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miércoles, 13 de agosto de 2014

OFRECER LA OTRA MEJILLA

CIEN PROBLEMAS SOBRE CUESTIONES DE FE
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OFRECER LA OTRA MEJILLA
     ¿Cómo se concilian entre sí las frases de Cristo sobre el perdón? En el Sermón de la Montaña ordena realmente a los que le siguen: «Si alguno te hiriere en la mejilla derecha, vuelve también la otra» (Mateo, V, 39). Pero ordena también: «Si tu hermano pecare contra ti, ve y corrígele estando a solas con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano» (Mateo, XVIII, 15). Con el término «corrígele» evidentemente se entiende un reproche, como se desprende de lo que sigue: «Si no hiciese caso de ti, todavía válete de una o dos personas..., y si no los escuchare, díselo a la Iglesia; pero si ni a la Iglesia oyere, tenlo como por gentil y publicano» (XVIII, 16-17). ¿Hay, por tanto, un limite en el perdón? No parece, porque Cristo dijo también: «Si siete veces al día te ofendiere, y siete veces al día volviere a ti diciendo: Pésame, perdónale» (Lucas, 17, 4).
     Parece, por tanto, que nos hallamos ante una contradicción, entre el perdón ilimitado y sus efectivas limitaciones. (E. V.— Módena.)


     Como se ve, señor E. V., he respetado su deseo de que su objeción se cítase integra. Y valía la pena hacerlo, dada su importancia, aunque la solución sea fácil y rápida.
     En el enemigo es preciso distinguir la persona humana, unida — en acto o en potencia— a su Jefe, Jesús, y a nosotros, como miembro del Cuerpo místico y el mal de su pecaminosa enemistad. El amor de caridad —que implica el perdón cordial y excluye siempre el espíritu de venganza— se mantiene hacia la persona del culpable, no por la maldad cometida por él, la cual es un desorden que puede y a veces debe repararse con la pena conveniente. No será, pues, venganza, sino reparación.
     Esta reparación —nótese bien— nace también del amor: hacia si mismo, hacia los demás, hacia el enemigo. Tiende realmente a la legítima defensa de los bienes propios y ajenos, evitando daños que se llegarían a sufrir por la imposición del prójimo, o que llegarán a sufrir los terceros; tiende a la enmienda del reo, tiende a conservar el orden de la justicia y a defender el honor mismo de Dios, fuente suprema de justicia y vengador de toda injusticia. Sólo al primer fin —legítima defensa de los bienes propios— se puede e incluso es meritorio en ciertos casos renunciar por amor al sacrificio, aunque el no hacerlo no vaya contra el precepto de la caridad y del perdón.
     Es evidente además que, porque esa reparación nace verdaderamente de la caridad, la pena que se infiere legítimamente al enemigo no se debe amar en sí misma, sino sólo en los susodichos efectos suyos benéficos. Lo cual no es en modo alguno una distinción farisaica, sino fundada en la psicología natural: el padre, por ejemplo, no ama el sufrimiento del hijo castigado; es más: sufre con ello, pero ama su enmienda.
     El ofrecer la otra mejilla es un modo casi paradójico —acorde con el estilo oriental—.de expresar ese perdón interior. El corregir al enemigo o expulsarlos a látigo, como hizo Jesús con los profanadores del templo, indica el derecho o incluso a veces el deber de defenderse, de corregir, de reparar. Es la clásica coexistencia, en la vida humana, del aspecto moral interior y del aspecto jurídico exterior. Son aspectos distintos, no antagónicos, sino complementarios.
     Para terminar: al enemigo no se le ama —y perdona— en cuanto enemigo, sino en cuanto hombre; y el castigo eventual (jamás dictado por espíritu de venganza) no se le impone en cuanto hombre, sino en cuanto enemigo. Con su acostumbrada sencillez y claridad, oigamos al Aquinatense: «Amar a los enemigos en cuanto enemigos es perverso y contrario a la caridad, porque significa amar el mal ajeno... En cambio, en cuanto hombres y capaces de la bienaventuranza, según esto debemos amarlos» (Summa Theol., II-II, 25, 8).

BIBLIOGRAFIA
Bibliografía de la consulta 32. Santo Tomás: Summa Theol., II-II, 25, 8 : 83, 8.

Pier Carlo Landucci
CIEN PROBLEMAS SOBRE CUESTIONES DE FE

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