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jueves, 6 de febrero de 2014

EL SACRIFICIO DE LA MISA (31)

TRATADO II
PARTE I: LA ANTEMISA 
SECCIÓN I: EL RITO DE ENTRADA 
6. Salutaciones. El beso del altar

     386. Al llegar el papa al altar, en el solemne culto divino del siglo VII, tenían lugar una serie de salutaciones, que consistían, según antigua costumbre, en dar el ósculo de paz a los asistentes más inmediatos y a los dos objetos centrales de la liturgia, que ambos representan a Cristo, a saber, el libro de los evangelios y el altar. De todas estas salutaciones ha sobrevivido solamente la del altar.

Salutaciones entre el celebrante y sus ministros
     Con todo, aun hoy tenemos en la misa pontifical el rito de saludarse entre sí el celebrante y sus asistentes; tres cardenales presbíteros dan al papa a su llegada al altar el ósculo de paz, y tres cardenales diáconos repiten luego la misma ceremonia después de la incensación del altar. En algunas iglesias de Francia existió semejante costumbre durante toda la Edad Media (Sacramentario de Ratoldo; ordinario del grupo Séez). Más tarde, dándole a la vez un sentido más profundo, esta ceremonia se trasladó al final del Confíteor (Juan de Avranches (De off. eccl.): el sacerdote saluda al diácono y subdiácono. Cf. el ordinario de Bayeux) En el rito de Sarum, en Inglaterra, los ósculos de saludo del diácono y subdiácono se incluían en el rito de todas las misas solemnes, aun en las celebradas por simples sacerdotes (El centro de irradiación de esta costumbre manifiestamente es Normandía). El celebrante acompañaba la ceremonia con aquellas palabras que encontraremos en la ceremonia del ósculo de paz antes de la comunión donde se usaba ya en tiempos más antiguos: Habete osculum pacis...

El beso del evangeliario
     387. Durante más tiempo se mantuvo en uso la ceremonia de besar el libro de los santos evangelios, y en la misa pontifical se ha conservado hasta el día de hoy. El obispo, después de llegar al altar, besa en el evangeliario que le ofrece el subdiácono, el principio del evangelio del día (Caeremoniale episc., II, 8, 33; I. 10. 2. También en el cód. Chigi, el subdiácono ofrece el libro al obispo del mismo modo que lo había hecho durante el Confiteor). Muchas veces estaba el libro puesto sobre el altar, y entonces se besaba primero el altar y luego el libro. Encontramos también el orden inverso, pero con menos frecuencia; a veces se consideraba el ósculo que se daba al libro como dado también al altar (Sacramentario de Ratoldo; el libro está abierto sobre el altar; a éste le precede otro ósculo del libro. Misal de Lieja): Deinde osculans evangelium super altare dicat. Lo mismo hay que suponer en los demás representantes del grupo Séez, que no mencionan el altar en absoluto). Desde el siglo X acompañaban la ceremonia las siguientes palabras: Pax Christi quam nobis per evangelium suum tradidit, confirmet et conservet corda nostra et corpora in vitam aeternam (Sólo excepciónalmente aparecen también otras fórmulas: por ejemplo, Ave sanctum Evangelium, salus et reparatio animarum nostrarum, misal de Troyes. Cf. sacramentario de S. Denis).

El beso del Crucifijo
     388. A partir del siglo XII había que venerar además otro objeto, a saber, el crucifijo que desde aquel tiempo se encontraba puesto sobre el altar (El crucifijo hasta el siglo XVI no formaba una sola pieza con su soporte, así que fácilmente se podía sacar y, montándolo sobre una pértiga, emplear como cruz procesional). Se saludaba igualmente besándolo (Entre los ejemplos más antiguos está el misal de Seckau (hacia 1170) y un sacramentario del siglo XII de Verona, que no menciona el ósculo del evangelio. Además del ósculo del altar y del evangeliario). Hacia fines de la Edad Media, sin embargo, el objeto de la veneración no era ya la talla del crucifijo que estaba sobre el altar, sino su imagen que se encontraba en el misal, al principio del canon o en otra cualquier miniatura (Ordinario de la misa de Augsburgo, de los siglos XV-XVI: el sacerdote, en el lado izquierdo del altar, besa en primer lugar con el Pax Christi el evangelio del día; luego, en el lado derecho, la imagen del Crucificado en el misal, diciendo el Tuam crucera), de modo que, al venerar el crucifijo, se veneraba al mismo tiempo el evangeliario, más aún, el mismo altar (Misal de Toul (ss. XIV-XV), donde dice la rúbrica: Postea osculatur pedes imaginis Crucijixi in canone. También el ósculo de la patena (con la cruz) substituye las demás reverencias: Alphabetum sacerdotum, misal de Tours. En otros sitios este rito se divide en un ósculo del Crucifixus y de la Majestas Domini (unida generalmente a la señal del prefacio). Así, además del ósculo del altar, en el misal de Vich (1547) con las fórmulas Adoramus te y De sede majestatis benedicat nos dextera Dei Patris. Cf. el Ordo de Ruán). Acerca de los cuadras correspondientes en las misales de la Edad Media. No pocas veces se ven aún claramente las huellas de los besos). Es curioso observar cómo dos misales de los siglos XIV o XV piden también el ósculo para la Virgen y San Juan, que están al pie de la cruz (con las palabras Ave María y Sancte Iohannes optime, absolve... Parece que se trata de las figuras plásticas de la Virgen y de San Juan, que, a partir del siglo XIII, con frecuencia estaban unidas al crucifijo (Braun, Das christliche). Un paso más se dio en esta evolución en el misal de Haus (s. XV), en el que al ósculo del crucifijo sigue un Salve Regina, con versículo y oración), pues este hecho representa un ejemplo típico de la mentalidad gótica, tan preocupada por los detalles. Hay mucha variedad en las oraciones que acompañan este acto de veneración de la santa cruz. Generalmente están tomadas del tesoro ya existente de oraciones para la veneración de la cruz (Oraciones nuevas sólo se empleaban en casos aislados; véase el dístico O crux mihi certa salus en Ebner, 306), como, por ejemplo, las palabras de la liturgia del Viernes Santo: Tuam crucem adoramus, Domine, o el verso Adoramus te, Christe, al que se junta un versículo (Per signum crucis; Qui passus es; Omnis térra); y una oración, por ejemplo, el Respice quaesumus. Estos ritos de veneración, en sí muy secundarios, como entorpecían la marcha central del desarrollo de las ceremonias, fueron suprimiéndose durante la baja Edad Media en muchos ordinarios de la misa (El Liber ordinarius de Lieja (hacia 1285) menciona para la misa solemne sólo el «ósculo del texto» (Volk, 89, lín. 25); para la misa privada, el ósculo del altar (101, lín. 17), y ambas veces sin palabras que lo acompañaseny se eliminaron definitivamente por el misal de Pío V. Sólo se ha conservado el ósculo del altar, que muy probablemente es, de todos los ósculos litúrgicos, el más antiguo; y esto es ciertamente un buen ejemplo de cómo en tiempos posteriores se puede volver a las formas primitivas.

El beso del altar
     389. El único ósculo del altar que se menciona expresamente en el primer Ordo Romanus es el de la llegada del celebrante al altar (Además se refiere a otro ósculo cuando se dice del papa que, después de la recogida de las ofrendas, sube definitivamente al altar: salutat altare. En el pontifical de Laón (s. XIII) se menciona expresamente este segundo ósculo del altar (Leroquais, Les Pontificaux, I, 167). Así, pues, cuando el sacerdote después de subir las gradas besa al altar, no cabe duda de que tal ósculo tiene una significación especial entre los demás que en el decurso de la misa le siguen, según la costumbre actual. Es, como ya dijimos, la salutación solemne del lugar en que se va a realizar el sagrado misterio.
     390. Esta ceremonia es un reflejo de la cultura antigua, en la que fue costumbre general venerar el templo besando sus umbrales. Pero también se solía besar las estatuas de los dioses o, por lo menos, enviarles un beso, como lo hacía el pagano Cecilio cuando pasaba por delante de una estatua de Serapis, según cuenta Minucio Félix. De una manera semejante se saludaba con un beso el altar, y parece que también la mesa de familia antes de sentarse en ella (Todavía en la actualidad es costumbre entre los capuchinos el besar la mesa al principio y al final de la comida), como objeto en cierto modo venerando. No era extraño, pues, que tal costumbre de venerar los lugares sagrados se aplicase en el cristianismo al nuevo lugar sagrado, y como en el fondo se trataba de una costumbre de la vida cotidiana, aplicada al culto religioso, su adopción por el culto cristiano no podía suscitar aquellos reparos que por lo demás se oponían a otras costumbres paganas. Hacia fines del siglo IV aparece la veneración del altar como costumbre general del pueblo cristiano, lo cual hace suponer que se usaba también en la liturgia. Esta hipótesis adquiere mayor verosimilitud al considerar que este mismo ósculo de veneración se encontraba al principio de la misa en las liturgias sirio-occidental, armenia y bizantina.

Varias interpretaciones de este beso
     391. Al principio se quería saludar con el beso sencillamente al altar, mensa Domini. Pronto, sin embargo, su sentido se hizo más profundo, por la idea de que el altar, erigido con piedras, representaba a Cristo mismo, que es la piedra angular, la roca espiritual. El ósculo se refería, pues, a El. Al aumentar la devoción a los mártires en los principios de la Edad Media, se hizo costumbre el dotar a cada iglesia con reliquias de mártires para que todas fueran santuarios de mártires, y finalmente se aplicó este principio a cada altar, que hoy día debe contener un sepulcro de mártir o, por lo menos, algunas reliquias (Es verdad que en la antigüedad se solía besar el sepulcro de los mártires (Dolger, 209ss); con todo, la misma distancia de tiempo demasiado grande, seguramente ha hecho que no influyera en la costumbre de besar el altar considerándolo como sepulcro de mártires). De este modo, el ósculo del altar llegó a ser a la vez acto de veneración de los mártires y, con esto, de la Iglesia triunfante en general. De ahí la explicación que de él da Inocencio III, diciendo que, por el ósculo del altar, Cristo en la persona del obispo saludaba a la Iglesia, su esposa (Inocencio III. De s. alt. mysterio, II, 15: PL 217, 807).

Las fórmulas que le acompañan
     392. En la oración que hoy día se dice al besar el altar se combina el recuerdo de los mártires con el deseo del perdón de los pecados al expresar por última vez el deseo de purificación de los pecados: Oramus te Domine. Esta fórmula aparece por vez primera en el siglo XI, con la rúbrica dum osculatur altare (En la Missa Illyrica (hacia 1030), al ósculo del altar antes del ofertorio: Oro te, Domine. A. Reiffenstuel (Jus canonicum, III, 40, n. 40) conoce misales más antiguos según los que se suprime esta oración cuando no hay reliquias en el altar). Es un oración privada del sacerdote (peccata mea), y por eso carece de la fórmula final: Per Christum Dominum nostrum, con la que termina el Aufer a nobis. Existen también otras fórmulas para acompañar el ósculo del altar, que a veces llegan a presentarse con la aludida terminación (Así en Ratisbona: Descendat, q. D, Spiritus (Beck, 264); ya en el sacramentario de Boldau (hacia 1195) (Radó, 42). Una fórmula parecida a las de oración, también en Augsburgo (Hoeynck, 372) y generalmente expresan el ruego de perdón de los pecados (La fórmula Precibus et meritis (Kóck, 107 113) se dice, como en otros documentos más antiguos, al besar el altar hacia el final de la misa. La bendición A vinculis peccatorum (al lado de Oremus), en el Ordo de la capilla papal, hacia 1290 (ed Brinktrine en «Eph. Liturg.») Como casos aislados se encuentran en este lugar también apologías (se emplea la fórmula Omnipotens s. Deus qui me peccatorem, que acompaña el primer ósculo del altar en la Missa lllyrica; en el cód. Chigi y en el sacramentario de Boldau (Radó, 42), donde se encuentra toda una colección de fórmulas). Sin que le acompañase oración alguna —circunstancia que revela con mayor claridad su sentido originario de simple saludo—, un ósculo del altar se encuentra aún hoy al principio de otras funciones religiosas, a saber, de la bendición de los cirios en la fiesta de la Candelaria, de las palmas en el domingo de Ramos y al principio de la función religiosa del Viernes Santo. Pero aun en algunas fuentes de la baja Edad Media se da el caso de que el celebrante besa el altar o el libro al principio de la misa sin rezar oración alguna (Así en Inglaterra, en Suecia y en el misal de Vich (1547) (Ferreres. 66). Cf. en Italia (Ebner, 328). El antiguo rito cisterciense conocía este ósculo sin oración ya antes de las oraciones al pie del altar, al llegarse por vez primera al mismo (Schneider en «Cist.-Chr.»). Cf. el misal de Troyes).



Aumenta su frecuencia
     393. Todavía nacía el año 1200 se besaba en Roma únicamente el altar al principio y final de la misa y en un paso del canon, que no se indica con más precisión en las fuentes (Inocencio III, De s. alt. mysterio, III,. El Líber usuum O. Cist., c. 59, no anota más que tres ósculos del altar). Un siglo más tarde es ya costumbre general besar el altar en todos los momentos de la misa en que se hace hoy día (Durando, IV, 39, 5s. Más o menos, lo mismo en un misal franciscano del siglo XIII, donde este ósculo se subraya especialmente, señal de que es nuevo. Ebner, 313ss. Sólo los ósculos antes del Orate, fratres y el ósculo de la paz son nuevos en el misal de San Vicente (hacia 1100) y en el sacramentario de Módena (antes del 1174) así como en un sacramentario del siglo XII de Camándula). En cambio, el Ordo Cluniacensis del monje Bernardo (hacia 1068), ya conoce los ósculos antes del Orate, fratres, al principio del canon y en el Supplices te rogamus (I. 72; Herrgott. 264s), es decir, además de los casos ya mencionados, cada vez que el sacerdote se vuelva al pueblo para saludarlo, al principio del canon y en el Supplices (Durando (IV, 39, 7) menciona también la costumbre de trazar con tres dedos una cruz sobre el sitio donde se besa el altar. Esta complicación del rito se ha suprimido en el misal de Pió V expresamente: non producitur signum crucis... super id quod osculandum est (Ritus serv., IV, 1).


Interpretaciones alegóricas y sentido verdadero
     394. No puede sorprender el que entre los actuales comentadores de la misa exista cierta perplejidad ante la frecuencia de esta ceremonia, que a algunos parece exagerada (Así parece a J. B. Lüft (Liturgik, II). En cambio, Gihr (368, nota 1) es de opinión contraria. El rito de los dominicos, hasta la actualidad no conoce más ósculos que al principio y al final (Missale iuxta ritum O. P.). Unas veces se dice que con el ósculo el celebrante saluda a los santos, con el fin de ganarse su intercesión y renovar la comunión con ellos antes de empezar a celebrar el sacrificio y cada vez que saluda a la Iglesia militante; otras piensan que el sacerdote antes de dar el saludo a los asistentes, sobre todo en forma del ósculo de paz, tiene que recibirlo del altar, o sea del mismo Cristo, o se interpreta esta ceremonia sencillamente como renovación simbólica de la unión con Cristo. Como interpretación alegórica es admisible; pero por eso no se debe olvidar que el sentido primitivo del ósculo del altar no es otro que venerar debidamente al altar, por lo menos al principio y final de la misa y probablemente también cuantas veces hay que saludar al pueblo.

P. Jungmann S. I.
EL SACRIFICIO DE LA MISA

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