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miércoles, 9 de abril de 2014

DEL SACRAMENTO DEL ORDEN (I)

CAPITULO V
DEL SACRAMENTO DEL ORDEN
Artículo primero 
El médico y el celibato eclesiástico.

95. Razón de este articulo.—96. Posibilidad de la continencia.—97. Libertad del matrimonio.—98 La continencia y la salud.—99. Conclusiones sobre la conducta del médico.

95. Razón de este artículo.
     Es un hecho que nadie puede ignorar que Jesucristo, ya con su ejemplo y palabras, ya por el conjunto de verdades que vino a revelar, invitó a sus discípulos a practicar el celibato. Era conocida de antiguo y justamente estimada la continencia, aun entre los paganos. Pero no se había llegado a hacer de ella un estado permanente de vida. Este honor corresponde al Cristianismo. En la ocasión que los fariseos dieron a Jesucristo de hablar sobre el matrimonio, terminó la conversación con estas palabras: «Sus discípulos le dijeron: «Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse.» El les dijo: «No todos son capaces de esto, sino aquellos a quienes es dado...» Y hay eunucos que a sí mismos se castraron por amor del reino de los cielos. El que puede ser capaz, séalo» (San Mateo, cap. XIX, v. 10 y sigs.). Y el Apóstol San Pablo, siguiendo a su Maestro, dedica todo el capítulo VII de su epístola a los de Corinto, al matrimonio y a la virginidad, en términos que pueden condensarse de esta manera: «el matrimonio es bueno, la virginidad es mejor». No es extraño, por tanto, que a la medida que se iba anunciando el Evangelio, hiciera magníficos progresos esta angélica virtud entre los fieles de ambos sexos, granjeándose respeto y honores en todas partes.
     Y así sucedió también que ese estado fuera elegido por la Iglesia para la porción escogida para ser depositaría de los poderes espirituales en la tierra. A la potestad espiritual, divina, convenían vasos puros, de inmaculada pureza. Por otra parte, la renuncia a los placeres sexuales y a los cuidados del matrimonio, dejaba al ministro del altar libre para consagrarse al cuidado de las almas y dilatación del reino de Dios. Mas esto, que parece cosa clara a un alma iluminada por la fe, ha merecido una guerra descarada por parte de los heresiarcas, como Joviniano y Vigilancio, en el siglo IV, combatidos por San Jerónimo y San Agustín (C. Hergenrother: Historia de la Iglesia, t. II, págs. 98 y sigs. Traducción española. Madrid, 1884) y los protestantes del siglo XVI, condenados por el Concilio Tridentino (Sesión XXIV, cans. 9 y 10). Y toda vez que de la Medicina se han sacado argumentos para ganar a la Iglesia esta controversia, no puede mostrarse ajena a esta cuestión la Deontología médica. No son de hoy los razonamientos deducidos de la Medicina. Leyendo a Zacchías parece que está uno leyendo las objeciones de última moda y las respuestas que merecen (Quaestiones medico-legales, lib. VI, tít. I, q. 5, núms. 20 y sigs.). De unas y otras vamos a ocuparnos brevemente por la importancia que tiene —y de ello es buena prueba el proceder de los adversarios— el que la clase médica no se desoriente en asunto de tanto interés y en el que una palabra del médico puede ser decisiva en la vida de un alma que quiere consagrarse a Dios en estado célibe, y del que un reparo de índole fisiológica o terapéutica puede apartarle.
     En tres clases pueden agruparse las objeciones contra el celibato: a) su imposibilidad; b) su oposición al bien social; c) el perjuicio causado a la salud de los célibes. Las proposiciones contrarias son cabalmente las verdaderas.

96. Posibilidad de la continencia.
     Si hemos de creer a ciertos médicos, la función sexual es una necesidad fisiológica, como la de la nutrición, y un instinto irresistible de la naturaleza (Scotti-Massana: Cuestionario médico teológico, pág. 191. Traducción española. Barcelona. 1920.—G. Payen: Deontologie médicale, cap. XV, 53. IV.—Doctor San Román: ¿Continencia? ¡Sensualismo?, cap. III. San Sebastián, 1938). ¿Será esto verdad? ¿Y cómo puede armonizarse con la predilección que Dios ha demostrado por la virginidad y con la invitación que hace para abrazarla? Discurriendo a priori, ya se ve que no puede estimarse imposible, sin ofensa gravísima a Dios, un estado al que Dios mismo llama con caracteres que distinguen la vocación. Lo que puede ser imposible para la naturaleza entregada a sus tendencias, resulta posible y hasta fácil para un alma que confía en el divino llamamiento y a quien Dios promete sus auxilios Pero, juzgando esa objeción a posteriori, ¿no ve cualquiera que no esté ciego por una pasión sectaria que debe ser posible lo que es en realidad un hecho? ¿Quién no ve y admira una legión de sacerdotes y religiosos de ambos sexos que observan como es debido la continencia? Esto es una verdad. Con una falta de lógica que espanta, de faltas aisladas de castidad, se construye una afirmación general, y con temeridad inicua se lanza la nota de hipocresía sobre todos. A éstos, más o menos influidos del espíritu de Voltaire, no nos dirigimos. Las personas rectas, desprovistas de prejuicios o suficientemente capacitadas para sobreponerse a ellos, por propia observación conocerán aún fuera de los estados celibatarios, a hombres y mujeres, adultos y jóvenes, perfectamente organizados, que guardan la castidad. Luego es posible. Y si temporalmente, por tiempo más o menos largo, es posible ser casto, ¿por qué no puede serlo de por vida quien libremente, por motivos espirituales gratos a Dios, se consagra al servicio divino en un plan de vida ordenado al cielo?
     Estudiando la cuestión desde el punto de vista biológico, vemos que en las tendencias sexuales y en los actos propios de ollas intervienen centros nerviosos y glándulas de secreción interna. ¿Es posible influir en unos y otras? En cuanto a los primeros, dice J. Medina (Herencia y eugenesia, págs. 174 y sigs. Burgos. 1932):
     «Todo el mundo conoce el Influjo que ejercen en las tendencias sexuales las sensaciones visuales, auditivas, táctiles... para excitarlas. La observación aquí está al alcance de toda persona normal.» «... Pero esos mismos centros nerviosos tienen influjo sobre las tendencias sexuales para inhibiros y frenarlas, aun en el momento de mayor excitación y vehemencia. Es un hecho conocido de antiguo por todos los médicos y sacerdotes...»
     No menos posible es el ser casto por parte de las hormonas que se fabrican en las glándulas sexuales, y que, entregadas a la sangre, van a obrar sobre los centros nerviosos y sobre otras glándulas. La raíz de la dificultad está en que se acumulen los factores que influyen en la secreción de las hormonas: internos (el estado de ánimo, las preocupaciones, la fatiga del trabajo intenso, una impresión desagradable, la imaginación y, sobre todo, la costumbre) y externos (la temperatura, la alimentación, el conjunto, en fin, de circunstancias que forman el medio ambiente). Preguntar, pues, si es posible ser casto, equivale a preguntar si es posible sustraerse a los factores externos y dominar los internos con una voluntad decidida. Y, desde luego, es cierto que, si se quiere, se puede obtener esa victoria con el auxilio de la gracia de Dios, que no lo niega a quien se lo pida. Para ello es preciso disciplinar la voluntad de tal modo que no se insubordine contra la razón y a su vez sujete los sentidos, sin hacer concesiones a los estímulos de la carne, y encauzando las energías hacia un ideal noble (G. Payen, ob. cit., núm. 4. Véase nota del doctor Bermejillo en el apéndice).
     Es posible, pues, afortunadamente, la castidad. Pero si no lo fuera, había que autorizar el adulterio a los casados que sufren una larga separación o por otros motivos no pueden realizar la unión conyugal, y asimismo la fornicación a los que, a pesar de su buena voluntad, no hallan con quién casarse, o se ven impedidos de hacerlo según sus conveniencias. ¿Que esto es absurdo? Pues absurda tiene que ser una teoría que lleva a esas consecuencias, tan contrarias a la razón como opuestas al bien general de la Humanidad.

97. Libertad del matrimonio.
     De nada serviría haber demostrado la posibilidad de la continencia, si es verdad, como desde hace muchos siglos se viene objetando, que el matrimonio es, por ley natural, obligatorio. Ni carece de todo fundamento la objeción. Dios parece haber impuesto esa obligación al pronunciar aquellas palabras: «Creced y multiplicaos» (Génesis, I. 22). La aptitud fisiológica y la tendencia a formar familia parecen exigir que todos los individuos contribuyan a la propagación de la especie. El celibato, en cambio, es la negación de esa finalidad, y tiende, de suyo, a la extinción del género humano.
     Ocupándose de esta dificultad, Santo Tomás (Summa Theolooica, 2-2, q. 152, art. 2.', y Summa contra gentes, lib. III, capítulo CXXXVII) dice:
     «El precepto dado sobre la generación se refiere a toda la generalidad de los hombres, a la multitud, a la que es necesario no sólo multiplicarse en cuanto a los cuerpos, sino también progresar en el orden espiritual. Por tanto, el bien de la multitud está asegurado si algunos realizan la obra generadora, mientras otros, absteniéndose de ella, se consagran a las cosas divinas, contribuyendo a la belleza y a la salud del género humano, como acontece en un ejército, Que unos custodian el campamento, otros llevan los estandartes, otros pelean con sus espadas.»
     Tal vez no es necesario ver precepto en las palabras del Génesis. Sin duda, el matrimonio es necesario a la conservación de la especie humana. Pero ¿no es suficiente la misma inclinación natural que impulsa a la mayor parte de los hombres a la vida sexual, sólo en el matrimonio permitida, para asegurar, sin necesidad de precepto —desde luego sin obligación moral impuesta a los individuos—, la propagación y perpetuidad del género humano? (G. PAYEN, ob. cit., cap. XV, § 3, núm. 5). No estará de más aquí observar filosóficamente que la Naturaleza, dando al hombre esa inclinación y la aptitud genésica, le dio una facultad, no le impuso un deber. Es deber condicionado: esto es: si no se quiere renunciar a los placeres sexuales, es obligatorio el casarse, y dentro del matrimonio la misma ley natural marca los deberes que regulan esa función; pero puede el hombre, como ya hemos dicho, hacer renuncia de esa facultad. ¿O es que todos debemos ser agricultores, ganaderos, comerciantes, militares, por cuanto tenemos el derecho de elegir nuestra propia profesión? Recordemos la doctrina del Ángel de las Escuelas: Lo que es necesario para la multitud, no es obligado que lo hagan todos en particular (Cfr. Antonelli: Medicina pastoralis, t. II, núm. 304 (edición de 1920).— Scotti-Massana, ob. cit., pács. 197 y sigs.).
     Suponemos en el precedente raciocinio, con Santo Tomás, que el celibato proporciona a la sociedad humana bienes de superior categoría. Es evidente. Sobre los bienes extrínsecos al hombre, verbigracia: las riquezas, están los bienes del cuerpo, o sea la salud y la integridad corporal, y sobre todos ellos, los del espíritu, que son, precisamente, a los que el célibe se consagra (Santo Tomás, ob. y lib. cit.). Bueno es el matrimonio fecundo y el fundar una familia que sea cantera de futuros ciudadanos. Se contribuye a que la Humanidad exista. Pero el celibato por virtud, como el eclesiástico, aun con defecciones circunstanciales, contribuye a que exista bien. Sin mencionar las infinitas obras de enseñanza y beneficencia que tienen su nacimiento en la abnegación y amor de las personas consagradas a Dios, el celibato en sí mismo considerado como acto libre de la voluntad que se sobrepone a los impulsos de la carne y coloca al hombre en el plano más noble de la naturaleza humana, que es el de la inteligencia, el del culto divino, el del disfrute de las delicias del espíritu, así como ha merecido siempre toda la consideración y el respeto que conquista el heroísmo a quienes estén desprovistos de prejuicios sectarios, así también merece la gratitud de todas las clases de la sociedad civil por los beneficios que del mismo reciben. No se trata, pues, solamente de la verdad que enseña, de la virtud que practica y del bien que difunde el sacerdote (y lo mismo se diga de los demás estados celibatarios), merced a ese mismo estado que le constituye en «luz del mundo y sal de la tierra» (San Mateo, V, 13 y 14). La misma ejemplaridad del sacerdote es una lección provechosa a los célibes forzosos, a los jóvenes solteros y a los casados. A quienes, por múltiples causas, de las que sólo Dios, en muchas de ellas, tiene el secreto, se ven forzados a mantenerse alejados del matrimonio, la lección de personas en pleno vigor de sus aptitudes que renuncian a los placeres de la carne, para emplearse en cuerpo y alma al servicio de Dios y del prójimo, les abre los ojos a una perspectiva de horizontes de alegría, cuando se creían condenados a la tristeza, de dignificación propia, cuando se miraban en un plano de inferioridad y de elevación de energías hacia una obra fecunda y de beneficios excelentes para la sociedad, cuando tal vez ya se juzgaban seres inútiles, a las puertas de la desesperación y del suicidio. Pues a los jóvenes, impulsados con harta frecuencia por muchos y los más diversos incentivos a la realización de actos pecaminosos de la vida sexual, el celibato perpetuo de otros jóvenes, que viven en este mismo mundo y son de carne y hueso como ellos, les da una lección de un valor trascendental para un futuro matrimonio: la de que la castidad es posible, en cuya virtud está la mejor preparación para la santidad de relaciones matrimoniales y la mejor defensa de la aptitud sin mácula para la propagación sana de la especie. ¿Tiene acaso el materialismo mejor y más barata eugenesia?
     El ejemplo de la virginidad no podía menos de influir además en los matrimonios. Ninguna novedad descubrimos con decir que donde el celibato eclesiástico florece, allí la bendición de Dios hace fecunda la unión conyugal (Paul Bureau: L'indiscipline des moeurs. págs. 326 y sigs. París. 1924. G. Payen, ob. cit., 7 del § 63. Scotti-Massana, ob. cit., pág. 201. M. Gaterer: Pensamientos cristianos sobre la pureza, pág. 129. Traducción española. Barcelona, 1935). La idea de la posibilidad de ser castos y de la bondad de la continencia, no sólo tienen su reflejo en la fidelidad mutua de los esposos, sino que produce como efecto natural un predominio de los motivos sobrenaturales en la conducta moral de aquéllos en el mismo uso de sus derechos conyugales. El sensualismo agota las fuentes de la vida con el predominio de la materia y de los goces de la carne. El espiritualismo cristiano, en cambio, del que es uno de sus mejores exponentes la pureza del celibato, las hace fecundas, por cuanto el espíritu se sobrepone a la parte animal del hombre con la fuerza que le da el santo temor de Dios. Esto lo saben mejor que nadie los enemigos de la Religión católica Por eso combaten el celibato y odian al sacerdote.
     No hemos de soslayar la dificultad que presentan los enemigos del celibato, deducida de los pecados que se cometen contra él. Pero no dependen éstos de la naturaleza del celibato, que exige pureza interior y exterior, sino de la debilidad humana, cuando no se previenen sus instintos con los medios arriba expuestos (número 96). La Iglesia no admite el estado de celibato sino a los que ofrecen garantías de guardarlo como conviene. Sucede, empero, que, aun a pesar de las pruebas a que se somete a los aspirantes, y supuesta la vocación, un sacerdote o un religioso llegan a ser infieles a sus compromisos, aunque, afortunadamente, no son los más ni los mejores, ni siquiera tantos como pregonan los adversarios. De todo puede abusar el hombre. ¿La fragilidad humana no se manifiesta en todos los estados? ¿Tal vez es malo el matrimonio porque haya casados que cometan adulterios? Sus defectos tiene el automóvil, y el vapor, y la aviación; ¿los desterraremos por las imprudencias que con esos adelantos se cometen, o porque, aun independientemente de la voluntad humana, ocasionan muchas muertes? Pero no son sinceros, además, los materialistas exagerando los pecados de los sacerdotes. Precisamente es el odio el que inspira sus campañas. Es que, al fin y al cabo, el sacerdote es la antítesis del concepto materialista de la vida. Más aún: la razón íntima está en el hecho de que la presencia de un sacerdote actúa de espejo en que ven la fealdad de su conciencia. Y, como la vieja del cuento, tratan de arrojar el espejo.

98. La continencia y la salud.
     Pero será posible en teoría la continencia. Será libre, además, el hombre para adoptarla por parte del bien colectivo social. Mas el cortejo de enfermedades que la acompañan es tal, dicen los enemigos del celibato, que prácticamente es imposible y de rechazo pernicioso a la sociedad. La castidad, según ellos, frustra al órgano reproductor del ejercicio que reclama, y es, por tanto, perjudicial a la salud, y conduce al individuo que la observa al desequilibrio, a la neurastenia y muchas veces a la locura. Así opinan Kraus, Freud, Dejerine, Brener y otros (Citados por A. Castro Calpe: Deontología médica en las tendencias sexuales de los célibes, págs. 30 y sigs. Madrid, 1927. Paul Bureau, ob cit., pág. 204). Ya Hipócrates la consideró perjudicial para las mujeres, según refiere Zacchías (Quaestiones médico-legales, lib. VI, tít. I, q. 5, núm. 22). Y perjudicial para ambos sexos la consideran otros médicos que refieren Scotti y Massana (Cuestionario médico teológico, pág. 192, V. Traducción española. Barcelona, 1020). Cien veces propuesta, otras tantas ha sido resuelta esta objeción. Los hechos, los testimonios autorizados de médicos y la razón nos van a decir qué fundamento científico la apoya.
     a) Los hechos. A la experiencia recurre el mencionado Zacchías, y dice que, según ella, consta que los religiosos viven sanos, «lo que no ofrece duda respecto de los hombres, y en las mujeres se verifica en gran mayoría». Los hechos dicen también que innumerables célibes han alcanzado una ancianidad muy avanzada. No abundan las estadísticas. Pero hay una elocuente hecho en Francia, el año 1823 a 1843, de la cual resulta que en ese período murieron 750 sacerdotes en la diócesis de París: 200 no llegaban a sesenta años; 354 tenían de sesenta a setenta; 148 pasaban de los setenta años, y 77, más de los ochenta. La longevidad media era de sesenta y cinco años y superaba a la de todos los grupos de ciudadanos de Francia dedicados a otras profesiones liberales (Cfr. Castro Calpe. ob. cit., pág. 36, y Payen, ob. cit., cap. XV, 53, VII). Otra estadística, respecto de los jesuítas muertos en el decenio de 1875-1884, nos dice que tuvieron una mortalidad de 15,5 por 1.000. Estando diseminados por la mayor parte del globo, en diversas condiciones de vida, algunas muy adversas a la salud, esa estadística es favorable para los que, según sus mismos émulos, guardan íntegramente la continencia (Castro Calpe, ob. cit., pág. 37).
     b) Los testimonios. Entre los que trae Paul Bureau (Ob. cit., págs. 29 G y sigs. Doctor San Román, ob. cit., cap. XII), tomados a su vez de M. Franck Escande (Le probléme de la chasteté masculine, París, 1919), sólo aduciremos algunos:
     Oesterlen, profesor de la Universidad de Tubinga: «El instinto sexual no es ciego ni tan poderoso que no pueda ser dominado y subyugado por la fuerza moral y la razón... No se repetirá bastante que la abstinencia y la pureza más absoluta son perfectamente compatibles con las leyes fisiológicas y morales.»
     León Beale, profesor del Colegio Real de Londres: «La abstinencia sexual no ha causado jamás perjuicio a hombre alguno, cuando ella ha sido efecto, no sólo de causas restrictivas externas, sino de una disciplina y de una regla de conducta voluntaria.»
     A. Forel, psiquiatra suizo: «Prevalece entre los jóvenes la sugestión de que la continencia es una aberración, una cosa imposible, y, no obstante, numerosos casos prueban que la castidad puede ser observada sin perjuicio para la salud.»
     Andrew Clarke: «La continencia no hace ningún daño, no impide el desarrollo, aumenta la energía y aviva la percepción».
     Una observación hay que hacer. La continencia no hace ningún daño con la condición puesta por el citado doctor Beale, que se reduce a esto: que la continencia no sólo sea externa, sino interna. El P. Castro Calpe (ob. cit., pág. 41) lo concede ni se trata de hombre perfecto, «que hubiere dominado siempre sus pasiones, no tuviese herencia alguna neuropática, hubiese recibido educación física y moral excelentes y no hubiese sufrido las múltiples excitaciones del medio social corrompido...» Pero «la regresión sexual pocas veces se realiza contra los primeros estímulos, sino contra los reflejos ya desarrollados de impulso poderoso, los cuales sólo se logran inhibir con fuerte dispendio de energía nerviosa y dejando en semicongestión algo prolongada los órganos genitourinarios. En estos casos, ocurrirá algunas veces que se lleguen a constituir lesiones, las cuales siempre serán en sí mismas relativamente breves, y serán despreciables si se comparan con los destrozos aterradores que de modo constante produce la incontinencia».
     Doctor Surbled: «Los males de la incontinencia son conocidos, incontables; los que provoque la continencia, son supuestos, imaginarios.»
     El doctor Fernández Sanz (La psiconeurosis (Madrid, 1921), citado por Castro Calpe (ob. cit., pág. 31), y cuya opinión dice coincidir con La Regís, Fernández Victorio y Bleuler) dice «que la privación de la cópula es perfectamente compatible con el estado de completo equilibrio del sistema nervioso; y lo mismo ocurre en los sujetos neuróticos, si saben derivar los impulsos sexuales mediante la sublimación de los mismos, o su conversión ni otras depuradas manifestaciones de la energía vital. La causa de la psiconeurosis hay que buscarla, no en la represión sexual, sino en la tara neuropática».

     Los testimonios podrían multiplicarse sin límite. Dejamos los individuales y aducimos algunos colectivos.
     Los catedráticos de la Facultad de Medicina de Cristianía, el 28 de diciembre de 1887, declararon: «Que la afirmación de que la vida moral y continencia perfecta pueden ser nocivas a la salud, es absolutamente falsa y contra la experiencia Que unánimemente atestiguamos» (Citado por Paul Bureau). La Conferencia Internacional para la profilaxis de la sífilis y enfermedades venéreas (septiembre de 1902) aprobó por unanimidad esta conclusión: «Sobre todo, se debe enseñar a la juventud masculina que la castidad y la continencia no son nocivas, sino que son las virtudes más recomendables desde el punto de vista médico». La Academia de Medicina de Francia, en mayo de 1917, declaró: «Es necesario hacer saber a los jóvenes que la castidad es no sólo posible, sino recomendable e higiénica» (Castro Calpe).
     También la Academia Deontológica de la Hermandad Médico-Farmacéutica de San Cosme y San Damián, de Madrid, se ocupo de esta importantísima materia, dedicando a ella varias sesiones el mes de noviembre de 1933. Las conclusiones que estableció el ponente, doctor San Román, y que fueron unánimemente aprobadas, son coincidentes con los informes que acabamos de citar.
     c) La razón. Los hechos y las autoridades científicas ponen de manifiesto lo que a priori se deduce de la consideración ya hecha anteriormente (núm. 96) de que la continencia es una virtud obligatoria fuera del matrimonio, y, desde luego, recomendada por Jesucristo, como hemos visto, en estados célibes. ¿Puede decirse, sin ofensa a Dios, que ha impuesto o ha recomendado una virtud moralmente imposible de observar, impracticable por sus inconvenientes? A esto añádase esta otra consideración de índole fisiológica: los órganos genésicos tienen un fin de reproducción, no una función vital, esto es: para que el organismo viva. Y que esto sea así, confírmalo el hecho experimentado del dominio de la voluntad sobre los instintos sexuales. ¿Es posible tal dominio sobre la nutrición y la respiración? (Es observación muy atinada de Paul Bureau y del doctor Viry). No se trata, pues, de órganos como los otros, en frase de los impugnadores del celibato y la castidad. Si, en efecto, fueran como se dice, no hay duda que reclamarían siempre y por sí mismos su alimento. Y no es así, de ordinario, sino que lo reclaman bajo el impulso de un deseo excitado por la representación sensible del placer (Payen, ob. cit., cap. XV. § 3, VIII). ¿Y no es verdad también que esta excitación y la reclamación consiguiente se anticipan a la edad de la pubertad? ¿Diremos que ya entonces se trata de una necesidad fisiológica? No sólo es rechazable esa necesidad, sino que, sin salirnos de la fisiología, en las personas castas, el esperma, en parte, es reabsorbido, con ganancia para la economía, y, en parte, es evacuado por la misma naturaleza mediante poluciones involuntarias, generalmente nocturnas, que alivian al individuo de esa carga. Y si la castidad es verdaderamente observada, con espíritu de virtud, la secreción espermática se reduce, contribuyendo al aumento de las energías orgánicas (Antonelli, ob. cit., núm. 367.—Scotti-Massana, ob. cit., pág. 193, V.—Payen, obra y lib. cit.).
     Despréndese, pues, de lo dicho que las funestas consecuencias de orden nervioso que Freud y otros atribuyen a la continencia, deben tener otras causas. El P. Castro, en su citada tesis para graduarse de doctor en Medicina (p. 34), resume su parecer en las dos fórmulas siguientes:
     « Como prueban hasta la saciedad Hühner y Pérez del Yerro, la neurastenia sexual es originada muchas veces por lesiones de uretra, especialmente de verumontanum y de la próstata, y éstas, a su vez, son producidas principalmente por la blenorragia, la masturbación, el coito interrumpido y otros excesos sexuales... Admito la opinión de los neurólogos que, como Eilis, Moel y Dubois, atribuyen a la continencia ciertos casos de neurastenia y de histerismo, sobre todo en sujetos tarados por herencia neuropática.»

99. Conclusiones.
     Fácil será al médico, después de lo expuesto, deducir normas de conducta cuando un cliente se disponga a entrar en una orden sagrada. He aquí las conclusiones que nosotros sacamos:
     Primera. No se debe desaconsejar el celibato por razones de imposibilidad, de deber social o de conveniencia particular, a quien esté dispuesto y preparado para observarlo por virtud.
     Segunda. Es prudente desaconsejar el celibato perpetuo cuando el médico esté cierto de que el aspirante al sacerdocio no le observará como conviene o sin graves inconvenientes.
     Cfr. nuestro Código de Deontología Médica, art. 76, con la bibliografía de las notas. Encíclica Ad catholici sacerdotii, de 20 de diciembre de 1935, núms. 21, 33 y 34.
     Si el que aspira a las sagradas órdenes está habituado a algún pecado torpe, aunque sea oculto, la Iglesia le niega el paso mientras no salga de ese estado de mal hábito. Para conseguirlo, ambos médicos, el del alma y el del cuerpo, tienen una misión coincidente y saludable. Aquél, para levantar y robustecer la voluntad mediante remedios morales y espirituales durante un tiempo prudencialde tres meses a un año (P. Ferreres: Derecho Sacramental y Penal, núm. 363)— en el que el candidato se haya mantenido incólume de pecados deshonestos. En esa labor purificadora la mano sabia del médico puede conseguir saludables éxitos. Hemos visto cómo los excesos sexuales producen determinados vicios y enfermedades, y la influencia que un fondo neuropático y otras condiciones fisiológicas heredadas pueden tener en la formación de un temperamento erótico. En uno y en otro caso, no faltan al médico recursos higiénicos y terapéuticos que coadyuven a los de orden moral que incumben al director. Esos recursos se discriminan por la constitución y características de cada individuo. Para sujetos de constitución fuerte están indicados el uso de carne y vino con mucha moderación, el de vegetales en mayor abundancia, la actividad del cuerpo y la ocupación en trabajos del espíritu, así como los baños fríos aun diarios, cuando enfermedades del corazón o de los pulmones o una excesiva irritabilidad nerviosa no los contraindiquen. Pero si el erótico adolece de una debilitación general por defecto de nutrición o por enfermedades o vicios adquiridos (de los más frecuentes es la masturbación), conviene robustecer el cuerpo mediante un régimen nutritivo y el uso de quina, arsénico, hierro, compuestos fosforados y otros medicamentos similares. Los baños templados; verbigracia: 35 grados C., también son oportunos. Ni faltan para unos y otros medicamentos antiespasmódicos que actúan directamente sobre el sistema nervioso central e indirectamente sobre el periférico, disminuyendo la excitabilidad del sistema cerebro-espinal y excitando los centros de inhibición (bromuro, amonio, etc.) (Antonelli: Medicina pastoralis, vol. XI, núm. 319). Del mismo modo, aquellas ligeras dolencias que puedan sobrevenir a los que ya se han comprometido al celibato, el médico debe limitarse a curarlos sin permitirse hacer alusiones que, en momentos de un grado de virtud bajo, acaso determinen un desvío de la vocación.
     Estas consideraciones son fácilmente comprensibles por los creyentes. No asi, al menos no sin grandes reparos, por los que no lo son. Es sentencia del Apóstol: «Los hombres carnales no comprenden más que las cosas carnales; los espirituales perciben las cosas del espíritu».
     Epístola a los romanos, VIII, 5. El P. Pedro Abellán, S. J., en una conferencia publicada en Actualidad Médica (Granada, diciembre de 1942), da este consejo a los médicos: "Habrá momentos en vuestra vida profesional, sobre todo en el tratamiento de afecciones nerviosas y de psicopatías, en que un consejo sobre la posibilidad de la continencia o la orientación hacia un matrimonio cristiano podrá mantener las fuentes de la vida libres del fango".

Dr. Luis Alonso Muñoyerro
MORAL MEDICA DE LOS SACRAMENTOIS DE LA IGLESIA

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