Es común sentencia, que los bienes ajenos detenidos destruyen a los propios, y en vez de mejorarse de fortuna el que tiene los bienes ajenos, se empobrece mas, hasta que se destruye su casa. Esta fue la sentencia justificada de Moisés contra el latrocinio de Acam: Comburatur cum omni substanlia sua.
Bien conocía esta verdad el santo y justificado Tobías, cuando sintiendo balar un cabritillo en su casa, hizo luego diligente examen de si acaso se habia hurtado: Videte ne forte furtivus sit: discurriendo como justo, que si cosa ajena se detenia en su casa, aquello poco robado destruiría los bienes propios que Dios le habia concedido.
Esta misma verdad conoció bien el sabio Salomón, cuando dijo, son muchos los que roban lo que no es suyo, y siempre viven en pobreza: Sunt qui rapiunt non sua et semper in egestate vivunt; y es recta justicia del Señor, que pues roban lo que no es suyo, pierdan lo que es propio.
Así lo que injustamente se retiene de la hacienda ajena, hace corromper la propia, y juntamente la reputación del hombre con ella. Por esto dice el Salmista, que Dios hará pedazos las muelas de los leones (Psalm., LVII, 7); porque de lo que se retiene en las muelas, se corrompen, y siempre les huele mal el aliento, porque allí se corrompió lo que debia pasar al estómago.
Esta es filosofía natural de Aristóteles, que siendo los dientes y muelas del hombre incorruptibles por su naturaleza, no obstante se corrompen y se pierden por las reliquias de los manjares, que debiendo pasar al estómago, las usurpan, y se quedan con ellas; y de esta retención injusta procede su perdición. Esto mismo pasa en lo moral; porque si el hombre retiene injustamente lo ajeno, eso retenido le destruye la hacienda propia, y luego se extiende el mal olor de su fama.
Mejor es tener poco con quietud de tu alma, dice el Sabio, que tener las dos manos llenas de riquezas con aflicción de tu conciencia; porque esta es la gloria de los justos en esta vida mortal, donde lo poco de su hacienda propia se hace mucho, y lo mucho usurpado de la hacienda ajena se convierte en nada.
La doctrina común de los santos padres dice, que no se perdona el pecado si no se restituye lo mal ganado, ó lo robado: Non remittitur peccatum, nisi restituatur ablatum; y aunque los mundanos nos alegan mil excusaciones en sus pecados para no cumplir con esta obligación, son regularmente de las que dice David que se debían excusar (Psalm. CLX, 4).
Suelen decir los que no restituyen, que no pueden mas, que no tienen con qué, que mas adelante restituirán, etc. Pero si pueden, ó no pueden, Dios lo sabe, como dice Salomón; y al Señor le han de dar estrecha cuenta, que es el que no puede engañarse, ni ser engañado, como dice el mismo Sabio.
Lo que nos enseña la buena teología moral es, que el posesor de mala fe debe restituir, no solo el principal que retiene de la hacienda ajena, sino también los daños que se le han seguido al acreedor por la injusta retención; y siendo esta doctrina tan cierta, que universalmente la llevan todos los teólogos morales, no acaban los hombres ciegos de desengañarse, para mirar por sí, y por el bien espiritual de sus almas.
Bien entendía esta sana doctrina el venturoso Zaqueo, aun siendo gentil, pues cuando daba razón de sus operaciones a nuestro Señor Jesucristo, dijo entre otras cosas, que si algo habia defraudado a su prójimo, le restituía cuatro doblado (Luc, XIX, 8).
Así descansa el alma y la conciencia de los que restituyen con puntualidad y justificación; y el Señor, que tiene en su mano todos los bienes de la tierra, los llena de celestiales bendiciones, y en ellos se cumple aquel adagio común, que quien paga, descansa. Paga de lo que tiene, y vive en paz de lo que le resta, como se dice en la divina Escritura (IV Reg., IV, 7).
En las frivolas excusaciones para no pagar ni restituir, abundan mas los que decimos señores en el mundo; porque algunos siempre son los que deben, y de ellos hay que deben mas de lo que tienen. La generosa madre santa Teresa de Jesús, con aquella soberana libertad que acostumbra, dice, que entre las mentiras de los mundanos, ninguna la parece mayor que el llamar señores a los que dicen señores; porque no son señores, sino esclavos, sirviendo a su vanidad con mas de lo que pueden y tienen.
Algunos de estos, que decimos señores y ricos, son mas pobres que los pobres comunes; porque como los bienes temporales no son de quien los tiene, sino de aquellos a quien se deben; si de los tales señores y ricos se sacasen aparte y en limpio todos los intereses que deben, apenas bastaria todo lo que tienen para igualar la deuda. Todo esto se funda en exceder de aquella vanidad, que dice Salomón: Ubi multo? sunt opes, multi et qui comedunt eas.
Aunque la renta o la hacienda de una casa sea grande, si no llega el recibo al gasto de cada dia, es preciso se pierda la casa, aunque sea poco el exceso del gasto cotidiano; porque despreciando el poco daño diario, se llegará a acabarse todo de pocos en pocos, como dice él Espíritu Santo: Qui spernit módica, paulatim decidet (Eccl., XIX, 1).
Si las conveniencias de la casa no bastan sino para un criado y una criada, y se ponen dos, es preciso que la casa se empeñe, y cuanto mas terquee el señor imprudente en esa vanidad, mas antes se acabará de perder. Lo mismo se dice si las conveniencias solo llegan a un coche de dos mulas, y se quieren poner cuatro. Los señores y señoras que por no quitar vanidades y gastos superfluos dejan de pagar sus deudas legítimas, no dudo que viven en continuo pecado mortal, y en estado de condenación eterna.
Esta es materia gravísima, de la cual ya hablamos largamente en el libro de los Desengaños místicos, tratando de los señores y señoras que no pagan las deudas legítimas de la casa, y quieren estar confesando y comulgando cada dia, debiendo hacer examen, no solo de su conciencia, sí también del gasto y recibo anual de su casa, para no contraer nuevos empeños, y pagar cuanto antes los ya contraidos.
Esta es obligación de conciencia, que deben hacer sin dilación los padres de familia; desengañándose, que a los que faltan a sus obligaciones, los contará el Señor con los que obran la maldad, como dice David (Psalm., CXXIV, 5).
Yo tengo vehementísimo recelo, que algunos señores y señoras buscan los teólogos y confesores mas a su gusto, que a su provecho; y convendrá se desengañen con la doctrina de san Pedro Damian, el cual dice, que por culpa de algunos confesores se condenan muchas almas, por no afearlas sus vicios, desengañándolas de los crasos errores en que viven.
En la vida de la venerable Marina de Escobar se refiere, que orando la sierva de Dios por un confesor, la dijo Cristo Señor nuestro, que como habia sido tan ancho con los que se confesaban con él, le tenia en parte muy estrecha con grandes penas.
En las divinas revelaciones de santa Brígida también se refiere que alegando un poderoso en la presencia de Dios, que habia obrado en cierta materia grave con el parecer y dictamen de sus teólogos y confesores , le fué respondido, que no debia fiar tanto del parecer de bombres tan dependientes.
Y aunque en unos asuntos menos claros valiese la excusa referida, en el presente no puede valer; porque el no pagar las deudas legitimas, es expresamente malo, y dicta la razón natural, debe ceñirse el que tiene deudas para pagarlas; y lo que los mundanos dicen de conservar su punto, tiene mucho que explicar; y mi buen deseo les aconseja que busquen hombres doctos y temerosos de Dios, con cuyo dictamen reformen sus personas y sus casas, que quitando vanidad , habrá para todo. No podemos engañar á Dios, como dice el Sabio (Prov., XXIV, 12).
Sobre aquel insigne milagro de Cristo Señor nuestro, con que dio de comer a mas de cinco mil personas con cinco panes, dicen algunos expositores, que convertía el Señor el aire en pan; y así, quitando mas de aire, habia mas pan. Así sucedería también en muchas casas, que si quitasen el aire de la vanidad, les sobraría pan.
Dios ponga su mano poderosa en las casas de los señores y señoras, que en esto son mas infelices que las casas de los pobres; porque si el pobre debe alguna cosa, luego se la hacen pagar, y le queda libre lo que le dejan; pero si el rico y el poderoso es el que debe al pobre, no se halla camino para hacerle pagar; y solo queda el consuelo, que para con Dios no hay aceptación de personas, como dice san Pablo, escribiendo a los Gálatas.
Las deudas precisas de salarios y jornales que respectivamente deben dar los padres de familia a sus criados y criadas, jornaleros y oficiales, que sirven a su casa, piden especial recomendación; porque el apóstol dice, que el padre de familia que no tiene cuidado de sus domésticos, ha negado la fe, y es peor que un infiel (I Tim., V, 8).
El señor debe llevar la cuenta clara con sus criados; porque de otra manera no podrá entrar en cuenta con ellos, como lo hizo el padre de familia, mencionado en el santo evangelio de san Mateo.
También los criados tienen derecho de buena justicia para entrar en cuenta con su señor; porque sirviendo, venden su libertad , y pueden pedir lo que tienen ganado. Por lo cual decia el santo Job, que no habia repugnado entrar en juicio con su siervo y con su criada, si estos en defensa de sus salarios habían querido litigar con él.
Á este fin dice el Espíritu Santo a los señores temporales, que no quiten a sus criados el estipendio convenido, que le han ganado con el sudor de su rostro, no sea que se hagan semejantes a los que quitan la vida a su prójimo. (Eccl., XXXIV, 2 et seq.) De lo cual se infiere, que lo mismo es no pagar su jornal al que trabaja, y su salario al que sirve, que quitarles la vida.
Lo que los señores dan a sus criados no es gracia, sino justicia rigurosa; por lo cual decia Dios en el libro del Deuteronomio, que a los que sirven, no se les niegue ni se les dilate el salario; y el divino precepto era de tanto rigor, que ni un día se le daba libre al señor para pagar el jornal, sino que expresamente mandaba su divina Majestad, que antes de ponerse el sol se pagase a cada uno su trabajo, para que no clamasen los pobres contra el señor en la presencia de Dios. (Deut., XXIV, 14 et seq.)
Bien conocía esta divina voluntad el santo Tobías, cuando le daba sanos consejos a un hijo suyo, para que su casa fuese feliz en lo espiritual y temporal; y le decia, que si mandaba trabajar en su hacienda a cualquiera persona, al instante le diese el precio de su trabajo: Statim ei mercedem restitue. Y debe notarse que al pagar el jornal le llama restituir; para que se entienda, que todas las horas que se detiene el jornal al operario, es como robarlo; y así lo dice también el sagrado texto: Quasi furatam reputa mercedem manentem apud te (Tob., IV, 5).
El apóstol habla con los señores temporales, y dice les den a sus criados el salario que está convenido. Desengáñense los señores, que ellos tienen otro Señor superior en el cielo, el cual no puede ser engañado, y hace la causa de los pobres como si fuesen hijos suyos.
En el Génesis también se dice, que el Señor juzgará rigurosamente a los señores temporales injustos, y sus criados serán librados de su tiranía.
El padre de familia que es injusto con sus criados, y no les paga los salarios de su concierto, debe temer y considerar, qué responderá cuando Dios entre en juicio con él. Este era el pensamiento justificado del santo Job (I, 14).
No se fien los señores en que hacen muchas limosnas y ofertas a los templos; porque si esto quieren componer sin pagar lo que deben a sus criados, jornaleros y oficiales de su casa, desengáñense, que sus limosnas son injustas y manchadas, comodice la divina Escritura (Eccl., XXXIV, 21).
Por esto son abominables los sacrificios y oblaciones de los impíos; porque se ofrecen de las maldades de sus retenciones injustas, como dice el Sabio (Prov., XI, 27).
Los que ofrecen sacrificio de la sustancia del pobre que han robado, son como el que quita la vida al hijo en presencia de su padre, dice un sagrado texto (Eccl., XXXIV, 24). Considérese la crueldad y tiranía del que ha robado la hacienda de los pobres, y piensa que satisface con hacer decir misas y ofertas al templo.
El pobre es hijo de Dios, que se intitula Padre de huérfanos y pobres, como dice David (Psalm., LXVII, 6). Por lo cual se verifica bien, que quita la vida a sus hijos delante de su padre el que hace sacrificio a Dios de los bienes temporales que roba a los pobres, y no los quiere restituir.
Los pobres oficiales, criados y criadas, operarios y jornaleros tienen todo su tesoro en el sudor de su rostro, y en lo que ganan con su trabajo; por lo que los señores que les retienen y usurpan sus salarios y jornales, tengan por cierto que atesoran la ira del Altísimo contra sus almas; porque así lo dicela sagrada Escritura (Eccl., XI, 18).
Lo que hacen los desventurados señores, reteniéndose y usurpando los salarios de los que los sirven, es acabarse a sí mismos, y perderlo todo, porque lo que usurpan lo echan en saco rompido, como lo dice un profeta del Señor ; pierden á los pobres, y ellos no mejoran de fortuna (Agg., I, 6).
Tienen los pobres un grande procurador y defensor, que es el Altísimo Dios; el cual envía luego calamidad a los señores impíos, que usurpan y retienen el estipendio y salario de sus operarios y jornaleros, como dice el Sabio. Por lo cual, si no pagan a los que los sirven, se arruinan y se pierden.
Aunque sean sus parientes los que sirven a los señores, deben llevar cuenta justificada con ellos, y pagarles enteramente su trabajo, como dice la sagrada Escritura (Gen., XXIX, 15); porque llevando cada uno lo que os suyo, se hace justicia recta, y prosperan todos.
Con altísima providencia ha puesto el Señor las familias como ovejas, dice David: Et posuit sicut oves familias. Porque asi como el dueño quiere sacar abundante provecho de sus ovejas, debe también darlas de comer y pagar los pastores.
Por no hacerlo así unos infelices padres de familia, dijo Dios, que quería destruir toda su casa: Ecce ego cogito super familiam istam malum (Mich., II, 3); porque sobre quedarse con la hacienda ajena, fabricaban muchas calumnias. Teman los señores y señoras, que por no pagar lo que deben, calumnian a los que les piden su trabajo, y los afrentan por no pagarles.
El apóstol Santiago escribe una horrorosa sentencia contra los injustos señores, y dice, que los salarios usurpados a los que han trabajado su hacienda, están clamando en la presencia de Dios, y su clamor ha llegado hasta los oídos del Altísimo Dios de Sabaoth: Ecce merces operariorum clamat. Yo no sé cómo hay señores cristianos que a vista de tan formidables amenazas puedan dormir y descansar, sin dar satisfacción a los que los sirven y trabajan sus haciendas.
Por esto decía Dios a los señores temporales en el Levitico, que no retuviesen los estipendios y jornales a sus operarios, aun de la tarde a la mañana: Non morabitur opus mercenarii tui apud te usque mane. Lo cual disponía el Señor, no solo por el socorro del jornalero, sino también para la seguridad de la conciencia del señor, que le habia hecho trabajar su hacienda.
Un santo profeta de Dios dice, que elmismo salario usurpado era castigo fiel contra el señor que lo defraudó; y aquella sangre usurpada del pobre jornalero dará gritos, como la sangre de Abel, y no será despreciada su verdadera justicia. (Malac, III, 5 et seq).
¡Ay de vosotros, ricos y señores injustos, cuando el justo Juez entre a juzgar vuestras injusticias y tiranías! El que ha de juzgar las justicias, como dice David, ¿qué hará con vuestras injusticias?
La vida trabajosa del jornalero se hace dulce con el estipendio diario, que le basta para vivir, dice el Espíritu Santo; pero si no le pagan lo que gana, se le convierte en intolerable amargura (Eccl., XI, 18). Las lágrimas y clamores de su mujer y de sus pobres hijos suben al cielo, y el Señor las oye y las atiende, para hacer justo castigo contra semejantes tiranos, cuya crueldad no parece puede explicarse con decentes y comunes voces humanas.
Yo nunca he dudado que la perdición y ruina temporal de muchas casas consiste en esta maldad tan ofensiva de Dios y de los hombres, de no pagar puntualmente las deudas legitimas que tienen, y de retener injustamente los salarios, jornales y estipendios de los que los sirven y trabajan en su hacienda.
Algunos señores son tiranísimos con los mercaderes y oficiales que les dan al fiado para vertirse y calzarse, y para los cumplimientos de su casa, y en esto gastan los pobres sus caudales, esperando les pagarán al tiempo determinado; pero no es así. Lo que sucede, es, que habiendo gastado cada uno lo que tenia en la casa del señor, no puede proseguir en su oficio por falta de caudal, y anda perdido por las puertas ajenas. Esperaron en los señores, contra lo que Dios les tiene prevenido, y así se hallan perdidos.
Los señores entiendan, y desengáñense, que viven en continuo pecado mortal, si no se ciñen de modo que puedan pagar, y de facto paguen a los que les dan su hacienda. Los que hacen cumplido en su casa con la hacienda del pobre, son dignos de muerte, conforme a la justificada sentencia de David (I Reg., XXI, 3). Los que por no pagar a los oficiales, les pierden sus casas, están obligados en conciencia, no solo a pagarles lo que deben, sino también a resarcir los daños que les han ocasionado con la dilación injusta de la paga.
También entiendan, y desengáñense, que si no pueden pagar la deuda por entero de una vez, deben en conciencia pagarla por partes; de tal modo, que si deben treinta, y pueden pagar diez, y no los pagan, pecan de nuevo mortalmente, y deben decir en la confesión, que pudieron pagar diez reales de treinta que debían, y no lo hicieron. Otros señores pagan en trigo y en efectos, que los pobres pierden la mitad. Es un horror lo que en esto pasa. Vean lo que tenemos escrito acerca, de esta materia en el libro de los Desengaños místicos. El Señor ilustre sus corazones. Amen.
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