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viernes, 25 de marzo de 2011

ENCICLICA "NEMINEM VESTRUM LATET"

PÍO IX
Carta encíclica sobre la persecución de la Iglesia Armenia
de la provincia Constantinopolitana
Del 2 de febrero de 1854
Venerables Hermanos y amados hijos, salud y bendición apostólica
1. Solicitud de los SS. Pontífices por la Nación Armenia
A ninguno de vosotros se oculta, Venerables Hermanos amados hijos, cuan paternal afecto a hayan demostrado los Romanos Pontífices predecesores Nuestros desde los más antiguos tiempos hacia vuestra nación Armenia que tan gloriosos nombres ilustran; y con cuánto cuidado y solicitud hayan procurado volver esa misma nación a la unidad católica. Ni ignoráis cuánto fruto hayan percibido Nuestros predecesores, con la gracia divina, por medio de sus intensos trabajos en vuestra nación y cuánta alegría hayan experimentado cuando obtuvieron que muchos armenios vueltos a la profesión de la unidad católica persistieran inconmovibles en ella. Y bien sabéis y conocéis con qué admirable virtud y suma gloria de su nombre los católicos armenios en tiempos luctuosísimos hayan sufrido por la defensa y profesión de la fe y unidad católica en cuyo amor y afición estaban encendidos, las más ásperas calamidades aun con peligro de su vida, con qué asiduo esfuerzo esta Sede Apostólica nunca haya dejado de ofrecer su ayuda a los mismos armenios, para proveer de todas las maneas posibles a sus necesidades, particularmente espirituales según su propio rito. Y como quiera que en aquellas regiones que estaban libres del furor de las persecuciones pudo de alguna manera conservar la jerarquía episcopal de los armenios anteriormente restituida, por lo mismo esta Santa Sede muy ansiosa y solícita por el bien espiritual de los armenios radicados en Constantinopla y en las provincias limítrofes donde no podían residir los obispos, juzgó que no debía perdonar ningún medio para mirar por la salud de los armenios. Por lo cual esta Santa Sede procuró con intensísimo afán formar inmejorablemente sacerdotes de vuestra nación haciendo intervenir la ayuda de Nuestro Colegio Urbano y dar ánimo sobre todo a aquellos alumnos de las familias religiosas que se ocupan en procurar el bien espiritual de vuestra nación. Y también sabéis muy bien, Venerables Hermanos y amados hijos, que esta Sede Apostólica, apenas se lo permitieron las circunstancias, constituyó en la ciudad de Constantinopla, una sede episcopal, y después que por la clemencia del supremo emperador de los turcos, lograron los armenios católicos una mayor libertad, sobre todo en las cosas sagradas (por la que con mutua concordia de los ánimos, pudiesen tener mayor vigor y florecimiento las cosas de la Religión) erigida en la misma ciudad una sede primacial arquiepiscopal para los armenios católicos y les fue dado su propio arzobispo como abundantemente lo atestigua la carta apostólica de Nuestro predecesor Pío VIII de piadosa memoria[1], todos conocen los infatigables y singulares cuidados de Gregorio XVI, igualmente predecesor Nuestro de feliz recordación, para constituir convenientemente la organización de aquella extensísima diócesis para procurar y fomentar cada día más el bien y prosperidad de los católicos armenios. Nosotros apenas por inescrutables juicios de Dios fuimos colocados en esta cátedra del Príncipe de los apóstoles, abarcando con Nuestro ánimo y pensamiento el orbe cristiano en toda su extensión fijamos con todo empeño y afecto Nuestra paternal solicitud en esa principalísima parte de la nación Armenia católica. Utilizando pues, los servicios de Nuestro Venerable Hermano Inocencio, Arzobispo de Sidón, a quien enviamos como Legado extraordinario Nuestro al supremo emperador de los turcos para que expusiera al mismo príncipe Nuestros amistosos sentimientos y simultáneamente le presentara Nuestros respetos, no descuidando de recomendar al mismo poderoso emperador de los otomanos, a los armenios y demás naciones católicas orientales que viven en sus dominios.
Y como estuviese muy en Nuestro corazón procurar una mayor utilidad a vuestra nación Armenia, Armenia y que nos lo comunicara para que, considerado todo con maduro examen, supiéramos qué medidas deberíamos adoptar para conseguir el mayor bien espiritual de vuestra nación. Y así después que Nuestro Venerable Hermano hubo cumplido con el oficio que se le encomendó y nos suministró noticias detalladas acerca del estado de las cosas, aprobamos varios decretos publicados por Nuestros Venerables Hermanos Cardenales de la Santa Romana Iglesia, de Nuestra Congregación de la Propagación de la Fe y entre otros aquel que reprueba la sociedad llamada Connacional, de la que razonablemente se preveía habían de originarse muchos peligros. Luego publicamos Nuestra carta apostólica en la que llevamos a cabo lo que se había propuesto realizar el mismo predecesor Nuestro Pío VIII y constituimos otros cinco obispos del rito armenio, entre los que fue dividida parte de la antigua y extensísima diócesis constantinopolitana. recomendamos al mismo Venerable Hermano que investigara diligentemente en qué estado se hallaba la misma nación
2. Orígenes de las funestas disensiones.
Y mientras teníamos la esperanza de que la provincia eclesiástica Armenia pudiese con Nuestros paternales cuidados florecer próspera y felizmente no sin gran dolor de Nuestro ánimo supimos que las perniciosas disensiones ya hace tiempo introducidas en vuestra nación por el hombre enemigo[2], crecían en tal forma que no faltaban quienes para fomentar tales desavenencias se valiesen de los mismos proyectos con que esta Sede Apostólica intensamente deseaba ayudar a vuestra nación. Esta discordia nunca suficientemente deplorada se enardeció cuando una de las partes disidentes comenzó a disertar y discutir abierta y públicamente en escritos impresos acerca de las cuestiones religiosas de la nación. Esos escritos fueron redactados por ambas partes con expresiones y sentencias hostiles y muy enconadas que distan mucho de la cristiana caridad y son en absoluto contrarias a lo que se requiere para proteger la caridad cristiana; salieron a la luz ignorándolo esta Sede Apostólica y contra su voluntad como quisimos que se declarara por reiteradas cartas de Nuestra misma Congregación. Cualquiera entre vosotros sabe qué escándalos dimanaron de allí no sin grave daño para vuestra nación, y con qué celo Nosotros, sin ninguna dilación, nos apresuramos a ponerlo todo por obra para apartar de vosotros todas las disputas y disensiones y extirpar de raíz sus gérmenes. Nos causó no pequeña alegría el que Nuestros primeros cuidados lograron el fin apetecido. Pues los Venerables Hermanos Antonio vuestro Arzobispo constantinopolitano y Juliano Arzobispo petrense en las regiones de los infieles y el vicario apostólico que allí tenemos para los del rito latino se llegaron hasta Nosotros, y expuestas todas las cosas vinieron a un perfecto acuerdo con gran concordia de ánimos y luego con Nuestra aprobación publicaron cuanto habían convenido. Ojalá, que, proporcionando gran gozo a Nuestro paternal corazón, todos los órdenes de vuestra nación con ecuanimidad hubiesen seguido Nuestros deseos según lo que no se descuidó en avisar e insinuar Nuestra Congregación encargada de la propagación de la fe, y confiando plenamente en Nuestros consejos y ordenaciones que últimamente se dirigían a vuestro bien común. Pues así nos veríamos obligados a llorar tantos daños y males como redundaron en vosotros, máxime por la disensión de los ánimos, con suma tristeza Nuestro espíritu.
3. Medidas adoptadas por el Papa.
Como no cesasen estas disensiones y visiones, ordenamos que Nuestra misma Congregación encargada de la propagación de la fe, con la mayor rapidez posible procurase conocer diligentísimamente tanto las antiguas como las recientes disputas de la nación Armenia y que los Venerables Hermanos Nuestros Cardenales de la S. R. I. de la misma Congregación las examinasen y considerasen según costumbre con su singular prudencia. Y sumamente solícitos por este asunto Nosotros mismos presidimos algunas de las reuniones y, oído el parecer de los mismos cardenales, manifestamos Nuestro pensamiento acerca de los principales artículos, no descuidando nunca de rogar y suplicar a Dios, rico en misericordia para que quiera ayudar y dar feliz éxito con el omnipotente auxilio de su divina gracia a Nuestra humilde labor iniciada tan sólo para el bien de vuestras almas. Siendo así que nada fuera para Nosotros más importante que mirar cuanto antes por vuestra tranquilidad y prosperidad, procuramos realizar lo que condujera a tan saludable fin. Por lo que conociendo que los daños de vuestra nación en gran manera se aumentaron por la publicación de los mencionados escritos, ordenamos que los principales de esos escritos, luego de un detenido examen, fuesen prohibidos y condenados, como también vehementemente reprobamos todas las demás cosas que se refieren a este asunto y que hayan salido a la luz pública, ya que antes o después de haber sido condenados aquellos escritos, tanto si han sido redactados en armenio como en armenio vulgar o en italiano o francés o cualquier otro idioma, máxime teniendo en cuenta que abundan en sentimientos de odio enteramente contrarios a la caridad cristiana. Dirigimos también todos nuestros cuidados para que en ese Seminario Constantinopolitano sea religiosamente promovida cada día más la recta y cuidadosa formación del clero, y para que las Familias Religiosas guarden un orden mejor que hasta aquí, y mandamos publicar por Nuestra misma Congregación de la Propagación de la Fe, un decreto referente a esto que mandamos fuera cumplido enteramente. Para que termine toda controversia y sospecha acerca de la doctrina de los monjes mequitaristas que viven en Venecia, queremos que sepáis que los mismos monjes nos enviaron una espléndida profesión y declaración de la fe y doctrina con las correspondientes firmas, lo que nos proporcionó suma consolación y satisfizo completamente Nuestros deseos. Pues no sólo con elocuentísimas expresiones profesan con espíritu animoso y decidido que acatan todas las ordenaciones y decretos de los Romanos Pontífices y Sagradas Congregaciones sea que ya estén publicados o que en adelante se publicaren y en particular las que vetan la comunicación en las cosas divinas con los cismáticos, sino que también clara y abiertamente declaran: que parte de su nación, cuyo bien y utilidad, principal y únicamente procura su instituto, infelizmente se encuentra separada de la comunión Católica Apostólica Romana y por eso declaran que abrazan y reconocen como a sus hermanos a quienes la Santa Iglesia Apostólica Romana reconoce como hijos suyos, condenando el error de los armenios cismáticos, afirman que ellos están fuera de la verdadera Iglesia de Jesucristo, y profesan que nunca dejaron de orar, predicar, y tanto con hechos, escritos y palabras procurar que los mismos errantes vuelvan al único pastor supremo, cabeza y centro es el Romano Pontífice, Sucesor de Pedro, Príncipe de los Apóstoles Y también os comunicamos que tomamos otras oportunas determinaciones para que desaparezca todo temor acerca de los colegios en los que los mismos monjes instruyen a la juventud Armenia. Y para que la principalísima obra comenzada por Nuestros predecesores y llevada por Nosotros a feliz término por la jerarquía ordinaria de los obispos, pueda en adelante proseguir prósperamente y se pueda tener la elección tanto del arzobispo primado como de los demás obispos sufragáneos, ordenamos que se diesen oportunas instrucciones por la predicha Congregación y mandamos que fuesen comunicadas al mismo arzobispo y a los demás obispos.
4. Anhelos del Papa: que todos vuelvan a la unión y caridad de Cristo Nuestro Señor.
Todas estas cosas abundantemente demuestran, Venerables Hermanos y amados hijos, cuan vehementemente estamos solícitos por vuestro bien espiritual y con qué paternal afecto de caridad amamos en el Señor a vuestra nación Armenia. Ahora pues os escribimos esta carta, con la que con todo amor os hablamos a todos y encarecidamente os exhortamos, advertimos y rogamos que os revistáis como elegidos de Dios de benignidad, humildad, modestia, paciencia y, unidos entre vosotros con estrechísimo vínculo de concordia y caridad depongáis todas las diferencias, disputas, envidias, iras, disensiones, tengáis en todo paz y santidad, y, sintiéndoos unos seáis perfectos en el mismo sentir y opinar y solícitos por guardar, en el vínculo de la paz, aquella unidad de espíritu que fue tan recomendada e inculcada por Cristo Señor Nuestro. Con tanta mayor confianza esperamos que sigáis Nuestras amantísimas amonestaciones, exhortaciones, deseos y peticiones, según vuestra fiel piedad para con Nosotros y esta Santa Sede, cuanto que, enseñados por una triste experiencia, sabéis cuántas calamidades haya sufrido vuestra ilustre nación por la discordia de los ánimos y cuan prósperos y faustos acontecimientos hubiese vivido, si todos unidos con mutua concordia de voluntades y amándose mutuamente, hubiesen caminado en la caridad de Dios. Recordando, pues, con cuántas calamidades habéis sido probados a causa de la discordia, considerando seriamente que toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá en pie[3] y teniendo siempre ante los ojos aquel aviso del Apóstol que si mutuamente os mordéis y coméis mirad que acabaréis por consumiros unos a otros[4], nada tengáis en adelante por más importante y estimable que fomentar entre vosotros con singular cuidado y celo la cristiana concordia de ánimo, tener paz y buscar las cosas propias de la paz. Todos recordáis con qué paternal solicitud os inculcó esta concordia el mismo predecesor Nuestro Pío VIII, quien al instituir la sede primacial arzobispal constantinopolitana dio fin a su Carta Apostólica con estas palabras de San León Magno, asimismo predecesor Nuestro: "La unión de todo el cuerpo es causa de unidad, salud y hermosura, y esta conexión de un solo cuerpo requiere unanimidad y exige sobre todo concordia de los sacerdotes". Estos consejos, verdaderamente saludables, no dejó de repetirlos con igual celo el otro predecesor Nuestro Gregorio XVI, para excitaros e inflamaros cada día más en esta mutual concordia de los ánimos. Ahora empero, nos dirigimos en particular a vosotros, Venerables Hermanos, obispos de esa provincia eclesiástica constantinopolitana y os rogamos encarecidamente en el Señor que con ánimos concordes e infatigable celo, no ceséis nunca de exhortar e inflamar a los fieles, a vosotros encomendados, ya con obras, ya de palabra, ya con el ejemplo, a una mutua concordia, paz y caridad, quebrantando y reprimiendo todo movimiento de disensión. Todos, pues, desempeñando cuidadosa y celosísimamente, con suma unión de ánimos, voluntades y opiniones, las obligaciones de vuestro gravísimo oficio episcopal aceptad a la grey de Dios encomendada a vuestro cuidado, velando sobre ella no forzada sino espontáneamente según Dios... ni como señores del clero, sino hechos espiritual ejemplo de la grey[5]. En primer lugar no perdonéis ningún cuidado, consejo ni trabajo para custodiar en vuestras diócesis íntegro e inviolable el depósito de nuestra divina fe, para que el clero sea santamente instruido en cosas óptimas y formado cuidadosamente en toda virtud y en el espíritu eclesiástico y enseñado en todas las disciplinas, sobre todo las sagradas, enteramente inmunes de todo peligro de error.
5. Recomienda el Padre Santo los medios suaves.
Para que los fieles sean imbuidos cada día más en las saludables doctrinas de la Religión católica y en sus santísimos preceptos y sean confirmados por los carismas de la gracia de manera que, apartándose del mal y haciendo el bien, crezcan en la ciencia de Dios, y con pie aún más ligero, caminen por la sendas del Señor, de manera que la honestidad de las costumbres, la integridad de la vida y la virtud, religión y piedad, reciban cada día mayor incremento florezcan y dominen los ánimos de todos. Y mirando siempre el ejemplo del Príncipe de los pastores, que se profesó manso y humilde de corazón que nos dejó ejemplo, para que sigamos sus huellas, nada tengáis por más estimable, Venerables Hermanos, que devolver con espíritu de suavidad y mansedumbre al recto camino de la justicia y verdad a los pobres errantes y siguiendo la prescripción apostólica argüirles, rogarles, reprendiendo con toda la paciencia, bondad y doctrina[6], como quiera que frecuentemente sea más eficaz para corregirlos la benevolencia que la austeridad, la exhortación que la amenaza, la caridad que la potestad. Y si alguna vez os veis obligados a mostrar seriedad y severidad, cuando hayan sido inútiles los remedios suaves y la gravedad del mal pida remedios más enérgicos, corregid a los hombres que delinquen según lo que prescriben los sagrados cánones, templando el juicio con la misericordia, el rigor con la suavidad, como conviene en gran manera a los pastores de la Iglesia que deben mostrarse a sus súbditos, madres en la piedad y padres en la disciplina.
Nos dirigimos también a vosotros, amados hijos clérigos de cualquier orden, tanto seculares como regulares, que incorporados así al divino ministerio, elegisteis ya al Señor como parte de vuestra heredad, subordinados como conviene a los propios obispos y obedeciéndoles y acordándoos de vuestra vocación y dignidad, esforzaos en seguir y conservar tal gravedad en las costumbres y santidad en la vida, que podáis llevar a los pueblos a un gran amor y veneración de vuestro orden, y dar un gran incremento a la edificación eclesiástica. Por lo cual, evitando cuidadosamente todas las cosas que están prohibidas a los clérigos y que de ninguna manera les convienen, no queráis nunca admitir nada que sea de escándalo a otro, sino procurad cada vez mostraros como ejemplo de buenas obras, en la palabra, en la conversación, en caridad no fingida, en doctrina, fe y castidad. Y cuando, sea por necesidad, sea por razón del sagrado ministerio os veáis forzados a vivir en casa de laicos, procurad con todas vuestras acciones mantener en tal forma la grandeza y dignidad de la persona eclesiástica, que brillando con el ornato de todas las virtudes, seáis buen olor de Cristo. Y vosotros, varones religiosos, teniendo presente el decreto que Nuestra misma Congregación ha publicado por Nuestro mandato el día 20 de Agosto del año pasado, procurad observarlo religiosamente. Vosotros, varones de ambos cleros, no dejéis nunca de insistir en la oración y rogarle continuamente a Dios para que derrame, siempre propicio, sobre vosotros y el pueblo cristiano los ubérrimos dones de su celestial gracia.
6. Cultivo de los Estudios Sacros.
No ceséis de cultivar asidua y cuidadosamente los estudios sobre todo de las divinas letras y sagradas disciplinas, de modo que podáis responder a quienes requieren de vuestros labios la ley y enseñar los mandatos de Dios a los que los ignoran y yerran. Buscando con singular industria y diligencia no las cosas que os pertenecen, sino las que interesan a Jesucristo, estudiad, amados hijos, ejercitad pía y santamente todas las obligaciones de vuestro sagrado ministerio y no ceséis nunca de cooperar unánimes en todas vuestras actividades con vuestros propios obispos, para que podáis procurar la salud eterna de los fieles, promover cada día más nuestra santísima Religión y su doctrina, extirpar los gérmenes de discordias e infundir en todos el amor a la concordia y paz cristiana. Dado que proviene de Dios toda sabiduría no deben jamás ensoberbecerse aquellos de entre vosotros que se destacan por su ciencia, sino que dando humildes gracias al Señor, dador de todo bien, usen de la doctrina para edificación propia y la de los demás, meditando seriamente que Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes y que juzga más severamente a los que recibieron más que a los otros. Pues, como sapientísimamente advierte San Gregorio Magno, predecesor Nuestro, cuántose aumenta también la cuenta que se pide por ellos, y por tanto deberán ser cada cual tanto más humilde y más pronto en el servicio de Dios, según su oficio, cuanto entienda que será más estricta la cuenta que habrá de dar[7]. No se encuentre nunca entre vosotros quien envidie en otros varones eclesiásticos aquellos dones que puedan redundar en utilidad espiritual del prójimo.
7. Exhortación a los fieles.
Pero ya Nos queremos dirigir a vosotros, dilectísimos hijos en Cristo de la nación católica Armenia, que vivís en las regiones de esa provincia eclesiástica constantinopolitana, cualquiera sea vuestro orden, edad, sexo y condición.
A vosotros, pues, os advertimos y exhortamos encarecidamente, según Nuestro sumo amor paternal hacia vosotros, que después de todas las diferencias, disensiones, envidias y rencillas, tengáis entre vosotros concordia y paz, soportándoos mutuamente con caridad. Esté pues, cada día más en vuestro corazón la perseverancia siempre más estable en la profesión de la Religión católica y la adhesión firme y constante a Nosotros y a esta cátedra del Beatísimo Príncipe de los Apóstoles, e insistid siempre en las obras de caridad para con Dios y el prójimo cumplid cuidadosamente cada uno de los mandatos de Dios y de la Iglesia haciéndolo todo en Nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Estad sujetos y obedeced a vuestros obispos, a quienes el Espíritu Santo puso a regir la Iglesia de Dios. A ellos está encomendada vuestra salvación, de la cual habrán de rendir algún día cuenta severísima al Eterno Príncipe de los Pastores por lo mismo es obligación de ellos el vigilar cuidadosamente, estar en vela y trabajar para llevarlos por la senda de la salud y confirmar lo débil con doctrina oportuna y verdadera, consolidar lo resquebrajado, enderezar lo depravado y dispensaros la palabra de vida como alimento para la eternidad. Por lo cual debéis ofrecer oído pronto a la voz y autoridad de obispos y jamás deberá suceder entre vosotros que alguien resista al propio obispo y quiera en cierta manera imponerle leyes, máxime en todo lo referente al ministerio y autoridad episcopal.
8. El celo de los Magistrados.
Os hablamos a todos vosotros que en esta nación católica Armenia os aventajáis a los demás en la nobleza de vuestra sangre, el esplendor de vuestra posición, la autoridad y las riquezas. Nada ciertamente más útil y conveniente podría ocurrir a vuestra ilustre nación que si brillarais todos vosotros en el esplendor de las virtudes lo mismo que en el honor y dignidad, puesto de vosotros espera el pueblo cristiano un ejemplo que imitar. Os pedimos, pues, insistentemente que, encendidos en el amor de la Religión y celo de la misma concordia, no sólo evitéis maquinar algo contra la Iglesia y vuestros obispos, como suelen hacer los que están separados de la unidad católica, sino que encaminéis todos vuestros cuidados y preocupaciones a que la Iglesia Católica adquiera allí mayor incremento y manifiesten todos la debida reverencia, acatamiento y obediencia tanto a la suprema y plena potestad confiada por Cristo a Pedro y a sus sucesores los Romanos Pontífices, de apacentar, regir y gobernar a la universal autoridad de que gozan los obispos en su propia grey, la que jamás puede estar subordinada y sujeta ninguna autoridad. Bien veis qué gloria podéis adquirir y qué merced tan abundante podréis lograr de Dios, retribuidor de todos los bienes, si obedeciendo a estos Nuestros avisos, deseos y pedidos, os esforzareis en procurar, según la medida de vuestras fuerzas, la utilidad y prosperidad de Nuestra santísima Religión.
9. Aclaración final. La Iglesia desea y ora por la unidad.
Antes de poner fin a este escrito, Venerables Hermanos y amados hijos, creemos deberos declarar clara y abiertamente algunas cosas acerca de un asunto en el que se ha suscitado gran confusión de opiniones y que no fue pequeño motivo de disensiones entre vosotros, pues suprimiremos así todas las ambigüedades y dudas. Merecen ciertamente gran alabanza quienes desean que vuelva a la unidad a aquella parte de vuestra nación que desgraciadamente se encuentra aún en el cisma, pues tal deseo responde plenamente tanto a los ardentísimos votos de la Santa Madre Iglesia, que nunca deja de rogar y suplicar a Dios para que todos sus hijos disidentes vuelvan a su seno y a sus brazos como también a las infatigables aspiraciones y afanes de esta Santa Sede que tanto ha trabajado y nunca dejará de trabajar para que esto se logre. Nosotros mismos, como bien sabéis, ya desde el comienzo de Nuestro Supremo Pontificado con ocasión de haber enviado un Legado al ilustre emperador de los turcos, enviamos una carta a los orientales[8], en la que con gran amor y celo los excitamos a que se apresuraran a volver a la profesión de la unidad católica. Ojalá que toda vuestra nación, respondiendo a la gracia celestial, abjurando sus errores, volviera con espíritu de docilidad y unidad al único redil de Cristo, del que está enteramente alejado quien no está unido a esta Santa Sede de Pedro, de la que dimanan para todos los derechos de la venerable comunión[9], a la que se debe todo honor y reverencia[10] y a la que por su principal preeminencia es necesario que se una toda la Iglesia, es decir, a los fieles de todas partes[11]. Ciertamente, experimentaríamos gran consolación y la universal Iglesia se regocijaría con gran alegría, Venerables Hermanos y amados hijos, si toda vuestra nación volviera a la unidad católica. Por lo que bien entendéis, que Nosotros no sólo no podemos aprobar el modo de obrar de aquellos que suelen tratar con modo áspero y duro a los cismáticos de vuestra nación ni tienen con ellos la debida consideración, sino que también reprobamos vehemente y absolutamente a quienes no tratan con amor y benevolencia, sino con aspereza y severidad aun a los que se convirtieron del funesto cisma a la unidad católica.
10. La Iglesia es celosa custodia de la unidad doctrinal.
Pero al mismo tiempo no podemos tolerar que algunos con el pretexto de promover la unión católica no quieran que se admita diferencia alguna con los errores de los cismáticos y abusando del celo con que esta Santa Sede procuró conservar los antiguos y santos ritos de la Iglesia Oriental, juzguen que en esto se ha de hacer cuidadosamente y por entero lo que acostumbran los cismáticos actualmente y sostengan que deben ser eliminados ciertos usos que fueron justificadamente introducidos, de manera que con solemne testimonio se demostrase cuan vehementemente rechace la herejía y el cisma vuestra nación católica y se adhiera firmemente a la unidad católica. Estos hombres querrían también que se suprimieran ciertas obras y reglas eclesiásticas que la experiencia demostró debían ser agregadas a la disciplina de los viejos cánones, siendo así que la Iglesia Católica, totalmente distinta de la herejía y el cisma que están muertos, floreciendo con perpetua vida, enriquecida con los tesoros de las riquezas celestiales y siendo maestra de la verdad y camino de salvación, es fecunda madre y nutricia de tantas obras santas y hermosísimas instituciones con las que fomenta la religión, piedad, humanidad y todas las virtudes y no deja nunca de proveer maravillosamente al bien común de todos, al orden, prosperidad y concordia. De ninguna manera ignoráis que el mismo Predecesor Nuestro Gregorio XVI publicó contra las maquinaciones de estos hombres su Carta Apostólica del día 3 de febrero de 1832, que comienza: ínter gravissimas. Resulta cosa singular y digna de admiración que estos hombres tan entusiastas por los ritos, no vacilen en apartarse en otras cosas de los mismos antiguos cánones de la Iglesia Oriental.
11. Se impone silencio sobre el asunto; otras medidas para volver a la paz y concordia.
Ahora, pues, Venerables Hermanos y amados hijos, después de todas estas cosas que movidos por el celo de Nuestra ardiente caridad hacia vuestra nación Armenia juzgamos deberos expresar y declarar para eliminar todas las dudas y ambigüedades, que Nos abrigamos la esperanza de que con la ayuda de Dios, según Nuestros ardentísimos votos, volverán de nuevo a revivir y dominar en los ánimos de todos vosotros, la concordia y la paz de las que vuestra misma nación puede esperar toda la prosperidad verdadera. Para que una tranquilidad tan saludable y tan deseada pueda más fácilmente ser lograda por vosotros, imponemos con esta carta perpetuo y absoluto silencio sobre las pasadas cuestiones y controversias y del todo prohibimos todas las reclamaciones y conversaciones que puedan turbar la paz entre los católicos armenios; asimismo prohibimos expresa y severamente que se aplique la designación de herejes y cismáticos a quienes están en gracia y comunión con esta Sede Apostólica. Si hubiese algunos, lo que esperamos no sucederá, que no obren rectamente o despierten sospechas, habrá que proveer las medidas convenientes y en primer lugar habrá que exponer el caso a esta Santa Sede con documentos adecuados y canónicos. Por lo que toca hacer después de estos avisos y declaraciones Nuestras, todos los perturbadores de cualquier clase y orden serán en adelante reos de grandísima culpa y no podrán de ninguna manera y con ningún pretexto excusarse si se les aplica la debida severidad. Pero los reiterados y espléndidos testimonios de filial piedad, amor y acatamiento hacia Nosotros y esta Santa Sede, que recibimos de todos los órdenes de vuestra nación Armenia católica, Nos llevan a una máxima esperanza de que vuestra misma nación Nos proporcione gran consuelo, alegría y gozo. Apoyados en esta esperanza no dejamos de rogar humildemente e insistentemente en todas Nuestras oraciones y súplicas con acciones de gracias, al clementísimo Padre de las misericordias para que os quiera conceder siempre propicio a todos vosotros, Venerables Hermanos y amados hijos, que todo os suceda próspera y saludablemente y que la paz de Dios que supera todo sentido custodie vuestros corazones e inteligencias y la gracia de Jesucristo y 1a comunión del Espíritu Santo sea con vosotros. Y como auspicio de esto y testimonio de Nuestra afectuosísima caridad paterna os impartimos con íntimo afecto de Nuestro corazón, a todos vosotros, Venerables Hermanos y amados hijos, la Bendición apostólica.
Dado en roma, junto a San Pedro, el día 2 de febrero de 1854, de Nuestro Pontificado el año octavo. Pío IX

[1] Pío VIII, Carta Apost. Quod iam diu y Aposlolatus officium, 6-VII-1830.
[2] Mat. 13, 25.
[3] Mat. 12, 25
[4] Calatas 5, 15
[5] I Pedro 5, 2-3.
[6] II Timot. 4, 2
[7] S. Gregorio Magno, Homilía 9, sobre el Evangelio
[8] Pío IX, Carta a los orientales In suprema Petri 6-I-1848
[9] S. Ambrosio. Epist. 12, al Papa Dámaso n. 2 y 4
[10] Concilio de Efeso, Actio IV (Mansi Coll. Conc. IV, col. 1311-E)
[11] S. Ireneo, Contra los herejes lib. III, cap. 3 (Migue PG. 7-A, col. 849-A).

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