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lunes, 1 de julio de 2013

Berengarios

Berengarios
     Sectarios de Berenger. Era este arcediano de Angers, y después fué tesorero y maestre-escuela de San Martin de Tours, ciudad en que habia nacido. Se atrevió a negar la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía; hacia el año 1047 fué cuando empezó a dogmatizar. Condenado sucesivamente por muchos pontífices y por cinco ó seis concilios, Berenger se retractó de sus errores, firmó tres profesiones de fe católica, y otras tantas veces volvió á sus errores. Sin embargo, se cree que murió sinceramente convertido y desengañado de ellos. Algunos autores dicen que condenaba los matrimonios legítimos, y que sostenía que las mujeres deben ser comunes; que también reprobaba el bautismo de los niños; pero estas dos acusaciones no están probadas.
     Lanfranc y Guitmond se distinguieron entre muchos obispos y abades que escribieron con acierto contra él. Este último expone las opiniones y variaciones de los berengarios sobre el sacramento de la Eucaristía de la manera siguiente: «todos, dice, convienen en establecer que el pan y el vino no cambian esencialmente; pero difieren en que unos dicen que nada tiene del cuerpo y la sangre de Jesucristo, y que el sacramento no es mas que una sombra y figura, al paso que los otros, cediendo a las razones de la Iglesia sin abandonar su error, dicen, que el cuerpo y la sangre de Jesucristo están efectivamente contenidos en el sacramento, aunque ocultos bajo una especie de empanacion para que podamos tomarlos; pretenden que esta era la opinión mas sutil del mismo Berenger; otros creen que el pan y el vino son cambiados en parte; algunos sostienen que son cambiados enteramente, pero que cuando los que se presentan a recibirlos son indignos de ellos, la sangre y la carne de Jesucristo vuelven a tomar la naturaleza del pan y del vino". (Guitmond, contra Bereng. Biblia t. PP. p. 327)
     Por esta exposición se ve que los berengarios fueron los precursores de los luteranos y calvinistas en sus errores sobre la Eucaristía, que los unos y los otros se han encontrado en el mismo apuro, al tergiversar el sentido de las palabras del Evangelio. Por la couducta observada por la Iglesia con los primeros, es fácil conocer cual era entonces la creencia católica y universal, y si ha sido la Iglesia ó los protestantes los que quinientos años después la han innovado.
     Todos los escritores del siglo undécimo que han combatido a Berenger prueban que la doctrina de este era una novedad; que nadie hasta entonces la habia sostenido, a excepción de Juan Scoto Erígenos que la sostuvo en el siglo IX, y que fue condenada apenas se manifestó: también la anatematizó el concilio de Letran al que asistieron ciento trece obispos, el año de 1059.
     A pesar de los esfuerzos que han hecho los berengarios para propagar su doctrina en Francia, en Italia y en Alemania, los autores contemporáneos dicen que tenian pocos secuaces, y no quedaba ninguno cuando aparecieron Lutero y Calvino. Aunque el siglo XI no sea de los mas adelantados, no es creíble lo que dicen los protestantes que Berenger fuese muy mal refutado, y solo tuviese por adversarios a los monjes. Escribieron contra él los obispos de Langres, de Lieja, de Angers, de Brescia, y el arzobispo de Buan; sus obras subsisten todavía; el tratado del cuerpo y la sangre del Señor, por Lanfranc, arzobispo de Cantorberi; el de Guitmond, obispo do Aversa, cerca de Napóles y el del sacerdote Alger, Escolástico de Lieja, con el mismo título, son obras sabias y sólidas. Erasmo las tenia en mucha estima, y las prefería a todos los escritos de controversia que sobre el mismo asunto vieron la luz en el siglo XVI. Berenger conoció que no podia contestarlas, y se vió obligado a confesar su derrota. Las cartas y fragmentos que nos quedan de sus obras no nos dan grande idea de sus talentos y mucho menos de su buena fe.
     En las vidas de los Padres y de los Mártires, día 19 de abril, se halla una noticia exacta de la vida y de los errores de Berenger, y de las obras que se escribieron contra él. (Aun se encuentran datos mas extensos en la hist. de la Iglesia galic, t. 7, l. 20 y 21).
     La manera con que Mosheim habla de ellas, (hist. ecles. del siglo XI, parte 2a, c. 3, § 13 y siguientes), prueba a qué excesos puede conducir el espíritu sistemático a un hombre por otra parte ilustrado. Desde luego dice que Berenger era conocido por su saber y por la santidad ejemplar de sus costumbres; no ha podido menos de adular a un hereje. Pero el saber de Berenger está muy mal probado por lo que nos queda de sus escritos, y tres perjurios seguidos no dan mejor idea de su santidad.
     Dice Mosheim, que antes de este siglo no existia ninguna decisión de la Iglesia sobre el modo con que Jesucristo estaba en la Eucaristía, y que cada uno creia lo que le parecía. Si esto fuere cierto, probaria que Berenger fue muy temerario al querer explicar un misterio que todos se habían contentado con creer sencillamente, sin tratar de comprenderlo. Pero la verdad es, que hasta entonces la Iglesia católica había creido en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, como lo prueban todos los que escribieron contra Berenger. Lo que escribió Juan Scoto Erigenes en el siglo IX contra esta verdad, no tuvo éxito ni secuaces. Nunca se atrevió a decir el mismo Berenger que defendía el sentimiento general de los fieles, y que los obispos que le condenaban eran novadores. Ningún escritor de su siglo se aventuró a hacer su defensa.
     Porque San Gregorio VII trató a Berenger con mas miramientos que sus predecesores, le acusa Mosheim de haber abrazado la misma opinion; mas nos es fácil probar lo contrario. San Gregorio asistió en calidad de legado antes de ascender al pontificado al concilio de Tours celebrado el año 1051, en el que Berenger abjuró sus errores. En un concilio celebrado en Roma en el año 1059, y al que asistieron ciento trece obispos en el pontificado de Victor II, Berenger hizo profesión de fe según la cual creia que el pan y el vino ofrecidos en el altar son después de la consagración no solo un sacramento sino el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de nuestro Señor Jesucristo; que las manos de los sacerdotes tocan este cuerpo no solo en forma de sacramento, sino real y verdaderamente. Mosheim dice que esta doctrina era absurda e insensata. Un concilio de Ruan declaró en 1063 contra este mismo hereje, que en la consagración se transforma el pan por el poder divino en ta substancia de la carne nacida de la Santísima Virgen, y el vino se cambia verdadera y substancialmente en la sangre derramada por la redención del mundo.
     En un concilio celebrado en Roma en el pontificado de San Gregorio VII el año 1078 confesó Berenger, bajo la fe del juramento, que el pan puesto sobre el altar se convertía por la consagración en el verdadero cuerpo de Jesucristo, y el vino en la verdadera sangre que había salido de su costado. De aquí deduce Mosheim que Gregorio VII desechó la confesión de 1059, y la revocó aun cuando fué solemnemente aprobada por un pontífice en un concilio. Es evidente sin embargo que esta segunda fórmula no se diferencia de la primera, sino en que expresa con mucha mayor claridad la transubstanciacion.
     Berenger confesó al año siguiente en otro concilio, que el pan y el vino por la oracion y por las palabras de nuestro Redentor eran cambiados substancialmente en el verdadero y propio cuerpo de Jesucristo; estas son las mismas palabras que las del concilio de Rúan. Mas Berenger fue tan consecuente en esta protestación como en las dos anteriores.
     Como Gregorio VII no entabló nuevos procedimientos contra Berenger, deduce Mosheim que no detestaba su perfidia, y que probablemente pensaba como él. Por la misma razón podría decir también que los obispos de Francia abrazaron el partido de Berenger, puesto que a pesar de su tercera recaída no pronunciaron contra él nuevos anatemas, contentándose solamente con refutar sus errores de una manera que le redujo al silencio. 
     En un escrito de Berenger aparece que Gregorio VII le dijo: no dudo que tendréis buenos sentimientos en cuanto al sacrificio de Jesucristo conforme a las Escrituras; de aquí infiere Mosheim que este pontífice se inclinaba a la opinion de este hereje. Pero esta opinion era verdaderamente conforme a la Sagrada Escritura, y según esta opinion, la Eucaristía ¿podia llamarse un sacrificio? He aquí como ciega el espíritu de partido.
     Mosheim pone en ridículo a los escritores católicos que han afirmado la conversión de Berenger; pero él mismo da pruebas de ella. Dice que este personaje dejó al morir grande opinión de santidad; y ¿la habría dejado si todavía hubiese sido hereje? Dice que los canónigos de Tours honran todavía su memoria con un sufragio que hacen todos los años sobre su tumba; seguramente no lo harían si no estuviesen persuadidos que cuando murió estaba en la comunion de la Iglesia. Dice por último que Berenger en su obra pide perdón a Dios por el sacrilegio que cometió en Roma siendo perjuro: esto no prueba que todavía perseverase en sus errores. El monje Clario, Ricardo de Poitiers, el autor de la Crónica de San Martin de Tours, Guillermo de Malmesbury prueban que Berenger murió arrepentido y convertido. Este testimonio de los contemporáneos vale mas que las vanas conjeturas de los protestantes.
     Mosheim parece que copió todo lo que dice de Berenger de la historia de ta Iglesia por Basnage, lib. 24, c. 2. En ella se encuentran los mismos hechos y las mismas reflexiones. Todo está fundado en las aserciones de este heresíarca, convencido cien veces de impostura y de calumnia.

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