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viernes, 15 de agosto de 2014

EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO (3) Tutela médica de la procreación, Neomaltusianismo

CAPITULO VI (3)
DEL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO
Artículo Segundo (I)
TUTELA MEDICA DE LA PROCREACIÓN (1)

119. Razón de este artículo.
     Entre los problemas que el uso del matrimonio plantea a médicos y sacerdotes figura en primer plano el desacuerdo entre el derecho de los cónyuges a la unión carnal, ordenada a la generación y educación de la prole (Cánones 1013 y 1081 del Código de Derecho Canónico), y las razones y motivos de diversa índole que la realidad algunas veces presenta como obstáculos al ejercicio prudente del referido derecho. Estos conflictos los resuelve radicalmente el materialismo, que en materia sexual llega al límite de las licencias. Ya que no pueda lograr en toda su amplitud el ideal del amor libre, y aún le sea imposible conseguir en todas partes la prohibición del matrimonio, por motivos de apariencia científica, ni tampoco la esterilización en los términos que hemos visto en el artículo precedente, la filosofía materialista penetra en el santuario del matrimonio, aun del rectamente constituido, proponiendo la limitación de la natalidad, sin perjuicio de la actividad genésica; esto es: el neomaltusianismo. Y como la naturaleza proporciona muchas sorpresas a los cónyuges desaprensivos, no tiene inconveniente en facilitarles pretextos, también de apariencia filosófica y científica y hasta moral, para que se libren del huésped odioso que se presenta reclamando cuidado y un puesto en la mesa familiar, y les recomienda el aborto.
He aquí, pues, los puntos que debemos estudiar para rechazarlos.      Pero otros dos reclaman nuestra meditación, porque en ellos pueden encontrar el médico y el moralista términos honestos para resolver aquellos aludidos conflictos matrimoniales regulando la vida sexual, bien para limitar la procreación, bien para poner remedio a la falta de prole, anhelada por los cónyuges. Aludimos a la continencia periódica en el matrimonio y a la fecundación artificial.
     Trataremos, pues: a) del neomaltusianismo; b) del aborto, c) de la continencia periódica; d) de la fecundación artificial.

§ 1. Del neomaltusianismo.

120. Fundamentos del Birth-Control. 121. I. El neomaltusianismo ante la razón. 122. II. El neomaltusianismo en la Iglesia anglicana. 123. III. Doctrina de la Iglesia Católica. 124. El ejemplo de Francia.


120. Fundamentos del «Birth-Control».
     En 1798 apareció en Inglaterra el libro de Roberto Malthus, oscuro clérigo protestante, bajo el título de Ensayo sobre el principio de la población. Se hizo famoso por la ley que estableció, según la cual, la población dobla su número en veinticinco años, creciendo en progresión geométrica (1, 2, 4, 8, 16, 32, 64, etc.), mientras que las subsistencias aumentan en progresión aritmética (1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, etc.). Síguese de aquí una creciente desproporción entre estos dos elementos, de la cual se derivan terribles males: abortos, infanticidios, las epidemias, el hambre, la guerra... Como remedio, proponía Malthus el celibato y el retraso voluntario del matrimonio. Todo medio artificial de limitar los nacimientos lo reprobó.
     Aceptando la famosa ley maltusiana los economistas del siglo XIX, adquirió preponderancia la idea de la limitación de la natalidad, pero sin las barreras de la moral tradicional, que obligaron a Malthus a proponer la continencia como el medio indicado para no llegar a un excesivo crecimiento de la población. Este es el neomaltusianismo, que eleva a categoría de principios indiscutibles el amor libre y el derecho a la infecundidad plena y absoluta y el aborto (Doctor Raoul de Guchteneere: Limitación de la natalidad, pág. 23.—G. Payen: Déontologie médicale, núm. 309). No es cosa diferente el Birth-Control o «limitación voluntaria de la concepción». Es el mismo neomaltusianismo en formas aparentemente más racionales y más conciliables «con las exigencias de la respetabilidad anglosajona». (Dr. Guchteneere). Respetuosos con las conveniencias sociales, han suprimido de su programa la teoría del amor libre; por el contrario, pretenden corroborar la institución matrimonial, ayudándola a resolver las dificultades impuestas por los frecuentes nacimientos. Todos sus esfuerzos se aúnan y dirigen a demostrar los beneficios que el Birth-Control reportará al individuo y a la sociedad, no sólo desde el punto de vista económico (pues la pobreza y la miseria son inseparables de las familias numerosas), sino del eugènico (en cuanto la infecundidad de las clases inferiores favorecería la raza), del médico (para salvaguardar la salud y la vida de la madre de familia, y aun la del hijo, que peligran en una familia numerosa) y del moral, pues, según los partidarios de este sistema, inficionados de materialismo, lo que es tan útil a los individuos y a la sociedad, no puede menos de ser bueno y moral.
     Frente a estas teorías, vamos a ver brevemente lo que dicen la razón y la autoridad infalible de la Iglesia Católica en la reciente Carta Encíclica Casti Connubii, varias veces citada. Y como la ocasión de ella la prestó una resolución adoptada por los obispos anglicanos, veremos también la posición en que la Iglesia anglicana se ha colocado en esta interesantísima materia. De ahí los tres apartados siguientes:

121. I. El neomaltusianismo ante la razón.
     La famosa ley maltusiana de las dos progresiones, sobre carecer de datos verdaderos que la apoyen, no está comprobada en la práctica. «Al contrario, una población más numerosa y más densa se alimenta incesantemente mejor que en tiempos de Malthus, a pesar de grandes errores, como la industrialización y el maquinismo extremado, capaces de precipitar la crisis» (Dr. Clement: Contra la aparición de la vida). Está, además, en quiebra ante el estudio de la capacidad productora de la tierra cultivada y sin cultivar. El economista Bourdon dice: «Lo que hace falta hoy no son tierras de cultivos, sino cultivadores» (Citado por el Dr. Clement). Quien más duramente se expresa contra Malthus es Carlos Marx: «Su estúpida teoría —dice—, tomada de antiguos escritores, de la progresión geométrica y aritmética, era una hipótesis puramente quimérica»; «el odio de la clase trabajadora inglesa contra Malthus está, por consiguiente, plenamente justificado» (Citado por Schmit: Amor, matrimonio, familia. Traducción española, 1932. Aduce también testimonios de otros prohombres del socialismo en el mismo sentido. Lo que no dejará de extrañar es que precisamente las clases proletarias y socialistas hayan acogido plenamente esa doctrina liberal «burguesa». La finalidad, por tanto, del neomaltusianismo anglosajón de que fueran las clases «superiores», no las «inferiores», las que procrearan, ha caído por tierra). No es preciso insistir en esa Ley, que ha venido a ocupar un lugar secundario entre los motivos que dan vida y pábulo a la doctrina neomaltusiana.
     Un estudio detenido de esos ya anotados motivos nos llevaría muy lejos de nuestro intento. La crítica y refutación de los mismos ha constituido el objeto de obras recientes de indiscutible mérito (Doctor Guchteneere, ob. cit. Antonelli: Medicina pastoralis. Paul Bureau: L’indiscipline des moeurs. Salvador Juárez: Maternidad consciente. Eloy Montero: Neomaltusianismo, eugenesia, divorcio. Doctor E. Jordán: Eugenisme et morale. Payen: Déontologie médicale. R. Marín Lázaro: La familia cristiana, folleto de la Confederación Católica de Padres de Familia. Pamplona. Preguntada la Sagrada Congregación del Santo Oficio, el 19 de abril de 1853, si es lícito el uso imperfecto del matrimonio, ya mediante el onanismo o usando el condón, respondió: «Negativamente, pues es intrínsecamente malo»). Nos limitaremos, pues, a dar un juicio de la teoría y de los procedimientos anticoncepcionales en su aspecto moral. Para ello, en gracia de la necesidad invocada de ser breves, séanos permitido copiar lo que en síntesis hemos escrito en nuestro Código de Deontologia Médica:
     «Art. 114. § 1. Ningún médico consciente de la finalidad de la Medicina debe rebajarla hasta el extremo de aconsejar y difundir el uso de prácticas anticoncepcionales preconizadas por el neomaltusianismo. Las razones de orden económico, eugènico, médico y moral que se aducen en apoyo de esas prácticas son fútiles e insuficientes para legitimar una violación palmaria de la ley natural desviando una función de su fin propio establecido por la naturaleza para alumbrar continuamente nuevas vidas a la Humanidad.
     § 2. Antes de poner su ciencia el médico al servicio de esas teorías, debe meditar en las consecuencias a que conducen y en el materialismo que las da vida y forma.
     Dichas consecuencias son:
     1. En el Individuo: a) Victoria de la materia sobre el espíritu, b) Pérdida de bienes de orden físico, especialmente en la mujer, y peligro de grandes males en el organismo.
     2. En la familia, la esterilidad voluntaria: a) Constituye un atentado a la fidelidad conyugal, b) Destruye el verdadero amor, sustituyéndole por el sensualismo y el egoísmo, c) Y es un obstáculo para la buena educación de los hijos que sobrevinieren.
     3. En el orden social, las teorías neomaltusianas: a) Envilecen el matrimonio y la institución familiar, b) Producen la despoblación, y tienden, de suyo, a la extinción de la especie, c) Y son la ruina de las costumbres públicas.»

122. II. El neomaltusianismo en la Iglesia anglicana.
     Síntoma elocuente de los progresos que el neomaltusianismo ha tenido y del profundo cambio que se ha efectuado en el mismo concepto del mal, es el acuerdo de los obispos anglicanos en agosto de 1930. Pero es también, sin duda alguna, un apoyo y un considerable refuerzo el que a las teorías del Birth-Control ha prestado. La racionalización de los nacimientos cuenta desde aquella fecha entre los protestantes y otros de fe claudicante un argumento que hace lícitas y buenas las prácticas del anticoncepcionismo en el mismo fuero de la conciencia. El testimonio que vamos a citar es, ciertamente, de acatólicos. Pero es de directores de almas en un sector que dicen profesar fe en Dios y en Jesucristo. En la indicada fecha se celebró en Londres un Congreso de obispos anglicanos, conocido por el de «Lambeth», palacio donde tuvo lugar. Concurrieron 307 obispos. Por 193 votos contra 67 se tomó el acuerdo número 15, que dice así:
     «Cuando se manifiesta claramente la obligación moral de limitar o evitar la paternidad, la norma de conducta ha de tomarse de los principios cristianos. El primero y manifiesto modo es la completa abstinencia del comercio carnal (en cuanto ésta sea necesaria) en una vida disciplinada y refrenada por la virtud del Espíritu Santo. Sin embargo, en aquellos casos en que la obligación moral de limitar o evitar la paternidad se manifiesta con claridad, y hay, además, una razón moralmente sana para no abstenerse por completo, el Congreso concede que pueden emplearse otros procedimientos, con tal que se obre a la luz de los mismos principios cristianos. El Congreso recuerda su firme reprobación del uso de cualquier modo de impedir la concepción fundado en razones de egoísmo, de placer o de conveniencia.»
     Como se ve, a través de frases algo oscuras y a pesar de las últimas palabras reprobatorias, los obispos protestantes concedieron: 1) que puede darse obligación moral de limitar o evitar la paternidad; 2) que puede también darse razón moralmente buena que justifique la no abstinencia del uso del matrimonio; 3) que, en consecuencia, pueden emplearse procedimientos neomaltusianos. ¡Todo consiste en que asi lo dicte la conciencia individual iluminada por el Espíitu Santo! El principio fundamental del Protestantismo, que es el libre examen y la inspiración privada individual, tenía que dar necesariamente estos frutos. Una vez más las iglesias protestánticas han claudicado en cuestión de principios (VERMEERCH: Periodica de re Morali, págs. 1-13 y sig. Roma, febrero de 1930).

123. III. Doctrina de la Iglesia Católica.
     Frente a esa aberración, el Papa Pío XI expone la doctrina tradicional de la Iglesia Católica en la Encíclica Casti Connubii, de 31 de diciembre de 1930, en los siguientes párrafos:
     «Viniendo ahora a tratar, venerables Hermanos, de lo que se opone a los bienes del matrimonio, hemos de hablar en primer lugar de la prole, la cual muchos se atreven a llamar pesada carga del matrimonio, por lo que los cónyuges han de evitarla con toda diligencia, no ciertamente por medio de una honesta continencia (permitida también en el matrimonio, supuesto el consentimiento de ambos esposos), sino viciando el acto conyugal. Arróganse otros la licencia criminal de condicionar únicamente la satisfacción de su voluptuosidad, aborreciendo la prole, mientras otros dicen que no pueden guardar continencia ni tampoco admitir hijos a causa de sus propias necesidades, de las de la madre o de la familia.
     »Ningún motivo, sin embargo, aun cuando sea gravísimo, puede hacer que lo que va intrínsecamente contra la naturaleza sea honesto y conforme a la misma naturaleza; y estando destinado el acto conyugal, por su misma naturaleza, a la generación de los hijos, los que en el ejercicio del mismo lo destituyen adrede de su fuerza natural y de su virtud, obran contra la naturaleza y cometen una acción torpe, intrínsecamente deshonesta.
     »Por lo cual no es de admirar que las mismas Sagradas Letras atestigüen con cuánto aborrecimiento la Divina Majestad ha perseguido este nefando delito, castigándole a veces con la pena de muerte, como recuerda San Agustín: «Porque ilícita e impúdicamente yace, aun con su legitima mujer, el que evita la concepción de la prole. Que es lo que hizo Onán hijo de Judas, por lo cual Dios le quitó la vida» (San Agustín, De conjug. adult., lib. II, n. 12. Cfr. Gen., XXXVIII, 8,-10).
     »Ahora bien: como haya algunos, manifiestamente separados de la doctrina cristiana enseñada desde el principio y transmitida en todo tiempo sin interrupción, que hayan creído conveniente poco ha de predicar solemnemente otra doctrina; la Iglesia Católica, a quien el mismo Dios ha confiado la enseñanza y defensa de la integridad y honestidad de costumbres, colocada en medio de esta ruina moral, para conservar inmune de tan ignominiosa mancha la castidad de la unión nupcial, en señal de su divina legación, eleva su voz por nuestros labios y una vez más promulga: que cualquier uso del matrimonio en cuyo ejercicio el acto, de propia industria, queda destituido de su natural fuerza procreativa, va contra la Ley de Dios y contra la ley natural, y los que tal cometen se hacen culpables de un grave delito

     El lector habrá notado clara la alusión a los congresistas de «Lambeth» en aquellas palabras «como haya algunos manifiestamente separados de la doctrina cristiana». La importancia de la materia y la trascendencia del acuerdo anglicano obligaron al Romano Pontífice a definir con palabras solemnes la doctrina de la Iglesia y a dictar a los confesores normas de conducta con los penitentes que sean reos de delito de lesa humanidad. Al propio tiempo se ha quitado ocasión a cierta Prensa y a revistas médicas de decir que la Iglesia Católica aún no ha hablado con claridad.
     El Papa Pío XII, en el discurso a los médicos italianos de la Unión Médico-Biológica de San Lucas, el día 12 de noviembre de 1944, dijo:
     «Pero hay en el orden moral un vasto campo que requiere en el médico especial claridad de principios y seguridad de acción. Es aquel en que fermentan las misteriosas energías puestas por Dios en el organismo del hombre y de la mujer para hacer surgir vidas nuevas. Es un poder natural del que el mismo Creador ha determinado la estructura y las normas esenciales de actividad con un fin preciso y con los deberes correspondientes, a los que el hombre está sometido en todo uso consciente de aquella facultad. El fin principal, al que los secundarios quedan esencialmente subordinados, querido por la naturaleza en este uso, es la propagación de la vida y la educación de la prole. Solamente el matrimonio, regulado por Dios mismo en su esencia y en sus propiedades, asegura lo uno y lo otro, conforme al bien y a la dignidad no menos de la prole que de los padres. Es la única norma que ilumina y dirige toda esta delicada materia, norma a la que en todos los casos concretos, en todas las cuestiones especiales, habrá que volver; norma, en fin, cuya fiel observancia garantiza en este punto la sanidad moral y física de los individuos y de la sociedad.
     »No debería resultar difícil para el médico el comprender esta inmanente finalidad, profundamente arraigada en la naturaleza, para afirmarla y aplicarla con íntima convicción en su actividad científica y práctica. No raramente él, más que el mismo teólogo, merecerá ser creído cuando amoneste o advierta que todo el que ofende y viola las leyes de la naturaleza, antes o después tendrá que sufrir las funestas consecuencias en su valor personal y en su integridad física y cívica. He ahí un joven que bajo el impulso de las nacientes pasiones recurre al médico; he ahí los novios que, en vista de sus próximas nupcias, le piden consejo, que no raramente, y por desgracia, es en sentido contrario a la naturaleza y a la honestidad; he ahí los esposos que buscan en él luz y asistencia o, mejor todavía, complicidad, porque creen que no pueden hallar otra solución u otro camino de salvación en los conflictos de la vida si no es la deliberada infracción de los vínculos y de los deberes inherentes al uso de las relaciones matrimoniales. Intentarán entonces hacer valer todos los argumentos o pretextos posibles médicos, eugenésicos, sociales, morales, para inducir al médico a dar un consejo o a procurar una ayuda que permita la satisfacción del instinto natural, pero privándoles de la posibilidad de alcanzar el fin de las fuerzas generadoras de la vida. ¿Cómo podrá él permanecer firme ante estos asaltos si le falta a él mismo el conocimiento claro y la convicción personal de que el Creador mismo, para el bien del género humano, ha ligado el uso voluntario de aquellas energías naturales a su finalidad inmanente con un vínculo indisoluble que no permite ninguna relajación ni rotura?»
Dr. Mons. Luis Alonso Muñoyerro
MORAL MEDICA EN LOS SACRAMENTOS DE LA IGLESIA

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