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viernes, 24 de enero de 2014

Del ayuno eucarístico

CAPITULO III
SACRAMENTO DE LA EUCARISTIA
Artículo primero 
Del ayuno eucarístico.

75. En qué consiste
     Por razones que no es del caso exponer, y que se resumen en la decencia y reverencia con que debe recibirse la Sagrada Eucaristía, la Iglesia ha impuesto, como un requisito, el ayuno, así llamado eucarístico, y que consiste en «la abstinencia total, desde la medianoche antecedente, de todo lo que tenga razón de comida o de bebida». Dicho ayuno ha sido tratado con mucha sutileza y diligencia por teólogos y canonistas. Pero no es ajeno a la Deontología médica. El concepto de ayuno es el vulgar y tradicional, estimado por el sentido común de los fieles. Pero algunas cuestiones suscita la profesión médica, que necesitan ilustración de la Moral, y al mismo tiempo ponen al médico en el trance de tener que ilustrar, por conveniencia, a los propios clientes.
     Antes de examinar esas cuestiones, conviene saber las condiciones para faltar al ayuno: 1) Que lo que se tome y vaya al estómago proceda del exterior, por consiguiente, los residuos alimenticios que suelen quedar en la dentadura, la sangre procedente de las encías, narices, lengua, etc., no quebrantan el ayuno, así como cosas que se reciben en la boca y sin deglutirlas son arrojadas. 2) Que tenga razón de comida o bebida, es decir, que sea materia digerible, al menos alterable en el estómago, aunque no nutra, y aunque se tome como medicina. 3) Que se tome en concepto de comida o bebida, no por modo de saliva o de aspiración; es decir, se exige el acto de deglutir. (Scotti-Massana: Cuestionario médico teológico, pág. 376. Traducción española. Barcelona, 1920. P. F. Capello, S. J.: De Sacramentis, vol. I, núms. 499 y sigs.  Ferreres, S. J.: Compendium theologiae moralis, vol. II, núm. 433).

76. Cuestiones relacionadas con la Medicina
     Vamos a aplicar ahora esa noción del ayuno a las cuestiones antes aludidas relacionadas íntimamente con la profesión médica.
     a) Lavados de boca.—Muy recomendados éstos por la Higiene, encuentran, sin embargo, una dificultad en el temor de los fieles de que el agua tal vez introducida en el estómago, involuntariamente, les impida comulgar. Contra este prejuicio podrá oponer el médico que las gotitas de agua que acaso queden mezcladas con la saliva no quebrantan el ayuno eucarístico, sin necesidad de escupir varias veces, con un escrúpulo que linda con la superstición (P. Cappello, ob. cit., núm. 602). Es más: si alguna gota de agua, aun sin mezclarse con la saliva, ha pasado —desde luego involuntariamente—, tampoco es obstáculo para la comunión (P. Génicot, S. J.: Instit. Theol. moralis, vol. II, núm 200.—Ferreres, obra citada, núm. 435, q. 2).
     b) Inyecciones.—Es opinión común de los moralistas que las inyecciones, aunque tengan por fin nutrir y fortalecer el organismo—con mayor motivo si tienen como fin tonificar, etc.—, no quebrantan el ayuno que se requiere para comulgar, por cuanto no se dan las condiciones requeridas para el quebranto del ayuno; sobre todo falta el acto vital de deglutir (Cappello, ob. cit., núm. 502, letra f. H. Noldin: Theologia moralis, «De Sacramentis», núm. 150).
     c) Los clisterios.—Tampoco rompen el ayuno los clisterios o lavativas que se ponen a los enfermos para nutrirlos. Dice Capellmann: «Según Liebreich, hacia el año 1630, se discutió mucho este punto entre médicos y teólogos. Hoy en día también tiene importancia por razón de las lavativas alimenticias, que no pocas veces se administran a los enfermos; pero nunca pueden éstas romper el ayuno, porque, si bien se dan para alimentar, de ninguna manera se toman por vía de comida o de bebida» (Doctores Capellmann-Behgmann: Medicina pastoral, pág. 257. Traducción española. 1913.  Cappello, ob., a. y lib. cit. Noldin, ob y lib. cit.). Otro procedimiento suele emplearse para la «nutrición artificial», que consiste en introducir en el estómago el alimento por medio de una fístula o cánula. De él dice Prümmer (Institutiones theologiae moralis, vol. III, núm. 199, nota 130) que daña al precepto del ayuno, por cuanto interviene la digestión estomacal, lo cual no ocurre en el procedimiento antes expuesto. Ciertamente, aunque la deglución sea sustituida por un procedimiento mecánico, el efecto de alimentar es el mismo y el sentido común dice que ya no hay ayuno.
     d) Los lavados gástricos.—Mucho se ha discutido sobre si el ayuno eucarístico se rompe o no con el agua introducida en el estómago mediante algún tubo o sifón para lavar el estómago, pero devolviendo el agua una vez conseguido ese efecto. En 23 de abril de 1890, un sacerdote obtuvo dispensa de la Sagrada Congregación del Santo Oficio para poder verificar ese lavado y después celebrar Misa.
     Una revista romana, Il Monitore Ecclesiastico (Octubre de 1896. Citado por el Cardenal Gasparri: De Sanctissima Eucharistia, vol. I, núm. 431), se pronunció por la inocuidad del procedimiento, con tal que el tubo no esté untado con aceite o glicerina. Lo combatió el citado Cardenal Gasparri. Pero son muchos los moralistas que no lo estiman comprendido en la prohibición de la ley del ayuno (Cappello, ob. cit., núm. 502, cita al Cardenal Gennari, Ojetti, Pighi, Many). Fúndanse en que no se cumple el concepto de bebida. Son de esta opinión Génicot, Noldin, Prümmer y otros. La autoridad extrínseca es mayor la que sostiene la licitud del procedimiento. Pero la razón no ve diferencia entre el agua u otro líquido empleado para el lavado; dice, además, que, si en vez de deglución, se emplea ese procedimiento, el efecto de introducir en el estómago un elemento digerible, como el agua, es el mismo. El que después se expulse, es algo accidental y posterior al quebranto del ayuno. Demás de que siempre queda algo de agua en el recinto estomacal. No obstante, es indudable que puede seguirse la opinión más común (El P. Cappello, ob. cit., la defiende. Cfr. Scotti-Massana, ob. cit., pág. 376).
     e) Unturas.—Para remedio de úlceras y otras finalidades terapéuticas, suelen emplearse pomadas a base de aceite, manteca, grasa, glicerina, etc., en la boca, garganta y estómago. ¿Se quebranta el ayuno? Comúnmente, dice el P. Ferreres, convienen los autores en que se rompe el ayuno si el canal empleado para el layado gástrico está untado al exterior con aceite o glicerina. Desde luego, si hay seguridad que ninguna parte, o sumamente pequeña, pasa al estómago, no hay dificultad. El empleo de esas unciones—independientemente del tubo o cánula— fácilmente es compatible con el ayuno si se aplica a la boca, pues puede con facilidad ser expulsada la materia grasosa sin que se pase parte alguna al estómago. Mayor dificultad, si no imposibilidad, existe para las unciones de la garganta, y mayor aún para las del estómago. En éstas parece no poder evadirse la prohibición de comida o bebida (Cappello. ob. cit., núm. 502, letra 1).

77. Descomposición de las especies sacramentales
     Como una extensión del ayuno eucarístico puede considerarse el lapso de tiempo que debe transcurrir después de la comunión sin tomar alimento. No existe precepto positivo; pero la decencia y reverencia con que debe ser tratada la Sagrada Eucaristía exigen un tiempo prudencial, a ser posible, mientras las especies sacramentales permanecen sin descomponerse en el estómago. Cualquier causa razonable puede excusar de tomar algo en seguida después de la comunión. Desde luego, puede tomarse una medicina o agua fría para contener el vómito, etc. (Doctor Capellmann, ob. cit., pág. 252.—CAPELLO, ob. cit., núm. 509).
     El tiempo que las especies sacramentales tardan en descomponerse es preciso tenerlo en cuenta, sobre todo para los casos de vómito y para verificar lavados del estómago. Dice Capellmann:
     «Aunque la digestión no siempre se verifica en igual tiempo, pues en cierto modo depende de la mayor o menor cantidad de liquido contenido en el estómago, de la mayor o menor secreción del jugo gástrico, de los movimientos estomacales, etc., puede afirmarse con seguridad que media hora después de la comunión la sagrada forma está enteramente digerida, y ya no existe. La división y disolución mecánica de las sagradas especies se realizan más pronto; pero esto, a mí parecer, no constituye la corrupción de dichas especies, sino que se requiere para ello que la acción química producida por el jugo gástrico y la saliva en las especies de pan lo transformen... El Cardenal Lugo (Disput. 10, de Euchar, n. 54) juzga que la partícula que se suele dar a los que no son sacerdotes, en un minuto queda en completa descomposición, y la especie de vino y la hostia mayor que éstos toman, en un cuarto de hora... Creemos que la media hora es el mínimo que se requiere para que pueda realizarse la verdadera y completa descomposición de las especies sacramentales. No creemos que sea tan notable como se supone la diferencia entre la hostia pequeña y la grande, pues aun ésta es relativamente tan insignificante, que con facilidad queda penetrada por el jugo gástrico y químicamente alterada casi en igual tiempo que la menor. Asimismo, consideramos que medía hora es suficiente para la completa descomposición de las especies del vino».
     Con todo, es menester que el médico examine y pondere lo que ciertos doctores, aludidos y no citados nominalmente por el P. Génicot, afirman en contra de la mayor digestibilidad de las hostias en razón de su exigüidad.
     «Los que han explorado este punto —dice Génicot— de una manera científica, atestiguan que frecuentemente cosas muy pequeñas se encuentran íntegras, después de varias horas, al ser extraídas del estómago. Sucede, pues, que una cantidad Insignificante de comida (en su opinión) es insuficiente para excitar la labor del estómago mediante la secreción del Jugo gástrico, de donde proviene que con alguna frecuencia en un estómago sano permanecen las sagradas especies sin descomponerse hasta que con una alimentación más abundante se excita la digestión estomacal.»
     Tanto Capellmann como Génicot rechazan la opinión de algunos de que «en la misma boca pierde la especie de pan su naturaleza, puesto que, por medio de la saliva, gran parte del almidón se convierte en azúcar. Esto es indudablemente falso. Porque una parte del almidón, por lo menos, y tal vez la mayor, conserva la especie de pan, que sólo se pierde cuando ya ha sido tragada o retenida un buen rato en la boca».
     El Cardenal Gasparri (De Eucharistia, II, núm. 1194) cita el testimonio de dos médicos: dice que se requiere media hora para la hostia menor y una para la mayor, y que en las enfermedades de estómago (cáncer, gastritis, dilatación) y en las fiebres, la digestión es más larga; aun después de dos o tres horas pueden estar sin descomponerse algunos fragmentos de hostia.

78. Los vómitos y lavados de estómago después de la comunión.
     a) Los vómitos.—Aunque no puedan darse reglas precisas sobre la descomposición de las sagradas especies, como hemos visto, con lo dicho puede orientarse el médico para, a su vez, dar una orientación a sus consultantes en los casos de vómitos. No vamos a ocuparnos expresamente de ellos en este momento. Pero recordamos dos clases que menciona el doctor Capellmann, a saber: el matutino y el de las mujeres embarazadas. Respecto del primero, dice:
     «Proviene del catarro crónico del estómago y de la faringe, o de uno de los dos, y por esto puede también presentarse aunque no haya precedido el abuso de los licores, por más que de ordinario suele ser consecuencia de los excesos en la bebida... Estos vomitadores matutinos corren, indudablemente, grandísimo peligro de arrojar también la sagrada forma; y como no están dispensados del ayuno natural, no les es lícito tomar antes de la comunión hielo u otro remedio contra el vómito. El único remedio que se les puede aconsejar es que los días que hayan de comulgar se levanten temprano, y no vayan a la iglesia sino después de concluido el vómito.»
     En cuanto al de las mujeres en los primeros meses de embarazo, dice:
     «Se les presenta también estando en ayunas o después de comer algo con muchísima frecuencia en los primeros meses, hasta que cesa en el tercero o cuarto; y como esto les acontece por disposición divina, deben abstenerse de comulgar hasta que, después de una experiencia de algunos días, puedan esperar que no se repetirá el vómito.»
     Ahora bien: si, a pesar de todas las precauciones que es justo tener para no exponer la Sagrada Eucaristía a peligro de irreverencia, sobreviene el vómito, el doctor Capellmann, consecuente con su norma de la media hora, dice que si aquél se produce antes, se debe observar la ley eclesiástica, según la cual las sagradas especies, si pueden distinguirse, regularmente «deben separarse con cautela y ser colocadas en lugar seguro hasta su corrupción, y entonces ser echadas a la piscina. Pero si las especies no aparecen, debe quemarse todo lo vomitado y echar en la piscina las cenizas» (Rúbrica del Misal, de defect., X. Se aconseja en este último caso recoger el vómito en estopa, algodón, paños, etc.). Pero ¿el estómago que produce el vómito está en aptitud de digerir en media hora las especies lo mismo que el sano? ¿No se ha de conceder probabilidad, por lo menos, a la opinión de los doctores citados por el Cardenal Gasparri, según los cuales los estómagos enfermos necesitan dos o tres horas o más? Por ser al menos probables estos testimonios, cree dicho autor, y otros con él, que no se puede provocar el vómito... dentro de tres o cuatro horas desde la comunión del Sacramento; pues ello indica que el estómago está enfermo y, por tanto, es probable que las especies sacramentales aún no se han corrompido en el estómago (Cardenal GASPARRI, ob. y lib. cit. Génicot, ob. cit., núm. 179. CAPFELLO, obra cit., núm3. 422 y 423). Y claro es que lo que se dice de provocar vale lo mismo para el vómito espontáneo.
     b) Los lavados del estómago.—Debe aplicarse el mismo criterio. El lavar el estómago después de la comunión, mientras exista el peligro de expulsar las sagradas especies, es ilícito. Por tanto, si, como ordinariamente acontece, el estómago que ha de ser sometido a un lavado digiere con dificultad, es menester esperar el tiempo suficiente para usar de ese remedio con la seguridad debida a la reverencia al Sacramento. Ya hemos visto que, según opinión de algunos médicos, perduran incorruptos los fragmentos de hostia por espacio de tres o cuatro horas en estómagos enfermos. Se debe, pues, oír al médico antes de proceder a usar de ese remedio, después de haber comulgado. Añade Génicot que si, después de comulgar, se ha tornado una considerable cantidad de comida, no es de temer aquel peligro, «pues es muy probable —dice— que si las sagradas especies no están digeridas, habrán sido impulsadas al intestino delgado por el empuje de los otros alimentos y, por consecuencia, que no serán expulsados juntamente con los alimentos contenidos en el estómago» (Genicot, Capello).
Dr. Luis Alonso Muñoyerro
MORAL MÉDICA EN LOS SACRAMENTOS DE LA IGLESIA

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