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lunes, 7 de octubre de 2013

Fiesta de Nuestra Señora del Rosario


     Génesis y significado de la fiesta. — La fiesta del Santísimo Rosario fue instituida en acción de gracias por la famosa victoria naval reportada sobre los turcos en Lepanto, el domingo 7 de octubre de 1571, el mismo día en que tenían lugar las procesiones de las cofradías del Rosario (La existencia de estas cofradías se remonta a la segunda mitad del siglo XV. Véase Th. Esser, O. P., citado por Beringer, Die Ablasse, 1900, p. 650). San Pío V había decretado que este acontecimiento se conmemorase el 7 de octubre, con el título de Conmemoración de Nuestra Señora de la Victoria; pero Gregorio XIII, por decreto de 1.° de abril de 1573, reemplazó esta conmemoración por la fiesta de Nuestra Señora del Santísimo Rosario, que se celebra el primer domingo de octubre. Después de una nueva victoria de los cristianos sobre los turcos, alcanzada el 5 de agosto de 1716, en Hungría, junto a Peterwardein, y de la liberación de la isla de Corfú, Clemente IX extendió esta festividad a toda la Iglesia. León XIII (breve Salutaris Ille, 24 de diciembre de 1883) añadió a la letanía de la Virgen la invocación Regina Sacratissimi Rosarii, y elevó (1887) la fiesta a rito doble de segunda clase. El rezo público y cotidiano del Rosario durante el mes de octubre débese también a este Pontífice, cuya insigne devoción se echa también de ver en una serie de Encíclicas y Letras pontificias.     
     La primera de esas Encíclicas sobre el Rosario data de 1.° de septiembre de 1883. Sucédense regularmente de año en año, desde 1891 hasta 1897, formando con las de 1.° de septiembre de 1883 y de 30 de agosto de 1884 un total de diez Letras pontificias, invitando al mundo a la práctica del Rosario y a la devoción a la Santísima Virgen. Añadamos aún a estos monumentos de la piedad de León XIII, el decreto Inter densissimas, del 11 de septiembre de 1887, consagrando el mes de octubre a la Virgen del Rosario, la carta del 20 de septiembre de 1887 a los Obispos de Italia y la C. Ubi primum, 2 de octubre de 1898, reorganizando las cofradías del Rosario.
     Sabido es con cuánto celo los hijos de Santo Domingo se ocupan en fomentar y desarrollar esta grande y hermosa devoción.

Plan de la meditación
     Procuraremos, por medio de esta meditación, acrecentar nuestra estima a una devoción tan apreciada en la Santa Iglesia, y comprender bien cómo debemos rezar el Rosario. A este fin veremos sucesivamente el poder del Santo Rosario, los consuelos que nos reserva su rezo y, finalmente, el espíritu que, al rezarlo, debe animarnos.

MEDITACIÓN
«Per te ad nihilum redegit inimicos nostros". 
(Judith XIII, 22). 
     Por ti el Señor redujo a la nada a nuestros enemigos.
     1er. Preludio. — Recordemos brevemente las circunstancias que dieron lugar a la institución de la fiesta del Santísimo Rosario.
     2.° Preludio. — Imaginémonos a la Virgen tal cual se apareció en Lourdes, pasando las cuentas del Rosario e invitándonos a rezarlo.
     3er. Preludio. — Pidamos instantemente a la Virgen que nos enseñe también a manejar con éxito el arma del Santo Rosario.
nuestra señora del rosario.

1. PODER DEL ROSARIO
     I. Hay que recordar que toda nuestra fuerza sobrenatural dimana, en el orden presente, de los méritos adquiridos por el Salvador durante su vida mortal y de la intercesión de la Virgen Santísima, que nos alcanza la aplicación de estos méritos. Consideraremos ahora la devoción del Rosario, en la cual la meditación de los misterios de nuestra salvación (En el notable estudio citado más arriba, demuestra el dominico R. P.. Esser, que dos Cartujos de principios del siglo XV, Domingo de Prusia y Adolfo de Essen, tuvieron el mérito de introducir en el Rosario la meditación de los misterios de la vida, pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo) va unida a la invocación, incesante de la Madre de Dios. Solicitamos, pues, con ella formalmente la aplicación de los méritos de Jesucristo por medio de la Santísima Virgen. En cuanto está de nuestra parte ponemos en acción toda la mediación de justicia juntamente con toda la mediación de gracia. Presentamos a los ojos de Dios este victorioso cuadro que Él mismo propuso a nuestra esperanza ya desde un principio: el de la mujer por excelencia, aplastando con su hijo y por medio de Él la cabeza del dragón infernal. Nada hay más capaz de disponernos para todos los divinos favores.
     II. Esforcémonos, después de bien penetrados de esta verdad, en sacar de ella la consecuencia práctica de rezar bien el Rosario. Procuremos ofrecer a Dios los méritos de Jesucristo y la intercesión de la Santísima Virgen, y a este fin, fijemos nuestra atención, ya en el misterio, ya en las palabras dirigidas a María.

II. CONSUELOS QUE NOS RESERVA EL REZO DEL SANTO ROSARIO
     I. Ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Ruega por nosotros tú, que siempre eres oída; que tienes más que nadie participación en los misterios de tu divino Hijo. Mientras nosotros presentamos a Dios los méritos de este Hijo. Hermano nuestro por adopción, une a ellos la eficacia de tu poderoso socorro.
     Ahora, es decir, en todas las necesidades presentes.
     Y en la hora de nuestra muerte, en aquel momento que va a decidir la victoria.
     He aquí lo que, al rezar el Rosario, repetimos cincuenta veces a la excelsa Madre de Dios.
     ¿Qué cosa puede haber más consoladora en la necesidad y en la desdicha, que la conciencia de un auxilio triunfador ? ¿Qué cosa más dulce, en el momento supremo, que la certidumbre de una asistencia siempre victoriosa? El Rosario cotidiano nos procura esta fuerza y asistencia.
     II. Mas, para producir en nosotros esta certidumbre se ha de rezar con piedad y convicción. ¡Ah! si la fe nos hiciese recordar el valor de esta oración, comprenderíamos por qué hacía las delicias de un San Francisco de Sales y de un San Alfonso de Ligorio; seríamos del número de aquellos que por nada del mundo quieren omitirla, y esta fidelidad nos llenaría de fortaleza en nuestros apuros y dificultades. En la hora de la muerte, si la enfermedad no ha extinguido en nosotros la vida intelectual y moral, el recuerdo del Rosario rezado con fervor vendrá espontáneamente a consolarnos (Citemos, a propósito de la palabra que subrayamos, una leyenda sencilla muy en boga en la Edad Media y cuya enseñanza merece recordarse. Cierta mujer piadosa llamada Eulalia, rezaba cada día tantas Avemarias como salmos había oído decir que había en el Salterio. Mas para llegar exactamente a este número rezaba con precipitación. La Virgen la advirtió que rezase más despacio y la dócil sierva de María resolvió desde entonces no rezar sino 50 Avemarias diarias en vez de 150, pero con mayor atención. Véase Thurston o Boudinhon, art. cit.). ¿Por qué no recordar una idea tan consoladora durante nuestra vida? Nuestra confianza acá abajo es la medida de todas las misericordias de lo alto.

III. ESPIRITU CON QUE DEBEMOS REZAR EL ROSARIO
     1. Debemos rezar el Rosario con el espíritu de un soldado valeroso que maneja un arma, instrumento de victoria. ¿No es continuo el combate? ¿Y la historia del Santo Rosario no nos muestra en él un arma invencible?
     2. Debemos también rezarlo como cristianos que se interesan por la suerte de todo el ejército de Cristo. Meditemos estas palabras de León XIII en el Oficio de la fiesta: «No dejemos de venerar a la Madre Santísima de Dios con un homenaje que le es tan agradable, a fin de que, después de haber alcanzado tantas veces a los fieles de Cristo por la invocación del Santísimo Rosario la completa victoria y la destrucción de sus terrenales enemigos, les conceda asimismo triunfar de los enemigos infernales». Estas solemnes palabras nos revelan la persuasión del Papa: estamos ahora más directamente en lucha con las fuerzas del infierno, y el Rosario ha de ser el arma de salvación para la Iglesia. Recemos, pues, frecuentemente el Rosario por las necesidades de la Iglesia y por las intenciones del Sumo Pontífice.


COLOQUIO
     En un fervoroso coloquio, ofrezcámonos a Cristo por medio de su Madre, decididos a combatir valerosamente por su causa; pero pidámosle, en cambio, la gracia de saber aprovecharnos de las fuentes de gracia que El nos ha abierto y la de rezar con devoción y con fruto unas preces tan recomendadas por la Iglesia. Ave María.
R.P. Arturo Vermeersch S.I.
MEDITACIONES SOBRE LA SANTÍSIMA VIRGEN

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