¿Por qué has hecho esto con nosotros?
La Virgen Santísima se queja amorosamente a su Hijo: ¿Por qué les ha dejado a Ella y a José de esa manera, sin decirles siquiera una palabra? ¿Por qué les ha causado ese inmenso dolor? Quid fecisti nobis sic?
Ella tenía derecho a quejarse.
¡Era su Madre!
Y el divino Niño acepta aquella queja amorosa, y sus palabras parecen casi una excusa: Nesciebatis... Pero, ¿no sabíais!... ¡Si mi oficio y mi deber son ocuparme en las cosas de mi Padre!
El Señor santifica a los suyos con las pruebas a que los somete.
Algunas veces se ausenta sin causa aparente.
El alma sufre de esa ausencia. Llama, pregunta, busca.
Y Él la hace esperar: Et post triduum invenerunt eum: pero al fin se deja encontrar de nuevo.
Y la paz y la alegría renacen el corazón que ama.
Señor, ¿por qué te escondes? ¿Por qué me dejas solo en medio de las dificultades y de las tentaciones y de los peligros?
Él quiere que yo le busque.
Pero, ¡ay Señor!, que yo muchas veces, en vez de buscarte, y de buscarte sin descanso hasta que te encuentre —como te buscaron José y María—, me entristezco y me dejo llevar del desaliento; busco quizá el primer día, persevero unas horas llamando y preguntando por Ti —inter cognatos et notos—, pero no soy suficientemente fuerte para perseverar.
Y no sé buscarte en donde Tú quieres que te busque: en la oración.
José y María te encontraron en el templo.
Si yo supiera acudir con más instancia a la oración, seguramente te encontraría.
Muchas veces el Señor se oculta, no sólo porque quiere probarme, sino también porque quiere castigar amorosamente mis infidelidades.
Y por eso, cuando Jesús se ausenta, debo examinarme cuidadosamente. ¿No habré dado yo la ocasión a esa ausencia?
Entonces debo redoblar mi fervor.
Insistir con mayor frecuencia en mis súplicas.
Velar más cuidadosamente sobre mí mismo.
Y Jesús se volverá a mostrar a mi alma.
Entonces experimentaré mejor lo que dice el autor de la Imitación:
«Cuando Jesús está presente, todo es bueno, y no parece cosa difícil; mas cuando está ausente, todo es duro.
Cuando Jesús no habla dentro, vil es la consolación; mas si Jesús habla una sola palabra, gran consolación se siente...
Estar sin Jesús es grave infierno; estar con Jesús es dulce paraíso...
El que halla a Jesús, halla un buen tesoro, y de verdad bueno sobre todo bien.
Y el que pierde a Jesús, pierde muy mucho y más que todo el mundo.
Pobrísimo es el que vive sin Jesús, y riquísimo el que está bien con Jesús» (lib. II, c. VIII).
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