San Bernardo, abad de Claraval, melifluo doctor, y lumbrera resplandeciente de la Iglesia, nació en un pequeño lugar de la provincia de Borgoña, llamado Fontana, y fue hijo de Teselino, caballero y honrado militar, y de Alicia de Montebarro, señora tan noble como virtuosa. Era Bernardo de muy linda disposición y rara hermosura, y tan honesto y recatado, que porque una vez se descuidó un poco poniendo los ojos en el rostro de una mujer, se arrojó desnudo en un estanque de agua casi helada, de donde le sacaron medio muerto. Conociendo la vanidad del mundo, determinó entrar en la Religión del Cister que poco antes había sido fundada por el abad Roberto, debajo de la Regla de san Benito, y atrajo a ella con su ejemplo a sus cinco hermanos, y a su tío, y otros treinta compañeros. Dijo el hermano mayor a Nevardo que era el más joven y estaba jugando: “Nevardo, quédate a Dios: nosotros nos vamos al monasterio, y te dejamos por heredero de toda nuestra hacienda». A lo que contestó el muchacho: «Pues ¿cómo? ¿Tomáis vosotros el cielo y me dejáis a mí la tierra? No es ésta buena partición». Y así de allí a algunos días también siguió a sus hermanos. Comenzó su noviciado nuestro santo siendo de edad de veintitrés años, con tan grande recogimiento, que habiendo estado un año entero en la pieza de los novicios, no sabía si el techo era de bóveda o de madera. Habiendo el abad Esteban edificado el monasterio de Claraval, hizo abad de él a san Bernardo, y entre los muchos caballeros que tomaron el hábito de manos del santo, uno fue Teselino, su mismo padre, el cual haciéndose hijo espiritual de su hijo acabó santamente su vida en aquel monasterio. Deseaba el santo abad estarse allí toda su vida desconocido del mundo y por esta causa renunció muchas veces grandes dignidades y obispados; pero fué necesario que saliese de su pobre celda para reconciliar con la Iglesia romana a los cismáticos que después de la muerte del papa Honorio habían ensalzado al antipapa Anacleto; y persuadir al rey Enrique de Inglaterra, y al conde Guillermo, y al emperador Lotario, que acatasen a Inocencio como a sumo y verdadero pastor de la Iglesia. Hubo de reprimir también el santo a los famosos herejes Pedro Abelardo y Enrique, que durante aquel cisma publicaron guerra contra Jesucristo y su Iglesia: y predicar después por ordenación del pontífice Eugenio III la cruzada capitaneada por el emperador Conrado y el rey de Francia san Luis contra los sarracenos e infieles que infestaban la Tierra Santa. Finalmente habiendo San Bernardo predicado como varón enviado de Dios, y escrito muchos y sapientísimos libros, y obrado grandes milagros, y dejado fundados ciento sesenta monasterios de su orden, entre las manos y lágrimas de sus hijos, dio su purísima alma al Creador.
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