Ya no es posible, Madre, que tanto nos olvides.
Que sufra más angustias el pueblo que presides,
El pueblo que por Reina, Señora, te aclamó.
¿Será que por nosotros, tus hijos, ya no pides?
¿Será que ya no tienes de madre, el corazón?
¿Será que nuestras quejas no llegan a tu oído?
Será que ya no atiendes al lúgubre gemido
De tantos pobres huérfanos sin padre y sin hogar?
Será que ya no miras la sangre que ha corrido
de tantos nobles pechos, y forma humeante mar?
¿No ves tantas esposas y madres desoladas?
¿No ves tantas doncellas que gimen ultrajadas?
¿No ves tantos hogares, sin pan y sin calor?
Pues, cómo, si a mi Patria diriges tus miradas.
La envuelve negra noche? ¿No son ellos su sol. . .?
Jamás los mexicanos lloraron a tus plantas.
Jamás grito de duelo brotó de sus gargantas,
Sin que se conmoviera tu amante corazón!
¿Porqué si tu lo quieres, Señora, no levantas
De nuestro pobre pueblo la maldición de Dios.. .?
Cuando tus plantas vírgenes tocaron nuestro suelo
Dijiste que serías la fuente del consuelo:
Tus brazos nuestro nido: tus ojos nuestra luz:
Tus voces, nuestro orgullo: Tu manto, nuestro cielo;
Tu gloria nuestra gloria, y nuestra Madre: Tú
¿Por qué ya no te mueve nuestro mortal quebranto?
¿Por qué impasible miras nuestro copioso llanto?
¿Por qué ya nuestras súplicas no alcazan tu piedad?
¿Por qué ya no nos cubres con tu celeste manto,
Y ruge en nuestro suelo la ronca tempestad... ?
Ya oigo que me dices: Recuerda mi promesa:
Yo dije en aquel día: Con maternal fineza
Atenderé los ruegos de quien me suplicó' . . .
Tu Patria, no me invoca, tu Patria, no me reza.
Tu Patria, no me quiere... Tu Patria, me olvidó...
Soberbia águila azteca; Desciende de la altura
En donde ha mucho tiempo te envuelve en su negrura.
Rugiendo en torno tuyo, furiosa tempestad!
¡Desciende hasta la Virgen que tus heridas cura!
Tus alas están rotas... Desciende al Tepeyac!
Escóndete en sus rocas, recobra allí el aliento:
No pueden ya tus alas con el furor del viento...
No pueden ya tus garras. la sierpe sujetar!
Los rayos que te hieren, no dudes un momento,
Son rayos invencibles... Desciende al Tepeyac!
Abate allí tu vuelo, inclina tu cabeza,
Venera a nuestra Madre, proclama su realeza.
Bendice sus favores, implora su perdón.. .!
Y luego, cruza altiva la cerrazón espesa
Que envuelve nuestro cielo, y llegarás al sol.. .
Que sufra más angustias el pueblo que presides,
El pueblo que por Reina, Señora, te aclamó.
¿Será que por nosotros, tus hijos, ya no pides?
¿Será que ya no tienes de madre, el corazón?
¿Será que nuestras quejas no llegan a tu oído?
Será que ya no atiendes al lúgubre gemido
De tantos pobres huérfanos sin padre y sin hogar?
Será que ya no miras la sangre que ha corrido
de tantos nobles pechos, y forma humeante mar?
¿No ves tantas esposas y madres desoladas?
¿No ves tantas doncellas que gimen ultrajadas?
¿No ves tantos hogares, sin pan y sin calor?
Pues, cómo, si a mi Patria diriges tus miradas.
La envuelve negra noche? ¿No son ellos su sol. . .?
Jamás los mexicanos lloraron a tus plantas.
Jamás grito de duelo brotó de sus gargantas,
Sin que se conmoviera tu amante corazón!
¿Porqué si tu lo quieres, Señora, no levantas
De nuestro pobre pueblo la maldición de Dios.. .?
Cuando tus plantas vírgenes tocaron nuestro suelo
Dijiste que serías la fuente del consuelo:
Tus brazos nuestro nido: tus ojos nuestra luz:
Tus voces, nuestro orgullo: Tu manto, nuestro cielo;
Tu gloria nuestra gloria, y nuestra Madre: Tú
¿Por qué ya no te mueve nuestro mortal quebranto?
¿Por qué impasible miras nuestro copioso llanto?
¿Por qué ya nuestras súplicas no alcazan tu piedad?
¿Por qué ya no nos cubres con tu celeste manto,
Y ruge en nuestro suelo la ronca tempestad... ?
Ya oigo que me dices: Recuerda mi promesa:
Yo dije en aquel día: Con maternal fineza
Atenderé los ruegos de quien me suplicó' . . .
Tu Patria, no me invoca, tu Patria, no me reza.
Tu Patria, no me quiere... Tu Patria, me olvidó...
Soberbia águila azteca; Desciende de la altura
En donde ha mucho tiempo te envuelve en su negrura.
Rugiendo en torno tuyo, furiosa tempestad!
¡Desciende hasta la Virgen que tus heridas cura!
Tus alas están rotas... Desciende al Tepeyac!
Escóndete en sus rocas, recobra allí el aliento:
No pueden ya tus alas con el furor del viento...
No pueden ya tus garras. la sierpe sujetar!
Los rayos que te hieren, no dudes un momento,
Son rayos invencibles... Desciende al Tepeyac!
Abate allí tu vuelo, inclina tu cabeza,
Venera a nuestra Madre, proclama su realeza.
Bendice sus favores, implora su perdón.. .!
Y luego, cruza altiva la cerrazón espesa
Que envuelve nuestro cielo, y llegarás al sol.. .
Mons. Vicente M. Camacho
Guad. Dic. de 1913.
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