No es necesario, hijo mío, que llegues a ser un gran sabio, si no eres llamado por tu vocación a este honor; pero es preciso que sepas lo que tú debes saber para tener tu lugar en el mundo.
Nacido en el siglo de la ciencia, no llegarás a nada sin ella: en nuestros días "su influencia invade todas las ramas de la actividad social, decide todos los destinos, dispone de la fortuna, del renombre y del crédito entre los hombres". (Mons. D'Hulst)
Católico, es también para ti una obligación que no aparezcas abajo de los demás en el orden del saber, porque la injusta malicia de los hombres hace pesar a menudo sobre la religión la responsabilidad de nuestras ignorancias.
Es útil para bien de tu alma, en fin, que sepas destruir los sutiles o groseros sofismas que tendrás que encontrar en los diarios, en los libros y hasta en las conversaciones, y refutar victoriosamente, ante los demás y ante tu propia razón, tantas torpes calumnias inventadas por los impíos y que escandalizan a los espíritus mal instruidos.
Quienquiera que seas, hijo mío, yo deseo que vivas la vida de la inteligencia, y que después de la escuela o del colegio, no dejes que se extinga en ti la tenue luz de la ciencia adquirida en tu infancia.
Más bien deseo la mantengas, la alimentes por medio de nuevos estudios, y que aumentes sin cesar, en la medida de tus fuerzas y de tus medios, tu modesto tesoro de conocimientos.
El campo que se abre a tus esfuerzos es vasto: religión, historia, filosofía, literatura, economía política y social; todas esas cuestiones, en fin, que preocupan y apasionan el pensamiento contemporáneo.
Compra, pide libros prestados: tus antiguos maestros, tu confesor, tus amigos instruidos y seguros, te guiarán en la elección que es preciso hacer, sobre todo ahora en que hay tanto que desconfiar de innumerables publicaciones que circulan en todas partes.
Aunque no te dediques profesionalmente a los nobles trabajos del estudio, puedes siempre encontrar algunas horas para dedicarte a él: durante los descansos de la jornada, en las largas veladas del otoño y del invierno, durante las tardes luminosas de la primavera y del estío y en las horas libres de los domingos.
Esta labor te será un descanso delicioso, y probarás esa incomparable dulzura de sentir que la verdad crece en tu alma.
Es cierto a despecho de tus esfuerzos y de tu perseverancia, no llegarás nunca a saberlo todo. ¿Quién lo sabe todo? Pero no se trata más que de saber algo, de poder vindicar nuestra fe de tantas acusaciones desleales y de tener el derecho de decir a la calumnia: "¡Mientes!"
Estudia, pues, con ardor: el estudio es también una virtud de la juventud.
Nacido en el siglo de la ciencia, no llegarás a nada sin ella: en nuestros días "su influencia invade todas las ramas de la actividad social, decide todos los destinos, dispone de la fortuna, del renombre y del crédito entre los hombres". (Mons. D'Hulst)
Católico, es también para ti una obligación que no aparezcas abajo de los demás en el orden del saber, porque la injusta malicia de los hombres hace pesar a menudo sobre la religión la responsabilidad de nuestras ignorancias.
Es útil para bien de tu alma, en fin, que sepas destruir los sutiles o groseros sofismas que tendrás que encontrar en los diarios, en los libros y hasta en las conversaciones, y refutar victoriosamente, ante los demás y ante tu propia razón, tantas torpes calumnias inventadas por los impíos y que escandalizan a los espíritus mal instruidos.
Quienquiera que seas, hijo mío, yo deseo que vivas la vida de la inteligencia, y que después de la escuela o del colegio, no dejes que se extinga en ti la tenue luz de la ciencia adquirida en tu infancia.
Más bien deseo la mantengas, la alimentes por medio de nuevos estudios, y que aumentes sin cesar, en la medida de tus fuerzas y de tus medios, tu modesto tesoro de conocimientos.
El campo que se abre a tus esfuerzos es vasto: religión, historia, filosofía, literatura, economía política y social; todas esas cuestiones, en fin, que preocupan y apasionan el pensamiento contemporáneo.
Compra, pide libros prestados: tus antiguos maestros, tu confesor, tus amigos instruidos y seguros, te guiarán en la elección que es preciso hacer, sobre todo ahora en que hay tanto que desconfiar de innumerables publicaciones que circulan en todas partes.
Aunque no te dediques profesionalmente a los nobles trabajos del estudio, puedes siempre encontrar algunas horas para dedicarte a él: durante los descansos de la jornada, en las largas veladas del otoño y del invierno, durante las tardes luminosas de la primavera y del estío y en las horas libres de los domingos.
Esta labor te será un descanso delicioso, y probarás esa incomparable dulzura de sentir que la verdad crece en tu alma.
Es cierto a despecho de tus esfuerzos y de tu perseverancia, no llegarás nunca a saberlo todo. ¿Quién lo sabe todo? Pero no se trata más que de saber algo, de poder vindicar nuestra fe de tantas acusaciones desleales y de tener el derecho de decir a la calumnia: "¡Mientes!"
Estudia, pues, con ardor: el estudio es también una virtud de la juventud.
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