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lunes, 30 de julio de 2012

DEONTOLOGIA

Relaciones entre colegas. — Necesidad médica de la buena fraternidad. Cortesía, cooperación. Honorarios. Dicotomía. Propaganda; charlatanismo. Medidas posibles. Consejos de familia. Orden de los médicos. 
El secreto profesional. — Impuesto por la ley. Certificados. La verdad debida al enfermo.   
Colaboración con las leyes sociales. — Deber de colaboración. Leyes sociales en oposición con las leyes divinas: no deben obedecerse. Necesidad de mantener al máximo el principio de libertad. 
Sistemas y teorías médicas. — Cualquiera sea su parte de verdad, son asunto del médico. Su magnificación es contraria a la dignidad médica, a la caridad, a la prudencia científica, a la discreción profesional y es fuente do compromisos.
Operaciones peligrosas. Operaciones a escondidas del enfermo o a pesar suyo. Derecho del enfermo de decidir. Aun para la operación cesárea, la Iglesia reconoce la libertad de la enferma. El cirujano no tiene el derecho de operar sin que lo sepa el enfermo y, sobre todo, de hacerlo sufrir una mutilación.
Publicaciones científicas. — Deber de decir la verdad; deber de justicia, de caridad, de prudencia. Importancia del estudio de la deontología. 
Bibliografía.

 No podríamos dejar de ocuparnos especialmente de los principios directivos de la práctica médica, destinados a mantenerla en un marco moral y en un armónico equilibrio profesional. Varias obras han sido consagradas al tema y se podrán consultar con provecho. Desde el punto de vista católico, las de Moureau y Lavrand, del Padre Payén, del doctor Hubert son aconsejables; se hallará en ellas desarrollos de puntos que podemos exponer sólo en forma sucinta. De cualquier manera agruparemos aquí algunas nociones sobre temas que no tienen cabida en otros capítulos de este Manual.
Y ante todo, recordemos estas líneas del doctor Claass, en su tesis: "Es la Iglesia la que somete la profesión médica a las reglas de la moral cristiana. El papa San León en sus Epístolas (cap. 38) y San Gregorio en sus Morales, se levantan contra los falsos médicos y ponen en justa luz la necesidad de tener médicos aprobados y realmente capaces". El doctor Claass recuerda en seguida numerosas reglas deontológicas, dictadas por la Iglesia y de las que hemos hablado en varios capítulos. 

Relaciones entre colegas
El médico cristiano debe tener siempre en vista el bien de sus enfermos. Por esta razón y para este fin, es necesario que conozca y estime a sus colegas y que se haga conocer por ellos. Necesitará de su concurso; ellos necesitarán el suyo; el cuerpo médico es solidario en colaboración a la cabecera del enfermo; es también solidario en la confianza que los enfermos pueden tener en sus miembros.
Conocer a sus colegas, estar en buenas relaciones con ellos no es una cuestión de gusto, sino una necesidad para asegurar a los enfermos el máximum de cuidados y el máximum de confianza. Ignorar que un colega ejerce tal especialidad, posee tal competencia, tiene determinado instrumento, es una falta para con el enfermo que hubiera podido aprovechar de ello y que resulta privado por falta de confraternidad. Criticar, denigrar un diagnóstico, un tratamiento, es una falta frente al enfermo a quien se quita la confianza en el cuerpo médico, y la duda, aunque justa, que se le habrá infiltrado de esta manera, se distribuirá sobre los médicos y las disposiciones médicas, de las que perderá los resultados y los beneficios. Para ser un buen médico, hay que ser buen colega.
La costumbre de la visita de instalación de los colegas jóvenes a los más antiguos, es por lo tanto una cosa muy recomendable. Es un deber que el mayor sea cortés y devuelva la visita. Las consultas con colegas deben proponerse cada vez que sea útil o puedan tener un buen efecto sobre el enfermo o sus familiares; deberán ser aceptadas sin dificultad y los consultados deben proceder con conciencia y delicadeza. La intervención del especialista debe ser hecha sin esperar que la proponga el enfermo o que fracasos flagrantes la tornen inevitable y, desgraciadamente, a veces, demasiado tardía. La ciencia universal no existe y saber utilizar las especialidades competentes es una prueba de espíritu y de conciencia.
La deontología médica considera que el consultorio del médico es neutral; quienquiera se presente en el mismo, debe ser recibido y cuidado. Mas, cuando se trata de un enfermo en cama, el caso es más grave; no se trata de una visita aislada, sino de una toma a cargo; no debe realizarse más que si no existe ya un médico de cabecera, si éste ha abandonado al enfermo o se ha rehusado a cuidarlo, o si la familia se rehusa a recibirlo, en forma absoluta.
La cuestión de los honorarios es muy delicada; podemos solamente soslayarla. Si hay una tarifa sindical, dado que se está libre de formar parte o no del sindicato, y dado que se aprovecha de las ventajas que el mismo ha logrado, es deber de justicia aplicarla. Algunos casos, realmente especiales, pueden justificar la aplicación de la media tarifa o aun la gratuidad absoluta, que no puede ser sospechada de rebaja interesada. Los compromisos asumidos por el Sindicato con Colectividades, el Estado, los Seguros sociales, etc., deben observarse también. La discusión es libre en el Sindicato, pero cuando éste ha aceptado un contrato cualquiera en nombres de sus miembros, todos están obligados a observarlo. La adhesión a un sindicato es un compromiso al que es deshonesto faltar.
La dicotomía, participación o regalo o comisión dada por un cirujano, un especialista, un ortopédico, etc., al médico que le ha enviado un cliente, o por un médico al conserje o al portero de un hotel, es inadmisible (L
a medicina no es un comercio susceptible de corretajes, representaciones y comisiones). El médico debe ser elegido por su competencia, su renombre profesional, y ser pagado directamente por el cliente; el cirujano que cree que el médico ha hecho un gran servicio al enfermo haciendo un diagnóstico difícil o tomando la resolución adecuada con una oportunidad notable, cumplirá mejor su deber de justicia y camaradería, haciéndolo notar al enfermo y sugiriéndole atestiguar al médico su reconocimiento con un regalo o un honorario espontáneo y suplementario, que no por el billete deslizado clandestinamente en la mano del colega. El resultado práctico de la dicotomía, en las regiones donde estuvo en boga, ha sido realmente desastroso; obligando al cirujano a elevar sus tarifas para dividirlas con el médico, ha lanzado a los enfermos hacia los hospitales y echado a perder la clientela privada de los médicos y cirujanos.
La deontología condena a la par de la dicotomía, agente de reclame clandestina, la propaganda propiamente dicha mediante circulares al público, carteles, anuncios, artículos publicitarios. La dificultad es a menudo disfrazada por organizaciones de consulta gratuita, dispensarios, funciones más o menos definidas en los hospitales, cursos diversos, conferencias dictadas directamente o por radiotelefonía, lanzamiento de discos fonográficos, libros de vulgarización, especialidades farmacéuticas, etc. No hay en todo esto una cuestión de grado y calidad y debería desearse que una modernización de las costumbres médicas, que diera a ciertas aspiraciones una legítima satisfacción, llegue a impedir el empleo de los recursos publicitarios contrarios a la dignidad médica.
Se olvida demasiado a menudo que el médico actual no es el omnipráctico que hace su clientela, como la mancha de aceite, en su barrio, luego fuera del barrio y finalmente fuera de la ciudad. Los especialistas tienen un radio de acción demasiado vasto para que la única colocación de su chapa baste para informar de su especialidad a colegas y público. Unos carteles en las salas de espera de los médicos, el cuadro de los médicos y especialistas —como en los estudios de los escribanos, abogados, etc. hay el cuadro de varios titulares de estudios—, la citación de la especialidad ejercida en los carteles oficiales del cuerpo médico de un distrito, una lista periódica publicada en los diarios o en revistas, etc. del cuerpo médico con la indicación de las especializaciones, quitaría todo pretexto para los recursos publicitarios condenables con que algunos (colaboración en servicios hospitalarios, en dispensarios, en consultorios de una necesidad más o menos problemática) destruyen pura y simplemente la clientela médica.
Un poco de reflexión sobre la evolución de las condiciones sociales, sobre las de la práctica médica, un poco de caridad para con los colegas y de comprensión de su situación, pueden evitar compromisos vergonzosos, prácticas difíciles de encarrilar, cuando han arraigado, y finalmente dificultades de vida para los médicos escrupulosos. Algunos especialistas se hallan en situación sin salida y se lanzan a la medicina general, para la que están mal preparados, perdiendo (ellos mismos, sus enfermos y los colegas) el beneficio de sus estudios especiales. Todo el mundo es víctima de un simple defecto de adaptación del cuerpo médico a la evolución de la medicina.
De cualquier manera, para todas las cuestiones que no derivan ni de la moral pura, ni de la legalidad, ni de las doctrinas científicas sino del juego y de la armonía necesarios para permitir a la medicina dar toda su utilidad, y a los médicos estar en condición de ejercer sana y eficazmente su profesión, se han propuesto tribunales encargados de vigilar para la observancia de las buenas reglas y de reconducir al camino derecho a los que se alejan de él. Unos son partidarios del Consejo de familia de los Sindicatos, y debe reconocerse que prestan buenos servicios, pero se aplican solamente a los sindicados y una dimisión los sustrae pronto a su acción; sus decisiones no tienen sanción legal y, finalmente, su independencia no es siempre absoluta.
Otros preconizan la Orden de los Médicos (el Colegio de médicos) que ejerza su contralor sobre todos, provisto de sanciones legales y robustecido por el concurso de magistrados. El médico católico no puede ser más que favorable a las medidas adecuadas para defender la conducta moral en su profesión; debe dar el ejemplo de la sumisión a las reglas deontológicas. Pero ha de saber que la honestidad por miedo a la policía no es la verdadera honestidad y que la misma no impide las malas acciones: es en el perfeccionamiento íntimo individual que reside la única fuente de toda moralidad, de toda buena camaradería. El médico católico robustecerá, pues, en sí mismo sus conocimientos y sentimientos religiosos y se esforzará por ayudar a los demás a hacer lo mismo, con una participación activa en las reuniones médico-religiosas.

El secreto profesional
El secreto profesional está impuesto a los médicos por el Código Penal. El católico, obligado por su religión a obedecer a César, no puede más que ser fiel a la imposición. Esto suprime netamente el caso de conciencia de saber si la caridad o la justicia pueden exigir que se viole. El médico no es un juez; debe a sus clientes el secreto, porque la ley lo impone. Y el médico no puede más que reconocer que la ley ha sido inspirada en motivos justos: necesidad de la libertad y de la confianza absoluta del enfermo frente al médico; peligro de las revelaciones intempestivas o de los silencios acusadores.
En tales condiciones, los certificados para terceros deben siempre rehusarse, mas el enfermo tiene derecho a la verdad y el derecho de hacer con la misma lo que quiere; se puede pues otorgarle los certificados que requiera, haciendo constar si es necesario en el mismo, que se los entrega en mano propia. Naturalmente, en caso de alienación mental o de niños, se puede entregar el certificado a las personas responsables de mismos (padres, tutores, etc.).
Un problema a menudo discutido es el del secreto profesional en el caso de contaminaciones conyugales por enfermedades venéreas. Parece que no puede haber dudas: el médico debe a su enfermo el silencio frente al cónyuge, pero debe la verdad al enfermo. Éste puede con esto descubrir a su cónyuge como autor de la contaminación, pero eso no tiene nada que ver con el deber del médico. Éste debe sus cuidados al enfermo; el paciente, no informado del diagnóstico, puede no hacer el tratamiento por una razón cualquiera, interrumpirlo o no volver a ver al médico: el médico debe pues la verdad al cliente. Sería inadmisible, realmente, que arriesgue la salud de aquel que se confía a él para ser cuidado y conocer su enfermedad, por evitar al cónyuge culpable de adulterio o autor de una disimulación criminal, las consecuencias de su falta. El médico se debe a su enfermo desde el punto de vista del secreto y de la verdad, y todas las intervenciones que puede creerse llamado a tomar en el interés de la caridad y de la justicia, deberán tener siempre en cuenta ese principio primordial. Sin duda alguna, ese deber del silencio y de la verdad puede a veces implicar graves contravenciones al ideal de la caridad y de la justicia; pero las mismas serían constantes e irreparables el día en que nadie se atreviera a confiar en un médico, sabiendo que no está obligado ni al secreto profesional, ni a la verdad.


Colaboración a las leyes sociales
La sumisión debida al César obliga al médico cristiano a colaborar a conciencia con las leyes sociales que en sí mismo repruebe o critique. Como ciudadano, como sabio, tiene el derecho de criticarlas y de buscar su reforma, pero mientras la ley esté en vigor y sea imperativa a su respecto, debe someterse.
Mas la ley social puede ser contraria a la ley divina, por ejemplo si ella prescribe a médicos-funcionarios la práctica de la esterilización, el aborto, la eutanasia. Aquí el problema es grave. Hay realmente una ley formal divina que prohibe el asesinato y la mutilación. En tal caso, la ley humana es injusta y aun con peligro de la vida no debe ser obedecida (Jone, Theologie moral, números 43 y 69). La legislación moderna de ciertos estados, por lo que se refiere a la esterilización, por ejemplo, y sus métodos coercitivos, demuestran que este caso de conciencia no es imaginario y puede darse fácilmente. Las tendencias sociales modernas, que inmiscuyen más y más al poder civil en la vida individual, costriñen cada vez más a los médicos a situaciones de esta naturaleza.
Una propaganda constante a favor del respeto de los derechos de la persona humana y de las conciencias, es el único medio para prevenir disposiciones legislativas en que el médico cristiano deberá elegir entre el martirio o la libertad. A despecho de algunas ventajas médicas o higiénicas, que lograría la aplicación general de ciertos proyectos de ley, el médico cristiano debe trabajar para mantener siempre el principio de libertad. Es mejor una higiene social menos perfecta, que la servilidad moral que se inclina a todos los abusos del poder, contrario a la ley de Dios. El médico cristiano, que quiera evitar ser puesto en la dirección de un "instituto de abortos", debe defender en forma máxima la libertad humana.


Sistemas y teorías médicas
La medicina está en constante evolución y las teorías se suceden a las teorías, los sistemas a los sistemas; cada médico espiga en el conjunto lo que le parece más probable y hace práctica con su pequeña construcción personal. Es la medicina normal y habitual. Mas ocurre que algunos médicos se entusiasman por un sistema particular o inventan uno ellos mismos, y la prensa se hace lenguas con los grandes hechos de su método y con la denigración de la medicina corriente.
Es así como se ha visto celebrar la homeopatía, la radiestesia, la reflejoterapia, la iridoscopía, la ozonoterapia, etc. No es éste el lugar para apreciar estos métodos, cubrirlos de flores o lanzarlos a la infamia, ni tampoco para elegir el buen grano de la cizaña, si cabe; los consideramos solamente desde el punto de vista deontológico.
Y desde este punto de vista parece claro que hay algo lamentable, no ya en emplear esos métodos si se está convencido de su eficacia, sino en dedicarse exclusivamente a ellos y proclamarlo públicamente.
¿No hay de primer intento una falta de dignidad médica en convertir al público en juez del tratamiento que se deba aplicar? Normalmente, el enfermo va a ver al médico para saber lo que hay que hacer; el médico empleará tal o tal otro procedimiento y, siguiendo la evolución de la enfermedad, seguirá o modificará ese tratamiento o aun iniciará otro completamente opuesto al inicial. El médico es el dueño del tratamiento que él establece de acuerdo con sus conocimientos y su conciencia, y sin ser ligado por aserciones o una línea de conducta enunciada de antemano. El médico que proclama su sistema, no os más que una especialidad farmacéutica, que el enfermo elige o rechaza de acuerdo con la idea que él mismo se hace del problema: el médico ya no es consultado en razón de su ciencia, sino para aplicar el tratamiento elegido por el enfermo. Hay en eso una anomalía y una decadencia evidente del médico.
Por otra parte, resulta singularmente presuntuoso imaginar que sólo el sistema por el cual se jura con entusiasmo, es el cenáculo de toda la verdad y que, fuera de la pequeña camarilla de la que se es parte, todo es error. Hay una falta de caridad en proclamar esa opinión ante el público, diciendo: "Nuestro sistema es el único verdadero; los demás médicos no tienen ni ciencia ni inteligencia, porque no se agregan a nuestra concepción, porque no entran en nuestras filas...". Este exclusivismo bastaría para alejarnos del empleo de un solo método y de hacernos los protagonistas del mismo. La historia médica, la historia de las ciencias, de las filosofías, de las religiones está repleta de teorías seductoras que se han perdido en las sombras del olvido.
Nada se construye tan cómodamente como una teoría llena de verosimilitud y atracción: todas las herejías son así. Y este ejemplo debería bastar para obligar al médico cristiano a una desconfianza particular para todo sistema demasiado fácilmente armonioso. La fábula del astrólogo es verdadera a menudo, y se ven reformadores de la medicina hacer el diagnóstico de la dilatación del estómago buscando el ondear o la extensión de la sonoridad gástrica. La persecución de las quimeras procede muchas veces solamente de la ignorancia de la realidad.
Finalmente, esta proclamación de su propio modo de tratar, ¿no es una llamada a la credulidad del público en ese método? ¿No es una forma de publicidad un poco charlatana? Sin duda, muchos médicos se dedican de buena fe y sin medir los inconvenientes a esas medicinas sistemáticas; pero el hecho de que esos métodos son a cada instante acaparados por los no médicos, y que son objeto de publicidad ruidosa, ¿no basta para incitar a la reserva?
Finalmente la medicina sistemática ¿no corre el riesgo de ser la fuente de muchos compromisos? El joven médico se ha entusiasmado por una teoría; la experiencia le demuestra las insuficiencias, los errores de la misma, pero él ha anunciado urbi et orbi su método; se le va a ver por este método: ¿qué hará? Una media vuelta; ¿una confesión de la equivocación, de la desilusión o el tratamiento normal ecléctico, bajo la máscara del sistema célebre? Dolorosos casos de conciencia, cadenas de esclavitud, tentaciones peligrosas, he aquí el balance de la medicina con sistemas. Vale más conservar su independencia y su libertad de juicio y de prescripción.


Operaciones peligrosas. Operaciones a escondidas del enfermo o a pesar suyo.
Las operaciones, aun las más leves, ofrecen siempre cierto peligro, por el hecho de la anestesia, los reflejos sincópales o las hemorragias posibles.
Esto impone que toda operación deba ser precedida por la recepción de los Sacramentos, y el médico cristiano velará para ello. Mas hay operaciones que por sí mismas comportan una mortalidad elevada. Los médicos deberán pesar muy cuidadosamente las indicaciones y no ocultar al enfermo la gravedad de la situación: una sobrevivencia asegurada de algunos meses puede ser a menudo más útil que la probabilidad incierta de largos años de vida; a la inversa, el enfermo podrá desear jugarse el todo por el todo. Solamente el enfermo —o sus familiares responsables— puede apreciar lo que le conviene. El médico tiene solamente el derecho de proponer una operación de probable resultado y nunca debe intentarla él mismo, si no tiene experiencia y si la misma puede ser realizada con mayor posibilidad de éxito por otro cirujano. El cuidado del médico ha de ser siempre el bien del enfermo y no el ensayo interesante o la operación extraordinaria.
Pero ese bien del enfermo puede encontrarse en conflicto con su voluntad. El médico juzga apropiada una operación y el enfermo la rechaza. ¿Cuáles son en este caso los deberes y los derechos del enfermo y del medico?
Es evidente, que si se trata de niños o de alienados, las personas responsables de ellos pueden tomar la resolución, y la operación puede ser practicada a la fuerza o a escondida del enfermo (anestesia durante el sueño natural o provocado del enfermo). Mas si el enfermo no puede ser declarado, en conciencia, irresponsable, no se tiene el derecho de proceder así, aun cuando su decisión pueda parecer absolutamente irrazonable.
Este problema ha sido resuelto siempre de esta manera por los teólogos, aunque se trate de intervenciones que puedan salvar no sólo la vida de la madre sino también la del feto, durante distocias. Ese es el respeto de la Iglesia por los derechos de la persona humana. San Alfonso de Ligorio reconoce el derecho de la madre para rehusarse a la operación cesárea, y el cardenal Gousset escribe: "Si la operación se juzga necesaria, el confesor sin duda hará todo lo posible para obtener el consentimiento de la mujer, pero no la obligará, amenazándola con privarla de la absolución". Es evidente que el empleo de la anestesia y el progreso de la técnica quirúrgica han reducido mucho la gravedad de la cesárea desde la época en que vivieron estos autores; pero el principio teológico sigue siendo el mismo: el riesgo de vida que está en juego, no permite a nadie sustituirse a la madre en la resolución que ha de tomarse. Ella no puede obligar al médico a sacrificar al niño; no se puede obligarla a arriesgar su vida. Es un caso de conciencia personal de la madre y es tan íntimo y delicado, que la Iglesia no ha querido darle una solución de principio.
Se comprende así que para otras operaciones donde no hay una tercera vida en peligro, la libertad del enfermo es completa y que el médico está obligado a respetarla.
Particularmente, el acto del cirujano que, durante una operación abdominal cualquiera: apendicitis, hernia, quiste, procede a esterilizar a una enferma, está absolutamente equivocado. Y el doctor Clement (Le droit de l'enfant á naitre, 1935, pág. 170) cita casos en que el suicidio de los interesados ha sido la consecuencia de la iniciativa fuera de lugar del cirujano. Desde el punto de vista religioso, hay un doble error en esta intervención: la de mutilación y la de la intervención sin asentimiento del interesado.


Publicaciones científicas
La conciencia religiosa tiene el derecho y el deber de decir su palabra acerca del tema de las publicaciones científicas. Ante todo, Dios es verdad; la ciencia, estudio de la obra divina, debe esforzarse en ser verdadera. El médico, tiene pues el deber de no exponer más que lo que está convencido que es verdad; debe publicar sus éxitos y sus fracasos, para que sus lectores tengan datos exactos de apreciación. Debe proceder así como sabio, como cristiano y también por caridad, porque sus escritos pueden traer numerosas consecuencias para los enfermos de otros médicos. Y estos mismos motivos imponen cierta prudencia y cierto contralor de las ideas que se van a exponer.
Hay un deber de justicia en reconocer la prioridad de una idea, de un método a su verdadero autor, y en no atribuírselo o hacérselo atribuir falsamente.
Finalmente, la caridad exige que las discusiones sean corteses y que los errores ajenos sean corregidos discretamente y no señalados con virulencia. Es el caso de proceder contra los demás, en la forma que se desea que los demás procedan contra uno mismo. Verdad, prudencia, justicia y caridad deben presidir la redacción de los trabajos médicos.
Estas breves nociones de las líneas directivas y de los problemas de la deontología, demuestran que esta parte de la medicina merece una seria atención de parte del médico católico. Hay un deber de conciencia en observarlas fielmente; por otra parte, determinados problemas son de resolución delicada y merecen ser examinados anticipadamente, si no se quiere encontrar sorpresas inesperadas, que obligan a soluciones apresuradas y erradas. Como siempre, manteniéndose en el firme terreno religioso, se hallarán las soluciones adecuadas.

Dr. Henri Bon
LA MEDICINA CATOLICA

BIBLIOGRAFIA
Tesis de medicina:
Claass, Albert: Discipline et réglementation de la profession medícale, París, 1930.


Tesis de Teología:
Valton, Abate Alfredo: La dichotomie, Paris, 1935. Ed. del autor, T royes. 


Obras varias:
Barjon, Dr.: Le secret medical, en Bull. Soc. méd. St. Luc., 1928, pág. 238. 

Grebet, Dr.: Le secret medical, en Cahiers de Laennec, marzo de 1935, Descléc, París. 
Hubert, Dr. Eugenio: Le devoir du Médecin, Beyaert, Brujas, 1926. 
Moureau et Lavrand: Le Médecin chrétien, Lethielleux, París, 1901. 
Payen, Rev. P.: La deontologie medícale d'apres le droit naturel, Universidad "Aurora", Shangai et Bailliére, París, 1932.
Surbled, Dr. G.: L'honneur medical, Maloine, París, 1909.

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