La fervorosa devoción a la Santísima Trinidad ha prosperado y ha hecho felices, aun en lo temporal, a muchas casas y familias, se la primera la del Patriarca Abrahán, que es el padre universal de los creyentes. Este felicisimo patriarca vio tres personas en misterio, y adoró una esencia, como se dice en la Sagrada Escritura: Tres vidit, et unum adoravit. En esto consiste el supremo misterio de la Santísima Trinidad, venerando y adorando tres personas distintas, y que todas tres son un solo Dios verdadero; porque todas tres tienen una misma naturaleza divina.
Después de la misteriosa veneración de este soberano misterio de la Santísima Trinidad, se colmó de prosperidades espirituales y temporales la feliz casa del patriarca Abrahán, dándole Dios la deseada sucesión, y ofreciéndole para sus descendientes la venida del Mesías, en la cual se comprendian todas las celestiales bendiciones juntas, y el consuelo y remedio del género humano.
En la ley de gracia fue insigne celador de este principalisimo misterio de la Santísima Trinidad el gran Obispo turonense San Martín, de quien dice la Iglesia Católica, que con la fe expresa de este soberano misterio resucitó tres muertos.
Este mismo santísimo celo tuvo un grado heroico San Francisco de Asís, de quien la Iglesia de Dios canta y dice, que en obsequio grato de la ley de gracia celebrada con fiesta solemne el oficio de la Santísima Trinidad:
Otro hijo fervoroso de este humano serafín, de humilde profesión, floreció con tan admirable y fervorosa fe en este principal misterio de la Santísima Trinidad, que puso en nuevo fervor a cuantos le comunicaron y trataron.
Instituyó con autoridad apostólica en el convento de Tauste una insigne cofradía de la santísima Trinidad, en la cual, no solo se inscribió la primera nobleza de este reino, sino también el católico y piadoso rey don Felipe IV, quien ofreció a dicho convento un cáliz preciosisimo.
Era tan eficaz la persuasión de dicho venerable hermano Bernardo con su fervor de la Santísima Trinidad, que todos tenían por cierto cumplirse lo que él con la fe de su Santísima Trinidad ofrecía, fuese en premio, o fuese en castigo.
De la heroica fe de este venerable hermano Bernardo se entendió universalmente haberse conseguido la deseada sucesión en la noble casa de los condes de Aranda, porque un año antes lo ofreció así el mismo venerable hermano, alegando a su Santísima Trinidad; y al mismo tiempo que él lo predijo, sucedió el nacer un varón en dicha casa.
En otra ocasión, volviendo dicho venerable hermano de la parte de Zaragoza a su convento, pidiendo le pasasen por la barca, y excusándose el director de ella por la fiereza del río, que venía crecido, en la fe viva de su Santísima Trinidad pasó sobre su manto el caudaloso rio Ebro, quedandose asombrado y lleno de pavor el pobre barquero, recelándose algún castigo de Dios, como lo habían tenido otros por despreciar a dicho venerable hermano, cuando alegaba su Santísima Trinidad.
Baste lo dicho para confirmación de que la devoción a la Santísima trinidad hace prósperas y felices a las familias, no solo en lo espiritual y eterno, sino también en lo temporal y transitorio.
También el amor ferviente y afectuoso a nuestro Señor Jesucristo, a su dulcísimo nombre de Jesús, y a su santísima Cruz, también hace felices y prósperas las familias.
Para lo primero tenemos como testigo a san Antonio Abad, el cual solía decir a sus discípulos, que temía mucho Satanás las vigilias, oraciones y ayunos pero singularmente se espantaba de los que tenían ardiente amor a Jesucristo.
San Buenaventura dice con gran ponderación, que aunque nuestro Señor Jesucristo no fuese Dios, como lo es, creyendo que había muerto por nosotros, y había derramado su preciosa sangre por nuestra salvación, y para dejarnos abiertas y patentes las puertas del cielo, le debíamos amar sobre toda criatura, y nunca ofenderle.
Y en los divinos libros de la mística ciudad de Dios se dice, que la Divina Providencia dispuso fuera nuestro Redentor el mismo Hijo de Dios humanado; porque debiendo amar a nuestro Redentor, no dividieramos el afecto entre Dios y el Redentor, sino que uno y otro estuvieran en una misma persona divina.
La madre de Santa Clara de Asís, temía su parto que se acercaba, se puso de rodillas delante de una sagrada imagen de nuestro Señor Jesucristo; y el Señor la consoló, anunciándole daría con felicidad al mundo una hija, cuya luz resplandeciente para el bien de las almas excedería a la luz clara del sol.
La madre de sor María de Jesús de Ágreda, oraba venturosamente delante de la imagen de Cristo crucificado, y en su fervorosa oración oyó claramente la voz del Señor, que le dijo: Conságrame tu casa. Quedó confusa con esta soberana voz la virtuosa mujer. Y acudió a su director espiritual, el Padre fray Juan de Torrecilla, predicador apostólico de la Orden de San Francisco; el cual a la misma hora, tuvo una revelación de Dios, el cual resolvía, que la madre y sus dos hijas fueran religiosas en un nuevo convento de la Purísima; y el esposo con sus dos hijos entrarán también en la religión seráfica.
La conclusión que con este caso prodigioso, es que los mortales entiendan y sepan que en las piadosas manos de Cristo Señor nuestro hallarán todo cuanto pueden desear en el cielo y en la tierra, y allí lo busquen.
San Pablo también nos avisa, que en Cristo están todos los tesoros de la sabiduría y ciencia de Dios; para que los sabios y los ignorantes conozcan adonde tienen el verdadero recurso, y allí pongan su corazón, donde tienen todo su tesoro y su remedio. (Colos., II, 3).
Si nos habituáramos a llevar delante de los ojos a Cristo Señor nuestro, nos enriqueceríamos de todos los bienes. San Lucas escribe que los que seguían a Cristo iban muy contentos y pacíficos, porque llevaban delante de sus ojos al Señor; pero los que iban delante de su Majestad, y al Señor le dejaban a las espaldas, molestaban y confundían al pobre ciego, que clamaba con instancia para su remedio.
Todos debemos llevar una imagen sagrada de nuestro Señor Jesucristo, con la cual se consuelen en este melancólico destierro de la patria celestial, y con ella también se defenderán de las males artes del demonio.
La invocación fervorosa del santísimo y dulcísimo Nombre de Jesús vence también al demonio, y nos corona de gloriosas victorias. Así los hijos de Israel triunfaron de sus enemigos los agareos, porque invocaron el santo nombre del Señor en su combate, como se refiere en el sagrado libro del Paralipómenos.
Así también el piadoso David triunfo contra el soberbio filisteo, porque procedió contra él en el nombre del Señor; como dice en el libro primero de los reyes.
Asimismo el piadoso rey Asá venció al ejército formidable de sus enemigos, que se componía de un millón de combatientes; porque confiadamente invocó el santo y terrible nombre del Señor, al cual les es fácil prevalecer tanto con pocos como con muchos, según dice la Sagrada Escritura.
Este santo nombre de Jesús es sobre todo nombre, y en él nos importa salvar nuestras almas; como nos lo dice fervoroso el príncipe de los apóstoles San Pedro (Act., IV, 11).
San Bernardo, bien experimentado en el poder de este Santo Nombre, dice mil maravillas de sus grandes excelencias.
Felices las criaturas que se habitúan fervorosas a invocar el dulce Nombre de Jesús, las cuales sin duda se llenarán de prósperidades estimables en el cielo y en la tierra, por lo cual nos aconseja el santo Apóstol, que todo cuanto decimos y cuanto hacemos, todo sea en el dulce nombre de Jesús, dando gracias al eterno Padre por este Santísimo Nombre, y así nos veremos libre de la potestad del demonio, nuestro mortal enemigo. (Colos., I, 10).
Con la señal de la Cruz, en virtud del mismo Cristo Señor nuestro, se ahuyentan los demonios, y se vencen las tentaciones. Así Moisés, poniendo los brazos en cruz, quedaban vencidos los enemigos del pueblo de Dios, y si bajaba los brazos, deshaciendo la cruz, vencían los contrarios, , como dice el sagrado texto (Exodo XVII, 11). Por este motivo el verdadero cristiano siempre ha de llevar consigo la santa cruz de Cristo Señor nuestro para salir victorioso.
Todos aquellos sobre los cuales puso el ángel la señal de la cruz, fueron libres del castigo de Dios y de la muerte, como se refiere en las divinas letras; porque la señal de la cruz templa las iras de Dios (Ezequiel IX, 6).
Nuestro remedio consiste en la santísima Cruz de Cristo, y donde esta se venera con fervorosa devoción, allí descienden las bendiciones del cielo. Por esto Jacob bendijo a sus hijos puestos los brazos en cruz, y así quedaron benditos del Señor (Gen., XLVIII, 14).
Encargo a todos los cristianos, que ninguno se consuele en estar de día ni de noche sin esta prenda preciosa de la santísima Cruz. Encargo también a las madres vigilantes, que nunca pongan a dormir sus criaturas sin hacerles primero la señal de la cruz; porque ha sucedido, según escribe el Cardenal Belarmino, conjurarse los enemigos contra una criatura dormida, y no poderse llegar a ella, porque su madre cuidadosa la había prevenido con la señal de la cruz.
El uso sagrado del agua bendita es también muy conveniente en todas las casas, y para todas las personas; porque es un eficaz defensivo contra la vigilancia y conato del demonio, como nos lo enseñan los santos, que experimentaron esta soberana virtud, y entre ellos la experimentada santa Teresa de Jesús.
Después de la misteriosa veneración de este soberano misterio de la Santísima Trinidad, se colmó de prosperidades espirituales y temporales la feliz casa del patriarca Abrahán, dándole Dios la deseada sucesión, y ofreciéndole para sus descendientes la venida del Mesías, en la cual se comprendian todas las celestiales bendiciones juntas, y el consuelo y remedio del género humano.
En la ley de gracia fue insigne celador de este principalisimo misterio de la Santísima Trinidad el gran Obispo turonense San Martín, de quien dice la Iglesia Católica, que con la fe expresa de este soberano misterio resucitó tres muertos.
Este mismo santísimo celo tuvo un grado heroico San Francisco de Asís, de quien la Iglesia de Dios canta y dice, que en obsequio grato de la ley de gracia celebrada con fiesta solemne el oficio de la Santísima Trinidad:
Legis propheta gratiae,
gratum gerens obsequium,
Trinitatis officium
festo solemni celebrat.
A un Religioso muy tentado y afligido con vehementísimas sugestiones y movimientos contra la virtud estimable de la castidad, le aconsejó el Seráfico patriarca, que cuando se viese tentado y combatido se arrodillase, y dijese tres veces el Pater noster en veneración de la Santísima Trinidad: lo hizo, y se vio libre de tan molesta y peligrosa tentación en breve tiempo.gratum gerens obsequium,
Trinitatis officium
festo solemni celebrat.
Otro hijo fervoroso de este humano serafín, de humilde profesión, floreció con tan admirable y fervorosa fe en este principal misterio de la Santísima Trinidad, que puso en nuevo fervor a cuantos le comunicaron y trataron.
Instituyó con autoridad apostólica en el convento de Tauste una insigne cofradía de la santísima Trinidad, en la cual, no solo se inscribió la primera nobleza de este reino, sino también el católico y piadoso rey don Felipe IV, quien ofreció a dicho convento un cáliz preciosisimo.
Era tan eficaz la persuasión de dicho venerable hermano Bernardo con su fervor de la Santísima Trinidad, que todos tenían por cierto cumplirse lo que él con la fe de su Santísima Trinidad ofrecía, fuese en premio, o fuese en castigo.
De la heroica fe de este venerable hermano Bernardo se entendió universalmente haberse conseguido la deseada sucesión en la noble casa de los condes de Aranda, porque un año antes lo ofreció así el mismo venerable hermano, alegando a su Santísima Trinidad; y al mismo tiempo que él lo predijo, sucedió el nacer un varón en dicha casa.
En otra ocasión, volviendo dicho venerable hermano de la parte de Zaragoza a su convento, pidiendo le pasasen por la barca, y excusándose el director de ella por la fiereza del río, que venía crecido, en la fe viva de su Santísima Trinidad pasó sobre su manto el caudaloso rio Ebro, quedandose asombrado y lleno de pavor el pobre barquero, recelándose algún castigo de Dios, como lo habían tenido otros por despreciar a dicho venerable hermano, cuando alegaba su Santísima Trinidad.
Baste lo dicho para confirmación de que la devoción a la Santísima trinidad hace prósperas y felices a las familias, no solo en lo espiritual y eterno, sino también en lo temporal y transitorio.
También el amor ferviente y afectuoso a nuestro Señor Jesucristo, a su dulcísimo nombre de Jesús, y a su santísima Cruz, también hace felices y prósperas las familias.
Para lo primero tenemos como testigo a san Antonio Abad, el cual solía decir a sus discípulos, que temía mucho Satanás las vigilias, oraciones y ayunos pero singularmente se espantaba de los que tenían ardiente amor a Jesucristo.
San Buenaventura dice con gran ponderación, que aunque nuestro Señor Jesucristo no fuese Dios, como lo es, creyendo que había muerto por nosotros, y había derramado su preciosa sangre por nuestra salvación, y para dejarnos abiertas y patentes las puertas del cielo, le debíamos amar sobre toda criatura, y nunca ofenderle.
Y en los divinos libros de la mística ciudad de Dios se dice, que la Divina Providencia dispuso fuera nuestro Redentor el mismo Hijo de Dios humanado; porque debiendo amar a nuestro Redentor, no dividieramos el afecto entre Dios y el Redentor, sino que uno y otro estuvieran en una misma persona divina.
La madre de Santa Clara de Asís, temía su parto que se acercaba, se puso de rodillas delante de una sagrada imagen de nuestro Señor Jesucristo; y el Señor la consoló, anunciándole daría con felicidad al mundo una hija, cuya luz resplandeciente para el bien de las almas excedería a la luz clara del sol.
La madre de sor María de Jesús de Ágreda, oraba venturosamente delante de la imagen de Cristo crucificado, y en su fervorosa oración oyó claramente la voz del Señor, que le dijo: Conságrame tu casa. Quedó confusa con esta soberana voz la virtuosa mujer. Y acudió a su director espiritual, el Padre fray Juan de Torrecilla, predicador apostólico de la Orden de San Francisco; el cual a la misma hora, tuvo una revelación de Dios, el cual resolvía, que la madre y sus dos hijas fueran religiosas en un nuevo convento de la Purísima; y el esposo con sus dos hijos entrarán también en la religión seráfica.
La conclusión que con este caso prodigioso, es que los mortales entiendan y sepan que en las piadosas manos de Cristo Señor nuestro hallarán todo cuanto pueden desear en el cielo y en la tierra, y allí lo busquen.
San Pablo también nos avisa, que en Cristo están todos los tesoros de la sabiduría y ciencia de Dios; para que los sabios y los ignorantes conozcan adonde tienen el verdadero recurso, y allí pongan su corazón, donde tienen todo su tesoro y su remedio. (Colos., II, 3).
Si nos habituáramos a llevar delante de los ojos a Cristo Señor nuestro, nos enriqueceríamos de todos los bienes. San Lucas escribe que los que seguían a Cristo iban muy contentos y pacíficos, porque llevaban delante de sus ojos al Señor; pero los que iban delante de su Majestad, y al Señor le dejaban a las espaldas, molestaban y confundían al pobre ciego, que clamaba con instancia para su remedio.
Todos debemos llevar una imagen sagrada de nuestro Señor Jesucristo, con la cual se consuelen en este melancólico destierro de la patria celestial, y con ella también se defenderán de las males artes del demonio.
La invocación fervorosa del santísimo y dulcísimo Nombre de Jesús vence también al demonio, y nos corona de gloriosas victorias. Así los hijos de Israel triunfaron de sus enemigos los agareos, porque invocaron el santo nombre del Señor en su combate, como se refiere en el sagrado libro del Paralipómenos.
Así también el piadoso David triunfo contra el soberbio filisteo, porque procedió contra él en el nombre del Señor; como dice en el libro primero de los reyes.
Asimismo el piadoso rey Asá venció al ejército formidable de sus enemigos, que se componía de un millón de combatientes; porque confiadamente invocó el santo y terrible nombre del Señor, al cual les es fácil prevalecer tanto con pocos como con muchos, según dice la Sagrada Escritura.
Este santo nombre de Jesús es sobre todo nombre, y en él nos importa salvar nuestras almas; como nos lo dice fervoroso el príncipe de los apóstoles San Pedro (Act., IV, 11).
San Bernardo, bien experimentado en el poder de este Santo Nombre, dice mil maravillas de sus grandes excelencias.
Felices las criaturas que se habitúan fervorosas a invocar el dulce Nombre de Jesús, las cuales sin duda se llenarán de prósperidades estimables en el cielo y en la tierra, por lo cual nos aconseja el santo Apóstol, que todo cuanto decimos y cuanto hacemos, todo sea en el dulce nombre de Jesús, dando gracias al eterno Padre por este Santísimo Nombre, y así nos veremos libre de la potestad del demonio, nuestro mortal enemigo. (Colos., I, 10).
Con la señal de la Cruz, en virtud del mismo Cristo Señor nuestro, se ahuyentan los demonios, y se vencen las tentaciones. Así Moisés, poniendo los brazos en cruz, quedaban vencidos los enemigos del pueblo de Dios, y si bajaba los brazos, deshaciendo la cruz, vencían los contrarios, , como dice el sagrado texto (Exodo XVII, 11). Por este motivo el verdadero cristiano siempre ha de llevar consigo la santa cruz de Cristo Señor nuestro para salir victorioso.
Todos aquellos sobre los cuales puso el ángel la señal de la cruz, fueron libres del castigo de Dios y de la muerte, como se refiere en las divinas letras; porque la señal de la cruz templa las iras de Dios (Ezequiel IX, 6).
Nuestro remedio consiste en la santísima Cruz de Cristo, y donde esta se venera con fervorosa devoción, allí descienden las bendiciones del cielo. Por esto Jacob bendijo a sus hijos puestos los brazos en cruz, y así quedaron benditos del Señor (Gen., XLVIII, 14).
Encargo a todos los cristianos, que ninguno se consuele en estar de día ni de noche sin esta prenda preciosa de la santísima Cruz. Encargo también a las madres vigilantes, que nunca pongan a dormir sus criaturas sin hacerles primero la señal de la cruz; porque ha sucedido, según escribe el Cardenal Belarmino, conjurarse los enemigos contra una criatura dormida, y no poderse llegar a ella, porque su madre cuidadosa la había prevenido con la señal de la cruz.
El uso sagrado del agua bendita es también muy conveniente en todas las casas, y para todas las personas; porque es un eficaz defensivo contra la vigilancia y conato del demonio, como nos lo enseñan los santos, que experimentaron esta soberana virtud, y entre ellos la experimentada santa Teresa de Jesús.
LA FAMILIA REGULADA
Por el R.P. Fray Antonio Arbiol.
1866
Por el R.P. Fray Antonio Arbiol.
1866
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