia -que eso es iniquidad-, y a toda clase de pecados, y renuncia a la verdadera libertad, la de los hijos de Dios, primeramente, y por esto la consecuencia inseparable y automática es la ceguera del corazón y el embrutecimiento de la razón. ¡Hasta dónde tuvo que haber llegado la maldad, la injusticia, la persecución de la Iglesia, el pecado, la corrupción de la sociedad, para que se produzca el tiempo y la llegada del mismo Anticristo, que no es otra cosa que el producto exclusivo de la mano del hombre!.
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