CAPITULO XI.- ¿PUEDE HABER UN PAPA ILEGITIMO?
(Segunda parte)
Después de estas citas, si consideramos, siquiera sea superficialmente la temática de todos los discursos montinianos, de sus principales Encíclicas, y, sobre todo, si tenemos en cuenta la continuidad de su política, durante los diez años de su pontificado, tenemos que decir, que convenir en que en su persona y en su programa reformista se ven inconfundiblemente precisos los rasgos característicos del "neo-hebraísmo" de Mendelssohn, esa modernización, esa aparente convivencia, esa adaptación a las formas externas, para insensiblemente hacer la transformación completa, la más rápida judaización de la sociedad y de la Iglesia. ¿No concuerdan acaso las palabras de Juan B. Montini, su predicación central, con las palabras con las que el rabino Auscher definía al Mesías: "el Mesías es la perfectibilidad indefinida de la humanidad" ¿No es su convencimiento íntimo, manifestado con hechos elocuentes, que nos está diciendo que es "el propio judío el que está destinado para hacer reinar en el mundo una era de la justicia universal", esa "justicia social", que es el exponente dominante de Juan B. Montini? Paulo VI está convencido de que hoy exige la salvación de la Iglesia (del Judaísmo) que reconozcamos el programa DEL SOCIALISMO, abiertamente, a la faz del mundo. "La salvación de la humanidad, en los tiempos venideros, depende de la victoria de ese programa".
La revolución esta ya instalada en la Iglesia; Y EL HÉROE DE LA REVOLUCIÓN INAUGURARA UNA NUEVA ERA, EN LA QUE ISRAEL SERA ELEVADO POR ENCIMA DE LAS ÁGUILAS. Que los lectores recuerden lo que escribió el apóstata Abbé Roca, sobre esa Revolución llevada a cabo en la Iglesia por los mismos eclesiásticos.
No es posible estudiar aquí, siquiera fuese en síntesis, los múltiples discursos, alocuciones, encíclicas, Motus Proprios y demás documentos de Paulo VI. Sería necesario escribir varios libros. Pero creo de capital importancia, como una prueba de la tesis que sostengo en este libro, el hacer algunos comentarios sobre la quinta encíclica de Paulo VI, la que él más lleva en su corazón, la que compendia su pensamiento pastoral, la que ha señalado las directivas para hacer las "profundas y grandes mudanzas", que habrán de reformar la humanidad entera y asegurar así la paz y la prosperidad de todos los pueblos. Me refiero a la POPULORUM PROGRESSIO. Ese documento pontificio conmovió, a no dudarlo, al mundo entero. En cualquiera interpretación que se dé a las palabras papales, no podemos menos de advertir que el lenguaje, la documentación, el contenido, el mismo estilo literario de la encíclica, las citas de autores que hace, vienen a romper la tradicional manera de hablar y de escribir del Magisterio ordinario y extraordinario de la Iglesia. El documento no solamente no atañe directamente a nuestra doctrina católica, sino que más dice relación a muchos problemas y valores humanos, involucrados en la transformación socioeconómica y sociopolítica de la sociedad civil, cuyo planteamiento y solución caen en el ámbito de los poderes constitucionales de los Estados.
La primera observación, que obviamente ocurre, es sobre la "oportunidad" de la encíclica. Estamos en momentos gravísimos, en los cuales la confusión ideológica parece desmoronar el edificio mismo de nuestra fe católica. Pululan por todas partes errores pestíferos, que atacan los dogmas más fundamentales de nuestra religión, a título de seguir "el espíritu del Concilio Vaticano II". En nombre del progreso se han ido aceptando las posiciones heréticas y las doctrinas demoledoras de los reformadores protestantes más liberales, más incrédulos, hasta llegar a afirmar públicamente un cardenal, un Legado Papal, el Jefe del Secretariado "Por la Unidad de las Iglesias", que Lutero y sus secuaces tenían razón al haber provocado esa revolución religiosa, que se llama la REFORMA y que vino a dividir a la Cristiandad en el siglo XVI. Y, sin embargo, el Papa Montini no ha frenado, con la autoridad suprema y la palabra infalible de un verdadero Papa, esa subversión en marcha, para tranquilizar el oleaje embravecido, para reafirmar nuestras posiciones inmutables, para recordar al mundo la doctrina invariable de la Divina Revelación, que ha sido adulterada por el relativismo filosófico y teológico, por el materialismo, el evolucionismo, el positivismo, el idealismo, el neopanteísmo, el historicismo, el existencialismo y todas esas corriente envenenadas, que, hace tiempo, están combatiendo nuestra fe católica.
La fe es la raíz de nuestra justificación. Sin la fe es imposible agradar a Dios; sin la fe es imposible alcanzar, ni personal ni colectivamente los frutos salvíficos de nuestra salvación por Jesucristo. ¿Cómo se puede predicar la caridad cristiana, el desprendimiento, la renuncia de los bienes materiales, y esperar una respuesta generosa de ese mundo que no cree, de ese mundo que no espera, ni piensa en otra vida mejor, de un mundo que ha hecho a un lado a Dios y a Cristo, para levantar el becerro de oro y bailar otra vez en torno suyo, como el ídolo de este nuevo paganismo?
Si es apremiante, si es desgarradora el hambre de los pueblos "subdesarrollados", de los pueblos"cautivos", de tantos pobres que carecen de lo necesario para la vida física; es más, inmensamente más trágica, más dolorosa, más urgente, para los que creemos, el hambre espiritual de tantos pueblos, que han perdido totalmente la fe. Sólo los hombres que "tienen por Dios al vientre" pueden anteponer el hambre del cuerpo, al hambre del espíritu. En la jerarquía de los valores permanentes de la vida, el espíritu está sobre el cuerpo, lo eterno sobre lo temporal, la justicia de Dios sobre la "justicia social" de los hombres. "Buscad, nos dice Cristo, el Reino de Dios y su Justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura". El documento, del que hablamos, no habla de la justicia del Reino de Dios, sino de la justicia social del reino efímero de los hombres.
Ante la gravedad de la situación, la Sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe, el antiguo Santo Oficio, envió un importante documento a todos los obispos del mundo, en el que S. E. el Cardenal Ottaviani les advertía los peligros que la fe católica tenía en los postulados y las doctrinas del "progresismo mundial". El P. R. C. Chartier, O. P., director de la revista dominicana"SIGNES DU TEMPS", escribió en una editorial del número de noviembre de 1966: "La Conferencia Episcopal Francesa no ha aceptado completamente el documento del Cardenal Ottaviani, en el que deplora el "aspecto negativo y el carácter innoble". (La Conférence épiscopale Francaise Ne pas accepté telle quede la présentation du Cardinal Ottaviani, don elle a deploré "L'aspect négatif et le "caractére prénible"). Para el jesuita P. Rouquette tan grave documento no tiene otra finalidad e importancia que una encuesta. (La lettre de la Congrégation pour la Doctrine de la Foi, I s'agit simplemente d'une enquéte". ETUDES, nov. 1966, pgs. './!. y ss.). En fin, el CORREO CATALÁN de 15 de diciembre de 1966, p. 20, escribe: "Como es sabido el Prefecto del citado dicasterio ha interrogado a los obispos sobre posibles errores doctrinales, abusos en la interpretación de las enseñanzas conciliares y opiniones extrañas y audaces... Algunos Episcopados no han dejado de poner en relieve que el tono o planteamiento formal de algunas cuestiones... rezumaba todavía a la vieja mentalidad del Santo Oficio, no superada aún en algunos de los altos dirigentes del dicasterio encargado de velar por los asuntos relativos a la doctrina de la fe. El Santo Padre examina con atención las respuestas que van llegando de los diversos episcopados..."
Esta carta del cardenal Ottaviani revela la existencia de gravísimos juicios que traspasan los límites de la simple opinión o de la hipótesis (il resulte qu'il agit de jugements que dépassant facilement les limits de la simple opinión ou de I' hypothése) y que parecen afectar, en cierto modo, al dogma y los fundamentos de la fe (semblent affecter d'une cartaine maniere le dogme lui meme et les fundaments de la foi).
El mal es, pues, enorme. No podemos negarlo, si algún valor tiene ese importantísimo documento, emanado de la más importante e imprescindible Congregación de la Curia Romana. El Catolicismo se funda sobre una doctrina cierta, inmutable e infalible, y la misión principal que tiene la Iglesia Jerárquica, y en especial el Papa, es la de preservar incorrupto el depósito de la Divina Revelación. Llamad como queráis al Santo Oficio, pero éste tiene que existir, mientras exista la Iglesia, mientras PEDRO garantice la unidad, la estabilidad, e indefectibilidad de la obra fundada por el Hijo de Dios. Las susceptibilidades humanas no son razón para que la Iglesia descuide o disimule su misión trascendente: la salvación y santificación de las almas, en la enseñanza permanente e inmutable de la doctrina de Jesucristo. El dilema planteado ante los creyentes es una disyuntiva sin términos medios: o salvamos la doctrina de Cristo, la obra divina, o salvamos la autoridad comprometido y dudosa de los hombres. Y en esta disyuntiva no es posible vacilar en nuestra elección. Queremos y debemos adherirnos a la Verdad eterna del Señor.
La insistencia de Paulo VI en querer resolver de una manera preponderantemente económica, uniforme, radical y pronta, el complicado y heterogéneo problema social de todos los pueblos es ciertamente sintomática, es contraproducente y da la impresión de que el Papa Montini, comprometido con los planes de la "mafia" judía, de la masonería y del comunismo, ha sacrificado sus altísimos deberes ante los intereses y proyectos que le han impuesto, que no puede, aunque quiera, ya eludir.
La lucha comunista, aunque ha variado en sus tácticas, lejos de menguar su intensidad y su extensión; lejos de haber cambiado su objetivo final, intensifica habilísimamente su guerra de conquista, que tiende de una manera invariable a establecer, en todo el mundo, en todos los pueblos subdesarrollados y desarrollados la intolerable tiranía de esa nueva esclavitud, cruel e inhumana. Naturalmente que esta actividad demoledora actúa de modo muy distinto en los pueblos ricos y ya materialmente maduros, que en los pueblos pobres o todavía no suficientemente homogeneizados, a los que se les ha puesto el título especificativo y deprimente de pueblos "subdesarrollados". Entre estos pueblos, desde luego están México y todos los pueblos de América Latina. Esta es la inspiración de la POPULORUM PROGRESSIO, de los famosos Documentos de Medellín y de la actividad pastoral de nuestros prelados.
Mucho habría que decir sobre esta denominación y clasificación, que tienen evidentemente un sentido y un origen comunizante, tendiendo a crear en nosotros un complejo de inferioridad y dependencia. Sin embargo, hay pueblos materialmente ricos y desarrollados que espiritualmente son pueblos hambrientos y decadentes; mientras que, por el contrario, hay pueblos pobres, que tienen, en su pobreza material, un rico caudal de vida cristiana, de valores espirituales y culturales, que compensan con mucho su escasez de bienes materiales. Este fenómeno se puede comprobar en las mismas comunidades religiosas: mientras hay en ellas pobreza y espíritu de pobreza, hay observancia regular y virtudes sólidas de la vida cristiana; pero todo esto se pierde, cuando la abundancia de los bienes materiales y la codicia de aumentarlos apaga en las almas la vida interior.
El comunismo explota la pobreza de los pueblos "subdesarrollados" para justificar su demagógica propaganda y sus secretas y funestas infiltraciones, con las que va gestando la lucha de clases, las guerrillas, los odios internacionales y las revoluciones sangrientas, por las que logra apoderarse del poder, y establecer, al fin, su odiosa tiranía sobre los pueblos esclavizados.
Es un fenómeno curioso e innegable: hay más comunismo en los pueblos ricos, que en los pueblos pobres; como hay más comunismo en las clases más cultivadas que en las clases ignorantes y menos preparadas. Hay más comunismo en Italia, en Francia, en los Estados Unidos, en los pueblos de América Latina, a pesar de la promoción intensa que los curas extranjeros y los obispos, siguiendo las consignas de la "mafia" judía han estado esparciendo en todas partes. En los pueblos ricos, la Infección es interna; cunde insensible y progresivamente y va estabilizándose en leyes y "estructuras sociales" que, destruyendo los derechos de los individuos y paralizando la iniciativa privada, impone, al fin, el estatismo insaciable que no es sino el socialismo y la esclavitud del Comunismo. En los pueblos subdesarrollados de América Latina el Comunismo ha sido importado desde fuera, con dirigentes extranjeros y con dinero, mucho dinero, también extranjero.
Y, sin embargo, pese a que somos pueblos subdesarrollados; pese a que las infiltraciones han invadido las esferas oficiales; pese a la libertad de las guerrillas; pese a la libertad que tiene la subversión y a las restricciones, que tienen las defensas legítimas; pese a las facilidades que inundan a la "izquierda comunistoide" en todos los medios de Comunicación social y las dificultades que se oponen a la "derecha", en todas esas fuentes de información y propaganda, podemos decir que los "subdesarrollados pueblos de América Latina" han estado dando la batalla con más vigor y con más éxito, que esos pueblos enriquecidos y poderosos, que, en un gesto de compasión humana, quieren ahora estructurar nuestras instituciones políticas y sociales.
No obstante las tangibles desigualdades sociales, consecuencia inevitable de las desigualdades individuales y étnicas, el comunismo no brotó espontáneamente en nuestros pueblos latinoamericanos, ni encontró en ellos el terreno propicio para arraigarse y crecer. Kerensky lo dijo: "El carácter independiente y la idiosincrasia de los iberoamericanos están haciendo imposible —y lo harán en el futuro- la penetración comunista en el Continente". Los casos trágicos de Cuba y Chile, los casos lamentables del comunismo oficial y descarado, comprueban una vez más la experimentada verdad de otra afirmación del mismo Kerensky: "No es posible establecer un régimen comunista sin terror". Sería, sin embargo, grave error y una falta de visión estratégica pensar que nuestro carácter independiente y nuestra idiosincrasia son un preservativo seguro y una barrera infranqueable contra los peligros que encierra el comunismo.
Hay, en nuestros días, gracias a la pastoral de conjunto del progresismo, un engaño lamentable y común, en el que han incurrido aun las inteligencias superiores. El comunismo, dice, ya pasó a la historia. Ni en Rusia, ni en la misma China hay un comunismo verdadero. Estamos superando esas crisis pasadas, y el mundo tiende hacia una nueva estabilidad. Es indudable que en los cincuenta y tantos años, que tienen de vida la tiranía y la expansión comunista, éstas han tenido diversas adaptaciones, según las circunstancias lo han requerido. No estamos ya en los tiempos de los frentes populares, ni de las purgas de Stalin. Pero, no obstante esas modificaciones sucesivas de táctica, el comunismo, —ya lo dijimos antes— no ha perdido, sino más bien ha acrecentado su peligrosidad en la realización progresiva de sus programas conquistadores. La reciente expulsión de la China Nacionalista de la ONU, para dar entrada a la China Comunista en esa asamblea, es una prueba decisiva para comprobar la influencia de la "mafia", en todos esos movimientos de implantación del comunismo.
¿Qué busca el comunismo? Después de las experiencias pasadas, ya nadie habla de establecer la dictadura del proletariado. Se habla más bien de un mundo nuevo, de un humanismo integral, de una humanidad homogenizada, en la que todos los pueblos y todos los individuos puedan gozar igualmente los bienes de este mundo. Para la realización de estos bellos ideales es necesario que el individuo se sacrifique por la colectividad y que, en el concierto armónico de los pueblos, todos tengan iguales derechos, iguales bienes, iguales responsabilidades. Se impone una nueva estructuración del mundo, en la que todas las fuerzas converjan para desterrar el hambre, las dolencias y las desigualdades sociales y raciales. Sólo el judaísmo gozará el privilegio del dominio mundial.
Un programa tal, no podría llevarse a cabo con las viejas normas del derecho. El concepto mismo de la propiedad privada, especialmente el de los medios de producción, está anticuado y es necesario eliminarlo o, por lo menos, reducir su alcance y contenido. La evolución de los tiempos implica también la evolución de los conceptos. El problema social es un problema económico y el problema económico sólo se resuelve con dinero, con bienes materiales. De aquí la urgente necesidad de la socialización progresiva de todas las fuentes de producción, para evitar que las riquezas caigan en unas pocas manos.
En la dialéctica comunista, todos los problemas del mundo gravitan sobre la economía de los individuos y de los pueblos. La lucha permanente de los intereses materiales, que engendra las estructuras sociales, las modifica, las suprime o las cambia, es el factor dinámico de incalculables potencialidades, que pone en movimiento ascendente a la humanidad. Para el comunismo todo es economía, todo es la lucha por eliminar las desigualdades sociales.
La POPULORUM PROGRESSIO, en todo su contenido, hace descansar también el progreso de los pueblos, el futuro de un mundo, que necesariamente tiene que ser mejor que el pasado en "el desarrollo integral del hombre y en el desarrollo solidario de la humanidad"; pero, como se desprende de todo el documento, este desarrollo, este progreso integral y solidario, no mira al cielo, sino a la tierra; no está encaminado el fin último del hombre y a los destinos trascendentes de la humanidad, sino a nuestro bienestar temporal en esta vida efímera y perecedera. En otras palabras, Paulo VI acepta, en cierto modo, la utópica finalidad del comunismo al querer convertir este mundo en el soñado paraíso, donde los hombres "libres de la miseria", participantes"todavía más en las responsabilidades", "fuera de toda opresión" y "al abrigo de situaciones, que ofendan su dignidad de hombres", "más instruidos" "puedan añadir a la libertad política, un crecimiento autónomo y digno, social no menos que económico".
Por eso el Papa Montini ha creado "una Comisión Pontificia, encargada de suscitar en todo el pueblo de Dios el pleno conocimiento de la función que los tiempos actuales piden a cada uno para promover el progreso de los pueblos más pobres, favorecer la justicia social entre las naciones, ofrecer a los que se hallan menos desarrollados una ayuda tal que les permita proveer, ellos mismos y para sí mismos, a su progreso".
Contrastan las palabras y el programa de Paulo VI con el modo de hablar y de pensar de otros Pontífices. Ya León XIII, en su Encíclica "QUOD APOSTOLICI MUNERIS" escribió: "Empero, aunque los socialistas, abusando del mismo Evangelio, para engañar más fácilmente a los incautos, acostumbran forzarlo, adaptándolo a sus intenciones, con tan grande diferencia entre sus perversos dogmas y la purísima doctrina de Cristo, que no puede ser mayor. Porque ¿qué participación puede haber de la justicia con la iniquidad, o qué consorcio de la luz con las tinieblas? (II Cor. VI, 14). Ellos seguramente no cesan de vociferar, como hemos insinuado, que todos los hombres son entre sí, por naturaleza, iguales; y, por lo tanto, sostienen que ni se debe honor y reverencia a la majestad, ni a las leyes, a no ser acaso a las sancionadas por ellos mismos a su arbitrio". "Por lo contrario, según las enseñanzas evangélicas, la igualdad de los hombres consiste en que todos, por haberles cabido en suerte la misma naturaleza, son llamados a la misma altísima dignidad de hijos de Dios, y, al mismo tiempo en que, decretado para todos un mismo fin, cada uno ha de ser juzgado según la misma ley para conseguir, conforme a sus méritos, o el castigo o la recompensa. Pero la desigualdad del derecho y del poder se derivan del mismo autor de la naturaleza, de quien toda paternidad toma su nombre en el cielo y en la tierra. (Ephes. III, 15)".
Pío XII, en una alocución a los trabajadores de la "FIAT", el 31 de octubre de 1948, decía: "La Iglesia no promete aquella igualdad absoluta, que otros proclaman, porque sabe que la convivencia humana produce siempre y necesariamente toda una escala de gradaciones y diferencias, en las cualidades físicas e intelectuales, en las disposiciones y tendencias inferiores, en las ocupaciones y responsabilidades".
Supuestas, pues, estas inevitables desigualdades humanas, individuales y colectivas, que han sido previstas y dispuestas por el Creador, el así llamado problema social, la más equitativa distribución de las riquezas, la solución a los problemas económicos de las diversas colectividades humanas y su progreso material, es muy complejo y exige diversas soluciones, según las diversas circunstancias de cada pueblo. La solución del socialismo (ya sea éste radical o moderado) no es sino un monstruoso engaño que, prometiendo la igualdad, acrecienta la desigualdad, en la más inhumana esclavitud. Eliminación de la propiedad privada, de la iniciativa privada, de la libre y saludable competencia, de los derechos del hombre, pregonados hasta hace poco por la Constitución de todos los países del mundo libre para fusionar los individuos y las sociedades en una masa colectiva, en un Leviatán universal. Las fuentes de producción en manos del Estado, del grupo dirigente, con sus inmensos y ramificados tentáculos burocráticos, para esclavizar las multitudes, impotentes para poder recuperar su libertad; porque sin el derecho legítimo de la propiedad privada, la libertad es un mito.
La POPULORUM PROGRESSIO es, por esto, el viraje completo de la política vaticana hacia el socialismo. Cualquier observador, que haya seguido cuidadosamente los acontecimientos y los documentos del Vaticano, después de la muerte de Su Santidad Pío XII, no puede manos de reconocer el manifiesto viraje de la Jerarquía Católica hacia lo que, en lenguaje demagógico, llamaríamos las corrientes de izquierda. Ya antes de la muerte del Papa Pío XII se escuchaban críticas mordaces de la persona y los hechos de este preclarísimo Pontífice, Se le llamaba el Papa intransigente, centralista, antisemita; se le condenaba de haber hablado demasiado, de haber querido indoctrinar sobre todos los problemas; se le echaba en cara el haber frenado el progreso intelectual y científico de la Iglesia. En una palabra se le hacía aparecer como el Papa"inadaptado" y poco comprensivo, que vivía y hablaba en un mundo ya pasado, en una ideología ya "superada".
Estas acusaciones contra el Papa, hechas no por los declarados enemigos de la Iglesia, sino por los infiltrados que preparaban la revolución y, entre los cuales, debemos contar, sin duda, a Juan B. Montini, el sustituto de la Secretaría de Estado, a quien, en un acto de generosidad, Pío XII promovió al arzobispado de Milán, para sacarlo de la Secretaría de Estado, eran las voces del"progresismo", que buscaba a lodo trance la toma del poder, para implantar así la revolución en la Iglesia.
Cuando fue elegido su sucesor Juan XXIII, todos creyeron que era el papa de la transición, el hombre bueno que desataría las ligaduras, con que Pío XII había querido sujetar al progresismo. Pero las dos Incíclicas del Papa Roncalli, la "MATER ET MAGISTRA" y, sobre todo, la "PACEM IN TERRIS" y la convocación inesperada del Concillo, vinieron a señalar el esperado viraje de la Iglesia, que, en el aggiornamiento con el progresismo y en el ecumenismo con todas las religiones al inaugurar la autodemolición de la Iglesia, el cambio radical de las estructuras de la obra de Cristo y la adaptación de la doctrina evangélica al mundo inquieto, materialista y revolucionario de nuestros días.
Es evidente, como ya lo hice notar en mi libro "LA NUEVA IGLESIA MONTINIANA" que ha ocurrido un cambio radical entre la actitud definida, precisa y contundente de Pío X, Pío XI y Pío XII y el ablandamiento desconcertante y destructivo de Juan XXIII y Paulo VI; entre la tónica dogmática del Concilio de Trento y del Vaticano I, y la tónica pastoral, flexible, incierta, confusionista del Vaticano II.
Hace pocos días los órganos de la gran prensa nos informaban de unas declaraciones del inquieto e inquietante arzobispo de Recife (Brasil), Don Hélder Cámara, cuya réplica tenemos en México, en el revolucionario obispo de Cuernavaca, que quiere montarse uno de los cuatro caballos del Apocalipsis, Don Sergio VII; "Es muy difícil para mí -respondió a la pregunta que le hicieron: qué es 'SU' Iglesia, qué hace, cómo 'SU' Iglesia tiene multitudes cautivas, ¿para qué, por qué? sobre la fortuna vaticana -distinguir entre Iglesia o Iglesia. Para mí -especificó- hay una Iglesia única.Como es natural, dentro de esta misma Iglesia, hay grupos de coloraciones diferentes, lo cual me parece muy válido. Sería terrible que porque uno es cristiano fuese obligado a pensar de la misma manera en todo. Me parece muy válido que sea plural. Si hay pluralismo fuera de la Iglesia ¿por qué no admitir pluralismo dentro de la Iglesia?
En otras palabras y sin distinción alguna, el "pluralismo" en el orden religioso, dentro de la Iglesia, es tan válido, tan justo, tan aceptable, como el "pluralismo" ideológico, que en el mundo de las ideas, de las actitudes y de los partidos pueda darse. La unidad de la Iglesia es, pues, un mito, una utopía y, lo que es más grave, una imposición intolerable Dentro de la Iglesia, a juicio de Don Hélder, caben muy bien la doctrina evangélica y las doctrinas de Marx, Lenín o Mao. Por eso critica a los guardadores del orden y al sistema de empresas multinacionales: "Estaban de tal manera preocupados en mantener ese orden social que no fueron capaces de descubrir que (el llamado orden social) era un muy grande desorden social. Que por detrás del llamado orden social había —y hay— injusticias gravísimas; una situación infrahumana en el medio rural y también en ciertos distritos de las grandes ciudades. Son problemas que vienen de lo que llamamos acá colonialismo interno, porque en todas las regiones de materias primas había—y hay— grupos privilegiados y personas del país, cuya riqueza era -y es- agravada por la conexión entre los privilegiados de acá y las macroempresas multinacionales. Vemos cómo los antiguos 'trusts' son más o menos ingenuos frente a esos conglomerados económicos, que ya no se presentan como extranjeros, porque siempre encuentran a algunos del país que se prestan a ofrecer firmas nacionales. . . ". . .Y encuentra usted también algunos del país entre los directores; hay empleados del país y hay aprovechamiento de las materias primas del país. Sólo los pesos van en zigzag hacia las empresas del lucro, esquivando a los pobres del país".
Don Hélder, como Sergio VII, como Talamás, como Ruiz, el de San Cristóbal, como todos esos improvisados economistas, confunden lastimosamente los factores de la producción, con los elementos de la producción ya en el comercio. Creen que el guardar el orden social es injusto, es nocivo, es una rémora para el progreso de los pueblos. Este es el colonialismo interno contra el cual la POPULORUM PROGRESSIO de Paulo VI se pronunció.
"Y ¿qué hace la Iglesia, qué hacía mientras eso ocurre?", le preguntaron al arzobispo. He aquí su respuesta que es una injusta, una recriminación contra la Iglesia apostólica del pasado, a la que Helder, como Méndez Arceo, como Juan B. Montini hacen culpable de todos los crímenes, de todas las injusticias del pasado: "Como la urgencia era mantener el orden social, entonces la Iglesia era prestigiada y distinguida por los gobiernos, que, junto con los privilegiados, sentían el apoyo de nuestra predicación. Hoy, como es de conciencia denunciar las injusticias, la vida infrahumana de millones de personas, hoy somos subversivos y comunistas". "Yo le diré a Ud.: todos en la Iglesia estamos de acuerdo en que los textos Vaticano II, Medellín, Upsala, Beirut, -para hablar solamente de los textos católicos- son válidos y practicables, pero el problema es cómo aplicarlos. Pero sería terrible, por otra parte, que en cuestiones abiertas de interpretación, se impusiera un modelo único".
¡Parece increíble que tales palabras hayan sido pronunciadas por un arzobispo católico! Sin embargo, no nos extraña leer esto, cuando de sobra conocemos la ideología, la subversiva pastoral y la actividad inadmisible del arzobispo de Recife. Lo que nos sorprende es que, aun que sea de tanto escándalo, siga todavía ocupando su puesto al frente de una arquidiócesis, por la gracia de su amigo y protector Juan B. Montini. Es el caso de Don Sergio, aunque éste está agravado por algunos deslices de otro orden.
Para Don Hélder, la Iglesia del pasado, comprometida en guardar el orden social, buscaba el prestigio, las distinciones de los poderosos, a costa de la pobreza y la miseria de los débiles. Esa complicidad ha inmutado, gracias al Vaticano II, a la Populorum Progressio, a los documentos de Medellín. Al fin, la Iglesia empezó a tener conciencia. Como dice el subtítulo del periódico, los obispos pasaron de "elogiados" a "subversivos".
"¿Y ahora...? ¿la Iglesia qué hace? ¿A quiénes ayuda? ¿Cómo? ", preguntaron a Don Hélder los periodistas. A lo que el arzobispo contestó: "Es terrible ver que las consecuencias no caen directamente sobre uno. Caen comúnmente (en mi caso) sobre aquellos que trabajan conmigo.Entonces es terrible que un padre, por ejemplo, que con valor denuncia —denuncia cosas muy serias, bruscamente— sabe, no ignora, que por ello sus hijos van a sufrir. Es terrible de verdad".
No deja de comprender el arzobispo que su labor demagógica y subversiva, engañando a la gente impreparada, ocasiona graves resultados para los que, con violencia, buscan en la subversión, en los motines callejeros, en el secuestro, en las guerrillas, en los actos terroristas, la solución a esa violencia institucionalizada, como él la llama, de los gobiernos que tratan de guardar el orden social; porque, según él, el orden social sólo favorece a los ricos, a la gente de orden, no a los viciosos, a los holgazanes, a los pillos, a los que quieren hacerse ricos de la noche a la mañana, a como dé lugar.
"Usted dice, prosiguieron interrogando los periodistas, que la violencia madre es la institucional, la de los gobiernos. ¿Cuál le sigue? " —Con habilidad innegable, los periodistas llevan al prelado al terreno resbaloso y comprometedor, en el que el arzobispo, sin asustarse, va a decirnos claramente su pensamiento revolucionario: "La de los oprimidos, la de los jóvenes, que, en lugar de los oprimidos, o, en nombre de los oprimidos, toman posiciones y protestan y organizan revueltas. Esa es la violencia número dos. Y los gobiernos, cuando los oprimidos llegan a la calle, ganan la calle, se sienten en el derecho y en la obligación de salvaguardar el orden, la seguridad, de invocar la seguridad nacional, y cogen presos políticos".
Aquí tenemos ya la voz provocativa, insolente, descarada de la revolución, en labios de un arzobispo y en nombre del Evangelio. Para Don Hélder es un derecho sagrado que tienen los de abajo para lanzarse a la calle, para apedrear sus casas, quemar sus automóviles, atentar contra la vida y contra el orden público. El fin nobilísimo de la liberación justifica todos los medios. Si estas palabras hubieran sido dichas hace siglos, Don Hélder hubiera sido procesado justamente por la Inquisición; porque esas palabras no sólo son subversivas, son anticatólicas, antievangélicas. De lo contrario, la doctrina de cristo sería la doctrina de la subversión, del crimen, del pillaje. ¿Qué pide Cámara a los gobiernos en esos días de violencia callejera? ¿Qué opina que debe hacer la policía, el ejército, los gobiernos? ¿Ponerse a declamar una elegía sobre las ruinas, como Nerón en el incendio de Roma?
"Teniendo presos políticos, prosigue el prelado, esos gobiernos se sienten con el derecho y la obligación de obtener información, que juzgan tal vez decisiva para la seguridad nacional y entonces llegan hasta la tortura. Y me parece que hablar de torturas es llegar a un capítulo nefando, tremendo. Pero, aún así, me parece más importante hablar de la raíz del problema, que son las injusticias, que son las consecuencias de la opresión que pesa sobre el mundo".
Don Hélder Cámara, como todos los participantes de la subversión, no tolera la idea de "los presos políticos". Ya, en mi libro "LA NUEVA IGLESIA MONTINIANA", comenté este punto y me adherí plenamente a la sabia y precisa distinción hecha por el ex-Presidente de México, Lic. Gustavo Díaz Ordaz, sobre este punto: "no es lo mismo "presos políticos", que "políticos presos". A nadie se ha encarcelado por tener tales o cuales ideas políticas, por erróneas que éstas sean; pero el hecho de ser político militante no es un fuero para atentar impunemente contra el orden común, ni contra los derechos legítimos de los ciudadanos. Don Hélder ve la paja en el ojo de su vecino y no ve la viga que trae atravesada en el suyo. Toda represión resulta odiosa para la subversión, que quisiera tener una absoluta libertad para hacer sus violencias y atentados, sin que las autoridades interviniesen, para hacer guardar la Constitución.
¡Cómo le duelen a Don Hélder las torturas, con las que los gobiernos, con todo derecho y legítima obligación, tratan de obtener la necesaria información, que seguramente es decisiva para la seguridad nacional! En sus giras mundiales el arzobispo de Recife ha pretendido desacreditar y acusar a su gobierno por esas torturas con las que se presionó a los "políticos presos", para que descubriesen todo el complot contra la patria y contra los pacíficos ciudadanos. ¡Hasta el Vaticano, por su supremo tribunal, llamado "Justicia y Paz" se ha permitido lanzar acusaciones contra un Estado Soberano, apoyándose en las locuras de un obispo, que ha abandonado su labor apostólica, para entregarse a la subversión!
Menos mal, si el caso del arzobispo de Recife fuera el único en el mundo y especialmente en la América Latina; pero desgraciadamente, como ya hemos indicado, son ya muchos los Hélder en nuestra América latina y en nuestro México, que inspirados por la "POPULORUM PROGRESSIO y los famosos Documentos de Medellín y por el enjambre de agitadores con sotana, que nos envían de Roma, y que en público y en privado, fomentan y financian la subversión con el dinero de la Iglesia y del pueblo. Así se dice que el obispo de San Cristóbal en Chiapas ha vendido algunas de las joyas preciosas que había en los templos, para ayudar cristianamente a los guerrilleros de Guatemala y de México.
Algunos puntos álgidos de la POPULORUM PROGRESSIO
I.—Plantea el Paulo VI el tema de la Colonización y el Colonialismo, y los problemas que tienen los pueblos recién emancipados: "Los pueblos llegados recientemente a la independencia nacional —dice Paulo VI- sienten la necesidad de añadir a esta libertad política un crecimiento autónomo y digno, social no menos que económico, a fin de asegurar a sus ciudadanos su pleno desarrollo humano y ocupar el puesto que les corresponde en el concierto de las naciones".
Mucho se ha hablado acerca de este tema; y, desde luego, el Comunismo Internacional, con sus aliados la masonería y el judaismo, han tomado bandera como justificación de su obra subversiva. La justicia o injusticia de la colonización de los pueblos es tema de polémica para muchos. El derecho internacional de hace unos cuantos años justificaba y tenía como legítima esta colonización externa, en determinadas circunstancias y con objetivos trascendentalmente benéficos. Ahora, en cambio son muchos, especialmente los de ideas avanzadas y comunistoides, que condenan como injustas las guerras de conquista y como latrocinio y esclavitud intolerable las colonias que poseían las potencias extranjeras. Y se nos presentan cuadros apocalípticos, en los que los colonizadores inhumanos, de entrañas duras y de codicia insaciable, expoliaban y fustigaban a los naturales, como a viles esclavos y seres inferiores.
No pretendo ahondar en el problema, en el que, por cierto, la Iglesia ha tenido importantísimo y por demás benéfico papel; pero, por lo que toca a nuestros pueblos de América Latina, pienso que el balance histórico de la obra de España es ciertamente positivo y digno de toda nuestra admiración y gratitud. La espada y la cruz estuvieron siempre unidas, y al lado del conquistador estuvo siempre el apóstol, el que traía en sus labios y en su acción la redención de Cristo. España nos dio su sangre, su lengua, su religión y su cultura, y por España nuestros pueblos quedaron incorporados a la civilización cristiana de Occidente.
El indigenismo, con el que muchos quieren oscurecer la obra de España, es tan absurdo como el añorar aún por el hombre de las cavernas, por los sangrientos sacrificios humanos o por las guerras entre las tribus aborígenes, que ensangrentaban constantemente el suelo virgen de nuestra América. La obra civilizadora de la Colonia Española en América Latina es en verdad prodigiosa y denigrarla es tan injusto y tan..., para ver el alcance que tiene o puede tener el conflicto: el concepto de civilización tradicional y el de civilización industrial. La Civilización tradicional parece que se funda en los valores superiores del espíritu; mientras que la civilización industrial parece que antepone a los valores permanentes del espíritu las ventajas preponderantemente materiales, que la técnica y la industria moderna ofrecen al hombre. Muchos de esos pueblos, carentes de la verdad trascendente, tenían una Civilización —si así podemos llamarla— rudimentaria, inestable, que fácilmente podía derrumbarse por los fulgores deslumbradores de la Industria, porque sus valores espirituales no tenían una base inconmovible. Las creencias milenarias del Japón sucumbieron ante los pavorosos resplandores de la bomba atómica.
En cambio, el choque de la civilización cristiana (en la que estaban ya injertados todos los pueblos de América Latina) con la Civilización industrial materialista, que quiere convertir la vida presente en el paraíso perdido, es un choque artificialmente provocado de enormes consecuencias. Las tradiciones del pasado, inspiradas y vivificadas por la doctrina del Evangelio eterno, tienen ciertamente una enorme riqueza humana, entendiendo al hombre como es: ser finito, contingente y en dependencia constante y esencial de Dios; pero tiene, sobre todo, una inagotable, vivificadora y eternamente duradera riqueza divina, que aúna y sintetiza el tiempo con la eternidad, a Dios y al hombre, el cielo y la tierra.
No hay, no puede haber oposición verdadera entre la civilización cristiana y la civilización industrial, siempre que se conserve firme la jerarquía de los valores de la vida. La fe no se opone, ni se puede oponer al verdadero progreso, a ese progreso integral que se busca. Los apoyos morales, espirituales y religiosos del pasado no ceden, cuando, en su progreso, el hombre no quiere romper la unidad y la armonía de la obra divina. La crisis del mundo de nuestros días está precisamente en querer mudar las estructuras del pasado, firmemente cimentadas en la verdad eterna, para apoyar el futuro del mundo en la contingencia de las cosas del tiempo y en la inmanencia ciega de un humanismo sin Dios y sin último destino. Estamos empeñados en hacer con nuestras manos un nuevo mundo; y queremos empezar desde su fundamento. Este es el fin del progresismo y del Papa Montini. Pero, no es tan fácil eliminar lo que por siglos la razón y la fe habían arraigado en el corazón del hombre. No, no hay peligro de esas desviaciones hacia mesianismos materialistas, cuando nos adherimos al Mesianismo Divino.
Razón tiene el "experto", citado más adelante por Paulo VI, cuando dice: "nosotros no aceptamos la separación de la economía de lo humano; el desarrollo, de la civilización en que está inscrito. Lo que cuenta para nosotros es el hombre, cada hombre, cada agrupación de hombres, hasta la humanidad entera"; pero ese pensamiento está incompleto y podría tener un sentido equívoco y aún blasfemo, si, en nuestra concepción integral del hombre, eliminados los vínculos esenciales que le unen con su Creador, Señor y Dueño, nos olvidamos de sus destinos ultraterrenos. Por eso el pontífice añade luego que la criatura espiritual está obligada a orientar espontáneamente su vida hacia Dios y que por su unión con Cristo (su cristianismo vivido) "tiene el camino abierto hacia un humanismo trascendental, que le da su mayor plenitud". Pero, ese progreso no se funda en los bienes materiales, que la técnica y la industria pueden darle, sino en el legítimo uso y la renuncia generosa, voluntaria u obligatoria, que de esos bienes haga en su búsqueda de Dios.
Al señalar Paulo VI la ambivalencia del progreso humano, con relación al individuo y con relación a la colectividad, después de señalar los peligros, que la ambición desordenada puede ocasionar y después de señalar la meta hacia la cual debe encaminarse el nuevo progreso, plantea el pontífice el problema crucial de la propiedad privada: "La Biblia, desde sus primeras páginas nos enseña que la creación entera es el hombre, quien tiene que aplicar su esfuerzo inteligente para valorizarla y, mediante su trabajo, perfeccionarla, por así decirlo, endosa a su servicio. Si la tierra está hecha para procurar a cada uno medios de subsistencia y los instrumentos de su progreso, todo hombre tiene el derecho de encontrar en ella lo que necesita. El reciente Concilio lo ha recordado: "Dios ha destinado la tierra, y todo lo que en ella contiene, para uso de todos los hombres y de todos los pueblos, de modo que los bienes creados deben llegar a todos en su medida justa, con la regla de la justicia, inseparable de la caridad".
Aquí está el problema, aquí la demagogia: Si la tierra y todas la subsistencias son de todos los hombres, ¿cómo es posible entonces que exista la propiedad privada? "Todos los demás derechos -continúa Paulo VI— sean los que sean, comprendidos en los de la propiedad y comercio libre, están subordinados a ello; no deben estorbar, antes, al contrario, facilitar su realización; y es un deber social, grave y urgente, hacerlos volver a su finalidad primera".
"El hecho de que Dios haya dado la tierra a todo el linaje humano, no se opone, en modo alguno, al derecho de la propiedad privada. Al decir que Dios concedió en común la tierra al linaje humano, no quiere decir que todos los hombres tengan indistintamente dicho dominio, sino que, al no haber señalado a ninguno, en particular, su parte propia, dejó dicha delimitación a la propia actividad de los hombres y a la legislación de cada pueblo. Por lo demás, la tierra, aunque esté dividida entre particulares, continúa sirviendo al beneficio de todos, pues nadie hay en el mundo que de aquélla no reciba su sustento. Quienes carecen de capital, lo suplen con su trabajo; y así puede afirmarse con verdad de que el medio de proveerse de lo necesario se halla en el trabajo empleado o en trabajar la propia finca o en el ejercicio de alguna actividad, cuyo salario, en último término, se saca de los múltiples frutos de la tierra o se permuta por ellos".
"Con razón, pues, —prosigue León XIII—, todo el linaje humano, sin cuidarse de unos pocos contradictores, atento sólo a la ley de la naturaleza, en esta misma ley encuentra el fundamento de la división de los bienes y solamente, por la práctica de todos los tiempos, consagró la propiedad privada como muy conforme a la naturaleza humana, así como a la pacífica y tranquila convivencia social. Y las leyes civiles, que, cuando son justas, derivan de la misma ley natural su propia facultad y eficacia, confirman tal derecho y lo aseguran con la protección de su pública autoridad. Todo ello se halla sancionado por la ley divina, que prohibe estrictamente aun el simple deseo. "No desearás la mujer de tu prójimo; ni la casa, ni el campo, ni el buey, ni el asno, ni otra cosa cualquiera de todas las que le pertenecen".
Sería un error interpretar las palabras de León XIII, diciendo que el trabajo propio es el único título de la propiedad. A este propósito dice Pío XI, en su Encíclica "QUADRAGESIMO ANIMO": "Violan esta ley (la ley de la justicia social) no sólo la clase de los ricos cuando, libres, en la abundancia de su fortuna, piensan que el justo orden de las cosas está en que todo rinda para ellos y nada llegue al obrero; también la clase de los proletarios, cuando, vehementemente enfurecidos por la violación de la justicia y excesivamente dispuestos a reclamar, por cualquier medio, el único derecho que ellos reconocen, el SUYO, todo lo quieren para sí, por ser producto de sus manos; por esto y no por otra causa, impugnan y pretenden abolir la propiedad, así como los intereses y rentas, que no sean adquiridos mediante el trabajo.
Hay una frase de la encíclica de Paulo VI que, analizándola parece que viene a destruir el concepto tradicional de la propiedad privada. No habla el pontífice de la función social de la propiedad privada y de los deberes que esta función implica, sino de la misma: "No hay ninguna razón, dice, para reservarse el uso exclusivo de lo que supera a la propia necesidad, cuando a los demás les falta lo necesario". "En una palabra, añade, el derecho de propiedad no debe jamas ejercitarse con detrimento de la utilidad común, según la doctrina tradicional de los Padres de la Iglesia".
Estas palabras del Papa Montini son evidentemente demagógicas; puedan dar lugar a que se piense que nadie tiene derecho a lo superfluo, "mientras haya alguien que carezca de lo necesario". Interpretando así, creo que el derecho de propiedad no sólo queda minimizado , comprometido, sino, en realidad negado. Porque el relativismo de estos dos conceptos:"Superfluo" y "necesario" es tan variable, como los criterios, las exigencias y las mismas ambiciones de los hombres. Un derecho verdadero no puede estar sujeto a este relativismo, a una vagante interpretación, a esas ambiciones humanas, acrecentadas por la demagogia de un pontífice, que, al servicio de la "mafia" judía, quiere mutar al orden constituido.
Me he detenido en hacer estos comentarios sobre la "POPULORUM PROGRESSIO", porque estoy convencido que este es el programa del pontificado, legítimo o ilegítimo, de Juan B. Montini. Es una encíclica, calificada por los mismos anticatólicos como "marxismo recalentado", que ha sido la inspiración continua de Paulo VI y de su actividad prodigiosa. Es curioso notar que tanto en América Latina, como en el Medio Oriente, como en Filipinas, después de la visita del pontífice, han estallado brotes de comunismo violento y destructor. La dialéctica montiniana lo niega; pero los hechos son demasiado elocuentes, sobre todo, si tenemos en cuenta la actividad asombrosa de ese enjambre de propagandistas, que hace ya tiempo recorren los países, azuzando al pueblo a la inconformidad, a la protesta, a la violencia; y valiéndose en su agitación de los grupos de jóvenes, especialmente estudiantes, que, por su inexperiencia, por su irresponsabilidad, por el ardor y la mística que les han infundido, son elementos valiosísimos para las guerrillas, para los secuestros, para los actos terroristas, para los motines callejeros.
Y es muy de notarse, como un dato revelador de prueba contundente, el hecho innegable de que esta subversión, este activismo, esta ideología marxista, leninista, maoísta, ha encontrado en las Universidades y Colegios Católicos, en México, como en los Estados Unidos, como en España, como en otros muchos países, magníficos colaboradores. De esos centros, especialmente de los jesuítas, han salido, en los graves conflictos estudiantiles, los dirigentes y los "tontos útiles". ¿Ignora esto el pontífice? Y si lo sabe, ¿por qué lo tolera? ¿Qué dicen los Nuncios, los Delegados Apostólicos? ¿Qué opinan las Conferencias Episcopales? Y los Ordinarios ¿qué explicación dan a esos actos subversivos, en los que sus clérigos toman parte importantísima?
Paulo VI recibe a un grupo de Hippies.
En una audiencia concedida por el pontífice, el 16 de abril de 1971, a varios grupos de jóvenes, les dirigió los siguientes discursos, que reproducimos aquí, tomados del Osservatore Romano del 17 del mismo mes y año: "Esta mañana, viernes 16 de abril, el Santo Padre ha recibido a dos grupos de jóvenes, en la Sala Clementina. Uno de estos grupos estaba integrado por los participantes en la "manifestación internacional en favor de la paz, 'un color al mundo', patrocinada por la Comisión Diocesana de la Pastoral del Turismo, que tuvo lugar ayer tarde en el Auditorio del Palacio Pío". El grupo era conducido por Mons. Poletti, Vicerregente de Roma, por Don Luigi Di Liegro y por los organizadores del espectáculo Dott. Frasciolo y Maestro Pagano. Paulo VI habló así a los jóvenes reunidos: "Es siempre un placer para Nos el recibir a jóvenes, especialmente si vienen de lejos y si, como vosotros lo hacéis, dedican su talento artístico a una buena causa, como es la de difundir en sus coetáneos, a través de la música y el canto, el sentimiento de la esperanza, del sano optimismo, el calor de la fraternidad, humana y cristiana".
"Os damos, por lo tanto. Nuestro cordial saludo, y os manifestamos Nuestra satisfacción, llena de estima y afecto por el intento que os ha guiado, para ilustrar, con los medios a vuestro alcance, el tema por Nos sugerido para la jornada de la paz de 1971, y saludamos con vosotros a la Comisión Diocesana por el Turismo, con su digno Presidente Mons. Poletti, que ha organizado, como cada año, la manifestación musical, en la que habéis vosotros participado aquí en Roma. Es una buena simiente sembrada, que, a no dudarlo, no dejará de fructificar en las generaciones juveniles"."Nos, en verdad, no estamos capacitados para apreciar vuestras formas artísticas, ni para valorizar aquéllas formas estéticas, en las que visiblemente, sin duda alguna, expresáis vuestra personalidad. Pero estamos atentos a ciertos valores, que vosotros andáis buscando: la sinceridad, la liberación de ciertos vínculos formales y la necesidad de ser, de identificaros, de vivir, y de interpretar las exigencias del propio tiempo. Propio, además, por aquel mandato por Nos dado, hermano entre hermanos, no podemos dejar de apreciar profundamente algunos valores humanos de gran mérito, en los que se inspira esta manifestación en la cual vosotros habéis tomado parte: la paz en el mundo, la fraternidad entre los hombres, la renovación moral y espiritual, que supera el conformismo, la vulgaridad, la vida Cómoda, que hoy perturba y desagrada a una gran parte y la hace reaccionar, a veces, en forma insólita y violenta".
"Repitiendo el mensaje del Concilio Vaticano a la juventud Nos os alentamos "a abrir vuestro corazón a la inmensidad del mundo, para escuchar las súplicas de vuestros hermanos, para poneros a su servicio, con ese vigor y energía de la juventud. Pedimos que Dios os bendiga a todos y os dé la alegría y la paz a vuestro corazón".
El segundo grupo estaba formado por estudiantes del Canadá, que estudiaban, en Suiza, en el Neuchatel College, cursos de lengua francesa. Los jóvenes y las jóvenes canadienses estaban acompañados por sus profesores. El papa les habló así: "Nosostros estamos felices de recibir también esta mañana a los estudiantes del Neuchatel Júnior College, que terminan en Suiza sus estudios de lengua francesa y han venido a Roma en estas fiestas pascuales. Queridos amigos, Nos place expresaros la estima que Nos tenemos hacia vuestro querido país, lleno de vitalidad, orgulloso a la vez de sus tradiciones y de su moderno desenvolvimiento. Os estimulamos a poner al servicio de vosotros la competencia y la cultura, que se os ha dado adquirir, para establecer un clima cada vez más fraternal y abierto a las necesidades materiales y espirituales de todos los hombres. Después del contacto con las fuentes de la vida cristiana en Roma, después de visitar las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, vosotros arraigaréis en la búsqueda de un humanismo integral y de una fe profunda. Que Cristo Salvador, que es el Señor de todos nosotros, con la pujanza de su Resurrección, ponga en vosotros el Espíritu de paz y de amor, a gloria de Dios Padre. Sobre vosotros y sobre todos los que os son queridos, Nos imploramos su fecunda bendición".
Estos discursos montinianos, que, a primera vista, parecen de un Papa legítimo, son, sin embargo, una prueba más de que Paulo VI no actúa como un Papa legítimo. Desde luego sorprende el que grupos de jóvenes católicos, dirigidos y alentados por un Monseñor, participen en una marcha internacional de marcado aspecto comunista. Porque estos movimientos pacifistas no son sino un hábil táctica comunista, para desarmar las legítimas y necesarias defensas de los pueblos libres; es un incubar en la mente de los jóvenes, en nombre de una internacional, la resistencia a toda lucha, aunque ésta tenga por objeto el defender la patria y las más sagradas libertades del mundo libre. La renovación moral y espiritual, que pide el pontífice, es la que "supere el conformismo, la vulgaridad, la vida cómoda, que hoy perturba y desagrada a Una gran parte de la juventud, y la hace reaccionar, a veces, en forma Insólita y violenta".
¿No son estas palabras una velada aceptación de esa desorientación de esa inconformidad de las juventudes modernas, manifestadas en las formas más absurdas y perniciosas? ¿No es una discreta justificación da ese derrumbe moral y religioso, que está minando la juventud internacional? ¿Podrá acaso, con músicas exóticas y estridentes, que Paulo VI llama instrumentos de arte; podrá, digo, esa juventud desorientada, envenenada, drogada y corrompida, como todos los que toman parta en esos movimientos teledirigidos, ayudar a los otros, a nobilizarse, a hacerse más hombres, más Cristianos? ¿Cuál es la justificación, Para el Papa Montini, de esa vida extraña que llevan esos jóvenes pandilleros? "El dedicar su talento artístico a una buena causa, como el de infundir en sus coetáneos, por medio de la música y el canto, el cántico de la esperanza, el sano optimismo, el calor de fraternidad Humana y cristiana".
Este es el "humanismo integral" de Juan B. Montini. Allí cifra él sus esperanzas para un mundo mejor, una humanidad más humana. Paulo VI se reconoce incapacitado para apreciar esas formas artísticas, en el que los jóvenes modernos, los hippies, expresan sensiblemente su nulidad; pero piensa que ésta es una búsqueda de Dios; una búsqueda, que da una impresión sana, recta y moral del propio vivir, que necesariamente tiene que aflorar, aun en las formas menos pensadas, en una referencia religiosa. Esa referencia nada tiene que ver, con nosotros, con el Evangelio, con la mística cristiana, ni con la ascética austera, que sacrifica lo temporal por lo eterno. Ese "sentido de Dios", vago, impreciso, parece más un sentido de un dios inmanente, no un Dios trascendente, de quien dependemos en el ser y en el obrar, y a quien hemos de sujetarnos totalmente. Para mí esos movimientos de la juventud actual son síntomas gravísimos de una decadencia moral y religiosa, un ambiente apropiado para las "comunidades de base" y para el culto mismo del Satanismo, en el que la juventud se siente perdida, sin norte, sin fe, sin sentido de su misma existencia.
Promover la fraternidad, promover la paz, sin un ajustamiento de nuestras vidas personales a la doctrina inmutable y eterna del Evangelio no significa, ni puede significar otra cosa que perder la base del orden e implantar el desquiciamiento moral y religioso, que puede culminar o en un Cristo revolución y violencia, o en un Cristo cósmico y evolutivo, o en cualquier otra religión subjetiva y variante.
Ginebra, Suiza 10 de junio 1969 (AP.) -Texto oficial en español, emitido por el Vaticano, de las palabras del Paulo VI, hoy, ante el CONSEJO MUNDIAL DE LAS IGLESIAS, en Ginebra:"Señor Secretario General, queridos hermanos en Cristo: "Mucho apreciamos vuestras palabras de bienvenida y rendimos gracias a Dios por habernos concedido hacer una visita de fraternidad cristiana al Centro del Consejo Ecuménico de Iglesias. ¿Qué es, en efecto, este Consejo sino un movimiento maravilloso de cristianos, de "hijos de Dios que estaban dispersos (Juan XI, 52) y que ahora se encuentran, buscando una recomposición en la unidad? ¿Y cuál es el significado de nuestra venida aquí, en el umbral de vuestra casa, sino el de una obediencia al impulso secreto que califica, por precepto y misericordia de Cristo, nuestro ministerio y nuestra misión? ¡Feliz encuentro, en verdad, momento profético, aurora de un día futuro y ansiado después de siglos!"
"Henos aquí entre vosotros. Nuestro nombre es Pedro. La Escritura nos dice el sentido que Cristo quiso atribuir a este nombre, los deberes que nos impone: las responsabilidades del apóstol y de sus sucesores. Dejadnos recordar también otros nombres que el Señor quiso dar a Pedro, para significar otros tantos carismas. Pedro es pescador de hombres. Pedro es pastor. Por cuanto a Nos concierne, estamos convencidos de que el Señor Nos ha dado, sin mérito alguno por nuestra parte, un ministerio de comunión. Ciertamente no Nos ha concedido este carisma para aislarnos de vosotros, ni para excluir entre nosotros la comprensión, la colaboración, la hermandad, la recomposición en la unidad, sino para dejarnos el precepto y el don del amor, en la verdad y la humanidad (Eph. IV, 15; Juan XIII, 14) Y el nombre, que hemos tomado, el de Paulo, indica bastante la orientación que hemos querido dar a nuestro ministerio apostólico".
Rasgo de fraternidad. — "Habéis situado el encuentro de esta tarde en la historia de nuestras relaciones; también Nos vemos en este rasgo una señal manifiesta de la fraternidad cristiana, que existe entre todos los bautizados y, por tanto, entre las Iglesias miembros del Consejo ecuménico y la Iglesia Católica. La actual comunión entre las iglesias y comunidades cristianas no es, ¡ay! , sino imperfecta; pero, como todos lo creemos, es el Padre de las Misericordias, quien, por su Espíritu, nos conduce e inspira. El guía a todos los cristianos en la búsqueda de la plenitud de la unidad que Cristo quiere para su Iglesia, una y única, a fin de que ella pueda reflejar mejor la unión inefable del Padre y del Hijo (Cfr. Juan XVII, 21) y cumplir mejor su misión en este mundo, cuyo Señor es Jesús. "A fin de que el mundo crea" (ibidem).
"Es el deseo supremo de Cristo, es la exigencia profunda de la humanidad creyente por El redimida, lo que pone en nuestra alma una tensión constante de humildad y de pesar por las divisiones, que hay entre los discípulos de Cristo; de deseo y de esperanza para restablecer la unidad entre todos los cristianos; de plegaria y de reflexión sobre el misterio de la Iglesia, comprometida para si misma y para el mundo a reflejar y a testimoniar la revelación hecha por Dios Padre, por el Hijo y el Espíritu Santo. Vosotros comprendéis que esta tensión alcanza en Nos, ahora y aquí, un alto grado de emoción que, lejos de turbarnos, contribuye a hacer más lúcida que nunca nuestra conciencia."
Habéis mencionado la visita, que hizo a este Centro, en febrero de 1965, el querido cardenal Bea y la puesta en marcha de un grupo mixto de trabajo. Tras la creación de este equipo, hemos seguido con interés su actividad y deseamos decir, sin vacilación, cuánto apreciamos el desarrollo de tales relaciones entre la Iglesia Católica y el Consejo Ecuménico, dos organismos muy diversos por su naturaleza, pero cuya colaboración se ha afirmado fructuosa.
Participación de católicos.-"De común acuerdo con nuestro Secretario para la unidad, han sido invitadas personalidades católicas competentes para participar en vuestra actividad por títulos diversos. La reflexión teológica sobre la unidad de la Iglesia, la búsqueda de una mejor comprensión del significado del culto cristiano, la formación profunda del laicado, la toma de conciencia de nuestras responsabilidades comunes y la coordinación de nuestros esfuerzos por el desarrollo social y económico y por la paz entre las naciones son unos ejemplos en los que esta colaboración ha comenzado a tener consistencia. Se han considerado, así mismo, las posibilidades de un acercamiento cristiano común ante el fenómeno de la incredulidad, ante las tensiones entre las generaciones, ante las relaciones con las religiones no cristianas".
"Estas relaciones testimonian nuestro deseo de ver progresar las iniciativas actuales, según lo irán permitiendo nuestras posibilidades en hombres y recursos. Un desarrollo semejante supone que al nivel local esté preparado el pueblo cristiano para el diálogo y la colaboración ecuménica. ¿No es por esto por lo que, en la Iglesia Católica, se ha confiado la promoción del esfuerzo ecuménico a los cuidados diligentes y a la prudente dirección de los obispos, (Cf. Oecumenismus N° 4), según las normas establecidas por el Concilio Vaticano y precisadas en el Directorio Ecuménico?
"En verdad que nuestra primera preocupación es la calidad de esta cooperación multiforme más que el simple multiplicarse de las actividades. "No hay verdadero ecumenismo, dice el Decreto Conciliar, sin conversión interior. Porque de la renovación del alma (cf. Ef. IV, 24), de la renuncia a sí mismo y de una libre efusión de la caridad parten y maduran los deseos de unidad". (De Oecum. N° 7). La fidelidad a Cristo y a su palabra, la humildad frente a la labor de su Espíritu en nosotros, el servicio de todos y cada uno, son, en efecto, las virtudes que darán a nuestra reflexión y a nuestro trabajo su calidad cristiana. Sólo entonces la cooperación de todos los cristianos expresará con viveza la unión que ya los vincula entre sí y expondrá a más plena luz el rostro de Cristo siervo (Cf. ibidem N° 12).
Implicaciones teológicas.—"En virtud de esta creciente colaboración en tan numerosos sectores de interés común, se formula a veces la pregunta: ¿La Iglesia Católica debe hacerse miembro del Consejo Ecuménico? ¿Qué podríamos en este momento responder? Con toda franqueza fraternal. Nos no consideramos que la cuestión de la participación de la Iglesia Católica en el Concejo Ecuménico está madura hasta el punto de que se pueda o deba dar una respuesta positiva. La cuestión queda todavía en el terreno de la hipótesis. Esta comporta serías implicaciones teológicas y pastorales; exige, por consecuencia, estudios profundos y entra en un camino que la honradez obliga a reconocer que podría ser largo y difícil. Pero esto no impide que os aseguremos que miramos hacia vosotros con gran respeto y profundo afecto. La voluntad que Nos anima y el principio que Nos dirige nos inducirán siempre a proseguir, con plenitud de esperanza y de realismo pastoral, la unidad querida por Cristo.
"Señor Secretario General: rogamos al Señor que nos haga progresar en nuestro esfuerzo de cumplir a la vez nuestra vocación común para gloria del único Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dejadnos terminar con las mismas palabras de Jesús, que serán nuestra conclusión y nuestra plegaria: "Que todos sean uno. Como Tú, Padre, estás en Mí y Yo en Ti, que también ellos sean uno en Nosotros, a fin de que el mundo crea que Tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que Tú me diste a fin de que ellos sean uno, como Nosotros somos uno: Yo en ellos y Tú en Mí, para que sean consumados en la unidad y conozca el mundo que Tú me enviaste y amaste a éstos como Tú me amaste. . . Yo les di a conocer tu nombre, y se lo haré conocer, para que el amor con que Tú me has amado, esté en ellos y Yo en ellos". (Juan XVII, 21-23, 26).
Esta visita del Papa Montini al CONSEJO MUNDIAL DE LAS IGLESIAS y su discurso pronunciado, en esa ocasión, delante de aquel grupo de herejes y cismáticos y apóstatas, que, sin serlo, se llaman Arzobispos y obispos y Pastores, es, a no dudarlo, uno de los puntos mas discutidos y discutibles del pontificado del Papa Montini, asi como también es una tremenda interrogante sobre el Concilio Pastoral Vaticano II. Para poder juzgar, cual conviene, esta visita y este discurso ecuménico de Paulo VI, necesitamos recordar aquí la doctrina conciliar sobre el"Ecumenismo", uno de los puntos más oscuros, más peligrosos y más comprometedores del Vaticano II. Empezaremos por dar una definición de "ecuménico", palabra que viene del griegooikoumenikos, universal, derivada de oikós, oikouméne, casa, tierra habitada. Aplícase a los Concilios, cuando son universales. El Patriarca cismático de Constantinopla se aplicaba este calificativo, cuyo sentido podía ser triple: 1) En significado de jurisdicción, que le dieron a San León los sacerdotes y diáconos de Alejandría en el Concilio de Calcedonia. 2) Que el que lo usa es el único obispo soberano, mirando a los otros obispos, como vicarios o subditos suyos, en cuyo sentido, dice San Gregorio Magno, que el título de Patriarca ecuménico es una blasfemia contra el Evangelio y contra los Concilios, ya que la dignidad de obispo corresponde a todos los obispos por igual, como de institución divina. 3) En sentido de autoridad, que se extiende no a todo el mundo, sino a una gran parte de él, en el que se lo aplicaron y aplican los Patriarcas de Constantinopla, con relación a todo el Oriente. El origen de este título se halla en la equiparación política hecha por Constantino entre Roma y Constantinopla, cuando trasladó a ésta la capital del Imperio. De aquí tomaron pie los obispos de ella, sobre todo después de la división del Imperio, para figurarse que debían tener en todo el Oriente la misma jurisdicción que los pontífices romanos, dejando a éstos la del Occidente, confundiendo el orden político con el religioso.
Por lo pronto, el Concilio I de Constantinopla (381) sólo declaró que el obispo de Constantinopla tendría las prerrogativas de honor después del Romano Pontífice, por ser Constantinopla como una nueva Roma. Esto, si bien no negaba la supremacía del Papa, afirmaba la del Patriarca de Constantinopla sobre los de Alejandría y antioquía, que reclamaron contra ella y fue bien pronto causa de mayores males, contribuyendo a la separación de ambas Iglesias. En el Concilio de Calcedonia se llamó al Papa Patriarca Ecuménico de la gran Roma (título que los Papas nunca aceptaron) y que los Patriarcas de Constantinopla se apropiaron.
No es éste el sentido del "ecumenismo" del Vaticano II. En realidad, la catolicidad de la Iglesia encierra en sí todo lo ortodoxo que podamos darle al ecumenismo; es la vital irradiación de la Iglesia fundada por Cristo para predicar el Evangelio "a toda criatura", y enseñar a todos todo lo que Cristo quiso enseñarnos. El así llamado "movimiento ecuménico" tiene su origen reciente en las sectas protestantes, que se llaman cristianas, aunque entre si difieran fundamentalmente en puntos capitales de su CREDO, para establecer entre ellas una aparente unión, que dio origen al así llamado CONSEJO MUNDIAL DE LAS IGLESIAS. Esa unidad no es de creencias, no es de ritos, no es de jurisdicción; es simplemente una unidad externa de humana fraternidad.
El Concilio afirma que repugna a la voluntad de Cristo y escandaliza al mundo la división entre los cristianos. Sí, es verdad; uno de los grandes anhelos del Corazón de Cristo era el de la unidad "ut omnes unum sint", que todos sean uno; pero, en la realización de esta unidad, entra en juego la libertad humana. "Promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos es uno de los fines principales, que se ha propuesto el sacrosanto Concilio Vaticano II, puesto que única es la Iglesia fundada por Cristo Señor, aun cuando son muchas las Comuniones cristianas, que se presentan a los hombres como la herencia de Cristo. Los discípulos del Señor piensan de distinto modo y siguen distintos caminos, como si Cristo mismo estuviera dividido (I Cor. I, 13).División que abiertamente repugna a la voluntad de Cristo y es piedra de escándalo para la causa de la difusión del Evangelio".
El hecho, denunciado por el Concilio, es real, es innegable; pero ¿puede remediarse? ¿Por ventura es la Iglesia Católica la responsable de esta división de esta zizaña, que con el trigo crece en la heredad de Dios? El movimiento "ecumenista", como ya advertimos, no nació de la Iglesia Católica; es un movimiento de las sectas separadas, heréticas o cismáticas, que el Concilio Vaticano II, no sé si de buena fe o con torcida intención de los "expertos", quiso aprovechar en su muy notable y legítimo anhelo de buscar la verdadera unidad de la Iglesia.
Y empiezo, por decir, que la verdadera unidad que buscamos, siempre ha existido, existe y existirá, en la verdadera y única Iglesia fundada por Jesucristo; que, nuestro movimiento de auténtica catolicidad debe buscarse únicamente en la conversión sincera de los "separados", no en las transacciones claudicantes, ni el entreguismo, que es traición y que busca, sobre la integridad e inmutabilidad de nuestros dogmas, la aparente unificación de nuestra Iglesia con las sectas que ahora se han congregado en este así llamado "CONSEJO MUNDIAL DE LAS IGLESIAS".
Dice el Concilio: "Con todo, el Señor, que sabia y pacientemente prosigue su voluntad de gracia para con nosotros los pasadores, en nuestros días, ha empezado a infundir, con mayor abundancia en los cristianos separados, entre sí, la compunción de espíritu y al anhelo de unión. Esta gracia ha llegado a muchas almas dispersas por todo el mundo, e incluso entre nuestros hermanos separados ha surgido, por el impulso del Espíritu Santo, un movimiento dirigido a restaurar la Unidad de todos los cristianos. En este movimiento de unidad, llamado ecumenismo, participan los que invocan al Dios Trino y confiesan a Jesucristo como Señor y Salvador, y esto lo hacen no solamente por separado, sino también reunidos en asambleas, en las que oyeron el Evangelio y a las que cada grupo llama Iglesia suya y de Dios. Casi todos, sin embargo, aunque de modo diverso, suspiran por una Iglesia de Dios única y visible, que sea verdaderamente universal y enviada al mundo, para que el mundo se convierta al Evangelio y se salve para gloria de Dios". (Unitatis redintegratio, I, 2)".
No conozco los motivos, en que funda el Concilio esa extraordinaria afirmación que nos quiere dar a entender que ese así llamado "movimiento ecuménico" es obra del Espíritu Santo; como tampoco veo la inaudita expresión con que Paulo VI califica su visita en Ginebra al Concejo Mundial de las Iglesias, colocando a nuestra Iglesia, la verdadera y única Iglesia fundada por Jesucristo, la única que tiene las cuatro notas características, que la distinguen de las ramas secas desgajadas del tronco, al nivel de esas así llamadas Iglesias cristianas, muchas de las cuales no creen ya ni en la divinidad de Jesucristo, ni en la misma existencia de Dios. ¿Existe acaso una verdadera fraternidad cristiana entre las iglesias miembros del Consejo Ecuménico y la Iglesia Católica?
Menciona, en su discurso, Paulo VI, la visita anterior que el cardenal Bea, el instrumento habilísimo del judaismo para destruir la postura monolítica de la Iglesia, hizo al Consejo Mundial de Las Iglesias en 1965 y el "grupo mixto" de trabajo, que él estableció con elementos católicos en esa organización protestante; y añade; "tras la creación de este equipo, hemos seguido con interés su actividad y deseamos decir, sin vacilación, cuánto apreciamos el desarrollo entre la Iglesia Católica y el Consejo Ecuménico, dos organismos muy diversos por su naturaleza, pero cuya colaboración se ha afirmado fructuosa". ¿Es posible una verdadera colaboración entre la luz y las tinieblas, entre la verdad y el error? O ¿podemos admitir que se puede ser cristianos a medias, mutilando, silenciando o negando los dogmas inmutables de nuestra fe católica? ¿Cuáles frutos insinúa o señala el papa Montini, que se han seguido de esta ecuménica unión? "La reflexión teológica sobre la unidad de la Iglesia, la búsqueda de una mejor comprensión del culto cristiano, la formación profunda del laicado, la toma de conciencia de nuestras responsabilidades comunes y la coordinación de nuestros esfuerzos por el desarrollo social y económico y por la paz entre las naciones". ¿Necesitaba la Iglesia reflexionar sobre la unidad de la Iglesia? ¿Podía encontrar nuevas luces para la comprensión de su culto en esas sectas, que niegan la realidad del Santo Sacrificio del Altar, la transubstanciación, la real presencia? Mucho me temo que esas reflexiones hayan inspirado la eliminación de la Divina Eucaristía, el centro, como dice Pío XII, en la "MEDIATOR DEI", de nuestra sacrosanta religión.
No podía faltar en esta colaboración "el desarrollo social y económico", que es el alma del pontificado montiniano. El viraje al socialismo y al comunismo, antes de que lo diera el Vaticano, lo habían ya dado casi todas las sectas protestantes. La paz, para Juan B. Monimi, no viene de Dios, como dice San Pablo, ni es atributo de Dios, El mismo Dios que mora en nosotros, sino el establecimiento de los puntos de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad.
Y ¿qué pensar de esa que Paulo VI llama "la formación profunda del laicado"? Algunos lo han tomado muy en serio y se creen, como diría Don Luis Vega Monroy, "pontífices mínimos" de la Iglesia, como los Abascal o Abashol, los Aviles, los Alvarez Icaza. Ese movimiento tiene tangiblemente dos finalidades: la de desacralizar y eliminar el sacerdocio jerárquico; y la de aumentar la confusión en el pueblo católico.
Y ya para terminar su discurso, Juan B. Montini hace esta franca y descarada pregunta: "¿Debe hacerse (la Iglesia Católica) miembro del Consejo Ecuménico? Y, con ingenuidad desconcertante añade el pontífice: ¿Qué podríamos en este momento responder? Nos no consideramos que la cuestión de la participación —yo diría más bien identificación— de la Iglesia Católica en el Consejo Ecuménico esté madura hasta el punto de que se pueda o deba dar una respuesta positiva. La cuestión queda todavía en el terreno de la hipótesis. Ella comporta serias implicaciones teológicas y pastorales".
El solo planteamiento del problema y la ambigua respuesta que da Paulo VI son, en verdad, no digo sintomáticas, sino elocuentemente demostrativas de la aceptación, en principio, del movimiento ecuménico protestante, que es un sincretismo religioso, o es, mejor dicho, la religión de la irreligión. ¡Claro que la cuestión no está madura, ni lo estará, mientras dure la verdadera Iglesia de Cristo, aunque los Willebrands y los infiltrados clamen por la "participación ecuménica"! El "ecumenismo", en el sentido que se le da ahora, es la negación no tan solo de la religión católica, sino de toda religión.
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