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lunes, 11 de abril de 2011

El Cielo

     El fin supremo, hijo mío, es el cielo; es hacia esa meta a donde te es preciso dirigir tus pasos; hacia esa cima te es necesario alzar el vuelo de tu alma.
     Pese a lo que diga el mundo, tu primer deber es asegurar tu felicidad en la otra vida, porque esta vida no es más que un tránsito répido y como un corredor que nos conduce a la eternidad.
     Guárdate, pues, de ilusionarte y de extraviarte como hacen tantos jóvenes de tu edad, que no piuensan más que en su porvenir terreno.
     Tú piensa en las cosas del tiempo, es legítimo, y quiero que te traces un surco sobre la tierra donde Dios te ha colocado para su gloria; pero piensa, sobre todo, en tu destino eterno. Aquella es poca cosa comparada con ésta.
     Por larga que sea tu vida sobre la tierra, sera bien corta, porque tú no eres más que un punto en el tiempo y en el espacio, perdido entre el pasado que ya no existe y el porvenir que no es todavía.
     Y si ante Dios mil años son como un día, ¿qué es he vida humana ante sus ojos? Es el estremecimiento de un mosquito que revolotea en un rayo de sol y que muere antes de la tarde.
     Y además, hijo mío, no pienses que no tendrás en este mundo más que alegrías: nuestra, existencia está llena de desengaños y dolores, de penas del corazón, de mezquindades y de tinieblas, y no hay hijo de mujer que no esté condenado a gemir bajo la carga de su cruz.
     Es allá arriba, después del despertar de la muerte, que el hombre por fin encuentra la verdadera vida, la que ni aflige ni se acaba; es allá arriba donde el hombre encuentra la patria que no sabe de ambiciones ni de suspiros, ni de lágrimas ni de dolores.
     Allá todas las aspiraciones serán colmadas, todas las penas consoladas, todas las fatigas recompensadas, todas las pruebas habrán cesado. Allá sólo encontrarás la luz, de la cual estás deseoso; y, para reemplazar estos amores de aquí abajo, que no son más que sueños fugitivos o muy largas pesadillas, encontrarás el inmutable y feliz amor de tu Dios.
     He aquí, hijo mío, el reino divino que es ofrecido por la fe al discípulo del Evangelio.
     Mientras dure tu tránsito aquí abajo, que esto sea la finalidad ansiada de todos tus pensamientos, de todas tus esperanzas y de todos tus sacrificios.
     El cielo, mansión de felicidad sin límite y sin fin, ¿no vale, dime, que se le prefiera a todas las cosas y que se le compre a cualquier precio?

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