Vistas de página en total

jueves, 31 de marzo de 2011

De la necesidad del bautismo.

Jesucristo instituyó este sacramento como medio de salvación absolutamente necesario cuando dijo: «Si alguno no fuese regenerado por el agua y por el Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios» (Juan, III, 5). «Predicad el Evangelio á toda criatura, el que creyere y se bautizare se salvará ; el que no creyere, se condenará» (Marcos, XVI, 16). San Pedro ha repetido esta misma verdad diciendo que el bautismo nos salva, (I Pedro III, 21); y San Pablo nos enseña que Dios nos ha salvado por el baño de regeneración, y la renovación del Espiritu Santo, (Tito III,5). No ignoramos los subterfugios con que los calvinistas y los socinianos han torcido el sentido de estos lugares y de otros muchos que establecen el dogma; pero la Iglesia condenando sus errores ha lanzado el mismo anatema a las falsas interpretaciones que dieron a la Sagrada Escritura. El concilio de Trento, después de haber decidido que Adán ha transmitido a todo el género humano no solo la necesidad de sufrir y de morir, sino también el pecado que es la muerte del alma, enseña que no puede borrarse sino por los méritos de Jesucristo que se nos aplican por el bautismo, ses. 5, can. 2 y 3; que desde la promulgación del Evangelio no puede pasar el hombre del estado de pecado al de gracia sin el bautismo, ó sin el deseo de recibirlo, ses. 6, can. 4; y consiguientemente anatematiza a cualquiera que sostenga que este sacramento no es necesario para la salvación, ses. 7, can. 5.
Esta doctrina ya se sostuvo en el siglo V contra los pelagianos. Pretendía Pelagio que el pecado de Adán no habia dañado sino a él solo, y no a sus descendientes: que el Bautismo se daba a los niños, no para borrar en ellos ningún pecado, sino para que recibiesen la gracia de adopción, que, aunque muriesen sin haberle recibido, alcanzaban la vida eterna por el mérito de su inocencia. San Agustin combatió con todas sus fuerzas estos errores; fueron condenados por muchos pontífices y concilios del África, y esta sentencia se confirmó en el concilio general de Efeso en el año 431.
Calvino no fue menos temerario que Pelagio cuando enseñó que los hijos de los fieles se hallan santificados desde el vientre de su madre; la creencia general de los calvinistas es, que los hijos de los infieles que mueren sin Bautismo se condenan; pero que no sucede lo mismo a los de los cristianos, porque tienen parte en la alianza que Dios hizo con los hombres por medio de Jesucristo. En este supuesto, no vemos porqué es todavía necesario bautizar a los hijos de los fieles.
Es preciso observar que el concilio de Trento declara que el hombre no puede pasar del estado de pecado al estado de gracia sin el bautismo ó sin el deseo de recibirlo.
En efecto, siempre se ha creído en la Iglesia, que la fe unida al deseo de recibir el bautismo puede suplir a este sacramento cuando hay imposibilidad de recibirlo; nunca se ha dudado de la salvación de los catecúmenos que han muerto sin haber podido alcanzar esta gracia. Se ha pensado también que el martirio de los que morían por Jesucristo producía el mismo efecto, y en esta creencia la Iglesia da culto a los santos inocentes.
Respetables obispos del tercer siglo han pensado también que los fieles, que habian recibido un bautismo entre los herejes, pero que habian vuelto de buena fe a la Iglesia, y que habían participado de los santos misterios, no tenían necesidad absoluta de reiterarles el bautismo. Este era el parecer de San Dionisio de Alejandría, de San Cipriano, Epist. 73, ad Jubaian. V. Eusebío. Hist. eccles. I. 7, c. 9, y la nota de Lowlh. 13'mgham, Orig. eccles. I. 10, c. 2, 23. Por último, los Padres, a excepción de San Agustin, todos han sido de parecer que San Juan Bautista ha sido santificado por Jesucristo en el vientre de su madre, por esto celebra la Iglesia su natividad.
En consecuencia, los teólogos distinguen tres especies de bautismo, a saber: el de deseo, baptismus flaminis, el de sangre ó el de martirio, baptismus sanguinis, y el bautismo de agua, baptismus fluminis.
El pasaje de San Pablo de que abusan Calvino y sus sectarios, no prueba lo que que ellos quieren. El Apóstol dice, I Cor. VII, 14: «que un marido pagano es santificado por una mujer cristiana, y que una esposa pagana es santificada por un marido cristiano; de otro modo, añade, vuestros hijos serian impuros; así son santos.»
Esto no prueba que estos niños nazcan exentos del pecado, sino que generalmente un padre ó una madre que profesa el cristianismo, procura bautizar a sus hijos, ó que hay motivo para esperar que los educarán en esta religión.
Extracto del Diccionario de Teologia,
por el Abate Bergier (Tomo I, año 1854)

No hay comentarios: