Y pocos los elegidos
Siempre he meditado con santo temor el final de la parábola de los invitados al banquete: «Muchos son los llamados y pocos los elegidos".
Sí, son muchos los llamados. ¡Cuántas almas que sienten en su interior la voz amorosa de Cristo que las llama a tomar parte con Él en la siega de esas innumerables espigas maduras ya!
¡Cuántas también que han respondido a esa voz y lo han dejado todo, deseosas de seguir al divino Maestro, y llenas de santo entusiasmo!
Y, sin embargo, ¡qué pocas las que fielmente perseveran en el camino comenzado, en la tarea emprendida!
Se dejaron dominar por el desaliento unas; se cansaron otras en la dura brega de cada día; otras se dejaron atraer por los engaños del enemigo, y abandonaron el campo...
Y otras..., y otras..., ¡qué pocas las que han perseverado con fidelidad!
Yo las he ido viendo caer, desertar, abandonar al Maestro, al Esposo...
Ilusionadas unas con servirle en otra parte...
Fatigadas otras quejándose de su debilidad y de su inconstancia, pero incapaces de un verdadero esfuerzo...
Infieles otras al contrato que un día habían firmado voluntariamente con alegría y con entusiasmo, que, sin embargo, no supieron conservar...
Unas llevaban el corazón sangrando de dolor y los ojos llenos de lágrimas, porque comprendían, a pesar de todo, a quién abandonaban...
Pero otras se iban frías, indiferentes, duras, insensibles...
Muy pocas, pero también algunas, ¡pobrecitas!, se imaginaban recobrar una libertad que creían haber perdido...
¡Cuántas veces he llorado sobre ellas!
¡Cuántas veces deben haber caído sobre ellas las lágrimas del divino Maestro! Él las había llamado. Él las había llenado de gracias. Él las había contado entre sus almas predilectas. Y ahora... le abandonaban.!
Señor, ¿por qué esas inconstancias?... ¿Por qué esas cobardías?... ¿Por qué esas ilusiones..., esos engaños?...! Y también, ¿por qué esas traiciones, que hieren tu Corazón amante?
Yo sé la respuesta a esos y a otros muchos por qué.
Unos se fiaron demasiado de sus propias fuerzas...!
Otros fueron abandonando el fervor primero...
Otros, con su imprudencia, no supieron defenderse de los engaños del enemigo, que busca siempre el manjar escogido...
Otros se dejaron enredar en los lazos del orgullo, despreciaron los consejos de los que les querían bien...
Otros quisieron defenderse solos y el enemigo astuto era más fuerte que ellos, y no pidieron auxilio a los que se lo podían y querían dar...
Y así, el abandono de la oración, la negligencia en la guarda del corazón y de los sentidos, el derramamiento a las cosas exteriores..., fueron minando los cimientos de una vida espiritual, que no se había solidificado todavía... Y vino la ruina. La casa edificada sobre arena no resistió a las corrientes de las aguas, a los vientos, a las tempestades.
Yo tengo los mismos peligros.
Tengo que defenderme contra mi curiosidad, contra mi inconstancia, contra mi volubilidad, contra mi soberbia, contra todos esos espíritus de las tinieblas que me rodean y que me hacen la guerra.
¡Pobre de mí si me duermo en mi defensa!
El enemigo no duerme; está siempre vigilante.
Ese enemigo trata de quitarme la vestidura nupcial de los que han entrado en el convite.
Y sin esa vestidura, ¡ay!, vendrá la sentencia del Señor:
Mittite eum in tenebras exteriores: echadlo fuera..., era de los llamados... Pero no fue digno..., y no es de los elegidos: Pauci vero electi.
Señor, no permitas que me aparte de Ti.
Alberto Moreno S.I.
ENTRE EL Y YO
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