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viernes, 4 de marzo de 2011

SEDE VACANTE VIII


¿EN QUE CONSISTE LA ELECCIÓN DE UN PAPA?
Si el Primado de Pedro debe ser perenne, si las palabras de Cristo deben tener cumplimiento, la sucesión del Primado no puede faltar permanentemente en la Iglesia. Simón, el hijo de Juan, murió, pero vive PEDRO, en sus sucesores, por voluntad expresa del Divino Fundador.
Esta diferencia existe entre el régimen político de la sociedad meramente humana y el régimen de la Iglesia: porque, aunque sea de la esencia de la sociedad humana el tener algún régimen, alguna autoridad, la forma de gobierno puede variar y, de hecho, varia, sin que estos cambios en las formas de gobierno impidan necesariamente la conservación y florecimiento de las sociedades. No así en la Iglesia. La misma voluntad del Divino Fundador, que quiso establecer un régimen en su Iglesia, determinó también de una manera inmutable la forma específica de ese régimen, en el Primado de Pedro. En la Iglesia, el régimen y la forma del régimen son de derecho divino: no está, pues, al arbitrio de los hombres, de ningún Papa, de ningún Concilio, ni de la Iglesia misma, el cambiar la forma de su gobierno.
Pero, hay que distinguir entre la institución divina, que establece el Primado de Pedro, como la forma específica y perenne del régimen de la Iglesia y la condición de esta sucesión, por la cual éste y no aquél, entre los pastores de la Iglesia, debe ser considerado tomo el legítimo sucesor de PEDRO y heredero, por consiguiente, de su cargo, con todas sus prerrogativas y poderes. La historia, desde luego, nos demuestra, con una evidencia incontrovertible, que los únicos obispos que han sido siempre considerados como legítimos sucesores de San Pedro, han sido los Obispos de Roma. Este es el "hecho". Luego, presupuesta la ley de la perenne sucesión, es decir, la voluntad de Cristo de la perpetuidad delPrimado, los Obispos de Roma son los verdaderos y únicos sucesores de las prerrogativas del Primado de Pedro, presupuesto, claro está, que ellos sean, legítimos y no espurios Obispos de Roma. Y la razón es clara: o admitimos que los Romanos Pontífices, que siempre han estado en la pacífica sucesión del Primado, son los únicos sucesores de PEDRO, o tenemos que confesar que la ley de la sucesión, establecida por Jesucristo, no se cumplió, ya que los Romanos Pontífices, como consta por la historia, son los únicos que han vindicado para sí la sucesión de Pedro y sus prerrogativas, y son también los únicos que han sido, como tales, reconocidos.
Es evidente que las cosas hubieran podido suceder de otra manera; pero, aquí no hablamos de lo que "hubiera podido suceder", sino de lo que de hecho sucedió. El hecho histórico es éste: San Pedro fundó y conservó hasta la muerte el Episcopado de Roma y sólo los Obispos de Roma han sido considerados como los sucesores de San Pedro.
Este es el "hecho histórico". Quédanos por demostrar el "derecho" divino inherente a la Cátedra de Roma, para heredar exclusivamente las prerrogatigas y poderes de Cristo, conferidos a Pedro, como cabeza visible y fundamento de su Iglesia, en el Primado de Jurisdicción y en la Supremacía del Magisterio. Tenemos, para probar este "derecho" el testimonio irrecusable de los Concilios. El Concilio Florentino, define como de fe, estas dos cosas: 1) que el Obispo de Roma tiene el Primado en todo el orbe universo; 2) que el Romano Pontífice es el legítimo sucesor de Pedro. "Deffinimus sanctam apostolicam sedem et Romanum Pontificem in universum orbem tenere primatum, et ipsum Pontificem Romanum succesoreem esse Beati Petri, principis Apostolorum", definimos que la santa apostólica sede y el Romano Pontífice tienen el Primado en todo el orbe universo, y que el mismo Romano Pontífice es el sucesor del Bienaventurado Pedro, príncipe de los Apóstoles". — El Concilio Vaticano, a su vez define: "Si alguno, pues, dijere que no es de institución del mismo Cristo N. S., es decir, de derecho divino, que San Pedro tenga perpetuos sucesores en el Primado sobre la Iglesia Universal, o que el Romano Pontífice no es en ese Primado el sucesor de Pedro, sea anatema". Según estas palabras del Concilio debemos creer, con fe divina y católica, no sólo el hecho del Primado de la Sede de Roma, sino también, el derecho que a ese Primado tiene la Sede Romana, como la legítima sucesora de San Pedro.
¿A qué se debe esa inmutabilidad, esa permanencia inalterable no sólo de hecho, sino de derecho a la sucesión de San Pedro de los Romanos Pontífices? Para contestar a esa pregunta tenemos que acudir de nuevo a la Tradición, como fuente auténtica de la Divina Revelación, no como fuente meramente histórica; porque los testimonios de los Padres sobre el derecho al Primado de los Romanos Pontífices son acerca de una cosa revelada por Dios a los Apóstoles. Y, a la verdad, leyendo la Tradición, encontramos que los Padres insisten en estas características exclusivas de la Sede Romana: a) A esta Sede es necesario que convenga toda la Iglesia Universal, b) La comunión con la Iglesia de Roma es como el distintivo de la verdadera religión y la nota con la cual se unen de una manera infalible todas las otras notas de la Iglesia verdadera, c) La Sede Romana es considerada como Madre y Maestra de todas las Iglesias, d) De ella dimanan los derechos, e) Ella no será vencida jamás por las Puertas del Infierno, f) Sede que Dios dio a Pedro para que se guarde por ella en la Iglesia la unidad. Ninguna restricción insinúan los testimonios de los Padres; ninguna posibilidad de cambio o de mudanza. Sus testimonios son absolutos, definitivos: como que hablan de una verdad de nuestra fe, conservada en el DEPOSITO DE LA DIVINA REVELACIÓN y perpetuada, desde los tiempos apostóli eos, por una tradición dirigida y garantizada por la asistencia del Espíritu Santo. El "derecho", pues, de los Romanos Pontífices al Primado de Pedro es de derecho divino y esta verdad nos consta por la autoridad del Magisterio de la Iglesia y por una divina Tradición.
Sin embargo, aunque los Romanos Pontífices sean los sucesores de Pedro, la condición de Pedro es, en cierto modo, distinta de la de sus sucesores, en su origen. Pedro, sin que mediase ninguna elección humana, fue, directa y personalmente, elegido por Cristo para el Primado de Jurisdicción y la Supremacía del Magisterio en su Iglesia; mientras que sus sucesores no obtienen, por derecho divino, directo e inmediato, la investidura pontificia, sin que intervenga la intervención humana de la elección de la persona, que ha de ocupar el Obispado de Roma. La unión del supremo poder de la Iglesia en la persona de Pedro fue hecha exclusivamente por el mismo Jesucristo; pero, en el caso de sus sucesores, esto no es así: la unión del poder con las personas individuales, que han ocupado el Papado, después de Pedro, no se debe precisamente a una designación directa y exclusiva de Cristo, sino a la humana elección, que, al hacerlos obispos de Roma, los hace sucesores de San Pedro. Indudablemente que, en toda legítima elección, interviene el Espíritu Santo, sin que esta asistencia divina venga a predeterminar, por decirlo así, la voluntad de los electores, para elegir a tal o cual persona. Por eso, como lo comprueba la historia de la Iglesia, en los cónclaves han ocurrido penosos conflictos, que han llegado a poner en duda la misma validez de la elección.
Dios, en su providencia inefable, permite el libre juego de las causas segundas, en elecciones no siempre acertadas ni conformes a su divina voluntad. Sin embargo, a no ser que haya algún impedimento in radice, la elección canónica, si fue legítima, hace, de iure ecclesiastico, al elegido, ipso facto, después de su aceptación, en virtud de la institución evangélica, la piedra, el fundamento de la Iglesia, el que tiene en sus manos las llaves del Reino de los Cielos, el pastor supremo de los corderos y de las ovejas. Esta elección se hace por los hombres y está regulada por el derecho de la Iglesia.
Por tanto, el sujeto, que, en el mar de Tiberiades recibió por derecho divino el Primado de Jurisdicción y de Magisterio fue únicamente la persona de Pedro, de Simón, hijo de Juan; pero la persona que en el cónclave recibe ese primado, mediatamente por derecho divino, inmediatamente por derecho eclesiástico, no es esta o aquella persona, en cuanto tal, sino en cuanto la elección canónica de los electores y la aceptación voluntaria del elegido, hace que la institución divina se prolongue en él. En otras palabras: Pedro fue Papa por elección divina, directa y exclusiva de Jesucristo; mientras que sus sucesores son Papas, porque la elección legítima de sus electores, al designarlos Obispo de Roma, hace que, como sucesores legítimos de Pedro, reciban las prerrogativas de Pedro.
Luego, si la elección canónica es el título para ser sucesor de Pedro en el Primado de Jurisdicción y de Magisterio de toda la Iglesia, debemos concluir que las condiciones de esta elección legítima dependen tan sólo del derecho pontificio, al menos ordinariamente. Además, que la persona legítimamente elegida y ya investida con el Pontificado, puede dejar de ser Papa por una abdicación voluntaria, o por deposición, si, según lo que hemos antes visto, el Papa, por notoria herejía, dejase de ser Papa.
Según el sentir común de los teólogos, debemos admitir que la pacífica aceptación de la Iglesia Universal en la elección de un Papa ha sido considerada siempre como un signo, por lo menos, cierto e indisputable, de la legitimidad de su elección. Sin embargo, en el terreno meramente hipotético, no podemos negar que una elección, en apariencia válida y legítima, sea, en realidad, inválida e ¡legítima, o porque el sujeto elegido no era capaz de ser elegido, o porque la elección, dentro del cónclave, fue irregular, al no ajustarse los electores a las normas del derecho pontificio todavía vigentes. En otras palabras, en caso de una crisis como la presente, es necesario estudiar primero la legitimidad del papa, que ocupa la Silla de San Pedro.

JUAN B. MONTINI NO ES UN VERDADERO Y LEGITIMO PAPA
Tenemos que llegar a sacar las conclusiones de todo lo que hasta aquí hemos escrito, aunque levanten al cielo sus brazos, en ademán de protesta y amenaza los múltiples "papólatras", como hay, en todas partes, y que, por salvar a Paulo VI y su espurio reinado, están dispuestos a sacrificar la Iglesia y su misma eterna salvación. Ante la presente "autodemolición" de la Iglesia, que estamos presenciando, tenemos que llegar, con la inmensa amargura, a esta ya tangible conclusión; Juan B. Montini no es un Papa legítimo.
Por principio de cuentas, empecemos por distinguir bien el sentido de las palabras, estableciendo un status quaestionis, para evitar equívocos o malas interpretaciones. Yo soy "papista", profunda, filial y entusiastamente "papista", pero no soy, ni nunca he sido, en manera alguna "papólatra". Ser "papista" es ser católico; ser "papólatra" es ser un fanático o un sectario. En tiempos de la Reforma protestante, los innovadores llamaban "papistas" a los que seguían fieles a la Cátedra y al Primado de Pedro, al Papado; es decir, a los que se mantenían en la unidad católica. El ser "papistas" significaba muchas veces la prisión, los suplicios, la misma muerte. Yo espero que, con la gracia de Dios, estaría dispuesto, si llegase esa hora, a padecer y morir por la fe de mis padres. En nuestros tiempos, la "papolatría", adoración supersticiosa del Papa, con que los calvinistas y luteranos trataban de infamar a los católicos, no tiene ese significado: no es el repudio de la institución de Cristo, del legítimo sucesor de Pedro, sino la falsa presunción que, al hacer al hombre que ocupa la Silla de San Pedro personalmente infalible e impecable, en todo lo que hace y en todo lo que dice, parece dar, en vida, al Papa un culto que no le corresponde, sobre todo cuando hay razones graves para dudar de la legitimidad del actual pontífice, de su misma ortodoxia.
Ya me imagino la gritería, que la sola definición de "papólatra", que hemos dado va a levantar entre los "miniteólogos" y minipontífices, los Genaritos, los Abascal, los Salmerón, los Brambila... de que está plagada la Iglesia en México. Me van a recordar las "condenaciones galicanas", sin entender siquiera lo que estas condenaciones condenaban. Yo no estoy hablando de los que legítimamente ocupan la Silla de Pedro, sino de los que ilegítimamente están ahí sentados, bien sea porque su elección fue nula, bien, porque, legítimamente electos, han perdido por su herejía, cisma o apostasía, la legitimidad de sus prerrogativas y poderes. ¿Dígame, Abascal, dígame su monaguillo Salmerón, rechazarían Udes. el epíteto de "papólatras" a los que, por engaño, por terquedad o por malicia, se empeñasen en defender y en dar culto a un antipapa o un papa sorprendido en la herejía? No se adelanten; no griten. Ya sé que Udes. niegan y reniegan que el papa Montini sea un antipapa o sea un papa hereje. Pero, prescindiendo del caso presente, ¿qué responden a mi pregunta? Evidentemente, los que se adhieren a un antipapa o a un papa hereje, son -es lo menos que se les puede decir— unos "papólatras".
Ahora bien, si un papa fue canónicamente elegido, sin ser "subiectum capax ad electionem", un sujeto que legítimamente pudiese ser elegido, por no haber sido nunca bautizado, por ser hereje, por haber sido educado en otra religión, distinta de la católica, aunque conservando las apariencias externas de ser verdadero católico, o, si, por su culpa, por sus lecturas, por sus compromisos, por su carencia de sólida doctrina o por sus debilidades humanas, perdió la fe, sin perder por eso sus prebendas, su mismo episcopado, su cardenalato -a lo menos a los ojos de los hombres-; si, en esas circunstancias, fuese canónicamente elegido papa -el caso no es imposible- ¿no serían "papólatras" los que, comprobado el fraude, siguen inconmoviblemente adheridos al falso papa, al "papa de iure, pero non de facto"? ¿Los que cierran los ojos para no ver la verdad?
Según las citas hechas antes de los grandes teólogos, de los Santos Padres y del Corpus lurís Canonici y de los mismos legítimos Papas todas estas hipótesis no son imposibles, ni contradicen en lo más mínimo la doctrina católica. De lo contrario, tendríamos que admitir, como dogma de fe, que todo aquél que se dice un verdadero Papa, lo es en realidad, aunque, la evidencia nos esté demostrando lo contrario. Sí, señores, puede ser elegido como Papa un sujeto incapaz de ser Papa, así como puede dejar de ser Papa un pontífice, que, por su culpa, perdió la fe católica, aunque esté consagrado, aunque haya sido coronado, aunque, con obstinación, por culpa o cobardía de los demás jerarcas, siga obstinado en un puesto, en el que no cree y del que se está valiendo para destruir la Iglesia, con la única autodemolición que es posible de la obra de Cristo, la que hace un falso papa. Estos son los "papólatras", que anteponen a la fe, a la misma Iglesia y al mismo Cristo, a su falso pontífice, que, con aplauso de los mismos católicos —malos, ignorantes, cobardes o convenencieros católicos- está autodemoliendo la obra de Cristo, para poder implantar una nueva religión. "No faltaba más -diremos otra vez con Bellarmino -que la Iglesia no tuviera poder para arrojar al lobo feroz y carnicero, que está devorando el rebaño"!
Estas enérgicas palabras de San Roberto Bellarmino no fueron escritas como un arrebato lírico, como una posibilidad imposible, sino como algo, que, dada la humana fragilidad, puede, por desgracia, suceder. Así como también las palabras de Cristo "Guardaos de los falsos profetas, que vendrán a vosotros revestidos de piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis" no son tampoco palabras vacías, que nunca habrían de tener cumplimiento en la Iglesia.
La actual situación de la Iglesia, en puntos vitales e intocables, que, a ciencia y paciencia del Papa Montini, pese a sus discursos semanales y a sus encíclicas turbias, que evidentemente han desconcertado a los que no se han tomado la molestia de estudiarlas, ni escudriñar en ellas los resquicios, que siempre quedan abiertos, con habilidad, a la herejía, ha demolido no una verdad de nuestra fe, sino la fe total, estableciendo el "relativismo" teológico y filosófico, que hace que la verdad sea inestable, esté en constante evolución, según las circunstancias de tiempos, de lugares y de personas. Esto es el modernismo, esta es la nueva religión montiniana, la nueva economía de Paulo VI. Bastarían tan sólo algunos hechos, para demostrar lo dicho a todos los que, teniendo ojos, quieren ver y teniendo oídos quieran oir. Pero, antes me voy a permitir copiar aquí unos pasajes de una reciente conferencia dada en la Mutualité de París, ante un auditorio de unas 4.000 personas, por el extraordinario Abbé Georges de Nantes. Existen entre nosotros no pequeñas discrepancias en algunos puntos importantes de nuestra resistencia; pero no por eso dejamos de admirarle, estimarle y reconocer su extraordinaria lucha.

EL ABBE DE NANTES DENUNCIA A JUAN B. MONTINI
"Mis queridos amigos: acabáis de oir toda nuestra doctrina, todo el programa de nuestra Contra Reforma Católica, con atención, con pasión. Yo os pregunto ahora: ¿Qué hay en él de anárquico, de insensato, de blasfemo? ¿Qué hay en él que merezca una sanción? Nada; nada, sino el hecho, a decir verdad, capital, que nadie puede sostener actualmente tales convicciones, eminentemente católicas y ponerlas en práctica, sin echarse encima al cura, al obispo y al mismo Papa, en asuntos tocantes al dogma, al culto, a la moral.
La primera reacción a esta hostil actitud es alzar los hombros y decir: ¿Qué le vamos a hacer? ¿De quién es la culpa? -Y esta es una buena reacción. Nuestra religión no depende de las opiniones y del humor en que estén nuestros pastores. Depende de Jesucristo, de quien ellos son meramente ministros. La resistencia a su opresión, la oposición abierta a la nueva religión es un derecho y un deber sagrado. Que cada uno se esfuerce por cumplirlo. Al principio seremos tan sólo un pequeño número, pero el mérito será más grande. Todo lo que vosotros debéis hacer, os ha sido recomendado: mantener el verdadero catecismo, participar valientemente en la verdadera liturgia, recibir los sacramentos en sus formas tradicionales, mantener en vuestros hogares la religión tradicional. . .
"Todos aceptan el programa, que hemos expuesto esta noche. Y existe, además, una multitud de otros sacerdotes y fieles, que callan, por un sentimiento de obediencia, que nosotros respetamos, aunque no participamos en él, los cuales, sin embargo, están en pleno acuerdo con nosotros. Por ejemplo, esos 2.000 sacerdotes, reunidos en Zaragoza, en el mes de septiembre, entre los cuales había unos 200 franceses, conducidos por el Canónigo Catta y el P. Balastrier. . . Ellos creian con buena fe hacer público su amor y veneración al Papa Paulo VI y su sumisión entera al Concilio Vaticano II; pensaban obtener asi la libertad para poder mantener su ministerio plenamente tradicional y católico. Como respuesta, el Papa se negó a enviarles la más pequeña bendición y prohibió a los Cardenales ya inscritos el asistir a su reunión y pronunciar las conferencias anunciadas y por ellos prometidas. De esta suerte, esta élite de sacerdotes edificantes, respetables, totalmente consagrados al servicio de la Santa Iglesia, aparecieron ante el mundo como castigados, desautorizados, excomulgados, por aquél mismo, cuyos pies estaban besando. Contra ese ostracismo nosotros los incitamos a una santa revuelta.
"Que el Papa y nuestros obispos estén descontentos no será motivo para que retrocedamos. Porque es bueno que se constituya de facto. si no de iure, una "comunidad de base", ¡inaudito! , de rito latino, en el seno mismo de ¡a Iglesia "reformada". La tradición católica no puede sobrevivir, diluida en todas partes, como si ella se conserva pura, en ciertos lugares. Y, puesto que la jerarquía no lo tolera, es necesario hacerlo, a pesar de ella.
"Bien está mantener lo que ahora tenemos; pero es necesario recuperar lo que hemos perdido. Y, para reconquistar, es necesario empezar, desde luego, -excusad mi brutalidad - derribando el Poder revolucionario o reformador. . . Puesto que todos los desórdenes y los crímenes se hacen hoy día, bajo el velo de la autoridad y son casi umversalmente aceptados por obediencia, es la autoridad la que debe ser reconquistada. Sin la autoridad del Papa, la "reforma" no tendría fuerza. Con el Papa, seguirá venciendo y aplastará toda resistencia.
"Si se tratase de opiniones libres, el Papa podría dominar, desde lo alto, la disputa, sin tomar parte en ella, como lo hizo Paulo V, en el debate sobre la gracia, entre jesuítas y dominicos.
"Si se tratase de la "pastoral", de los medios apostólicos, pedagógicos y científicos, puestos en práctica para la conversión de nuestros contemporáneos, como nuestros obispos lo repiten incesantemente, sería normal que el Poder ensayase aquí la aceleración y allá el freno. Tendríamos entonces obispos reaccionarios y obispos progresistas. Lo antiguo y lo nuevo coexistirían, con mayor o menor éxito, según la demanda; (con más o menos partidarios, funcionarían, según la necesidad).
"Pero, no. La selección está excluida, la autoridad ha tomado parte, hasta el punto de ser partidarista, monolítica, absolutista. El Pacto funciona; tiene todo siempre. Es el programa impuesto de una "nueva religión", cuya coherencia y novedad habéis oído esta noche. Es el culto del Hombre, proclamado por Paulo VI, después de la clausura del Vaticano II, en vez del culto de Dios, de la Virgen, de los santos. No nos tolera la Jerarquía, porque tiene el propósito preciso de sustituir la vieja religión por la nueva. Y así lo está haciendo. No nos tolerará, porque, en su intolerancia, ha hecho el ejercicio de su autoridad intolerable.
"He aquí por qué nuestra Contra Reforma Católica está jugando su papel propio y, yo creo, también singular. No nos podemos engañar: el Poder reformado, tal como ahora existe, no nos reconocerá jamás el derecho de subsistir, aun segregados, en el seno de la Iglesia. Si nosotros no lo derrocamos, ese Poder acabará por destruirnos. Esta es —excusadme— una lucha a muerte entre ese Poder y nosotros. . . Y me atrevo a decirlo, es una lucha entre el Poder y la Iglesia.
"Durante el Concilio se afirmó repetidas veces que no había Colegio, sino con el Papa. "Lo repitieron hasta las náuseas", dijo Congar. ¡Desventurado! Sin el Papa, toda su reforma hubiera sido viento. Contra el Papa nada hubiera subsistido. Los antipapas, en efecto, se aprovecharon de la entrada en juego de las fuerzas del Papado. El Concilio es Paulo. La Colegialidad es Paulo. La "REFORMA actual es siempre, es en todo, es sobre todo y en primer lugar PAULO VI. Si el Papa frunce el ceño, todo se para y viene a tierra. Todo se acelera, porque él lo quiere.
"El proceso de la "REFORMA CONCILIAR" -no lo disimulemos más —es el proceso de Paulo VI. Por esto, lógicamente, desde el principio, nuestra Contra Reforma ha interpelado al Soberano, no para constatar su legitimidad, ni para rechazar su autoridad, sino para apelar a él contra él mismo. Queremos conducir a Paulo VI a donde él no quiere ir, porque en este conflicto gravísimo se ha hecho al mismo tiempo "parte" y "partidario". Nosotros exigimos que sea él, de una vez por todas, solemne, infaliblemente, como Vicario de Cristo, sucesor de Pedro y Jefe Supremo de la Iglesia, el Juez entre él y nosotros; el Juez de su propia causa. Nosotros apelamos a Paulo VI contra Juan B. Montini. Hoy volvemos a repetir lo mismo.
"Yo he apelado a la Santa Sede, en mi "Carta al Cardenal Ottaviani, en julio de 1966. (cf. "Carta a mis amigos" 231—. Yo he apelado al Papa contra la Reforma Conciliar, en mi 'Carta al Soberano Pontífice' del 11 de octubre de 1967. Yo he acusado al Papa y al Concilio de herejía y de cisma, en mi Proceso en el Santo Oficio, en la misma Roma, en mayo y julio de 1968. (Dossier CRC, N° 23-25). El poder se contentó con "descalificarme", por el simple hecho que yo había sostenido acusaciones, que, como el declaró, no podían sostenerse. Se condujo, pues, entonces, no como juez, que examina una causa, sino como un tirano que no acepta la sospecha, que considera un crimen toda apelación a su propia justicia.
"La Contra Reforma Católica vuelve a reanudar su anterior postura. Después de un año, apela del Papa y de los Obispos del Vaticano II, reunidos en Concilio Pastoral, al mismo Papa y a los mismos Obispos, reunidos, esta vez, en Concilio Dogmático, el Vaticano III. Es la solución adecuada .i la crisis de este decenio. Todo lo que hemos dicho esta tarde sería, en un Concilio dogmático e infalible, el triunfo de la Tradición, el anatema contra la REFORMA actual y la liberación del pueblo cristiano. Sería; será, mejor dicho, una fiesta semejante a la famosa FIESTA DE LA ORTODOXIA, que, en Constantinopla, en el año de 849, terminó la lucha iconoclasta, después de ciento veinte años.
"El medio para recobrar la salud está bien definido: Es necesario quitar el obstáculo. Y el obstáculo es el Papa Paulo VI, que ligó su nombre, su reinado, su corazón, la terrible pujanza de su autoridad y de su fascinante personalidad al "partido de la REFORMA". A la instauración del culto del Hombre en el Santuario de Dios. Vivo, él fortalece la REFORMA. Muerto, se convertirá en una garantía intangible y sagrada.
"Todas las pruebas, que, en contrario, aporten sus cortesanos, que crean las gentes buenas, que hagan destacar ciertos publicistas, no pueden nada contra la terrible realidad: Paulo VI es el Papa del Concilio, el Soberano Contratista de la "autodemolición" de la Iglesia, el introductor de Satanás entre nosotros. EL CULTO DEL HOMBRE es él. EL ECUMENISMO es él. LA LIBERTAD RELIGIOSA es él. EL INDIFERENTISMO es él. EL NUEVO CATECISMO es él. LA NUEVA MISA es él. LA SUPRESIÓN DE LOS EXORCISMOS EN EL BAUTISMO es él y LA SUPRESIÓN DE LA FUNCIÓN DEL EXORCISTA es él, en el momento que él mismo declara que Satanás está entre nosotros.
"Ciertas maniobras decisivas nos descubren su voluntad precisa y su responsabilidad personal y decisiva, tales como las reducciones al estado laical de tantos miles de sacerdotes, como la supresión del juramento antimodernista y la inmunidad garantizada por él a Hans Kung, Schillebeeckx, Cardonnel. . . como la intervención determinante en favor de los progresistas españoles, encabezados por el cardenal Tarancón, contra sus propios auxiliares de la Congregación del Clero y del Santo Oficio, los Cardenales Wright y Soper.
"En fin, ciertos pasos suyos traspasan la línea roja, que separa lo lícito de lo vedado. Ha habido violaciones a la ley divina, insoportables a Dios, a la Iglesia y a los verdaderos católicos, actos que deberían ser anatematizados, en vida del prevaricador o después de su muerte, pero que no pueden en manera alguna tolerarse en la Iglesia. Lo digo llorando: el Papa acepta herejes y cismáticos a recibir la comunión. El Papa jamás ha sancionado las "eucaristías" sacrilegas, inválidas o blasfemas, como las patrocinadas por Monseñor Riobé de Orleans. El Papa permite que se difundan los falsos murmullos sobre pretendidos acuerdos, entre católicos y protestantes, acerca de la Ecuaristia. El Papa prepara lenta y silenciosamente la afiliación de la Iglesia Católica al Concejo Mundial de las Iglesias, organismo del movimiento ecuménico protestante.
Es necesario deponer al Papa, porque Paulo VI es la encarnación de la violación de la ley de Dios por los reformistas, antes de que él deie el desorden en el modo de la elección de su sucesor, preparando el caos.
"En consecuencia he decidido, de acuerdo con los Jefes del Circulo, reunidos en Congreso, el 1 de octubre, y con el acuerdo también con mis Hermanos en religión, el ir a depositar a los pies de Su Santidad el Papa Paulo VI un libellun accusationis, un libelo de acusación, contra su propia persona, por herejía, cisma y escándalo, exigiéndole una sentencia solemne, un juicio infalible sobre sus propios actos. De cualquier otra autoridad sería ridículo pretender obtener un juicio justo sobre esa misma autoridad. Pero, si el Papa es un hombre, pecador y falible, es impecable e infalible en su función suprema de Juez en materia de la doctrina de la fe y de la moral.
"Si el se niega a juzgarse a sí mismo y se conduce como un déspota, exento de la ley divina, o si por su inercia se reconoce culpable, apelaremos a su Iglesia diocesana, la Iglesia de Roma, Madre y Maestra de todas las Iglesias, la única habilitada para hacer un proceso formal y pronunciar la sentencio de deposición, que resultaría de esta mueite espiritual del Papa, canónicamente reconocida.
"La Iglesia no puede soportar, asimilar, conservar el error en su seno. Su patrimonio necesariamente lo excluye. Un Papa que predica a J. J. Rousseau y no a San Agustín, a Lamennais contra San Pío X, a Biondel en vez de Santo Tomás debe ser obligado a cumplir su deber de retractarse o si no, la Iglesia muere. Los tomos de las Actas Conciliares y Pontificias de estos diez últimos años alimentarán en próximo día, yo tengo la firme esperanza, las llamas de un gigantesco auto de fe, único en la historia.
"Porque la plenitud del Espíritu Santo visiblemente conduce siempre a la Iglesia. Cuando se cerrará el paréntesis de este negro decenio, los faroles del Vaticano se extinguirán, las quimeras de Paulo VI serán condenadas. Tal vez las dificultades de la Iglesia sean las mismas; pero entonces la pugna estará entre la verdad y el error, entre la virtud y el vicio, entre la belleza y la fealdad, entre el orden y el desorden, no de pestilenciales dialécticas de joven y de viejo, de nuevo o de antiguo, de dinámico o estático. Entonces la Iglesia, exorcizada de estos demonios modernos, podrá serva a Dios, a solo Dios.
"No pasará el año, sin que nosotros hayamos llevado nuestra acusación a Roma, exigiéndole al Papa que se retracte o dimita. Yo no quiero ser el único en este trabajo y este honor. Si queréis, si lo juzgáis santo y saludable, podréis compartir conmigo el trabajo y el honor".

He querido reproducir aquí esas enérgicas palabras del Abbé Georges de Nantes, en su famosa conferencia, pronunciada en la Mutualite de París y en la que, con valentía cristiana, hace recaer toda la responsabilidad de la presente caótica situación de la Iglesia, sobre la actuación y el gobierno del Papa Montini. Podemos disentir en algunos puntos con el Abbé de Nantes, pero, en el fondo, a no dudarlo, estamos de acuerdo: Juan B. Montini es ante Dios, ante la Iglesia y ante la historia el verdadero responsable de la desacralización, de la protestantización y de la judaización, que estamos viendo. Porque.
a) ¿Qué explicación podemos dar a esa increíble afirmación que hizo el pontífice, delante los miembros de la ONU, de que esta organización judeomasónica es la única esperanza de la humanidad? ¿Qué sentido católico pudo tener su mismo viaje a Nueva York, en momentos tan delicados, cuando se celebraba en Roma un Concilio Ecuménico, de proyección y trascendencia tan peligrosa para el porvenir de la Iglesia? Abandonó el aprisco para parlamentar con los lobos.
b) ¿Qué explicación católica podemos dar al viaje del Papa a Ginebra, su visita al Concejo Mundial de las Iglesias, su discurso delante de esos falsos cristianos, casi todos masones, que se hacen llamar obispos de las sectas protestantes?
c) ¿Podemos llamar "Encíclica" ese documento subversivo la "POPULORUM PROGRESSIO", que, con el viaje eucarístico de Paulo VI a Bogotá, ha ocasionado la inconformidad, las guerrillas, los secuestros, los actos terroristas, la revolución intestina, los golpes de Estado y toda esa increíble inseguridad en que vivimos? Paulo VI, con su enjambre de agentes confidenciales, con ese ejército o milicia "subversiva", la que, con toda razón, podríamos llamar la anti-Compañía de Jesús, por medio de sus consignas confidenciales, por medio de la política episcopal de los Hélder Cámara y los Sergios Méndez Arceo, secundados por los obispos de Hermosillo, Ciudad Juárez, Chihuahua, San Cristóbal de las Casas y el ex-obispo de Zacatecas, que en un año y medio, debido a su inexperiencia y fogosidad, tuvo que dimitir, para entregarse con más libertad a esa labor redentora y revolucionaria; Paulo VI, digo, es, sin duda alguna el principal responsable no sólo del derrumbe aparatoso de nuestras estructuras, sino de la pérdida de la fe que estamos lamentando en nuestros pueblos latinoamericanos. Porque, la sólida fe de nuestros pueblos, probada en las persecuciones más sangrientas, no estaba acostumbrada a escuchar ese nuevo evangelio, que hoy predican los curas subversivos, los tercermundistas, los seudorredentores, que encubren sus traiciones a Dios con la máscara, intolerable por su insinceridad, de la "Iglesia de los pobres" y la "justicia social".
d) ¿No advierten los "papólatras" que estamos sin el Santo Sacrificio; que lo menos que podemos decir de la "nueva misa" es que es equívoca, injuriosa a Dios y pecaminosa? ¿Qué queda de la vida eucaristica, qué de nuestros sagrados dogmas eucarísticos, qué de la majestad sublime de nuestra liturgia, ecumenizada, judaizada por Juan B. Montini? El es, ante Dios, responsable de este supremo atentado a lo más sagrado que tenemos, que es la Divina Eucaristía, el centro de nuestra religión, el compendio de todas las maravillas que Dios ha hecho a los hombres. Aunque se obstienen los "papólatras", la "nueva misa", que a ellos mismos no les gusta, es un sacrilegio, un gran sacrilegio, que diariamente perpetúa, en nuestros templos, la ofensa, el ultraje a Jesucristo, Sacerdote y Víctima. Parece que, en estos días amargos, se están cumpliendo las palabras proféticas de Daniel (VIII, 11 ss.): "Y se ensoberbeció hasta contra el Príncipe de la milicia (celestial); le quitó el Sacrificio perpetuo y arruinó el lugar de su Santuario. Un ejercito le fue dado para destruir el Sacrificio perpetuo, a causa de los pecados;echó por tierra la verdad y lo que hizo le salió bien". El Emo. Cardenal Ludovico Billot, S. J., en su obra sobre la "parusía", atribuye el cumplimiento de esta dramática profecía a los últimos tiempos y al Sacrificio Eucarístico.
Sí; gracias a Paulo VI, que se ensoberbeció contra el Príncipe de la milicia (celestial), Cristo, ha desaparecido el "Sacrificio perpetuo" y sólo queda reducido a la Iglesia de las catacumbas. Un ejército, un verdadero ejército le ha sido dado para llevar a cabo esta espantosa profanación, para destruir el "Sacrificio perpetuo", para echar por tierra la verdad. ¡Y todo, hasta ahora, le ha salido bien!
Nuestro teólogo, el que tira la solapa, Don Antonio Brambila, en un reciente artículo hacia la izquierda, a donde frecuentemente fluctúa su discurso dialéctico, titulado: ¿Y QUIEN DECIDE? , nos recuerda que hay en la Iglesia "una tradición apostólica intocable, que constituye el depósito y es el objeto de su fidelidad; y de que hay en ella también tradiciones menores, que nos vienen o de los apóstoles, como cosa secundaria y mudable, o de generaciones cristianas posteriores". Y, a continuación se hace esta pregunta inocente: ¿Y quién decide, quién discierne entre lo esencial y lo secundario? , ¿entre lo que es de origen apostólico y lo que nos viene de generaciones posteriores?
La tendencia del artículo del P. Brambila es clara: el rito tridentino no es esencial; es secundario, y, por lo tanto, puede ser mudado, según los personales gustos y opciones de los pontífices, que sucesivamente gobiernen la Iglesia. Según Antonio, con el mismo derecho con que Pío V "codificó", según la tradición apostólica, el Ordo Missae, pudo Paulo VI hacer su radical reforma, con el auxilio de los "hermanos separados", para "ecumenizar" la "cena" eucarística. Y, con ese mismo título y derecho, añadiremos nosotros, cada nuevo Papa que venga, podrá introducir nuevas reformas, según las conveniencias o exigencias de tiempos, de lugares y de personas. "Fue el Pontífice San Pío V, dice el Dr. michoacano, el que autorizó y promulgó en el siglo XVI el Misal Romano. Pronunciamiento humano, digo, que tiene por causa la autoridad del hombre concreto, que fue San Pío V; porque hay pronunciamientos humanos como el de que 'dos y dos son cuatro', que son humanos en el sentido de que los pronuncia (son pronunciamientos) un hombre, pero no en el sentido que tengan al hombre por autor. Las verdades inmutables tienen por autor a Dios, y el hombre simplemente reconoce que así son, y así lo pronuncia. Pero cuando algo es humano, en el sentido de que tiene al hombre no sólo como pronunciante, sino también por autor propiamente dicho, ese humano es mudable en sí. No puede ser superior el efecto a su causa, y por eso las obras de un hombre, pronunciadas por él como definitivas, están a la merced de otro hombre, que tenga la misma autoridad del que las promulgó. San Pío V, usando de su autoridad apostólica, promulgó como definitivo el Misal Romano, que lleva su nombre; y ahora Paulo VI, con la misma autoridad pontificia de San Pío V, ha puesto un "Nuevo Ordo Missae", que le pareció más adecuado a los tiempos, que se nos vienen encima y que él mismo, siguiendo la voluntad del Concilio Vaticano II, ha mandado vertir a todas las lenguas del mundo".
Aquí tenemos, pues, a Antonio, definiendo varios puntos muy importantes, que aplicados, lógicamente establecen el "relativismo" filosófico y teológico en toda la doctrina de nuestra fe católica. San Pío V nos dice que el Misal Romano, por él promulgado, había sido elaborado "por varones versados, que tuvieron en cuenta los códices más vetustos y autorizados en esta materia, que se encontraban en la biblioteca y archivos de Europa". En cambio, la misa de Paulo VI fue confeccionada por protestantes y católicos, con manifiesta tendencia a "ecumenizar", "protestantizar" y "judaizar" la "asamblea". Vienen aquí muy bien ¡as palabras de Pío XII, en la "Mediator Dei" Hay algunos demasiado ávidos de novedades, que se alejan del camino de la sana doctrina y de la prudencia, pues con la intención y el deseo de una renovación litúrgica mezclan frecuentemente principios, que, en la teoría o en la práctica compromenten esta causa santísima, y la contaminan también muchas veces con errores, que afectan a la fe católica y a la doctrina ascética".
Prezzolini, escribe en la NAZIONE: "Una gran parte del clero, y ciertamente la más activa, está ya dispuesta a reconocer que la Iglesia, aunque de institución divina, vive en un mundo que no es divino y con el cual debe estabilizarse. Los teólogos del pasado han enseñado a los teólogos modernos que, distinguiendo, se puede cambiar sentido a las leyes y dirección a los acontecimientos. Estoy seguro que la mayor parte del clero progresista está convencido de que se está preparando para la Iglesia una nueva juventud. . . Yo temo, en cambio, que estos concilios de obispos, estas manifestaciones de curas, estas peticiones de matrimonio, estas modificaciones del traje de las monjas y de los frailes, estas nuevas liturgias, son solamente el preludio de lo que yo definiría precisamente la liquidación de la Iglesia".
En su artículo, el P. Brambila justifica con la autoridad de Paulo VI la reforma de la misa, hecha por él o ordenada por él. Contra esto escribió el Osservatore Romano: "Que el Vicario de Cristo sea quien ordene la implantación de la nueva misa no es suficiente, para garantizar, a juicio de muchos, su bondad doctrinaria y su utilidad pastoral". ¿No es suficiente para el P. Brambila el "Breve Examen Crítico", presentado a Paulo VI y la inusitada y enérgica Carta de los Cardenales Ottaviani y Bacci, en la que se le advierte al Papa que el "Novus Ordo Missae" se aparta de una manera impresionante de la doctrina tradicional del Concilio de Trento?
"Norma antigua y rito de los Santos Padres" llama San Pío V al Misal por él promulgado a perpetuidad. ¿Inspiró el Espíritu Santo al Papa estas palabras o no las inspiró? Si las inspiró, entonces tenemos que concluir que el Espíritu Santo cambió de opinión, al inspirar ahora a Paulo VI su misa ecuménica; si no las inspiró, entonces tampoco ahora inspiró al Papa Montini su reforma litúrgica, sino que han sido los pactos secretos, los compromisos adquiridos con los enemigos de nuestra fe católica los que han hecho que Juan B. Montini, contra el sentimiento de los fieles, contra el parecer de los grandes teólogos, contra el bien mismo de la Iglesia, nos imponga su reforma litúrgica.
¿Qué significa para el P. Brambila la "perpetuidad", que San Pío V dio a la Misa Tridentina, a la Misa ajustada "a la norma antigua y al rito de los Santos Padres"? ¿No tienen valor para nuestro "experto" teólogo, las siguientes palabras de San Pío V: "Establecemos y ordenamos, por esta nuestra Constitución, que ha de tener valor perpetuamente, bajo pena de nuestra indignación, que a este Misal nada jamás se ha de añadir, quitar o cambiar. . . En virtud de santa obediencia mandamos. . . que, haciendo a un lado todas las razones y los ritos de otros Misales, por muy antiguos que sean y que hasta ahora se han acostumbrado observar, en adelante. . . (sacerdotes y obispos) lean o canten la Misa, según el rito, modo y normas prescritas por Nos en este Misal, y prohibimos que en la celebración de la Misa presuman añadir o recitar otras ceremonias o preces distintas de las que están contenidas en este Misal. . . Y concedemos y otorgamos que este Misal sea usado en todas las Misas, cantadas o rezadas, sin ningún escrúpulo de conciencia, sin incurrir en ninguna pena, en ninguna sentencia o censura, de aquí en adelante, con toda libertad y licitud, con Nuestra autoridad apostólica, por tenor de este presente documento, etiam perpetuo, a perpetuidad"?
Nunca hemos dicho que la autoridad apostólica haya terminado con San Pío V, ni que los sucesores de este Papa no pudiesen hacer alguna mudanza en el Misal Romano. Lo que hemos dicho es que estas modificaciones no podían cambiar lo substancial de las antiguas rúbricas, ya que esas rúbricas, como nos lo dice San Pío V, habían codificado a perpetuidad la tradición apostólica, la tradición de los Santos Padres y eran, por lo tanto, la expresión de la fe de la Iglesia. "Las obras de un hombre cualquiera, pronunciadas por él como definitivas, están a la merced de otro hombre que tenga la misma autoridad del que las promulgó", dice el P. Brambila, pero omite que el que promulgó no es un hombre cualquiera, sino un Papa y un Santo, y que lo que promulgó está íntimamente ligado con la fe inmutable de la Iglesia; y olvida también el mencionar que en el gobierno del pontífice reformador, hay muchas cosas que impresionantemente se apartan deja doctrina definida por los anteriores Papas y Concilios.
El Papa Montini, en su afán ecuménico, ha hecho alianza con los hijos de la iniquidad, para destruir sigilosamente la unidad dogmática, moral, litúrgica y disciplinar de la Iglesia. También es verdad que la mayoría de obispos y cardenales le secundan; es verdad que los dos mil sacerdotes de la Jornada de Zaragoza le aclamaron, a pesar del menosprecio con que él les negó la bendición apostólica. ¿Podemos todavía creer en el Papa Montini cuando todos sus actos le denuncian, cuando, para realizar su labor comprometida, él se ha rodeado de cardenales y obispos, de cuya probidad y ortodoxia podemos con justicia dudar? Eliminó o marginó a los prelados ortodoxos, valiéndose del ardid de la edad, para sustituir sus puestos con incondicionales colaboradores, que dócilmente secundan sus consignas. La renuncia se pide y se acepta a los prelados ortodoxos o inconformes con la subversión, mientras que el reinado de los incondicionales se prolonga, aunque hayan rebasado la edad de los 75 años, como sucede en el caso de nuestro cardenal Primado.
e) ¿Quién sino Juan B. Montini firmó y autorizó, no obstante el velo de democracia parlamentaria, con que encubrió sus maniobras, todos los documentos conciliares, cuyo equívoco permanente y cuyos errores manifiestos son un motivo de constantes ¡ncertidumbres y dudas en los mismos principios básicos de la fe? Malo fue -ya lo dijimos el Concilio— pero inmensamente peor ha sido el post-concilio, en el que los Motus Proprios, las Encíclicas y las Constituciones Apostólicas de Paulo VI han demolido todas las estructuras de la Iglesia.
f) ¿Cómo podemos defender la participación oficial del cardenal Willebrands en las fiestas luteranas de Alemania, como representante oficial del Vaticano, es decir, de Paulo VI, en cuya ocasión el purpurado defendió y enalteció la personalidad de Lutero, sin advertir que esa defensa significaba una formal condenación del Concilio de Trento, uno de los Concilios más importantes de la Iglesia?
g) Con su habitual astucia, no tan sólo ha tolerado la recepción de la Sagrada Comunión a herejes comprobados y confesos, sino que ha autorizado, en circunstancias particulares, las cuales quedan a juicio de otras personas, la ¡ntercomunión in sacris con los anglicanos y otros herejes. Y ha aceptado, contra la doctrina de Trento, de que, en algunos casos, como cuando hay falta de confesores, se pueda admitir a los fieles a comulgar, con una absolución colectiva.
h) Pero, hay un punto delicadísimo, del cual poco se ha hablado, y que, para mí, es una prueba clara de la incompetencia de Juan B. Montini. Se terminaba el "AÑO DE LA FE" para celebrar el décimo nono centenario del martirio de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo. El Papa Montini para testimoniar "su voluntad inquebrantable de fidelidad al Depósito de la Fe" y "para confirmar en la fe a sus hermanos", quiso hacer una profesión de fe, pronunciar UN CREDO, SU CREDO, el CREDO DE LA IGLESIA, un CREDO, que no es una definición dogmática, un CREDO adaptado, aggiornado, UN CREDO ECUMÉNICO. Yo pienso, en perfecta armonía con la doctrina de la fe católica, que un CREDO, TODO CREDO, CUALQUIER CREDO ORTODOXO, especialmente pronunciado por un Papa, en ocasión tan solemne, en circunstancias tan aflictivas para la Iglesia, debe estar garantizado por el carisma de la "infalibilidad del Magisterio" y es, por lo tanto, una DEFINICIÓN estrictamente dogmática. Paulo VI, para introducir fraudulentamente "sus opiniones personales ecuménicas", descarta la "definición dogmática" y quita así a su CREDO todo valor, haciendo un nuevo CREDO, en el que no está pura, incontaminada, inadulterada la fe tradicional de la Iglesia Católica. Un Credo, según nos deja entender dogmáticamente el Vaticano I, no puede adaptarse a la "condición espiritual de nuestros tiempos"; este el Credo Montiniano, dialéctico, evolutivo, inconstante, mudable.
i) Voy a transcribir aquí unos extractos de una carta que me escribió un gran amigo, protestante por religión y americano por nacimiento, que, antes del Vaticano II, estaba a punto de convertirse al catolicismo; pero, ante el derrumbe del Concilio Pastoral desistió de su intento:
"We protestants, whe believe implicitly in Christ and in the great fundamental message of His Gospel, might be expected to rejoice ever the Román Catholic compromise with Protestantism, synbolized by the Ecumenical Conference, Such is not the case. On the contrary, we are distressed. In recent years Protestamtism has become so corrupt that ¡t seemod that there had developed in the world a tendency on the part of desillusioned Protestants to yield to the conserting nessage of the Paulist Evangelists. Even dogmatic Protestants could not be lieve that the Román Chuch would ever permit itself to be intiltrated by moriernism, skepticism, subversión, perversión and diversión.
"Under Pope John XXIII, conservative Protestants detected a dissipation of the traditional Christian doctrine inside the Román Church. They witnessed the invitation of Pope John to the communist leaders of Rusia, mcludiny the daughter and son-in law of Kruschov. They witnossed schockiny encouragements to the ene mies of Christ, the Jewes. They saw protestant leaders receive in thi.' Vatican, who had been emcouraging and promting apostacy, Um belief and Communism itself.
"These circunstances and others caused potential Piotestant con-verts to turn back, to withdraw en the grounds that the same dilu ting and adulterating torces wich had corrupted Protestantisn were at work inside the Román Church. In years past the uncompro-mising dogma of the Román Church has suggested even to the sub-conscieus minds of the Protestants that there was in this world a holy preservation of permanent faith wich no outside forcé could diluíe or adultérate. This attitude has been impaired by recent events related to what seems to be compromising progressivism inside the church.
"Wen I saw that the Papal organized Ecumenical Conference was opening its doors to Pretestant leaders, I grieved —no for the sake of the Protestants, but for the sake of the Catholics, because official Protestantism in America and in the world is now Jew controlled, Communist infiltrated and materialistcally influenced.
"Protestantism is controlled largely by Episcopalians, Presbyte-rians and Methodists. These official religious buieacracias are pro-Moscow, socialistic and. for all practical purposes, have surrendered the doctrine of salvation trough the blood of Christ and have substi-tuted the social gospel for the Gospel of Christ; and when I saw this materialistic-Jow-controlled apostacy bemg pored upon the altars of Catholicism I said within my soul: "The Catholic Church is being poisened with the "he lock" of Jewish-created heresy".
La traducción es la siguiente: Podría esperarse que nosotros, los protestantes, que creemos implícitamente en Cristo y en el gran mensaje fundamental del Evangelio, estaríamos gozosos en el compromiso de la Iglesia Romana con el Protestantismo, simbolizado por la Conferencia Ecuménica. Pero este no es el caso. Por el contrario, estamos acongojados. En los últimos años, el Protestantismo habíase corrompido tanto que parecía haber ¡do piovocando una tendencia de parte de los desilusionados protestantes a rendirce al mensaje de conversión de los Evangelistas Paulinos. Aun los protestantes dogmáticos no podían pensar que la Iglesia Romana podría nunca permitir el ser infiltrada por el modernismo, el escepticismo, la subversión, la perversión y la diversión.
Bajo el Pontificado de Juan XXIII, los protestantes conservadores descubrieron una disipación de la doctrina tradicional cristiana, dentro de la Iglesia Romana. Fueron testigos de la invitación del Papa Juan a los líderes del Comunismo de Rusia, incluyendo a la hija y al yerno de Kruschev. Fueron también testigos de los asomhrosos y repulsivos estímulos ofrecidos a los enemigos de Cristo, los judíos. Vieron que líderes protestantes fueron recibidos en el Vaticano, los mismos que han estimulado y promovido la apostasía, la pérdida de la fe y el mismo comunismo.
Estas y otras circunstancias han causado que protestantes, potencialmente convertibles, se han vuelto atrás o se han arrepentido, porque han visto que las mismas fuerzas disolventes y adulteradoras, que han corrompido al Protestantismo, están también actuando dentro de la Iglesia Romana.
En el pasado, los dogmas no comprometidos de la Iglesia Romana habían sugerido, aun a las mentes subconscientes de los protestantes, que había, en este mundo, una santa preservación de una fe permanente, que ninguna fusrza extraña podía disolver o adulterar. Esta actitud ha sido menoscabada por los sucesos recientes, relacionados con lo que parece ser el progresismo, comprometido dentro de la Iglesia.
Cuando yo vi que la Conferencia Ecuménica, organizada por el Papa, abría sus puertas a los líderes protestantes, me apesadumbré, no por los protestantes, sino por los católicos, porque el protestantismo oficial, en América y en todo el mundo, está controlado por el judaísmo, infiltrado por el Comunismo e influenciado por el materialismo.
El Protestantismo está principalmente controlado por los Episcopalianos, los Presbiterianos y los Metodistas. Estas burocracias religiosas son pro-Moscú, socialistas, y, en la práctica, han abandonado la doctrina de la salvación por la Sangre de Cristo, para sustituir el Evangelio (de Cristo) por el evangelio social. Y, cuando yo vi esta apostasía materia lista, controlada por el judaismo, sobre los altares de la Iglesia Católica, yo dije en mi corazón: "La Iglesia Católica ha sido envenenada con la cicuta de la herejía, que ha creado el judaismo".

Este es, en verdad, uno de los lamentables y funestos resultados, que la reforma montiniana ha traído a la Iglesia: se han paralizado las conversiones y han aumentado, en proporciones alarmantes, las apos tasías de laicos, clérigos y aun de obispos y cardenales.
i) Juan B. Montini, aparentando defender al Papado, ha hecho cuanto está en su mano por destruir el Papado. Ya vimos cómo antes del Concilio y aún durante el Concilio, fue uno de los promotores más decididos de la "colegialidad" herética, que quiere compartir con los obispos y aun con los laicos el gobierno universal de la Iglesia y el Magisterio Supremo del Sumo Pontífice. La famosa "nota explicatoria", que, obligado por las circunstancias, tuvo que anteponer al capítulo 3o de la Constitución Jerárquica de la Iglesia el Papa Montini parece seguir la doctrina infalible, definida en el Vaticano I, sobre el Primado de Jurisdicción y el Magisterio Infalible del Sumo Pontífice, según la institución misma de Jesucristo; pero, a pesar de esta nota aclaratoria, que, obligado, como ya dijimos, tuvo que poner a ese capítulo, buscó en la práctica la manera más factible de colocar al Papa a Nivel episcopal, rebajando así la dignidad y funciones pontificias. Por eso se quitó la tiara y la puso a pública subasta en la feria de Nueva York, por eso eliminó la silla gestatoria, la guardia noble y la guardia suiza; por eso entregó a los obispos facultades que la asistencia del Espíritu Santo y la experiencia habían reservado a la Sede de Roma; por eso modificó de tal modo la Curia Romana, que prácticamente la redujo a una mera burocracia, sin facultades algunas, para ejecutar las órdenes supremas del sucesor de Pedro, de la cabeza visible de la Iglesia; por eso estableció esas Conferencias Episcopales, que, además de fomentar la estabilización de las Iglesias locales, en contra de la "unidad" prescrita por Cristo, establecen un poder anónimo medio entre el Papa y los obispos, que disminuyen los poderes del Papa, ejecutando, aparentemente, bajo su propia responsabilidad independiente, las consignas que vienen de arriba, y destruyendo el libre y responsable gobierno de los obispos, en sus propias diócesis; por eso ha establecido esos sínodos periódicos, que han hecho una Iglesia parlamentaria, democrática; por eso despojó a los legítimos Cardenales del derecho que tienen de asistir al cónclave y nombrar al sucesor; por eso busca la manera de mudar, por cuantos modos posibles tenga a su alcance, la misma elección pontificia. Paulo VI, bajo este punto de vista, es un verdadero antipapa, ya que va contra la institución misma del Papado.
j) Como una confirmación reciente, voy a transcribir lo que el periódico "EXCELSIOR" de hoy domingo 3 de diciembre nos dice en la Pág. 1 de su edición dominical. El que conozca el problema de España, el que sepa la historia de las relaciones montinianas con el gobierno, clero y pueblo español, se dará perfecta cuenta del gravísimo problema, que las secretas consignas vaticanas han provocado a España, comprometiendo la férrea y multisecular contextura de su unidad católica. Copiamos de "EXCELSIOR", domingo 3 de diciembre de 1972. (AFP, EFE y AP).-"La minoría tradicionalista se impuso a la mayoría renovadora, y la junta de 80 cardenales, obispos y arzobispos españoles se clausuró hoy sin haber logrado una resolución sobre las relaciones entre la Iglesia y el Estado, y bajo abiertas acusaciones de "apostasía", dijeron hoy altos prelados que asistieron a la Conferencia.
"Al término de la reunión, Mons. José M. Cirarda, obispo de Córdoba y delegado de prensa de la asamblea plenaria del Episcopado Español, distribuyó a los reporteros un comunicado en el que se pide al gobierno que "acepte el pluralismo político" y dice que "la diversidad de opiniones" "debe ser expresada en público y puede ser útil".
"La asamblea se inauguró hace una semana y se sabe que, por lo menos, dos terceras partes de los prelados asistentes, apoyaban una revisión a fondo del Concordato que reglamente las relaciones entre la Iglesia y el Estado. El sector progresista del episcopado español quería, al mismo tiempo, renunciar a sus privilegios, y recobrar su autoridad. Actualmente, y de acuerdo con los términos del Concordato, el Estado Español tiene que aprobar el nombramiento de todos los obispos, arzobispos y cardenales. Empero, la minoría tradicionalista bloqueó todos los intentos de la mayoría renovadora, y fracasaron los esfuerzos por lograr una resolución que fuera firmada por todos".
"Muchos debates duraron hasta la madrugada, y algunos obispos dijeron, en privado, que se sentían "amargados y frustrados" por la resistencia de los tradicionalistas. Anoche estuvo a punto de concretarse una transacción, cuando las dos alas convinieron en que un grupo de siete prelados redactaría un borrador de resolución, sobre las conclusiones de un documento titulado 'Relaciones entre la Iglesia y la comunidad política', aprobado el año pasado en una junta sacerdotal. Pero ese intento fracasó: En esta ocasión, tanto renovadores como tradicionalistas convinieron que el texto estaba mal redactado y que muchos de los puntos eran ambiguos.
"De esta manera se nombró una comisión redactora, formada por el presidente de la Conferencia Episcopal, Mons. Vicente Enrique y Tarancón, arzobispo de Madrid; el capellán general de los Ejércitos, Mons. López Ortiz, y el secretario de la Conferencia, Mons. Yáñez. Los tres prelados volverán a redactar el borrador de resolución; lo enviarán por correo a los cardenales, obispos y arzobispos, y aguardarán a que éstos, también por la vía postal, manifiesten su conformidad u oposición.
"Por otra parte la ultraconservador Fraternidad-Sacerdotal Española, al conocer hoy la clausura de la Conferencia, dio a conocer un comunicado en el que afirma lo siguiente:
"En lo que se refiere a la nueva 'Iglesia contestaria', desacralizada, puramente humanista, que admite las mayores aberraciones litúrgicas, morales y aún dogmáticas, la hermandad Sacerdotal Española no dará un solo paso atrás, ni ante el halago, ni ante la violencia, sencillamente porque no puede hacerlo sin apostasía". ¡Valiente, católica profesión de fe, que nos recuerda los tiempos heroicos de la España inmortal! No; no pueden dar un paso atrás, porque ya se llega a la apostasía, a donde, tal vez han ya llegado los pastores comprometidos y traidores. Saludo, con efusión, desde estas páginas a los dignos prelados y a la Hermandad Sacerdotal, con la esperanza de que, al fin, se resuelvan a dar la batalla de la fe, al grito de los cruzados: "DIOS LO QUIERE".
Es increíble la tenacidad con que Juan B. Montini sigue adelante su proyecto de rendir por la violencia o por el halago la resistencia de un heroico pueblo, que ha escrito páginas inmortales de la verdadera y única Iglesia de Cristo.
k) Pero, volvamos al proceso, que nuestra fe católica ha establecido contra ese Papa, que, por cumplir su programa y llenar sus compromisos con los enemigos, no duda en sacrificar a los pueblos más fieles a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Al suprimir en la práctica las censuras canónicas contra las herejías que pululan en la Iglesia; al contradecir él mismo, en sus actos, lo que antes ha afirmado en sus palabras; al permitir que se vuelva a poner a discusión lo que él antes, en su calidad de pontífice, había ya enseñado, como pasó con la "Humanae Vitae" con la "Sacerdotalis Coelibatus", y en el mismo problema de la "colegialidad", Juan B. Montini ha dado todas las facilidades a la herejía, mientras ha negado todas las posibilidades a la legítima defensa. Da la impresión que "su REFORMA" ha de seguir hasta su término, hasta la destrucción de la Iglesia, para preparar la iglesia universal, bajo el gobierno mundial, según el programa del judaismo internacional.
Después de estas amargas, aunque muy duras reflexiones, que nuestra fe católica nos impone, ¿es temerario pensar que Juan B. Montini, si su elección fue válida, si él en el cónclave era subjetum capax ad electionem, era sujeto capaz de ser elegido, ha dejado de ser Papa por haber incurrido en la herejía? El dilema planteado ante nuestra conciencia es ineludible: O Cristo no tuvo la ciencia, el poder, la bondad infinita necesaria para establecer una Iglesia, que, en su desarrollo sobrenatural y divino, había de permanecer idéntica hasta la consumación de los siglos, o el Papa Montini, Juan XXIII y el Vaticano II, al querer "aggiornar" la Iglesia al mundo moderno, incrédulo, corrompido, materialista, al atreverse a efectuar cambios tan continuos, tan profundos, tan espectaculares, tan extensos en la moral, en la liturgia, en la disciplina y aún en los mismos dogmas de la Iglesia, nos están demostrando que no son legítimos pastores, que son lobos revestidos con pieles de oveja, que es necesario poner un punto final a esta "autodemolición" de la Iglesia.
Ante el dilema, mi respuesta es inevitable: JUAN BAUTISTA MONTINI NO ES YA, SI ES QUE ANTES LO FUE, UN LEGITIMO PAPA.

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