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domingo, 2 de febrero de 2014

La Purificación

DÍA 2 DE FEBRERO
INTRODUCCIÓN

Génesis y significación de esta festividad. 
     La fiesta de la Purificación y Presentación en el Templo, común a Cristo y a su Madre, ya se celebraba en Jerusalén a fines del siglo IV. En Oriente es principalmente una fiesta del Señor y está clasificada entre las principales del año; mientras que en Occidente, a pesar de la gran parte concedida en la liturgia al misterio de la Presentación, es para los fieles una festividad de María.
     Parece que la Iglesia Romana acogió esta idea en el siglo VI, en tiempo de Justiniano, o poco después; fue introducida, a lo más en el siglo VII en España, y en el VIII en Francia y en Alemania.
    Los griegos la llaman la fiesta del encuentro del Señor, por la intervención de Simeón y de Ana, la profetisa. La piedad cristiana ha visto en estos personajes a los representantes de la antigua ley, en el momento de tributar homenaje al autor de la nueva.
     En nuestros ejercicios para el mes de mayo nos ocuparemos más minuciosamente y por partes de este gran misterio de la Presentación de Cristo y Purificación de Nuestra Señora. Las meditaciones que allí propondremos, se acomodan perfectamente a la fiesta de 2 de febrero. En este lugar presentaremos una simple contemplación, en la cual, sin muchos pormenores, recorreremos piadosamente toda la serie de los hechos que integran el misterio, discurriendo sobre cada uno de ellos y dejando que las reflexiones broten espontáneamente en nuestro entendimiento. El carárter mixto de la solemnidad hará que consideremos ya a Jesús, ya a su bendita Madre.

CONTEMPLACIÓN

Cum simplicibus sermocinatio ejus
(Prov. III, 32).
Dios comunica sus secretos a los corazones sencillos y rectos.
     Plan de, la contemplación
    En el primer punto nos ocuparemos de la Presentación y de la Purificación en el segundo del encuentro con Simeón en el tercero del de la intervención de Ana, la profetisa.

     l.er Preludio. —En el día fijado por la ley, María y José se dirigen modestamente al templo de Jerusalén. Lleva María en sus brazos al Niño Jesús para presentarlo a su Eterno Padre, y ella va a someterse al rito de la Purificación. San José la acompaña, para hacer por María la ofrenda de los pobres: dos tórtolos o dos palominos. He aquí que, a la entrada del sagrado edificio, un santo anciano reconoce al Salvador y predice a María que este Niño, que por sí mismo es fuente de bendiciones, ha de ser contrariado y perseguido, por lo que se convertirá para muchos en ocasión de ruina. Una espada traspasará el alma de María y se mostrará a plena luz el fondo de muchos corazones. Una santa viuda llamada Ana, sobreviene a su vez y siente a la vista de Jesús un inefable consuelo, del que se apresura a hacer participantes a los que la rodean, y no cesa de elogiar al Niño, que le ha sido concedido ver, admirar y amar.
     2.° Preludio. — Figurémonos con toda precisión el camino que conduce al templo de Jerusalén, luego la entrada del sagrado edificio y uno de sus atrios.
     3.er Preludio. Pidamos la gracia de conocer más y más a Jesús y a María y de imitarlos en su espíritu de sacrificio.

I. LA PRESENTACIÓN Y LA PURIFICACIÓN

     Apliquemos sucesivamente nuestra atención a las consideraciones siguientes:
     1. ¿No es muy extraño, a primera vista, el sencillo y modesto proceder que la Virgen y San José observan después del Nacimiento temporal del Verbo divino? Nada ha cambiado en su método de vida y en sus ocupaciones.
     Pero ¿qué esplendor humano podría convenir al infinito? En el cálculo de las distancias siderales, el espacio que separa las dos extremidades de la órbita en que la tierra se mueve, desaparece como cantidad despreciable. Igualmente, para la Majestad de Dios, lo mismo da la riqueza que la miseria terrestre.
     A nosotros, que debemos habituarnos a juzgar las cosas desde el punto de vista divino, ha de conmovernos muy poco el brillo exterior, principalmente aquel de que pudiéramos vernos rodeados.
     2. María y José caminan, sin avergonzarse de aparecer vestidos con la librea de una honesta pobreza. No buscan atraerse las miradas. La virtud les enseña a practicar este desasimiento de los bienes de acá abajo y a conquistar esa elevación de sentimientos, cuya teoría no podrá, sin gran esfuerzo, comprender la sabiduría humana.
     Y nosotros, a quienes tan claramente se nos inculcan la teoría y la práctica, ¿desplegamos tal grandeza de alma? ¡Cuánto buscar, tal vez, el lujo y la elegancia, a lo menos en cuanto son asequibles según nuestro estado! ¡Qué de secretos artificios para hacer valer nuestros escasos méritos!
     3. No fue difícil para María pasar como pobre; pero le fue muy costoso andar con las apariencias de haber contraído alguna mancha, aunque solamente fuese legal. Ninguna humillación penetraba tanto en su corazón como ésta, y sin embargo, sopórtala con paciencia y con tal modestia, que nada se notó en ella. Si otras madres llegaban al templo a la misma hora, ningún testigo podia decir: «Entre estas mujeres hay una exenta de la ley y que se sujeta a ella con obediencia enteramente voluntaria».
     Tal es la nota de una exquisita humildad, que presta a Dios su obediencia. María va más allá del precepto, se conforma con las comunes observancias y no alega razones para dispensarse o excusarse. ¡Cuánta belleza moral puede encubrir un proceder cristiano, aun en las cosas más pequeñas!
     4. Jesús es presentado a su Padre. ¡Cómo se inmola en su corazón! ¡Qué total oblación de sí mismo! La hace mientras permanece en los brazos de su Madre. La Madre ratifica la oblación del Hijo.
     Insistamos un poco en el gran ejemplo de generosidad propuesto aquí a los hombres en general, y más particularmente a los padres y a los hijos. El hombre, criatura tan amada, no puede presentarse a Dios, sino para ofrecerse a él generosamente, sin reserva y sin límite. La bondad de Dios, lo mismo que sus derechos, repugnan a toda restricción. Sin embargo, cuando se trata de sacrificios reales, de aquellos en que se ofrece algo de nosotros mismos, obligándonos a renunciar a una satisfacción actual, a una acariciada perspectiva, ¡ cuántas perplejidades, cuántas demoras, cuántas repulsas! ¡Cómo regateamos a Dios lo poco que nos pide, sabiendo cuánto nos ha dado! La generosidad tal vez es más rara en los padres que en los hijos. La ternura irreflexiva de aquéllos cierra muchas veces a éstos la más hermosa de las carreras, y se cumple a la letra la palabra del Señor: «El hombre halla sus enemigos en sus parientes» (Matth. X, 36). ¿Es esto una prueba de verdadero amor en los padres? ¿Es buscar el verdadero provecho de aquellos a quienes aman? ¿No es, acaso, descubrir una segunda intención personal? Y Dios, con todo, no pide sino para devolver y para recompensar magníficamente. ¡Muy inspirados están los que le dan; dichosos los que se sacrifican por Él! Gocémonos de tener alguna cosa que Dios pueda codiciar.
     Mas ¿por qué es rescatado Jesús? Puesto que pretende sacrificarse realmente a su Padre, parece que nada debe ofrecerse para rescatarlo.
     Pero quiere que se cumpla toda justicia (Matth. VII, 15); Él, hombre: Perfecto, se somete a todo cuanto se exige de los hombres.
     Omitir la ceremonia del rescate hubiera sido derogar las costumbres y provocar extrañezas y críticas.
     Pero, además, se nos ocurre una aplicación espiritual. Jesús que era todo de su Padre, debía ser también nuestro. Al ser rescatado, nos es, en cierto modo, devuelto. Pagáronse por Él cinco siclos.
     La exigüidad de este precio, representa muy bien los presentes que a Dios ofrece nuestra humanidad en retorno de todo cuanto recibe de Él. ¡Cuán poca cosa son nuestros dones! ¡Ofrezcámoslos, a lo menos, de todo corazón!

II. LLEGADA DE SIMEÓN
     1. Nos muestra el Evangelio, en este noble anciano, un hombre justo y timorato, en comunicación con el Espíritu Santo. ¡Cómo crece bajo esta acción divina y cómo es consolado!
     Si vivimos muy puros y muy recogidos, la santa unción del Espíritu de Dios llenará nuestra alma, transformando nuestra vida, nuestro obrar y aun nuestro exterior. ¿No es éste, por ventura, el sello de la santidad que distingue a los hombres verdaderamente entregados a Dios?
     2. Simeón había recibido la promesa de ver al Salvador, y lo estrecha en sus brazos. ¡Oh, cómo da Dios más de lo que promete!
     Gustemos del grande y santo gozo de este anciano, más capaz de satisfacer su corazón que todos los placeres de acá abajo.
     Pensemos que una fe más viva nos haría sentir una dicha mayor en cada una de nuestras comuniones. Más que en nuestros brazos, está entonces Jesús en nuestros corazones.
     3. «¡Ahora, exclama el varón de Dios, dejad en paz a vuestro siervo!» ¡Cuánta razón tiene! La posesión de Jesús es prenda de paz inagotable. En Él y con Él tenemos toda garantía, toda esperanza, todo bien.
     4. Levantándose luego, a más elevadas consideraciones, ve el santo anciano desarrollarse ante sus ojos todos los destinos del género humano, que parecen dimanar de esta oblación: la salvación a todos ofrecida; aceptada por algunos para su indecible gozo; rehusada por otros y convertida así en ocasión de su más honda ruina.
     He aquí el Niño puesto como signo de contradicción.
     Y esta profecía continúa realizándose a nuestra vida. Jesús es contradicho, y salva: contradicho en su persona, en su doctrina, en sus discípulos, en su Iglesia; y salva por su persona, por su doctrina, por sus discípulos, por su Iglesia.
     Aquí encontraremos algo, que nos confortará en medio de las calamidades que afligen a la religión, que nos moverá a contribuir a la obra de la salvación y también a reflexionar. ¿No contradicen a Jesucristo nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestros actos?
     5. La contradicción de que es blanco el Hijo, halla un doloroso eco en el corazón de la Madre.
     Al fin de su predicción, Simeón anuncia que una espada de dolor pasará de parte a parte el corazón de María. El consuelo de la Virgen, en este mundo no se verá nunca exento de pena.
     ¡Conmuévanos el destino de Nuestra Madre!
     El gozo sin mezcla no es de esta tierra. Decididamente debemos apartar cualquier ilusión contraria. Pero tanto el gozo como la pena pueden santificarnos. Éste es el secreto de la verdadera sabiduría.

III. LA PIADOSA VIUDA
     1. Admiremos ante todo la vida que, aun antes de Jesucristo, sabían llevar los justos. ¡Cuántos años hacía que esta buena mujer estaba entregada a la oración y a la mortificación! Era la vida edificante que a su sexo y a su edad convenía. Era el camino de su santificación. Era su apostolado. ¡Y nosotros, en plena luz del Evangelio, cuán atrás nos quedamos!
     2. Ana tributaba a su manera homenaje al Señor. Confitebatur, loquebatur, dice el sagrado texto, no cejaba en sus palabras y protestas de fe y devoción, y Dios acepta estas sencillas demostraciones. ¡Cuán fácil es complacerle cuando se le busca con rectitud!
     3. Notemos finalmente con Bossuet, cómo campea la idea de sacrificio en este misterio y cómo se cierne sobre él. Sangrienta inmolación de una paloma, inmolación futura del Hijo de Dios, sacrificio interior de Jesús y María, vida sacrificada de Simeón y Ana.

COLOQUIO

     Resumamos al fin de esta meditación las reflexiones que más nos han movido y los propósitos que hubiéremos hecho como fruto de estas reflexiones. Ofrezcamos un ramillete de ellas por José a María y por María a Jesús.
A. Vermeersch S.J.
MEDITACIONES SOBRE LA SANTÍSIMA VIRGEN

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