Lo que las células son para el organismo humano, es la familia respecto a la sociedad.
Con células enfermas, no puede haber un organismo sano; con familias desarticuladas, no puede haber sociedad equilibrada.
Si las células mueren, el cuerpo se convierte en cadáver; si la familia se arruina, la sociedad desaparece.
Por todas partes hay escombros y cadáveres; pero las ruinas más lamentables no son las de las ciudades arrasadas por la guerra, sino las de los hogares arruinados por la paganía corruptora de lo que ha dado en llamarse mundo moderno,
Sobre los campos de Europa se amontonan los escombros producidos por la metralla; mas sobre el campo social del mundo sedicente civilizado se alinean calles enteras y aun ciudades completas de hogares arruinados.
No han sido los cañones, los tanques y los aviones los que han causado a la sociedad mayores destrozos, sino las claudicaciones, las transacciones, las concesiones hechas a la pasión, al vicio y al espíritu pagano por cristianos y no cristianos.
Cuando Dios exija responsabilidades de este desastre, ¡qué pocos podrán presentarse como inocentes! La inmensa mayoría tendrán que reconocerse culpables. ¡Son tantos los que han mirado al hogar con ojos paganos y han seguido teorías, inspiraciones y rutas propias de la gentilidad!
El hogar cristiano, el vivido por Jesucristo en Nazaret, el sostenido y enseñado por la Iglesia Católica, el fundamentado en las virtudes evangélicas y que ha forjado a través de los tiempos tantos santos y tantos héroes, atraviesa una crisis profunda de la que hay que salvarle.
La salvación del hogar está en Cristo; sólo El puede sanar las células sociales infectadas de paganía. Pero Cristo ha querido asociarnos a su obra redentora, y sin la cooperación nuestra, la salvación del hogar, y, por lo tanto, de nuestra sociedad, es imposible.
Con células enfermas, no puede haber un organismo sano; con familias desarticuladas, no puede haber sociedad equilibrada.
Si las células mueren, el cuerpo se convierte en cadáver; si la familia se arruina, la sociedad desaparece.
Por todas partes hay escombros y cadáveres; pero las ruinas más lamentables no son las de las ciudades arrasadas por la guerra, sino las de los hogares arruinados por la paganía corruptora de lo que ha dado en llamarse mundo moderno,
Sobre los campos de Europa se amontonan los escombros producidos por la metralla; mas sobre el campo social del mundo sedicente civilizado se alinean calles enteras y aun ciudades completas de hogares arruinados.
No han sido los cañones, los tanques y los aviones los que han causado a la sociedad mayores destrozos, sino las claudicaciones, las transacciones, las concesiones hechas a la pasión, al vicio y al espíritu pagano por cristianos y no cristianos.
Cuando Dios exija responsabilidades de este desastre, ¡qué pocos podrán presentarse como inocentes! La inmensa mayoría tendrán que reconocerse culpables. ¡Son tantos los que han mirado al hogar con ojos paganos y han seguido teorías, inspiraciones y rutas propias de la gentilidad!
El hogar cristiano, el vivido por Jesucristo en Nazaret, el sostenido y enseñado por la Iglesia Católica, el fundamentado en las virtudes evangélicas y que ha forjado a través de los tiempos tantos santos y tantos héroes, atraviesa una crisis profunda de la que hay que salvarle.
La salvación del hogar está en Cristo; sólo El puede sanar las células sociales infectadas de paganía. Pero Cristo ha querido asociarnos a su obra redentora, y sin la cooperación nuestra, la salvación del hogar, y, por lo tanto, de nuestra sociedad, es imposible.
Quería San Francisco de Asís restaurar la iglesia de San Damián; pero, ¿cómo? Le faltaba todo. Ni siquiera tenía piedras para levantar los muros. No se arredró por ello; salió al mercado de Asís, y, como los charlatanes de nuestros tiempos, mejor aún, como los copleros trashumantes, tan corrientes en aquel entonces, se ponía a cantar. Las gentes acudían a formarle corro, y él les alargaba la mano demandando su socorro.
—Una piedra para San Damián. Quien la diere hallará su recompensa en el cielo.
Muchos, al escuchar su petición, se burlaban de él, tratándole de loco; algunos, sin embargo, ganados por su ejemplo, le proporcionaron piedras en la cantidad necesaria para la obra.
Cuando trabajaba en la reconstrucción del templo y observaba que las gentes se paraban a contemplar su labor, les gritaba desde los andamios:
— ¡Eh, tú!... Mejor será que vengas y me ayudes a restaurar la iglesia (Juan Jórgensen : Sun Francisco de Asis, 1. I. cap. Vll).
El hogar, templo sagrado en los divinos planes, se arruina. ¡Hay que restaurarlo!
Se demandan hogares cristianos con que pueda reconstruirsa una sociedad cristiana.
—Un hogar para Cristo. Quien lo diere hallará su recompensa en el cielo.
Supongo la cara de extrañeza de la lectora al llegar aquí. Instintivamente cierra el libro para leer el título: La muchacha en el hogar. Lo contempla pensativa.
No lo dudes; el libro es para ti, no para tu mamá. Se te habla en él de tu hogar, de ése en que vives como hija de familia; y se te pide que, en cuanto está de tu parte, se lo des a Cristo; que vivas en él como buena cristiana, cumpliendo tus deberes de hija y de hermana.
Hoy se habla mucho del hogar al dictado de la campaña de recristianización propulsada principalmente por la Acción Católica; pero no pocas chicas hablan del hogar cristiano sin preocuparse para nada de vivirlo, ni de prepararse para que sea de Cristo el hogar que más tarde o más temprano ellas formarán
Por eso, imitando a San Francisco, este libro te dice : — ¡Eh, tú, muchacha! Bien está que hables así; pero mejor será que ayudes en la práctica a restaurar el hogar. Vive como cristiana en tu hogar. Cristianízalo.
Se demandan hogares cristianos con que pueda reconstruirsa una sociedad cristiana.
—Un hogar para Cristo. Quien lo diere hallará su recompensa en el cielo.
Supongo la cara de extrañeza de la lectora al llegar aquí. Instintivamente cierra el libro para leer el título: La muchacha en el hogar. Lo contempla pensativa.
No lo dudes; el libro es para ti, no para tu mamá. Se te habla en él de tu hogar, de ése en que vives como hija de familia; y se te pide que, en cuanto está de tu parte, se lo des a Cristo; que vivas en él como buena cristiana, cumpliendo tus deberes de hija y de hermana.
Hoy se habla mucho del hogar al dictado de la campaña de recristianización propulsada principalmente por la Acción Católica; pero no pocas chicas hablan del hogar cristiano sin preocuparse para nada de vivirlo, ni de prepararse para que sea de Cristo el hogar que más tarde o más temprano ellas formarán
Por eso, imitando a San Francisco, este libro te dice : — ¡Eh, tú, muchacha! Bien está que hables así; pero mejor será que ayudes en la práctica a restaurar el hogar. Vive como cristiana en tu hogar. Cristianízalo.
Emilio Enciso V.
LA MUCHACHA EN EL HOGAR
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