Encíclica de LEÓN XIII
Sobre la esclavitud, la propagación de la fe en África
Sobre la esclavitud, la propagación de la fe en África
y
la colecta misional de Epifanía
Del
20 de noviembre de
1890
Venerables
Hermanos: Salud y Bendición apostólica
I. La obra emancipadora de la Iglesia.
En
la Iglesia católica que con maternal caridad abraza a todos los hombres no hay
como sabéis, Venerables Hermanos, desde un principio, casi nada tan antiguo que
el esfuerzo de ver eliminada y del todo extirpada la esclavitud, la cual con
duro yugo oprimía a muchísimos hombres. Pues, siendo ella solícita en velar
por la doctrina de su Fundador quien personalmente o por boca de sus Apóstoles
había enseñado a los hombres la fraternal unión que los estrecha a todos, por
cuanto nacieron del mismo Padre común, fueron redimidos con el mismo precio y
llamados a la misma bienaventuranza eterna, recogió la causa despreciada de los
esclavos, y, aunque la llevara adelante, conforme lo aconsejaran los tiempos y
las circunstancias, lenta y medidamente, se constituyó en su esforzada abogada,
es decir lo hacía con prudencia e inteligencia, reclamando constantemente lo
que en nombre de la Religión, de la justicia y de la humanidad se había
propuesto, con cuyo logro final mereció muy bien y propulsó la prosperidad de
las naciones y de la civilización.
En
el transcurso de los tiempos no desfalleció tampoco en su empeño de llevar a
los esclavos hacia la libertad; por el contrario, con cuanto mayor fruto
realizaba la obra con tanto mayor celo insistía en ella, como lo atestiguan
fehacientemente los documentos de la Historia, la cual a este respecto destaca a
varios de Nuestros Predecesores entre los cuales se distinguen San
Gregorio Magno, Adriano I, Alejandro III, Inocencio III, Gregorio IX, Pío II,
León x, Paulo III, Urbano VIII, Benedicto XIV, Pío VII y Gregorio XVI quienes no perdonaron trabajo ni solicitud para
abolir donde estaba en vigencia, la institución de la esclavitud, y cuidaron
que, donde ya se habían extirpado sus gérmenes, no volvieran a la vida.
II. La intervención constante de León
XIII.
Los
horrores del comercio de hombres en África.
Nos
no podíamos empañar la herencia de tanta gloria que Nuestros Predecesores Nos
habían transmitido, por lo cual no dejamos pasar oportunidad sin reprobar y
condenar públicamente esta tétrica plaga de la esclavitud, y así ocupándonos
de ella, escribimos una carta que con fecha 5 de Mayo de 1888 dirigimos a los
Obispos del Brasil[i]
en la cual los congratulamos por lo que en esa parte del mundo, para ejemplo
laudable de los demás, se hizo pública y privadamente por la libertad de los
esclavos, y demostramos al mismo tiempo hasta qué punto la esclavitud era
adversa a la Religión y a la dignidad humana. Nos sentimos vehementemente
sacudidos por la situación en que quedan los que están sujetos a dominio
ajeno; pero mucho más acerbamente Nos sentíamos conmovidos al escuchar
las narraciones acerca de las penurias que afligen a todos los habitantes de
ciertas regiones del interior del África. Aquello es demasiado abyecto y
horrendo para que recordemos lo que a través de comunicaciones verídicas Nos
hicieron saber, y es que casi 400.000 africanos, sin distinción de edad ni de
sexo, son arrancados anualmente por la fuerza de sus pagos primitivos, desde
donde, en largas jornadas, cargados de cadenas y golpeados con azotes se llevan
a los mercados en que como bestias vendibles se exponen y venden.
III.
Éxito de las gestiones papales. Iniciativas estatales y particulares.
Por
cuanto lo atestiguaron los que lo vieron, y lo confirmaron recientes
exploraciones del África equinoccial, Nos sentíamos inflamados por el anhelo
de ayudar a esos pobres hombres y aliviar su desgracia. Por ello, sin demora,
encargamos a Nuestro dilecto Hijo, el Cardenal Carlos Lavigerie, cuyo fervor y
celo apostólico Nos son conocidos, recorrer las principales ciudades europeas a
fin de hacer conocer la ignominia de este nefando comercio humano y mover los
ánimos de los príncipes y ciudadanos a socorrer a esa gente afligida.
Debemos
dar gracias a Dios, amantísimo Redentor de todos los hombres, por no haber
permitido, en su bondad, que Nuestros esfuerzos resultaran estériles sino que
quiso que fuesen como una semilla arrojada en tierra fértil que promete gozosa
mies; pues, tanto los gobiernos de los pueblos como los católicos de todo el
orbe de la tierra, y también todos los hombres que consideran sagrados los
derechos de las gentes y la ley natural, se hacían mutua competencia estudiando
de qué manera y por medio de qué obra convenía, principalmente, arrancar de
raíz ese comercio humano.
No
hace mucho, con elevado espíritu se celebró en Bruselas un solemne Congreso en
que se reunieron los delegados de los príncipes europeos, y en fecha aun más
reciente, en una reunión que personas particulares con el mismo fin
tuvieron en París, se anunció abiertamente que con tanto afán y constancia
iban a defender la causa de los negros cuanto era el cúmulo de males que
agobiaba a los esclavos.
Por
eso, al volver a ofrecérsenos oportunidad para ello, no queremos dejarla pasar
sin realzar y agradecer los méritos de los príncipes europeos a este respecto
e implorar fervorosamente al Sumo Dios a fin de que otorgue cumplido éxito a
sus proyectos y principios de esa obra.
IV.
Estímulo papal de las misiones Africanas, remedio del mal de la esclavitud.
Pero,
además, de la solicitud por proteger la libertad, otra mayor atañe más de
cerca Nuestro ministerio católico, por cuanto ella Nos urge cuidar de que en
las regiones africanas se propague la doctrina del Evangelio, cual, con su luz
de divina verdad cuya posesión ha de hacerlos partícipes con Nosotros de la
heredad del Reino Dios, deberá iluminar a sus habitantes que están sentados en
las tinieblas causadas por una ciega superstición. Tanto más fervorosamente lo
procuramos cuanto que ellos mismos, una vez que hayan recibido esa luz,
sacudirán de sus hombros el yugo de la esclavitud humana. Pues, donde entren en
vigencia las costumbres y leyes cristianas, donde la Religión de tal modo
penetre a los hombres que observen la justicia y honren la dignidad humana,
donde abundoso corra el espíritu de la caridad fraterna que Cristo nos
enseñó, allí no podrá seguir subsistiendo la esclavitud, ni la crueldad, ni
la barbarie sino que florecerá la suavidad del trato y la cristiana libertad
ornada de cultura ciudadana.
Ya
muchísimos varones apostólicos cual intrépidos soldados de Cristo penetraron
en aquellas regiones, y para lograr la salvación de Nuestros hermanos no sólo
vertieron sus sudores sino también su sangre. Pero por cuanto la mies es
mucha y los operarios pocos[ii]
es menester que otros muchos, movidos por el mismo espíritu de Dios, sin
temor a los peligros, incomodidades ni trabajos acudan a aquellas regiones donde
se ejerce ese oprobiosísimo comercio, llevando a sus habitantes la doctrina de
Cristo que va siempre unida a la verdadera libertad.
Verdad
es que la iniciación de tan importante obra, mediante la revelación de su
divinidad, ha de ilustrar también a aquella porción desgraciada del género
humano, y ha de arrancarla del fango de la superstición y de su penosa
situación en que despreciada y olvidada yace desde hace tanto tiempo.
V.
Colectas para reunir fondos para las misiones y la lucha contra el comercio
humano. Distribución.
Decretamos,
pues, que en el día mencionado en la introducción, se recojan en las en las
Iglesias y capillas, sujetas a tu jurisdicción y se envíen a Roma, al sagrado
Consejo para la propagación del nombre cristiano; el oficio del Consejo será
el de repartir los caudales recolectados entre las misiones que trabajan
principalmente en la abolición de la esclavitud en las regiones africanas. Se
distribuirán, empero, de tal modo que los fondos venidos de naciones que tienen
sus misiones católicas propias para devolver la libertad a los esclavos, como
recordamos, se entreguen a esas misiones para su sostenimiento y auxilio. Las
limosnas restantes serán repartidas por el sagrado Consejo, después de
prudente deliberación, entre las misiones más indigentes, cuyas necesidades se
han comprobado.
No
dudamos, pues, que Nuestras plegarias por los infelices africanos las reciba el
misericordiosísimo Dios, y tú, Venerable Hermano, por tu cuenta, aportarás tu
celo y tu trabajo para que todo se cumpla colmadamente.
VI.
Recomendación de la Colecta de la "Propagación de la Fe".
Confiamos,
además, en que los subsidios temporarios y especiales que los fieles reúnen
para abolir la mancha del comercio humano y para sostener a los heraldos del
Evangelio de aquellas regiones donde la esclavitud está en vigencia, no
restrinjan la generosidad con que suelen ayudar a las misiones católicas, al
hacer las colectas que se envían al instituto fundado en Lyon que recibiera el
nombre de Propagación de la Fe. Esta obra saludable que ya antes de
ahora recomendamos al celo de los fieles, también en esta oportunidad reclama
con insistencia los medios que correspondan a la amplitud de sus necesidades,
pues, sin invertir ingentes sumas no se puede proveer la educación de los
misioneros, los largos viajes, la instalación de estaciones, la edificación y
habilitación de templos y otras cosas necesarias de este género, inversiones
que por algunos años han de continuar haciéndose hasta que aquellos lugares
donde residen los heraldos del Evangelio se puedan defender con sus propias
entradas.
VII.
Cooperación de todos. Colecta en Epifanía.
¡Ojalá tuviéramos los medios para sostener esa obra, pero
por cuanto se oponen a Nuestros deseos las graves estrecheces en que Nos
hallamos os estimulamos con voz paternal, a ti, a los demás obispos y a los
católicos todos, recomendando a vuestro espíritu caritativo una empresa tan
santa y saludable. Nos deseamos que todos participen en ella, aunque no puedan
contribuir sino con un pequeño óbolo, para que la carga repartida entre muchos
resulte más llevadera y a todos alcance la gracia de Cristo pues, de la defensa
de su causa se trata, y todos obtengan la paz, el perdón de los pecados y los
más eximio favores del cielo
Por
eso ordenamos que anualmente donde y cuando se celebren los misterios de la
Epifanía del Señor se recojan fondos a modo de colecta para el sostenimiento
de esta obra.
Elegimos
ese solemne día porque, como bien comprendes, Venerable Hermano, en ese día se
manifestó por primera vez el Hijo de Dios a los gentiles, cuando se ofreció a
los ojos de los Magos, los cuales, por esta razón, hábilmente fueron llamados
por Nuestro predecesor San León Magno "Las primicias de nuestra vocación y fe".
Conclusión y bendición apostólica.
Por
eso, alentamos la firme esperanza de que Nuestro Señor Jesucristo, movido por
el amor y las preces de sus hijos que recibieron la luz de la verdad y lo
celebran con un nuevo testimonio de alabanza, extienda ampliamente su
benevolencia que florezca con gozosa prosperidad.
Entretanto,
con gran afecto, os impartimos, a tí, Venerable Hermano, al clero y a los
fieles encomendados a tu pastoral solicitud, la Bendición Apostólica.
Dado
en Roma, desde San Pedro 20 de Noviembre de 1890, en el año 13 de Nuestro
Pontificado. LEÓN XIII.
[i] León
XIII, Encicl. In
pluribus maximisque
[ii]
Mat.
9, 37; Luc. 10, 2.
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