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miércoles, 18 de abril de 2012

El Magisterio de la Iglesia y la Nueva Misa (V)

Por el R.P. Joaquín Saenz Arriaga
 (Páginas 66-86 )
 
III. LA SANTA MESA.
Un año después de la ascensión de Cranmer a la plenitud del poder eclesiástico, uno de los protestantes extranjeros, que invadieron a Inglaterra, escribió con gran regocijo a Bullinger, que había sucedido a Zwinglio en Zurich: "Arae facta sunt harae", las aras se han convertido en pocilgas. ("Original Letters" II, John ab Ulmis a Bullinger). Esto no era del todo cierto, ya que, en varios lugares, piadosos sacerdotes y congregaciones habían conservado los antiguos altares. Pero en noviembre de 1550, Cranmer, por medio del Consejo Privado, publicó un edicto que ordenaba que todos los altares debían ser destruidos en todo el Reino. En adelante, siempre que se celebrase el rito de la Santa Eucaristía, debía usarse una mesa de madera.
Con esta orden iba la explicación de Cranmer, la cual, como, dice Philip Hughes en su obra definitiva "The Reformation in England" (p. 121), "no deja duda de que una religión había sido sustituida por otra". Las "consideraciones" ("Reasons Why the Lard's Board should rather be after the form of a Table, than of an Altar". Parker Society-Cranmer II) advierten que: "La forma de una mesa es el uso correcto de la Cena del Señor. Porque el uso de un altar es hacer un sacrificio de esa Cena; mientras que el uso de la mesa es servir a los hombres para que coman en ella. Si nosotros venimos para alimentarnos sobre El, espiritualmente a comer su cuerpo y espiritualmente a beber su sangre, que es el verdadero uso de la Cena del Señor, nadie puede negar que la forma de una mesa es más apta para representar la mesa del Señor, que la forma de un altar".
Cranmer trata después de explicarnos por qué conservó la palabra "altar" en su nuevo Prayer Book, y dice que por esa palabra entiende "la mesa en que se distribuye la Santa Comunión", ya que puede llamarse un altar, porque allí se ofrece "nuestro sacrificio de alabanza y de acción de gracias".
El edicto fue puesto en vigor con suma rigidez. Cuando uno de los obispos (George Day of chichester) se resistió a remover los altares en su diócesis, fue encarcelado y depuesto de su sede. En Londres, las alteraciones fueron inmediatas y arrolladoras. El obispo, que había sido uno de los capellanes de Cranmer, determinó hacer una nueva mesa lo más alejada, lo más inaccesible a los no comunicantes. Una crónica contemporánea (Wriothesley) nos dice que en la Catedral de San Pablo, "él removió la mesa a la mitad del coro superior y puso sus extremos mirando al oriente y al occidente y, después del Credo, extendió un velo para que nadie pudiese ver a los que recibían la comunión; y cerró las rejas de hierro del coro, en la parte norte y en la parte sur con ladrillos y argamasa, para que nadie pudiese quedarse en el coro".
Ya no había Presencia Real, ni Sacrificio, era lógico el eliminar a los que atendían a los ritos eucarísticos y no comulgaban en ellos. Por eso Cranmer, ordenó "que no hubiese celebración de la Cena del Señor, a no ser que hubiera un buen número de comunicantes con el sacerdote, a su discreción; y que si no había más de veinte personas, en la parroquia, de discreción, no habría comunión, a no ser que cuatro, o tres al menos, comulgasen con el sacerdote. Y, para quitar la superstición, que cualquier persona tenga o pueda tener en el pan y en el vino, bastará que el pan sea el ordinario para comer en la mesa con otra comida, aunque sería más conveniente buscar el mejor y más puro pan de trigo. Y si quedase algo del pan o del vino, el cura se lo llevará para su propio uso". (Rubrics at end of 1552 Prayer Book).
"La última piedra que debía echarse encima del montón, bajo el cual está escondida la antigua fe de la Santísima Eucaristía —la frase es de Philip Hughes— fue la prohibición de arodillarse para recibir la Sagrada Comunión. ¿Qué era esto sino una idolatría? Una rúbrica fue luego añadida en el nuevo Prayre Book, en la que se explicaba "que no se pretendía con esto significar que una adoración se daba o se debía dar al pan y vino sacramental, que materialmente se recibían, o a una real o esencial presencia del Cuerpo natural o de la Sangre de Cristo, como si estuviesen allí presentes". (The "Black Rubric" — 1552 Prayer Book).
A medida que el tiempo pasó, la mesa fue más mesa, pudiendo utilizarla en otros fines. Se dieron explícitas instrucciones para que "la santa mesa, en cada uno de los templos, fuese colocada en el lugar que tenían los antiguos altares, excepción de los casos en que el sacramento de la comunión debía distribuirse. En estas ocasiones, la mesa debía ser colocada en lugar conveniente dentro del cancel, para que el ministro pudiese ser oído con más facilidad por los comunicantes en su oración y la administración; y los comunicantes pudiesen, en mayor número, comulgar con el dicho ministro. Y, después de la comunión, la misma santa mesa debía ser colocada nuevamente en su lugar".
Fueron los puritanos los que, en el siglo siguiente, llevaron a su lógica conclusión el trabajo de Cranmer, no sólo para recibir sentados la comunión, sino para usar la santa mesa como un mueble adecuado en el que colocasen sus sombreros.

IV. EL CANON DE LA MISA.
La lengua vernácula y la santa mesa fueron los medios prácticos, por los cuales acostumbró Cranmer al pueblo ordinario de Inglaterra a las nuevas doctrinas. Así pudo la gente, por medio de esta acción comunitaria, aceptar la idea de que una simple comida no era un sacrificio —el Sacrificio— y que esas rúbricas no eran otra cosa que comer un poco de pan ordinraio y beber un poco de vino; y que lo que se les decía era lo que ellos practicaban en memoria, como recuerdo, de algo que sucedió hace mucho tiempo. Y porque estas prácticas y usos tuvieron mayor impacto que los argumentos teológicos, en la gente impreparada, en el corto reinado de cinco años de la Reina María, cúando Inglaterra, por última vez, volvió a la verdadera fe, el Cardenal Pole insistió en el restablecimiento no sólo de los altares y de la Misa, sino de las más simples ceremonias que Cranmer había abolido —como el agua bendita, la ceniza, las palmas— "para observar lo que es el comienzo de la verdadera educación de los hijos de Dios" y la destrucción de lo que los herejes "hacen el primer punto en su atentado para destruir la Iglesia". (Sermón de Pole, en 1557, "The Reformation in England" por Philip Hughes, vol. II, pp. 246-253).
Pero el centro de la obra de Cranmer, claro está, fue la base teológica de las nuevas creencias, traducida a la forma litúrgica. Su versión final de lo que la Misa había sido y de lo que él quería que fuese en adelante, no era, como insiste Gregory Dix, un ataque desordenado contra los ritos católicos, sino un eficaz atentado, puesto en forma litúrgica, para sostener e inculcar la doctrina herética de la 'justificación por la sola fe'. ("The Shape of the Liturgy" — Dix p. 672). Y, así considerada, la obra de Cranmer es una obra maestra.
La lógica consecuencia de la doctrina básica de los protestantes "de la justificación por la sola fe" ha sido y es la abolición de los sacramentos. Las acciones externas obviamente no pueden ser admitidas como causas en la economía de la gracia. Lutero, claro está, vió esto, desde el principio, y suprimió los cinco (más pequeños) sacramentos, al mismo tiempo que atacaba la comunión bajo una especie, la transubstanciación, la doctrina del Sacrificio eucarístico, quitando su valor y verdadero sentido al bautismo y a la comunión, que él no podía negar, ya que indudablemente están mandados estos sacramentos en el Nuevo Testamento. No siendo posible el librar la cristiandad de estos actos externos, del bautismo y la comunión, era necesario vaciarlos de todo sentido inteligible. En este punto, todas las sectas protestantes estaban de acuerdo, así los zwinglios, como los calvinistas y los luteranos.
Cranmer aceptó, como estaba obligado a hacerlo, con la lógica de Zwinglio, que "la doctrina 'Sola fides iustificat' es el fundamento y el principio para negar la Real Presencia del Cuerpo y Sangre de Cristo en el Sacramento" (Letters of Stephen Gardiner, p. 277) y, como lo hemos visto, él decidió atacar la Misa, con la misma vehemencia que Lutero, en su famosa profesión de fe: "Yo declaro que todos los prostíbulos, (aunque Dios los ha reprobado con tanta severidad), todos los homicidios, los crímenes de sangre, los robos y adulterios han hecho menos daño que la abominación de la Misa papal". (Werke, XV, p. 773).
La alternativa de Cranmer en relación a la Misa se ve claramente en sus dos Prayer Book, el de 1549 y el de 1552. Como los posteriores ingenieros de los cambios, él pensó más convenientemente no hacer de una vez todas las mudanzas, para no provocar la oposición, pero no hay duda alguna que la versión de su liturgia de 1552 estaba en su mente desde el principio; y "ya que ese Prayer Book de 1552 todavía nos da la estructura total de la presente liturgia anglicana y un noventa y cinco por ciento de sus mismas palabras" (Opus cit. p. 668 — Dix), solamente tomaremos en cuenta aquí esta liuturgia de 1552.
Queremos recordar aquí, sin comentarios, unas palabras, que, en su Carta Pastoral del 12 de octubre de 1969, escribió el Cardenal Heenan: "¿Por qué la Misa ha sufrido cambios últimamente? Aquí está la respuesta. Hubiera sido poco menos que imposible introducir de una vez todos los cambios. Obviamente era más prudente hacer cambios gradual e imperceptiblemente. Si todos los cambios se hubieran hecho de una sola vez, vosotros hubierais quedado conmocionados".
Volvamos a Cranmer. El Canon quedó dividido en tres partes, que son: a) La Oración de la Iglesia Militante. b) La Oración de la Consagración. Y c) La Oración de la Oblación. Hablando de un modo general, la primera oración corresponde a las Oraciones Te igitur, Memento Domine y Comunicantes. La segunda a Hanc igitur, Quam Oblationem y Qui pridie; y la tercera, Unde et memores, Supra quae, y Suplices te rogamus. (No hay paralelo en las Oraciones Memento etíam, Nobis quoque peccatoribus y Per quem).
Para apreciar exactamente lo que hizo Cranmer, debemos considerar detalladamente esas tres partes de su Canon.

LA ORACION POR LA IGLESIA MILITANTE.
La "Oración por la Iglesia Militante" dice: "Todopoderoso y Sempiterno Dios, que por el santo Apóstol nos has enseñado oraciones y suplicaciones y a dar gracias por todos los hombres, humildemente te pedimos, con gran confianza, el que aceptes nuestros dones y recibas estas nuestras oraciones, que nosotros ofrecemos a Vuestra Divina Majestad, suplicándoos que continuamente inspiréis a tu Iglesia universal, con el espíritu de verdad, de unidad y de concordia, y concedednos que todos aquellos que en verdad confesamos tu Santo Nombre estemos concordes en la verdad de tu santa Palabra y vivamos en la unidad y en un amor divino. Os pedimos también el que salvéis y defendáis a todos los Reyes cristianos, Príncipes y Gobernantes, y especialmente a vuestro siervo Eduardo, nuestro Rey, para que bajo él seamos, divina y pacíficamente, gobernados; y conceded que todo su concilio y todos aquellos que tienen alguna autoridad, bajo él, que prudente e indiferentemente administren la justicia, para castigo de los malvados y viciosos y para mantener la verdadera religión y virtud de Dios. Conceded, Oh Padre Celestial, vuestra gracia a todos los Obispos, Pastores curas, para que por su vida y doctrina avancen vuestra verdadera y viva Palabra y administren correcta y debidamente vuestros santos sacramentos: y a todo el pueblo dad vuestra gracia celestial, y en especial, a la asamblea aquí presente, para que, con humilde corazón y debida reverencia, escuchen y reciban vuestra santa Palabra, sirviéndoos, en verdad, en rectitud y santidad, todos los días, de su vida. Y debemos también suplicar de vuestra bondad, oh Señor, el que confortéis y socorráis a todos aquellos que, en esta vida transitoria, están en tribulación, en sufrímiento, necesidad, enfermedad o cualquier otra adversidad. Concedednos esto, Oh Padre, por Jesucristo, nuestro único mediador y abogado. Amén".
El cambio es suficientemente dramático. Dejando a un lado las omisiones del Papa y de los Santos, que eran de esperarse, ha desaparecido toda mención de las oblaciones: haec dona, haec munera, haec sancta sacrificia illibata, que son parte esencial del Te igitur.
En la antigua liturgia de la Iglesia, se ha tributado siempre gran honor a las ofrendas del pan y del vino. Esas ofrendas son inmaculatam hostiam, calicem salutaris de las antiquísimas oraciones del ofertorio, así como la afirmación de su excelencia en el Te igitur, que deben ser presentadas a Dios, con la súplica de hacerlas in ómnibus benedictam, adscriptam, ratam, rationabilem acceptabilemque, para el milagro, que ha de tener lugar después en la transubstanciación. Y siempre, como Jungmann lo ha demostrado, "es el pensamiento de la inminente transubstanciación el que ha condicionado la insistencia de su santificación". (Jungmann: "Missa Sollemnia". p. 62, No. 19). Esto tan sólo era un anatema para Cranmer. Como Lutero, Cranmer creía que cualquier forma de ofertorio "apestaba como una oblación". (Dix: Op. cit., p. 661). Por eso suprimió todas las oraciones del ofertorio, aun aquella que muchos consideraban la más hermosa de ellas, "Deus, qui humanae naturae..." y toda otra mención de oblación del pan o del vino.
La dificultad de Cranmer consistía en que al poner el pan y el vino sobre el altar podría parecer el pueblo como el ofertorio de la antigua Misa papista. Si debía inculcarse a la samblea una idea del todo nueva, era necesario hacer algo que borrase toda reminiscencia del antiguo ofertorio. Cranmer encontró la solución ordenando que, al llegar a este punto, los encargados del orden hiciesen la colecta del dinero y, de esta manera, la oración sólo debía referirse al dinero, a la colecta recogida. Y, puesto que las limosnas no habían sido ofrecidas, ni siquiera tocadas por el ministro, no podía haber peligro de que fuesen consideradas como una "oblación", en el sentido tradicional. Como advierte Gregory Dix, ésta es un ingenioso ardid del trabajo humano, realizado en la liturgia y, por lo tanto, merece nuestra admiración.
Y, por supuesto, la referencia a las limosnas era la única que la asamblea oía y entendía. Porque un punto esencial de la "reforma" era que el Canon silencioso de la Misa Romana, que había estado en uso desde el siglo octavo (Estaba ordenado que el sacerdote dijese el Canon en voz baja, no necesariamente imperceptible. Jungmann op. cit. p. 9) debía desaparecer, para que el nuevo Canon, dicho en lengua vernácula y en voz alta, pudiese tener el debido efecto en la gente.
A las omisiones hechas por Cranmer en sus cambios esenciales, el reformador añadió una muy importante, omitiendo el nombrar al Papa y poniendo en su lugar el nombre del soberano.
Diez y seis años antes, Enrique VIII había ordenado el Bidding Prayers, en la lengua vernácula, por el cual, en forma de peticiones correctamente redactadas, los pensamientos del pueblo fuesen encaminados por los canales correctos de la política y la teología. Principalmente se quería inculcar a todos que el Rey era la suprema cabeza de la Iglesia de Inglaterra. No debía mencionarse al Papa, a no ser con insultos y menosprecio. El Bidding Prayers fue un invento útil para acomodarse a los varios aspectos de la vida contemporánea; pero la razón de su introducción y la esencia de su utilidad fue su énfasis en la supremacía religiosa del Rey.
Cranmer, aunque abolió las oraciones que entonces se usaban, conservó y puso todavía mayor énfasis sobre este punto, al poner la oración por el Rey y el Estado (del cual la Iglesia es tan sólo una parte), en lugar del Te igitur, por el Papa y por la Iglesia. Es interesante notar que la reciente inclusión del Bidding Prayers en la nueva Misa puede —al menos en Iglaterra— tener el mismo efecto. Así la primera petición pudiera ser por la Reina y la Real Familia, que, por su lugar en la Misa, toma la precedencia, en tiempo, sobre el mismo Papa.
Así, "la Oración por la Iglesia Militante" con su omisión a toda referencia a los oblaciones, de Nuestra Señora, de los Santos y del Papa y de toda la Iglesia Católica, extendida por el mundo, y la inclusión de la Erastiana Cabeza del Estado y la Iglesia, prepara el camino para la consagración de los elementos.

LA ORACION DE LA CONSAGRACION.
En el libro de 1549, Cranmer había prolongado las Palabras de la Institución de esta manera: "Escuchadnos oh clementísimo Padre, nosotros os Pedimos; y, con el Espíritu Santo y el Verbo, concedednos el bendecir y santificar estos dones y criaturas del pan y del vino, para que sean para nosotros el cuerpo y la sangre de tu amado Hijo, Jesucristo".
Esa fórmula fue atacada, porque podía ser capaz de ser usada, para obtener una verdadera transubstanciación. A esta objeción respondió Cranmer con suma indignación: "Nosotros no pedimos en modo alguno que el pan y el vino se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sino que, en nosotros, el santo misterio haga como si así fuese; es decir, que nosotros recibamos dignamente ese pan y ese vino, para poder ser participantes del Cuerpo y la Sangre de Cristo, y así, en espíritu y en verdad, seamos alimentados espiritualmente". (Cranmer: Works (edición Jenkyns) III, 146).
Sin embargo, aunque esta fórmula expresaba con exactitud el sentido del rito, según el pensamiento de Zwinglio—esto es, la continua rememoración mental de la Pasión y Muerte de Cristo-— lo que significa "el comer su carne y el beber su sangre" y el ofrecer nuestras almas y cuerpos a Crsito, lo que constituye el único "sacrificio"— Cranmer decidió quitar toda posibilidad de una falsa interpretación, en sentido papista, en el Segundo Libro, por él publicado.
Pero, antes de estudiar este segundo libro, debemos hacer una digresión sobre el primero.
Es verdad que la palabra "nobis" existe en la oración "Quam oblationem" del Canon Romano: "Te pedimos, oh Dios, que esta oblación sea en todo bendecida, dedicada, confirmada... para que se convierta, para nosotros, en el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo dilectísimo, Nuestro Señor Jesucristo". Pero aquí el sentido es inequívoco, porque la transubstanciación ha sido preparada por las magníficas plegarias "Te igitur", "Memento, Domine" y "Hanc igitur", en las que "los santos, inmaculados dones sacrifícales" son descritos en términos apropiados, para que sean cambiados, real y verdaderamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, de los cuales nosotros indignamente somos beneficiarios. La omisión de Cranmer de estas referencias y de las plegarias sobre la oblación son las que justifican la defensa que él hacía de sus ritos, cuya fórmula no podía, en modo alguno, ser confundida con la doctrina de la transubstanciación. Para Cranmer, pues, ese "nobis" únicamente significaba "para nosotros", en nuestras mentes, no objetivamente.
La Anáfora II del "Novus Ordo Missae", impuesta ahora en la Iglesia Católica, sigue micrométricamente el pensamiento de Cranmer. No hay preparación alguna para la consagración. Después del Benedictus, el celebrante tan sólo dice: "Santo eres, en verdad, Señor, fuente de toda santidad. Santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que sean para nosotros Cuerpo y Sangre de Jesucristo Nuestro Señor". En el Canon Romano es imposible entender ese "nobis", en el sentido que Cranmer le da; pero, en la Anáfora II, es casi imposible darle otro sentido distinto que el de Cranmer. Y, lo que es todavía peor, según la Instrucción del Consilium, este Canon, esta Anáfora II debería ser la ordinaria; y, todavía más debería ser utilizada en la instrucción catequística de los jóvenes y de los niños, en su carácter de oración eucarística.
En julio de 1968, sabiendo que muchos, que conocían el trabajo de Cranmer, estaban seriamente preocupados por la posibilidad de que la Anáfora II fuese usada y parafraseada con el porpósito de una inadmisible unidad con los protestantes —ya que esta Anáfora puede, sin duda, alguna, servir para negar la transubstanciación—. Yo escribí en el Catholic Herald, una súplica a la Jerarquía inglesa (que conoce tan bien como yo el caso de Cranmer), a fin de que pidiese al Consilium, como una evidencia de su buena fe, el suprimir el "nobis". No se atendió a mi súplica; pero debemos recordar que la Reforma en Inglaterra se llevó a cabó por la apostasís de todos los obispos ingleses, con excepción de uno, San Juan Fisher.
Volviendo a la fórmula consecratoria de Cranmer, debemos decir que no es posible darle una falsa interpretación o encontrar en ella una ambigüedad. En la versión de 1552, dice: "Escuchadnos, oh misericordioso Padre, nosotros Os pedimos; y concedednos que al recibir estas criaturas del pan y del vino, según la santa institución de Vuestro Hijo, nuestro Salvador Jesucristo, en memoria de su muerte y pasión, seamos participantes del benditísimo Cuerpo y Sangre".
Con la omisión de "con Vuestro Santo Espíritu y con el Verbo, bendecir y santificar estos vuestros dones y criaturas del pan y del vino, para que sean para nosotros el Cuerpo y la Sangre de Vuestro amadísimo Hijo Jesucristo", Cranmer destruye toda implicación de que el don del Cuerpo y de la Sangre esté unido con el pan y el vino, y de que la palabra "santificar" significa, en cierto modo, la santidad.
La Oración de la Consagración de 1552 empieza: "Dios Todopoderoso, nuestro Padre Celestial, que por vuestra tierna clemencia, nos habéis dado a Vuestro único Hijo Jesucristo, para que sufriese en la Cruz la muerte para redención nuestra, quien hizo allí (por su única oblación de sí mismo una sola vez ofrecida) un completo, perfecto y suficiente sacrificio, oblación y satisfacción por los pecados de todo el mundo y que instituyó y en su Sagrado Evangelio nos mandó continuar una perpetua memoria de esa preciosa muerte hasta que él venga de nuevo".
Gregory Dix llama nuestra atención sobre "el énfasis indiscutible de las palabras: 'por su única oblación de sí mismo, una sola vez ofrecida, un completo, perfecto y suficiente sacrificio, oblación y satisfacción por los pecados de todo el mundo', hace mucho tiempo, (dos mil años), realizada en el Calvario. Así la Eucaristía queda relegada a 'uri perpetuo memorial' —palabra escogida con mucha inteligencia— 'de su preciosa muerte hasta que El venga de nuevo', en donde, una vez más, (no en las palabras de San Pablo) se hace énfasis en que la pasión es cosa del pasado y la nueva venida de Cristo en el futuro, no es en la Eucaristía" (Dix op. cit. p. 664). 
 
LA ORACION DE LA OBLACION.
La oración de la Oblación, que se dice inmediatamente después de la comunión del pueblo, en la liturgia de Cranmer, dice así: "Oh Señor y Padre Celestial, nosotros, vuestros humildes siervos, de corazón deseamos que Vuestra paternal bondad acepte misericordiosamente este nuevo humilde sacrificio de alabanza y de acción de gracias. Y, con una gran humildad Os pedimos nos concedáis que, por los méritos y la muerte de Vuestro Hijo, Jesucristo, y por la fe en su sangre, nosotros y todos los miembros de la Iglesia universal podamos obtener la remisión de nuestros pecados y todos los otros beneficios de su pasión. Y aquí nos ofrecemos a Vos, oh Señor; nuestras almas y nuestros cuerpos, como razonable, santo y viviente sacrificio a Vuestra gloria. Humildemente también pedimos que todos nosotros, los que hemos participado en esta santa comunión, seamos llenos de Vuestra gracia y de Vuestras celestiales bendiciones. Y, aunque seamos indignos, por nuestros múltiples pecados, de ofreceros ningún sacrificio, sin embargo, Os pedimos aceptéis este nuestro deber cumplido y nuestro servicio, no en consideración a nuestros méritos, sino perdonando nuestras ofensas, por Jesucristo nuestro Señor, por quien y con quien, en unidad del Espíritu Santo, Os sea dado todo honor y toda gloria, en un mundo sin fin, oh Padre Todopoderoso. Amén".
Podemos observar que Cranmer establece aquí, sin duda, su nueva interpretación del rito, y las tres menciones de la palabra "sacrificio" sólo sirven para aumentar la confusión de los que oyendo esta oración, en la lengua vernácula, están así inclinados a admitir que la nueva Misa es una continuidad de la vieja.
El concepto católico era que Cristo se ofreció a Sí mismo, en perfecta oblación, a su Eterno Padre y que la Iglesia militante sobre la tierra, como su Cuerpo místico, participa por la Eucaristía en este acto eternamente sacerdotal de Cristo. Cranmer sustituyó deliberadamente esta verdad católica con la idea de que somos nosotros los que nos ofrecemos a Dios, en cuerpo y alma.
También las palabras: "por quien y con quien, en la unidad del Espíritu Santo Os sea dado todo honor y gloria, oh Padre Omnipotente, en un mundo sin fin. Amén", están dichas para dar la impresión de la doxología más grande en la liutrgia, pero totalmente diferente, en su significado, en la liturgia de Cranmer: "Per ipsum et cum ipso et ¡n ipso, est tibi, Deo Patri Omnipo-íenfi, ¡n unítate Spiritus Sancti, omnis honor et gloria, per omnia saecula saecolorum". Aquí, las cinco señales de la Cruz, que el sacerdote hacía, seguidas de la elevación del pan y del vino consagrados, todo con un gesto y sentido de ofrecimiento (una reminiscencia de la antigua ceremonia en la cual el celebrante levantaba el Pan consagrado y el diácono el gran Cáliz y tocaban uno con otro) era la señal externa y visible del ofrecimiento del Sacrificio acepto a Dios. Esa elevación, en esta parte de la Misa de San Pío V, con las palabras omnis honor et gloria, hace que el simbolismo del lenguaje y de la acción se fucionen en uno, para convertirse en una litúrgica lección sobre el significado de la Misa.
Cranmer prohibió esas cruces y la elevación, pero conservó una aproximación en las palabras, que ahora significan algo muy diferente, para dar la impresión de la continuidad.
Así el nuevo rito fue elaborado para dar cuerpo a la creencia de la justificación por la fe sola, una creencia, en la que los sacramentos no podían ya ser admitidos en el sentido, que siempre habían tenido.

LA JUSTIFICACION Y LA MISA TRIDENTINA.
La principal cuestión, que el Concilio de Trento tuvo que definir, como el problema básico de todos los asuntos en él tratados, fue, a no dudarlo, el problema de la justificación. Muchos olvidan, con frecuencia que el Concilio fue convocado para reconciliar, a ser posible, las diferencias entre católicos y protestantes; pero, después de los intensos debates, que por diez y ocho años se prolongaron, los teólogos católicos tuvieron que reconocer que esas diferencias, en el terreno dogmático, eran sencillamente irreconciliables. Hay un abismo infranqueable entre la doctrina católica, fundada en la Sagrada Escritura y la Tradición ("Estote autem factores verbi et non auditores tantum, fallentes vosmetipsos", sed cumplidores de la palabra de la fe y no solamente oyentes, engañándoos a vosotros mismos. La fe sin las obras es una fe muerta) y la doctrina de Lutero que sostenía que sólo la fe es necesaria para la salvación.
En Trento, la definición fue promulgada en 1547: "Si alguno dijere que el impío es justificado por la fe sola, de tal manera que no se necesite otra cosa, que pueda cooperar a alcanzar la gracia de la justificación, y que, en manera alguna sea necesario que el hombre sea preparado y dispuesto por la moción de su voluntad, que sea anatema".
Al fin el Concilio de Trento, durante el cual, todos los protestantes, como Cranmer, hicieron nuevos ritos, nuevas liturgias, para dar cuerpo a la herejía, la gran necesidad católica se manifestó, sobre todo, en la conservación de la unidad, para cerrar las filas contra las nuevas desviaciones. La antigua liturgia, con el mismo lenguaje en todas partes, era, en estas circunstancias, un valioso instrumento, que no podía perderse. Como consecuencia de este vino el MISAL ROMANO, codificado por San Pío V, e impuesto a todas las Iglesias de rito latino, en comunión con Roma, por un imprecedente acto legislativo de la autoridad central. 
Esta Misa tridentina fue promulgada por San Pío V, en su documento "Quo Primum", el 19 de julio de 1570. El Papa ordenaba que "por este nuestro decreto, que debe ser válido o perpetuidad, determinemos y mandamos que nunca se le pueda añadir nada, ni cambiar, ni omitir cosa alguna a este Misal". Para obligar a la posteridad añade: "en ninguna ocasión, en el futuro, puede un sacerdote, ya secular, ya regular, ser obligado a usar otro Misal para decir la Misa. Y así, para impedir, una vez por todas, cualquier escrúpulo de conciencia o cualquier temor a las penas eclesiásticas y censuras, declaramos desde ahora que, en virtud de NUESTRA AUTORIDAD APOSTOLICA, decretamos y determinamos que esta nuestra presente disposición o decreto ha de tener valor a perpetuidad, y no puede nunca ser legítimamente revocado o enmendado en una fecha futura" .
Como este decreto fue ordenado tres siglos antes de la definición de la infalibilidad pontificia, tal vez sea difícil determinar hasta dónde sea obligatorio, aunque la expresión "en virtud de nuestra autoridad apostólica" sugiere una razonable rigidez. Y ciertamente dió a este su decreto una inmutabilidad intocable, por las palabras que añade luego: "y si alguno se atreviere, a pesar de lo dicho, a atender con una acción contraria esta nuestra Orden, dada para todos los tiempos, sepa que incurrirá en la ira de Dios Todopoderoso y de los Santos Apóstoles, Pedro y Pablo".

NOTA DEL TRADUCTOR MEXICANO.—Aunque la infalibilidad pontificia fue definida en el Concilio Vaticano I, siglos después de este decreto de San Pío V, creemos que esta no es razón alguna para negar a este su documento un valor dogmático y definitivo. La definición vaticana no vino a conceder al Romano Pontífice el privilegio de la infalibilidad didáctica, que Jesucristo mismo le había dado. Vino tan sólo a decirnos que esa verdad está en el Depósito de la Divina Revelación y que por lo tanto, nadie puede negarla, sin perder la verdadera fe y poner en peligro gravísimo su eterna salvación. El Papa, cualquier Papa, antes o después de la definición vaticana, es infalible, cuando se cumplen las condiciones señaladas por el Concilio. La gravedad de las expresiones de San Pío V, las relaciones esenciales que con el dogma católico tiene el Santo Sacrificio de la Misa, y las heréticas pretensiones de los protestantes al mudar las estructuras fundamentales de la liturgia católica, nos hacen ver que ese documento del Papa de la Contra-Reforma gozaba del privilegio de la infalibilidad didáctica. No debemos olvidar que el problema planteado es el corazón de la religión católica.
Son estas prohibiciones y censuras de San Pío V, la que ha hecho a un lado Paulo VI, en su Constitución Apostólica "Missale Romanum" del 3 de abril de 1969, decretando la nueva Misa: "Deseamos que estos nuestros decretos y prescripciones sean firmes y efectivas ahora y en el futuro, no obstante —cuanto sea necesario— las constituciones apostólicas y los mandatos de nuestros predecesores".
La Misa Tridentina, ordenada como una permanente defensa contra la herejía debe de ser abandonada, para sustituirla por una nueva forma, que parece ser del todo compatible con las herejías de Cranmer y sus asociados. Muchos somos los católicos que nos preguntamos aterrados: ¿POR QUÉ?
Londres, Fiesta de San Pedro, 1969.

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