Vistas de página en total

lunes, 16 de septiembre de 2013

Cerdonianos, Cerintianos, Sociedad de Cristo-sacrum, Circonceliones o Scotopitas

CERDONIANOS
     Herejes del siglo II. Cerdon, su maestro, nació en Siria; siguió los errores de Simón Mago; fué A Roma en el pontificado del papa higinio, permaneció mucho tiempo allí, esparció su doctrina, ya en secreto, ya abiertamente. Reprendido por su temeridad fingió arrepentirse y reunirse a la Iglesia; mas su hipocresía fué conocida, y fué arrojado de Roma absolutamente.
     Como la mayor parte de los herejes de este mismo siglo sostenía Cerdon que este mundo no era obra de un Dios todopoderoso, sabio y bueno, así como tampoco la ley de Moisés, que le parecía imperfecta y demasiado rigorosa. En su consecuencia admitía dos principios de todas las cosas, el uno bueno y el otro malo: a este último era al que atribuía la fabricación del mundo y la ley de Moisés. El otro, a quien llamaba el principio desconocido, era según él el padre de Jesucristo; mas no confesaba que el Hijo de Dios se hubiese revestido realmente de la humanidad, que hubiese nacido de una virgen y sufriera verdaderamente los padecimientos y la muerte; todo esto, decia, no se lnzo sino en apariencia. No admitía la resurrección de los cuerpos sino la de las almas; por consiguiente suponía que estas morían con el cuerpo. Rechazaba todos los libros del antiguo Testamento, y no admitía del nuevo mas que el Evangelio de San Lucas; y aun este en parte. Los mismos errores fueron sostenidos por Marcion y sus discípulos.
     Muchos crítícos dicen que además de los dos principios, el uno absolutamente bueno y el otro malo por naturaleza, Cerdon, y Marcion admitían un tercero intermedio, que era de una naturaleza mixta, y a este es al que atribuían los herejes la creación del mundo y la legislación mosaica. Mas sí es verdad que, según su opinion, este principio mixto, aunque continuamente en guerra con el principio malo, aspira no obstante lo mismo que él a suplantar al Ser supremo y a someter a su propio imperio todos los habitantes de la tierra; este principio mixto nos parece mucho mas malo que bueno.
     Es un rasgo de perversidad no solo el rebelarse contra el Dios soberanamente bueno, sino el querer sustraer de su gobierno á los hombres que desea hacer felices. Según los cerdonianos, el Dios bueno ha enviado a Jesucristo su hijo a la tierra para destruir el imperio del principio malo y el del principio mixto, y para conducir háeia Dios a las almas que estos habían seducido. Los dos, dicen, se han unido contra Jesucristo, suscitaron contra él a los Judíos para crucificarle y darle muerte; mas como Jesús no tenia sino un cuerpo fantástico no pudieron obtener buen éxito sino aparentemente. Hé aquí pues el principio mixto, pretendido Dios de los Judíos, ser tan perverso como el principio malo ó el principe de las tinieblas; así la suposicioa de este principio intermedio no sirve para nada; no es sino un absurdo mas.
     Por otra parte, ó es el Dios bueno el que ha dado la existencia a los otros dos principios, ó son eternos y existentes por sí mismos como él. Si són eternos, es un absurdo el no suponerlos absolutamente buenos por naturaleza: ¿de qué causa ha provenido su malicia? Si es el Dios bueno quien los ha producido, ó ha sido imprudente y limitado en sus conocimientos, ó ha hecho mal en producirlos, y es responsable de todos los males que de ello han resultado.
     No es inútil observar que todas las herejías del siglo II tuvieron el mismo origen, a saber: la dilicultad de concebir que un Dios bueno sea el autor del mal: que haya producido criaturas sujetas a tantas imperfeciones y padecimientos, y haya impuesto a los hombres una ley tan rigorosa como la de Moisés. Los filósofos no concebían mejor que un Dios se hubiese humillado hasta encarnar en el seno de una mujer, revestirse de nuestras miserias y morir ignominiosamente sobre una cruz. Para salir de este embarazo, unos imaginaron dos principios coeternos, uno causa del bien, y el otro autor del mal; otros creían que Dios había producido muchos espíritus inferiores a sí mismo, y les dejó el cuidado de fabricar y gobernar el mundo.
     Los razonadores se dividieron entre estos dos sistemas; mas todos convinieron en sostener que el Hijo de Dios, que miraban como un ser muy inferior a Dios, no se había hecho hombre sino en apariencia, y no habia tenido mas que una carne fantástica y aparente.
     Es evidente para todo hombre que quiera reflexionar que el sistema de estos era no solo absurdo en sí mismo, sino incapaz de resolver ninguna dificultad. Porque últimamente, que el mismo Dios supremo haya hecho el mundo tal como es, ó que lo haya dejado fabricar a obreros impotentes é inhábiles, la falla por su parte era igual; que haya dado por sí mismo una ley imperfecta y viciosa, ó que la haya dejado establecer, el inconveniente es el mismo. ¿No es tan indigno de la divinidad el engañar a los hombres, fascinar sus ojos, inducirlos a errar con falsas apariencias de una carne humana, como revestirse de la miserias de la humanidad?.
     Mas los razonadores del siglo II, a pesar de su pertinacia, no se atrevieron a negar los hechos publicados por los apóstoles, el nacimiento, los milagros, la predicación, los padecimientos, la, muerte y resurrección, al menos aparente, de Jesucristo, porque todos estos hechos estaban probados por la notoriedad publica; no suscitaron ninguna sospecha contra la sinceridad y uena fe de los apóstoles. Este es el punto esencial. De esto resulta contra los incrédulos, que los apóstoles, no solo subyugaron a ignorantes, hombres credulos e incapaces de examinar hechos, sino a filosofos muy dispuestos ha contradecirlos, si hubiesen podido, y que no obstante confirmaron su testimonio.

CERINTIANOS. 
     Herejes del primero y segundo siglo. Su jefe fué Ceriuto, judío de nación ó de religión, que, despues de haber estudiado la filosofía en la escuela de Alejandría, se presento en la Palestina y esparció sus errores, principalmente por el Asia Menor.
     Algunos antiguos, en especial San Epifanio, creyeron que Cerinto era uno de esos judíos celosos por la ley de Moisés que querían sujetar a ella a los gentiles; que les pareció mal que San Pedro instruyera y bautizara al Centurion Cornelio; que alteraron la Iglesia de Antioquia, por su obstinación en guardar las ceremonias legales; que difamaban al apóstol san Pablo porque eximia de estas ceremonias a los que no eran judíos de nacimiento; mas parece que en esto san Epifanio confundió a los cerintianos con los ebionitas.
     Es mas natural referirse a San Ireneo que es mas antiguo. Según lo que dice, Cerinto no pareció hasta el reinado de Domiciano, hacia el año 88, y fué conocido del apóstol San Juan, que escribió su Evangelio para refutarle.
     Cerinto, conforme con las ideas de Platón, creía que Dios no habia criado el universo inmediatamente por sí mismo, sino que habia producido espíritus, inteligencias ó genios mas ó menos perfectos los unos que los otros; que uno de ellos habia sido el artífice del mundo; que todos lo gobernaban, y administraba cada uno una porcion de él. Pretendía que el Dios de los judíos era uno de estos espíritus ó genios, que era el autor de su ley y de los diversos acontecimientos que les sobrevinieron. No queria que se aboliese enteramente esta ley; juzgaba que era preciso conservar muchas cosas en el cristianismo.
     Decia que Jesús habia nacido de José y de María como los demás hombres, pero que estaba dotado de una sabiduría y de una santidad muy superiores; que en el momento de su bautismo, Cristo ó el Hijo de Dios habia bajado sobre él en forma de paloma, le habia revelado Dios Padre, hasta entonces desconocido, a fin de que le diera a conocer a los hombres, y le dió poder de hacer milagros; que en el momento de la pasión de Jesús, Cristo se habia separado de él para volver al lado del Padre, que solo Jesús padeció, murió y habia resucitado; pero que Cristo, puro espíritu era incapaz de padecer. Estos errores son los mismos que los de Carpócrates; mas parece que los discípulos de Cerinto añadieron otros despues.
     Se cree también que fué el autor de la herejía de los milenarios; que suponía que al fin del mundo Jesucristo volvería sobre la tierra para ejercer en ella sobre los justos un reino temporal por espacio de mil años; que durante este intérvalo los santos gozarían aquí abajo de todos los deleites sensuales. Esto es lo que dió lugar a algunos antiguos para atribuir a Cerinto el libro del Apocalipsis en el cual querían encontrar este pretendido reino de mil años; otros creyeron que Cerinto habia compuesto un Apocalipsis diferente del
de San Juan, y había enseñado en él este delirio.
     Es muy esencial el observar que Papias y los otros PP. antiguos, que también admitieron un reino temporal de Jesucristo por espacio de mil años, jamás lo concibieron como Cerinto; nunca creyeron que los santos gustarían sobre la tierra de deleites sensuales, sino de delicias puramente espirituales, según convienen a cuerpos resucitados, gloriosos, exentos de las necesidades de la naturaleza. Los incrédulos que han atribuido a los antiguos PP. el milenarismo de Cerinto trataron de engañar a los ignorantes.
     Las opiniones de este hereje dan lugar a observaciones importantes:
     1° Hé aquí un filósofo formado en la escuela de Platon, que, lejos de admitir en Dios una trinidad, no admite siquiera una dualidad, ni supone al Hijo de Dios igual a su Padre, sino que le considera como una criatura: ¿cómo se han atrevido los antitrinitarios a sostener que el misterio de la Trinidad era un dogma procedente de la escuela de Platón? Cuando se conocen los principios de este filósofo, se convence uno de que jamás pensó en suponer una trinidad en Dios.
     Cerinto no se dejó subyugar por los apóstoles, fué su adversario; no obstante, lejos de atacar el testimonio que dieron de los milagros de Jesucristo y de su resurrección, le confirmó; conviene en estos hechos esenciales, trata de dar razón de ellos por el poder sobrenatural comunicado a Jesús. ¿Querrán todavía decir los incrédulos que estos hechos no fueron creídos sino mucho tiempo despues, cuando no se podian comprobar, y por hombres sencillos e ignorantes, que no se tomaban el trabajo de examinarlos?
     Es preciso que Jesucristo haya enseñado clara y terminantemente que era el Hijo de Dios; si no se trataba mas que de una filiacion metafórica y por adopción, Cerinto no hubiera hecho mal en entenderlo según lo hizo; sin embargo, fué mirado como hereje y refutado por San Juan. ¿Con qué cara los socinianos y sus adictos, Locke, Bury, etc. se atrevieron a sostener que para ser cristiano bastaba creer que Jesucristo era el Mesías, el enviado de Dios; que el título de Hijo de Dios no significa otra cosa, etc.?
     No podemos dudar que San Juan compusiera su Evangelio para refutar a Cerinto, como dice San Ireneo, l. 3, c. 11. El apóstol ataca de frente a este hereje al empezar su narración. Dice: Al principio era el Verbo, él estaba en Dios, y él era Dios... todo ha sido hecho por él, y nada ha sido hecho sin él. Es pues error el enseñar, como Cerinto, que el creador del mundo no es Dios mismo, sino una virtud, una inteligencia, un espíritu distinto de Dios, interior a Dios, y que no conocía a Dios, San Ireneo l. 1, c. 26. Según San Juan este Verbo era la vida y la luz de todos los hombres; no ha dejado de ilustrarlos aunque fuese conocido; siempre ha estado en el mundo, y ha venido como a su propio dominio, aunque no haya querido recibirle. No es pues cierto que el mundo haya sido gobernado por genios subalternos, por espíritus criados, como decian Cerinto y Carpócrates; el mismo Verbo fué el que se hizo carne, que vivió y conversó con los hombres, y es Hijo único del Padre; él mismo fue el que nos le dió a conocer. Es pues falso que. Jesus y Cristo sean dos personajes diferentes, etc.
     San Juan no declama con menos fuerza contra estos mismos errores en sus cartas; trata de Antecristo a aquel que dice que Jesús no es Cristo (Joan, II, 22); que divide a Jesús (IV, 3); el que no cree que Jesús es el Hijo de Dios, (V, 10); el que no confiesa que Jesucristo vino en su propia carne, (II Joan, VII), etc. Ya veremos en otra parte que este apóstol no refuta menos claramente a los ebionitas, otros herejes contemporáneos de los apóstoles.
     No parece que subsistió por mucho tiempo la secta de los cerintianos, no se trata de ella desde Orígenes; probablemente se refundiria en alguna de las otras sectas del siglo II.
     Mosheim, (Hist. Christ, saec. I, § 70 é Instit. maj. 2° part. c. v, § 16), se ha dedicado a dar un plan seguido y un sistema razonado de los errores de Cerinto; mas creemos que hace muy poco honor a este hereje y a los demas sectarios del siglo II, porque está probado que eran muy malos razonadores. No puede persuadirse que Cerinto haya dicho que los deleites sensuales tendrian lugar en el reino de Jesucristo sobre la tierra por espacio de mil años. ¿Cómo este doctor, dice, habria podido caer en esta idea grosera cuando daba testimonio de la santidad eminente y de las virtudes sublimes de Jesucristo? Pero además de que no era ningún absurdo el suponer que Dios no exigia de los justos una vida tan pura y tan santa como la de Jesucristo, no basta una simple probabilidad para acusar a los PP. de haber querido hacer a Cerinto odioso, a fin de separar a los fieles del error de los milenarios del cual era autor. Esta sospecha no se aviene bien con la pretensión de los demás protestantes que dicen que todos los PP. de los primeros siglos propendían a este error.

SOCIEDAD DE CRISTO-SACRUM
     Tuvo principio en 1797 por Jacob hendrik-Onder-De-WyngaarT-Canzius, antiguo burgo-Maestre De Delft, A instancias de los menonitas, enemigos de los reformados. No tuvo una forma regular hasta 1801. De cuatro individuos llegaron a ser dos ó tres mil. Sus miembros repiten sin cesar que no son una secta sino una sociedad, con el fin de conciliar todas las religiones. Admite a todo el que cree en la divinidad de Jesucristo y en la redención del género humano, obrada por los méritos de la Pasión del Salvador. Esta declaración y su mismo titulo de Cristo-sacrum rechazarían la acusación de deismo dirigida contra ella. El culto se divide en culto de adoracion y de instrucción. El primero tiene lugar todos los domingos: se exponen en él las grandezas de Dios, manifestadas en las maravillas de la creación. El segundo es cada quince días: se desarrollan en él los principios de la religión revelada. Se celebra la cena seis veces al año. Los asistentes se prosternan en el templo durante la oración y la bendición. El número de miembros de esta secta disminuye progresivamente. 

CIRCONCELIONES O SCOTOPISTAS. 
     Donatistas de Africa en el siglo IV, llamados así porque andaban al rededor de las casas, en las ciudades y aldeas, bajo pretexto de vengar las injurias, reparar las injusticias y restablecer la igualdad entre los hombres. Ponían en libertad a los esclavos sin el consentimiento de sus patronos, declaraban solventes a los deudores y cometían mil desórdenes. Makide y Faser fueron los jefes de estos bandidos entusiastas. Al principio llevaban palos que llamaban palos ó bastones de Israel, por alusión a los que los israelitas debían tener en la mano al comer el cordero pascual; después usaron armas para oprimir a los católicos. Donato los llamaba los jefes de los santos, y ejercía por su medio venganzas horribles. Un falso zelo de martirio les impulsó a darse la muerte; los unos se precipitaron desde lo alto de las rocas ó se arrojaron al fuego, otros se degollaron. Los obispos, no estando en disposición de contener por sí solos estos excesos de furor, se vieron obligados a implorar la autoridad de los magistrados; se enviaron soldados a los parajes en que se acostumbraban reunirse los días de mercado público; hubo muchos muertos de entre ellos, los cuales fueron honrados como mártires por los demás. Las mujeres, perdiendo su dulzura natural, imitaron la barbarie de los circonceliones: se vieron muchas que, a pesar de su embarazo, se arrojaron por los precipicios. (Véase S. Agust., Haer. 69; Baronio, año 331, n. 9, 348, n. 26, etc, Prateolo, Filastro, etc.)
     A mediados del siglo XIII se dió el mismo nombre de círconceliones a algunos predicadores fanáticos de Alemania que siguieron el partido del emperador Federico, excomulgado en el concilio de Lyon por el papa Inocencio IV. Predicaban contra el papa, contra los obispos, contra todo el clero y los religiosos; pretendían que todos habían perdido su carácter, sus facultades y jurisdicción por el mal uso que hicieron de ellas; que todos los que seguían el partido de Federico obtendrían la remisión de sus pecados; que todos los demás serian reprobos y condenados. Esto fanatismo hizo mucho daño al emperador, y apartó de sus intereses un gran número do católicos. (Véase Dupin sobre el siglo XIII, p. 190).

No hay comentarios: