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miércoles, 30 de octubre de 2013

Los Muertos

     Hijo mío, sé bueno para con tus muertos. Cuando la hierba ha crecido sobre su tumba y cuando todos han olvidado su recuerdo, tú piensa en ellos, ruega por ellos.
     Ellos han partido, tú te has quedado; pero ¿acaso se ha roto para siempre el lazo que te une con esos seres queridos?
     Cuando vivían no podías estar sin ellos, te parecía a veces que estabas atado a ellos, no sólo por el corazón, sino por las entrañas mismas; y porque ahora están desterrados de aquí y porque un velo impenetrable los separa de tu alma, ¿los olvidaréis?
     No; no, hijo mío. El viento ha secado las lágrimas que vertiste sobre sus despojos, pero el tiempo no ha podido desecar tu corazón.
     Piensa en ellos, como piensas en los seres queridos ausentes, que un viaje te ha alejado por algunos días, pero que en tiempo no lejano volverán.
     Ve más lejos: no te contentes con depositar coronas sobre su sepulcro; las coronas es Dios quien las da; tú dales tus oraciones.
     Sabiendo que es el sacrificio de la Misa el que libera a las almas, encarga al sacerdote lleve al altar el recuerdo que tú guardas de ellos y les aplique los méritos de la sangre del Redentor.
     Por todos los medios que estén a tu alcance, a través de todos los abismos de la eternidad, tiéndeles una mano caritativa.
     ¿Quién sabe si ellos no esperan de tu piedad el fin de sus sufrimientos expiatorios y su entrada en el mundo de la gloria?
     Hijo mío, sé bueno para con los muertos.

1 comentario:

Ernesto dijo...
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