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lunes, 28 de enero de 2013

LA IGLESIA Y LOS JUDIOS

     Revista Claves
Febrero 1993
     En el artículo IV, parágrafo 2, el Nuevo Catecismo se hace cargo de la defensa del pueblo judío con las siguientes afirmaciones:
     "Los judíos no son colectivamente responsables de la muerte de Jesús" - "todos los pecadores fueron los autores de la Pasión de Cristo" (Puntos 597-598, págs. 130, 131).
     Retoma entonces el documento Nostra Aetate, del Concilio "Vaticano II".
     Es cierto que Nuestro Señor murió a causa de nuestros pecados, es decir, es decir, para redimirnos, pero no fueron esos pecados causa eficiente de la Pasión física. Los pecados, o mejor dicho la Redención, fue uno de los motivos de la Encarnación y la Pasión de Nuestro Señor.
     Pero también es cierto, con certeza revelada, que Cristo padeció físicamente y murió en la cruz por el rechazo y entrega que de El hicieron los judíos: (
«¿A cual de los profetas no persiguieron vuestros padres?; y dieron muerte a los que vaticinaban acerca de la venida del Justo, a quien vosotros ahora habéis entregado y matado». Act., VII, 52). Esta crucifixión no es atribuíble de ningún modo histórico a los cristianos, y mucho menos decir que «son los más responsables de la muerte de Cristo». 
    También es cierto, con certeza revelada, que los judíos intentaron en varias ocasiones matar a Cristo.
     También es necesario reconocer que si bien los romanos fueron causa instrumental del suplicio, esto ocurrió sencillamente porque los judíos no querían perpetrar el deicidio material por temor al pueblo, que, como en la entrada a Jerusalén de Cristo -aclamado Rey- podía bien darse vuelta en cualquier momento contra los sanhedritas.
     Recordemos también a esta Iglesia conciliar, con «conciencia de sí misma cada vez más profunda» pero con poca memoria, que los que declararon a Cristo reo de muerte por blasfemo, por hacerse Dios, fueron los judíos. Ellos son, entonces, formalmente deicidas.
     Veamos la cuestión sin la parcialidad y falacia ecuménica y rabínica, y entenderemos cómo San Pablo no hizo caso de los conceptos ligados a «atavismos» llamándolos «enemigos de todos los hombres». ¿Cómo es posible esto?.
     Repasemos la historia y veremos que no sólo crucificaron al Señor, sino que persiguieron y persiguen y lo harán hasta el fin del tiempo, a la Santa Iglesia.
     Remarquemos, además, que ellos no se preocupan por aclararnos a nosotros, pobres gentiles, si realmente aceptan o no la muerte de Cristo como algo justo: pues bien, no es necesario.
     En la medida en que cada judío de ayer, de hoy y de los tiempos que vendrán, adhiera a los mismos principios en los cuales se contiene virtualmente una nueva crucifixión, es deicida.
     En la medida en que adhiere a la Ley «según la cual debe morir», es deicida. En la medida en que -como Saulo de Tarso- persigue a la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, y a Cristo en su Iglesia, es deicida. En la medida en que traslada su odio a Cristo a la persona de cada católico, o adhiere a las enseñanzas talmúdicas que lo preceptúan y aconsejan, es deicida.
     Que la NEO-SINAGOGA del Vaticano no quiera reconocer ésto, es problema que atañe a su perfidia, esa que niegan de los judíos, a quienes se resisten llamar «pérfidos».
     Hagamos entonces una referencia a los últimos anti-Papas, por boca de San Ignacio de Antioquía:
     «Absurda cosa es hablar de Jesucristo y vivir judaicamente; porque no fue el Cristianismo el que creyó en el judaismo, sino el judaismo en el Cristianismo». (Carta a los Magnesios, X).

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