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martes, 26 de agosto de 2014

Cristo, Rey de tu hogar.

     Muchacha, no quiero salir de tu hogar sin hacer una visita obligada al Amo de la casa.
     No es a tu papá; quien, desde luego, por ser tu padre, me merece toda clase de respetos. El padre de una chica buena, necesariamente ha de ser, en cualquier posición en que se halle, un señor cristiano.
     Pero no es a tu padre a quien me refiero.
     Vamos al salón, entremos en él los dos juntos: tú y yo. Ahí tienes al Amo de tu casa. ¿No lo ves?
     Ese Jesús que desde su imagen te muestra su Corazón abierto, es el Rey de tu hogar.
     ¿Te extraña? ¿Cómo te va a extrañar, si eres cristiana?
     Lo sabes muy bien. El alma del hogar es el amor. El amor más grande que puede soñarse es el que hizo latir a ese Corazón divino.
     Déjame que en el salón de tu casa y a los pies del Sagrado Corazón entone un canto al amor.
     El amor crea, perfecciona, ennoblece.
     El amor se da, se entrega, se sacrifica.
     El amor sufre, sangra, se humilla.
     El amor redime, muere, se inmola.
     El amor resucita, triunfa, sube a los cielos.
     Es el amor de un Dios enamorado que, en la cumbre de la humanidad, aparece como modelo práctico de los que ama.
     Es el amor de un hombre que, en las hondonadas de la humanidad, mira hacia arriba y se enamora imitando al ejemplar divino.
     Son dos amores parejos, en los que el fuego de abajo resulta como una centellita desprendida de la hoguera de arriba.
     Son dos trayectorias paralelas, en las que la inferior, menguada y chiquita, cuida de reproducir la superior, de dimensiones infinitas.
     Por eso, en el centro del hogar, que es amor, está la imagen del Amor divino; y en ésta el Corazón se halla abierto, para que, por su herida, pueda brotar inextinguible y abundosa la fuente del verdadero amor.
     Muchacha, impregna el amor de tu hogar en el amor de Jesús, pon tu hogar al resguardo de su Sagrado Corazón.
     ¡Qué bien lo supo hacer tu padre cuando, en memorable día, le consagró su familia!
     «Esta consagración —dice el Papa— significa una entrega completa al divino Corazón; es un reconocimiento de la soberanía de Nuestro Señor sobre la familia; expresa una confiada súplica para obtener sobre la propia casa sus bendiciones y el cumplimiento de sus promesas.
     Al consagrarse la familia al divino Corazón, protesta querer vivir de la misma vida de Jesucristo y hacer florecer las virtudes que El enseñó y vivió» (1).
     El apóstol de ese Rey has de ser tú.
     Colocada en tu puesto de hija de familia, cumpliendo tus deberes hogareños, llevarás su espíritu a todos los detalles, proyectarás su luz sobre todos los rincones y contagiarás de su amor a todos los corazones de tus familiares.
     En el templo, ante el Sagrario, donde real y verdaderamente vive Jesús, arde en todo momento una lamparita.
     Ante esa imagen del Sagrado Corazón, que preside tu casa, hace falta también una lamparita que constantemente le ilumine.
     ¿Quieres ponérsela tú? No lo dudo. Pero ¿sabes cuál es la lámpara que en todo momento ha de arder ante el Rey de tu hogar?
     No me hables de bombillas eléctricas ni de lámparas de aceite; para la imagen entronizada de tu hogar no puedes preparar mejor lámpara que la de tu propio corazón.
     Tú serás la lámpara de Cristo, Rey de tu familia. ¡Y cómo brillará tu luz cuando con tus padres, con tus hermanos, con los demás familiares y criados practiques cuanto en este libro se te ha enseñado!
     No se te antojen enojosas sus orientaciones; no seas tú como una muchacha que hace pocos días me decía;
     —Me han contado que está usted escribiendo un libro para las chicas sobre el hogar. Ya sé lo que nos dice; fastidíate, fastidíate, fastídiate.
     No, muchacha, no; no pienses así. No quiero que te fastidies; pretendo que te engrandezcas, que te eleves, que te sublimes; quiero que seas en tu hogar la luz que brille a los pies de Jesús.
     Cuando los sacrificios de la virtud se miran al ras del suelo parecen montañas imposibles de salvar; cuando el alma se eleva y, colocada junto a las gradas del trono de Jesús, las contempla a través de los resplandores que brotan de su Corazón, parecen granitos de arena, incapaces de causar temor.
    No seas de espíritu chiquito y te amilanes ante la complejidad de las virtudes hogareñas. Son facetas de una misma vida cristiana, que, si consideradas por parte, son muchas, vividas en la práctica juntas, constituyen una sola cosa.
     Viste en un álbum las fotografías detalladas de una obra de arte, y, al contemplar tanto grabado, llegaste a creer que era un monumento de proporciones gigantescas, difícil de recorrer en toda su amplitud.
     Acudiste a la realidad y encontraste que era una construcción chiquita, aunque muy linda.
     Fotografías distintas de la vida familiar cristiana son los capítulos de este libro. Ven a la realidad, y verás lo fácil que es recorrer todo el edificio.
     No sólo recorrerlo, sino también construirlo.
     Sí; fabricar el edificio de su vida hogareña cristiana es muy fácil para la muchacha que en el salón de su casa tiene entronizado el Sagrado Corazón de Jesús y a su lado está ella como la lamparita pendiente, junto al Sagrario.
     Y ahora, cumplida mi misión, permíteme ya que me retire. Adiós; quédate en el salón, a los pies de la imagen de
Cristo, Rey de tu hogar.

(1) Discurso del 14 de junio de 1939 en Pio XII y la familia cristiana.
Canonigo Emilio Enciso Viana
LA MUCHACHA EN EL HOGAR

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