Para ser franco hay que ser valiente. La franqueza es la voluntad adherida al bien y a la verdad, muchas veces difícil de confesar. Verdad en nuestras palabras y mucho más en nuestras acciones.
Franqueza es la ausencia de fingimiento en nuestra conducta, que nos permita exteriorizar sentimientos tan verdaderos como nobles.
No es por consiguiente expresión de la naturaleza en estado nativo.
Es una de las cualidades más imprescindibles para hacernos estimar en la vida. Es siempre recomendable, incluso en la diplomacia, que es el arte de engañar.
No nos basta para vivir la luz que nos viene de fuera, es necesaria también la que nace de nosotros, para iluminar y hacer respirable el ambiente.
Si la luz viene de un solo punto produce sombras, y muchos objetos quedarían en la penumbra. Si sólo hay franqueza en los que nos rodean, y en nosotros no, los objetos no aparecerán con el debido relieve, ni se apreciarán en su realidad.
Luz de fuera y luz de dentro, para que no queden rincones oscuros, donde se pueda ocultar en engaño; que no queden caras sin iluminar.
"La verdad que daña, es mejor que la mentira que alegra", dice un proverbio árabe.
La hipocresía es una niebla que difumina el perfil de los hechos; y en semejantes circunstancias, no nos aventuramos a entregarnos a ellos. A nadie le gusta entrar en una cueva resbaladiza y nebulosa. El hombre rehuye lo desconocido.
Si quieres que los hombres se alejen de ti, no seas sincero con ellos. Siempre verán en ti un posible enemigo.
Nos hemos de prestar mutua ayuda, y esto es imposible con la hipocresía. Sin el crédito de la franqueza, nuestra palabra no encontrará eco en el corazón del prójimo.
Como toda virtud ha de ir moderada por la prudencia. El exceso de franqueza es tan indecoroso como la desnudez.
El que dice la verdad sin miedo pueril, es un valiente digno de admiración.
El hombre veraz es el mejor amigo, y un guía en las tinieblas.
La franqueza te coloca en terreno firme, y nadie anda en terreno más falso que el hipócrita.
Sinceridad no es desvergüenza, ni gloriarse del mal cometido. Los gangsters de los EE. UU. sobornan a los periódicos para que publiquen sus hazañas con grandes titulares. Quieren levantarse estatuas sobre pedestales indecorosos y sucios.
Dice Santo Tomás que hay hombres que son de la malicia del diablo. Estos son los que mienten, porque el diablo es la mentira y padre de la mentira, y hay hombres que son hijos de Dios, porque dicen la verdad.
El hombre se hace más insociable cuando su mentira no se reduce a un acto, o a una serie de ellos, sino que responde a una forma de ser. Es ese querer aparentar con un comportamiento exterior un interior que está muy lejos de la realidad. Es la cizaña que quiere aparecer trigo, y pretende camuflarse con cara de hombre de bien.
El mero hecho de fingir es ya un reconocimiento de la virtud.
Los cristianos no tenemos dos caras, una para Dios que penetra las entrañas, y otra para los hombres que se guían por las apariencias.
Nuestra voluntad y carácter deben ser tan firmes, que no se dejen arrastrar de cualquier atracción ante la que santifiquen la verdad. Nuestra postura, como la verdad a quien servimos, es única.
Si Dios no pide esta virtud, necesariamente habrá de producir sus ventajas. En un corazón sin rincones todos ponen su confianza. El hombre echa los cimientos de su edificio sobre la franqueza de otro hombre.
Existía un emperador en Persia vanidoso pero no tonto. Llama un día a sus consejeros para pedirles un parecer. Estos le adulan, y él les regala un anillo. Entre ellos llegó Eloim, hombre sincero, para el que la verdad no se vende, sino que se da de valde.
-Eres mi rey -le dijo-, pero sujeto a errores. Debes procurar el bien de todos, pero ¡ay de ti si no lo haces!
El rey no le regaló anillo alguno. Luego llama a los aduladores.
-¿Qué tal os parecen los anillos?
-Que debes ahorcar a quien te los vendió. Son falsos.
-Sabía que eran falsos -dijo el rey-, pero también eran falsas vuestras alabanzas.
Y tomó a Eloim por consejero.
Ser franco, es lo adecuado, lo que caen bien a la naturaleza.
El Señor a los que fingían, les llama sepulcros blanqueados. Blancos, incluso artísticos por de fuera, podridos por dentro.
Los hipócritas se parecen a las manzanas que maduran a las orillas del mar Muerto donde un día se asentó Sodoma: hermosas y coloreadas al exterior, pero al oprimirlas aparecían pochas, fétidas y de sabor sulfúrico. Tan ingratas al olor y al paladar, como agradables a la vista.
El hipócrita está continuamente expuesto al ridículo. Sus pretensiones se desvanecen como el humo en el aire. Sus dichos no pesan, todo el mundo sabe lo que se puede esperar de él.
Ningún hipócrita ha conseguido de una manera definitiva lo que pretendía. Su "verdad" quedará descubierta, porque "nada hay oculto que no se descubra".
Aristóbulo, historiador griego, escribió las alabanzas de Alejandro Magno. Un día sentado junto al río Hidaspes, un cortesano las leía al rey. Las alabanzas eran tan exageradas, que le dieron asco a aquel caudillo, y cogiendo el libro con violencia lo arrojó al río diciendo: El autor debiera ir con su libro, pero merece mayor castigo que esa tumba húmeda.
A Jorge Brummel, durante mucho tiempo árbitro de la elegancia, en los círculos aristocráticos de Londres, le volvió las espaldas la Fortuna. Arruinado y vanidoso, fingía dar recepciones en la habitación que tenía alquilada en un hotel: encendía todas las velas y anunciábase a sí mismo las supuestas visitas, y luego, volviendo repentinamente en sí, se dejaba caer en una silla sollozando. Finalmente hubo de ser internado en un hospital.
Vivir en el fingimiento es tan intranquilizador como vivir en el vacío, o como sobre una casa lacustre, cuando los postres que la sostienen están podridos. El día menos esperado, se lo llevará todo el agua.
Edifica tú sobre el terreno sólido de la verdad.
Los que se apropian vestiduras que no son suyas, quedará como el cuervo de la fábula: fue al concurso de las aves adornado con plumas multicolores robadas a los otros pájaros. Allí cada cual reclamó lo suyo, dejando al cuervo en su color auténtico de betún.
Nada irrita más a las personas mayores que tus fingimientos. Si te acostumbras a mentir es posible que ni tú mismo llegues a distinguir la verdad de la mentira. El mal será para ti: "Ca su mal crece quien usa de mentir", dice el Infante D. Juan Manuel.
Un califa aprendió de memoria los versos de un trovador para recitarlos como propios, habiendo prometido un buen precio al autor. El califa no cumplió su promesa, y el poeta se vengó proveyéndole de versos tan enrevesados que eran imposibles de aprender. Para seguir fingiendo, no tuvo más remedio que pagar a peso de oro versos asequibles a su memoria.
La posición del hipócrita ante la vida es como la de aquel niño que llevando una careta de carnaval de risa abierta y bobalicona, golpeado por su hermanito, sollozaba y lloraba a lágrima viva.
incurre en tan torpe mengua,
que solamente en su lengua,
es la verdad sospechosa".
(R. de Alarcón)
De Tiberio se cuenta que mentía tanto, que no le daban crédito aun cuando decía la verdad.
La mentira siempre deja un camino abierto para que choque con el buen sentido. Hemos recibido de Dios un espíritu que sólo puede acoplarse a la verdad.
Es un mal al principio imperceptible. Como el cáncer hace su presa solapadamente, y aparece después de haber minado el organismo.
Los pamúes de la Guinea española tienen una leyenda acerca del pájaro "Akalat". Su aparición cerca de las viviendas es considerada como un anuncio de muerte para el habitante de la casa. Su canto tiene dos modalidades diferentes: "cha, cha, cha" y "gno fío". La leyenda cuenta que encontrándose un día este pájaro con el Arco que llevaba un haz de flechas para cazar, el Akalat le suplicó que le respetase, y a cambio le prometía ser su amigo. El Arco se lo prometió, pidiéndole que le enseñase su canto para distinguirlo de los demás pájaros. El Akalat le enseño solamente el "cha, cha, cha". A los pocos días salió el Arco a cazar. Oyó un pájaro que lanzaba su "gno fío". Apuntó y disparó. Al acercarse a la víctima vio que era su mejor amigo. Al reprocharle éste su proceder, díjole el Arco:
-Amigo, tú tuviste la culpa. Si me hubieras dicho la verdad completa, no te verías en el angustiado trance de morir.
Sea nuestro modo de hablar: "sí, sí, no, no".
Del Señor dijeron hasta sus enemigos: "Maestro, sabemos que siempre dices la verdad".
Sólo con que el Bautista hubiera eludido una respuesta, le hubieran atribuído una mesianidad que no tenía. Dijo directamente lo que era: la voz del que clama en el desierto. El que prepara el camino de ese Mesías que decís ser yo.
Si sólo somos dorados superficialmente, no digamos ser de oro macizo.
Lo mejor es ser de verdad, lo que queremos ser. Es posible que te cueste menos trabajo ser bueno que aparentarlo.
Un servidor de Enrique VIII de Inglaterra, abandonado al final de su vida, y caído en desgracia del rey, porque no consiguió para el rey cosas imposibles de conseguir, exclamó: De haber servido a Dios con tanto celo como al rey, El no me hubiera abandonado en mi vejez.
Si todo el trabajo que te has tomado para servir a la mentira, esforzándote en aparentar lo que no eres, lo hubieses empleado para conseguir la bondad del alma, incluso humanamente hablando hubieras conseguido más honor, y de Dios a quien se sirve con la verdad, un premio perdurable.
Es algo así como la luz para la vista, o la sensación para el tacto. Se puede gozar de una potencia visual perfecta, pero si no hay luz, es enteramente inútil. Una inteligencia privilegiada se malogra sin este tacto que la gobierne. Es un regalo de Dios...para los que se esfuerzan en cultivar lo que Dios puso en su naturaleza.
Es el regulador de las virtudes. Sin él las cualidades disminuyen o desaparecen, como disminuye o desaparece el esplendor de las cosas en la oscuridad: la virtud cae en la exageración, y deja de ser virtud; la energía en crueldad, el sentimiento en sentimentalismo; y con el sentido común práctico la virtud es virtud.
Es el conductor de la vida. De nada te valdría tener un gran coche, es mas, te sería perjudicial su velocidad, sin habilidad para manejarlo.
Alza los ojos al cielo, pero no pongas los pies en el vacío.
El que en las debidas proporciones sabe mezclar lo humano con lo divino, es el hombre perfecto.
Esta cualidad se adquiere reflexionando sobre los hechos de cada día. Como esta reflexión es libre, carecer de sentido común es culpable. La práctica se adquiere comparando la experiencia de los acontecimientos.
Son muchos los defectos que tienen origen en esta falta de reflexión. No caemos en la cuenta de lo que puede ofender a los demás, porque olvidamos las cosas que nos ofenden a nosotros. Somos intolerantes porque medimos a los demás con nuestros gustos, y no pensamos en lo que les pueda convenir.
Narra un cuento oriental que tres hermanos sabios y un discreto, se encontraron en el campo un león muerto. Los tres sabios emplearon su sabiduría en resucitar al animal, mientras el discreto se subió a un árbol para contemplar la escena. Resucitado el león los tres hermanos sabihondos mueren devorados por la fiera, mientras el prudente se salvó seguro.
Al discreto, su prudencia le dio a entender lo que a los otros le negó su sabiduría: de lo que es capaz un león vivo.
Los hombres que han pasado por la vida con los ojos abiertos, y han visto las circunstancias en las que ésta se desenvuelve, atan los cabos mejor con vista a un desenlace.
El ejército que conoce palmo a palmo el terreno donde se desarrolla la batalla, es el que tiene más probalidades de victoria.
Por eso la juventud carente de esta experiencia, suele cosechar chascos y desengaños, origen de pesimismos, desalientos y rebeldías, como si los otros tuvieran la culpa de su propia pequeñez.
Ese "hacerse cargo de las cosas" es el sentido común; ese ver lo que hay, y no ver lo que existe; ese sentir el camino bajo sus pies, y no apartarse de él, ni aun en la oscuridad de la noche.
No es por consiguiente expresión de la naturaleza en estado nativo.
Es una de las cualidades más imprescindibles para hacernos estimar en la vida. Es siempre recomendable, incluso en la diplomacia, que es el arte de engañar.
No nos basta para vivir la luz que nos viene de fuera, es necesaria también la que nace de nosotros, para iluminar y hacer respirable el ambiente.
Si la luz viene de un solo punto produce sombras, y muchos objetos quedarían en la penumbra. Si sólo hay franqueza en los que nos rodean, y en nosotros no, los objetos no aparecerán con el debido relieve, ni se apreciarán en su realidad.
Luz de fuera y luz de dentro, para que no queden rincones oscuros, donde se pueda ocultar en engaño; que no queden caras sin iluminar.
"La verdad que daña, es mejor que la mentira que alegra", dice un proverbio árabe.
La hipocresía es una niebla que difumina el perfil de los hechos; y en semejantes circunstancias, no nos aventuramos a entregarnos a ellos. A nadie le gusta entrar en una cueva resbaladiza y nebulosa. El hombre rehuye lo desconocido.
Si quieres que los hombres se alejen de ti, no seas sincero con ellos. Siempre verán en ti un posible enemigo.
Nos hemos de prestar mutua ayuda, y esto es imposible con la hipocresía. Sin el crédito de la franqueza, nuestra palabra no encontrará eco en el corazón del prójimo.
Como toda virtud ha de ir moderada por la prudencia. El exceso de franqueza es tan indecoroso como la desnudez.
El que dice la verdad sin miedo pueril, es un valiente digno de admiración.
El hombre veraz es el mejor amigo, y un guía en las tinieblas.
La franqueza te coloca en terreno firme, y nadie anda en terreno más falso que el hipócrita.
Sinceridad no es desvergüenza, ni gloriarse del mal cometido. Los gangsters de los EE. UU. sobornan a los periódicos para que publiquen sus hazañas con grandes titulares. Quieren levantarse estatuas sobre pedestales indecorosos y sucios.
Dice Santo Tomás que hay hombres que son de la malicia del diablo. Estos son los que mienten, porque el diablo es la mentira y padre de la mentira, y hay hombres que son hijos de Dios, porque dicen la verdad.
El hombre se hace más insociable cuando su mentira no se reduce a un acto, o a una serie de ellos, sino que responde a una forma de ser. Es ese querer aparentar con un comportamiento exterior un interior que está muy lejos de la realidad. Es la cizaña que quiere aparecer trigo, y pretende camuflarse con cara de hombre de bien.
El mero hecho de fingir es ya un reconocimiento de la virtud.
Los cristianos no tenemos dos caras, una para Dios que penetra las entrañas, y otra para los hombres que se guían por las apariencias.
Nuestra voluntad y carácter deben ser tan firmes, que no se dejen arrastrar de cualquier atracción ante la que santifiquen la verdad. Nuestra postura, como la verdad a quien servimos, es única.
lA HIPOCRESÍA NOS CIERRA LAS PUERTAS
No tenemos virtudes puramente exteriores, sino cualidades interiores de un ser creado por Dios, y que rezuman al exterior en todos sus actos. Lo que no nazca del hombre interior es un colorante postizo, que se decolora en breve dejando la verdad al descubierto.Si Dios no pide esta virtud, necesariamente habrá de producir sus ventajas. En un corazón sin rincones todos ponen su confianza. El hombre echa los cimientos de su edificio sobre la franqueza de otro hombre.
Existía un emperador en Persia vanidoso pero no tonto. Llama un día a sus consejeros para pedirles un parecer. Estos le adulan, y él les regala un anillo. Entre ellos llegó Eloim, hombre sincero, para el que la verdad no se vende, sino que se da de valde.
-Eres mi rey -le dijo-, pero sujeto a errores. Debes procurar el bien de todos, pero ¡ay de ti si no lo haces!
El rey no le regaló anillo alguno. Luego llama a los aduladores.
-¿Qué tal os parecen los anillos?
-Que debes ahorcar a quien te los vendió. Son falsos.
-Sabía que eran falsos -dijo el rey-, pero también eran falsas vuestras alabanzas.
Y tomó a Eloim por consejero.
Ser franco, es lo adecuado, lo que caen bien a la naturaleza.
El Señor a los que fingían, les llama sepulcros blanqueados. Blancos, incluso artísticos por de fuera, podridos por dentro.
Los hipócritas se parecen a las manzanas que maduran a las orillas del mar Muerto donde un día se asentó Sodoma: hermosas y coloreadas al exterior, pero al oprimirlas aparecían pochas, fétidas y de sabor sulfúrico. Tan ingratas al olor y al paladar, como agradables a la vista.
El hipócrita está continuamente expuesto al ridículo. Sus pretensiones se desvanecen como el humo en el aire. Sus dichos no pesan, todo el mundo sabe lo que se puede esperar de él.
Ningún hipócrita ha conseguido de una manera definitiva lo que pretendía. Su "verdad" quedará descubierta, porque "nada hay oculto que no se descubra".
Aristóbulo, historiador griego, escribió las alabanzas de Alejandro Magno. Un día sentado junto al río Hidaspes, un cortesano las leía al rey. Las alabanzas eran tan exageradas, que le dieron asco a aquel caudillo, y cogiendo el libro con violencia lo arrojó al río diciendo: El autor debiera ir con su libro, pero merece mayor castigo que esa tumba húmeda.
EL HIPÓCRITA SE ENGAÑA A SÍ MISMO.
El fingidor llega a ser víctima de sí mismo. Se sumerge en un mundo de fantasías, y con la fantasía no se crea la realidad.A Jorge Brummel, durante mucho tiempo árbitro de la elegancia, en los círculos aristocráticos de Londres, le volvió las espaldas la Fortuna. Arruinado y vanidoso, fingía dar recepciones en la habitación que tenía alquilada en un hotel: encendía todas las velas y anunciábase a sí mismo las supuestas visitas, y luego, volviendo repentinamente en sí, se dejaba caer en una silla sollozando. Finalmente hubo de ser internado en un hospital.
Vivir en el fingimiento es tan intranquilizador como vivir en el vacío, o como sobre una casa lacustre, cuando los postres que la sostienen están podridos. El día menos esperado, se lo llevará todo el agua.
Edifica tú sobre el terreno sólido de la verdad.
Los que se apropian vestiduras que no son suyas, quedará como el cuervo de la fábula: fue al concurso de las aves adornado con plumas multicolores robadas a los otros pájaros. Allí cada cual reclamó lo suyo, dejando al cuervo en su color auténtico de betún.
Nada irrita más a las personas mayores que tus fingimientos. Si te acostumbras a mentir es posible que ni tú mismo llegues a distinguir la verdad de la mentira. El mal será para ti: "Ca su mal crece quien usa de mentir", dice el Infante D. Juan Manuel.
Un califa aprendió de memoria los versos de un trovador para recitarlos como propios, habiendo prometido un buen precio al autor. El califa no cumplió su promesa, y el poeta se vengó proveyéndole de versos tan enrevesados que eran imposibles de aprender. Para seguir fingiendo, no tuvo más remedio que pagar a peso de oro versos asequibles a su memoria.
La posición del hipócrita ante la vida es como la de aquel niño que llevando una careta de carnaval de risa abierta y bobalicona, golpeado por su hermanito, sollozaba y lloraba a lágrima viva.
En tu boca la verdad se hará sospechosa.
"Que la boca mentirosa,incurre en tan torpe mengua,
que solamente en su lengua,
es la verdad sospechosa".
(R. de Alarcón)
La mentira siempre deja un camino abierto para que choque con el buen sentido. Hemos recibido de Dios un espíritu que sólo puede acoplarse a la verdad.
Es un mal al principio imperceptible. Como el cáncer hace su presa solapadamente, y aparece después de haber minado el organismo.
Los pamúes de la Guinea española tienen una leyenda acerca del pájaro "Akalat". Su aparición cerca de las viviendas es considerada como un anuncio de muerte para el habitante de la casa. Su canto tiene dos modalidades diferentes: "cha, cha, cha" y "gno fío". La leyenda cuenta que encontrándose un día este pájaro con el Arco que llevaba un haz de flechas para cazar, el Akalat le suplicó que le respetase, y a cambio le prometía ser su amigo. El Arco se lo prometió, pidiéndole que le enseñase su canto para distinguirlo de los demás pájaros. El Akalat le enseño solamente el "cha, cha, cha". A los pocos días salió el Arco a cazar. Oyó un pájaro que lanzaba su "gno fío". Apuntó y disparó. Al acercarse a la víctima vio que era su mejor amigo. Al reprocharle éste su proceder, díjole el Arco:
-Amigo, tú tuviste la culpa. Si me hubieras dicho la verdad completa, no te verías en el angustiado trance de morir.
Sea nuestro modo de hablar: "sí, sí, no, no".
Del Señor dijeron hasta sus enemigos: "Maestro, sabemos que siempre dices la verdad".
SIMULAR ES MENTIR
Sin "decir" mentira, pero con un silencio culpable, nos coronamos con una aureola usurpada: "andemos en verdad".Sólo con que el Bautista hubiera eludido una respuesta, le hubieran atribuído una mesianidad que no tenía. Dijo directamente lo que era: la voz del que clama en el desierto. El que prepara el camino de ese Mesías que decís ser yo.
Si sólo somos dorados superficialmente, no digamos ser de oro macizo.
Lo mejor es ser de verdad, lo que queremos ser. Es posible que te cueste menos trabajo ser bueno que aparentarlo.
Un servidor de Enrique VIII de Inglaterra, abandonado al final de su vida, y caído en desgracia del rey, porque no consiguió para el rey cosas imposibles de conseguir, exclamó: De haber servido a Dios con tanto celo como al rey, El no me hubiera abandonado en mi vejez.
Si todo el trabajo que te has tomado para servir a la mentira, esforzándote en aparentar lo que no eres, lo hubieses empleado para conseguir la bondad del alma, incluso humanamente hablando hubieras conseguido más honor, y de Dios a quien se sirve con la verdad, un premio perdurable.
EL TACTO DEL ALMA
Al sentido común podemos llamarle también prudencia. Es ese saber pasar entre dos escollos sin chocar. Aquello que nos hace torcer la nave y estrellarla contra el acantilado, no es sino falta de visión, error que se debe no a la posibilidad de la inteligencia, sino al pernicioso influjo que sobre ella ejercen nuestras pasiones. Es lo que nos hace perder el timón y proceder con falta de sentido.Es algo así como la luz para la vista, o la sensación para el tacto. Se puede gozar de una potencia visual perfecta, pero si no hay luz, es enteramente inútil. Una inteligencia privilegiada se malogra sin este tacto que la gobierne. Es un regalo de Dios...para los que se esfuerzan en cultivar lo que Dios puso en su naturaleza.
Es el regulador de las virtudes. Sin él las cualidades disminuyen o desaparecen, como disminuye o desaparece el esplendor de las cosas en la oscuridad: la virtud cae en la exageración, y deja de ser virtud; la energía en crueldad, el sentimiento en sentimentalismo; y con el sentido común práctico la virtud es virtud.
Es el conductor de la vida. De nada te valdría tener un gran coche, es mas, te sería perjudicial su velocidad, sin habilidad para manejarlo.
Alza los ojos al cielo, pero no pongas los pies en el vacío.
El que en las debidas proporciones sabe mezclar lo humano con lo divino, es el hombre perfecto.
Esta cualidad se adquiere reflexionando sobre los hechos de cada día. Como esta reflexión es libre, carecer de sentido común es culpable. La práctica se adquiere comparando la experiencia de los acontecimientos.
Son muchos los defectos que tienen origen en esta falta de reflexión. No caemos en la cuenta de lo que puede ofender a los demás, porque olvidamos las cosas que nos ofenden a nosotros. Somos intolerantes porque medimos a los demás con nuestros gustos, y no pensamos en lo que les pueda convenir.
Narra un cuento oriental que tres hermanos sabios y un discreto, se encontraron en el campo un león muerto. Los tres sabios emplearon su sabiduría en resucitar al animal, mientras el discreto se subió a un árbol para contemplar la escena. Resucitado el león los tres hermanos sabihondos mueren devorados por la fiera, mientras el prudente se salvó seguro.
Al discreto, su prudencia le dio a entender lo que a los otros le negó su sabiduría: de lo que es capaz un león vivo.
Los hombres que han pasado por la vida con los ojos abiertos, y han visto las circunstancias en las que ésta se desenvuelve, atan los cabos mejor con vista a un desenlace.
El ejército que conoce palmo a palmo el terreno donde se desarrolla la batalla, es el que tiene más probalidades de victoria.
Por eso la juventud carente de esta experiencia, suele cosechar chascos y desengaños, origen de pesimismos, desalientos y rebeldías, como si los otros tuvieran la culpa de su propia pequeñez.
Ese "hacerse cargo de las cosas" es el sentido común; ese ver lo que hay, y no ver lo que existe; ese sentir el camino bajo sus pies, y no apartarse de él, ni aun en la oscuridad de la noche.
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