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martes, 15 de octubre de 2013

COMULGAD BIEN (19)

GENEROSIDAD
Maestro.—¿Has leído, mi querido discípulo, el hecho del Evangelio en el que representa a Zaqueo bajando de prisa del árbol en que había subido, para honrar a Jesucristo en su casa?
Discípulo.—Creo que sí; pero no lo recuerdo bien. Repítamelo.
* * *
M.—Se lee, pues, en el Santo Evangelio que Zaqueo, usurero, esto, es avaro y ladrón, al oír que Jesús pasaba junto a su casa, sintió gran deseo de verlo; pero el respeto humano y el miedo le hicieron subirse a un árbol, y desde allí, escondido entre las ramas, esperaba su paso. Pasaba, pues, el Salvador y, conociendo el estratagema de Zaqueo, alzó la vista y, mirándole fijamente, le dijo sin más razones: —Zaqueo, baja en seguida, porque hoy mismo quiero comer en tu casa.
     El pobre Zaqueo, lleno le vergüenza y confusión porque le han descubierto, de momento asómbrase a las palabras de Jesús, pero luego se precipita del árbol, corre veloz a su casa; cuenta, con rostro inmutado, a sus familiares el encuentro que ha tenido con el Divino Maestro y la forma como El mismo se ha invitado a venir a su casa, y dice que es necesario preparar inmediatamente, porque vendrá también con El sus apóstoles.
     La noticia llena de alegría todos los corazones: todos se preparan, y cuando llega Jesús con los apóstoles, está todo dispuesto.
     Siéntanse a la mesa en medio de la mayor intimidad; diríase que forman una familia de amigos que se conocen de mucho tiempo. Zaqueo y los suyos no se cansa de oírle hablar y se sienten entusiasmados de admiración.
     En medio de la conversación habla Zaqueo y dice:
     —Maestro: yo quiero acabar con esta vida usurera que llevo; daré cuatro veces más de lo que he defraudado.
     Todos se maravillaron de tamaña resolución; y Jesús, mirándole y sonriendo visiblemente conmovido, le estrechó fuertemente la mano, como diciéndole:
     —Así me gusta, esto esperé de tí; te lo reconozco y te bendigo.
D.—¡Hermoso es esto! Zaqueo, usurero, y por tanto, avaro, prepara un banquete a Jesús y a su comitiva... Zaqueo, usurero y ladrón, se arrepiente y propone restituir cuatro veces más de lo que ha robado... ¡Esto es un milagro!

M.—Sí, por cierto, un milagro de la bondad del Corazón de Jesús y de su misericordia para con los pobres pecadores. Jesucristo hizo este milagro, porque vió la generosidad de Zaqueo para con El, y la que estaba dispuesto a manifestar por el prójimo y por los pobres. Jesúcristo cambia el corazón del que es generoso para con El, para con la Iglesia y con sus pobres, suscitando en su corazón santos propósitos, infundiéndole valor y ánimo para realizar grandes obras.
     Las vidas de San José Cottolengo, de San Juan Bosco y de tantos otros Santos son testimonio patente de cómo Jesucristo bendice a los que son generosos con El, haciendo se multipliquen sus obras de caridad.
     Jesús no ama los corazones ruines ni a las almas roñosas, sino a las generosas.
     Así como dijo a Zaqueo: "Hoy mismo iré
a comer a tu casa", de la misma manera nos dice a nosotros todos los días: "Tomad, comed", pues, esto quieren decir aquellas palabras: "Hoy mismo comeré en tu casa", esto es, quiero unirme a ti, hacerme tuyo y hacerte mío. 

     No seamos, pues, del número de los descuidados ni de los rezagados, antes bien, procedamos como Zaqueo, obedezcamos con prontitud, con alegría y decisión a la invitación de Jesús; aun a costa de los mayores sacrificios tengamos la mesa preparada a toda hora, o sea, preparado nuestro corazón para recibirle dignamente. D.- Padre, ¿y cómo podremos manifestar a Jesucristo esa generosidad tan espléndida?
M.—Podemos manifestársela con la Comunión frecuente.

* * *
     Un celoso párroco de un pueblo montañés había preparado una Comunión general con motivo de la fiesta patronal. Pero hubo también quien organizó un baile público. ¿Qué combinación cabía en un pueblo tan pequeño entre la Comunión general y el baile? Ninguna.
     Pensando y más pensando, el buen párroco se determinó, para no perderlo todo, a reunir unas cuantas jóvenes de la Acción Católica y las benjaminas, para que, al menos ellas, procuraran no faltar a la Comunión, y que hicieran lo posible para que vinieran las demás.
     Lo hizo con tanto fervor y con tanto entusiasmo y fe, que obtuvo lo que deseaba. No faltó ni una sola de las ciento catorce del pueblo, y con ellas todos los feligreses, de tal manera, que al baile no acudieron más que algunas de las forasteras y alguna solterona impenitente.   
     La Comunión de aquel día fué especial por el fervor y por la manifestación de fe y de amor, hasta el punto de hacer derramar lágrimas al párroco y a los feligreses. 

* * *
     En otro pueblo habíase predispuesto una hermosa jira en tren para visitar un célebre santuario, distante unos cincuenta kilómetros, debiendo comulgar todos antes del desayuno.
     Todo estaba dispuesto, y esperando ya el tren ciento cincuenta jóvenes de la Acción Católica, con su párroco al frente. Mas he aquí que se recibe un telegrama diciendo que el tren viene con una hora de retraso.
     El párroco, que debe participar tan desagradable noticia a los jóvenes, les dice: Queridos jóvenes, Dios quiere poner a prueba vuestra generosidad: el tren trae una hora de retraso, y por tanto es necesario en este caso optar por una de las dos cosas: o renunciar al paseo, o dejar la Comunión: escoged vosotros.
     Apenas había acabado de hablar el párroco, cuando todos a una gritaron: —La Comunión, la Comunión—. Y así diciendo, fueron a oír la Santa Misa y a comulgar.
     Estos, como puede ver, son ejemplos de sublime generosidad que Jesucristo agradece y estima mucho. ¡Qué hermoso sería si se multiplicaran en todas partes!

Pbro. Luis José Chiaverino
COMULGAD BIEN

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