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martes, 21 de junio de 2011

Los Santos

     Los verdaderos hombres, los verdaderos cristianos, los verdaderos católicos, hijo mío, son los santos, y porque han sido todo eso, ellos son para siempre la gloria de la humanidad y el honor de nuestra raza.
     Son grandes en la grandeza pura, sin falso brillo ni vanos prestigios; pues no han trastornado ni devastado la tierra a la manera cruel de los héroes que destilan sangre, cuyos laureles deslumbran al vulgo.
     Algunos, es verdad, han iluminado su siglo con las llamas de su genio; pero la mayoría no se compone de filósofos ni de sabios.
     En esta incalculable falange de santos hay niños, jóvenes, mujeres, obreros, viejos, ignorantes e iletrados, pobres, que un ciudadano de nuestros días se ruborizaría tal vez de reconocer y saludar.
     Y sin embargo, estos humildes dominan a lodos los demás hombres, hasta los más célebres de su tiempo y de todos los tiempos.
     Es que han dado al mundo el raro espectáculo de la belleza moral más elevada; es que han llevado sobre su frente, algo así como un reflejo del incomparable esplendor de Cristo.
     Apóstoles, han predicado a Jesús con su palabra y con su vida, impulsados por el soplo de un gran amor, de tan grande amor que no conoció límites y recorrió todos los senderos del universo.
     Mártires, han sabido morir por su Dios en medio de suplicios que hubieran vencido a los más valientes.
     Vírgenes, solitarios, pontífices, confesores de todos los matices han sabido vivir por El, bajo la carga de todas las miserias humanas! dueños de su carne y reyes de sus pasiones.
     Han sido pacientes, dulces, caritativos, pacíficos; han sido justos y desinteresados; lirios sin mancha de los jardines del Señor, han sido humildes y puros; flores inmortales de la Iglesia, han dejado tras de sí el perfume de todas las virtudes.
     Los que habían pecado en sus días de ignorancia y de olvido, expiaron sus faltas heroicamente: blanquearon su alma con sangre y con lágrimas. A los otros el mal no los tocó ni ellos tocaron el mal. Todos pasaron dando el buen ejemplo, haciendo el bien como el Maestro.
     Oh hijo mío, he aquí lo que tú debes tener siempre ante los ojos para excitarte a los nobles esfuerzos y a las divinas victorias.
     De que ellos han hecho, todos ellos, ¿no puedes hacerlo a tu vez? ¿Retrocederás, vil esclavo de la cobardía o del temor ante el deber del sacrificio, que es la ley fundamental de toda vida cristiana y la condición de toda santidad?
     ¿Rehusarás entrar en la austera falange de esos héroes que han encarnado en ellos mismos las virtudes más puras en medio de un mundo siempre amigo del vicio, y que han perpetuado la raza de los fuertes en medio de las razas debilitadas?
     ¡No, no! Tú seguirás sus huellas luminosas; entrarás en el abrupto sendero que sus pasos han recorrido: ese camino conduce a la única y verdadera gloria, en donde nada mancha y que no podrá perecer.

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