Génesis de la fiesta.
En los últimos años de su gloriosa vida, el Cardenal Mercier tomó muy a pechos lograr que se decretara para María un nuevo título: el de Medianera de todas las gracias. Una nueva efusión de bendiciones divinas sería, según el piadoso prelado, la respuesta celestial a la proclamación oficial que definiera el dogma de esta Mediación.
Bajo su iniciativa e impulso, los teólogos de varias naciones. particularmente de Bélgica, de España, de Francia, de Holanda y de Italia, fueron llamados a pronunciarse sobre la definibilidad de tal prerrogativa (Merecen especial mención los estudios del R. P. Bover, S. I., De B. V. Maria, universali gratiarum mediatrice, Barcinone, 1912, y de J. Bittremieux, Prof. de Lovaina, De mediatione universali B. M. Virginis quoad gratias, I vol. in 8.°, 319 páginas, Bruges, Beyaert). Unas comisiones, por ejemplo en Bélgica y en Roma, fueron constituidas para el estudio de la cuestión que suscitaba. El Congreso Mariano, flamenco y francés, celebrado en Bruselas, del 8 al 11 de septiembre de 1921, hizo de esta cuestión el objeto principal de sus trabajos (Las Memorias y la reseñas francesas aparecieron en 1'Action catholique de Bruselas; las flamencas, en Bruselas).
Algunos meses antes, el 12 de enero de 1921, para secundar los anhelos de la piedad católica, el Sumo Pontífice Benedicto XV, un año antes de que fuera a gozar, junto a María, la recompensa de su celo, instituyó, por un decreto de la Sagrada Congregación de Ritos, la fiesta de Maria Medianera de todas las gracias, con Misa y Oficio propios (Festum Mariae Mediatricis omnium gratiarum. Tal es el titulo oficial de la Misa. En las oraciones de la Misa se ha omitido la palabra omnium; María es simplemente llamada Madre y Medianera de gracias).
La celebración de la fiesta, juntamente con los actos pontificios, particularmente de León XIII (Octobri mense, 22 de septiembre de 1891, y Secunda semper, 8 de septiembre de 1894), de San Pío X (Enc. Ad diem illum, 2 de febrero de 1904), de Benedicto XV (22 de marzo de 1918), decreto por el cual se conceden indulgencias a la Congregación de Nuestra Señora de la Buena Muerte; el discurso de 6 de abril, aprobando los milagros para la canonización de Santa Juana de Arco y la carta de S. S. Pío XI, de 10 de junio de 1923, a los obispos de Bélgica, en los cuales la mediación universal de la Santísima Virgen es afirmada, recordada y recomendada, son de tal naturaleza, que pueden apresurar, si entra en los designios de la Providencia divina, la proclamación dogmática, manifestada por tantos deseos. Esta es una tazón, por la cual nos aplicamos especialmente a meditar este tema. ¿Acaso no puede contribuir nuestro fervor a una nueva exaltación de la Madre de Dios, a la que también nos complacemos en llamar Madre nuestra?
En los últimos años de su gloriosa vida, el Cardenal Mercier tomó muy a pechos lograr que se decretara para María un nuevo título: el de Medianera de todas las gracias. Una nueva efusión de bendiciones divinas sería, según el piadoso prelado, la respuesta celestial a la proclamación oficial que definiera el dogma de esta Mediación.
Bajo su iniciativa e impulso, los teólogos de varias naciones. particularmente de Bélgica, de España, de Francia, de Holanda y de Italia, fueron llamados a pronunciarse sobre la definibilidad de tal prerrogativa (Merecen especial mención los estudios del R. P. Bover, S. I., De B. V. Maria, universali gratiarum mediatrice, Barcinone, 1912, y de J. Bittremieux, Prof. de Lovaina, De mediatione universali B. M. Virginis quoad gratias, I vol. in 8.°, 319 páginas, Bruges, Beyaert). Unas comisiones, por ejemplo en Bélgica y en Roma, fueron constituidas para el estudio de la cuestión que suscitaba. El Congreso Mariano, flamenco y francés, celebrado en Bruselas, del 8 al 11 de septiembre de 1921, hizo de esta cuestión el objeto principal de sus trabajos (Las Memorias y la reseñas francesas aparecieron en 1'Action catholique de Bruselas; las flamencas, en Bruselas).
Algunos meses antes, el 12 de enero de 1921, para secundar los anhelos de la piedad católica, el Sumo Pontífice Benedicto XV, un año antes de que fuera a gozar, junto a María, la recompensa de su celo, instituyó, por un decreto de la Sagrada Congregación de Ritos, la fiesta de Maria Medianera de todas las gracias, con Misa y Oficio propios (Festum Mariae Mediatricis omnium gratiarum. Tal es el titulo oficial de la Misa. En las oraciones de la Misa se ha omitido la palabra omnium; María es simplemente llamada Madre y Medianera de gracias).
La celebración de la fiesta, juntamente con los actos pontificios, particularmente de León XIII (Octobri mense, 22 de septiembre de 1891, y Secunda semper, 8 de septiembre de 1894), de San Pío X (Enc. Ad diem illum, 2 de febrero de 1904), de Benedicto XV (22 de marzo de 1918), decreto por el cual se conceden indulgencias a la Congregación de Nuestra Señora de la Buena Muerte; el discurso de 6 de abril, aprobando los milagros para la canonización de Santa Juana de Arco y la carta de S. S. Pío XI, de 10 de junio de 1923, a los obispos de Bélgica, en los cuales la mediación universal de la Santísima Virgen es afirmada, recordada y recomendada, son de tal naturaleza, que pueden apresurar, si entra en los designios de la Providencia divina, la proclamación dogmática, manifestada por tantos deseos. Esta es una tazón, por la cual nos aplicamos especialmente a meditar este tema. ¿Acaso no puede contribuir nuestro fervor a una nueva exaltación de la Madre de Dios, a la que también nos complacemos en llamar Madre nuestra?
Sin embargo, conviene no se yerre sobre el sentido y el alcance de la Mediación de María. He aquí por qué parece oportuno que este ejercicio vaya precedido de una breve exposición doctrinal.
Exposición doctrinal.
El mediador es un amigo común entre dos personas a las cuales separa una lamentable enemistad. Cuanto más justificada es, por una parte, la enemistad, tanto mayor crédito supone en el mediador el éxito de su gestión. Este crédito aumenta en razón de la intimidad que une al mediador con las dos partes enemistadas. Si, además, ofrece a la parte ofendida una reparación proporcionada a las ofensas; si satisface completamente por la injuria recibida, entonces una cierta conveniencia exige que este ofrecimiento y esta satisfacción sean aceptados, pero sin crear una seria obligación. Pero cuando la aceptación ya ha tenido lugar, la reconciliación se hace sobre las bases de la justicia: el mediador es llamado Mediador de justicia.
Nadie puede entender hasta qué punto era cruel y contra naturaleza el divorcio, que, desde el pecado original, separaba a la humanidad de su Creador, y hasta qué punto era atroz la injuria que lo había acarreado. Jesucristo se interpuso misericordiosamente para ser nuestro mediador. Hombre-Dios estaba, a la vez, autorizado para hablar a los hombres y para defender su causa ante Dios: era, y sólo El podía ser, el mediador natural. El valor infinito, que la dignidad de su persona vinculaba a todos sus actos, permitió también únicamente a Él ofrecer a Dios una superabundante satisfacción por la humanidad culpable. Esta satisfacción, lo sabemos por la Fe, fue la de su pasión y la de su cruz. Así llegó a ser mediador de justicia. Sólo El mediador natural y sólo Él mediador de justicia, Jesucristo es, de esta manera dos veces único mediador, único necesario y único suficiente.
Exposición doctrinal.
El mediador es un amigo común entre dos personas a las cuales separa una lamentable enemistad. Cuanto más justificada es, por una parte, la enemistad, tanto mayor crédito supone en el mediador el éxito de su gestión. Este crédito aumenta en razón de la intimidad que une al mediador con las dos partes enemistadas. Si, además, ofrece a la parte ofendida una reparación proporcionada a las ofensas; si satisface completamente por la injuria recibida, entonces una cierta conveniencia exige que este ofrecimiento y esta satisfacción sean aceptados, pero sin crear una seria obligación. Pero cuando la aceptación ya ha tenido lugar, la reconciliación se hace sobre las bases de la justicia: el mediador es llamado Mediador de justicia.
Nadie puede entender hasta qué punto era cruel y contra naturaleza el divorcio, que, desde el pecado original, separaba a la humanidad de su Creador, y hasta qué punto era atroz la injuria que lo había acarreado. Jesucristo se interpuso misericordiosamente para ser nuestro mediador. Hombre-Dios estaba, a la vez, autorizado para hablar a los hombres y para defender su causa ante Dios: era, y sólo El podía ser, el mediador natural. El valor infinito, que la dignidad de su persona vinculaba a todos sus actos, permitió también únicamente a Él ofrecer a Dios una superabundante satisfacción por la humanidad culpable. Esta satisfacción, lo sabemos por la Fe, fue la de su pasión y la de su cruz. Así llegó a ser mediador de justicia. Sólo El mediador natural y sólo Él mediador de justicia, Jesucristo es, de esta manera dos veces único mediador, único necesario y único suficiente.
Toda otra mediación entre Dios y el hombre no se puede concebir sino subordinada a esta mediación indispensable, de la cual saca todo su valor.
De hecho, Nuestro Señor, ha merecido, primero para su Madre y, después, para los demás hombres, la gracia santificante, que los acerca a Dios, puesto que los diviniza, y ha querido, en diversos grados, constituirlos, bajo Él, mediadores por su gracia. Fundada en la gracia santificante merecida por Jesucristo, esta mediación, lejos de obscurecerla, glorifica la mediación de justicia, de la cual es una pura participación.
Esta mediación participada puede concebirse en un sentido más lato, relativo a la Encarnación y a la Redención en sí mismas, y, en un sentido propio, relativo a la dispensación de las gracias merecidas por la obra reparadora de Jesucristo.
Relativo a la Encarnación y a la Redención en sí misma, en el sentido de que Dios puede tener en cuenta la fidelidad prevista de las criaturas enriquecidas de gracias por Jesucristo, para decidir la Encarnación y la Redención.
Relativo a la dispensación de las gracias ya merecidas, primeramente en el sentido de que Dios, para llamar a los infieles a la fe, para convertir a los pecadores y santificar a los justos, puede querer que a la causa eficiente de las gracias que es sólo Jesucristo, se añada la influencia moral de la oración formal y de las obras impetratorias de sus buenos servidores; y también en el sentido de que puede permitir suplir el defecto de nuestras oraciones y de nuestras acciones para darnos, por misericordia, las gracias de Jesucristo.
Honrando a María le atribuimos esta triple mediación, llevada al mayor grado posible en una pura criatura.
La saludamos Medianera por la Encarnación y por la Redención, por causa de sus méritos y de sus oraciones previstas desde toda la eternidad ; por causa de su consentimiento a la misma Encarnación y por causa de la parte que tomó en el sacrificio de la Cruz: en el Calvario, como en un templo, ofreció a Jesucristo con el mismo Jesucristo.
De hecho, Nuestro Señor, ha merecido, primero para su Madre y, después, para los demás hombres, la gracia santificante, que los acerca a Dios, puesto que los diviniza, y ha querido, en diversos grados, constituirlos, bajo Él, mediadores por su gracia. Fundada en la gracia santificante merecida por Jesucristo, esta mediación, lejos de obscurecerla, glorifica la mediación de justicia, de la cual es una pura participación.
Esta mediación participada puede concebirse en un sentido más lato, relativo a la Encarnación y a la Redención en sí mismas, y, en un sentido propio, relativo a la dispensación de las gracias merecidas por la obra reparadora de Jesucristo.
Relativo a la Encarnación y a la Redención en sí misma, en el sentido de que Dios puede tener en cuenta la fidelidad prevista de las criaturas enriquecidas de gracias por Jesucristo, para decidir la Encarnación y la Redención.
Relativo a la dispensación de las gracias ya merecidas, primeramente en el sentido de que Dios, para llamar a los infieles a la fe, para convertir a los pecadores y santificar a los justos, puede querer que a la causa eficiente de las gracias que es sólo Jesucristo, se añada la influencia moral de la oración formal y de las obras impetratorias de sus buenos servidores; y también en el sentido de que puede permitir suplir el defecto de nuestras oraciones y de nuestras acciones para darnos, por misericordia, las gracias de Jesucristo.
Honrando a María le atribuimos esta triple mediación, llevada al mayor grado posible en una pura criatura.
La saludamos Medianera por la Encarnación y por la Redención, por causa de sus méritos y de sus oraciones previstas desde toda la eternidad ; por causa de su consentimiento a la misma Encarnación y por causa de la parte que tomó en el sacrificio de la Cruz: en el Calvario, como en un templo, ofreció a Jesucristo con el mismo Jesucristo.
La saludamos Medianera por la dispensación de las gracias, reconociendo la influencia de su intervención en dicha distribución. En este caso, si ninguna gracia dada a los hombres, y aun a los ángeles, escapa a su influencia, esto justifica el título de medianera de todas las gracias. Sin embargo, hay que exceptuar de esta universalidad la primera gracia recibida por ella misma (Tal es la opinión común, que M. Bittremieux (pág. 141) tiene por cierta. Recordemos, empero, que la teología de esta Mediación dista mucho de estar acabada), sin la cual sería impotente para obtener cosa alguna.
Finalmente, la saludamos Medianera entre Jesucristo y los hombres, reconociéndola Madre de Misericordia, para suplir todas nuestras insuficiencias y para obtener para todos, pobres pecadores, los efectos de la redención.
Esta triple mediación es una Mediación por gracia en su título, y de intercesión en su ejercicio, porque es debido a una primera gracia otorgada gratuitamente a María y porque se acentúa en el valor impetratorio de los méritos y de la intercesión de esta Madre de Dios y de los hombres.
La fiesta de María Medianera de todas las gracias es un solemne homenaje tributado a esta triple mediación. Sin embargo, la finalidad pretendida por la institución de la fiesta y el mismo título de Medianera de todas Las gracias atrae especialmente nuestra devoción sobre la influencia de María en la dispensación de las gracias. Nos complacemos en reconocer esta influencia como universal, con la esperanza de que, iluminada con toda claridad, por los estudios de los teólogos y prudentemente formulada, esta verdad llegue a ser, por la autoridad del Pontífice infalible, un dogma explícito de la Fe.
Plan de la meditación.
«Qui elucidant me vitam aeternam habebunt».
Los que me dan a conocer, tendrán la vida eterna (Eccl. XXIV, 31. Hay que notar que este versículo es de la Vulgata. La Iglesia aplica a María estas palabras que se refieren a la Sabiduría).
La mediación es el principió de una filiación espiritual.
En el primer punto la consideraremos en nosotros con respecto a Jesús; en el segundo punto, también en nosotros con respecto a María: por este medio, conoceremos naturalmente el objeto particular de la nueva fiesta y la tarea especial, a cuyo desempeño estamos invitados.
Finalmente, la saludamos Medianera entre Jesucristo y los hombres, reconociéndola Madre de Misericordia, para suplir todas nuestras insuficiencias y para obtener para todos, pobres pecadores, los efectos de la redención.
Esta triple mediación es una Mediación por gracia en su título, y de intercesión en su ejercicio, porque es debido a una primera gracia otorgada gratuitamente a María y porque se acentúa en el valor impetratorio de los méritos y de la intercesión de esta Madre de Dios y de los hombres.
La fiesta de María Medianera de todas las gracias es un solemne homenaje tributado a esta triple mediación. Sin embargo, la finalidad pretendida por la institución de la fiesta y el mismo título de Medianera de todas Las gracias atrae especialmente nuestra devoción sobre la influencia de María en la dispensación de las gracias. Nos complacemos en reconocer esta influencia como universal, con la esperanza de que, iluminada con toda claridad, por los estudios de los teólogos y prudentemente formulada, esta verdad llegue a ser, por la autoridad del Pontífice infalible, un dogma explícito de la Fe.
Plan de la meditación.
«Qui elucidant me vitam aeternam habebunt».
Los que me dan a conocer, tendrán la vida eterna (Eccl. XXIV, 31. Hay que notar que este versículo es de la Vulgata. La Iglesia aplica a María estas palabras que se refieren a la Sabiduría).
La mediación es el principió de una filiación espiritual.
En el primer punto la consideraremos en nosotros con respecto a Jesús; en el segundo punto, también en nosotros con respecto a María: por este medio, conoceremos naturalmente el objeto particular de la nueva fiesta y la tarea especial, a cuyo desempeño estamos invitados.
MEDITACIÓN
1° Preludio. — Imaginemos el Calvario, en el momento en que Jesús confía su Madre a San Juan, diciendo a éste: «Hijo, he aquí a, tu Madre».2° Preludio. — Pidamos a Nuestro Señor que, por amor a su Madre y a los hombres, nos dé a conocer mejor lo que Él y su santa Madre son para nosotros y que se acreciente con respecto a ellos nuestra confianza y nuestra devoción.
I. JESÚS MEDIADOR DEL PADRE
I. 1. Sabemos por la fe que Jesús, merced a la unión de una naturaleza humana con su persona divina, es nuestro mediador.Mediador, que, interponiéndose entre su Padre y nosotros nos ha reconciliado con Él; mediador de quien manan sobre nosotros todas las gracias, como de su fuente meritoria;
Mediador, en cuyo nombre nuestras oraciones suben al cielo;
Mediador de justicia, que ofrece a su Padre una reparación más que adecuada, un precio superior a todo favor solicitado;
Mediador de justicia, único, sólo necesario y plenamente suficiente.
La Iglesia tributa homenaje a este mediador terminando así sus oraciones: «por Jesucristo, Nuestro Señor».
2. Todos los cristianos conocen la Mediación de Jesucristo, pero pocos saben que Jesucristo es, por lo mismo, nuestro Padre. Con más frecuencia es presentado como el primogénito entre muchos hermanos. Lo es, ciertamente. ¿Acaso no dijo él mismo, en el mensaje que, después de su resurrección, confió a las santas mujeres: «Id a anunciar a mis hermanos que vayan a Galilea»? (Matth. X, 28).
Sin embargo, esta cualidad de Padre, referente a nosotros, no es menos verdadera. San Pablo celebra en él al nuevo Adán, al nuevo Padre del género humano, hombre celestial, cuyos rasgos debemos reproducir, a la manera que nos habíamos parecido al primer hombre terrenal (Cor., XV, 45-49).
3. ¿Por qué Nuestro Señor nos da la mediación como Padre? Porque como mediador, nos merece y nos transmite la vida sobrenatural de la gracia.
4. Mientras, en el orden natural, el padre transmite la vida una vez, sin ninguna otra influencia, Nuestro Señor nos hace vivir durante todo el decurso de nuestra existencia. El mismo se comparó a una viña, de la cual somos nosotros los sarmientos. La cepa de la vid no cesa de hacer pasar por las ramas la savia, sin la cual se secan y mueren. Asimismo Vuestro Señor no cesa de engendrarnos a la vida sobrenatural, por un influjo continuo, que conserva y aumenta en nosotros la gracia santificante.
5. La Mediación de Nuestro Señor, este beneficio, en el cual se fundan todas nuestras esperanzas, reviste un aspecto maravilloso y conmovedor, cuando entendemos que este beneficio nos lo concede un Padre y que este Padre es Jesucristo.
II. Los brazos paternales de Jesucristo están ampliamente abiertos, siempre prestos a acogernos. ¡Sean ellos nuestro perpetuo refugio! Vivamos y muramos en estos brazos, sobre el corazón de nuestro Padre. En la efusión de nuestro agradecimiento, no nos olvidemos de hacerle esta promesa: «Padre, somos débiles y vacilantes, pero nunca toleraremos que nos falte nuestra confianza».
3. ¿Por qué Nuestro Señor nos da la mediación como Padre? Porque como mediador, nos merece y nos transmite la vida sobrenatural de la gracia.
4. Mientras, en el orden natural, el padre transmite la vida una vez, sin ninguna otra influencia, Nuestro Señor nos hace vivir durante todo el decurso de nuestra existencia. El mismo se comparó a una viña, de la cual somos nosotros los sarmientos. La cepa de la vid no cesa de hacer pasar por las ramas la savia, sin la cual se secan y mueren. Asimismo Vuestro Señor no cesa de engendrarnos a la vida sobrenatural, por un influjo continuo, que conserva y aumenta en nosotros la gracia santificante.
5. La Mediación de Nuestro Señor, este beneficio, en el cual se fundan todas nuestras esperanzas, reviste un aspecto maravilloso y conmovedor, cuando entendemos que este beneficio nos lo concede un Padre y que este Padre es Jesucristo.
II. Los brazos paternales de Jesucristo están ampliamente abiertos, siempre prestos a acogernos. ¡Sean ellos nuestro perpetuo refugio! Vivamos y muramos en estos brazos, sobre el corazón de nuestro Padre. En la efusión de nuestro agradecimiento, no nos olvidemos de hacerle esta promesa: «Padre, somos débiles y vacilantes, pero nunca toleraremos que nos falte nuestra confianza».
II. MARIA, MADRE Y MEDIANERA
I. 1. Cuántos cristianos dicen y repiten con San Estanislao: Mater Dei et Mater mea. María madre de Dios, es también mi madre. Mas para la mayor parte de los cristianos ¿en qué consiste esta maternidad ?
Interrogados nos responderían: María es nuestra madre, porque puso en el mundo a Jesucristo.
María es nuestra madre, porque nos ama tanto y más que una madre.
Pensamientos indudablemente justos, emocionantes y confortadores. Pero, ¿contienen toda la verdad? ¿Contienen la mejor parte de la verdad?
2. No lo parece. Madre por adopción y en sentido figurado, es también real y verdaderamente nuestra madre, porque nos ha dado la vida, como toda verdadera madre la da a sus hijos. ¿Qué nos enseña la tradición? Coloca a María al lado de Jesús. Como Eva fue puesta al lado de Adán. Eva, en el orden físico, es lealmente la madre común de todos los hombres, porque todos hemos recibido de ella la vida. María, nueva Eva, también debe engendrarnos a la vida. ¿A qué vida? A la vida superior de la gracia.
3. Mas ¿cómo podemos recibir de María una vida que, toda entera, nos viene por Jesús? Porque la gracia de Jesús puede descender sobre nosotros por la intercesión de María.
Desde lo alto de la cruz, Jesús derramó en el corazón de su Madre una plenitud de gracia, que María por su oración había de distribuir entre los hombres, los cuales, de esta suerte, llegarían a ser sus hijos. Luego, por las gracias, de las cuales es una especie de canal, María es medianera, no de justicia, sino de gracia, es decir, por vía de simple intercesión y por un mérito de congruo (Bittremieux, De Mediatione universali, pág. 40). La deuda del pecado se extinguió por los méritos de Jesucristo. Jesús reconcilió el cielo y la tierra. Pero plugo a la divina Providencia, que dio una madre a Jesús, distribuir por la intercesión de María las gracias que fluyen de esta feliz reconciliación. Plugo a la divina Providencia que la Madre de Jesús fuera de esta manera también nuestra Madre.
4. He aquí la persuasión que se trasluce en los documentos pontificios de nuestra época; he aquí lo que la gratitud y la confianza nos hacen reconocer en María; he aquí lo qué decimos con San Bernardo (De Aquaeductu, Migne, P. L. 183, 445): «Totum nos habere voluit per Mariam», Dios ha querido que todo nos venga por María; he aquí la verdad que, para gloria de nuestra Madre, tantos fieles, tantos sacerdotes, tantos obispos, desean ver definida como dogma de fe.
María es nuestra madre, porque nos ama tanto y más que una madre.
Pensamientos indudablemente justos, emocionantes y confortadores. Pero, ¿contienen toda la verdad? ¿Contienen la mejor parte de la verdad?
2. No lo parece. Madre por adopción y en sentido figurado, es también real y verdaderamente nuestra madre, porque nos ha dado la vida, como toda verdadera madre la da a sus hijos. ¿Qué nos enseña la tradición? Coloca a María al lado de Jesús. Como Eva fue puesta al lado de Adán. Eva, en el orden físico, es lealmente la madre común de todos los hombres, porque todos hemos recibido de ella la vida. María, nueva Eva, también debe engendrarnos a la vida. ¿A qué vida? A la vida superior de la gracia.
3. Mas ¿cómo podemos recibir de María una vida que, toda entera, nos viene por Jesús? Porque la gracia de Jesús puede descender sobre nosotros por la intercesión de María.
Desde lo alto de la cruz, Jesús derramó en el corazón de su Madre una plenitud de gracia, que María por su oración había de distribuir entre los hombres, los cuales, de esta suerte, llegarían a ser sus hijos. Luego, por las gracias, de las cuales es una especie de canal, María es medianera, no de justicia, sino de gracia, es decir, por vía de simple intercesión y por un mérito de congruo (Bittremieux, De Mediatione universali, pág. 40). La deuda del pecado se extinguió por los méritos de Jesucristo. Jesús reconcilió el cielo y la tierra. Pero plugo a la divina Providencia, que dio una madre a Jesús, distribuir por la intercesión de María las gracias que fluyen de esta feliz reconciliación. Plugo a la divina Providencia que la Madre de Jesús fuera de esta manera también nuestra Madre.
4. He aquí la persuasión que se trasluce en los documentos pontificios de nuestra época; he aquí lo que la gratitud y la confianza nos hacen reconocer en María; he aquí lo qué decimos con San Bernardo (De Aquaeductu, Migne, P. L. 183, 445): «Totum nos habere voluit per Mariam», Dios ha querido que todo nos venga por María; he aquí la verdad que, para gloria de nuestra Madre, tantos fieles, tantos sacerdotes, tantos obispos, desean ver definida como dogma de fe.
5. Así como Jesús es nuestro Padre como Mediador, de la misma manera María es nuestra madre, ante todo, como medianera.
Las tres oraciones de la misa de esta fiesta unen, en una misma expresión, la mediación y la maternidad de María.
Solamente nuestra piedad se ha habituado a mirar en Jesús al Mediador y a honrar en María su cualidad de madre.
II. Tengámonos por felices por haber adquirido de esta manera, bajo la dirección de la Iglesia, un conocimiento más claro de Jesús y de María.
Juntemos, en adelante, más exprofeso, en nuestra veneración y en nuestro afecto filial, a Jesús, Mediador y Padre, y a María, Madre y Medianera.
Demos gracias a la divina Sabiduría, la cual, en la nueva economía de nuestra regeneración, se ha complacido en asociar, como en el orden de la generación natural, una madre a un primer padre.
La Iglesia nos hace decir con mucha razón: «si admiramos la gran obra de la creación del mundo, más admirable aparece la restauración» (En el Lavabo de la Misa).
De gratitud. Hemos de dar las gracias a María por todos los bienes que nos ha valido su maternal mediación; después, remontándonos más alto, hemos de bendecir a Jesús por haberse asociado a su Madre, a fin de colmar el género humano de gracias y favores.
Las tres oraciones de la misa de esta fiesta unen, en una misma expresión, la mediación y la maternidad de María.
Solamente nuestra piedad se ha habituado a mirar en Jesús al Mediador y a honrar en María su cualidad de madre.
II. Tengámonos por felices por haber adquirido de esta manera, bajo la dirección de la Iglesia, un conocimiento más claro de Jesús y de María.
Juntemos, en adelante, más exprofeso, en nuestra veneración y en nuestro afecto filial, a Jesús, Mediador y Padre, y a María, Madre y Medianera.
Demos gracias a la divina Sabiduría, la cual, en la nueva economía de nuestra regeneración, se ha complacido en asociar, como en el orden de la generación natural, una madre a un primer padre.
La Iglesia nos hace decir con mucha razón: «si admiramos la gran obra de la creación del mundo, más admirable aparece la restauración» (En el Lavabo de la Misa).
III. LA FIESTA DE MARÍA MEDIANERA
I. Participando de la consoladora convicción de muchos pontífices y de numerosos santos, celebremos la fiesta de María Medianera como una fiesta de gratitud y, al mismo tiempo, de esperanza confiada para ella y para nosotros.De gratitud. Hemos de dar las gracias a María por todos los bienes que nos ha valido su maternal mediación; después, remontándonos más alto, hemos de bendecir a Jesús por haberse asociado a su Madre, a fin de colmar el género humano de gracias y favores.
De esperanza confiada para María. En efecto, si esta fiesta se extiende de día en día hasta hacerse universal, si va ganando el corazón del pueblo fiel, prepara la proclamación dogmática de la mediación universal de María.
De esperanza confiada para nosotros. Acrecentando el fervor de nuestra devoción y haciendo resaltar ante nuestros ojos el valimiento de María, esta fiesta nos dispone para recibir una gran abundancia de gracias. María, como Jesús, sólo espera de nosotros mejores disposiciones para enriquecernos más y más.
II. 1. Fiesta de gratitud y de esperanza, la fiesta de María Medianera ha de ser también una fiesta de apremiantes súplicas.
Hemos de rogar a Dios, para que se digne derramar sobre el mundo, o mejor sobre la Iglesia, las luces necesarias para la prudente promulgación de un dogma nuevo.
2. Inspirándonos en los ejemplos de muchos santos, que estaban seguros de la maternal e incesante intervención de María en su favor, pidamos a Dios que nos conceda lo que María pide por nosotros.
Pidamos a Dios Padre esta glorificación para Jesucristo.
Roguemos bendiga nuestra acción y nuestro apostolado por Jesús y por María.
De esperanza confiada para nosotros. Acrecentando el fervor de nuestra devoción y haciendo resaltar ante nuestros ojos el valimiento de María, esta fiesta nos dispone para recibir una gran abundancia de gracias. María, como Jesús, sólo espera de nosotros mejores disposiciones para enriquecernos más y más.
II. 1. Fiesta de gratitud y de esperanza, la fiesta de María Medianera ha de ser también una fiesta de apremiantes súplicas.
Hemos de rogar a Dios, para que se digne derramar sobre el mundo, o mejor sobre la Iglesia, las luces necesarias para la prudente promulgación de un dogma nuevo.
2. Inspirándonos en los ejemplos de muchos santos, que estaban seguros de la maternal e incesante intervención de María en su favor, pidamos a Dios que nos conceda lo que María pide por nosotros.
COLOQUIO
Acudamos a María como a una Madre que posee toda nuestra confianza y a la cual deseamos ver cada día más glorificada.Pidamos a Dios Padre esta glorificación para Jesucristo.
Roguemos bendiga nuestra acción y nuestro apostolado por Jesús y por María.
Arturo Vermeersch S.J.
MEDITACIONES SOBRE LA SANTÍSIMA VIRGEN
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