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viernes, 18 de enero de 2013

En el Templo de Dios

     También ama y frecuenta el templo de Dios; humilde Iglesia o capilla, hijo mío, el Maestro de los cielos la habita y está llena de la majestad del Señor.
     Es más santo que el templo maravilloso de Salomón: más santo aún que el Arca santa que fué la gloria de Israel, porque aquí, en nuestro tabernáculo, el Verbo eterno habita corporalmente, y es verdaderamente "un lugar de respeto".
     Por tu recogimiento, por tu humilde postura, por tus ojos bajos, por tus genuflexiones religiosas, atestiguas el santo respeto de que estás embargado al penetrar en sus muros sagrados.
     El que se atreva a cometer distracciones, ligerezas e irreverencias, ese no honra al Señor; le arroja un insulto al rostro, y es por eso que está escrito: "Esta casa es verdaderamente la casa de Dios y la puerta del Cielo". Aquél cuya morada está en los cielos es el guardián de ella y castiga y pierde a los que la profanan.
     Es el templo donde los cristianos se reúnen para la oración en común, la más eficaz de todas, pues el Señor ha dicho: "Cuando os reunáis algunos en mi nombre, yo estoy en medio de vosotros".
     Es en el templo donde se verifican las ceremonias del culto público, y esas solemnidades tan grandiosas y tan atractivas que son una imagen del cielo.
     Es en el templo donde la palabra divina es anunciada por aquellos a quienes El dijo: "Id, enseñad a todas las naciones".
     Es en el templo donde, sobre todo, el sacrificio de la Cruz es renovado diariamente, sobre ese altar sagrado que simboliza y recuerda la montaña del Calvario.
     Los ángeles en las alturas glorifican eternamente la incomprensible majestad de Dios; y el amor y el respeto son su actitud inmutable. Que tu actitud sea igual, hijo mío, en presencia del santuario: el Dios de los ángeles es el mismo que el que tú adoras.
     Es en su postura, su actitud, en que se conoce un verdadero creyente y se distingue de los incrédulos.
     Reír y charlar en la iglesia no solamente es despreciar a Dios, es también escandalizar a los fieles. Y maldito aquél que escandaliza a los débiles y a los pequeños.
     Cuando entres, pues, en el templo del Señor, no olvides que estás a la vista de Dios, de los ángeles y de los hombres; respetarás el lugar santo; sobre todo, aprovecharás la presencia del Maestro para implorarlo con más fervor.
     El siervo sediento bebe grandes tragos cuando en su carrera encuentra un manantial abundante en la soledad del bosque; y tú ¿qué harás al estar tan cerca del Tabernáculo, sino saciar tu pobre alma en ese Manantial divino de todas las gracias?
     Entonces saldrás de la casa de Dios fortificado en tu espíritu y en tu misma carne, más creyente, mejor y más virtuoso que antes de haber entrado.
     Serás —habiéndote acercado a Dios— semejante al hombre que ha respirado el aire de las alturas o que se ha sumergido en el frescor de la ondas, y que marcha en seguida por su camino con paso más firme y más alegre.

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