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viernes, 18 de marzo de 2011

MARTIRIO DE SAN APOLONIO, BAJO CÓMODO


Hasta tiempos relativamente recientes, no se tenían apenas otras fuentes de información sobre el martirio de San Apolonio, sino el resumen de Eusebio en su Historia de la Iglesia (V, 21):
"En tiempo del imperio de Cómodo, nuestra situación sufrió un cambio en sentido de más tranquilidad, reinando paz, por la gracia divina, en las Iglesias esparcidas por toda la tierra, cuando la palabra salvadora atraía a toda alma, de todo linaje de bombres, a la piadosa religión del Dios del universo, de suerte que aun muchos de los más ilustres de Roma por su alcurnia y riqueza, corrían en masa a su salvación a una con su familia y parentela entera. Esto, naturalmente, no podía tolerarlo el demonio, aborrecedor de todo lo bueno, y envidioso por naturaleza; como quiera, aprestóse nuevamente a la lucha y excogitó nuevas maquinaciones contra nosotros. El hecho fue que hizo comparecer en Roma ante el tribunal a Apolonio, hombre célebre entre los fieles de aquel tiempo por su instrucción y filosofía, suscitando para delatarle a uno de los ministros que tiene él amaestrados para tales menesteres. Mas el infeliz delator, habiendo presentado inoportunamente su denuncia, en virtud de un decreto imperial que condenaba a muerte a los delatores de hombres de la categoría de Apolonio, fue inmediatamente sentenciado por el juez Perenne a rotura de piernas. Mas el mártir amantísimo de Dios, tras las reiteradas instancias del juez que le pidió pronunciara un discurso delante del Senado, después de dar elocuentisimamente delante de todos razón de la fe por la que moría, terminó decapitado, como por un "senatusconsulto", pues vigía una antigua ley por la que no era posible absolver a los que una vez se presentaban ante un tribunal y no cambiaban de propósito. Ahora bien, las palabras de Apolonio ante el juez, las respuestas a las preguntas de Perenne, y la Apología íntegra pronunciada ante el Senado, quien tenga gusto en conocerlo, lo hallará en la Colección de mártires antiguos por nosotros publicada.
Rufino, con envidiable facilidad, tradujo así este pasaje de la Historia de Eusebio:
Verum ea tempestate Commodo Romani regni apicem gubernante pax ecclesiis per omnem terram propagabatur, et sermo Domini ex omni genere hominum ad lugnitionem et pietatem Dei summi animas congregaban Deifique et in Urbe Roma inultos ex illis inlustribus et praedivitibus viris cum liberis et conjugibus ac propinquis atque omni pariter familia sociavit ad fidem. Sed hoc non aequis oculis ille antiquus humanae salutis hostis aspexit. Continuo deifique adgreditur variis nostros maquinis impugnare. Primo in Urbe Roma Apolonium quendam virum in fide nostra et in ómnibus philosophiae eruditionibus inlustrem ad judicium pertrabit, accusatore ei suscitato quodam infelicissimo et desperatae salutis homine. Quisque quoniam lex quae oblatos puniri jusserat christianos, in delatorem prius animadverten-dum censebat, a Perennio judice ut ejus crura comminuerentur sen ten tiara primus excepit. Tum deinde exoratur beatus Apolonius martyr uti defensionem pro fide sua quam audiento Senatu atque omni populo loculenter et splendide habuerat, ederet scriptam. Et post hace secundum senatus consultum caifite plexus est. Itaque a prioribus lex iniquissime promulgata censebat
En el año 392, San Jerónimo dedicaba a Apolonio en su catálogo De viris inlustribus (42), la siguiente nota:
"Apolonio, senador de la ciudad de Roma, delatado bajo el emperador Cómodo, por un esclavo suyo, de ser cristiano, habiendo obtenido permiso para dar razón de su fe, compuso un insigne volumen, que leyó ante el Senado; y, sin embargo, por sentencia del mismo Senado, fue decapitado por Cristo, pues vigía entre ellos una antigua ley por la que no podía absolverse a los cristianos, delatados ante su tribunal, sino a condición de negar la fe".
Volvamos al resumen de Eusebio. A la verdad, este relato no peca de claridad, si se exceptúa la introducción sobre la paz efectiva de que goza, de hecho, la Iglesia bajo Cómodo, que pudo tener por consecuencia un más acelerado movimiento de conversiones, aun dentro de las clases superiores. Esto no lo tolera el demonio, causante de toda persecución, en común sentir de los primeros apologistas y de Eusebio que los sigue. Como ejemplo, nos presenta el historiador el martirio de Apolonio, cristiano culto y filósofo, pero no senador, como se adelanta a hacerle San Jerónimo. Según Eusebio, le delata un ministro del demonio. San Jerónimo interpreta, aquí con razón, indudablemente, el tal ministro por simple esclavo de Apolonio. Si ello es así, queda el camino abierto para soltar una nueva dificultad del reíalo eusebiano. El delator sufre la terrible pena del crurifragium por haber delatado a su propio amo. Mas, por el mismo hecho, la delación era nula y no había lugar a proceso alguno. ¿Cómo se explica que éste se entable y tenga por desenlace la condenación a muerte de Apolonio? La única explicación a esta dificultad, sin duda, la más grave de todas, es que Apolonio confesó espontáneamente su fe y ello le constituía en flagrante delito, que podia y debía ser judicialmente perseguido, aun desaparecido el delator. El proceso, pues, sigue adelante, y Eusebio nos habla de la elocuentísima apología de la fe que pronuncia Apolonio ante el mismo Senado. San Jerónimo, que, como tantas veces en su De viris depende de Eusebio, completó y exornó la cosa, atribuyendo a Apolonio la composición de un "insigne volumen", en latín, sin duda, que lee ante el Senado, y le vale la gloria de ser uno de los primeros escritores eclesiásticos latinos. Mas ¿existió este insigne volumen apologético fuera de la fantasía de San Jerónimo? Puede afirmarse que no. San Jerónimo mismo no tiene ideas fijas sobre Apolonio como escritor y ya le pone entre los latinos (¿cómo imaginar una apología en griego pronunciada ante el Senado?), ya entre los griegos. Eusebio da a entender que la tal Apología está contenida en las actas incluidas por él en su Colección de antiguos mártires. Hay, pues, que identificarla con las respuestas de Apolonio a su interrogatorio por Perenne y explicar el lenguaje de Eusebio por el hecho de que el mismo mártir califique sus respuestas de apología. Y, efectivamente, lo son, y de tal modo ocurren los pensamientos corrientes de la apologética del siglo II en las explicaciones de Apolonio, que ha podido pensarse—sin razón suficiente—que las actas no son sino artificial taracea compuesta en tiempos posteriores, sin valor histórico alguno.
Finalmente, Eusebio remite a las actas por él insertadas en su mentada Colección. Estas actas se dieron durante siglos por perdidas, hasta que el año 1874 los mekhitaristas de Venecia publicaban una colección armenia de vidas de santos, que contenía una versión de las actas de San Apolonio (X, I, pp. 138-143). La identificación fue hecha por E. C. Comybeare en 1893. En 1895, los bolandistas descubrieron, en el códice 1.219 de la Biblioteca Nacional de París, un texto griego sensiblemente divergente del armenio, pero de alto valor en cuanto a la transcripción del proceso verbal. Tras estos hallazgos afortunados, los estudios sobre la nueva pieza hagiográfica se han multiplicado. Recojamos sólo la conclusión de Delehaye (An. Boíl. 1904, pp. 345 y s.), que ni la versión armenia ni el texto griego pueden tenerse por genuinos, pero sí derivados de un original genuino. En el análisis, pues, que sigue, damos por supuesta una autenticidad sustancial, y ésta es, en efecto, la impresión que deja la lectura de estas actas. El título de la redacción griega reza así: "Martirio del santo y nobilísimo apóstol Apolo, por sobrenombre Sakkeas. Señor, bendice." El redactor, pues, tuvo a Apolonio por el Apolo del libro de los Hechos (18,24), y de ahí el darle título de "apóstol" y hacerle poco más adelante alejandrino de origen. Apolo se le sigue llamando en todo el curso de la narración; pero nuestra versión traduce siempre Apolonio. Esta confusión, no suficientemente explicada, no invalida la autenticidad general de las Actas. Tampoco se ve claro lo que quiera decir el sobrenombre de Sakkeas, y de él se han propuesto varias explicaciones. La más verosímil es la que deriva Sakkeas de sakkos, por ser el saco vestido de los ascetas o penitentes y tenerse a Apolonio por asceta.
El nombre de Perennis (en el texto griego Perennios) es también histórico, pues, efectivamente, Perennis fue praefectus praetorio durante los años de 183-185, Este dato determina con suficiente precisión la fecha del martirio de Apolonio. El compilador comete el error de hacerle procónsul de Asia, que no consta lo fuese Perennis. Las actas revelan una singular simpatía de este prefecto del Pretorio para con su reo. Apenas éste confiesa su fe cristiana, el prefecto, con palabras deferentes, le exhorta a cambiar de opinión, y jurar por el genio del emperador. No parece oír con desagrado las largas explicaciones de Apolonio y, al no lograr de pronto su retractación, le concede un plazo para reflexionar.
En la segunda audiencia, le recuerda que hay un "senaconsulto" que le fuerza a condenarle a muerte si no reniega de la fe y adora a los dioses. Se lo vuelve a recordar más explicitamente al final del alegato de Apolonio contra la idolatría, como diciéndole: "Todas esas lucubraciones estarán muy bien, Apolonio; pero yo soy juez que tengo que aplicar la ley, y la ley dice que no puede haber cristianos: Christiani nont sint". Era anticiparle la sentencia de muerte. Un filósofo cínico interrumpe groseramente un discurso del mártir, y Perenne, volviendo al hilo del discurso, se pone en el mismo terreno de Apolonio y le dice que también él sabe algo de la doctrina del Logos, corriente en los ambientes estoicos de la época. En fin, Perenne confiesa su desilución al no lograr un cambio de sentir en Apolonio, y le manifiestaque le condena a muerte contra su voluntad, en virtud de la ley o decreto de Cómodo, la que antes llamara "senatusconculto". Y ya que no pueda absolverle, por lo menos no le tortura para arrancarle la apostasía, y le promete el más rápido género de muerte: la decapitación. Perenne, pues, debió de pertenecer a aquel grupo de representantes del poder que se veían a su pesar envueltos en asuntos de cristianos. Hombres cultos o indiferentes en religión, veían, sin duda, con íntimo desagrado una persecución contra gentes que no cometían otro crimen que el de llamarse cristianos. Un Marco Aurelio, con toda su filosofia, no había llegado a este sentido de tolerancia. Perenne que, por lo menos, siente pena de condenar a muerte a un cristiano, merece nuestra lejana simpatía.
Presentado Apolonio ante el tribunal de Perenne, todo el proceso gira, conforme a la jurisprudencia trajánica, en torno a la sola cuestión de ser o no ser cristiano. Apolonio confiesa desde el primer momento que lo es, y Perenne le aconseja primero que jure por el genio del emperador Cómodo y luego que sacrifique a los dioses, como signos de apostasía, o con el suave término del juez. Con ello, todo el proceso estaba concluido. Apolonio hace, su propia apología, explicándose primero sobre el juramento y su inutilidad para un cristiano, y luego sobre el sacrificio, que no puede ofrecerse sino a Dios. En cuanto a jurar está dispuesto a hacerlo por el Dios verdadero para atestiguar la lealtad de los cristianos al emperador. Perenne no recoge este testimonio de lealtad y repite su orden de sacrificar a los dioses y a la estatua del emperador Cómodo. Evidentemente, la causa era puramente religiosa. Lo dirá luego Perenne: el decreto del Senado, y, por ser del Senado, también del emperador, es que no haya cristianos. Si Apolonio no cambia de opinión, no hay otro remedio que condenarle a muerte. Eusebio—y tras él San Jerónimo—habla de una antigua ley que se aplica en el caso de Apolonio. Esta ley es, indudablemente, el decreto o "senatusconsulto" de las actas; y este "senatusconsulto" no puede ser otro que la primera ley de excepción dada contra los cristianos, es decir, el institutum Neronianum, que está aquí citado, probablemente, en sus mismos términos:
Christiani non sint. Dentro de esta cuestión fundamental, la Apología de Apolonio se encuadra con suficiente naturalidad para que, en sustancia también, la podamos tener por auténtica y, si hemos de sentir con Harnack, la más noble que de los antiguos hayamos recibido. Notemos, ante todo, cómo el espíritu apologético encaja en el ambiente del siglo II y su peculiar manera de persecución de los cristianos. Ante un edicto de persecución como el de Decio, toda defensa holgaba. Y en el comienzo mismo de la Apología de Apolonio hallo un rasgo típico también del ambiente del siglo II: los cristianos son corrientemente tenidos por ateos. Mas el verdadero ateo, dice Apolonio, sería el que abandonara los santos y maravillosos mandamientos que el cristiano aprendió de labios del Verbo de Dios. La lealtad de los cristianos para con el Imperio y su representante es tema de insistencia en los apologistas del siglo II, seguramente porque la acusación de públicos enemigos era de las más insistentes y tenía su apariencia de fundamento en la total negativa cristiana sobre participación en el culto imperial. Y, sin embargo, ¡con qué nitidez distinguen los maestros de la Iglesia entre el culto y adoración suprema, debida a solo Dios, y el honor y obediencia al emperador, como lugarteniente de Dios; he aquí un texto ni
tido de Teófilo de Antioquía, que lo mismo puede servir de comentario a las ideas de Aipolonio que recibir él nueva ilustración de éstas:
"De ahí que mi honor al emperador será mayor, no adorándole, sino rogando por él. Adorar, sólo adoro al Dios verdadero, al que realmente es Dios, sabiendo como sé que el emperador ha sido puesto por pios. Ahora bien, me dirás: "¿Por qué no adoras al emperador?" Porque no está puesto para ser adorado, sino para ser honrado con legítimo honor. Y, en efecto, él no es Dios, sino hombre, establecido por Dios, no para ser adorado, sino para juzgar conforme a justicia. En cierta manera, a él ha sido confiada una especie de administración; y a la manera que no quiere el emperador que sus subordinados tomen ese nombre—pues llamarse emperador es privilegio suyo y no es lícito a nadie más—, así a nadie le es permitido ser adorado, sino a solo Dios".
El amplio desarrollo que sigue sobre la idolatría es también un lugar común en la apologética del siglo II, desde el maravilloso Discurso a Diogneto a Tertuliano. A todo ello, Perenne opone la ley que niega a los cristianos derecho de existencia. El apologista responde que hay una sorprendente ley divina según la cual cuantos más cristianos mueren, más se multiplican. La ley fue primero enunciada por Cuádrato, cuyo es el Discurso a Diogneto, repetida por San Justino en la bella comparación de la vid que se poda para que broten más vigorosos sarmientos, y alcanzó su fórmula inolvidable en Tertuliano: Semen est sanguis christianorum. La muerte no puede intimidar al cristiano que muere cada día a sus concupiscencias, y que sabe, por lo demás, que morir es ley universal e ineludible. Nos parecería oír a San Justino. Y no es que el cristiano, como todo humano, no ame el vivir, pues nada hay más precioso que la vida. Lo que pasa es que la fe amplía de modo infinito la perspectiva de la vida. Perenne siente vértigo ante la elocuencia de su reo y le dice lealmente: "No entiendo una palabra de lo que estás diciendo..."
Un filósofo cínico, de tantos como pululaban por el Imperio de Marco Aurelio, interrumpe descortésmente al cristiano, que ha empezado a hablar del Logos. Perenne vuelve la discusión a sus alturas ideales, recordando que la doctrina del Logos no le es del todo ajena. Apolonio hace inmediatamente una aplicación de ella a la persona de Jesucristo, esboza una síntesis de la doctrina de éste, y narra brevemente su carrera hasta su muerte redentora en la cruz, barajando, muy dentro del espíritu de la apologética del siglo II, un texto profético de Isaías con otro, que también parece extrañamente profético, de Platón. La Apología había, efectivamente, llegado a Su coronamiento: de la negación de los falsos dioses a la cúspide de la fe en Jesús, Maestro y Redentor. A Apolonio, como antes a San Justino, no le quedaba ya sino dar la última prueba de su apología: la muerte por la fe. Y, efectivamente, pues ni Perenne convence al mártir, ni el mártir logra, con toda su elocuencia, convencer a Perenne, éste, con todas las protestas de su sentimiento, dicta sentencia de muerte conforme al decreto del emperador Cómodo, es decir, conforme a la antigua ley que veda la existencia a los cristianos.
Las actas terminan con unas breves consideraciones que debían de seguir a su lectura litúrgica, y la indicación de la fecha del martirio: once días antes de las calendas de mayo.
La versión que sigue se funda en el texto griego, tal como lo reproduce Rauschen, quien, a su vez, sigue principalmente la edición de Harnack. La retraducción francesa del armenio (o de donde sea), la trae Leclercq (Les martyrs, I, pp„ 113-119).

Martirio de San Apolonio.
Martirio del santo y nobilísima apóstol Apolonio, por otro nombre Saqueas. Señor, bendice.
Habiendo estallado, bajo el emperador Cómodo, una persecución, contra los cristianos, era procónsul de Asia un tal Perenne, y Apolonio, hombre piadoso, oriundo de Alejandría y temeroso del Señor, fué preso y presentado ante su tribunal.
1. Presentado, pues, Apolonio ante el procónsul Perenne, éste le interrogó:
—Apolonio, ¿eres cristiano?
2. Apolonio respondió:
—Sí, soy cristiano, y, por serlo, doy culto y temo al Dios que hizo el cielo y la tierra y el mar y todo cuanto en ellos se contiene.
3. El procónsul Perenne dijo:
—Créeme, Apolonio, y cambia de sentir y jura por el genio de nuestro Señor, el emperador Cómodo.
4. Apolonio, por sobrenombre Saqueas, dijo:
—Escúchame serenamente, Perenne, pues quisiera dirigirte mi palabra en defensa de lo que yo tengo por sagrado y conforme a la ley. El que cambia de sentir en lo que atañe a los justos, buenos y maravillosos mandamientos de Dios, ese tal es un hombre sin ley y sacrilego y con toda verdad merecería nombre de ateo; mas el que se pasa de todo linaje de iniquidad, injusticia e idolatría y aun de los malos pensamientos; el que huye aun los principios mismos de los pecados y no se vuelve en absoluto a ellos, ése es un hombre justo.
5. Y créeme, Perenne, por mi misma apología, esos sacratísimos y luminosos mandamientos los hemos nosotros aprendido del Logos o Verbo de Dios, que escudriña todos los pensamientos de los hombres.
6. Además, de él hemos recibido el mandamiento de no jurar absolutamente, sino de decir en lodo la verdad. Porque gran juramento es el que se cifra en la verdad de un "", y por eso es vergonzoso para un cristiano el jurar. Y, en efecto, de la mentira nace la desconfianza, y de la desconfianza el juramento. Ahora, si quieres que por juramento asegure que nosotros honramos al emperador y rogamos por su Imperio, con gusto juraría con toda verdad por el Dios verdadero, el que es, el eterno, Aquel a quien manos no fabricaron, sino que fué Él quien ordenó que un hombre imperara a los otros hombres sobre la tierra.
7. El procónsul Perenne dijo: ,
—Haz, Apolonio, lo que te digo, y muda de sentir y sacrifica a los dioses y a la estatua del emperador Cómodo.
8. Mas Apolonio, sonriéndose, dijo:
—Ya has oído. Perenne, mi defensa en lo tocante al cambio de sentir y al juramento; escúchame ahora sobre el sacrificio. Yo, y como yo todos los cristianos, ofrezco un sacrificio incruento y limpio al Dios omnipotente, al que ejerce soberanía sobre el cielo y la tierra y sobre todo aliento de vida, sacrificio que consta principalmente de oraciones por aquellos que son imágenes inteligentes y racionales, puestos por la providencia de Dios para reinar sobre la tierra.
9. Por eso, conformándonos a un justo mandamiento, diariamente hacemos oración al Dios que mora en los cielos por Cómodo, que impera en este mundo, pues sabemos puntualmente que sólo por designio del Dios invicto, cuya inmensidad todo lo llena, y no de otro alguno, como antes dije, ejerce el imperio sobre la tierra.
10. El procónsul Perenne dijo:
—Te doy, Apolonio, plazo de un día para que tomes consejo sobre ti mismo, y no menos que sobre tu vida.
11. Y después de tres días, ordenó que fuera llevado Apolonio nuevamente ante el tribunal. En esta ocasión se había juntado a presenciar el juicio una gran muchedumbre de senadores, consejeros imperiales y grandes sabios. Y dando orden el juez de que se llamara a Apolonio, dijo:
—Léanse las actas de Apolonio.
Leídas las actas, el procónsul Perenne dijo:
—¿Qué determinación has tomado, Apolonio?
12. Y Apolonio respondió:
—Seguir siendo hombre religioso, tal como, definiéndome a mí, lo has hecho constar en las actas.
13. El procónsul Perenne dijo:
—En atención al "senatusconsulto", te aconsejo que cambies de sentir y veneres y adores a los mismos dioses que nosotros, los hombres todos, adoramos, y vivas con nosotros.
14. Apolonio respondió:
—Yo conozco perfectamente ese "senatusconsulto", Perenne; pero justamente me he hecho cristiano para no dar culto a ídolos hechos por mano de hombre. Por eso, no esperes vaya yo a adorar oro o plata o bronce o hierro o dioses de madera o piedra—dioses de falso nombre—, que ni ven ni oyen, pues son obra de artífice, aurífices o torneros, esculturas de mano humana que no se moverán un paso por sí mismas.
15. En cambio, al Dios que está en los cielos sirvo y a Él solo adoro, al que infundió alma viviente a todos los hombres y sobre todos derrama diariamente la vida.
16. No hay, pues, peligro, Perenne, que yo me rebaje a mí mismo y me ponga a los pies de lo que es inferior a mí. Porque vergonzoso es adorar lo que no vale más que los hombres, o, en todo caso, es inferior a los demonios.
Y, en efecto, pecan los hombres bajísimos cuando adoran lo que sólo consta de figura, un frío pulimento de piedra, un leño seco, un metal inerte o huesos muertos. ¡Qué necedad en semejante engaño!
17. Igualmente, los egipcios, entre otras muchas cosas abominables, adoran la famosa jofaina, la llamada por muchos "bacía de los pies" (del rey Amasis). ¡Qué tontería propia de un pueblo inculto!
18. Los atenienses, hasta el día de hoy, adoran el cráneo de un buey de bronce y lo denominan "Fortuna de los Atenienses". Y así, ya no les queda lugar para sus propios dioses. Todo lo cual acarrea, sin duda, daño principalmente al alma de los que tales cosas creen.
19. Pues ¿qué diferencia hay de todo esto a un pedazo de barro cocido o de una teja seca? Y dirigen sus oraciones a las estatuas de los demonios que no oyen, como si oyeran; que nada reclaman, como nada devuelven, pues, a la verdad, su figura es pura mentira: tienen orejas y no oyen, tienen ojos y no ven, tienen manos y no las extienden, tienen pies y no andan. Y es que, naturalmente, la figura no altera la sustancia. Y, a mi parecer, para burlarse de los atenienses, Sócrates juraba por el plátano, árbol silvestre.

20. En segundo lugar, pecan los hombres contra el cielo, adorando lo que se origina de natural crecimiento, como la cebolla y el ajo, dioses de los pelusiotas, todo lo cual va al vientre y de allí a la letrina.
21. En tercer lugar, pecan los hombres contra el cielo adorando lo que consta de sensación, como el pez y la paloma; y, entre los egipcios, al perro y al mono cabeza de perro, al cocodrilo y al buey, al áspid y al lobo, imágenes de sus propias maneras de ser.
22. En cuarto lugar, pecan los hombres, adorando lo que consta de razón, a hombres que han demostrado energía o eficacia de demonios. Llaman dioses a los que fueron primero hombres, como lo demuestran sus mismas fábulas. De Dioniso, efectivamente, dicen que fue despedazado; de Hércules, que fué quemado vivo; de Zeus, que está sepultado en Creta. A estos héroes les inventan nombres conformes a las fábulas, y las fábulas, a su vez, explican los nombres. Ahora bien, si yo rechazo todq eso, es por lo que tiene de impío.
23. El procónsul Perenne dijo:
—Apolonio, el "senatusconsulto" dice explícitamente "que no haya cristianos".
24. Y Apolonio, por sobrenombre Saqueas, contestó:
—Sí, así dice el "senatusconsulto"; mas el decreto de Dios no puede ser invalidado por un decreto humano. Y así, cuanto más creyentes en Él matáis contra toda justicia y aun verdadero juicio, pues no cometen crimen alguno, tanto se multiplica su muchedumbre por obra de Dios mismo.
25. Ahora bien, lo que yo quiero que sepas, Perenne, es que sobre emperadores y sobre senadores y demás que ejercen autoridad, por grande que sea; sobre ricos y pobres, sobre libres y esclavos, sobre grandes y pequeños, sobre sabios e ignorantes, Dios ha establecido una sola muerte, y, después de la muerte, un juicio que alcanzará también a todos los hombres.

26. Ahora bien, varios modos hay de morir. Por eso, los que entre nosotros son discípulos del Verbo, mueren diariamente a los placeres, castigando sus concupiscencias por la continencia, pues quieren vivir conforme a los divinos mandatos. Y créenos de veras, Perenne, pues no mentimos. Entre nosotros, en efecto, no se da ni la más pequeña partecilla de placer desordenado, antes desterramos de nuestros ojos toda vista lúbrica, a fin de que no reciba nuestro corazón una herida.
27. Ahora bien, oh procónsul, quienes tal tenor de vida llevamos no tenemos por cosa difícil morir por el Dios verdadero. Pues lo mismo que somos, por Dios lo somos. De ahí que lo soportamos todo con constancia, a a fin de no morir de mala muerte.
28. En fin, ora vivamos, ora muramos, somos del Señor. Por lo demás, una disentería y una fiebre pueden a menudo quitar la vida. Si, pues, yo muero, pensaré que una de estas enfermedades me ha atacado.
29. El procónsul Perenne dijo:
—Con estas ideas, ¿sientes gusto en morir, Apolonio?
30. Apolonio contestó:
- Como gusto, lo tengo en vivir; sin embargo, no tengo miedo a la muerte por amor a la vida. Cierto, nada hay más precioso que la vida; pero yo hablo de la vida eterna, que es la inmortalidad del alma que ha vivido santamente en esta vida.
31. El procónsul Perenne dijo:
—No sé lo que estás diciendo, ni se me alcanza sobre qué ley me quieres dar noticia.
32. Apolonio contestó:
—Pues ¡cómo te compadezco, al verte tan sin inteligencia para las bellezas de la gracia! Porque al alma que ve, habla el Logos de Dios, como brilla la luz al ojo sano. Nada se adelanta hablando a hombres insensatos, como de nada sirve la luz de la mañana a los ciegos.
33. Uh filósofo cínico dijo:
—Apolonio, búrlate de ti mismo, pues estás en un grandísimo error, por más que aparentas ser un Heráclito el Oscuro.
34. Apolonio respondió:
—Yo he aprendido a orar, no a burlarme de nadie. Eso sí, tu hipocresía delata la ceguera de tu corazón, por más adelante que llegues en tu garrulería. Y es que, efectivamente, los insensatos tienen que ver en la verdad una burla.
35. El procónsul Perenne dijo:
—También nosotros sabemos que el Logos de Dios es creador tanto del alma como del cuerpo de los justos, y él es el que adoctrina y enseña lo que es grato a Dios.
36. Apolonio replicó:
—Pues ese Logos es nuestro Salvador Jesucristo, aparecido como hombre en Judea, el cual, justo en todo y lleno de sabiduría divina, benignamente nos enseñó quién es el Dios del universo y cuál es el fin de la virtud para una vida santa, desposándose Él con las almas de los hombres. Él, por su pasión, puso fin a la tiranía de los pecados.
37. Enseñónos, efectivamente, a calmar nuestra ira, moderar nuestro deseo, mortificar los placeres, cortar de raíz nuestras tristezas, ser comunicativos, fomentar la amistad, destruir la vanagloria, no buscar la venganza de los que nos agravian, despreciar la muerte por la ley de la justicia, no buscar dañar a nadie, sino soportar a los que nos dañan; obedecer a la ley por Él puesta, honrar al emperador, dar culto al solo Dios inmortal, creer en la inmortalidad del alma, convencerse del juicio después de la muerte y esperar que Dios ha de dar recompensa por los trabajos de la virtud, después de la resurrección, a cuantos hayan religiosamente vivido.
38. Habiéndonos enseñado eficazmente estas doctrinas y persuadídonos de ellas con fuerza de demostración, adquirióse para sí grande gloria de virtud, pero se atrajo también la malquerencia de los íncubos, como aconteció a los justos y filósofos que fueron antes de Él. Y en efecto, los justos son molestos a los injustos.
39. Sobre lo cual hay una palabra sobre lo que los insensatos dicen sin juicio: Atemos al justo, porque nos es molesto (Is. 3, 10).

40. Y aun entre los griegos hubo quien dijo, según oímos: "El justo será azotado, torturado, encadenado; se le arrancarán a fuego los dos ojos, y por fin, después de sufrir todos los tormentos, se le clavará en un palo".
41. Ahora bien, a la manera que los sicofantas atenienses calumniaron contra toda justicia a Sócrates y aun llegaron a convencer al pueblo, así algunos hombres malvados, después de prendido, calumniaron a nuestro Maestro y Salvador, lo mismo que antes hicieran con los profetas, aquellos precisamente que predijeron muchas cosas gloriosas acerca de Él, a saber: que vendría un hombre absolutamente justo y santo, quien, después de hacer bien a todos los hombres para llevarlos a la virtud, les persuadiría que dieran culto al Dios de todas las cosas. A este Dios nos hemos nosotros adelantado a honrar, pues hemos aprendido mandamientos venerandos que no sabíamos, y no estamos en error alguno.
42. Mas, aun dado caso que fuera un error, como pensáis vosotros, creer en la inmortalidad del alma y que después de la muerte hay un juicio, y en la recompensa de la virtud, y que Dios es el juez, de buena gana sobrellevaríamos un error por el que principalmente hemos aprendido a vivir bien, esperando las promesas venideras, por más que ahora suframos todo lo contrario.
43. El procónsul Perenne dijo:
—Había creído, Apolonio, que ibas en adelante a cambiar de modo de pensar y dar culto, con nosotros, a los dioses.
44. Apolonio contestó:
—Y yo esperaba, oh procónsul, que ibas tú a tener pensamientos religiosos y que por mi apología habían de iluminarse los ojos de tu alma y dar de este modo fruto tu corazón, dar culto al Dios hacedor de todas las cosas y elevar a Él solo, diariamente, tus oraciones por medio de las limosnas y humano porte, sacrificio incruento y limpio a Dios.
45. El procónsul Perenne dijo:
—Mi voluntad, Apolonio, es de absolverte; pero me lo impide el decreto del emperador Cómodo. Sin embargo, quiero tratarte humanamente en el suplicio.
Y dio sentencia contra él, de que se quebraran las piernas del mártir.
46. Apolonio, por sobrenombre Saqueas, dijo:
—Yo doy gracias a mi Dios, ¡oh procónsul Perenne!, juntamente con todos los que confiesan al Dios omnipotente y a su Unigénito Hijo Jesucristo y al Espíritu Santo, por esta sentencia tuya, que para mí es salvadora.
47. Tan glorioso término de martirio tuvo, con alma sobria y corazón fervoroso, este luchador santísimo, llamado también Saqueas. Hoy ha brillado el día señalado en que, después de combatir con el maligno, recibió el premio de la victoria. Ea, pues, hermanos: fortificando nuestra alma para la fe con sus gloriosas hazañas, constituyámonos amadores de tanta gracia, por la misericordia y gracia de nuestro Señor Jesucristo, con el cual a Dios Padre, en unión del Espíritu Santo, sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
El beatísimo Apolonio, por sobrenombre Saqueas, sufrió el martirio once días antes de las calendas de mayo, según los romanos; según los asiáticos, el mes octavo; según nosotros, reinando nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos.

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